Los gritos de papá se hicieron intensos después de que los platos de losa reventaran contra el piso. La música del estéreo sonaba a todo volumen. Era como si la voz de Leonard Vincent tratara de sobreponerse a la pelea de mis papás, pero no estaba teniendo un buen resultado. Cuando se trataba de gritar, Berth y Clara eran los mejores de la cuadra.
Ni siquiera sabía por qué demonios habían iniciado esta pelea. Todo estaba bien hasta hacía una media hora. Yo veía televisión. Mamá tejía y papá se rascaba la panza sentado en su viejo sillón.
—¡Cena, mujer! ¡Simplemente quiero una cena preparada y no esta porquería de comida de microondas!
—¡Pues no sé cocinar! ¡Siempre que te preparo algo, te la pasas quejándote!
—¡Es que lo quemas todo! ¡Eres una inútil!
No hay que sentir pena por mí. Las peleas en casa eran comunes y ya estaba acostumbrada a ellas. Claro que, viéndolo de otro modo, una chica que estaba a punto de entrar a la universidad no tenía motivos para aceptar el pequeño infierno en el que se había convertido su hogar.
Si tan sólo mi hermana mayor estuviera aquí.
Pero no. Selena se había mudado a otra ciudad, a cuatrocientos kilómetros lejos de este infierno. Los únicos problemas con los que ella lidiaba era tener que compartir la renta de una casa con su pareja. Siempre odié un poquito a mi hermana por haberme dejado a merced de mis padres, que eran tan tóxicos como un depósito de desechos nucleares.
—¡¿Qué piensas, Hope?! —Al fin se dieron cuenta de que estaba en la sala, tratando de ver Miren quién gana! El mejor programa de concursos de la tele—. ¡¿No tengo el derecho de encontrar comida decente en la mesa?!
—Pues prepáratela tú.
En realidad, estaba de acuerdo con papá. Él trabajaba turnos de diez o doce horas mientras que mamá salía con sus amigas. La que atendía la casa, lavaba la ropa y regaba el jardín, era yo.
—¡No me hables así! —Gritó Berth. Se acercó y me sujetó de los hombros—. ¡Eres mi hija! ¡Debes apoyarme! ¡Yo lo doy todo por ustedes!
Evité mirarle a la cara. Hacerlo, significaría guerra y seguramente me echaría a llorar. En vez de eso, opté por hacerme a un lado. Pasé de él y subí por las escaleras, ignorando los llamados de papá. Cuando llegué al segundo piso, aporreé la puerta de mi dormitorio y me tiré sobre la cama para hacer lo que cualquier chica en sus cabales haría: pensar en el suicidio.
Mentira. No quería suicidarme. No sería capaz de hacerlo, porque los gastos de la funeraria serían tantos, que mis padres seguramente me criticarían. Además, mi hermana me echaría de menos y no tenía intenciones de hacerla infeliz. No a ella, aunque me hubiese abandonado a mi suerte.
Los gritos siguieron durante unos quince minutos más y sólo terminaron cuando las puertas de sus respectivos cuartos se cerraron. Mis padres ya no dormían juntos desde hacía más de dos años. Su vida amorosa había terminado y su intimidad se limitaba a preguntarse qué clase de hongos estaban creciéndoles en los pies.
Era mi vida, y no me gustaba en lo absoluto.
Una sucesión de tibias lágrimas bajaron hasta mi almohada. Me preguntaba si habría una forma de salir de este sitio. Una manera de decirles adiós a todos esos problemas y encontrar, al fin, un amor o la forma de ser feliz con alguien que no quisiera cachetearme cada quince minutos. ¿Existiría algo así? ¿Habría algo mejor para mí?
Respiré hondo para tranquilizarme y me senté en el alfeizar de mi ventana. Era una noche fría, con una pequeña luna en cuarto creciente titilando por encima de la ciudad. Con seguridad, allá afuera, alguna chica estaría teniendo los mismos problemas que yo, y eso me hizo sentir menos sola que al principio. Si tan sólo pudiera encontrarla…
Estoy alucinando. Es difícil hallar a alguien así. Las personas normalmente se encierran en sus problemas. Eso es triste. Aunque también hay personas que les cuentan sus problemas a los demás y logran arrastrarlos a una espiral de dolor. Eso es incluso peor. Y por eso yo limitaba mi contacto con las personas, pues no quería que la gente se diera cuenta de que mi vida familiar era un martirio.
¿Soledad? Quizá estaba mejor así.
***
Mamá se escandalizó al día siguiente, cuando después de desayunar, le planteé la idea de que ya no quería vivir en la casa y que había decidido mudarme con mi hermana.
—¿Con Selena? No lo sé, hija —puso una cara como si le hubieran dado un puñetazo en la boca del estómago—. Es que tu hermana es… bueno, ya sabes.
—¿Lesbiana?
—Sí.
Vaya, pues qué bueno. Con la cara que puso, pareciera como si fuera a decirme que mi hermana tenía cáncer de pulmón.
—¿Y eso qué? No soporto vivir aquí.
—Es un buen sitio y la casa es acogedora. Tu hermana vive con su novia y… ¡pff! ¡No me parece buena idea, Hope! Mejor quédate aquí unos tres o cuatro años más, hasta que termines la universidad. Entonces podrás mudarte aquí al lado.
—¿Al lado? precisamente eso es lo que quiero evitar. Quiero alejarme de aquí. ¿No tengo derecho a ser feliz, aunque sea un poquito?
—¿Al lado de una tortillera como tu hermana?
—Es mi hermana —enfaticé la oración con un sarcástico gesto de mis manos—. Y no está enferma. Ella tuvo el suficiente valor como para decidir lo que quería.
Mamá bebió de su café. Su mano temblaba. Sus ojitos negros se pusieron tristes cuando alzó la vista hacia los míos.
—Bueno… —suspiró lento. El tiempo se dilató—. Si eso es lo que quieres, supongo que no te haría mal tomarte un breve descanso.
—¡Perfecto! —saqué una hoja de mi bolsillo y se la enseñé—. Porque ya me matriculé en la escuela de ahí. Lo hice anoche. Pagué el primer semestre.
—Los ahorros de tu abuela. Ay, hija.
—Ella me dejó el dinero para que yo cumpliera mi sueño de ser fotógrafa profesional, y ya verás que lo voy a conseguir.
—Si no terminas fotografiando perritos para el periódico local.
Vaya. Estaba tan feliz de irme a vivir con mi hermana y su novia, que no me importó que mamá me hablara de ese modo.
¡Nueva vida, aquí voy!