Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

[Reviews - 20]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Después de ver a Inuyasha salir del baño, el General entró y se aseó. Mientras lo hacía, no pudo evitar reflexionar sobre lo que había hecho, el dolor de su mano le indicaba que no era una de sus tantas fantasías. Realmente había intimado con Inuyasha, hizo lo que siempre había querido hacer, había probado todo lo que un hombre podía brindarle. Pero a diferencia de sus pensamientos anteriores, ya no quería desecharlo. Había llegado más allá de lo moral con Inuyasha, había marcado su cuerpo como suyo y había querido repetirlo nuevamente. Había mucho rondando su mente, finalmente pudo saber que el otro General era sí mismo y no un extraño trastorno mental. Todo lo que sentía por Inuyasha era ese lado suyo, ya no había dudas.

Una vez salió, miró a Inuyasha recostado en la cama que había sido testigo de su acto. Consideró que marcharse en ese momento traería pésimas repercusiones y no podía permitir tal cosa, aunque no quiso admitir que en verdad quería quedarse y tener a Inuyasha nuevamente durmiendo en sus brazos. Pero ya no se quedó a pelear consigo mismo, simplemente se acercó y terminó por hacer lo que él quería, abrazar a Inuyasha y mantenerlo lo más cerca posible de sí. Atraparlo para que no huyera, aunque sabía que eso no pasaría. Y como lo dictaba la costumbre, la voz de su antiguo sirviente interrumpiendo el momento, se hizo notar. El cambio de voz había sido notorio, el General supo escucharlo y para tratar de brindarle sus sentimientos a pesar de no saber como hacerlo, solo apretó el agarre.

―No. ―Tomó una pausa para pensar bien sus palabras. ―Esto solo acrecentó mi deseo por que seas mío. Gracias a esto, no voy a dejar que te alejes aunque lo desees.

La corta respuesta hizo que inevitablemente dejara salir una pequeña sonrisa satisfecha, pero no fue vista gracias a la oscuridad. 

El General pudo sentir como la respiración que chocaba con su pecho, se volvía pausada y apacible. Su cabeza fue sostenida por su mano y se dedicó a ver como Inuyasha dormía, verlo con esa pequeña sonrisa y ese semblante tan tranquilo, era algo que quería ver todos los días. No sabía que más pasaría a partir de ese momento, lo único de lo que estaba seguro era de que Inuyasha debía volver a su lado para poder verlo sonreír, apenarse, dormir tranquilamente y quizá, con el rostro contraído por el placer. Podía seguir siendo tal cual era, seguir siendo incapaz de ponerle nombre a su sentir, pero no podía negar que había algo en su corazón que llamaba a Inuyasha. Lo necesitaba, se necesitaban.

Mientras el General veía dormir a Inuyasha, no fue capaz de conciliar el sueño. No quería perderse esa tierna vista, pero tampoco podía bajar la guardia estando en territorio enemigo. Ya se habían demorado en sonar las alarmas por los guardias caídos, no podían ser tan incompetentes. Un hombre acostumbrado a terrenos hostiles como él, jamás podría dormir tan tranquilamente en casa de sus enemigos, aunque Fujimori no representara amenaza para él. Y pasado un rato mientras dormitaba sin poderlo evitar, los fuertes toques en la puerta lo hicieron fruncir el ceño. 

Era demasiado tarde para que alguien anduviera rondando la habitación de Inuyasha, su mirada no dejó de ver la tenue luz que emitía la lámpara que se filtraba bajo la puerta. Estaba esperando a que el intruso que parecía no conocer la discreción, intentara algo. Ver como Inuyasha se removía en sus brazos tratando de despertar, hizo que su molestia se incrementara. No fue hasta que la voz de Fujimori empezó a sonar y a molestarlo más todavía. Al ver como Inuyasha se levantaba de un salto, acrecentó sus ganas de provocar una guerra pero frenó sus pensamientos y se levantó para ocultarse, prefería eso que tener que marcharse de una vez. Se dirigió a un rincón en la oscuridad y se dedicó a observar lo que pasaba.

Tuvo unas ganas inhumanas de destruir todo a su alrededor al ver como Fujimori tocaba sin pena alguna al dueño de sus pensamientos, esas manos en ese cuerpo que había sido suyo hacía poco, le causaban unas insanas ansias asesinas. Pero su increíble autocontrol hizo que permaneciera en su sitio, su molestia era infundada dado que esos dos eran familia, pero eso no evitaba que sintiera esa creciente molestia al ver esa escena. El General Sesshomaru Taisho bien podría ponerse a pelear contra su propia sombra si se trataba de Inuyasha, así de intensa era su necesidad por él. Su mirada no dejó de ver ese toque tan cercano.

Siguió mirando la escena y escuchando lo que decían, mientras Miroku Fujimori relataba lo que claramente ya sabía, el General empezaba a impacientarse. Pero después de un par de palabras y que finalmente Fujimori soltara a su primo, pudo empezar a notar el extraño comportamiento del duque. Esa extraña sobreprotección era demasiada, quizá Inuyasha si mereciera tal cosa considerando lo expuesto que estaba, pero su intuición le decía que había un trasfondo en esa actitud. Ni siquiera su señor padre se veía tan angustiado por algo así, pero ese chiquillo había logrado deshacerse de su primo y sus medidas extremistas. Haber visto esa escena familiar, le hizo sentir una extraña desconfianza y ya confirmaría sus sospechas.

Después de ver como Inuyasha parecía autocompadecerse, ambos volvieron a descansar y sin olvidar que debía mantenerlo lo más cerca posible, el General lo abrazó nuevamente. Y como todo lo bueno no es eterno, llegó el momento de la separación.

El General tomó sus cosas, se preparó y se acercó al balcón. Notó que a ese ya no tan niño a sus ojos, mostraba incomodidad al caminar, extrañamente se sintió complacido. Por esa razón, lo acercó y lo besó, iba a extrañar hacer eso aunque estaba completamente seguro de que iban a repetirlo. No le importaría seguir escabulléndose en la oscuridad si se trataba de Inuyasha. Pero después de esos gratos momentos, debía volver a su personalidad calculadora y desconfiada. 

Era por el bien de Inuyasha, no solo sentía que había una clase de conspiración en el comportamiento de Fujimori, si no que también en la seguridad del lugar. Porque desde tiempos pasados, el General sabía que si llegaba a haber algún altercado, Inuyasha sería de los primeros en caer. No solo era ingenuo y despistado, era demasiado sumiso y cumplía las ordenes con demasiada facilidad, al menos las suyas. Pero Inuyasha no debía cambiar su modo de ser, no debía temer por su vida. Todo por que él, el General Sesshomaru Taisho, mejor conocido como la espada del imperio, iba a protegerlo de cualquiera que tuviera la intención de hacerle daño. Aunque eso no evitó que le advirtiera sobre los peligros a los que posiblemente se enfrentaría. Y como sabía que pasaría, Inuyasha cumpliría con su encomienda.

―Me quedaré unos días en la posada de la ciudad, esperaré a que tomes una decisión.

La decisión era obvia, Inuyasha debía elegir su destino, seguirlo o quedarse atrás. El General le daría tiempo para decidir esa respuesta, aunque no sabía que haría si recibía una afirmación positiva. Supuso que lo mantendría a su lado y mandaría al demonio a quien se opusiera, después de lo que pasó en esa habitación, su reputación ya no era lo más importante en su vida. Finalmente, llegó la hora de abandonar esos terrenos, hizo el mismo procedimiento de entrada y afortunadamente, no fue visto. Ese fue un nuevo punto para querer sacar a Inuyasha de ese peligroso lugar, estaba demasiado expuesto. 

El General por un momento imaginó como sería tener a Inuyasha viviendo en sus terrenos, como sería despertar y ver su espalda desnuda, el tenerlo en sus brazos cada mañana. Incluso mientras se ocultaba, el general imaginó como sería ser despedido con un abrazo cuando marchara a las filas, además de regresar y tener a alguien esperándolo con anhelo. Había muchos escenarios, pero solo había negado porque se estaba dejando llevar y nada de eso era propio de él.

Una vez fuera de los terrenos de Fujimori, el General pudo andar sin ser cauteloso. Al amanecer había llegado al lugar en donde esperaría a Inuyasha, aunque al ver al dependiente, le había dado la orden de atender a Inuyasha. Le dio una explicación sobre su aspecto y la clara orden de dejarlo pasar sin molestarlo, después de darle un jugoso pago, entró no sin antes pedir que le enviara a un hombre que haría de mensajero.

Si quería que Inuyasha estuviera a salvo, el General debía ser más listo que Fujimori y hacerle caso a sus instintos que nunca le fallaban. La forma en la que Fujimori se portaba con Inuyasha le inquietaba y estaba seguro que no solo eran rastros de su notoria posesividad excesiva. Sabía que algo estaba tramando, no era tan ingenuo como Inuyasha y sabía sobre la ambición que cernía sobre esa estirpe.

Continuará...

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).