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Dádivas por Marbius

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De vuelta a Hogwarts para su sexto año, Sirius descubrió que su nueva existencia como una persona independiente de la infamia de su apellido tenía sus pros y contras.

Entre los primeros estaba el no tener que presentarse en King’s Cross en compañía de su familia, sino con los Potter, que les desearon a él y a James un maravilloso año en el colegio. Con un uniforme nuevo porque había crecido casi diez centímetros en las vacaciones y libros que le iban a juego, Sirius se había sentido listo para comenzar desde cero y con el pie izquierdo.

Los contras llegaron justo antes de marcharse de la estación, cuando los Potter les hicieron entrega de su mesada para septiembre, y Sirius descubrió que aunque generosos con el dinero, le habían entregado menos que una cuarta parte de lo que estaba acostumbrado a recibir. James había estado extasiado porque con cada año que estudiaba en Hogwarts su mesada recibía un incremento, pero Sirius no pudo evitar fruncir el ceño a pesar de mostrarse agradecido con un sincero ‘gracias’.

—No puedo esperar al primer paseo a Hogsmeade —dijo James apenas sus padres se marcharon y él y Sirius tiraron de sus baúles para ir a buscar un compartimento para ellos y sus amigos—. Escuché que Lily Evans ya no se habla con Snivellus desde finales del curso pasado, así que a como dé lugar este año la conquistaré así se me vaya la vida en el intento.

—Suerte con eso, Prongs —dijo Sirius, que iba pensando más en lo complicado que sería ganarse a la chica con tan poco dinero en lugar de tomar en consideración que Lily Evans tenía a James en el concepto de ser un insufrible presumido.

Sirius tuvo oportunidad de distraerse cuando al final de los vagones encontraron uno vacío a medias, con Remus y Lily charlando cortésmente, y James aprovechó para introducirse y reclamarlo como propio. Fuera de su propio comportamiento, Lily no hizo una retirada veloz, e incluso respondió a los saludos que James y Sirius le hicieron.

—Hey, Remus —se acercó Sirius a éste, y sin importarle la compañía extra le dio un beso en los labios—. ¿Qué tal las vacaciones?

De buen humor, Remus puso los ojos en blanco. —Nos vimos apenas hace tres días. No mucho ha cambiado desde entonces.

—Hola, Ev-... Lily —interrumpió James la interacción al meter su baúl debajo del asiento y después hacer todo lo posible por congraciarse con la pelirroja.

—Hola, Potter —le respondió ella de vuelta, sin hacer a un lado el uso de apellidos pero con más cortesía de la que nunca hubiera utilizado antes—. En fin —dijo poniéndose en pie y alisándose la falda corta que vestía—, me marcho. No olvides lo que te mencioné antes, Remus.

—Prometo que no lo haré.

Lily salió del vagón al mismo tiempo que Peter entraba, y James acosó a Remus con preguntas a qué hacía alusión Lily antes.

—Oh, me ha invitado al club de duelo. Ahora que Dumbledore autorizó que no sólo los de séptimo pudieran participar, Lily cree que sería divertido ir juntos y formar parejas.

—¿Cualquiera puede ir? —Preguntó Sirius con repentino interés.

—Sólo alumnos de sexto y séptimo. El profesor Flitwick pidió expresamente que sólo esos dos grados asistieran porque los de quinto deben preocuparse más por sus TIMOs.

—Ugh, no extrañaré los TIMOs —se quejó Peter, que desde su asiento mordisqueaba una tira de regaliz. De entre ellos cuatro, Peter era quien peores resultados había tenido en sus exámenes, e incluso así había estado por encima de la media y aprobando todo, pero en su casa se le había reñido por no ser el mejor y el desánimo todavía lo tenía inconforme.

—Igual podríamos ir —sugirió James, subiéndose las gafas por compulsión—. No me importaría hacer dupla con Lily.

—Ni a mí contigo, Remus —dijo Sirius con adoración.

—Ya veremos —dijo Remus, que al igual que Peter no tenía gran interés en anotarse en ningún club, pero sabía de antemano que se vería arrastrado a los planes de sus dos amigos.

Al fin y al cabo, así era como funcionaban las dinámicas entre ellos cuatro.

 

Con horarios de clases en donde la prioridad eran sus carreras a futuro y no estar los cuatro Merodeadores elaborando complicados complots en contra de los Slytherin, resultó que los únicos que realmente compartían horarios eran Sirius y James, pues ambos habían marcado Aurores como futura carrera, y los resultados en sus TIMOs determinaban para ellos las mismas materias. James fue incluso más afortunado que Sirius, pues tenía algunas clases compartidas con Lily, en cambio que su amigo apenas si tenía un par con Remus, y sólo porque eran clases que todo alumno de sexto curso estaba obligado a llevar.

A finales de su primera semana, Sirius se sentía listo para sumirse bajo el peso de su percibida miseria, o mejor aún, escaparse con el resto de sus mejores amigos a Hogsmeade, comprar de contrabando un par de botellas de firewhisky, y finalizar su noche con él y Remus tras las cortinas de dosel en su cama. Un plan infalible, hasta que llegaba a la parte monetaria...

—¿Qué haces? —Le cuestionó Peter a Sirius cuando al volver el viernes en la tarde a su dormitorio lo encontró contando knuts sin parar.

—Sólo... me aseguro de saber cuánto dinero tengo —masculló Sirius, que sin importar cuántas veces hacía las cuentas, seguía teniendo demasiado poco.

James y Remus no tardaron en unírseles en el dormitorio, y alertados por una nota que Sirius les había pasado más temprano, esperaban por instrucciones suyas para elegir un pasadizo y escaparse del castillo por un rato, pero éste los ignoró en pos de buscar debajo de su cama por si acaso encontraba monedas sueltas.

—Si lo que buscas es morralla, olvídalo —dijo Remus al arrodillarse a su lado y reacomodarle el cabello—. Los elfos domésticos se encargan de limpiar y nada se les escapa. ¿Ves? Ni pelusa hay.

Sirius chasqueó la lengua, y con malestar confesó su pesar. —Es que... Apenas tengo dinero para tres botellas.

—¿Y? —Lo retó Remus a explicar el problema en su planteamiento.

Forzado a confesar cuánto le fastidiaba no tener dinero para emborracharse ese fin de semana y tener para el resto del mes, Sirius encogió los hombros. —Uhm, no lo entenderías.

—Pruébame, Sirius.

—Mejor no.

Al final, entre los cuatro Merodeadores hicieron una colecta, de tal modo que se compraron cuatro botellas en total (dos con el dinero de Sirius), y se dieron por bien servidos para una velada en el Bosque Prohibido donde James y Peter se movieron a sus anchas en sus formas animales, en tanto que Sirius y Remus se subieron a un árbol, y burlándose ellos mismos con la tonada de esa infantil canción, se mecieron y se besaron hasta casi el amanecer.

De algún modo, pese a las limitaciones económicas, la pasaron de maravilla.

 

Sirius consiguió sobrellevar sus primeros dos meses en Hogwarts con altas dosis de entereza al no gastar más de lo que tenía y hacer que cada knut contara, pero se convirtió en una fuente de estrés y malhumor con la que ni él mismo podía lidiar.

Por un lado, Sirius estaba más que agradecido con los Potter por haberle proveído de un hogar en su momento de mayor necesidad, y su generosidad no había terminado ahí, puesto que le habían pagado la matrícula para el siguiente curso, así como ropa y útiles por los que siempre estaría eternamente agradecido, pero... Y Sirius se detestaba por eso... Al estar acostumbrado a más dinero y a gastar a manos llenas, Sirius no podía evitar sentirse frustrado con la mesada que puntual llegaba a sus manos el primero de cada mes, y que era fuente primaria de su insatisfacción.

Como Black, todo lo que Sirius había tenido que hacer era escribir a casa pidiendo dinero y éste le sería entregado por correo veloz apenas un par de horas después. Dinero sucio, dinero obtenido de maneras ilícitas o por medio de artes oscuras, y hasta cierto punto Sirius se había sentido orgulloso en gastarlo de maneras que sus padres no aprobarían, pero ahora sólo lo echaba de menos.

Lo que era peor, Sirius tenía la impresión de ser un malagradecido cualquiera con la bondad de los Potter, porque a fin de cuentas seguían siendo él y James quienes más dinero contaban en su grupo de amistades. Peter provenía de una familia de magos, y su mesada era de apenas un par de galeones al mes, en tanto que Remus recibía un galeón por mes y no se quejaba de su situación. Al contrario, lo hacía rendir y hasta le sobraba.

Técnicamente Sirius no podía quejarse de su suerte porque tenía sus necesidades básicas cubiertas y un extra para disponer a su antojo, pero había momentos... Como cuando paseaba por los escaparates de Hogsmeade... Como cuando veía el catálogo de novedades de Zonko... Como cuando simplemente quería ser generoso con sus mejores amigos... Que la palma de la mano le picaba y los bolsillos le quemaban, pero no podía hacer nada porque no estaban ni a mediados de mes y el dinero que tenía a su disposición tenía que durarle hasta el siguiente día primero.

Hasta cierto punto había Sirius conseguido salir adelante con su nuevo régimen de gastos, pero llegó noviembre, con ello su cumpleaños el día tres, el gran cumpleaños número diecisiete que lo convertiría en un mago adulto y... Huelga a decir que la fiesta que se celebró ese año en la sala común de Gryffindor y a la que estuvieron invitados docenas de alumnos de otras casas (Slytherin incluidos) fue una que perduraría en la memoria colectiva del alumnado de Hogwarts hasta el final de sus días.

Incluso si a la mañana siguiente tuvieron que asistir a clases con las túnicas sucias, agotados, y bebiendo pociones para lidiar con la resaca, el consenso era que había valido la pena.

Y Sirius lo creyó hasta comprobar que en su bolsillo no quedaba ni un knut para gastar.

 

—Estaré bien, en serio —dijo Sirius cuando al siguiente fin de semana sus amigos se marcharon para Hogsmeade (Peter se había agenciado una cita con Mary Macdonald, que a su vez llevó a Lily Evans y James se les sumó tras implorar casi de rodillas por el permiso) y él por elección propia prefirió quedarse en el dormitorio rumiando su falta de fondos para tener una salida agradable.

Remus le había propuesto quedarse con él en el castillo, pero Sirius no había tenido corazón de pedirle semejante favor cuando desde hacía dos semanas que éste tenía urgencia por cambiar sus plumas por otras mejores.

En el pasado, Sirius habría escuchado aquella queja y con soltura pedido por correo un juego nuevo que después habría dejado al alcance de Remus para utilizar. En cambio ahora...

—Has estado más malhumorado que de costumbre —dijo Remus, que colocándose una capa sobre los hombros, se preparaba a salir—. ¿Seguro que no quieres venir? El aire fresco te sentaría de maravilla. Se nota que te hace falta...

Tendido de espaldas en su cama y considerando dormir todo el fin de semana, Sirius resopló. —Estoy seguro. Me quedaré.

Remus lo observó por unos segundos, y porque lo conocía a la perfección, se ahorró el hacer mención de sus bolsillos vacíos o que podía invitarlo con sus escasos ahorros a beber una cerveza de mantequilla, y en su lugar se inclinó para darle un beso de despedida y prometer volver temprano.

—Oh, antes de que lo olvide —dijo Remus, que abrió el baúl a los pies de su cama y removió su contenido hasta dar con lo que buscaba—. Para ti —y dejó caer sobre su regazo el empaque de una raja de chocolate con uno de sus habituales ‘vale por...’ que generalmente eran lo que la otra persona necesitaba de él incluso si no lo sabía con certeza.

Luego de marchó, y Sirius inspeccionó el papel mientras con saña le comía la cabeza a la rana de chocolate y saboreaba el relleno a cerezas.

En el papel, Remus había escrito tres simples palabras: “Vale por lo que quieras.”

Nada más.

Y Sirius tendría que reflexionarlo para comprender.

 

La relación entre Sirius y Remus podía catalogarse como... pendiente.

Ciertamente no era platónica si se besaban y compartían otra clase de caricias tras la protección de las cortinas de dosel de sus camas (o el armario del tercer piso, o las aulas vacías al fondo del corredor, o cierto árbol en el Bosque Prohibido), pero tampoco podía decirse que era romántica.

No del todo al menos.

Sirius salía en citas. Remus hacía lo mismo. Que las chicas (y el ocasional chico) con los que se vieran en Hogsmeade terminaran en el olvido no implicaba nada.

O quizá todo.

El curso anterior, tras haber visto a Remus salir en citas con la misma chica de Ravenclaw a lo largo de un mes, James había abordado el asunto al reclamarle a Sirius su larga ristra de suspiros y exigirle que tomara cartas al asunto.

Al “no entiendo de qué hablas” de Sirius había seguido un golpe de James en la parte trasera de la cabeza de su amigo, y una única petición: “El papel de idiota no te va, así que no lo hagas más.”

Con los TIMOs y el verano caótico que Sirius había sufrido, poco había sido el tiempo libre a su disposición para desenmarañar los sentimientos que tenía por Remus y dilucidar si eran compartidos, y no había sido sino hasta entrados en su sexto curso que éste por fin se dio el tiempo para reflexionar y admitir que sí, estaba enamorado de Remus y quería más.

Por supuesto, del dicho al hecho...

 

—¿Puedes por favor dejar de moverte así? —Gruñó James durante una dificilísima clase de pociones en la que el profesor Slughorn les había puesto un examen teórico antes de pasar a la práctica de la mezcla que prepararían en la siguiente clase.

En absoluta concentración porque se jugaba el primer puesto en clase contra Snape, y nada le daría a James más satisfacción que conseguirlo y presumir de ello ante Lily, pateó a Sirius por debajo del escritorio que compartían y puso así fin a su constante sacudir de pierna que estaba haciendo que la mesa vibrara sin parar.

—¡Prongs! —Gimoteó Sirius, tanto por el golpe como por la angustia de saber que todavía tenían por delante quince minutos de clase.

—¡Silencio allá atrás! —Los regañó Slughorn, y con frustración hundió James el rostro en su pergamino y se dedicó a escribir como poseso.

Al final ganó Snape, que ufano consiguió llegar antes el escritorio del profesor Slughorn, pero como rezongó James a la salida, era sólo porque su asiento estaba más cerca.

—... es un idiota grasiento sin más talento que para pociones —rezongó James a la salida, e hizo una pausa para dejar que Sirius interviniera en su parte favorita, casi siempre coincidiendo con él con algún comentario ofensivo de cómo el cabello de Snape era tan grasoso que podrían sacarse media docena de velas, pero su amigo iba caminando con él por el pasillo y prestando atención a una pareja que caminaba juntos a varios metros de distancia.

James siguió la línea de su visión, y a pesar de utilizar gafas, no era ciego a los hechos más obvios.

—Ah, ya veo...

—Cállate, Prongs —gruñó Sirius.

Delante de ellos y ajeno de la atención que despertaba en sus amigos, particularmente en Sirius, Remus iba charlando por el pasillo con Benjy Fenwick.

Nada romántico o demasiado íntimo, valga la aclaración, sino que mantenían una distancia prudente que los catalogaba de amigos y nada más. Remus había estado asistiendo a un grupo de estudio para runas que Benjy precedía, así que la diferencia de grados (Benjy era de séptimo) o de casas (un Ravenclaw) no había sido un impedimento para que entre ellos dos floreciera una amistad basada en intereses comunes.

—Ok, debes de saber que el curso pasado Benjy salía con Dorian Lebenwork así que... —Dijo James, y Sirius a su lado se encendió al instante—. Calma, Padfoot. ¿Acaso no te dejó Remus dormir la siesta con tu cabeza en su regazo apenas ayer en la tarde?

—Sí, ¿y qué? —Continuó Sirius con su tono hosco, la vista fija en la pareja que tenían por delante.

James suspiró. —Juro que lo que ustedes dos necesitan es hablar. Muchos malentendidos, y celos —agregó, ignorando el repentino ceño fruncido de Sirius— se solucionarían si alguno de los dos abordara el tema y simplemente fueran sinceros el uno con el otro.

—No es un buen momento para eso. Todo es tan... frágil.

—No parecía serlo anoche cuando la cabecera de tu cama golpeaba el muro —se inmiscuyó Peter, que se les unió tras salir de su propio salón de clases y escuchó parte de su conversación—. Y la manera en que le pedías que fuera más duro... —Continuó en voz baja y con una mueca al recordarlo.

—Cierto, no había nada de frágil en tus peticiones de que Moony usara más fuerza —le chanceó James, y él y Peter soltaron la carcajada a costillas de Sirius y su infortunio.

A su alrededor, ningún otro alumno comprendió la naturaleza de sus bromas, pero habituados como estaban al humor de los Merodeadores, no les prestaron mucha atención. El alumnado no, pero Remus sí, que se giró en redondo y se acercó a ellos, no sin antes despedirse de Benjy y tocar su brazo.

Sirius observó la interacción entre ellos dos, y su ceño se profundizó hasta casi ser una grieta que le surcaba el rostro en dos mitades simétricas.

—Qué cara tan desagradable tienes —comentó Remus a James—. ¿Severus volvió a echar una cola de salamandra en tu caldero?

—No, pero el bastardo grasiento... —Empezó James antes de censurarse a sí mismo—. Ugh, Snape terminó primero los ejercicios y se llevó la calificación máxima. Juro que la semana siguiente lo venceré.

—Buena actitud —dijo Remus, que entonces se dirigió a Sirius—. ¿Y a ti qué te ha pasado?

—Sirius encontró su propio objeto de competencia —dijo Peter, y esquivo por poco un golpe que Sirius lanzó en su dirección—. Y ya sabes cuánto odia perder.

Que por todo lo que le era sagrado, su Moony incluido, Sirius decidió en el aquí y el ahora, que Benjy Fenwick no le ganaría a Remus.

Su Remus.

 

Sirius vendió unos gemelos de oro que todavía estaban prendidos a su túnica de gala y que había utilizado durante la fiesta de compromiso de una de sus primas, y consiguió a cambio dinero suficiente para escabullirse a medianoche a Hogsmeade y comprar una exquisita caja de chocolates que profesaba en la caja contener más de treinta sabores y toques de magia en cada mordida.

Fuera o no cierto, Sirius dejó el dinero en el mostrador y volvió a Hogwarts con la firme determinación en su mente de no permitir que Remus confundiera su falta de compromiso explícito como desinterés de su parte y se marchara con Benjy.

O con cualquier otro.

Sirius no estaba dispuesto a perder, y con eso en mente apenas volver a su dormitorio se escabulló dentro de las cortinas de dosel de Remus y se acurrucó contra éste.

El sueño de Remus cumplía la misma regularidad que las fases de la luna. Días antes de su transformación, apenas dormía y cuando lo hacía era de manera ligera e intermitente. Después de la luna llena, su sueño se tornaba pesado y podía entregarse a maratones que incluían diez horas de sueño y un par de horas más de siestas repartidas aquí y allá.

Con la luna llena apenas la semana pasada, Sirius requirió de su determinación para despertar a Remus de la manera más divertida que conocía, introduciendo la mano en el pantalón de su pijama y acariciando su miembro entre sus dedos, que al instante cobró firmeza y tamaño.

—¿Padfoot? —Preguntó Remus en su modorra, ladeando la cabeza y hundiendo el rostro cerca de su cuello. Sirius se mordió la lengua para reclamar la duda en su pregunta, como si alguien más tuviera derecho a meterse de ese modo tan familiar en su dormitorio y en su cama.

—No podía dormir —dijo Sirius en su lugar, dando un ligero apretón en el pene de Remus y obteniendo de éste un gemido gutural.

—¿Y tenías que despertarme? —Preguntó Remus, pero sus acciones hablaron diferente cuando con una mano sujetó a Sirius por la mejilla y unió sus bocas en un beso lánguido y cargado de lengua.

Por respeto a sus compañeros de habitación, Sirius y Remus lanzaron un hechizo silenciador a su alrededor, y se limitaron a bajarse los pantalones un poco y refregarse el uno contra el otro hasta alcanzar el orgasmo.

Al terminar, Remus le pidió a Sirius quedarse, y éste accedió de buena gana, no sin antes murmurar que tenía un regalo para él.

—Te encantará... Ya verás... Balbuceó Sirius, dejándose vencer por el sueño y la calidez del cuerpo de Remus pegado al suyo como pieza de rompecabezas—. No puedo... equivocarme.

—Mmm, apuesto que sí —respondió Remus, que en igual estado, le siguió al quedarse dormido.


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