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My One and Only por yaoista

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Harry se despertó a las cinco, tan emocionado e ilusionado que no pudo volver a dormir. Se levantó y se puso su pantalón: no quería andar por la estación con su túnica de mago, ya se cambiaría en el tren. Miró otra vez su lista de Hogwarts para estar seguro de que tenía todo lo necesario, se ocupó de meter a su lechuza en su jaula y luego se paseó por la habitación, esperando que los Dursley se levantaran. Dos horas más tarde, el pesado baúl de Harry estaba cargado en el coche de los Dursley y tía Petunia había hecho que Dudley se sentara con Harry, para poder marcharse.

Llegaron a King Cross a las diez y media. Tío Vernon cargó el baúl de Harry en un carrito y lo llevó por la estación. Harry pensó que era una rara amabilidad, hasta que tío Vernon se detuvo, mirando los andenes con una sonrisa perversa.

-          Bueno, aquí estás, muchacho. Andén nueve, andén diez... Tú andén debería estar en el medio, pero parece que aún no lo han construido, ¿no?

Tenía razón, por supuesto. Había un gran número nueve, de plástico, sobre un andén, un número diez sobre el otro y, en el medio, nada.

-          Que tengas un buen curso —dijo tío Vernon con una sonrisa burlona y se marchó sin decir una palabra más.

Harry detuvo a un guardia que pasaba, pero no tuvo éxito, ya que éste lo miró como si estuviera loco. Según el gran reloj que había sobre la tabla de horarios de llegada, tenía diez minutos para coger el tren a Hogwarts y no tenía idea de qué podía hacer. Estaba en medio de la estación con un baúl que casi no podía transportar, un bolsillo lleno de monedas de mago y una jaula con una lechuza.

-          Al parecer no te veré en Hogwats –suspiró resignado el moreno al recordar a aquel chico rubio que había conocido. En aquel momento, un grupo de gente pasó por su lado y captó unas pocas palabras.

-          ... lleno de muggles, por supuesto...

Harry se volvió para verlos. La que hablaba era una mujer regordeta, que se dirigía a cuatro muchachos, todos con pelo de llameante color rojo. Cada uno empujaba un baúl, como Harry, y llevaban una lechuza. Con el corazón palpitante, Harry empujó el carrito detrás de ellos

-          Y ahora, ¿cuál es el número del andén? —dijo la madre.

-          ¡Nueve y tres cuartos! —dijo la voz aguda de una niña, también pelirroja.

El que parecía el mayor de los chicos se dirigió hacia los andenes nueve y diez. Harry observaba, procurando no parpadear para no perderse nada. Pero justo cuando el muchacho llegó a la división de los dos andenes, una larga caravana de turistas pasó frente a él y, cuando se alejaron, el muchacho había desaparecido.

-          Fred, eres el siguiente —dijo la mujer regordeta.

-          No soy Fred, soy George —dijo el muchacho—. ¿De veras, mujer, puedes llamarte nuestra madre? ¿No te das cuenta de que yo soy George?

-          Lo siento, George, cariño.

-          Estaba bromeando, soy Fred —dijo el muchacho, se alejó y su hermano gemelo fue tras é rápidamente.

-          Disculpe —dijo Harry a la mujer regordeta.

-          Hola, querido —dijo—. Primer año en Hogwarts, ¿no? Ron también es nuevo –Señaló al último y menor de sus hijos varones. Era alto, flacucho y pecoso.

-          Sí —dijo Harry—. Lo que pasa es que... es que no sé cómo...

-          ¿Cómo entrar en el andén? —preguntó bondadosamente, y Harry asintió con la cabeza.

-          No te preocupes —dijo—. Lo único que tienes que hacer es andar recto hacia la barrera que está entre los dos andenes. No te detengas y no tengas miedo de chocar, eso es muy importante. Lo mejor es ir deprisa, si estás nervioso. Ve ahora, ve antes que Ron.

-          Hum... De acuerdo —dijo Harry, se inclinó sobre el carrito y comenzó a correr, cerró los ojos, preparado para el choque pero no llego, cuando abrió los ojos observó una locomotora de vapor, de color escarlata que esperaba en el andén lleno de gente. Un rótulo decía: «Expreso de Hogwarts, 11 h». Harry miró hacia atrás y vio una arcada de hierro donde debía estar la taquilla, con las palabras «Andén Nueve y Tres Cuartos».

Lo había logrado, el humo de la locomotora se elevaba sobre las cabezas de la ruidosa multitud, mientras que gatos de todos los colores iban y venían entre las piernas de la gente. Las lechuzas se llamaban unas a otras, con un malhumorado ulular, por encima del ruido de las charlas y el movimiento de los pesados baúles. Los primeros vagones ya estaban repletos de estudiantes, algunos asomados por las ventanillas para hablar con sus familiares, otros discutiendo sobre los asientos que iban a ocupar, Harry empujó su carrito por el andén, observando entre los niños para encontrar aquella cabellera rubia del chico que había conocido, le hubiera encantado haberle preguntado su nombre, el moreno se abrió paso hasta encontrar un compartimiento vacío, cerca del final del tren. Primero puso a Hedwig y luego comenzó a empujar el baúl hacia la puerta del vagón. Trató de subirlo por los escalones, pero sólo lo pudo levantar un poco antes de que se cayera golpeándole un pie.

-          ¿Quieres que te eche una mano? —Era uno de los gemelos pelirrojos, a los que había seguido a través de la barrera de los andenes.

-          Sí, por favor —respondió Harry.

-          ¡Eh, Fred! ¡Ven a ayudar! –y con la ayuda de los gemelos, el baúl de Harry finalmente quedó en un rincón del compartimiento- Gracias —dijo Harry, quitándose de los ojos el pelo húmedo.

-          ¿Qué es eso? —dijo de pronto uno de los gemelos, señalando la brillante cicatriz de Harry.

-          Vaya—dijo el otro gemelo—. ¿Eres tú...?

-          Es él —dijo el primero—. Eres tú, ¿no? —se dirigió a Harry.

-          ¿Quién? —preguntó Harry.

-          Harry Potter —respondieron a coro.

-          Oh, él —dijo Harry—. Quiero decir, sí, soy yo.

Los dos muchachos lo miraron boquiabiertos y Harry sintió que se ruborizaba. Entonces, para su alivio, una voz llegó a través de la puerta abierta del compartimiento.

-          ¿Fred? ¿George? ¿Estáis ahí?

-          Ya vamos, mamá.

Con una última mirada a Harry, los gemelos saltaron del vagón. Harry se sentó al lado de la ventanilla suspirando, si el chico que conoció el otro día supiera su nombre ¿lo hubiera tratado así? Quería que le cayera bien por cómo era y no por quien era. El tren comenzó a moverse. Harry vio a la madre de los muchachos agitando la mano y a la hermanita, mitad llorando, mitad riendo, corriendo para seguir al tren, hasta que éste comenzó a acelerar y entonces se quedó saludando. Las casas pasaban a toda velocidad por la ventanilla.

La puerta del compartimiento se abrió y entró el menor de los pelirrojos.

-          ¿Hay alguien sentado ahí? —preguntó, señalando el asiento opuesto a Harry—. Todos los demás vagones están llenos.

Harry negó con la cabeza, esperaba que su amigo misterioso se sentara con el pero este chico también había sido amable con él. El pelirrojo lanzó una mirada a Harry y luego desvió la vista rápidamente hacia la ventanilla sonrojándose.

-          ¿Eres realmente Harry Potter? —dejó escapar Ron y Harry asintió. —Oh... bien, pensé que podía ser una de las bromas de Fred y George— dijo Ron— ¿Y realmente te hiciste eso... ya sabes...? -Señaló la frente de Harry. El moreno se levantó el flequillo para enseñarle la luminosa cicatriz y Ron la miró con atención.- ¿Así que eso es lo que Quien-tú-sabes...?

-          Sí —dijo Harry—, pero no puedo recordarlo.

-          ¿Nada? —dijo Ron en tono anhelante.

-          Bueno... recuerdo una luz verde muy intensa, pero nada más.

-          Vaya —dijo Ron. Contempló a Harry durante unos instantes y luego, como si se diera cuenta de lo que estaba haciendo, con rapidez volvió a mirar por la ventanilla volviéndose a sonrojar.

-          ¿Son una familia de magos? —preguntó Harry, ya que encontraba a Ron tan interesante como Ron lo encontraba a él, aunque no más interesante que el niño de ojos grises.

-          Oh, sí, —respondió Ron.

-          Entonces ya debes de saber mucho sobre magia. Me hubiera gustado tener tres hermanos magos.

-          Cinco —corrigió Ron. Por alguna razón parecía deprimido—. Soy el sexto en nuestra familia que va a asistir a Hogwarts. Podrías decir que tengo el listón muy alto. Bill y Charlie ya han terminado. Bill era delegado de clase y Charlie era capitán de quidditch. Ahora Percy es prefecto. Fred y George son muy revoltosos, pero a pesar de eso sacan muy buenas notas y todos los consideran muy divertidos. Todos esperan que me vaya tan bien como a los otros, pero si lo hago tampoco será gran cosa, porque ellos ya lo hicieron primero. Además, nunca tienes nada nuevo, con cinco hermanos. Me dieron la túnica vieja de Bill, la varita vieja de Charles y la vieja rata de Percy.

-          Y ¿qué hacen ahora tus hermanos mayores?

-          Charlie está en Rumania, estudiando dragones, y Bill está en África, ocupándose de asuntos para Gringotts —explicó Ron—. ¿Te enteraste de lo que pasó en Gringotts? Salió en El Profeta, pero no creo que las casas de los muggles lo reciban: trataron de robar en una cámara de alta seguridad.

-          ¿De verdad? ¿Y qué les ha sucedido?

-          Nada, por eso son noticias tan importantes. No los han atrapado. Mi padre dice que tiene que haber un poderoso mago tenebroso para entrar en Gringotts, pero lo que es raro es que parece que no se llevaron nada. Por supuesto, todos se asustan cuando sucede algo así, ante la posibilidad de que Quien-tú-sabes esté detrás de ello.

Harry repasó las noticias en su cabeza. Había comenzado a sentir una punzada de miedo cada vez que mencionaban a Quien-tú-sabes.

-          ¿Y cómo fue que creció tu magia? –preguntó el pelirrojo.

-          Pues hasta que Hagrid me lo contó, yo no tenía idea de que era mago, ni sabía nada de mis padres o Voldemort... -Ron bufó — ¿Qué? —preguntó Harry.

-          Has pronunciado el nombre de Quien-tú-sabes —dijo Ron, tan conmocionado como impresionado—. Yo creí que tú, entre todas las personas...

-          No estoy tratando de hacerme el valiente, ni nada por el estilo, al decir el nombre —dijo Harry—. Es que no sabía que no debía decirlo. ¿Ves lo que te decía? Tengo muchísimas cosas que aprender... Seguro —añadió, diciendo por primera vez en voz alta algo que últimamente lo preocupaba mucho—seguro que seré el peor de la clase.

-          No será así. Hay mucha gente que viene de familias muggles y aprende muy deprisa.

A eso de las doce y media se produjo un alboroto en el pasillo, y una mujer de cara sonriente, con hoyuelos, se asomó y les dijo:

-          ¿Quieren algo del carrito, guapos?

Harry, que no había desayunado, se levantó de un salto, pero las orejas de Ron se pusieron otra vez coloradas y murmuró que había llevado bocadillos. El pelirrojo lo miraba asombrado, mientras Harry depositaba sus compras sobre un asiento vacío.

-          Tenías hambre, ¿verdad?

-          Muchísima —dijo Harry, dando un mordisco a una empanada de calabaza. Ron había sacado un arrugado paquete, con cuatro bocadillos.

-          Mi madre siempre se olvida de que no me gusta la carne en conserva.

-          Te la cambio por uno de éstos —dijo Harry, alcanzándole un pastel— Sírvete...

-          No te va a gustar, está seca —dijo Ron—. Ella no tiene mucho tiempo —añadió rápidamente—... Ya sabes, con nosotros cinco.

-          Vamos, sírvete un pastel —dijo Harry — ¿En qué casa están tus hermanos?

-          Gryffindor —dijo Ron. Otra vez parecía deprimido—. Mamá y papá también estuvieron allí. No sé qué van a decir si yo no estoy. No creo que Ravenclaw sea tan mala, pero imagina si me ponen en Slytherin.

-          ¿Qué tiene de malo Slytherin? –preguntó interesado.

-          Esa es la casa en la que Quien-tú-sabes... estaba. Muchos magos que participaron con el salieron de ahí.

-          Oh… -susurró Harry poniendo una mano en su cicatriz. ¿Por qué quisiera ir el chico rubio en esa casa? No le parecía ese tipo de persona, además que se veía más alegre que el pelirrojo – ¿Cuál es tu equipo de quidditch? —preguntó Ron.

-          Eh... no conozco ninguno —confesó Harry.

-          ¿Cómo? —Ron pareció atónito—. Oh, ya verás, es el mejor juego del mundo... —Y se dedicó a explicarle todo sobre las cuatro pelotas y las posiciones de los siete jugadores, describiendo famosas jugadas que había visto con sus hermanos y la escoba que le gustaría comprar si tuviera el dinero. Le estaba explicando los mejores puntos del juego, cuando se abrió la puerta del compartimiento y entraron tres muchachos, y Harry reconoció de inmediato al del medio: era el chico rubio de bonitos ojos grises de la tienda de túnicas de Madame Malkin. Miraba a Harry con mucho más interés que el que había demostrado en el callejón Diagon.

-          ¿Es verdad? —preguntó—. Por todo el tren están diciendo que Harry Potter está en este compartimento. Así que eres tú, ¿no? –añadió sonriéndole al moreno con los ojos brillantes.

-          Sí —respondió Harry sonriéndole también y observó a los otros muchachos. Ambos eran corpulentos y situados a ambos lados del chico pareciendo sus guardaespaldas.

-          Oh, éste es Crabbe y éste Goyle, y mi nombre es Malfoy, Draco Malfoy -Ron dejó escapar una débil tos, que podía estar ocultando una risita. Draco lo miró recelosamente, ¿qué hacia ese pelirrojo con Harry? ¿A caso ya eran amigos? ¡No era justo! ¡Él había conocido a Harry antes! -Te parece que mi nombre es divertido, ¿no? No necesito preguntarte quién eres. Mi padre me dijo que todos los Weasley son pelirrojos, con pecas y más hijos que los que pueden mantener. -Se volvió hacia Harry —Muy pronto descubrirás que algunas familias de magos son mucho mejores que otras, Potter. No querrás hacerte amigo de los de la clase indebida. Yo puedo ayudarte en eso –Extendió la mano, para estrechar la de Harry; pero Harry no la aceptó. No podía creer que aquel chico que conoció en la tienda, el que era gracioso, sonriente y en sus ojos veía inocencia, fuera tan egocéntrico y discriminador.

-          Creo que puedo darme cuenta solo de cuáles son los indebidos, gracias –dijo con frialdad y tristeza.

Draco Malfoy no se ruborizó y volvió a ver con odio al pelirrojo. Había escuchado cierta información de su padre, al principio no le importó porque no sabía que el niño con bonitos ojos verdes era Harry Potter, pero ahora que lo había conocido no iba a permitir que corriera peligro, aunque el que no quisiera ser su amigo le ponía difícil cuidarlo de lo que venía.

-          Si no se van ahora mismo... —dijo Harry, con más valor que el que sentía, al sentirse incomodo de como veían a su nuevo amigo.

-          No olvides lo que te dije Harry –añadió el rubio antes salir del compartimiento seguido de sus amigos, y a los pocos minutos la puerta se volvió a abrir dejando entrar a una chica con cabello castaño y alborotado.

-          ¿Alguien ha visto un sapo? Neville perdió uno —dijo. Tenía voz de mandona.

-          No, aquí no hay ninguno –respondió Harry.

-          Bueno, gracias, me presento, soy Hermione Granger, ¿y ustedes?

-          Ron Weasley –dijo el pelirrojo con cierta incomodidad.

-          Yo soy Harry Potter –añadió el moreno viendo con culpabilidad a su amigo.

-          ¡Caracoles hervidos! ¿Eres tú realmente? —dijo Hermione emocionada —. Lo sé todo sobre ti, por supuesto, conseguí unos pocos libros extra para prepararme más y tú figuras en Historia de la magia moderna, Defensa contra las Artes Oscuras y Grandes eventos mágicos del siglo XX.

-          ¿Estoy yo? —dijo Harry, sintiéndose mareado.

-          Dios mío, no lo sabes. Yo en tu lugar habría buscado todo lo que pudiera —dijo Hermione—. ¿Saben a qué casa vais a ir? Estuve preguntando por ahí y espero estar en Gryffindor, parece la mejor de todas. Oí que Dumbledore estuvo allí, pero supongo que Ravenclaw no será tan mala... De todos modos, es mejor que sigamos buscando el sapo de Neville. Y ustedes deberían cambiarse ya, vamos a llegar pronto -Y se marchó, tan rápido como habló.

-          Siento mucho lo de Draco… -susurró Harry una vez que estuvieron solos.

-          La culpa es mía, no tenías que defenderme… -respondió el pelirrojo.

-          No tenía ningún derecho a tratarse así, no me interesa ser su amigo si se comporta de esa manera con las personas, y más si son mis amigos.

-          ¿Amigos?

-          Bueno, si quieres –sonrió el moreno.

-          Claro –sonrió de vuelta el pecoso.

-          Bueno, será mejor que nos cambiemos como dijo esa chica, ¿cómo se llamaba?

-          Hermione, creo… -respondió mientras se empezaban a cambiar.

Una voz retumbó en el tren. —Llegaremos a Hogwarts dentro de cinco minutos. Por favor, dejen su equipaje en el tren, se lo llevarán por separado al colegio.

El estómago de Harry se retorcía de nervios. Llenaron sus bolsillos con lo que quedaba de las golosinas y se reunieron con el resto del grupo que llenaba los pasillos. El tren aminoró la marcha, hasta que finalmente se detuvo. Todos se empujaban para salir al pequeño y oscuro andén. Harry se estremeció bajo el frío aire de la noche. Entonces apareció una lámpara moviéndose sobre las cabezas de los alumnos, y Harry oyó una voz conocida:

-          ¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí! ¿Todo bien por ahí, Harry?

La gran cara peluda de Hagrid rebosaba alegría sobre el mar de cabezas.

-          ¡Síganme!... ¿Hay más de primer año? Miren bien donde pisan.

-          ¿Ya lo conocías? –preguntó en voz baja Ron.

-          Si, él es Hagrid, el que fue por mí a casa de mis tíos, también me llevó a comprar las cosas que necesitaba.

-          ¿Y a Malfoy donde lo conociste?

-          En la tienda de túnicas –suspiró el moreno –aún me cuesta creer su comportamiento, cuando lo conocí era distinto.

-          Oí hablar sobre su familia —dijo Ron en tono lúgubre—. Son algunos de los primeros que volvieron a nuestro lado después de que Quien-tú-sabes desapareció. Dijeron que los habían hechizado. Mi padre no se lo cree, dice que el padre de Malfoy no necesita una excusa para pasarse al Lado Oscuro –añadió dejando a Harry pensativo mientras seguían al gigante. El sendero estrecho se abría súbitamente al borde de un gran lago negro. En la punta de una alta montaña, al otro lado, con sus ventanas brillando bajo el cielo estrellado, había un impresionante castillo con muchas torres y torrecillas.

-          ¡No más de cuatro por bote! —gritó Hagrid, señalando a una flota de botecitos alineados en el agua, al lado de la orilla. Harry y Ron subieron a uno, seguidos por Neville y Hermione.

-          ¿Todos han subido? —continuó Hagrid, que tenía un bote para él solo, y la pequeña flota de botes se movió al mismo tiempo, deslizándose por el lago, que era tan liso como el cristal. Todos estaban en silencio, contemplando el gran castillo que se elevaba sobre sus cabezas mientras se acercaban cada vez más al risco donde se erigía. Fueron por un túnel oscuro que parecía conducirlos justo por debajo del castillo, hasta que llegaron a una especie de muelle subterráneo, donde treparon por entre las rocas y los guijarros.

-          ¡Eh, tú, el de allí! ¿Es éste tu sapo? —dijo Hagrid, mientras vigilaba los botes y la gente que bajaba de ellos.

-          ¡Trevor! —gritó Neville, muy contento, extendiendo las manos. Luego subieron por un pasadizo en la roca, detrás de la lámpara de Hagrid, saliendo finalmente a un césped suave y húmedo, a la sombra del castillo. Subieron por unos escalones de piedra y se reunieron ante la gran puerta de roble.

-          ¿Están todos aquí? Tú, ¿todavía tienes tu sapo? –Hagrid levantó un gigantesco puño y llamó tres veces a la puerta del castillo. La puerta se abrió de inmediato. Una bruja alta, de cabello negro y túnica verde esmeralda, esperaba allí. Tenía un rostro muy severo, y el primer pensamiento de Harry fue que se trataba de alguien con quien era mejor no tener problemas.

-          Los de primer año, profesora McGonagall —dijo Hagrid.

-          Muchas gracias, Hagrid. Yo los llevaré desde aquí. –Abrió bien la puerta.

Todos siguieron a la profesora McGonagall a través de un camino señalado en el suelo de piedra. Harry podía oír el ruido de cientos de voces, que salían de un portal situado a la derecha, pero la profesora McGonagall llevó a los de primer año a una pequeña habitación vacía, fuera del vestíbulo. Se reunieron allí, más cerca unos de otros de lo que estaban acostumbrados, mirando con nerviosismo a su alrededor.

-          Bienvenidos a Hogwarts —dijo la profesora McGonagall—. El banquete de comienzo de año se celebrará dentro de poco, pero antes de que ocupen sus  lugares en el Gran Comedor deberéis ser seleccionados para sus casas. La Selección es una ceremonia muy importante porque, mientras quédense aquí, sus casas serán como su familia en Hogwarts. Tendrán clases con el resto de la casa que les toque, dormirán en los dormitorios de sus casas y pasarán el tiempo libre en la sala común de la casa. Las cuatro casas se llaman Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin. Cada casa tiene su propia noble historia y cada una ha producido notables brujas y magos. Mientras estéis en Hogwarts, sus triunfos conseguirán que las casas ganen puntos, mientras que cualquier infracción de las reglas hará que los pierdan. Al finalizar el año, la casa que obtenga más puntos será premiada con la copa de la casa, un gran honor. Espero que todos vosotros seréis un orgullo para la casa que os toque. La Ceremonia de Selección tendrá lugar dentro de pocos minutos, frente al resto del colegio. les sugiero que, mientras esperan, se arreglen lo mejor posible. Volveré cuando lo tengamos todo listo para la ceremonia. Por favor, esperen tranquilos.

-          ¿Como crees que escojan las casas? –preguntó Harry.

-          No lo sé, Fred me dijo que era doloroso –respondió con cara de miedo.

-          Espero que todo pase rápido –suspiró Harry y se le vino a la mente el tema de las casas, ya no estaba seguro de querer estar en Slytherin, después de ver como se comportaba Draco y saber lo de su familia, prefería estar en otra. Volteó a ver entre los alumnos y distinguió una cabellera rubia, encontrando a Draco que lo veía con esos ojos grises que tanto le habían llamado la atención, enseguida el rubio desvió la mirada orgullosamente ocultando su sonrojo.

Minutos después regresó la profesora, formándolos en una hilera para que todos la siguieran. Harry nunca habría imaginado un lugar tan extraño y espléndido. Estaba iluminado por miles y miles de velas, que flotaban en el aire sobre cuatro grandes mesas, donde los demás estudiantes ya estaban sentados. En las mesas había platos, cubiertos y copas de oro. En una tarima, en la cabecera del comedor, había otra gran mesa, donde se sentaban los profesores. La profesora McGonagall condujo allí a los alumnos de primer año y los hizo detener y formar una fila delante de los otros alumnos, con los profesores a sus espaldas. Harry bajó la vista rápidamente, mientras la profesora McGonagall ponía en silencio un taburete de cuatro patas frente a los de primer año. Encima del taburete puso un sombrero puntiagudo de mago. El sombrero estaba remendado, raído y muy sucio, entonces el sombrero se movió, una rasgadura cerca del borde se abrió, ancha como una boca, y el sombrero comenzó a cantar. Todo el comedor estalló en aplausos cuando el sombrero terminó su canción. Éste se inclinó hacia las cuatro mesas y luego se quedó rígido otra vez.

-          ¡Entonces sólo hay que probarse el sombrero! —susurró Ron a Harry— Voy a matar a Fred.

La profesora McGonagall se adelantaba con un gran rollo de pergamino.

-          Cuando yo los llame, deben ponerse el sombrero y sentarses en el taburete para que los seleccionen —dijo—. ¡Abbott, Hannah!

Una niña de rostro rosado y trenzas rubias salió de la fila, se puso el sombrero, que la tapó hasta los ojos, y se sentó. Un momento de pausa.

-          ¡HUFFLEPUFF!—gritó el sombrero.

La mesa de la derecha aplaudió mientras Hannah iba a sentarse con los de Hufflepuff. Harry vio al fantasma del Fraile Gordo saludando con alegría a la niña.

-          ¡Bones, Susan!

-          ¡HUFFLEPUFF! —gritó otra vez el sombrero, y Susan se apresuró a sentarse al lado de Hannah.

-          ¡Boot, Terry!

-          ¡RAVENCLAW!

La segunda mesa a la izquierda aplaudió esta vez. Varios Ravenclaws se levantaron para estrechar la mano de Terry, mientras se reunía con ellos. Brocklehurst, Mandy también fue a Ravenclaw, pero Brown, Lavender resultó la primera nueva Gryffindor, en la mesa más alejada de la izquierda, que estalló en vivas. Harry pudo ver a los hermanos gemelos de Ron, silbando. Bulstrode, Millicent fue a Slytherin. Tal vez era la imaginación de Harry; después de todo lo que había oído sobre Slytherin, pero le pareció que era un grupo desagradable.

-          ¡Finch-Fletchley, Justin!

-          ¡HUFFLEPUFF!

Harry notó que, algunas veces, el sombrero gritaba el nombre de la casa de inmediato, pero en otras tardaba un poco en decidirse.

-          Finnigan, Seamus. —El muchacho de cabello arenoso, que estaba al lado de Harry en la fila, estuvo sentado un minuto entero, antes de que el sombrero lo declarara un Gryffindor.

-          Granger, Hermione. –ésta corrió hasta el taburete y se puso el sombrero, muy nerviosa.

-          ¡GRYFFINDOR! —gritó el sombrero. Cuando Neville Longbottom, el chico que perdía su sapo fue llamado, se tropezó con el taburete. El sombrero tardó un largo rato en decidirse. Cuando finalmente gritó: ¡GRYFFINDOR!, Neville salió corriendo, todavía con el sombrero puesto y tuvo que devolverlo, entre las risas de todos. Malfoy se adelantó al oír su nombre y de inmediato obtuvo su deseo: el sombrero apenas tocó su cabeza gritó.

-          ¡SLYTHERIN! –Malfoy fue a reunirse con sus amigos Crabbe y Goyle, con aire de satisfacción.

Ya no quedaba mucha gente. Moon... Nott... Parkinson... Después unas gemelas, Patil y Patil... Más tarde Perks, Sally-Anne... y, finalmente:

-          ¡Potter; Harry!

Mientras Harry se adelantaba, los murmullos se extendieron súbitamente como fuegos artificiales.

-          ¿Ha dicho Potter?

-          ¿Ese Harry Potter?

Lo último que Harry vio, antes de que el sombrero le tapara los ojos, fue el comedor lleno de gente que trataba de verlo bien. Al momento siguiente, miraba el oscuro interior del sombrero. Esperó.

-          Mm —dijo una vocecita en su oreja—. Difícil. Muy difícil. Lleno de valor, lo veo. Tampoco la mente es mala. Hay talento, oh vaya, sí, y una buena disposición para probarse a sí mismo, esto es muy interesante... Entonces, ¿dónde te pondré?

Harry se aferró a los bordes del taburete y pensó en Draco por millonésima vez… lo había decepcionado… «En Slytherin no, en Slytherin no». Estaba seguro de que si quedaba en aquella casa le costaría estar alejado de esos ojos grises.

-          En Slytherin no, ¿eh? —dijo la vocecita—. ¿Estás seguro? Podrías ser muy grande, sabes, lo tienes todo en tu cabeza y Slytherin te ayudaría en el camino hacia la grandeza. No hay dudas, ¿verdad? Bueno, si estás seguro, mejor que seas ¡GRYFFINDOR!

Harry oyó al sombrero gritar la última palabra a todo el comedor. Se quitó el sombrero y anduvo, algo mareado, hacia la mesa de Gryffindor. Estaba tan aliviado de que lo hubiera elegido y no lo hubiera puesto en Slytherin, que casi no se dio cuenta de que recibía los saludos más calurosos hasta el momento.

Y ya quedaban solamente tres alumnos para seleccionar. A Turpin, Lisa le tocó Ravenclaw, y después le llegó el turno a Ron. Tenía una palidez verdosa y Harry cruzó los dedos debajo de la mesa. Un segundo más tarde, el sombrero gritó: ¡GRYFFINDOR!

-          Harry aplaudió con fuerza, junto con los demás, mientras que Ron se desplomaba en la silla más próxima.

-          Bien hecho, Ron, excelente —dijo pomposamente Percy Weasley, por encima de Harry, mientras que Zabini, Blaise era seleccionado para Slytherin.

La profesora McGonagall enrolló el pergamino y se llevó el Sombrero Seleccionador. Harry miró su plato de oro vacío. Acababa de darse cuenta de lo hambriento que estaba. Los pasteles le parecían algo del pasado. Albus Dumbledore se había puesto de pie. Miraba con expresión radiante a los alumnos, con los brazos muy abiertos, como si nada pudiera gustarle más que verlos allí.

-          ¡Bienvenidos! —dijo—. ¡Bienvenidos a un año nuevo en Hogwarts! Antes de comenzar nuestro banquete, quiero deciros unas pocas palabras. Y aquí están, ¡Papanatas! ¡Llorones! ¡Baratijas! ¡Pellizco!... ¡Muchas gracias! –Se volvió a sentar. Todos aplaudieron y vitorearon. Harry no sabía si reír o no.

Harry se quedó con la boca abierta. Los platos que había frente a él de pronto estuvieron llenos de comida. Nunca había visto tantas cosas que le gustara comer sobre una mesa: carne asada, pollo asado, chuletas de cerdo y de ternera, salchichas, tocino y filetes, patatas cocidas, asadas y fritas, pudín, guisantes, zanahorias, salsa de carne, salsa de tomate y, por alguna extraña razón, bombones de menta.

-          Eso tiene muy buen aspecto —dijo con tristeza el fantasma de la gola, observando a Harry mientras éste cortaba su filete.

-          ¿No puede...?

-          No he comido desde hace unos cuatrocientos años —dijo el fantasma—. No lo necesito, por supuesto, pero uno lo echa de menos. Creo que no me he presentado, ¿verdad? Sir Nicholas de Mimsy-Porpington a su servicio. Fantasma Residente de la Torre de Gryffindor.

-          ¡Yo sé quién es usted! —dijo súbitamente Ron—. Mi hermano me lo contó. ¡Usted es Nick Casi Decapitado!

-          Yo preferiría que me llamaran Sir Nicholas de Mimsy... —comenzó a decir el fantasma con severidad, pero lo interrumpió Seamus Finnigan, el del pelo color arena.

-          ¿Casi Decapitado? ¿Cómo se puede estar casi decapitado?

Sir Nicholas pareció muy molesto, como si su conversación no resultara como la había planeado.

-          Así —dijo enfadado. Se agarró la oreja izquierda y tiró, toda su cabeza se separó de su cuello y cayó sobre su hombro, como si tuviera una bisagra. Era evidente que alguien había tratado de decapitarlo, pero que no lo había hecho bien. Pareció complacido ante las caras de asombro y volvió a ponerse la cabeza en su sitio, tosió y dijo -¡Así que nuevos Gryffindors! Espero que este año nos ayudéis a ganar el campeonato para la casa. Gryffindor nunca ha estado tanto tiempo sin ganar. ¡Slytherin ha ganado la copa seis veces seguidas! El Barón Sanguinario se ha vuelto insoportable... Él es el fantasma de Slytherin.

Harry miró hacia la mesa de Slytherin y vio un fantasma horrible sentado allí, con ojos fijos y sin expresión, un rostro demacrado y las ropas manchadas de sangre plateada. Estaba justo al lado de Malfoy que, como Harry vio con mucho gusto, estaba completamente sorprendido, rio por lo bajo al recordar lo emocionado que estaba por entrar al bosque prohibido, suspiró, de haberse comportado de otra manera, ahora estaría a lado de él cenando, pero no se arrepentía de su decisión.  Harry, que comenzaba a sentirse reconfortado y somnoliento, miró otra vez hacia la Mesa Alta. Hagrid bebía copiosamente de su copa. La profesora McGonagall hablaba con el profesor Dumbledore. El profesor Quirrell, con su absurdo turbante, conversaba con un profesor de grasiento pelo negro, nariz ganchuda y piel cetrina. Todo sucedió muy rápidamente. El profesor de nariz ganchuda miró por encima del turbante de Quirrell, directamente a los ojos de Harry... y un dolor agudo golpeó a Harry en la cicatriz de la frente.

-          ¡Ay! —Harry se llevó una mano a la cabeza.

-          ¿Qué ha pasado? —preguntó Percy

-          N-nada.

El dolor desapareció tan súbitamente como había aparecido. Era difícil olvidar la sensación que tuvo Harry cuando el profesor lo miró, una sensación que no le gustó en absoluto.

-          ¿Quién es el que está hablando con el profesor Quirrell? —preguntó a Percy.

-          Oh, ¿ya conocías a Quirrell, entonces? No es raro que parezca tan nervioso, ése es el profesor Snape. Su materia es Pociones, pero no le gusta... Todo el mundo sabe que quiere el puesto de Quirrell. Snape sabe muchísimo sobre las Artes Oscuras.

Harry vigiló a Snape durante un rato, pero el profesor no volvió a mirarlo. Por último, también desaparecieron los postres, y el profesor Dumbledore se puso nuevamente de pie. Todo el salón permaneció en silencio.

-          Ejem... sólo unas pocas palabras más, ahora que todos hemos comido y bebido. Tengo unos pocos anuncios que hacerles para el comienzo del año. Los de primer año deben tener en cuenta que los bosques del área del castillo están prohibidos para todos los alumnos. Y unos pocos de nuestros antiguos alumnos también deberán recordarlo- El señor Filch, el celador, me ha pedido que les recuerde que no deben hacer magia en los recreos ni en los pasillos. Las pruebas de quidditch tendrán lugar en la segunda semana del curso. Los que estén interesados en jugar para los equipos de sus casas, deben ponerse en contacto con la señora Hooch. Y, por último, quiero decirles que este año el pasillo del tercer piso, del lado derecho, está fuera de los límites permitidos para todos los que no deseen una muerte muy dolorosa.

Harry rio, pero fue uno de los pocos que lo hizo.

-          ¿Lo decía en serio? —murmuró a Percy.

-          Eso creo —dijo Percy, mirando ceñudo a Dumbledore—. Es raro, porque habitualmente nos dice el motivo por el que no podemos ir a algún lugar. Por ejemplo, el bosque está lleno de animales peligrosos, todos lo saben. Creo que, al menos, debió avisarnos a nosotros, los prefectos.

-          Y ahora, es hora de ir a la cama.

Los de primer año de Gryffindor siguieron a Percy a través de grupos bulliciosos, salieron del Gran Comedor y subieron por la escalera de mármol. Al final del pasillo colgaba un retrato de una mujer muy gorda, con un vestido de seda rosa.

-          ¿Santo y seña? —preguntó.

-          Caput draconis —dijo Percy, y el retrato se balanceó hacia delante y dejó ver un agujero redondo en la pared. Todos se amontonaron para pasar y se encontraron en la sala común de Gryffindor; una habitación redonda y acogedora, llena de cómodos sillones. Percy condujo a las niñas a través de una puerta, hacia sus dormitorios, y a los niños por otra puerta. Al final de una escalera de caracol encontraron, por fin, sus camas, cinco camas con cuatro postes cada una y cortinas de terciopelo rojo oscuro. Sus baúles ya estaban allí. Demasiado cansados para conversar, se pusieron sus pijamas y se metieron en la cama.

-          Una comida increíble, ¿no? —murmuró Ron a Harry, a través de las cortinas—. ¡Fuera, Scabbers! Te estás comiendo mis sábanas.

Harry estaba a punto de preguntar a Ron si le quedaba alguna tarta de melaza, pero se quedó dormido de inmediato. Tal vez había comido demasiado, porque tuvo un sueño muy extraño. Tenía puesto el turbante del profesor Quirrell, que le hablaba y le decía que debía pasarse a Slytherin de inmediato, porque ése era su destino. Harry contestó al turbante que no quería estar en Slytherin y el turbante se volvió cada vez más pesado. Harry intentó quitárselo, pero le apretaba dolorosamente, y entonces apareció Malfoy, hablándole dulcemente por su nombre, y riendo como aquella vez en la tienda, de nuevo Draco le ofreció su mano, pero cuando Harry la tomó Draco se convirtió en el profesor de nariz ganchuda, Snape, cuya risa se volvía cada vez más fuerte y fría... Se produjo un estallido de luz verde y Harry se despertó, temblando y empapado en sudor. Se dio la vuelta y se volvió a dormir. Al día siguiente, cuando se despertó, no recordaba nada de aquel sueño.

Notas finales:

Hola!

Antes que nada, mil gracias por el recibimiento del fic! 

Me alegra leerlos y saber que muchos si lo recuerdan!

Espero les guste el segundo capi! 

Un abrazo!


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