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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Notas del capitulo:

Perspectiva del General/hijo del duque/Sesshomaru.

El general Sesshomaru Taisho siempre se había creído un hombre autosuciente y controlado, alguien que buscaba el poder y por su propia mano lo obtenía. Merecedor de varios títulos y reconocimientos, alguien importante e influyente. De temperamento neutro, quien era alabado y envidiado. Nunca nadie se hubiera esperado que todo cambiara tan drásticamente. Ahora todos podían ver la ira en su máximo esplendor al verlo entrenar a sus soldados, al ver como varios hombres caían sin aliento después del extenuante entrenamiento. Pero claramente, nadie se atrevía a oponerse o temían perder alguna extremidad. Todo ese revuelo era presenciado en silencio por el duque, aunque siempre se mantenía al margen.

Mientras todos trataban de comprender el cambio del general, el hombre seguía tratando de librar su mente de la penumbra que lo estaba absorbiendo. Todo eso gracias a la dependencia que había desarrollado hacia el niño que había sido de su propiedad y que había perdido hacia ya un mes atrás. Sus pensamientos eran confusos, el clamor del otro general seguía latente desde el momento en el que había perdido de vista a aquel niño. Después de pensar en todo y nada, supo que la única forma de olvidar ese amargo recuerdo con sabor a traición, era llenando su mente de otras cosas con la misma repercusión.

...

...

Mientras caminaba, iba divagando acerca de todo lo ocurrido, porque parecía que eso era lo único que su mente sabía hacer. Su solución había sido visitar el mejor burdel de la ciudad, el lugar en donde podría encontrar bellas mujeres para dejar de pensar en aquel que fue su sirviente. Y claro, al llegar fue bien recibido. Se sentó en un rincón y pidió una copa. Miró el lugar lleno de hombres ebrios y mujeres revoloteando alrededor.

Había que admitirlo, todas y cada una de esas mujeres eran hermosas. Realmente eran diosas de la belleza, no por nada era el mejor lugar para ese tipo de servicios. Pero, había un pequeño inconveniente consigo mismo. Por más que mirara y deleitara sus ojos con aquellas cortesanas, no había dejado de compararlas con el que fue su sirviente. Ya fuera el más mínimo detalle, no dejó que sus pensamientos dejaran de enfocarse en aquel chiquillo. No importaba que tanto mirara, tampoco cuan bella era la mujer, solo había mente para menospreciarlas al verlas tan insignificantes al lado de su antiguo sirviente personal. Ninguna de ellas podía compararsele y eso lo llenaba de una inmensa rabia. Era dependiente de ese chiquillo a puntos inimaginables y si hacía cuentas, desde aquella vez que decidió intentar algo con él, no había solicitado los servicios de una mujer. Hasta ese punto su dependencia y el otro general habían influido en su estilo de vida. Y para alguien de su tipo, era frustrante.

Sin ganas de seguir en ese tipo de lugar, salió de ahí. Caminar mientras pensaba se había vuelto un hábito, pero solo podía escuchar sus pensamientos. Esos pensamientos que entre más trataba de ignorarlos, más fuertes se volvían. Siempre había sido bueno ocultando sus pesares y demás pensamientos, algo aprendido con el tiempo. Pero, tras la llegada de aquel chiquillo, todo se había descontrolado.

Se encaminó a la mansión, al llegar se le notificó que el duque había vuelto a su propio hogar. Sin ánimos, Sesshomaru Taisho se encerró en el despacho y al ver una botella de licor, se le hizo tentadora. Su baja resistencia al alcohol hacía que olvidara todo lo que hacía durante su estado de ebriedad, que dejara de pensar en temas insignificantes y en este caso, ese chiquillo que estaba reacio a devolverle sus pensamientos. La destapó y decidido, le dio un gran trago.

...

...

Al día siguiente y con una dolorosa jaqueca, el general Sesshomaru Taisho estaba malhumorado en el despacho. No había salido de ese lugar desde que había perdido la consciencia por su arranque, pero eso ya no importaba. Después de recoger algunos documentos que seguramente había tirado durante su estado indispuesto, salió del lugar y se dirigió a cierta cabaña junto a las caballerizas.

Al llegar, obviamente estaba vacía. Entró sin importarle nada y se dirigió a la pequeña habitación en donde había dos camas perfectamente arregladas. Como si fuera alguna especie de corazonada, supo con exactitud cual era la cama de cada uno de los residentes de esa cabaña. Se dejó caer de espaldas en la que consideró correcta, un ligero aroma nostálgico lo rodeo tras eso. Era la correcta.

El general Taisho miró el techo de madera, estar en ese lugar hacía sus pensamientos más ruidosos. Pero, era tanto el anhelo del otro general que estar ahí en donde aquel sirviente libre había pasado la mayoría del tiempo, era suficiente para seguir anhelando el calor que emitía su cuerpo, su mirada y sus besos. Resopló, estaba molesto consigo mismo y con aquel que no podía ser odiado a pesar de lo que había hecho. Estaba ahí, recostado y sin saber que una pequeña muestra intima de afecto se ocultaba bajo él. Simplemente dejó que el pasado volviera y siguiera apoderándose de su pensar. Inevitablemente, la ira volvió con la misma fuerza de siempre. Se levantó bruscamente y miró la cama con la ira fluyendo en su mirada.

―¡Tú eras diferente! ¡Tú no eras como ellos!. ―Pateó la cama con fuerza. ―¡Te odio, maldito! ¡Te odio y me odio!.

Tras haber dado un golpe más en su arranque de ira, escuchó un golpe duro y pudo ver como algo se deslizaba desde debajo. Algo intrigado, levantó lo que parecía ser un sobre olvidando lo que había estado haciendo hacía ya unos segundos. Se sentó en la cama y leyó atentamente, algunas veces repitiendo las frases sin poder creer del todo aquellas palabras de un chiquillo preocupado. Literalmente había releído esa carta varias veces, una sonrisa minúscula se había dejado ver pero fue tan rápida su desaparición que parecía ser solo una ilusión. El calor agradable que el otro general sintió al leer esa vieja carta, se sintió demasiado bien. Era como si aún tuviera al que fue su sirviente en sus brazos. Una vez más, habló para sí mismo.

―¿Porque me haces difícil el tener que odiarte?.

Una pregunta que no fue contestada. Se debatió entre destruir la carta en mil pedazos o atesorarla, esa vocecilla molesta que le decía que hacer lo obligó a doblarla y guardarla en uno de sus bolsillos. Esos eran los sentimientos de una persona y no sabía como tomarlos. Inuyasha le había mentido, nada le aseguraba que no lo volvería a hacer y siendo sincero consigo mismo, una segunda vez no podría soportarlo. Estaba tan mal mentalmente que si recibiera otra estocada con la misma intensidad, sería su fin inminente. 

Supo que si quería saber que le ocurría, debía hablar con alguien experimentado. Pero eso significaba que tendría que decir todo lo que había obligado a hacer a aquel sirviente, debía decir lo que en uso de su poder, había ordenado que aquel hiciera. Y si quería conservar su imagen digna, era algo que no debía hacer. Realmente era difícil obtener una respuesta en su posición. Decidió volver a sus ocupaciones para dejar de pensar en una pregunta sin respuesta.

...

...

Sesshomaru Taisho se llevó un no tan grato anuncio, el hijo de los Ayakashi o sea su mano derecha, estaba de visita y lo último que quería era soportar su habladuría. Pero decía ser importante. De no serlo, tendría un paseo por el ala de castigos.

―¿Que es lo que quieres? No solicité tu presencia esta vez. Más te vale que sea importante.

―Mi general, he venido para saber su resolución. ¿Irá tras su ''aparición'' o solo eran desvaríos de un pobre diablo ebrio?.

Y su mundo se detuvo en ese preciso momento. La sonrisa socarrona de su mano derecha daba entender que había cometido una locura en su embriaguez y que él había estado presente. Recordaba algunos recuerdos borrosos de él lanzando los tratados de paz, comercio y guerra que antes revisaba a alguien, los mismos que había estado recogiendo por la mañana. La sombra borrosa que venía a su mente tomaba forma y no era nadie más que el heredero del marqués Ayakashi. Su boca suelta había causado un gran problema y debía solucionarlo, un ''click'' sonó en la habitación y el Teniente General Naraku Ayakashi sabía que se trataba de la peligrosa arma que el General portaba en el cinturón.

―Por eso el chiquillo te tiene miedo. No puedes ir matando a las personas que te molestan solo porque te da la gana. ¿Porque crees que no te dijo nada? Es fácil, sabía lo que pasaría si te lo decía.

―¿Que tanto sabes?. ―Gruñó. El teniente solo hizo su silla hacia atrás y subió los pies sobre el escritorio despreocupadamente, esa acción lo exasperó pero se quedó callado por haber sido golpeado en un punto sensible.

―Déjame pensar. ―Tomó una pausa. ―Todo.

Maldijo hasta lo que aún no había sido creado. Había hecho exactamente lo que no quería hacer y estaba en problemas, ya no tardaba en estar entre la comidilla de la nobleza. Ya no sería reconocido como el hombre capaz de liderar tropas a la victoria, quién desde joven había pisoteado enemigos sin piedad y quién además de gallardo y valeroso, tenía una impecable reputación. A partir de entonces sería conocido como un enfermo al cual le gustaba tomar hombres lascivamente y el que se había atrevido a manchar el honor del hijo menor de la casa Fujimori. Peor aún, que el gran Inu no Taisho podría llegar a ser desprestigiado por su causa.

Estaba en serios problemas.

Continuará...

 


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