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Pomance estival por Marbius

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5.- Acuerdo.

 

Los primeros tres días después del beso que Sirius y Remus compartieran en el porche de su casa estuvieron cargados con incertidumbre y nerviosismo. Especialmente para Sirius, quien de pronto no encontró oportunidad de estar a solas con Remus, con toda probabilidad porque éste mismo así lo dispuso, si es que la presencia constante de Teddy a su lado era un  dato del cual fiarse.

Con todo, fue Remus quien al anochecer del cuarto día tocó a su puerta y lo invitó a ir con él a un paseo.

—¿Teddy no vendrá? —Preguntó Sirius, y Remus denegó con la cabeza.

—Se ha quedado un rato con James y Lily.

Sirius sólo se calzó los zapatos y cogió una chaqueta ligera antes de salir con Remus a la desierta calle que conducía a esas únicas tres residencias, y sin molestarse mucho en cerrar la puerta con llave, se le unió para lo que prometía ser un paseo de lo más interesante.

—Te he traído con engaño —dijo Remus como frase de apertura, las manos metidas en los bolsillos y caminando despacio—. La verdad es que la tienda de víveres envía mi pedido en horario normal con el chico de los recados, pero esta semana Oliver se ha lastimado mientras jugaba rugby y no podrá ser. Así que tendrás que ayudarme a cargar las bolsas de regreso.

—No hay problema —dijo Sirius, pues esa era su rutina y la disfrutaba.

—Gracias —musitó Remus, que con Sirius a un lado pero separado por casi medio metro, continuó avanzando por el camino antes de volver a romper el silencio.

Sirius le dio la oportunidad de organizar sus pensamientos y ser el primero en abordar el tema que les tenía ahí, si acaso porque él mismo no sabía bien qué decir o cuáles acciones abordar. El beso que había compartido con Remus (y más bien debía de clasificarlos en plural, besos, porque habían sido varios y variando en su intensidad) había confirmado para él que el flirteo y la atracción que estaba seguro eran mutuas no se limitaban a un incidente de una vez, y quería más, pero tampoco sabía cómo pedirlo.

Suponía Sirius que a fin de cuentas la decisión final estaba en Remus, quien tenía a Teddy y mucho más en qué pensar que sólo en sí mismo. Sirius en cambio sólo se tenía a su propia persona y era libre, tanto para empezar nuevas relaciones sin medir consecuencias y terminarlas; un privilegio con el que Remus también contaba, pero del que debía ser cuidadoso por su paternidad con Teddy.

—¿Te dije alguna vez cómo descubrí que era bisexual? —Dijo Remus de pronto, alzando la vista no al camino, si no a la noche con parches nubosos y estrellados según se mirara.

—No.

—Fue en un grupo cristiano al que asistí después de que James y Lily se marcharan a estudiar fuera la universidad. Mamá consideró que debía al menos intentar hacer amigos, y ya que por entonces estaba estudiando la universidad en línea y eran pocas las personas de mi edad que no se habían alejado y buscado su propio camino, acepté la invitación que me hicieron para visitar su grupo.

—No te imaginaba para nada del tipo religioso.

—Es porque no lo soy. Mis padres no eran creyentes de ningún tipo ni estaban afiliados a ninguna religión, pero tampoco me prohibieron buscar amistades. Además, se hacían llamar Feather. Con un nombre así, daba la impresión de no ser un compromiso mayor. —Remus exhaló—. Nos reuníamos los jueves al anochecer, y era básicamente una excusa para leer unos pasajes de la Biblia, comentarlos entre nosotros de manera crítica pero respetuosa, y después convivir como adolescentes. Cuando yo me uní al grupo eran unos treinta en total, entre chicos y chicas de mi edad o menores, pero pudimos ser amigos a pesar de todo. En el caso de Gilderoy, más que eso.

—¿Con Gilderoy te refieres a... Lockhart?

Remus alzó las cejas y se volteó hacia Sirius. —¿Lo conoces?

—Vagamente. Alguna vez me habló el tío Alphard de él. Al parecer Lockhart tenía la mala costumbre de pasar a tomar té y exagerar sus aventuras mientras buscaba un patrocinador para la siguiente...

—Eso es quedarse corto... —Murmuró Remus—. Él siempre fue así, pero cuando todavía estábamos en la escuela era gracioso. Todos asumíamos que contaba esas mentiras para hacernos reír, y bueno... Tuve una especie de enamoriscamiento con él. Nada serio, él era menor que yo por dos años y no quería problemas, mucho menos dentro del grupo, pero resultó ser Gilderoy quien me buscara a mí. Fue uno de esos romances de verano, aunque resultó ser en invierno y terminó conmigo antes del día de San Valentín porque se enteró que planeaba regalarle una tarjeta y no un reloj de marca como él quería.

—Qué imbécil...

—Seh —confirmó Remus—, pero en su momento me rompió el corazón. Me hizo percatarme de ciertas cosas de mí que quizá habrían quedado ocultas de seguir con mi vida normal. Por un tiempo hasta creí que era gay, pero no, Dora desmintió eso.

—Dora es la madre de Teddy, ¿correcto?

—Correcto. Ella también estaba en Feather, y era incluso menor que Gilderoy. Hicimos migas porque ella me dijo que necesitaba ayuda en clases de literatura y esa es el área de estudios que mejor se me da. Pasaba por casa y misteriosamente ya tenía los ejercicios resueltos, pero se quedaba hasta tarde charlando de todo conmigo. Mis padres me advirtieron por la diferencia de edad y, erm, por el tipo de vida que yo llevaba... Todos en el Valle de Godric estaban al tanto de mi enfermedad y temían que los padres de Dora no estuvieran de acuerdo, pero...

—¿Y lo estuvieron? —Preguntó Sirius, pues en la actualidad daba la impresión de que los Tonks adoraban a su nieto por lo que Teddy hablaba de ellos y las ocasionales tardes en la que los visitaba al otro lado de la ciudad, pero a casi dos semanas de su arribo, todavía no había visto interactuar a Ted y Andrómeda con Remus.

—Al principio sí, luego no, y después... El Valle de Godric es un sitio pequeño, ¿sabes? La diferencia de edad no los escandalizó tanto como el enterarse después de boca de Gilderoy que... Bueno, eso.

Eso —confirmó Sirius, que ya había lidiado con su propia dosis de intolerancia en la vida y sabía bien a qué hacía referencia Remus—. ¿Qué pasó después?

—Que rompí con Dora y me rompí por voluntad propia el corazón. Dora se marchó también a estudiar fuera, y yo... Continué mi vida aquí. Tuve otras relaciones, pero nada serio. Para entonces mamá había enfermado. Cáncer. Y no vivió más de seis meses después de su diagnóstico.

—Lo siento mucho, Remus —murmuró Sirius, extendiendo su brazo para rozar el codo de Remus, y éste redujo un poco la distancia entre ellos.

—No te preocupes, hace tanto de eso... Después de que muriera mamá, se me complicó completar mis cursos en línea. Luego papá enfermó, y su enfermedad fue más larga y agónica. Luego Lily y James volvieron con títulos universitarios e intenciones de afincarse de vuelta en el Valle de Godric, y... Dora no tardó en hacerlo a su tiempo. Sus padres no se opusieron a nuestra relación entonces, pero se preocuparon cuando Dora salió embarazada. Ellos tenían miedo que Teddy heredara mi enfermedad, pero las probabilidades eran mínimas y decidimos tenerlo. No hay arrepentimiento en ese asunto. Juntos formamos una pequeña familia hasta que Dora también falleció.

—Nunca has mencionado cómo fue.

—Un accidente. Su trabajo la obligaba a viajar un par de veces al año, y... —A Remus la voz se le quebró, y Sirius no pudo más. Deteniendo a Remus, le echó el brazo encima y lo atrajo contra él.

—Oh, Remus...

—Está bien —articuló éste—. Es agua pasada. Es sólo que... A veces es difícil, a veces es más que eso... Y las personas han sido tan amables conmigo. Los Tonks jamás me culparon y siempre han velado por Teddy cuando a mí me es imposible. Los Potter también, y Alphard...

Sirius recordó el contrato de arrendamiento de la casita, que era a largo plazo y con pagos que para nada cubrían el valor real de la propiedad.

—Estoy muy agradecido por la vida que me ha tocado vivir y las personas que hay en ella —dijo Remus, recuperando el control de sus emociones y clavando su vista directo en Sirius—. Es por eso que me cuesta aceptar cambios. Algunos han sido terribles como Gilderoy, y otros increíbles como Dora, pero tú, Sirius... Todavía no sé cómo clasificarte.

—Si es por el beso de la otra noche...

—Claro que es por ese beso, Sirius —dijo Remus, que se humedeció los labios—. ¿Significó al menos algo para ti? Porque yo... Yo apenas podía creer mi suerte.

—¿Puedo ser sincero aquí? —Pidió Sirius, y Remus hizo un pequeño asentimiento—. Me gustas. Me sentí atraído por ti desde el primer día, pero...

—Teddy.

—Sí, Teddy —dijo Sirius, y la expresión de Remus se empañó—, pero no es como crees. Me encanta pasar tiempo con Teddy, pero tengo la impresión de que en caso de nosotros intentarlo...

—¿Sería un obstáculo?

—¿Qué? ¡No! —Refutó Sirius con vehemencia—. Pero no negarás que Teddy va primero, y que puede hacer esto —dijo Sirius, moviendo una mano en el espacio entre ellos dos— un poco más complicado.

Remus exhaló con pesadez. —Sólo para estar claros, ¿no me rechazas por ser un padre soltero con custodia completa, verdad?

—No, si acaso entiendo tus circunstancias especiales y... Si me das una oportunidad estoy dispuesto a seguir tus reglas.

—Oh, Sirius —musitó Remus, que se alejó un paso y después volvió a caminar.

Sirius le siguió de cerca. —¿Dije algo mal?

—No, no se trata de eso. Es sólo que... —Remus pateó una piedrecilla en el camino que rebotó un par de veces antes de perderse en la maleza—. ¿Cuánto tiempo permanecerás en el Valle de Godric? ¿Una semana? ¿Un mes? ¿Hasta el final del verano? ¿O...?

Sirius metió las manos en los bolsillos de su pantalón. —Oficialmente, hasta septiembre. Pero en realidad no lo sé... Nunca me había sentido en casa como hasta ahora, y de no ser porque extraño al bastardo de mi hermano, me atrevería a renunciar a todo y mudarme aquí con la misma rapidez que me tomaría chasquear los dedos. Sin hesitaciones.

—¿Puedes hacerlo?

—¿Qué, renunciar a todo? —Remus asintió—. Sí. Supongo que sí... Mi mitad de herencia, que en realidad es del 51% para asegurar que el hijo mayor tenga el poder absoluto de la empresa, me permitiría vivir el resto de mi vida y otras dos más de manera holgada. Y la herencia del tío Alphard tampoco es calderilla que uno olvida en los bolsillos.

—Mmm...

—Sé que no me estás pidiendo matrimonio ni tampoco que me mude aquí. Tampoco creo estar capacitado para tomar una decisión de ese calibre, Remus, pero... Estoy aquí ahora, y si ese beso es un indicador de buena fortuna, creo que podríamos al menos darnos una oportunidad.

—Mmm... —Repitió Remus, y Sirius no le presionó.

A cambio caminaron el largo tramo que conectaba aquella calle con el resto del Valle de Godric, y tras un trayecto de casi quince minutos en silencio donde los únicos ruidos eran los propios del exterior, sus pisadas en el pavimento y sus respiraciones agitadas, llegaron a la tienda de víveres.

Ahí conoció Sirius a la familia Patil, que tenían las compras para Remus y se disculparon nuevamente por las molestias que el accidente de su repartidor les había ocasionado.

—No es nada —dijo Remus—, y espero que Oliver se recupere.

Tras repartirse las compras en dos bultos similares, Sirius y Remus emprendieron el regreso a sus respectivos hogares, pero lo que estaba previsto a ser un trayecto cargado de silencios incómodos y mucha tensión se desvaneció en nada cuando Remus habló primero y reveló sus verdaderos sentimientos.

—También me gustas.

—¿Uh?

—Dije que también me gustas. Te vi llegar desde el primer día, y pensé que eras atractivo. No era la primera vez que lo pensaba, ya te había visto antes en visitas anteriores a ti y a tu hermano sentados en el porche, pero...

—¿Yo era el más hermoso de los dos? —Bromeó Sirius, y Remus se pegó a él para empujarlo con el hombro.

—De no haber sido por las manzanas que colgaste en la cerca no me habría atrevido a establecer contacto. No soy lo que se dice extrovertido, pero indirectamente me diste una razón para acercarme, y... No me arrepiento.

—En ese caso yo tampoco.

—Ya, mira... Tenías razón antes, con que Teddy va primero en mi vida. Es mi hijo, y mi deber es velar por él y anteponerlo a mis deseos.

—No me atrevería a interponerme en tu labor de padre.

—Pero tampoco quiero morir solo —bromeó Remus, aunque su voz reveló también un miedo subyacente—. Y no te hago responsable de mi potencial corazón roto por si acaso nos damos una oportunidad y después decides marcharte de vuelta a Londres. Sabré entenderlo, y ser civilizado si es que después vuelves para vacaciones y volvemos a reunirnos.

—¿Eso significa que...?

Remus resopló. —No sé. Nos besamos, pero no es como si me hubieras invitado a salir. Para empezar, sería imposible salir a tomar café. Con el verano tan cerca, la mayoría de las tiendas están cerradas antes del anochecer.

—¿Es que no hay siquiera un cine en el Valle de Godric?

—Erm... Sí y no. Los Lovegood lo administran, pero usualmente su cartelera consiste en viejas cintas de tipo B, clásicos de al menos cincuenta años atrás, y el ocasional estreno que llega con muchas semanas de retraso y ya todo mundo vio. Eso por no mencionar que abren en días y horarios extraños.

—No me importaría ir contigo si lo consideraras como una cita.

—Una cita —repitió Remus, y en su rostro apareció una sonrisa—. No he tenido una de esas en años.

—¿No?

—No. La última fue con un veraneante que pasó por el pueblo y se hospedó en una de las habitaciones libres de los Pettigrew.

—¿No funcionó?

—Ah, de hecho funcionó muy bien, pero tenía fecha de caducidad. Se marchó con el final del verano, así que debería hacerme a la idea...

—Remus...

—Da igual. Es como has dicho antes, no estoy pidiendo matrimonio. Sólo pasarlo bien con alguien mientras dure.

—¿Entonces...?

—¿Qué tal si después de dejar las compras paso por Teddy con los Potter para acostarlo a dormir y después vienes a casa? Te haré té y daré a probar de los nuevos bollos que he preparado con las moras que sobraron.

A Sirius la garganta se le secó de la emoción, pues raras eran las ocasiones en las que habían estado juntos y sin la compañía extra de Teddy, así que accedió encantado.

—Ok. ¿A las once está bien?

—Es perfecto.

Y a desconocimiento de ambos, realmente así lo sería.

Perfecto.

 

Sirius había hecho planes de ser un perfecto caballero cuando a eso de las once con quince se presentó frente a la puerta del hogar Lupin y golpeteó la madera despacio para no despertar a Teddy. Consigo llevaba unos bizcochos que había comprado días atrás en el supermercado, y que esperaba fueran adecuados para la tardía hora del té que planeaban celebrar. Sirius se había mostrado indeciso en traer además unas cuantas flores del seto que crecía al lado de su propiedad, pero ya que había atrapado a Snuffles ahí rociándolas con su potente chorro de orina, mejor desistió.

En su lugar se esforzó por esbozar su mejor sonrisa, y pidió a cualquier deidad que quisiera compadecerse de él, que su aliento fuera fresco y que Remus lo viera tan atractivo como Sirius lo veía a él.

—Has llegado —dijo Remus al abrir la puerta, corto de aliento y en calcetines, pues habiendo bajado desde la planta alta saltando escalones para acortar el tiempo de espera, y el esfuerzo no había sido poco.

Con todo, Sirius apreció que su sonrisa era idéntica a la suya: Honesta, nerviosa, expectante...

—Traje bizcochos —dijo Sirius—, y... a mí.

—Excelente. Pasa.

Con anterioridad ya había estado Sirius en la casa de Remus, pero la experiencia resultaba ser siempre novedosa porque, de tener que elegir un estilo, el de Remus podría catalogarse como acumulador. No en el terrible sentido de esos programas de televisión donde el desorden y la suciedad amenazaban la salud e integridad de las personas que ahí vivían, sino en la noción de que Remus coleccionaba libros, y se podía apreciar en bastantes superficies la abundancia de volúmenes de todo tipo.

En su primera visita Remus le había explicado de su infancia solitaria, en donde la única compañía a su disposición habían sido los libros antes de poder hacer amigos. E incluso después, el vicio de la lectura había permanecido.

—No en balde decidí estudiar una carrera relacionada a los libros —había explicado Remus en esa ocasión, y después el tema había derivado en los ingresos extra que Remus solía conseguir revisando trabajos universitarios dentro de su área, y para los cuales los libros de su colección le servían como referencias.

Además de los libros, el resto del mobiliario de Remus era más bien parco en aquella pequeña casita pensada para una familia chica y que con dos personas quedaba grande.

Tras un corto recibidor donde Sirius dejó su chaqueta y se descalzó, continuaban a una bifurcación a la derecha con la sala y a la izquierda con el comedor, dándole así dos entradas a la cocina que se encontraba al fondo. En medio estaban las escaleras con el típico medio baño debajo, y eso era todo lo que Sirius conocía. Por lógica arriba estaban los dormitorios, y tenía claro que el de Remus miraba hacia la casa del tío Alphard, pero eso era todo.

—¿Teddy ya se ha dormido? —Preguntó Sirius mientras Remus lo guiaba a la cocina vía comedor.

—Ese es el plan. Lo envié hace media hora, pero cuando subí todavía tenía la luz de su mesita de noche encendida. Está leyendo un manga que compró de oferta en una tienda de segunda mano, así que por mí está bien si se desvela un poco. Mejor la lectura que otras distracciones.

—Pensé que serías más del tipo estricto —comentó Sirius, y Remus se giró hacía él con una ceja arqueada.

—¿Es eso una queja a la manera de educar a mi hijo?

La expresión de Sirius se trastocó en pánico, y de no ser porque Remus después soltó una risa, habría de creer éste que la había cagado en grande.

—¡Tú cara, por Diox! —Rió Remus, y le costó unos segundos recomponerse—. Lo siento, era una broma demasiado fácil para dejarla ir. Y... No. Acordé desde hace tiempo con Teddy que por mi enfermedad él tendría que velar por sí mismo un poco más que otros chicos de su edad. Todavía no hemos llegado a ese punto en que lo trataré como un adulto independiente; probablemente no ocurra hasta que se marche para estudiar la universidad, pero antes quiero prepararlo, y enseñarle que sus decisiones tienen consecuencias.

—¿Como quedarse despierto hasta tarde leyendo un manga y pasarlo fatal a la mañana siguiente cuando tenga que ir al colegio con sueño?

—Algo así. Teddy ya ha sufrido eso antes, así que apuesto que antes de medianoche apaga su lámpara y se va a dormir sin importar cuán interesante esté la historia.

Sirius asintió. —Debo admitirlo, me gusta lo que haces con Teddy.

—¿Ah sí?

Para entonces ya habían llegado a la cocina, que Remus tenía en óptima condición porque de la venta de sus delicias horneadas era que conseguía mantener su hogar a flote, y mientras Sirius se sentaba en la mesa del rincón con sólo dos sillas, Remus se ocupó de poner el té.

Dejando su bolsa con bizcochos en la mesa, Sirius se explicó:

—Teddy es un crío agradable. Harry también, así que supongo que la crianza por estos lugares es mucho mejor de la que me dieron a mí en Londres.

—Oh, no sé —le chanceó Remus, llenando la tetera desde el fregadero—. A mí me pareces bastante educado.

—Aprendí a serlo bajo la vigilancia de Madre y sus bofetadas, y en caso de cualquier rebeldía, Padre y su cinturón tan veloz como látigo.

—Oh... —A Remus la noticia le sorprendió, y el agua se derramó del recipiente—. Mierda...

Sirius denegó con la cabeza, y mientras Remus dejaba la tetera en la estufa y ponía el fuego, éste prosiguió.

—Nunca estuve al tanto de que en otras familias no se vivía ese reinado de terror. Menos mal que desde los once y hasta antes de entrar a la universidad acudí a un colegio privado lejos de casa. Eran los mejores diez meses de mi vida cada año, y la razón por la cual volver a Grimmauld Place me provocaba ansiedad antes de las vacaciones de invierno y verano.

—Eso es terrible, Sirius.

—Sí, bueno... —Se encogió éste de hombros—. Lo era. Hace ya bastante de eso. Y me precio de decir que las únicas cicatrices que Reg y yo tenemos de esos años las tenemos en el trasero. —Sirius exhaló con pesadez—. Es por eso que aprecio la manera en que cuidas a Teddy. Incluso con tus... limitantes encuentras tiempo y fuerzas para ser el mejor padre que él pudiera tener.

—Lo intento al menos —dijo Remus—. Hago lo que puedo.

—Que ya es más de lo que los míos hicieron. Oye... —Alzó Sirius la vista del mantel que recubría la mesa—. Mejor no hablemos de esto. Sé que puede ser un tema bastante deprimente, y para ser esta nuestra primera cita...

—¿Lo es?

Sirius consideró escaquearse y murmurar una excusa que no lo comprometiera, pero optó por ir con todo.

—Me gustaría que lo fuera.

—Que así sea entonces —dijo Remus, y procedió a colocar dos tazas en la mesa con sus respectivas bolsitas de té y después vaciarles el agua caliente que había hervido mientras tanto.

Sirius mientras tanto se levantó a buscar platos y un cuchillo, que con las indicaciones de Remus, encontró sin problemas para hacer porciones de los bizcochos que traía.

Una vez con su tardío servicio de té y los dos sentados de cara a cara en la reducida mesita que hacía a sus rodillas colindar, los dos intercambiaron una mirada tímida por encima del vapor de sus tazas.

—Estoy nervioso —confesó Remus en voz baja—. Creo que puedo contar con los dedos de una mano las citas que he tenido en los últimos diez años.

La sonrisa de Sirius cobró timidez. —Ah, lo mismo podría decir de mí.

—¿Qué, en serio? —Le retó Remus a desdecirse—. ¿Con esa cara, poseedor de dos fortunas y media, y viviendo en Londres? Cuesta creerlo.

—Erm, es que hablamos de citas. La mayoría de las veces no llegamos siquiera a intercambiar nombres.

La expresión hasta entonces risueña de Remus perdió parte de su chispa. —Oh. Ya veo.

Sirius extendió su mano a través de la mesa y sujetó los dedos de Remus. —He buscado amor, pero sólo había encontrado compañía...

Remus apretó los labios. —Compañía... Supongo que yo también podría serlo.

—Rem-... —Alcanzó Sirius a enunciar, pero Remus se alzó de su asiento, e inclinándose en la mesa le besó directo en la boca.

Un beso ardiente que hizo entrechocar sus dientes, pero que ninguno de los dos encontró innecesario. Remus le dio a Sirius la oportunidad de ponerle fin, pero éste sujetó su cabeza por detrás y forzó la posición hasta tener un atisbo de su lengua.

Al separarse, Remus se había sonrojado, y Sirius decidió ahí mismo que el look le sentaba de mil maravillas en su piel pálida.

—Necesito... Subir un momento y cerciorarme si Teddy se ha dormido ya —dijo Remus de pronto, desembarazándose de Sirius y saliendo de la habitación.

Sirius esperó por él, considerando si no sería lo adecuado hacer una pronta retirada a pesar de que no había bebido ni un sorbo de su té, pero Remus le dio la respuesta cuando al bajar le confirmó que Teddy se había quedado dormido con el manga en su regazo, y se disculpó por su exabrupto de antes.

—Quédate —leyó Remus en Sirius las intenciones de marcharse—. La compañía extra me haría bien.

Incapaz de enunciar palabra alguna, Sirius asintió.

Fue así como después del té y los bizcochos, se sentaron en la salita a conversar en el único sillón de dos plazas que estaba disponible.

—Perdona la falta de mobiliario. Es sólo que como siempre hemos sido dos...

—No tienes de qué disculparte —dijo Sirius—, en lo absoluto.

Claro que gran parte de ello se debía a que con sólo un sillón estaban forzados a sentarse juntos, y Sirius encontraba el roce de la pierna de Remus contra la suya de lo más tentadora.

—¿Así que ese es el televisor que hizo kaputt? —Señaló Sirius el aparato que descansaba en un mueble alto y que tenía toda la pinta de haber presenciado grandes acontecimientos en su pantalla, pues a juzgar por el modelo debía tener por lo menos dos décadas de uso si no es que más.

—Seh... Y mejor ni mencionarlo. Teddy se ha fastidiado porque ahora ya no puede ver sus programas favoritos, pero ya no vale la pena repararlo y comprar uno nuevo se sale del presupuesto de este mes, así que tendrá que conformarse con las repeticiones en casa de los Potter.

—¿Y si-...?

—Mejor no lo digas, Sirius —le previno Remus, que había visto a través de sus intenciones y sabía lo que éste se proponía.

—Ni siquiera he terminado mi frase.

—Estabas por proponer comprar un televisor nuevo para Teddy.

—Bueno, para Teddy y para ti también —dijo Sirius, pasándose la mano por la nuca—. Es mi deber como casero, ¿no? Y fue un rayo el que quemó el aparato, seguro que el seguro del depósito debe cubrir imprevistos como éste.

—Usualmente Alphard pagaba con el depósito fugas y mantenimiento, no televisores quemados.

—Si es por el dinero, creo que de eso ya hemos hablado. En cambio si es por algo más... Es un regalo sin compromisos. Y puedo descontarlo del depósito. Sin compromisos de nada.

Remus resopló. —Me lo pensaré. Pero ni una palabra a Teddy o no escucharé nada más en los próximos días que no sea sobre el dichoso televisor y todos los programas que se está perdiendo en contra de su voluntad.

—Ni una palabra —se acercó Sirius—, buscaré con qué mantener mi boca ocupada.

Humedeciéndose los labios, Remus pareció comprender a qué hacía referencia Sirius. —¿Ah sí?

—Aunque creo que necesitaré de ayuda...

Y Remus graciosamente se la prestó.

 

Porque acordaron ir despacio con su tentativa nueva relación de amigos y algo más, Sirius y Remus decidieron actuar con normalidad frente a otras personas, y sólo en privacidad y tras asegurarse de que no había ojos ni oídos indiscretos era que se atrevían a darse las manos y besarse. De momento eso era todo, salvo por una ocasión en que Sirius había introducido su mano debajo del suéter que Remus vestía y éste había puesto fin a su beso cuando los dedos rozaron la pretina frontal de sus pantalones, lo que detuvo sus avances hasta tiempo indefinido.

Por supuesto, el tener que ser discretos en el Valle de Godric no implicaba que Sirius no tuviera de confesor a su hermano, y que éste se burlara de su predicamento.

 

RB: A estas alturas ya habría pasado por tu cama y estaría fuera de ella.

RB: Así que velo por el lado positivo.

SB: ¿Cuál es ese lado positivo?

RB: Ni idea.

RB: ¿Supongo que alargar lo inevitable?

SB: Qué gran ayuda eres, Reg. En serio.

RB: Hasta Londres me llegan tus vibras sarcásticas así que has el favor de contenerte.

RB: Y desquita tus frustraciones con Remus, no conmigo.

RB: Es él quien no te deja entrar en sus pantalones.

 

—Argh, maldito Regulus —gruñó Sirius, que dejó a su hermano en visto y se guardó el móvil en el bolsillo.

Luego de dos semanas más en el Valle de Godric, estaba por cumplir el mes ahí, y con cada día que transcurría se descubría deseando tener siempre más tiempo a su disposición. Sirius casi había perdido la cuenta del maravilloso tiempo que tenía ahí, pero se había vuelto un recordatorio constante el que las vacaciones estuvieran a la vuelta de la esquina, y que tanto Teddy como Harry le recordaran que estaban a punto de finalizar curso y entonces oficialmente sería verano.

En charlas con James, que seguido invitaba a Sirius a su casa a tomar unas cervezas, era que éste se había enterado de los planes para esos meses, en donde Harry estaba anotado a prácticas de rugby con él y Teddy a un curso de primeros auxilios con Lily. Sirius suponía que las respectivas profesiones de los Potter tenían mucho que ver en las elecciones de los chicos (James era entrenador del equipo de rugby local, y Lily tenía su propio consultorio médico en el centro de la ciudad), y se alegraba de que tuvieran algo con qué matar el tiempo libre.

Él por su parte por fin se había decidido a comenzar en serio con la limpieza de la casa, y convencido de que su intento anterior había fallado por su torpeza de empezar en una de las habitaciones más íntimas y con mayores recuerdos de su tío Alphard, esta vez en su lugar lo haría desde las periferias de su existencia y a su ritmo, sin presiones.

Mientras trazaba un plan de acción sentado en una de las mecedoras del porche delantero y bebiendo un jugo de manzana, se llegó la hora en que el autobús que dejaba a Harry y a Teddy en su calle pasara por aquel sitio. Y tal como había pronosticado Sirius, al cabo de unos minutos escuchó a los dos críos acercarse a su casa para saludar.

Tan preparado estaba Sirius para su visita que señaló con la cabeza las dos botellas de jugo que había sacado del refrigerador ni diez minutos antes, y los dos niños se sentaron a su alrededor para hablar de su día.

—Nunca creí a mamá o a papá, pero en verdad necesito con urgencia que sea viernes —se quejó Harry, dejando caer su pesada mochila al piso con un fuerte ‘thud’ que hablaba de la enorme cantidad de sus deberes y tareas de fin de curso.

—Sólo dos días más —le recordó Sirius, que por su parte ya había olvidado las ansias de los viernes y las había cambiado por las ganas de que el día llegara a su fin y con ello el comienzo de la noche (y Remus) se hiciera presente.

—Da igual que sea viernes —masculló Teddy—, seguro que la profesora McGonagall nos deja tarea suficiente hasta el próximo curso.

—No importa, Sirius puede ayudarnos. ¿Verdad que sí, Sirius? —Preguntó Harry, y el adulto exhaló con pesadez.

—Siempre y cuando sea sólo ayuda. Les recuerdo que yo ya pasé el curso que ustedes están llevando, y no es exactamente mi tarea volver a tener notas aprobatorias.

—Oh, pero es que eres tan bueno en matemáticas —insistió Harry—. Casi un genio.

—Y apelar a mi vanidad... puede funcionar —bromeó Sirius—. Vale, pero les costará. A cambio necesitaré su ayuda en el jardín con los durazneros.

—Ok —accedió Harry de buena gana.

—¿Los duraznos ya están listos? —Inquirió Teddy.

—Compruébalo por ti mismo —respondió Sirius, y tanto Teddy como Harry se pararon para ir a revisar los árboles.

La novedad de las últimas semanas en la propiedad del tío Alphard había sido descubrir que además de manzanos y arbustos de moras el tío Alphard contaba con muchas más variedades de las que Sirius podía reconocer como nativo de Londres. Del invernadero se encargaban por fortuna los Prewett, que pasaban por la propiedad de dos a tres veces por semana siguiendo lo estipulado en su contrato, y sus sobrinos Weasley lidiaban con los árboles de la propiedad.

En un inicio, Sirius había pasado por alto los árboles del fondo, creyendo que eran de cualquier variedad sin importancia que podía cuidarse de sí misma, pero un día Remus preguntó cómo iban los duraznos y si podía quedarse con unos cuantos kilos, y lo siguiente que habían hecho era caminar hasta aquel punto de la propiedad para inspeccionar los frutos que apenas estaban brotando en las ramas.

En efecto, tenía varios árboles de duraznos, y el fragante aroma que hasta entonces había pasado por alto de pronto se volvió una constante en su vida cada vez que salía al jardín y apreciaba su maduración.

La recolecta del fruto estaba prospectada para un par de días más, probablemente un fin de semana para que los Prewett con sus sobrinos pudieran encargarse del trabajo, y a Sirius se le hacía agua la boca pensando en las delicias que Remus ya le había prometido cocinar, entre las cuales había pasteles y mermelada, pero también helado y duraznos en almíbar.

—¡Hay muchos duraznos, Sirius!

—¿Podemos venir el día de la cosecha, Sirius?

De vuelta de su paseo por el jardín trasero, Sirius le sonrió a Teddy y a Harry por igual y les revolvió el cabello al pasar a su lado.

—Claro que sí. Son más que bienvenidos.

Que así como él se había sentido en casa en el Valle de Godric, quería corresponderles el gesto por igual en su hogar.

 

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Notas finales:

La relación avanza~ Pobre Remus, está bien al tanto de que Sirius sólo va a estar por el verano y no quiere ver su pobre corazón roto. ¿O será que eso no va a pasar? Acepto teorías al respecto.
Graxie por leer~!


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