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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Después de haber hablado con el duque y de haberse auto impuesto una misión, el General Sesshomaru Taisho se había puesto en marcha nuevamente. La convicción que había adquirido lo motivaba a hacer lo que el otro General pedía y esa convicción le ayudaría a entender quien era verdaderamente el otro General. Cuando salió de la morada de su padre, su caballo se le fue entregado y como si el equino comprendiera a su jinete, se dirigió con velocidad a donde quiera que su amo lo guiara. Ambos irían por ese chiquillo que los quería sin importar cuan orgullosos y agresivos fueran. 

Y así fue como Sesshomaru Taisho junto a su fiel corcel, cabalgaron hacia el lejano territorio de la familia Fujimori. Lo hicieron durante todo el día y sin descanso, avanzaron un buen tramo pero aún estaban lejos de llegar a aquel lugar y no podrían soportar mucho tiempo así. El General se detuvo en una pequeña ciudad y se dirigió a una taberna de mala muerte, justo como esa ciudad olvidada por la ley. Amarró a su caballo afuera y entró, era tan insalubre por dentro y por fuera. Se sentó en un rincón y fue atendido de inmediato al notar su aura de autoridad y poder. 

Mientras descansaba, el General escuchó hablar a un par de hombres a su espalda. Casi escupe su bebida al escuchar el tema, hablaban de las relaciones íntimas entre hombres. Ciertamente, Sesshomaru Taisho sabía muchas cosas gracias a sus propias experiencias. Pero, él no tenía idea acerca de ese tema dado que Inuyasha había sido el primer y único hombre al cual había tocado. Había sido tanta su necesidad por tomarlo que había olvidado que cuando llegara el momento, no sabría que hacer. Sin dejarse en evidencia, prestó atención a la plática tan delicada que había a su espalda. Hasta él podía llegar a ser un inexperto en ciertos temas y no era como si fuera a preguntarle a alguien para que aclarara sus dudas. 

Gracias a esa plática, descubrió que no era el único enfermo y que había otros nobles con gustos excéntricos como él. Pero él no lo hacía por el mero gusto de sentirse superior, al menos no ahora. Al principio había querido satisfacerse con el cuerpo de aquel sirviente solo por mera curiosidad y porque le había causado una rara sensación al verlo, una clase de atracción extraña. Pero después de que apareciera el otro general, esos deseos insanos habían desaparecido y había surgido la necesidad de simple calidez. Gracias al otro General, descubrió que un beso en la frente podía llegar a ser más satisfactorio que todas esas cosas indecentes que en su curiosidad había pensado realizar.

Escuchó cosas que nunca en su vida esperó, pero por más vergonzoso que fuera, sería de utilidad en un futuro cercano. Nunca le había interesado escuchar conversaciones ajenas, pero por esa ocasión haría una excepción. Y fue así que se enteró de muchas cosas de las cuales era ignorante. Ya cuando terminaron de hablar, supo que era hora de marcharse también. Agradeció en silencio la clase recibida por un par de hombres habladores y se marchó. 

Al salir, se topó con la escena protagonizada por su caballo. Había pateado a un hombre pero era obvio que habían tratado de robarlo y su agresivo corcel no había permitido que un extraño lo tocara. Ignoró todo a su alrededor y nuevamente se enfrascaron en su misión.

...

...

Finalmente y después de varios días, logró llegar al territorio de la familia Fujimori. Con sus ropas oscuras esperó pasar desapercibido. Llegó a una pequeña posada en la cual podría descansar y dejar a su caballo. Gracias al poder del saco de monedas de oro que pagó al dueño del lugar, podría mantener al animal oculto. Debía mantener las apariencias y no dejarse ver por los guardias al mando de Fujimori. Además tendría que idear un plan o excusa para entrar a la mansión Fujimori sin causar una guerra.

Llegada la noche y después de mucho meditarlo, el General encontró una solución viable. Obviamente, no iba a pedir permiso para ver a ese chiquillo por mero orgullo personal. Tampoco iba a llegar y pedir una audiencia con el actual tutor, por eso decidió hacer uso de esa bolsa dada por su mano derecha y hacer todo por sus propios medios. Así que, en complicidad de la noche, se dirigió a la mansión Fujimori. Y cuando estuvo frente a los grandes muros que ofrecían un punto ciego para los guardias, hizo uso de esas herramientas que traía con él.

El General Taisho haciendo uso de sus habilidades de asalto, ató el gancho a las cuerdas y lo lanzó con fuerza haciendo que se atorara en la cima. El muro era demasiado alto, pero logró su acometido y tras comprobar que era seguro, empezó a escalar. Con la fuerza de sus brazos y piernas, logró subir a la cima y bajó de la misma manera, con sumo cuidado. Si llegaba a hacer un movimiento en falso, terminaría con algo roto y no podía permitirlo. Después de posarse dentro de los territorios de la mansión con éxito, supo que la primera parte de su plan estaba hecha. El siguiente paso era eludir a los guardias.

Después de esquivar a algunos, se topó de espaldas con un guardia que vigilaba el patio que seguramente daba a las habitaciones, una vez más hizo uso de sus herramientas. Con un paño impregnado con el liquido extraño del frasco, cubrió el rostro del guardia hasta que el hombre cayó sin conocimiento. Arrastró el cuerpo inmóvil hasta unos arbustos cercanos e hizo lo mismo con tres más. Se mofó ante la incompetencia de esos guardias, aunque también le molestó saber que de ser otra persona, Inuyasha estaría expuesto al peligro gracias a la facilidad con la que entró. Esos hombres eran tan incautos que era un peligro para los habitantes de la mansión, para Inuyasha quien era más importante. Sin dejar de expresar su molestia, se escondió en las sombras buscando a ese niño que le debía respuestas.

Antes de dar una vuelta, el General escuchó las voces de una comitiva de guardias. Si no quería ser encontrado, debía ocultarse y la única forma que encontró fue un balcón sobre su cabeza. Con el gancho que aún conservaba, subió al lugar y al ver que estaba abierto, entró a la habitación. Se ocultó hasta que escuchó a los incompetentes guardias alejarse, antes de bajar nuevamente, la curiosidad lo orilló a ver en donde se encontraba. En el peor de los casos, podría estar en la habitación de Miroku Fujimori. Pero para su suerte, era una habitación de huéspedes dado su nivel inferior de opulencia. Antes de salir, un destello platino hizo que se cerciorara de la persona que dormía en la habitación. Al acercarse, se dio cuenta de que la suerte estaba de su lado.

―Te encontré. ―Murmuró lo más bajo que pudo.

Ante él estaba Inuyasha, el mencionado dormía plácidamente. Si bien estaba asombrado ante su suerte, no pudo evitar arrodillarse junto a la cama y verlo dormir tan tranquilo. Se quedó unos momentos admirando la tranquilidad que emitía al dormir, extrañando todo eso. De un momento a otro, Inuyasha empezó a sudar frío y a fruncir la expresión. Pudo ver como la tranquilidad se esfumaba y era reemplazada por temblores. Cuando vio que sus ojos derramaban lágrimas aún cerrados, supo que algo andaba mal.

―Tranquilo, no es real. ―Lo acarició buscando calmarlo. Vio que empezaba a tranquilizarse, estaba seguro que se trataba de una pesadilla. ―Calma, ya pasó.

Finalizó sus susurros con un beso en la frente, eso logró hacer que dejara de temer. Algo aliviado, se apartó y soltó su rostro. Pero tras unos segundos, notó en Inuyasha la intención de despertar. Había planeado todo un plan meticuloso, pero no había pensado llegar tan lejos por lo que no sabía que hacer. Al ver como Inuyasha abría lentamente los ojos, emprendió la retirada. En momentos críticos, una retirada era la mejor opción. Aunque él nunca había hecho una antes.

Se levantó y se aproximó a la ventana para huir cobardemente, pero un peso extra lo detuvo. Inuyasha había despertado y lo abrazaba con fuerza. Extrañó sentirlo junto a él de esa forma pero por alguna razón, decidió rechazarlo. Ni siquiera él se explicaba el motivo. 

―Suéltame. ―Ordenó.

Ese niño había olvidado que una vez fue su sirviente pues se había negado. Era la primera vez que lo hacía, le sorprendió y estaba seguro de que había cambiado al notar esa nota de rebeldía. Pero escuchar sus palabras le molestó, él no era nadie para ordenarle que hacer y mucho menos, hacer su vida aún lado de esa forma. Ese chiquillo había olvidado que no era capaz de hacerle daño por mucho odio que le tuviera. Por eso le dio la cara y se lo dejó en claro. Antes de que dijera otra cosa, lo besó con fiereza.

Había extrañado esos labios, vaya que lo había hecho.

Continuará...

 

Notas finales:

Morí con la escena ''didactica'' de Sesshomaru, es una experiencia real que tuvo su servidora, gracias a esa forma, supe como era que se ''hacían'' los bebés en mi juventud.

Pd: Sí se pudo, Sesshomaru, sí se pudo.


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