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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Cuando Inuyasha salió perfectamente aseado del baño, siguió el General. Inuyasha simplemente limpió la cama y luego se tiró en ella, aún estaba extasiado por lo que acababa de ocurrir. No sentía vergüenza como pensó que sería, se sentía bien y feliz. Como si esa unión fuera algo primordial en su vida. Y entre más pensaba en ello, más animado se sentía. Realmente no podía dejar la euforia de lado, a pesar de tener algunos pensamientos negativos en su mente. Al sentirse todavía cansado, Inuyasha se acomodó en la cama sin saber si el General se quedaría al menos hasta que fuera atrapado por las garras del sueño. Pero en verdad quería que lo hiciera, aunque no se lo diría. Seguía sin palabras para poder expresarse, tal vez se estaba volviendo un hombre de acciones como el General.


Luego de que el General saliera del baño, se acostó junto a Inuyasha. Inuyasha sintió al hombre pasar su brazo posesivamente por su cintura y lo acercó a él, la sonrisa boba que dejó salir ante eso solo fue para sí mismo. Un nuevo pensamiento amargo lo azotó y las palabras volvieron a su boca.


―¿Me dejará después de esto?. ―Sus palabras sonaron amargas. El hombre a su lado solo apretó ligeramente el agarre.


―No. ―Tomó una pausa. ―Esto solo acrecentó mi deseo por que seas mío. Gracias a esto, no voy a dejar que te alejes aunque lo desees.


―Eso no pasará.


―Lo sé.


Inuyasha no supo en qué momento cedió ante el sueño y se quedó profundamente dormido. El calor emitido por el hombre al cual amaba de manera enfermiza y el cansancio tanto mental como físico lo había obligado a ello. No fue hasta que unos repetitivos golpes en la puerta lo hiciera despertar, al abrir los ojos notó que el General seguía a su lado y mirando a la puerta o eso creía, la oscuridad aún cernía sobre ellos. Inuyasha deseó ignorar todo y volver a acurrucarse junto al General, pero los golpes tan desesperados y la voz casi alterada de su primo hizo que se levantara de golpe. El General lo imitó y se ocultó en las sombras, así pudo colocarse una bata y abrir la puerta cuidando de no tropezar con nada. Inuyasha no entendía porqué el alboroto siendo tan tarde, pero los nervios de que alguien haya escuchado lo que pasó dentro de esa habitación hicieron que sintiera temor.


Inuyasha ya era todo un adulto, pero su educación hacía que temiera a la autoridad superior y que le sirviera a su placer. Por esa razón tendía a obedecer cualquier orden dada, no importaba qué fuera. Y su máxima autoridad había sido el General Sesshomaru Taisho, aunque era secundado por su primo. Si Miroku Fujimori lo descubría, podrían pasar muchas cosas que no quería imaginar. A paso inseguro y al haberse asegurado que no había nada que delatara lo que había hecho, llegó a la puerta y la abrió. Una comitiva de guardias acompañaba a su primo, sus nervios aumentaron al ver la expresión turbada de su primo. De un momento a otro, Miroku Fujimori lo tomó de los hombros e inspeccionó su estado con la mirada. Al menos solo lo que la luz de las linternas de alcohol podían alumbrar. Inuyasha tragó duro ante eso, completamente seguro de que había sido descubierto.


―Dime que estás bien, Inuyasha. Sé sincero. ―Habló el duque tras unos segundos después de darse cuenta que su primo no mostraba ni una herida visible. No lo soltó y no fueron conscientes de una mirada asesina en la oscuridad. ―Es por el bien de todos.


E Inuyasha no comprendió la situación, su primo se veía sumamente preocupado y no sabía que hasta ese punto llegaba a preocuparlo. Inuyasha se sintió apreciado por ello, en su ingenuidad no supo que su primo lo hacía por sí mismo. Porque Miroku Fujimori sabía que si algo le pasaba, despertarían a una bestia sedienta de sangre. Miroku deseaba seguir teniendo la cabeza en su lugar, él sabía que si Inuyasha tenía aunque fuera un mínimo rasguño estando bajo su ala, cosas malas pasarían. Y el ducado Fujimori no tenía la fuerza suficiente para hacerle frente al temido General Taisho y mucho menos, estando furioso. Lo mejor era mantener a salvo lo único que los mantenía protegidos. Inuyasha sin saberlo, era el escudo que protegía el ducado Fujimori de la temida espada del imperio.


―¿Ocurre algo malo?. ―Preguntó tratando de no mostrar sus nervios.


―Encontramos cuatro guardias inconscientes y ocultos, el patrón en el que fueron encontrados indica que los perpetradores pasaron por aquí. La seguridad fue burlada y temo que estemos expuestos. ―Se apartó de Inuyasha al sentir un pavor inexplicable. ―Acompáñame, irás a una habitación cerrada y tendrás una docena de guardias para custodiarla. Es mejor prevenir, no saldrás hasta que la amenaza sea erradicada.


Inuyasha se sintió culpable por engañar a su primo y todo por ver su preocupación por él, pero no podía decirle la verdad. No sabía que podría pasar si alguien se enteraba, aunque había sido un verdadero respiro el que no se hayan enterado de la situación. Pero no podía salir de ese lugar sabiendo que ocultaba algo muy preciado, quería pasar lo que restaba de la noche en los brazos de su señor. Ya habían pasado demasiado tiempo lejos, no podía soportar más la lejanía. Decidió inventar alguna excusa para tratar de calmar las ansias de su primo y que le permitiera quedarse.


―Me encerraré aquí hasta que todo pase, no tiene porqué preocuparse. Estaré bien y aprecio su preocupación.


―Te asignaré lo mejor de mis escoltas, no vas a quedarte solo.


Después de convencer a su primo y de hacer que se guardara a sus guardias para sí mismo, Inuyasha logró hacer que se marchara. Suspiró de alivio al verlo retirarse, pero la culpa lo estaba carcomiendo. Su primo se preocupaba por él y le pagaba mintiéndole, dolía pero era lo mejor para todos. Simplemente se recargó en la puerta y suspiró nuevamente, una vez más mentía y lo odiaba. Pero, muy dentro suyo, no se arrepentía de hacerlo. Después de eso, volvió a la cama siendo seguido por el General, aún les quedaba un rato juntos. El General se marcharían antes de que el sol despuntara el alba. Mientras era abrazado posesivamente, Inuyasha pudo volver a sentir ese confort que solo podía encontrar en los brazos de su señor.


Luego de un rato, llegó la hora de volver a separarse.


Inuyasha se sentía mal por ello, pero sabía que no sería la última vez que se vieran. Tal vez no como esa ocasión pero si algo similar, o al menos eso esperaba. Antes de escapar por el balcón, El General lo tomó de la cadera que le provocaba unos ligeros espasmos y lo besó con necesidad, le correspondió con la misma intensidad. Luego de separarse, el hombre lo miró con seriedad y habló.


―No confíes en ese hombre, algo en él me inquieta. ―Inuyasha supo que se refería a su primo. ―También ten cuidado, cualquiera con un poco de habilidad puede entrar a este lugar.


―Lo haré.


Aunque le confundió la desconfianza del General hacia su primo, Inuyasha decidió hacerle caso porque confiaba en él. También le alegró que el hombre se preocupara por él, había sido tan hermoso que creyó que seguía durmiendo. 


―Me quedaré unos días en la posada de la ciudad, esperaré a que tomes una decisión.


Luego de esas palabras, el General Sesshomaru Taisho se marchó y cuando Inuyasha lo vio perderse en la oscuridad, cerró el balcón y terminó por preguntarse cual era la decisión que debía tomar. Suponía que era algo importante, pero dejó de pensar en ello y se centró en idear excusas para que su sobreprotector primo lo dejara ir a la ciudad sin una docena de guardias cuidando cada paso que daba. La tormenta en su corazón se había disipado, el perdón no había sido otorgado pero no lo necesitaba si tenía la atención de su señor. Esperaba verlo nuevamente.


Inuyasha ya extrañaba al General Taisho pese a que su calor seguía en la cama que compartieron por primera vez.


Continuará...


 


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