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La rivalidad que crea la atracción por ArtemiaCelosia

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Observó la calle poco transitada, perfecta para colarse en una casa y no llamar la atención de nadie. Agachado tras el muro, observó las ventanas, intentando saber si el padre estaba en la casa. No pudo visualizarle, pero la ventana por la que entró anteriormente, se encontraba abierta. Miró la casa contigua, notando a dos pequeños mirándole.

 

—Oh, hola… ¿Sabéis si está el vecino en casa?

 

—¿El señor malo? —preguntó uno de ellos, a lo que Sirius asintió—. Antes estaba gritando y no lo hemos visto salir.

 

—Chicos… ¿Tenéis una pelota? —Los niños asintieron—. ¿Podéis tirar la pelota en el patio del vecino?

 

Los niños se miraron entre sí, dudosos.

 

—Luego no nos devolverá la pelota.

 

Sirius sacó dinero muggle de sus bolsillos, siempre listo para cualquier broma que quisiera jugar. Se lo dejó en el muro a los niños y se alejó, permitiendo que ellos lo tomasen.

 

—¡Cuánto dinero! —Sirius sonrió algo enternecido, pues no era mucho, aunque entendía que para unos niños tan pequeños era una fortuna—. Lo haremos, señor.

 

—Muchas gracias, sois muy buenos chicos. Hacedle gritar mucho, ¿eh?

 

Los niños corrieron al patio trasero y Sirius espero a escuchar un golpe antes de saltar la verja con cuidado para no volver a cortarse y dirigirse a la puerta principal.

 

«Imaginaba que se encontraría cerrada…», pensó caminando hasta la ventana del salón e introduciéndose en la casa. Observó por el pasillo la puerta trasera que se encontraba en la cocina, totalmente abierta y con ese señor dando la espalda al interior de la casa, gritando como un loco.

 

—¡Malditos críos de mierda!

 

Sirius aprovechó cuando salió aún más para pasar sigilosamente y dirigirse a las escaleras, subiéndolas con cautela. Tocó con suavidad la puerta de Severus antes de entrar.

 

—¿Snape? —preguntó viéndole acostado en la cama.

 

Severus se giró de forma repentina, asombrado por escuchar aquella voz.

 

—¿Qué…?

 

—Eso mismo me pregunto yo, pero no hay tiempo. Debemos irnos ya. —Sirius se acercó a él y limpió sus lágrimas, alejándose rápidamente para no incomodar al Slytherin—. ¿Tienes tu maleta hecha?

 

Severus quedó unos segundos pensativo, pero acabó señalándola. Sirius cogió la maleta, mientras Severus, totalmente inseguro de aquella situación, se calzaba. Fue entonces cuando el Gryffindor notó que la ventana tenía una gran cerradura.

 

—¿Hay alguna ventana que dé al patio interior? —preguntó Sirius.

 

—La del cuarto de mis padres, pero está cerrada. —Señaló la puerta del fondo. Sirius asintió, dándole la maleta. Se dirigió allí y miró por la ventana, encontrando allí a los niños. Comenzó a hacer señas consiguiendo la atención de uno. El niño salió corriendo a casa, buscando a su mamá, quien no tardó en aparecer para encarar a Tobías. Sirius subió sus pulgares al niño, regalándole una sonrisa.

 

Volvió con Severus que le observaba sin entender qué estaba ocurriendo.

 

—¿Por qué estás aquí? —preguntó en voz baja.

 

—Pues porque debías estar en el bus. —Sirius tomó la maleta y comenzó a bajar, sabiendo que Severus le seguía. Rápidamente pasó el pasillo, colocándose en el otro lado e indicando a Severus cuándo pasar, pues Tobías estaba allí en la puerta, con un gran enojo.

 

Se escuchaba la grave discusión que tenían entre vecinos. La mujer defendía a sus hijos sin temor alguno. El momento había llegado, pero cuando había hecho el gesto, Severus únicamente había mirado al suelo, incapaz de cruzar aquel pasillo. Sirius fue a la ventana y sacó rápidamente la maleta, volviendo a su lado.

 

—Vamos, tenemos que marcharnos.

 

Severus negó con la cabeza. Quería marcharse, de eso no había duda, pero no podía hacerlo. Tendría que volver y sabía que su padre jamás le perdonaría que se hubiese escapado. Las próximas vacaciones estarían llenas de golpes y palabras dolorosas. Ya no estaba dispuesto a pasar por ello. Las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos.

 

—No voy a dejarte aquí. —Sirius levantó su barbilla, mirándole a los ojos—. Él no va a volver a tocarte. Sé que no me he ganado que confíes en mí, sólo hazlo esta vez.

 

El Gryffindor le agarró suavemente de la muñeca antes de cruzar el pasillo cuando vio que Tobías no estaba. Llegaron a la ventana, escuchando un portazo proveniente de la cocina. Al parecer el hombre se había cansado de discutir. Ayudó a Severus a salir primero, indicándole que recogiese su maleta y directamente saltase la verja exterior, sin tan siquiera esperarle. Sirius tomó una de las latas del suelo y la arrojó en dirección al patio interior, esperando ganar unos segundos extra. Dio un pequeño salto saliendo de la casa y comenzó a correr, sin importarle hacer ruido ya. No había tiempo. Escuchó un grito cuando saltó la verja.

 

—¡Intruso! —gritó Tobías ingresando a la casa para agarrar la escoba. Pensaba darle palazos hasta que dejase de respirar.

 

Sirius tomó la mano de Severus y agarró la maleta, empujándole para que siguiese corriendo. Se escuchó la cerradura de la puerta principal, dejando ver a aquel cruel hombre y su mirada de ira.

 

—¡Severus, vuelve aquí inmediatamente! —vociferó al ver a su hijo corriendo junto a aquel “repartidor”.

 

Pararon su huída cuando se encontraban cerca del parque Jerrod, permitiendo coger un poco de aire al percatarse que no estaban siendo seguidos o por lo menos no desde muy cerca.

 

—Conozco un bar cerca de aquí. Espero que nos permitan usar la chimenea de allí, ya gasté todos mis polvos flu… —Miró a Severus, quien se limitó a asentir, sin levantar su mirada del suelo—. Debemos darnos prisa o el autobús llegará antes que nosotros.

 

Caminaron unos minutos hasta visualizar el establecimiento, oliendo el café recién hecho y la grasa de los desayunos que preparaban allí. El propietario reconoció a Sirius, quien permitió que entrase por una puerta que guardaba la chimenea.

 

—Iré a pedirle que nos preste polvos flu. —dijo Sirius dejando la maleta en el suelo.

 

—Tengo en mi maleta. —dijo Severus abriendo un pequeño bolsillo y cogiendo el saco que Lucius le había entregado antes de las anteriores vacaciones.

 

—Ve tu primero. —indicó Sirius cogiendo un puñado de polvos y permitiendo que él se adentrase antes. Vio como las llamas engullían a Severus y salió un momento para hablar con el propietario, preguntándole si podía aparecer la maleta en el callejón Diagon, junto a la chimenea de la tienda de mascotas. El hombre no dudó en ayudar al chico en un instante.

 

Severus tomó su maleta al verla aparecer, preguntándose cómo había llegado allí antes que Black. Todo estaba lleno de búhos, lechuzas y sapos extraños. Se sobresaltó al sentir una mano en su hombro.

 

—Menos mal que ha llegado bien tu maleta. —comentó Sirius dirigiéndose al exterior de la tienda, saludando de forma amable al dependiente—. No te quedes ahí quieto, Snape. Aún tenemos que llegar a la parada del autobús.

 

Caminaron en silencio, notando algunas miradas en ellos, pues al parecer ya no era hora para que los alumnos se encontrasen por allí. No estaban lejos de la estación, pero sin el bus no llegarían a tiempo.

 

—¿¡Dónde diablos os habíais metido!? —preguntó Archie al verlos llegar, corriendo a por la maleta de Severus y casi empujándolos al interior. Los chicos abrocharon sus cinturones rápidamente.

 

—Lo siento mucho, Archie.

 

—¡Ya podemos darnos prisa, porque vamos tres minutos atrasados! —comentó el cobrador mientras se sentaba en su puesto.

 

Sirius observó aquellos ojos negros que se perdían en un punto infinito.

 

—Vamos a llegar al tren. —dijo Sirius con convicción, notando el leve asentimiento—. Cuando lleguemos a Hogwarts, debes ir a hablar con Dumbledore.

 

—No puedo hacer eso.

 

Sirius frunció el ceño. «No me he jugado mi llegada a Hogwarts para que pretenda volver a casa y que le muelan a golpes», pensó molesto.

 

—Si no lo haces tú, lo haré yo.

 

Una sonrisa triste salió de los labios de Severus mientras negaba con la cabeza.

 

—Sabía que tu promesa no valía nada.

 

—Te prometí que no se lo diría a mis amigos, pero el director debe saberlo para que no debas volver a esa casa nunca más. Él puede ayudarte.

 

—¿No te has reído suficiente de mí? ¿Por qué quieres hacerme esto? —Sirius boqueó como un pez, desorientado por esas preguntas. Había hecho todo por ayudarle y así se lo agradecía.

 

—Haz lo que te dé la gana. —contestó molesto—. Ni siquiera debería haberte ayudado.

 

Los siguientes minutos pasaron en completo silencio y la llegada no fue mucho mejor. Sirius tomó su maleta, volviendo a disculparse con Archie y se marchó de allí sin esperar a nadie más. Severus caminó cabizbajo, traspasando el andén para llegar al correcto. Observó a Black en la lejanía, ya subiéndose al tren, imaginaba que para buscar a sus amigos.

Notas finales:

¡Nos vemos el próximo martes! :D


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