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Intuición por lpluni777

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Notas del capitulo:

Solo una nota para recordar que esta historia se limita a +16

Afrodita creció entre secretos y oscuridad, incluso antes de llegar al Santuario.

Su familia era acaudalada por todos los motivos equivocados y acabó siendo él quién desveló sus secretos al público, por inocencia y desconocimiento más que por buena fe. El repudio hacia su familia resultó ser tan grave que sus padres fueron asesinados antes del juicio y únicamente un par de mujeres amables del orfanato decidieron que lo justo para su hijo sería perdonarle la vida, lo difrazaron de niña para cruzar el mar hacia la costa de Dinamarca.

Ellas le enseñaron el arte de la jardinería. Cosa que no había resultado del todo positiva, considerando que algún tiempo después de que ellos llegasen a Nyborg, una enfermedad venenosa y mortal se había expandido en el área y nadie tenía idea de cómo.

No mucho después del brote, caballeros del Santuario lo encontraron en la casa en la cual esas mujeres lo escondían. Lo convencieron de acompañarlo una noche, diciendo que si apreciaba las vidas de las mujeres que lo salvaron, lo mejor que podía hacer era alejarse de ellas.

Afrodita pensaba que esas mujeres eran los seres humanos más valientes y hermosos que existían. Eran otro secreto suyo, el pequeño rastro de luz en la oscuridad que conformaba su vida.

Era en verdad una historia sobre un pasado estúpidamente deprimente que jamás pensó en compartir con nadie.

—Entonces, ¿por qué me lo contaste?

Piscis volteó a ver a su derecha con desgano, Camus lucía realmente descolocado por su último comentario, a veces ése hombre se tomaba las cosas con más seriedad de la necesaria. Encogió los hombros regresando su vista al jardín.

—Supongo que quería que alguien lo oyera antes de tener que hacer ésto.

—¿No estás del lado del Patriarca?

—Es demasiado egocéntrico para mi gusto. Aunque opino lo mismo de la niñata esa. Al final, pienso seguir tu ejemplo y darles la oportunidad a esos chicos de demostrarme que estoy equivocado, pese a que dudo que lo consigan.

—Afrodita, sabes lo que quise decir con eso, ¿cierto?

—No soy idiota. Básicamente, me dijiste que planeas suicidarte para comprobar que has entrenado bien a ese muchacho de Cisne.

Pudo ver por el rabillo del ojo cómo Camus apartó la vista de él hacia el jardín. Ambos estaban sentados al borde del pórtico, aguardando a que Aries acabase de reparar las armaduras de los rebeldes. Todos habían acordado no interferir en su decisión, por más que a la mayoría le desagradase.

—Así que, ¿qué otra cosa podía decirte?, ¿que el cielo hoy se encuentra azul? —quiso picar a su compañero pese a que verdaderamente se había encontrado con una falta de conexiones neuronales lo suficientemente veloz como responder con otra cosa tras oír la decisión de Acuario.

Camus se mantuvo en silencio un largo rato y Afrodita lo dejó estar. Incluso si estaban yendo contra reloj, aguardando a que dos aprendices de caballeros dorados llegaran a sus puertas junto a otros niños supuestamente igual o más poderosos, lo último que podían permitirse perder era la templanza.

—No pienso morir hoy, Afrodita. No con un cielo tan hermoso que bien podría contemplar de nuevo el día de mañana.

Piscis enarcó una ceja al oír aquello. Mas solo cuando escrutinó el rostro de su compañero entendió que, por más ciertas que fuesen sus palabras, el pelirrojo no parecía tener el control de su destino a mano en ese momento.

—¿Por qué sigues en mi templo, Camus?, ¿No deberías bajar a Acuario?

En algún momento, varios años atrás, Afrodita pensaba que la frialdad innata de Camus era consecuencia directa de su tipo de cosmos; desde hacía un par de años había entendido que más que relacionarse con su cosmos, se relacionaba con un temor a estar muy cerca de las personas, como si al permitirles acercarse, éstas se encontraran inevitablemente en peligro.

Afrodita debería sentirse así por su tipo de cosmos, mas su actitud le impedía ser tan recatado. Aunque los antiguos caballeros de Piscis sí eran de esa forma; recluídos y misteriosos por elección. A él le parecía una exageración, por más que a veces los comprendiese.

—Nunca conseguí vencerte en una pelea —aquello no era una respuesta coherente.

—¿Vas a lamentarte por eso ahora?

—Sí.

La sinceridad de la respuesta fue igual de abrumante que inesperada. Afrodita sintió un escalofrío subir por su espalda y acto seguido se echó a reír. Había olvidado, en los años que llevaban separados, lo sorprendentemente simple que era Camus.

Mientras el pelirrojo tuviera una boca con la cual hablar, se rehusaba a contar mentiras. Para bien o para mal, era una cualidad que no todo el mundo poseía.

—Asombroso —soltó el rubio al recobrar el aire—, entoces ahora vienes a decirme que soy parte importante de tu vida. Supongo que es tan buen regalo de despedida como cualquiera.

Regresaron al silencio luego de eso, mas ninguno se movió de su sitio. Eran los guardianes de las últimas casas, e incluso con la pequeña fama de la que esos caballeros de bronce se habían hecho, ambos tenían dudas sobre si conseguirían llegar tan alto. Camus no estaría contento con ese resultado tampoco, adivinaba Afrodita.

Se volvería a marchar y buscaría entrenar a alguien todavía más fuerte.

El rubio no entendía aquella necesidad tan imperiosa del pelirrojo de conseguir un sucesor apto. Menos aún siendo tan joven.

Temía preguntar y no comprender la respuesta. Pues le gustaba pensar que entendía a Camus, quizás no tanto como lo hacía Milo, pero lo suficiente como para que Acuario confiara en él de ser necesario.

Agachó la cabeza. Su cabello estaba suelto, con su casco aguardando por él junto a un pilar a pocos metros, y los bucles rubios consiguieron librarlo del color rojo por un rato. El rojo de sus rosas, el de los ojos y el cabello de Camus.

Todos los finales dentro de las próximas doce horas implicaban que se separarían. Era inevitable. Acuario apoyaría a Athena en el final.

El rojo volvió a aparecer en su campo de visión, en las uñas esmaltadas de Acuario. Era un cambio de cierto peso basado en un razonamiento demasiado simple, claro que las personas hablaron sobre ello cuando lo vieron por primera vez hace no tanto tiempo, y no todos (pocos, de hecho) dijeron cosas bonitas al respecto.

Pero a Afrodita le encantaban esas uñas, las de la mano que entonces se entrelazaba con la propia tímidamente. Piscis estrechó el agarre.

—Tenemos algunas horas, ¿qué quieres hacer, Camus? —dijo alzando la cabeza para ver a su compañero a los ojos. Éste lucía contento.

—Quiero estar a tu lado.

En un primer momento parecía una petición simple.

Afrodita sabía que a Camus le habría sido sificiente el mantenerse sentados allí, aguardando, hasta que su aprendiz llegase a Libra; momento en que debería iniciar su plan.

Para Acuario habría sido suficiente, pero para Piscis no lo era.

Aguantó en calma hasta que sintió que los caballeros de bronce subían las escaleras de Aries que conectaban con Tauro. Entonces sintió unas ansias poco comúnes.

Tenían algunas horas. Tan solo algunas horas.

A Afrodita no le importó que Camus ya lo hubiera sobrepasado en altura y musculatura desde el día en que se conocieron, tiró de él y abrazó su cuello para besarlo. Nada gentil pues Camus no era una frágil damisela, hasta ahí ambos eran concientes. El pelirrojo correspondió al beso a duras penas, mas no a la brusquedad, se encargó de suavizar el beso quizás insistiendo (necesitando) en el hecho de que todavía tenían tiempo para disfrutar de eso.

Tras unos minutos Afrodita se apartó de la misma manera en que se había acercado. Miró a Camus esperando encontrar aunque fuere algún rastro de decepción. Más solo encontró un sonrojo difícil de disimular y una mirada algo más que comprensiva.

—Vamos a la cama, Afrodita.

De Piscis, y los nacidos bajo su constelación, se dice que es el signo más sensible del zodiaco. No la mejor pareja para encuentros de una noche, sí para buscar un verdadero romance. No el primer amigo en la lista al cual confiar tus peores secretos, pero un gran hombro sobre el cual llorar de ser necesario.

Para Afrodita, su cosmovisión como un nacido bajo Piscis, más allá de ser el portador de su armadura; era que necesitaba tener un mejor amigo al cual apoyar. Había crecido rodeado de conocimiento sobre las estrellas y Cáncer siempre se mantuvo cerca de Piscis durante su generación, era natural que buscara ser amigo de ese caballero.

Mas lo de Camus, lo de Acuario, llegó como un maremoto. Inesperado, voraz, incansable. Porque las estrellas no dieron señales de ello.

Pero bien que se dice de Acuario, y los nacidos bajo su constelación; son impredecibles.

En parte le dolía que lo suyo no fuera un romance, porque lo que más deseaba de una pareja era estabilidad y cercanía. Cosas que Camus jamás podría ofrecer. Claro que la comprensión, la sinceridad y su mas bien fría compañía siempre eran apreciadas.

Afrodita tomó su casco del suelo antes de emprender el camino a su cámara, con Camus siguiéndolo de cerca. Regresó su armadura a la caja en el pasillo y Acuario lo imitó. El Patriarca tendría preguntas reservadas para ambos si lograban sobrevivir. Shura las tendría también, pero de seguro no les daría voz, era demasiado respetuoso en ese sentido; lo que sí les daría, serían sermones.

Una vez dentro de la habitación, fue Camus el que no perdió tiempo en dirigirse a la cama y quitarse la camiseta. Afrodita lo observó divertido un momento antes de copiarlo.

Y es que era divertido.

Camus era físicamente más grande que él, pero aún así se mantenía temeroso y prudente, nunca siendo el que tocara primero o sin permiso. Eso ni en sueños. Pero les faltaba tiempo para trabajar en esa timidez.

Piscis se sentó a su lado en el lecho y retomó el beso de antes, con más calma, logrando que la vista y atención de Acuario estuvieran solo sobre él. Afrodita empezó con los mimos desde el rostro apenado hacia la coronilla, la nuca, y luego disfrutó de acariciar el cabello rojo sobre los hombros blancos. Le fascinaba el contraste.

No era su primera vez juntos, tampoco la milésima, ni siquiera la quinta, e incluso así, Afrodita tenía una buena idea de lo que Camus necesitaba. El motivo por el cuál aceptó su invitación.

Afrodita era el nombre de una diosa del amor, la belleza y la sensualidad, él bien sabía cómo enseñar el respeto que sentía por ser su portador.

No tardó en sentir la respiración entrecortada de Camus sobre su clavícula. Tomó una mano del pelirrojo, atrapando de nuevo su atención.

—Dime, Camus, ¿me deseas? —los ojos color granate lo observaron de arriba a abajo antes de que hubiera una respuesta.

—Con el alma.

Acuario era asombroso cuando se lo proponía. Afrodita era egocéntrico, ambos eran concientes de eso, y para él confesiones como aquella se sentían como la gloria.

Piscis fue, como habían acordado silenciosamente, el que dirigió todo el acto; el momento en que las caricias iniciaban, se detenían o subían en intensidad; la preparación, la respiración e incluso las miradas; el momento en que se encontraron como llegaron al mundo.

Manejó la vergüenza propia, tanto como la ajena. No era una vergüenza basada en el desagrado o las malas acciones, sino aquella surgida porque estaban haciendo algo demasiado privado y sincero para su propio bien. Ambos caballeros se mostraban tan débiles el uno frente al otro como era posible, señal de un respeto máximo y una confianza inigualable.

Afrodita estuvo seguro en ese momento, con Camus debajo suyo —sosteniéndole la mirada aún con los párpados entrecerrados—, de que todo estaría bien. Ellos podían morir ese día, al siguiente o al otro; era algo que siempre supieron y algo por lo cual debían enorgullecerse en lugar de aterrarse.

Afrodita estaba seguro de que incluso si moría en ese mismo instante, lo haría sin arrepentimientos.

Su actuación, su dueto, finalizó en un abrazo desesperado y correspondido.

Camus fue el primero en buscar separarse, cosa en la que debió insistir porque Afrodita no alfojaba su agarre. Mas el pelirrojo apenas si se alejó del rubio, seguidamente tomó su rostro y lo forzó a verlo, a verlo sonreír de una manera en que Afrodita no lo creía capaz, como un niño desvergonzado, enseñando los dientes y un hoyuelo en su mejilla derecha cuya existencia seguramente pasó desapercibida hasta el momento.

Seguramente el cabello de Piscis era un desastre en ese momento a diferencia del lacio cabello escarlata, y su cara debió ser igual de memorable.

El estupor de Piscis se desvaneció cuando Acuario tomó su mano y la llevó hasta su rostro. Besó sus nudillos, uno por uno.

—Låt oss träffas igen i Valhalla.*

A Afordita se le ocurrieron cien insultos con los que contestar aquello. Pero al cabo de unos segundos optó por aceptarlo, pues ese destino tampoco sonaba tan mal, por más irreal e inapropiado que fuese.

—Med glädje.**

Debieron separarse definitivamente, aunque sin ánimos de hacerlo, cuando un débil cosmos apareció de la nada en la casa de Libra, aparentemente salido de la nada.

El plan se adelantó por sorpresa, mas Camus no tardó en prepararse. Afrodita lo observó marcharse sin una despedida de por medio.

Por algún motivo la idea no le brindó tristeza, sino esperanzas.

 

Notas finales:

*-Encontrémonos de nuevo en el Valhalla. (el cielo vikingo donde se dice los caídos en batalla podían pelear a muerte una y otra vez)

**-Con gusto.

Solo tengo para agregar que me puse Lose you Again, de Walk The Moon, en bucle durante horas para conseguir terminar esta parte. No me arrepiento de mi decisión.


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