—Tenemos que hablar —dijo Isabel cuando abrió la puerta de mi departamento. No la había visto en una semana y ¿eso era todo lo que tenía que decirme?
—Cállate y ven acá, pedazo de bombón —me tiré a sus brazos con tal fuerza que pude haberla arrojado al piso. Mi boca cubrió la suya y la besó con toda la pasión que había estado conteniendo los últimos días.
Aunque al principio intentó resistirse, yo era experta en el beso francés y no tardé mucho para que Isabel copiara mis gestos y se olvidara de la tontería que pensaba decirme. Nuestras lenguas se enredaron en un jugoso baile y siguieron así mientras yo la empujaba hacia la habitación de su departamento.
Siete largos días sin ver a mi novia había despertado en mí deseos que no sabía cómo mantener a raya. Desde que tuve mi primera amante a los quince años, mi vida sexual había sido una completa fiesta. Era aquello que la gente elegante llama “una adicta al amor”; pero he de ser sincera; a veces el amor es tan problemático, que lo único que necesitas para ser feliz es abrirle las piernas a una chica guapa, como Isabel.
Y precisamente eso tenía pensado hacer.
—Espera, Lili, tengo algo importante qué decirte.
—¿Qué es? —Pregunté poniéndome a horcajadas sobre sus caderas y quitándome la blusa. Tratando de ser atrevida, no me había puesto sujetador alguno y mis pechos se sacudieron libres. La cara de Isabel se ruborizó al mirar mis pezones en punta, listos para que ella se divirtiera—. ¿Segura de que no puede esperar?
—Dios… se ven más grandes.
—No —reí y junté los brazos para que mis encantos lucieran prominentes—. Siguen siendo los mismos y me los he acariciado todas las noches desde que me fui, pensando en ti, claro. Anda, son todos tuyos.
Incliné mi torso hacia adelante, de manera que mis pechos quedaron a la altura de su boca. Los restregué sobre su rostro hasta que Isabel cayó como un pez que muerde un anzuelo y los tomó con ambas manos para apretarlos con suavidad. Chupó mis pezones como si deseara extraer leche de ellos. Mordí mi labio inferior y acaricié su cabeza. Que me lamieran las tetas era algo que sencillamente me ponía chiflada.
No tardamos en desnudarnos. Yo estaba ansiosa por compartir la pasión que tenía con Isabel. Me había preparado por completo para ella: depilación total en el área del bikini que, de la mano con el color pálido de mi piel, me hacía lucir como una niña crecida que apenas estuviera entrando en la adolescencia.
Isabel engulló mi cuerpo con sus ojos oscuros. Era una chica a la que le gustaba estar debajo en todo momento, por lo que sujetó mis nalgas y las abrió al mismo tiempo que hundía su rostro en el espacio entre mis pechos. Mojó mi piel con su saliva y emitió un apetitoso jadeo cuando sintió mis dedos tentando la entrada entre sus muslos. Estaba mojada, y eso era perfecto. Isabel tenía un sabor con el que soñaba todas las noches.
—Eso… eso se siente bien.
—Estás apretada, cariño —saqué mis dedos empapados y la obligué a chuparlos. Tras llenarlos de saliva, los metí a mi boca y después la volví a besar. Ahondé en su cuello y descendí sobre sus generosos pechos para alcanzar, al fin, la hendidura mojada por su placer. Sonreí y me quedé mirándola como una leona famélica. Tenía unos labios hermosos y saltados, de esos a los que puedes tomar con los dientes y estirarlos un poco.
—Hazlo ya —pidió, sobándose las tetas.
Dejé ir saliva sobre su abertura y, separando sus pliegues, dejé que mi lengua buceara dentro de su cuerpo. Estaba caliente y regada de jugos, con ese sabor característico al que me había vuelto adicta desde la primera vez que la tomé. Besé la parte interna de sus muslos y mordí sobre su carne hasta dejar la marca de mis dientes.
—También quiero… también quiero probarte, Lili.
—Eso lo podemos solucionar. Túmbate de lado.
Lo hizo, y yo me ubiqué de forma que su cabeza estuviera entre mis muslos y la mía entre los de ella. Un sesenta y nueve magistral, con nuestros cuerpos entretejidos como un solo. Ella apretó las piernas para atraparme y yo me dediqué a sorber cada mililitro de miel que brotó de su entrada. Mis pequeños dedos, hundidos en su sexo, ayudaban estimulando su punto de placer. Mordí sus labios y jugué con el minúsculo botón que coronaba su entrada.
El orgasmo la invadió más rápido de lo que yo creí. Fue un espasmo placentero que se extendió por todas sus células hasta hacerla gritar. Dejó de lamerme y se quedó recostada con la respiración revuelta y los pechos a punto de reventar por la excitación.
—No he terminado contigo —sonreí abriendo sus piernas y dejando que mis dedos tocaran su sexo—. Oh, está calientito y resbaloso. Podría quedarme dentro toda la tarde. Mójate más, pequeña. Quiero que te mojes tanto que…
—Lili, debemos romper.
—¿Eh?
Por un instante, todo el tiempo se congeló. Me quedé paralizada, con mis dedos todavía dentro de Isabel. Los saqué lentamente y los limpié sobre mi pierna.
—Es que… —se tapó la cara y se sentó en el borde del colchón—. Es que… Dios, Lili.
—Espera… ¿qué dices? ¿Cómo que debemos… terminar?
—Yo… —sollozó y desvió la mirada hacia el techo—. Yo… conocí a alguien más.
—¿En… siete días?
—No es eso —confesó. Se levantó y comenzó a vestirse sin dejar de chillar como mariquita—. Es una chica a la que vengo conociendo desde hace un mes. No te lo había dicho, porque sé cómo te pones y no quería hacerte daño. Lo siento, Lili. De verdad, lo siento. Ella me hace… una persona distinta. No sé explicarlo. ¿Lo entiendes?
—Yo... ¡claro que no! —Grité con tanta fuerza que Isabel retrocedió, asustada y con las manos sobre el corazón—. ¡¿Llevamos un año juntas y en siete días ya me cambiaste por otra persona?! ¡Hija de puta! ¡¿Quién te crees que eres?!
Estaba tan furiosa que salté de la cama y le di una bofetada en su escuálido rostro. Para ese momento, mi corazón estaba dando tumbos, amenazando con explotar. Me sentí ridícula estando desvestida delante de Isabel.
—Así… así es el amor. Llega cuando menos lo esperas.
—¡Un jodido año de noviazgo contra siete días de ausencia! ¡Sólo me fui por una semana y tú…! ¡Ahh! ¡Te voy a cortar la cabeza, Isabel! ¡¿Por qué haces esto?!
—¡Es que estoy enamorada de otra persona! ¿Podemos ser amigas?
—¡Lárgate! ¡Lárgate de mi departamento, ahora mismo!
Recogió su bulto y se dirigió a la salida. La seguí, desnuda hasta la puerta. Antes de irse, me miró como si yo fuera la culpable de todo esto. Esos ojos de desprecio que eran capaces de quemar al mismo sol.
—Qué lástima me das, Lili. No entiendes cómo funciona el amor ni lo errático que es.
—¡Largo!
Se marchó con un portazo, y yo me quedé ahí, completamente sola. Fue hasta entonces cuando me eché al piso a llorar.