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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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El día inició sin contratiempos, todos y cada uno de los sirvientes se dedicaron a hacer sus tareas para evitar ser castigados por el mayordomo a cargo, Bankotsu era alguien que solía reprenderlos en caso de ser necesario. 

Inuyasha y Koga se encargaban de limpiar las caballerizas, Koga limpiaba los corrales e Inuyasha reunía la paja en el suelo con el tridente. Ese era su día a día.

Después de un rato, ambos se dirigieron a la casa grande para recibir sus alimentos. Ya habían sido llamados por las cocineras del lugar.

―Koga, Inuyasha. Acérquense que la comida ya está lista. ―Les llamó una chica vestida como cualquier sirvienta del lugar.

―Ya vamos, Kagome. ―Contestó Koga al llamado y volteó a ver a su acompañante. ―Apresúrate, sabes que Sango se va a entregar la comida a los demás y podría dejarnos sin comida como la  última vez.

―Pero si la señora Kaede nos preparó más, no hizo falta que pelearas con Sango por un insignificante plato de carne.

―Pero yo quería ése plato de carne.

Después de discutir, llegaron a la cocina y recogieron sus alimentos para poder alimentarse en paz. 

Al acabar de comer, Kagome le pidió a Koga que acompañara a algunos sirvientes a la ciudad para comprar algunos insumos para la cocina y él aceptó, lo hacía porque la chica se lo había pedido y claro que había notado el interés de Koga por ella. Al verlo comportarse con un tonto en su presencia le hacía reprimir varias risas, por primera vez había visto el comportamiento de una persona enamorada y se preguntaba si él llegaría a hacer lo mismo en su momento. Tal vez no, no se veía a sí mismo haciendo ese tipo de cosas. Además, ya no era su propio dueño ya que le pertenecía a esa familia. Aun no olvidaba que después de su sangre noble ahora era un esclavo de guerra.

Después de ayudar un poco en la cocina, se dirigió de nuevo a las caballerizas, le gustaba cepillar a los animales. Llevo un balde, jabón y un cepillo, le daría un baño a Ah-Un. El caballo ya no lo atacaba y con él era muy dócil.

Al llegar al lugar, soltó el balde causando un ruido estruendoso. Al frente de él se encontraba el general acariciando al equino. Ambos se miraron fijamente, uno con miedo y el otro intimidante. Inuyasha dio un paso atrás al ver que el general se le acercaba.

―¿Por qué huyes?. ―Mostró una sonrisa cargada de superioridad, le encantaba causar ese efecto en las personas.

Inuyasha no contestó, su mente recreaba ese día una y otra vez. Le temía a ese hombre, sentía que con él cerca todo lo que había construido hasta el momento se echaría a perder. La buena relación que había formado con Koga, su supervivencia, todo. Con ese hombre cerca, todo se iría al demonio.

―¿Acaso no hablas?. ―Ver temblar al niño no era tan satisfactorio como creyó. Juguetear con el látigo en sus manos hacía temblar al sirviente pero le resultaba en extremo aburrido. ―Contesta. ―Ordenó fastidiado.

Inuyasha tragó duro y trató de controlar sus nervios para evitar arruinarlo todo, no quería ser mandado azotar. Si eso pasaba, Koga no tendría ayuda.

―S-sí. ―Su voz había salido un tanto temblorosa y eso causó algo de gracia al general que no demostró signo de cambiar su impasible expresión.

El hijo del duque empezó a caminar alrededor de él tratando de recordar en donde lo había visto, porque estaba seguro de que lo había hecho. Esa mirada aterrada le hizo recordar a un niño albino tembloroso y cubierto de sangre, lo recordó. Ese esclavo pertenecía al caído ducado Setsuna.

―Ya te recordé, eres uno de los esclavos de guerra. ―Contestó para sí mismo. Su mano siguió jugueteando con el látigo.

―Sí. Soy un esclavo de guerra, excelencia. ―Contestó lo más audible que pudo.

El general no era capaz de reconocer al joven que tenía enfrente, no recordaba que era el mismo que había llenado su mente de confusiones y aunque, el aspecto era parecido, una parte de él se negaba a creer que era el mismo ser de antes. Y entonces sucedió, Inuyasha volteó al escuchar un ruido y logró mirarlo de perfil, las imágenes de la noche anterior volvieron a su mente. Había combatido con sus pensamientos casi toda la noche y ahora habían vuelto, eso era molesto.

Con el látigo hizo que lo mirara al rostro, sus miradas se conectaron. Aún veía temor en los ojos del niño de cabellos plata. No le gustaba esa mirada tan transparente y menos que esa mirada fuera dirigida a él. Negó inmediatamente y se dio una reprimenda mental, ese niño llenaba su mente de pensamientos extraños.

—Sigue con tus deberes y no causes problemas. —Sentenció para después marcharse del lugar con rapidez.

Inuyasha se dirigió al corral de Entei, al entrar vio al animal comer. Se recargó en el muro y se deslizó hasta acabar en el suelo. Su mano fue a parar a su pecho, su corazón latía con fuerza. Había sido un encuentro que lo había alterado demasiado. Temía que lo que había pasado se repitiera. Ver una y otra vez las muertes de sus parientes no ayudaba a tranquilizar las cosas.

Trató de normalizar los latidos de su corazón, el caballo se acercó y empezó a moverlo con el hocico. Inuyasha abrazó la cabeza del majestuoso ejemplar de pelaje blanco.

—Tengo miedo, Entei. Temo que ese día se repita. 

Siguió acariciando al animal. Necesitaba calmarse rápido, no quería que los demás esclavos lo vieran en esas deplorables condiciones y qué decir de Koga, no quería que él lo viera así de tembloroso. Pasaron unos minutos en donde trataba de alejar esos pensamientos que lo guiaban a ese trágico día y tratar de olvidar para seguir adelante.

Era difícil que un niño de dieciséis años superará algo así, ver morir a su familia a sangre fría era traumático. Convivir con el hombre que los asesinó era difícil y ver lo severo que era no ayudaba. No sabía porque el ducado Taisho había derrocado a su familia pero, sus razones debían de tener y no debía inmiscuirse o saldría a la luz la verdad que tanto se empeñaba en ocultar.

...

...

En la noche, Koga e Inuyasha estaban en su vivienda descansando. Ambos compartían la habitación y sus camas eran separadas por una mesita. 

—Entonces... ¿Hablaste con el general?.

—Sí. Él estaba cepillando a Ah-Un y me lo encontré. —Contestó. —Tengo una duda, él es el hijo del duque... ¿Por qué lo llaman general? ¿No es el heredero del ducado?.

—Lo es, como el único hijo es heredero de todo. Pero, también es un general por mandato de su majestad. El hijo del duque fue reconocido como tal por sus múltiples hazañas y tiene el favor del rey. —Respondió de manera distraída. —Desde que era un adolescente se ha adentrado en la guerra y ha ganado tantas batallas que recibió ese título.   

Koga le contó todo lo relevante acerca de ese hombre, lo había sorprendido. Él era hijo único, su madre había muerto a causa de una traición y él lo había visto todo teniendo cinco años. Su madre lo había protegido con su vida y por esa razón él no tenía piedad con sus víctimas. Su padre lo había dejado con las nodrizas y nanas para que se hicieran cargo de él pero ese niño había sido endurecido por la vida. Al llegar el decimoquinto aniversario de su nacimiento había asesinado a alguien por primera vez. Un ataque a la mansión había cobrado incontables vidas y desde entonces ese adolescente se había jurado a sí mismo hacerse fuerte y endurecer su corazón al ver a las personas a las que les tenía afecto ser asesinadas sin piedad. Las circunstancias lo habían obligado a ser quien era y sentía un poco de pena por él.

Sin duda detrás de una mirada altiva se podía esconder alguien herido. Pero, no era su asunto y no se metería por su propio bien, no quería estar cerca de ese hombre tan perverso. Le temía, eso seguro sería por siempre y mientras no cruzaran sus caminos de nuevo todo estaría perfectamente bien.

Su vida empezaba a complicarse con el general merodeando el lugar. Bueno, era su hogar y era el amo, tenía todo el derecho de andar por donde más le placiera y un simple esclavo no se lo iba a impedir. 

Todos lo respetaban, algunos le temían y unos más lo envidiaban, él pertenecía al grupo que le temía y, aunque le avergonzara, era la pura verdad. Mentiría si dijera que no le temía, ese hombre atemorizaba con tan solo su mirada altiva.

Continuará...

 


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