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Pomance estival por Marbius

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4.- Besos.

 

La lluvia no amainó conforme la noche transcurrió, así que Sirius dispuso para sus invitados una habitación con cama doble en donde Remus acostó a Teddy, porque como le recordó al niño cuando éste quiso negarse a dormir, ya era demasiado tarde y mañana tenía que asistir a la escuela.

Sirius les dio privacidad para manejar ese asunto entre ellos dos, y esperó a Remus en las escaleras, pues lo último que deseaba era hacerlo bajar a oscuras y propiciar un accidente.

Después de diez minutos en que Sirius revisó su móvil en búsqueda de señal y tras escribirle varios mensajes a Regulus que no aparecían siquiera como enviados porque la recepción era terrible por culpa del agua y del viento, Remus salió de la habitación dejando entrecerrada la puerta.

—Teddy no estaba nada contento de tener que dormirse a la hora de siempre a pesar de las circunstancias especiales de hoy —dijo Remus con una sonrisa cansada—, pero le recordé que tiene su examen de fracciones a primera hora de la mañana y de pronto decidió que tenía que descansar como era debido para sacar la mejor calificación de su clase. Gracias por cierto —agregó al quedar a un lado de Sirius—, a mí también se me dan fatal las fracciones. Las matemáticas nunca fueron lo mío.

—¿Pero la literatura sí?

—Oh, siempre hay tiempo para la compañía de un buen libro.

—Entonces podría interesarte la biblioteca del tío Alphard. Tendrías que venir a verla de día, o... —Sirius carraspeó—. Lo siento.

—No te preocupes —dijo Remus, que no había tomado ofensa—. Es una manera de decirlo. No lo tomaré a ofensa.

—Ya. En ese caso podrías venir alguna noche y ver los volúmenes con los que cuenta. Todavía no estoy seguro si los leyó todos, pero la colección es impresionante. Hay algunas primeras ediciones de coleccionista, y otras tantas más que necesitaran ser tasadas para calcular su valor real.

—¿Tienes planes de venderla?

Sirius se encogió de hombros. —Ni idea todavía. Reg, mi hermano, me envió aquí bajo la excusa de tomarme unas vacaciones, lidiar con el duelo y descansar, pero sospecho que también para adelantar el trabajo de desalojo de la casa. Nuestra intención es mantener las disposiciones que el tío Alphard estipuló en su testamento, así que mucho seguirá igual, pero la casa no parece que sea el caso... Todo lo que está aquí adentro tiene un valor, hay demasiadas antigüedades en las habitaciones, y necesitamos tomar una decisión al respecto antes del fin del verano.

—¿Es entonces cuando vuelves a Londres?

—Es el plan —dijo Sirius, sin revelar que para él la perspectiva de volver a su ciudad le producía malestar ahora que en tan corto tiempo el Valle de Godric se había vuelto con facilidad un segundo hogar—. Da igual, falta bastante para entonces, y tengo mejores cosas de las que preocuparme justo ahora.

—Cierto —asintió Remus, y fue el último gesto que Sirius vio en su rostro antes que la pantalla de su móvil se apagara y los sumiera en la más oscura de las penumbras.

—Mierda...

—¿Qué, asustado por la oscuridad?

—No. ¿Y tú?

—¿Con mi condición? Ni de broma, estoy acostumbrado a las sombras, pero bajar a oscuras unas escaleras tan empinadas como éstas puede ser peligroso. Alphard debe haber tenido velas en algún lado. Estas tormentas de finales de primavera son siempre catastróficas, y cualquiera que se precie de pertenecer al Valle de Godric tiene una dotación suficiente como para montar su propio museo de cera en su despensa.

Sirius exhaló con pesadez. —¿Honestamente? Ni idea. No he estado cumpliendo con mi labor de limpieza como es debido.

—No importa —le tranquilizó Remus, que tanteando en la oscuridad, le sujetó por el brazo e hizo una proposición—. ¿Bajamos?

—Ok.

Con Remus sujetando la barandilla de la escalera, Sirius se dejó guiar por éste, descendiendo los peldaños de la alta escalera uno por uno, hasta que en un tiempo ridículamente largo por fin llegaron a la planta baja.

—Eso fue toda una aventura —dijo Sirius, y Remus coincidió con él, soltando su brazo.

Tras revisar que en su móvil sólo tenía un porcentaje ridículo de batería porque era su costumbre poner a cargarlo antes de irse a dormir, Sirius utilizó su luz para rebuscar en un par de cajones de la cocina en búsqueda de una vela, cerillas, o cualquier objeto que produjera luz. Remus fue el más afortunado al encontrar unas velas gruesas y bajas en un candelabro del comedor, que con toda seguridad habían sido compradas con intenciones decorativas y jamás de uso, pero medidas desesperadas requerían acciones igualmente atrevidas.

La llama provino de una caja de cerillas que tenían toda pinta de estar ahí desde antes de la coronación de la reina, y cuando por fin se hizo la luz en forma de tres velas, Sirius y Remus suspiraron de alivio.

—Al menos podremos vernos los rostros —dijo Sirius, y las cejas de Remus se curvaron.

—Pensé que te retirarías a la cama. Es tarde después de todo...

—¿Y dejarte sin compañía? Nah —dijo Sirius, que por un instante experimentó paranoia por si Remus creía que no le tenía confianza suficiente para dejarlo en su propiedad a solas, así que agregó—: Es más entretenido estar contigo que en cama.

«Aunque no me importaría probar estar contigo y en cama a la vez», pensó Sirius, y en las esquinas de sus labios apareció una sombra de sonrisa que Remus apreció incluso bajo la escasa iluminación.

—Es una lástima que no tenemos té —dijo Remus—, ayudaría a entrar en calor.

—Té no, pero el tío Alphard tenía el bar surtido.

—Oh, no debería —dijo Remus, mordiéndose el labio inferior—. Teddy está durmiendo en el piso de arriba, y no debería emborracharme, aunque...

—¿Un par de dedos de whisky? El refrigerador tendrá hielo por un par de horas más.

—En ese caso...

Y así lo zanjaron.

 

Con un límite de tres dedos de whisky en sus vasos con hielo, Sirius y Remus se sentaron en el sofá de tres plazas a dejar pasar el tiempo hasta que la tormenta terminara, la electricidad volviera, o el cansancio acabara con ellos. Lo que ocurriera primero.

Remus había cambiado sus ropas empapadas por prendas que Sirius había sido amable de prestarle, y en esos momentos vestía un cómodo par de pantalones de pijama con una camiseta suavizada por el uso y con el logotipo de una banda que Sirius había escuchado en su juventud y que le acarreó las pullas de Remus.

—Así que... ¿X Japan? Supongo que con un nombre así deben ser por lo menos japoneses —aventuró Remus sus suposiciones, recostado en el sofá, medio cuerpo en el primer cojín y las piernas recogidas para no ocupar más de la mitad del segundo.

También en sus pijamas porque la situación lo ameritaba, Sirius imitaba a Remus en su postura y hacía lo posible por no extender un pie y rozarlo ni de manera accidental.

—Adoraba el metal cuando estaba en el colegio, y durante un tiempo quise ser un punk respetable con piercings, tatuajes, muerte a la autoridad y todo eso, pero esos sueños ya se terminaron. Ahora sólo me quedan mis viejas camisetas y algunos discos.

—¿Conservas discos?

—Una colección que podría competir con la del tío Alphard con sus libros, pero toda está en Londres. Aquí sólo tengo mi reproductor —dijo Sirius con un dejo de nostalgia—, pero no es lo mismo.

—Ah, ya veo —musitó Remus—. Es una pena.

—Oh, pero no me prestes atención. Paga con creces el tiempo que estoy aquí —dijo Sirius, cambiando su expresión decaída por otra—. Reg tenía razón, me iba a sentar bien venir aquí.

—¿Y lo ha hecho?

—Bastante. Casi hace que no desee marcharme jamás.

Remus se mordió la esquina del labio inferior. —¿Y eso sería... imposible?

—Técnicamente, no. Reg se encarga de maravilla por su cuenta de la empresa, y mi trabajo lo puedo hacer en remoto. De hecho conecto mi portátil un par de horas al día y es como celebrar las reuniones virtualmente. Lo hicimos antes cuando estuve un par de meses en New York cerrando un par de contratos, y funciona también aquí.

—La comparación de New York con el Valle de Godric es demasiado —rió Remus entre dientes antes de liberar una carcajada—. Lo siento, es que... —Y volvió a reírse—. En fin, ¿no pasa nada si te desvelas conmigo?

—Reg sabrá entender. Le envié un par de mensajes contándole la situación, pero tendré que esperar a tener señal para que los reciba.

«Eso sin mencionar que le importará más enterarse que Remus se ha quedado a pasar la noche que el que no me presente a nuestra junta de las diez», pensó Sirius, pero se lo guardó para sí porque incluso si tenía la sospecha de que entre él y Remus la atracción era mutua, todavía no se sentía con confianza suficiente para cerciorarse.

—Debe ser genial tener un hermano como él.

—Ahora más que antes —admitió Sirius—. Tuvimos nuestros altos y bajos al crecer, nuestros padres querían para nosotros una eterna rivalidad porque no tener escrúpulos dentro de la misma familia era una especie de iniciación, pero por fortuna lo discutimos entre los dos y acordamos no ser sus marionetas y rebelarnos a su educación.

—Suena...

—Terrible, lo sé. Por algo el tío Alphard se marchó joven a buscar su propia vida, y... La encontró aquí. Puedo entender por qué decidió que el Valle de Godric era su hogar, ¿sabes? Verdaderamente no hay otro sitio como éste.

—¿Y lo es para ti ahora?

—Algo así. Londres sigue siendo mi base, siempre lo será, estoy demasiado acostumbrado a su ruido y suciedad de la ciudad, pero esto también es agradable. Es... —Y se paralizó cuando al mover un poco el pie, su meñique rozó a Remus—. Lo siento.

—No pasa nada —murmuró Remus—, pero tienes los pies helados.

—Y tú calientes. Tal vez debería ir por calcetines.

—Oh, vamos —dijo Remus, que extendió un poco más la manta con la que se cubría las piernas hasta que cubrió sus pies—. Pégate un poco más y estaremos bien los dos. Puedo compartir mi calor contigo.

Sirius así lo hizo, y una agradable sensación de calor le nació en la base del estómago, muy diferente del contacto que Remus le proporcionaba. Y porque la noche se iba tornando cada vez más fría con la lluvia, acabaron por extender del todo sus piernas y compartir el espacio en el sofá lo mejor que podían.

—Esto es íntimo —dijo Remus al aire y de la nada, sólo señalando lo obvio—, y me gusta.

—A mí también me gusta.

—¿En serio?

Sirius le miró con una ceja arqueada, pues las bromas con su nombre estaban más que gastadas, pero quizá Remus merecía una probada.

—Con un nombre como el mío, ¿cómo no serlo?

Remus sonrió. —Apuesto a que volvías locos a tus amigos con esa chiste.

—Ah, locos sí, aunque no me atrevería a llamarlos amigos... Mis años en el colegio no fueron muy buenos en materia de amistades, y la universidad no fue mejor.

—Oh, Sirius... —Musitó Remus—. Si te sirve de algo, a mí me pasó igual.

—Antes mencionaste que nunca asististe a la escuela, ¿correcto?

—Correcto —confirmó Remus, arrebujándose más bajo la manta—. Era imposible. Mi condición me lo impedía, pero el profesor Dumbledore tuvo siempre consideraciones especiales conmigo. Me permitió estudiar por mi cuenta y presentar los exámenes a final de cada año. Además, se encargó de que mi ceremonia de graduación fuera después del anochecer, y estar en ese auditorio con quienes habrían sido mis compañeros de curso si las cosas hubieran sido diferentes... No tiene precio.

—¿Fue ahí donde conociste a los Potter?

—A James lo conozco desde siempre. La casa donde viven ahora solía ser de sus padres. Lily llegó a vivir al Valle de Godric desde el sur, pero se aclimató con facilidad. Tanto que decidió quedarse incluso después de que su familia se marchó. Sus padres murieron años después, pero tiene una hermana y un sobrino al que ven un par de veces al año. Son gente... Mmm, no me atrevería a decir que agradables de conocer, pero Lily los quiere, y James y Harry lo aceptan.

—¿Entonces siempre fueron amigos los tres? —Preguntó Sirius, que encontraba toda esa historia de lo más entretenida para pasar el rato.

—Sí y no —sonrió Remus—. Yo era amigo de James y amigo de Lily, pero la relación entre ellos dos era imposible cuando todavía éramos unos críos. James estaba enamorado de Lily, y Lily apenas lo toleraba. Por aquel entonces ella era amiga de Severus y... —La expresión divertida de Remus de pronto perdió su chispa—. Bueno, las cosas no acabaron bien para los involucrados.

—No tienes que contarme si no te sientes cómodo con ello —dijo Sirius, pero Remus resopló y sacudió la cabeza.

—Es historia pasada. No debería afectarme más. Mira... Severus era el vecino de Lily. Fue su mejor amigo, y al ser enemigo jurado de James había una cierta rivalidad entre ambos. Severus también estaba enamorado de Lily, pero la relación entre ellos se torció cuando se declaró y ella lo rechazó. Creo que Severus albergaba la esperanza de no tener a Lily pero no permitir que nadie más la tuviera, y ella puso fin a su amistad. Lily solía pasar por casa a dejar mis tareas, y a veces James se aparecía de visita porque su casa estaba cerca. Eso fue como en quinto año, y comenzaron a salir a comienzos de séptimo.

—Da la impresión de que siguen tan enamorados como entonces —comentó Sirius, que encontraba las interacciones entre los Potter de lo más románticas a pesar de que todos ellos ya estaban en la treintena de sus vidas.

—Lo están, y lo estaban. El año antes de que se marcharan para estudiar la universidad fue el mejor y el peor para todos nosotros. Sabían que no podía ir con ellos a la universidad por mi enfermedad, así que el verano previo me acompañaron cada noche sin dormir para estar juntos el mayor tiempo posible. Por desgracia...

El resto del relato perdió la inocencia de la juventud cuando Remus le habló a Sirius de una madrugada en particular en la que los tres amigos se habían quedado hasta tarde en casa de Remus. Con el amanecer, llegó la hora de despedirse. Remus se despidió de ellos en la puerta; James salió con rumbo a su casa y Lily hizo lo mismo en dirección opuesta a la suya, pero antes de recorrer cien metros le salió al paso Severus, que con una navaja amagó atacarla. Lily gritó y James emprendió la carrera de vuelta, pero Remus también escuchó el ruido, e hizo lo propio.

—Entre los dos conseguimos doblegarlo, pero el sol ya había salido y... —Remus se llevó la mano al rostro—. Sufrí quemaduras de segundo grado. Por meses mi piel estuvo llena de pecas oscuras y paño, y necesité de tres cirugías para eliminar melanomas.

—¿Y qué pasó con Severus?

—Ya era mayor de edad y fue juzgado como tal. Dieciocho meses de cárcel y una orden de alejamiento. Lily le escribió mientras estuvo en prisión e hicieron las paces. Su corazón es más grande de lo que James o yo podemos comprender... Lo último que supimos de él es que se marchó de Inglaterra. Ahora vive en Estados Unidos, se dedica a la investigación en el área de química, y él y Lily intercambian tarjetas de Navidad.

—Joder...

—Seh —asintió Remus—, pero ahora está tomando medicamentos. Hasta cierto punto no era él, pero... Cuesta perdonar y olvidar —murmuró Remus, tocándose con insistencia una cicatriz que tenía en el rostro—. Diox, perdona. He arruinado la noche con esta conversación tan oscura.

—En lo absoluto —dijo Sirius, que presa de la intimidad del momento, deseó como nunca abrazar fuerte a Remus y no dejarlo ir.

En su lugar tuvo que conformarse con esbozar una sonrisa triste.

Remus pareció entenderlo, y le correspondió con una igual. —Está bien, Sirius. Ya es parte del pasado.

Sirius asintió, pero muy dentro de sí sabía que le costaría mucho dejarlo ir.

 

La noche dio progreso a la madrugada, y el whisky al té, pero la lluvia continuó constante, de vez en cuando sobresaltándolos cuando un rayo particularmente luminoso surcaba el cielo e iluminaba la habitación. Los truenos también eran horripilantes al hacer vibrar las ventanas, y por la rapidez en la que se sucedían era de suponer que caían cerca y a la mañana encontrarían destrozos por doquier.

—Es lo habitual por aquí —explicó Remus—. Cada tantos años el clima se torna violento, es una pena que te haya tocado presenciarlo justo este verano en que te quedas por más de una semana.

—¿Estabas al tanto de mí en mis visitas de años pasados?

—Sí —respondió Remus sin ambages—. Alphard se lo contaba a todos con meses de anticipación, y seguido te veía a ti o a tu hermano leyendo en el porche.

—¿Así que nos espiabas? —Bromeó Sirius con él, y Remus bajó el mentón.

—No exactamente, pero al menos actuaba con discreción. Nunca supieron que de tanto en tanto los observaba.

—No, la verdad es que no...

Porque el sofá se volvió incómodo, cerca de las cuatro Sirius y Remus salieron al porche a fumar un cigarrillo, y observaron silentes los desastres que el viento había hecho en la propiedad.

Con cada rayo que caía, podían contemplar sin problemas árboles caídos, el camino sembrado con ramas, hojarasca y lodo que entorpecería los siguientes días por vivir. Además había una señal de tráfico en el suelo, y tejas de los techos por doquier.

—Esto es terrible —musitó Sirius, pero Remus tuvo una aproximación menos visceral.

—Pero pasará...

Fue entonces cuando un rayo cayó apenas a una docena de metros en un enorme árbol que estaba al otro lado de la calle. La punta se incendió y el trueno fue instantáneo, un ruido ensordecedor que los hizo sobrecogerse con miedo, y en el caso de Sirius, perder su cigarrillo cuando el viento se lo arrebató.

—¡Carajo! —Exclamó Sirius, y a su lado Remus exhaló entrecortado.

Luego se giraron para verse, pues ninguno creía la imagen que recién habían visto, y al hacerlo sus ojos de pupilas dilatadas se encontraron. La distancia no era mínima, ni antes habían estado rebosando tensión sexual, pero igual que el rayo de antes la atracción pasó de cero a cien en una fracción de segundo y la tentación de besarse fue imposible de sofocar.

—Rem-... —Articuló Sirius antes de tener su boca pegada a la de Remus, y éste no hesitó en abrir sus labios y permitirle la entrada.

El beso estuvo acompañado del clima violento de una noche tormentosa, pero fue tierno y con caricias tentativas por encima de la ropa. Remus procedió con cautela al rodearle con las manos por la nuca, y Sirius hizo lo propio al entrelazar sus dedos por la parte baja de su espalda, los dos aumentando la intensidad de su beso hasta que no les quedó de otra más que separarse para recobrar el aliento e intercambiar palabras de arrepentimiento o...

—Eso fue...

—Oh, Sirius...

Remus apoyó su frente en el hombro de Sirius, y éste lo abrazó con más fuerza.

—No debería...

—No fuiste el único...

—Pero Teddy...

—Es un asunto entre tú y yo —insistió Sirius—, al menos por ahora.

—¿Y después? —Le retó Remus buscando sus ojos.

—Eso lo decidiremos después.

 

Al final, la tormenta se aplacó con los primeros albores de la madrugada, y porque Remus no podía quedarse ya que requería de cortinas especiales que impidieran la entrada de la luz y la única habitación en la casa de Sirius que cumplía con esas regulaciones era el sótano por falta de ventana, se marchó cuando todavía llovía un poco y haciéndole prometer a Sirius que esa mañana él cuidaría de Teddy.

En sí, el plan no tenía nada de complicado. El colegio estaba cerca, así que Teddy podía levantarse a la hora de siempre y después si todavía llovía, Sirius lo encaminaría a su casa. Con Remus había acordado encargarse de su desayuno, así Teddy sólo tendría que acudir a casa por el aseo y una muda de ropa, y así no faltar o llegar tarde a la escuela.

Después Sirius pensaba retirarse a la cama y dormir, o al menos pasarse las siguientes horas rememorando el sabor de los labios de Remus y el tacto de su piel bajo sus dedos, pero de momento... Teddy. Y la escuela.

—Teddy, hey... —Entró Sirius a la habitación de invitados donde el niño dormía, y con suavidad le apartó un rizo de la frente—. Buenos días, dormilón. Es hora de levantarse.

Teddy arrugó la nariz en un mohín, pero abrió un ojo. —¿Ya es de día?

—Algo así. Sabes bien que en esta parte del mundo el sol nunca está del todo libre de nubes.

—Cierto... ¿Y volvió la electricidad?

—Hace apenas veinte minutos.

—¿Y papá?

—En casa. Ya amaneció y-...

—No podía quedarse —interrumpió Teddy—. En fin...

—Debes levantarte. Hoy todavía tienes que ir al colegio, y se te va a hacer tarde si no empiezas ya.

Teddy se mostró reticente, pero Sirius lo convenció con lo mejor de su arsenal.

—Tengo pancakes.

—¿Con miel?

—Y mermelada.

—Vaaale...

Y aunque remolón, Teddy hizo a un lado los mantas y se preparó a un nuevo día.

 

Sirius no tuvo noticias de Remus por el resto del día, aunque para ser honesto, poco tiempo le quedó para ello. Luego de despachar a Teddy de vuelta a su casa y cerciorarse que tomaba el autobús con Harry, se había echado en el sofá, y hecho un ovillo dormido al menos hasta mediodía. Después el dolor de cuello le había hecho despertarse, y porque tampoco quería desperdiciar todo su día durmiendo, Sirius se había preparado una taza de café y salido al jardín para inspeccionar los daños de la tormenta.

La imagen ante él resultó ser peor y mejor de lo que imaginaba a la vez.

Ningún árbol había sido arrancado de cuajo, pero había ramas rotas desperdigadas por doquier, y los arbustos tenían el poco fruto restante en el piso y arruinado. Una prematura hojarasca de color verde decoraba los suelos, y el fango abundaba por doquier, resultando pegajoso y haciéndole tropezar cada vez que sus zapatos se hundían en el lodo y tenía que luchar para dar paso sin perderlos.

El árbol frente a su casa que había recibido el rayo estaba intacto salvo por la punta incendiada, aunque al acercarse descubrió Sirius que el tronco se había partido, y que con toda certeza tendría que ser demolido para evitar futuras complicaciones.

En eso estaba examinando los pros y contras de llamar a los hermanos Prewett y preguntarles si ellos conocían a alguien que se encargara de la jardinería (no entendía si su trabajo se limitaba a la pizca y cuidado de árboles frutales o a los de todo tipo) cuando en la distancia apareció otra sombrilla que con todas luces se dirigía hacia él.

—Hola, Sirius —le saludó James Potter una vez que estuvo a una distancia corta, y Sirius sonrió.

—¿Qué tal, James? ¿Cómo has pasado la noche sin electricidad?

James suspiró. —Tolerable. La tormenta empezó tan de repente... Menos mal que no ha ocasionado ningún problema salvo por un cristal roto en la segunda planta. Más tarde tendré que llamar a alguien para que lo cambien.

Intercambiando impresiones de la tormenta y enumerando desperfectos, Sirius se confió de que esa fuera la razón primordial por la que James estuviera ahí con él, pero éste reveló sus intenciones cuando de pronto se subió las gafas por la nariz y se demoró unos segundos antes de preguntar.

—Vi a Teddy salir temprano de tu casa... ¿Se quedó a pasar la noche?

—Sí, Remus también —dijo Sirius, que optó por la política de absoluta sinceridad para ahorrarse malentendidos; mejor no empezar con mentiras cuando no había razón para ello—. Teddy vino temprano para ayudarle con su tarea, hoy tiene examen de fracciones, y la lluvia lo atrapó. Remus después se nos unió, pero con la tormenta era imposible que volvieran a casa, así que se quedaron a pasar la noche después de que se fue la electricidad.

—Ya veo...

Sirius primero frunció el ceño porque el tono de aquel ‘ya veo’ no le agradó del todo, pero duró apenas unos instantes cuando apreció que James sonreía para sí con satisfacción. Como si estuviera al tanto del flirteo que había ocurrido entre él y Remus desde su llegada, y aquella noticia le hubiera complacido.

¿Acaso podía ser que...? No. ¿O sí? Y a Sirius la cabeza le empezó a doler, mitad desvelo y mitad mortificación de que sus asuntos personales estuvieran expuestos con tanta facilidad.

Para bien que James no indagó más en el tema, y a cambio le ofreció a Sirius pasar en la tarde a ayudarle a estimar los estropicios de la tormenta en el jardín y a ponerle orden.

—¿Seguro? Parece que será trabajo para rato.

—No importa —insistió éste—. Harry vendrá a echar una mano, y seguro que Teddy se nos suma. Es bueno que los críos aprendan a ser buenos vecinos. Y... A Remus le parecerá bien —agregó por último, y no hubo manera de no malinterpretar la sonrisa maliciosa que James tenía en labios al decir aquello y hacerle saber a Sirius que algo sabía.

Algo, que indefinido, le hizo sentirse nervioso.

 

—No ha sido nada, Reg, en serio —dijo Sirius al teléfono cuando más tarde su hermano se comunicó con él para preguntarle si se encontraba bien.

Al parecer la tormenta de la noche anterior había aparecido en las noticias de aquel día como un desastre que confirmaba las peores expectativas del calentamiento global en aquella región y que había dado pie a un acalorado debate, pero a Regulus lo único que le interesaba era cerciorarse que Sirius estaba en buenas condiciones y que no habría sufrido ningún percance.

—El peor daño lo ha recibido el jardín. La casa está intacta, aunque no puedo decir lo mismo de mis vecinos...

Aparte de la ventana rota de los Potter, la casa de Remus también había sufrido desperfectos. En su mayoría tejas arrancadas de cuajo y también cristales rotos. Como casero, era responsabilidad de Sirius en arreglar eso, pero primero necesitaba hablar con Remus para decidir cuándo podían presentarse los de mantenimiento para dar ese servicio que sólo podía ser diurno.

—Y yo que pensé que enviarte al Valle de Godric serían las mejores vacaciones de tu vida.

—Lo ha sido, Reg. Lo siguen siendo —insistió Sirius—. Esto es sólo un contratiempo, y nada mayor ha ocurrido, así que relájate.

—Mmm, vale. Te creeré. ¿Y qué tal va todo con tu vecino Rómulo? —Le chanceó Regulus, a quien Sirius le contaba todo a detalle, y al instante cubrió éste la bocina con la mano, porque tenía la llamada en altavoz y estaba sentado en el porche trasero.

—¡Shhh! Caray, Reg —amonestó Sirius a su hermano—. No anuncies mis asuntos así como así.

—Ese es problema tuyo por insistir en el altavoz con el pretexto que el móvil lastima tus orejas. Ahora bien —volvió al asunto que le interesaba—, ¿qué tal todo con ese atractivo vecino viudo que tienes?

—Oh, lo haces sonar fatal. Y casi sucio.

—¿Qué, como personaje de una novela de romance? Si fueras una mujer, puedes apostar a que sería el comienzo de una novela rosa. La nueva dueña, heredera de la fortuna de su tío y mudándose al campo, donde el vecino viudo pero sensible la corteja.

—Ew.

—Habría estado mejor ambientarla en la Era Victoriana, pero ya qué, tenemos que trabajar con lo que hay a mano. Los tiempos cambian, y por suerte para ti incluso un sitio tan pequeño como el Valle de Godric tiene su propia dotación de gays, lesbianas y todo lo que se adscriba a ello.

—¿Sabes que te detesto un poco cuando hablas así, verdad?

La línea crepitó con un bufido de Regulus. —Ok. Pero que conste que tu sentido del humor ha empeorado en estas últimas semanas.

Porque a Sirius no le apetecía discutir con su hermano cuando los ojos apenas se le podían mantener despiertos, acabó por darle fin a la llamada y tratar más tarde cualquier asunto que quedara pendiente.

Sirius en verdad había dicho aquello con intenciones de hacerlo, pero la tumbona en la que se encontraba se encargó del resto. Un segundo estaba mirando el jardín destrozado, y al siguiente dormido...

 

—Deberíamos dejarlo descansar.

—Aquí se va a resfriar.

—¿Y si lo cubrimos con una manta?

—Pero...

Sirius abrió un ojo, y a pesar de su estado todavía adormilado, reconoció a los dueños de esas voces como Teddy y Harry.

—Mira, ya está despertando.

—Lo despertaste tú con el ruido que hacías.

—Hey... —Habló Sirius, la voz gruesa por el sueño—. ¿Qué horas son?

—Pasan de las cuatro —dijo Harry—, recién volvimos del colegio, pero Teddy quiso pasar a ver cómo estabas.

—Papá me pidió que lo hiciera —se explicó el niño—. Pensé en revisar si la puerta de atrás estaba abierta, pero te encontramos aquí.

Sirius se desperezó en la tumbona, y descubrió que esa siesta había aliviado cualquier señal de su desvelo, desde el picor de los ojos hasta el leve dolor de cabeza.

—Gracias, qué amable —dijo cuando por fin pudo sentarse como era debido—. ¿Quieren pasar y comer algo? Creo que todavía tengo muffins.

Teddy accedió de buena gana, pero Harry se mostró indeciso. —Mamá se enojará si llego a casa y no tengo hambre.

—En ese caso puedes llevártelo y comerlo más tarde —sugirió Sirius, así que los niños entraron con él a la cocina.

Harry se llevó su muffin de lo más agradecido, y atrás quedaron Sirius y Teddy comiéndose el suyo con dos tazas de té para acompañarlo.

—¿Has pasado por tu casa después de la mañana? —Preguntó Sirius, y Teddy asintió con solemnidad.

—Hay cosas rotas. Papá me pidió que no me acercara, que él ya se encargaría de limpiar todo cuando se despertara. También creo que el televisor se ha arruinado porque ya no enciende, pero papá dijo que no me preocupara, que ya era viejo y mejor compraría otro en cuanto tuviera oportunidad.

—Necesitaré hablar más tarde con él para contratar a alguien que se encargue de las reparaciones —dijo Sirius—. De las suyas y de las mías.

Teddy suspiró de alivio con esas noticias, y después miró a Sirius con interés mientras comía despacio su muffin y se prepara para hacer una petición.

—Sirius... ¿Crees que podría pasar la tarde aquí? Prometo no hacer ruido. Es sólo que... Harry está en la liga de rugby y el tío James los entrena. La tía Lily dijo que podía quedarme con ella, pero hoy tiene su reunión con el club de tejidos y me aburro.

—Sabes que sí. Quédate —accedió Sirius—. ¿Ya hiciste tus tareas?

—Sí, y-... ¡Oh, es cierto! —Se emocionó Teddy de pronto, y poniéndose en pie, sacó de su bolsillo trasero una hoja que entregó a Sirius—. Es mi examen de fracciones.

Sirius desdobló la hoja, y una sonrisa enorme apareció en su rostro cuando descubrió la marca en la esquina superior derecha. Un sólido 98 que habría de haber sido 100 de no ser porque en una de las operaciones Teddy no sacó el mínimo común denominador antes de entregar el ejercicio. Técnicamente una respuesta correcta, aunque parcial.

—Muchas felicidades, Teddy —expresó Sirius su orgullo, y Teddy se lanzó a sus brazos y lo abrazó.

—Gracias —dijo el niño con la voz sobrecogida de agradecimiento—. Ahora papá estará muy contento y es todo gracias a ti.

—No, a ti —le dijo Sirius, acariciándole un poco la cabeza antes de dejarlo ir—. Eres tú quien ha sacado esa calificación, yo sólo te enseñé a resolver esos problemas, pero el resto es obra tuya.

Teddy sonrió y asintió.

—Y eso amerita un premio, ¿no crees? Justo iba a bajar al supermercado y comprar aperitivos para los Prewett. ¿Quieres acompañarme?

—¡Claro!

Tras cerrar la casa (aunque sin llave), Sirius y Teddy hicieron un viaje de ida y vuelta al supermercado más surtido del Valle de Godric para comprar lo necesario para dos docenas de sándwiches, papas fritas para acompañarlos, refrescos y una variedad más de botanas que hicieron su viaje de regreso un tanto más lento por el peso, pero ni Teddy se quejó de cargar bolsas ni Sirius consideró que el ejercicio estuviera de más.

De vuelta en casa, los Prewett ya estaban ahí con sus sobrinos los Weasley poniendo orden en el jardín y evaluando las reparaciones que la casa podría necesitar.

—Necesito también que le echen un vistazo a la casa de Remus Lupin —pidió Sirius.

En Londres, el proceso como casero habría implicado una notificación escrita para Remus acerca de las reparaciones que estaban por hacerse, concertar una cita y hacer que los horarios de todos los involucrados coincidieran, pero ya que los Prewett habían conocido a Remus a pesar de la diferencia de edad (ellos eran un par de años mayores) y fue Teddy quien les permitió la entrada a su hogar, pudieron terminar una buena porción del trabajo el mismo día.

Además de las ventanas de su casa y las de Remus, los Prewett también trabajaron con las de los Potter, y salvo por las tejas en el techo de los Lupin, el trabajo quedó terminado justo a tiempo para la cena.

A Sirius no le importó pagar horas extras por tener el trabajo terminado el mismo día, y ya que los chicos Weasley habían ayudado limpiando su jardín, también se mostró generoso con ellos por medio de una propina y los bocadillos que Teddy le ayudó a preparar en su cocina.

La tarde de trabajo llegó a un final satisfactorio para todos con los últimos rayos de sol, y ya que habían sobrado sándwiches y refrescos, y Remus todavía tardaría un rato más en aparecer, Sirius invitó a Teddy a hacerle compañía en su porche trasero y a merendar tarde.

La compañía extra vino en forma de Snuffles, a quien Teddy dejó salir y se dedicó a husmear por el jardín de Sirius, muy para gusto de éste, a quien el perro encontró confiable y se acercó por mimos.

—Es buena señal —dictaminó Teddy cuando Snuffles se posicionó al lado de la tumbona de Sirius para pedirle mimos detrás de las orejas—. Snuffles no es agresivo ni nada por el estilo, pero es fiel a papá, y sólo a él le obedece del todo. Ni siquiera a mí me hace caso cuando le ordeno bajarse de los sillones.

—¿Ha sido su mascota por muchos años?

—Unos cuantos. Después de que mamá murió... Papá necesitaba compañía y la abuela Andrómeda se lo regaló de cachorro.

—Oh, lo siento.

—No te preocupes —dijo Teddy con absoluta seriedad—, hace mucho de eso, y papá y yo ya lo hemos superado. Estamos bien.

Sirius supuso que aquellas eran palabras ensayadas para preservarse a sí mismo por la pérdida de un padre, en ese caso de la madre, pero no dijo nada. Incluso si era apenas un crío, Teddy merecía respeto por la manera en que manejaba sus emociones.

Listo estaba Sirius para cambiar de tema cuando Snuffles perdió su expresión bonachona y echó las orejas al frente, y por inercia miró éste en la misma dirección que el perro, hacia la casa de Remus donde su dueño todavía en pijama movía el brazo para llamar su atención.

—Papá ha despertado —dijo Teddy poniéndose en pie, y Snuffles se apresuró a acudir a su lado—. Tienes que venir —le dijo a Sirius—, para contarle lo de las reparaciones.

Sirius pensó en resistirse, dejar a Remus darse cuenta por sí mismo de los cambios en su casa, pero bastó la mano de Teddy ciñéndose a la suya para que se dejara ir.

Paso a paso cruzó la distancia entre ambas casas con Teddy y Snuffles como guardianes a cada lado, y al estar cerca de Remus apreció la sonrisa tímida en labios de éste y que no rehuía a sus ojos.

Que no lamentaba los besos, y eso por sí solo ya era lo mejor.

 

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Notas finales:

Y poco a poco se conocen, y se gustan~ Aquí el problema no es ese, sino que es un amor con fecha de caducidad para el final del verano. Como siempre, cualquier comentario es bien recibido, me gusta saber qué piensan~


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