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Intuición por lpluni777

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Para las personas resultaba difícil acercarse a alguien como Afrodita de Piscis. Guapo, poderoso, inimitable e inalcanzable. Así que por lo general ni siquiera se molestaban en intentarlo. Deathmask de Cáncer, a quien generalmente no le importaban las apariencias y simplemente lo trataba de igual manera que al resto de sus compañeros, no se llamaba su amigo en público; la idea le resultaba irreal incluso a él. Mas el de Piscis solía mantenerse a su lado aún siendo consciente del rechazo.

Camus pensaba que su compañero debía de sentirse solo. Aunque su misión de vida no era encargarse de aliviar ese sentimiento en aquél caballero, por lo cual no se esforzaba en hacer un cambio en su actitud respecto a él. Pero por una u otra razón, se había visto atraído hacia el doceavo guardián.

Incluso en un día como ése prefirió subir al templo de los peces antes que salir del santuario o quedarse en su propia casa leyendo.

Afrodita lo recibió de buena manera y lo invitó a su jardín, porque supuestamente a las rosas les agradaba el fresco que su presencia acarreaba en días en los que el sol brillaba con tanta intensidad. No hablaba tanto como Acuario había supuesto —ni por lejos tanto como Milo—, pero sabía cómo encargarse de los silencios incómodos si era necesario. Parecía ser bueno cuando de sentimientos se trataba.

Conversaban mientras el mayor se hacía cargo del jardín. Camus algún día escuchó decir en la ciudad que a las plantas les gusta oír a las personas para no sentirse solas, además de que las mimen. Sobretodo plantas tan vanidosas como lo eran las rosas, según un cuento de su tierra natal*.

—Si te aburres allí sentado siempre puedes ayudarme, no te harán daño si no les tienes miedo —comentó el rubio tras algunos minutos de arrancar malezas y cortar troncos muertos.

Camus sabía que no era mentira, mas prefirió ser prudente.

—Me gusta la sombra, Afrodita —el doceavo caballero alzó los hombros y regresó a su tarea. Camus continuó observándolo desde el borde del pórtico.

En los pasados tres meses su cabello había crecido lo suficiente como para traspasar la línea de sus hombros, por lo que agradecía que la primavera todavía no los dejase a la merced del verano, aunque éste parecía querer imporse desde temprano.

Antes de que llegara el próximo invierno, Camus planeaba marcharse. Su entrenamiento en Asgard durante su juventud fue suficiente para conseguirle una armadura de oro que ya había sido designada como suya desde que nació bajo la constelación de Ganímedes; pero no era tan fuerte como varios de sus compañeros, no porque tres de ellos tuviesen más experiencia en la vida, pues ni siquiera se molestaba en compararse con Shaka. Simplemente necesitaba mejorar como caballero, conseguir un cosmos todavía más frío. Como aquél que poseían sus antecesores.

Deseaba conocer mundo y viajar a un lugar todavía más helado que el norte europeo; su sueño era encontrar una tierra llamada Bluegaard. Aunque todavía debía conseguir el permiso del Patriarca.

Mas tenía otro motivo por el cual buscaba alejarse del santuario. Uno relacionado con sus dos vecinos directos, el Patriarca, el león dorado y el difunto hermano de éste último; hasta donde alcanzó a razonar. Detestaba no saber qué era lo que ocurría a su alrededor y necesitaba tiempo a solas para aprender, conectar los hilos.

Aunque previamente a siquiera pensar en poner un pie fuera de la orden ateniense, tenía unos cuantos temas que resolver.

Sintió la tierra fresca bajo sus pies descalzos, consciente de que si él no estuviese allí, se sentiría tibia. Miró al caballero de Piscis, solo, en medio de un campo de rosas venenonas. Camus creía en sus palabras como si fueran verdaderas, en que las rosas no lo atacarían, pero sabía que el dulce aroma que captaba desde su lugar no era más que una fachada para engañar a sus sentidos.

Aquellas plantas eran letales, ya fuera que lo desearan o no. Aunque...

—Afrodita —se puso de pie y sintió la tierra bajo sus pies moverse emocionada. El rubio pausó su tarea y volteó a verlo—. ¿De qué manera podría ayudarte?

Piscis le dedicó una sonrisa y le indicó que se acercara, que cruzase el campo de rosas hasta él. Camus se sintió inseguro un momento, pero rememorando todo lo que sabía, extendió su cosmos para apaciguar a las plantas ya que Aforidta había dicho que les gustaba su presencia, más cerca de su rostro elevó la temperatura lo suficiente para que el aroma del veneno no fuese tan perceptible.

Consiguió estar al lado de su compañero más rápido de lo que esperaba. Sin roces de espinas en sus piernas, como si los rosales hubieran creado un camino seguro para su paso.

—Eres un muchachito valiente, Acuario —comentó Piscis entonces, con una mano revolviendo el cabello pelirrojo—. Les encanta estar frescas. Puedes ayudarme con los tallos muertos, hay que buscarlos entre los arbustos y es complicado con las tijeras en mano.

—Entiendo —el pelirrojo se puso de cuclillas y examinó el rosal en el que Afrodita estuvo trabajando previamente. Le tomó poco tiempo encontrar un tallo de color verde grisáceo—. ¿Podría... contarte algo personal? —preguntó cuando Piscis se agachó a su lado. Solo entonces Acuario notó los rastros de tierra en el rostro y cabello del Piscis, huellas que también adornaban sus manos.

—Depende, ¿es algo que me incumbe o simplemente algo que te carcome la conciencia? —el rubio metió sus manos en el hueco del rosal que Camus mantenía abierto.

—Ambas cosas —más que verlo, sintió y oyó el momento en que Afrodita cortó el tallo.

—Entonces creo que merezco saberlo —los ojos celestes del caballero sueco se clavaron en él.

Camus tuvo la sensación de que era una manera de darle confianza, de que oiría la cosa importante que estaba a punto de confiarle con una equitativa atención. También le dijo que Afrodita seguramente ya tenía sus sospechas sobre lo que iba a confesar.

—Creo que me siento atraído por los hombres —Afrodita asintió como si no fuera la gran cosa.

—¿Acaso éso te funcionó mientras pensabas en un hombre en lugar de una mujer? —Camus asintió una única vez, sin apartar la vista del rubio—. ¿Puedo preguntar cómo se te ocurrió hacer eso?

—Conoces la historia de mi constelación. Ya no soy tan crío como para creer que Zeus tomó a Ganímedes solamente para usarlo como una almohada humana —ante eso, Afrodita estalló en risas.

—No me digas que fue Shura... —Camus se mantuvo callado hasta que el rubio se tranquilizó—. Perdona, perdona. Entonces, puedo suponer que el hombre en quien pensaste fui yo, ¿no es así?

—Así es.

Se formó un breve silencio mientras ambos meditaban la situación. Por su parte, Camus no sabía qué opinar respecto a sus propias reacciones físicas y su incapacidad de manejarlas a su antojo, lo único que buscaba al contarle eso a Piscis era ser sincero y aguardar algo de apoyo, si bien ni siquiera esperaba aceptación. No conocía tan bien al rubio como para confiar en que se tomaría aquello a bien.

—Es una pena que yo prefiera a las mujeres, ¿sabes? —acabó por decir el rubio—. Ellas son los humanos más bellos que existen.

—Sí, lo sé —se alegró de ver que, al parecer, el otro no estaba molesto.

—Aunque tú eres muy guapo, así que podría considerarlo si llegaras a insistir —añadió en tono coqueto. Camus contuvo una carcajada y negó suavemente con la cabeza.

—No es necesario, Afrodita. Solo necesitaba contártelo.

—Me agrada que seas sincero, en verdad eres un chico valiente. Venga, ponte de pie que todavía nos queda trabajo y bastante tiempo antes de que anochezca.

Acuario siguió a Piscis obedientemente el resto de la tarde, brindando su ayuda cuando era requerida. Durante la jornada Camus fue capaz de escuchar varias anécdotas del mayor entre sus explicaciones sobre el cuidado de las rosas. Hasta la fecha, Piscis había estado en cuatro continentes para cumplir con sus deberes como caballero, no entró en detalles sobre sus misiones, pero a petición del pelirrojo, relató el aspecto de los sitios que había visitado, algunas costumbres locales que atestiguó y la actitud de los nativos.

Camus tan solo había estado en Europa, allí había nacido —en Francia—, crecido —en Escandinavia—, y se había vuelto caballero de Athena —en Grecia—. En ese continente también se centraban sus misiones, gracias a las cuales había conocido Inglaterra, Alemania, Holanda y Suiza.

—¿Has estado en Suecia? —preguntó el rubio luego de escuchar la lista de países.

—Pasé varios años en Asgard, una tierra compartida en el norte de Noruega y Suecia, así que sí, pero al mismo tiempo no.

—Yo nací en el sur, en la costa del mar Báltico. Me hubiera gustado conocerte antes, de seguro eras un pequeño revoltoso por aquél entonces.

Ante ese comentario Camus no podía estar en desacuerdo, cuando era un crío y apenas se acostumbraba a su inusual fuerza, la utilizaba de manera inadecuada y peligrosa. Más de un accidente ocurrió por su culpa.

Afrodita de seguro notó el ligero cambio en su temple porque tosió para llamar de vuelta su atención.

—Por cierto, a mí también me gustaría contarte algo personal, si no te molesta guardarme el secreto —el rubio le guiñó un ojo intentando animarle. Camus se sintió un niño idiota una vez más, como solía llamarlo su maestro cuando apenas llegó a Grecia y no podía hablar correctamente el idioma.

—No me molesta.

Afrodita dejó algunas malezas cortadas en el suelo y se agachó frente a un arbusto de rosas. Camus observó extrañado cómo cortaba una rosa perfectamente sana de un rojo vibrante y hojas esbeltas. La olió antes de volver a ponerse de pie y acercarse al onceavo caballero.

Se acercó más de lo apropiado para contarle un secreto en un lugar en donde los únicos seres vivos que los podían oír eran las flores. Camus sintió su aliento sobre su oreja antes de oírlo.

—Mi nombre era Arvid** —un poco descolocado por esa clase de revelación, el pelirrojo apenas se dio cuenta de que Afrodita se había alejado y pese a ello su oreja se sentía ligeramente pesada—. Estoy seguro de que no esperabas pasar este día trabajando bajo el sol, pero me alegra que hayas elegido compartirlo conmigo. Feliz cumpleaños, Camus.

Para esa hora el cielo ya estaba teñido de un color ocre, indicando que la noche estaba pronta a subir. Acuario se tocó la cabeza, sobre la oreja izquierda, y encontró algo inusual allí. La rosa no tenía aroma y las espinas habían sido retiradas. Afrodita lo observaba calmado.

Al final cerró los ojos y dejó la flor en su sitio. Ya luego vería qué hacer con ella.

—No se lo contaré a nadie.

Ambos sabían que ése era momento de despedirse, aunque ninguno lo hizo. Camus simplemente dio media vuelta y se dirigió al pórtico sobre el cual descansaban sus sandalias. Redujo su cosmos al mínimo y fue capaz de sentir el fresco de la brisa natural del santuario. Afrodita continuaba arrancando malezas de entre los rosales, ya sin requerir su ayuda para esa faena.

Acuario regresó a su templo cansado, más emocional que físicamente. Y sabiendo que ese día aún no se acababa porque Milo juró que regresaría de su misión antes de la medianoche para poder celebrar su cumpleaños a su lado. No era un evento que a Camus le causase particular alegría o descontento. Simplemente ocurría que vivir 365 días más no le parecía un suceso para festejar.

Decidió congelar la rosa en una esfera de cristal y la dejó como decoración en su cámara privada, antes de que su mejor amigo llegase a hacer preguntas.

 

Notas finales:

*El Principito.

**Arvid deriva de "águila" y "árbol" en nórdico.

Lamento si el ritmo de la historia es algo caótico, pero espero que incluso así se pueda disfrutar al leerla.


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