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La rivalidad que crea la atracción por ArtemiaCelosia

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Giró sobre la cama intentando alcanzar la caja que estaba bajo ella, llena de pequeños frascos de vidrio con sus recuerdos, además del pensadero compacto que le permitiría ver de nuevo esos momentos.

Sirius le había hecho ese regalo tras sus vacaciones con sus amigos a Francia, indicándole que debía guardar los buenos momentos para cuando sintiera que su vida se desmoronaba, y ahora más que nunca lo necesitaba. Sentía que su ex pareja ya imaginaba que algo así sucedería. Quizá siempre sintió que sería un problema en la relación.

 

Tomó el frasco en el que se encontraba su primer beso con él, cuando creía que le estaba tomando el pelo. ¿Cómo iba a fingir un beso con alguien tan desagradable por una simple broma pesada? No, Sirius se había sentido atraído por él desde hacía tiempo, aunque no entendía por qué.

 

Un nuevo frasco, esta vez al azar aunque sabía que eran de los agradables, pues los tenía separados de los malos recuerdos. Se encontraban en la Sala de los Menesteres, por lo que no debía hacer mucho de eso.

Sí, recordaba el momento a la perfección. Hicieron panecillos de leche y Sirius le llamó Sev, aunque él no pareció darse cuenta de esa forma cariñosa que había repetido al igual que Lily.

 

Salió del pensadero con lágrimas en los ojos, sintiéndose un inútil por haber perdido a dos de las personas más importantes en su vida, percatándose de que había asumido que Sirius no le perdonaría al haber sido rechazado por Lily, pero él no era así, ¿verdad?

Lily había visto su cuerpo con horror, sin embargo el de ojos grises jamás le dedicó esa mueca. Él había visto mucho más, le había tocado y aún así nunca se había ido.

 

Su mano se dirigió a los viales del doble fondo, directo al último que estaba allí guardado, donde se encontraba la mayor humillación por parte de su peor enemigo. Dudó unos instantes, considerando qué diría Sirius si supiera lo que estaba a punto de hacer.

 

«Él no está aquí ahora», pensó volcando el humo en el pensadero.

 

Cogió aire en tres ocasiones antes de hundir la cabeza en él, sabía que lo que estaba a punto de revivir era muy doloroso y por alguna razón, quería hacerlo.

De nuevo se percató de las muecas burlonas de Potter, pero también de aquella pequeña sonrisa que le salió a la pelirroja antes de ver sus marcas, instantes antes de convertirse en esa expresión de desagrado. Escuchó de nuevo a Sirius gritarle para que le esperara, sin siquiera dirigirse a él por su nombre o un apodo cariñoso. ¿Era eso lo que le había dolido tanto? ¿O era algo que iba más allá?

Sirius no había estado con sus amigos después de eso, más allá de Lupin. Les ignoraba y no le importaba estar solo por el castillo con tal de no estar con ellos. Su corazón le decía que era así. Sirius no podía haberle mentido aparentando algo que no hacía. Si en privado hablaba con ellos, lo hubiera hecho públicamente también, porque él estaba cansado de decirle que dejaran de esconder su relación.

 

De vuelta a su cuarto miró a su alrededor sin saber muy bien qué hacer. Ese día le había dicho a Regulus que no se sentía muy bien, y así era. Un constante mareo le invadía por no alimentarse ni descansar bien, por lo que debía mantenerse mayormente acostado para descansar, ni siquiera podría ir esa noche a verse con el perro que seguía encontrándose cada día en el mismo árbol.

 

 

Sirius metió en su bolsa algo de chocolate de su amigo para que no tuviera que cargar con él en sus bolsillos, además de las llaves de su casa.

 

—Papá, nos vamos ya —avisó Remus para que no se preocuparan por ellos.

 

—De acuerdo, chicos. —El hombre dejó las cosas del jardín y se dirigió a ellos—. Tened mucho cuidado. Si hay cualquier problema…

 

—No te preocupes, estaremos bien. —Su hijo le miraba con esa sonrisa tranquilizadora que le recordaba que tenía derecho a vivir su vida como un chico normal de su edad.

 

—Claro. Pasadlo bien. —Lyall apretó el hombro de Sirius con cariño al ver que su hijo entraba en la chimenea y se marchaba a lo que parecía ser un bar o cafetería.

 

—Es lo más cercano a mi casa. Mi hermano tiene prohibido verme —explicó al verle algo inquieto—. No se preocupe, cuidaré de él.

 

—Gracias, Sirius. Tú ve con cuidado también.

 

El de rizos asintió antes de ser consumido por las llamas verdes que le dejaron ver al menor de los Lupin.

Salieron de la pequeña salita saludando al dueño, que ya tenía a Sirius muy visto por el lugar, comenzando a caminar hacia la plaza más cercana, donde habían quedado con su hermano, sin embargo la nostalgia le invadió al ver aquella pequeña feria que se celebraba todos los años.

 

—¿Sirius? —preguntó su amigo al notar que dejaba de caminar.

 

—Lo siento. He visitado este sitio antes con Severus.

 

—Seguro que volverás aquí con él algún día. —Pasó su mano por la espalda del mayor, queriendo animarle a continuar hacia delante, a no perder la esperanza.

 

Pronto encontraron a Regulus, que estaba esperándoles impaciente, medio escondido en una caseta por si sus padres pasaban, aunque dudaba que fueran a lugares tan divertidos.

Esa salida estaba planeada por el mayor desde hacía meses y, aunque faltaba una persona muy especial entre ellos, no pensaba estropearla por nada.

 

Volvieron a la chimenea para aparecer en un lugar algo alejado, un pequeño poblado que les permitiría ir a una zona muggle con un zoológico muy cercano. Allí había restaurantes, por lo que pasarían todo el día visitando el lugar.

 

—¡Qué ganas tengo de entrar! —exclamó el menor mientras esperaba en la fila.

 

—¿Tanto te gustan los animales? —Remus parecía enternecido al verle dar pequeños saltitos de emoción.

 

—Cuando era pequeño no dejaba de pedir ir a uno de estos sitios para su cumpleaños. Mis padres nunca lo hicieron, porque la fiesta debía ser formal y con familia a la que ni siquiera conocíamos —contó Sirius.

 

—Pero Sirius me vio triste y vino a prometerme que un día me llevaría a uno, que sólo tenía que esperar el momento. —Parecía que Regulus había grabado en su mente aquellas palabras, como si tuvieran un significado muy especial para él.

 

—Y ahora lo ha hecho realidad. Qué buen hermano, Sirius. —Remus le sonrió mientras él intentaba quitarle importancia, comprendiendo el porqué no había querido cancelar la salida después de todo lo que estaba pasando. También era un soplo de aire fresco para Regulus, pudiendo olvidar la pérdida de Alphard por unos instantes.

 

Al fin pudieron pagar las entradas, que por supuesto se encargó Sirius del pequeño costo, advirtiendo que él era quien les había invitado y no iba a permitir que gastaran nada.

La época no era la mejor para pasear por las zonas abiertas, pero hacía un buen día y esperaba que los animales estuvieran un poco por la labor.

 

Remus sugirió tomar un mapa donde se marcaba un buen camino para ver todo el zoo, además de señalar los baños disponibles y los restaurantes o pequeños puestos de comida.

 

—Mejor que hagamos el camino al revés. Todo el mundo opta por empezar por la derecha —opinó Sirius, viendo que todo el mundo hacía el camino en la misma dirección, a pesar de que ambos acababan en ese mismo punto.

 

—Después de comer, a las cuatro, hay un espectáculo de pingüinos.

 

Empezaron a visitar el lugar por la izquierda, encontrándose primero con varias jaulas y muchos tipos de aves de distintos colores. Al parecer faltaban algunos, suponían que los tropicales, ya que con aquel frío no vivirían muy bien.

 

—Aquí hace falta un fénix —murmuró por lo bajo Sirius a sus compañeros—. Ruiseñor petiazul —leyó el cartel observando a los pequeños pájaros de un tono marrón, percatándose de una mancha naranja y un azul muy vistoso bajo su pico.

 

—Es precioso —susurró el menor intentando no asustarles.

 

—Parece que se hayan manchado.

 

Remus no pudo evitar reírse por los comentarios de Sirius, contagiando a sus compañeros.

 

—Ahí tienes algo que te resultará más conocido —señaló el hombre lobo.

 

Una hermosa lechuza común descansaba con sus ojos cerrados en una rama que casi hacía de expositor. Realmente era como una de las miles que podían encontrar en Hogwarts, ya que eran las más solicitadas por los alumnos porque los búhos resultaban bastante más caros y prácticamente nadie quería un sapo. A su lado se encontraba un mochuelo, acurrucado y con las plumas bastante ahuecadas para protegerse del frío. Parecía que a la lechuza no le importaba su presencia, como si estuviera acostumbrada a protegerle.

 

—¡Mira ése! ¡Su pico se curva hacia arriba! —Regulus parecía fascinado con toda aquella naturaleza.

 

—“El pico singular de la avoceta común le permite detectar y atrapar pequeños crustáceos, lombrices e insectos en aguas menos profundas” —leyó Remus en el cartel con la imagen del ave.

 

Los tres le vieron en silencio mientras caminaba por el agua con el pico hundido en ella, notando que lo dejaba abierto. Se notaba que movía el fondo a caso hecho, pues allá por donde pasaba, levantaba un poco de la tierra, enturbiando la superficie.

 

—Es una lástima que la mayoría no pongan huevos en estas fechas. —Sirius miró a su alrededor, notando que no había ni un solo nido.

 

Sacó la cámara de fotos que Severus le había regalado hacía un tiempo. No tenía poción reveladora, pero la podía conseguir más adelante para seguir viendo a los animales moverse de aquella forma.

Aprovechó para sacar fotografías de sus compañeros mientras ellos no se enteraban, resultando mucho más naturales así.

 

Habían abandonado la zona de aves, aunque aún se podían ver algunas libres por los árboles que se encontraban por el camino. En el pasado eligió ese sitio porque parecían tratar bastante bien a los animales, dentro de lo que cabía al ser un zoo. Parecía que los soltaban para que pudieran volar o relajarse, pero como era evidente, no podían tenerlos a todos a la vez o con las personas por allí caminando.

 

—Estamos cerca del evento de los pingüinos. ¿Queréis comer ya y así hacemos un poco de tiempo antes de coger sitio? —preguntó Remus.

 

—¿Qué hay por aquí cerca? —Sirius se puso a su lado para ver el mapa.

 

—Hay un puesto de bocadillos y un poco más allá hay una especie de restaurante.

 

Sirius permitió que ellos decidieran, ya que a él le apetecía cualquier cosa que le dejara satisfecho.

Pasaron por la zona de bocadillos, que era un lugar de picnic, aunque mantenían unas estufas exteriores protegidas para que los animales pudieran acercarse sin hacerse daño. Al parecer, por allí pasaban algunos pequeños para conseguir comida que se les caía a los visitantes. Regulus al instante quiso quedarse allí, pues una ardilla se había quedado parada en una rama esperando a conseguir algo para llevarse.

 

Sirius esperó a que eligieran su comida, ofreciéndose a hacer el pedido y traerlo a la mesa mientras ellos descansaban un poco.

 

—Se está bien aquí. Me alegra que cuiden un poco a los animales —comentó Remus observando un pequeño pájaro que picoteaba algunas migas en el suelo.

 

—Sí, por lo menos pueden protegerse un poco del frío. No creo que todos estos sean del zoo —musitó—. Remus…

 

El castaño giró su rostro para observarle, notando que el chico estaba un poco tenso. Podía sentir su olor por encima del de los bocadillos y aquello era levemente extraño, pues la comida solía despertar mucho más su lado animal.

 

—Gracias por venir con nosotros —susurró antes de acercarse a él y posar sus labios sobre los suyos.

 

El mayor estaba sorprendido, no podía negarlo. Regulus estaba robándole su primer beso, aquel que tanto le había preocupado al escuchar a Sirius hablar sobre sus ligoteos, el que le causaba inseguridad por no saber cómo lo haría y la vergüenza que pasaría al hacerlo. Sin embargo, todo aquello ya no estaba en su cabeza. Sus labios se sentían realmente bien en aquel toque tan suave e inocente.

Notas finales:

¡Nos vemos el próximo martes!


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