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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Como siempre y odiándose a sí mismo, el general Taisho siguió cuidando de su sirviente a pesar de estar furioso con él. Y como lo hacía en ese tipo de casos, culpó al otro general por sus acciones. El otro general era el que lo obligaba a rebajarse a eso, a cuidar de aquel que lo traicionó. Lo obligaba a tener obligada compasión por aquella sombra que una vez fue un inocente niño que robó todo de su ser, que le robó el sueño y pensamientos. Pero simplemente no podía deshacerse de él por más que lo intentara.

Había ordenado nuevamente que nadie se acercara a la celda en donde su sirviente residía, no quería que nadie lo viera y todo porque le pertenecía, así de egoísta se sentía. Porque si ya no podía estar con él, nadie más lo estaría. Porque si bien el otro general no dejaba que lo lastimara, no evitaba el orgullo que le impedía perdonar y olvidar. Pero dejando de lado todo eso, siguió con esa tediosa rutina. Porque entre más la odiaba, más insistente era su lado no cuerdo. Por eso se encargó de mantenerlo lo más cómodo posible, le proveyó alimento y agua. Le acercó mantas calientes y más de sus prendas militares. Solo porque notó que su sirviente abrazaba su ropa con fervor, si bien le conmovió, seguía molesto con él y su orgullo seguía latente. Por lo que cambiaba regularmente esa prenda, además de aprovechar y acariciar el rostro delicadamente. Claramente se dio cuenta de las intenciones de su sirviente al ver los recipientes colocados estratégicamente en el suelo, además de notar que fingía dormir.

Cuando estuvieron en la capital, tuvo la oportunidad de ver dormir a su sirviente y se había vuelto un secreto pero agradable entretenimiento personal. Eso había sido suficiente para darse cuenta de si mentía o no, por eso fue fácil simplemente pararse frente a la celda hasta notar que su sirviente se había dormido realmente. De igual forma, la oscuridad del lugar lo ayudaba, hasta que tenía que encender una vela para ver un poco en la oscuridad. No sabía si debía molestarle la insistencia de aquel chiquillo, pero de igual forma seguiría manteniéndose oculto.

...

...

Una vez en la que Sesshomaru Taisho se dirigía al calabozo, el escándalo ocasionado por el guardián de los caballos hizo que frunciera el ceño con suma molestia. Pero como era el segundo al mando de esa mansión, simplemente lo echó del lugar sin darle tiempo de decir otra cosa. Él no tenía la obligación de rendir cuentas a nadie más que su padre, e incluso el duque no sabía de su proceder. El asunto de su sirviente y él estaba solo en su conocimiento y así seguiría, alguien de su categoría no tenía la obligación de darle explicaciones a un simple sirviente. Solo le dio la clara orden de no regresar a molestar y se internó dentro de ese húmedo lugar en donde la luz del sol no era bienvenida. Y claro, después de mucho meditarlo, llegó a la conclusión de que ya no podía seguir haciendo esas visitas o su padre sospecharía. Su gran idea fue dejar la puerta de la celda abierta de par en par y desplegar los guardias de varias rutas de escape. Si su sirviente salía de la celda, podría escapar de la mansión sin que nadie lo notara. Pero, no importaba cuantas veces dejara abierta la celda, nunca vio salir al joven. No importaba cuan expuesta dejara la mansión al desplegar a los guardias, su sirviente no daba un paso fuera de aquel lugar. Tampoco sabía si debía enojarse o no.

...

...

Ya habían pasado exactamente siete días, días en los que había mantenido encerrado a su sirviente. El general estaba más apático que de costumbre y si bien el duque lo notó, no dijo nada. Su humor empeoró en el momento en el que una carta de parte de Fujimori llegó, el hombre del reino vecino pedía una audiencia con el duque Taisho y al ser aliados, Inu no Taisho aceptó la petición. Aunque el duque no lo demostrara, sabía que algo le ocurría a su primogénito y todo por verlo perderse en su mente cuando trataban asuntos de guerra o con el simple hecho de ver su semblante tan decaído. Y claro, el duque sabía de las raras salidas de su hijo y también sobre las veces en las que todos los guardias eran retirados de sus puestos, pero dejó que todo siguiera igual a la espera de respuestas por sí mismo. El duque sabía que ni siquiera su hijo estaba consciente de lo que ocurría con su persona.

Al día siguiente, la comitiva de Fujimori arribó a la mansión Taisho. Fue Miroku Fujimori quien se reunió con Inu no y Sesshomaru Taisho. Los tres hombres se reunieron en el despacho de Taisho. El general ya intuía el motivo por el cual Fujimori se encontraba en sus territorios, era de esperarse considerando que era familia de su sirviente.

—Taisho, vengo a tratar un asunto delicado con usted. Espero que lleguemos a buenos términos por la alianza que nos une.

—Lo escucho, Fujimori.

El general vagamente escuchó la plática, el como Fujimori le explicaba la situación acerca de uno de los hijos de Fujimori siendo tratado como sirviente. Dejó de escuchar y se levantó, dejó que ellos trataran el asunto y se dedicó a mirar por el ventanal. Sabía a qué había ido Fujimori y en el interior, no quería que pasara pero para el otro general, era lo mejor. No podía mantener a un hijo de casa noble encerrado en un calabozo, aunque ese había sido su plan inicial. Después de un rato reflexionando, una mano en su hombro lo sacó de su letargo, era su padre que le dirigía una mirada con una mezcla de suspicacia y preocupación, no lo entendió.

—El niño se irá.

Fue lo único que dijo antes de dar media vuelta y acompañar a los hombres a su espalda. El general Taisho prefirió no acompañarlos, ese ya no era su asunto y ese niño ya no era su sirviente. Además de que el otro general no soportaría verlo partir, porque tampoco soportaba verlo enjaulado pero se tranquilizaba al acariciar su rostro dormido. Volvió su vista a la ventana y miró el cielo con una melancolía que no sabía que tenía.

...

...

Ya por la noche, Sesshomaru Taisho se dirigió hacia el lago en el que había comenzado todo, pero donde también había terminado. Todo ante la mirada lejana del duque, aunque eso no lo notó y tampoco era como si pensara en lo que hacía, simplemente caminó sin rumbo hasta llegar a ese lugar. Se sentó en una roca cerca de la orilla y empezó a lanzar rocas al agua tratando de mantener su mente ocupada en algo más allá de lo que había pasado. Pero era imposible, se sentía extraño y no entendía el vacío que su pecho sentía. Estaba confundido y algo apagado, seguía furioso por todo pero también quería seguir manteniendo al que una vez fue su sirviente a un lado. El otro general le estaba transmitiendo sus vibras negativas y que solo podría encontrar sosiego en la presencia del que consideraba un traidor. Aún así, se resistió a esa vocecilla que pedía la paz en su corazón atormentado, una paz que solo se lograría con el perdón que no pensaba otorgar.

Se quedó en ese lugar sumiéndose en la melancolía que su expresión no dejó mostrar, pensando en lo que debía hacer para alejar ese sentimiento extraño. Y sobre todo, pensando en la dependencia que pareció crear él también. En el transcurso de los días, se había dado cuenta que al igual que aquel chiquillo, él también había adquirido una dependencia casi enfermiza y lo odiaba. Era un hombre autosuficiente, no debía depender de un niño para seguir siendo quien era. Pero en la soledad en la que se encontraba, se preguntó si lo que había hecho era lo correcto y una sola respuesta apareció, pero no fue capaz de escucharla en el cúmulo de pensamientos que ya lo atormentaban.

Solo quedaba esperar hasta que la dependencia se fuera, de cualquier forma dudaba que volvería a ver a aquel chiquillo que se adueñó de todo su ser.

Continuará...

 


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