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Ristra de corazones rotos por Marbius

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Notas del fanfic:

'Nas~
Empecé este fic con curiosidad del Deku que escribí en "Besos sabor té verde" y que era maestro de yoga y pilates en un gimnasio. El resto de la trama llegó por sí solo. Ah, y Katsuki celoso no es invención mía, pero vaya que lo hice mío en este fic ;D Disfruten~

1.- Tokyo y Deku.

 

Katsuki Bakugou creía en el destino.

En concreto, en labrarse el suyo a base de esfuerzo, con lágrimas, sangre y sudor. Sobre todo sudor, considerando que tenía un máster en acondicionamiento físico y pasaba al menos un tercio de su día en las instalaciones del gimnasio trabajando su cuerpo y el de aquellos que contrataban sus servicios como entrenador.

De ahí que cuando su viejo amigo Eijiro Kirishima le habló de una vacante en Plus Ultra Katsuki no hesitó en enviar una aplicación, y no cruzar los dedos, sino demostrar que él era un elemento con el que valía la pena contar dentro de su equipo.

Después de su graduación en la universidad, Katsuki había aceptado un puesto como entrenador privado en una cadena de gimnasios que se extendían por todo Japón. Su popularidad como entrenador se debía en gran medida a la cero tolerancia que tenía de excusas patéticas para no conseguir un físico con el que sus clientes soñaban, consiguiendo así resultados asombrosos en personas que realmente lo daban todo de sí para fortalecer su cuerpo. Tenía Katsuki en su haber varios atletas de alto rendimiento que agradecían sus rutinas como parte de su éxito, y ello le había llevado a mudarse en varias ocasiones, viviendo una temporada primero en Osaka y después en Hokkaido. Pero luego de tres años en aquel clima frío que no era para nada de su preferencia, Katsuki estaba listo para cambiar de residencia una vez más, esta vez, con deseos de volver a Tokio y asentarse ahí de manera indefinida.

La intervención de Eijiro había sido un golpe de suerte, si es que Katsuki creyera en ella. Luego de un invierno particularmente helado en el que Katsuki había maldecido a los mil y un dioses locales por las bajas temperaturas, el hielo que le congelaba la respiración y haber caído de culo tres veces al resbalarse en la acera, que de pronto Eijiro se comunicara con él preguntando qué le parecería volver a Tokio para la primavera despertó en su interés un deseo por volver aquel sueño realidad.

Además, Plus Ultra no era un gimnasio cualquiera, sino que era el gimnasio al que una gran porción de atletas de altas miras acudían cuando querían llegar más allá de sus posibilidades. El famoso Toshinori Yagi, mejor conocido como All Might era el fundador, y en sus hombros cargaba el legado de haber sido una leyenda en la disciplina de la halterofilia, trayendo consigo algunos récords mundiales que continuaban invictos en la actualidad a pesar de que su retiro frisaba ya casi las dos décadas.

Al graduarse, Katsuki no había albergado muchas esperanzas de conseguir un puesto en aquellas instalaciones. Por aquel entonces estaba más interesado en fortalecerse a sí mismo que a los demás, pero casi diez años después se sentía listo para pelear por la vacante que se había abierto, y que sin lugar a dudas, haría suya a como diera lugar.

Katsuki volvió a Tokio dos veces ese invierno. La primera para una prueba física en la que resultó ser el ganador indiscutible en un circuito de crossfit, que como le reveló el mismo Toshinori, sería el puesto a cubrir en sus nuevas instalaciones. La segunda, para una entrevista formal, donde Katsuki detalló su trayectoria de los últimos logros, una lista de sus alumnos exitosos, y la razón por la que creía que él también pertenecía a aquella agencia de entrenamiento.

—Fácil —había dicho Katsuki con una arrogancia que era parte de su personalidad y que sólo en la vida adulta había conseguido hacer funcionar a su favor—. Porque yo sé lo que es darlo todo. Ir plus ultra en cualquier situación y conseguirlo.

—En ese caso, joven Katsuki Bakugou —había replicado Toshinori al ponerse en pie y extenderle su enorme mano todavía repleta de callos—, bienvenido a Plus Ultra.

Y así, una nueva etapa en la vida de Katsuki había comenzado.

 

Con un nuevo empleo y deseos de empezar a hacerse de una nueva lista de clientes en Tokio, Katsuki se despidió de sus compañeros en Hokkaido con una reverencia por la oportunidad que le habían dado para desarrollarse como individuo, y con prisas había empacado sus pertenencias y hecho la mudanza en tiempo récord.

No le costó nada liquidar los escasos muebles con los que contaba en su residencia y empaquetar lo esencial, y en Tokio su amigo Eijiro ya le había ayudado al buscar cerca del gimnasio un piso en el que pudiera alojarse, con tan buena suerte que luego de visitar tres posibles sitios, Katsuki encontró uno justo a sus pretensiones: Un tercer piso cerca de un parque al que podía acudir a correr en las noches y no demasiado alejado de la estación de trenes. Lo que era mejor, a una distancia de apenas quince minutos a pie de Plus Ultra, que era todo lo que él podía pedir.

—¿No es demasiado grande para ti? —Preguntó Eijiro, pero Katsuki desdeñó aquella noción. Para un hombre soltero, un piso con dos recámaras podía ser excesivo en espacio y precio de la renta, pero Katsuki necesitaba de ese cuarto extra para instalar su gimnasio personal, y lo consideraba una inversión antes que un gasto inútil.

Eijiro se quedó para ayudarle a desempacar, y aunque Katsuki desdeñó su ayuda por considerarla innecesaria (y lo fue, considerando cuán pocos objetos le habían seguido desde Hokkaido), al terminar no dudó en ofrecerle una cerveza y bocadillos como agradecimiento.

—Brrr, ¿quieres que cierre la ventana? —Preguntó Eijiro cuando se sentaron en el piso a comer en una mesita, y Katsuki chasqueó la lengua.

—¿Bromeas? Estamos por lo menos a 15ºC.

—Imagino que en Sapporo esto no era nada.

—A estas horas seguro que están a 0ºC, y no lo echaré de menos —masculló Katsuki, que en manga corta y flexionando los músculos de los brazos, se llevó la lata a la boca.

—¿Y no dejaste a nadie especial allá atrás?

—No.

—Qué frío.

—Nunca tuve tiempo para perderlo en relaciones inútiles —dijo Katsuki, y era verdad. En Sapporo había tenido cierto tipo de amigos, que en sus mismas circunstancias, habían aceptado lo que Katsuki podía y quería darles, y que consistía en su cuerpo y un par de horas a la semana. Nada más.

—Antes te daría la razón, pero desde que Mina y yo estamos juntos, bueno... —El brillo en los ojos de Eijiro aumentó—. Espera a que la conozcas. A ella y al resto del equipo.

Katsuki hizo un ruido de aceptación.

Al día siguiente sería su primer día en Plus Ultra, y entonces tendría oportunidad de comprobar con sus propios sentidos cuánta de la fama que las instalaciones tenían era verdad.

Además de entrenar atletas de alto rendimiento, muchos de ellos competidores y estrellas de los deportes a escala internacional, Plus Ultra también atendía a un buen número de personas comunes y corrientes, así que Katsuki tenía claro la clase de alumnos que tendría para sus clases.

Con Toshinori ya había hablado de unas clases potenciales con una duración de tres meses como prueba, sobre todo enfocadas en aquellos que quisieran aumentar su resistencia física y velocidad, y Katsuki apenas si podía contener la emoción de diseñar por su cuenta la pista y los retos. En Plus Ultra, la imaginación era el límite y no los recursos monetarios, y Katsuki quería demostrar que su presencia y experiencia eran dos elementos con los que valía la pena contar.

—Deja te cuento de todos —dijo Eijiro, siempre dispuesto a ayudar a Katsuki a socializar, pues esa era su pata de palo—. Así podrás hacerte una idea del equipo que hemos llegado a conformar...

Y aunque Katsuki fingió escucharlo a regañadientes, en silencio prestó atención de nombres y puestos que su amigo mencionaba.

 

Katsuki contó el primero de marzo como su inicio en Plus Ultra, y durante las dos semanas siguientes se pasó acondicionando su próxima sala de entrenamiento. La persona antes que él no había hecho un buen trabajo, y más que área de crossfit daba la impresión de ser un simple campo de obstáculos que cualquier crío de kindergarten podría cruzar sin esfuerzo. De eso se quejó con Eijiro, y también con Toshinori, y obtuvo a cambio un presupuesto para mejoras del que Katsuki hizo rendir lo más posible.

Si bien Plus Ultra tenía entre su clientela un número nada desdeñable de atletas de alto rendimiento, esos constituían apenas el 1% de las personas que entraban y salían a diario de sus instalaciones. Eso tuvo que recordarlo Katsuki cuando sus clases se anunciaron en el tablero de entrada. De momento, Katsuki tendría dos grupos en la mañana y dos en la tarde, que se ajustarían según la necesidad, y éste se sorprendió al ver que el rango de sus alumnos rondaba desde los quince hasta los setenta y cinco años.

—¿Pero qué carajos? —Se quejó con Eijiro durante la hora del almuerzo, los dos disfrutando de un pollo con ensalada del comedor de Plus ultra. Como instructores, tenían un descuento considerable en sus comidas, y a veces era más fácil que traer comida para el día—. ¿Qué le hace pensar a esa vieja que una clase de crossfit es la adecuada para ella? Haría mejor en meterse a cursos de origami.

—No te fíes de la apariencia —le aconsejó Eijiro, que a diferencia de Katsuki, se había decantado por pescado con verduras—. La señora Nakamura solía participar en triatlones hasta hace diez años.

—Tsk, lo que sea.

Pese a su actitud a veces conflictiva, a veces proclive a las reacciones pendencieras, ya no era el mismo que cuando Eijiro lo había conocido tantos años atrás. Su arrogancia, actitud podrida y tendencia a estallar continuaban, sí, pero en menor medida, y sólo una a la vez, no las tres al mismo tiempo como antes.

En su anterior empleo había conseguido mantener una actitud profesional con sus colegas, y Katsuki quería lo mismo para su nuevo trabajo, aunque suponía él que le iba a costar un poco más. En Plus Ultra, la mayoría ya se conocían de tiempo atrás y eran amigos. En algunos casos, hasta más, como sucedía entre Eijiro y Mina. Menos mal para ellos dos que las relaciones románticas en el entorno laboral no estuvieran prohibidas, aunque se aconsejaba discreción, y sobre todo que en caso de un rompimiento se mantuviera la civilidad entre los involucrados. Katsuki había recibido esa charla en su primer día, aunque no le veía mucha utilidad.

Un gimnasio era el sitio perfecto para conseguir citas y compañía, cierto, y la calidad de los candidatos no era nada desdeñable, pero Katsuki no había encontrado a nadie que le satisficiera. Su última relación seria databa de los tiempos de la universidad, apenas un romance pasajero de tres meses que había terminado cuando Katsuki se percató que sus sentimientos no eran tan intensos como los de su compañero y le puso fin para ahorrarle el corazón roto más adelante. Desde entonces, había saltado de cama en cama, alargando su estancia cuando encontraba algo divertido que atrapaba su atención, pero que casi siempre desechaba al cabo de un mes. Katsuki todavía no quería sentar cabeza, y aunque estaba por cumplir treinta y tres esa primavera, no le importaba.

—¿Ya has pensado si te anotarás a alguna de las clases de cortesía? —Preguntó Eijiro, distrayendo a Katsuki de sus propios pensamientos—. La mía todavía tiene cupo, por si te interesa.

—Como si quisiera esculpir más mis pectorales —le chanceó Katsuki, sacando el pecho para demostrar su punto.

Las clases de cortesía era como se manejaban los espacios libres en las clases para que otro instructor se anotara. Cada uno de los instructores en Plus Ultra tenía derecho a anotarse en tres clases sin costo alguno, aunque la mayoría elegía una clase y dos terapias. Además de las sesiones de ejercicio, las instalaciones contaban con todo lo necesario para considerarse un centro de rehabilitación de lujo, con tratamientos, masajes y ventajas diversas como eran la alberca y la sauna.

Por su cuenta había pensado Katsuki que no le importaría anotarse a alguna clase de levantamiento de pesas, complementarlo con masajes de electroshock y quizá decantarse por la sauna ahora que el clima era frío, y cambiarlo en verano por la piscina. Ni de broma había considerado anotarse con Eijiro en su clase, porque la mayoría eran competidores de fisicoculturismo que pasaban más tiempo admirándose frente al espejo que cumpliendo con sus repeticiones en los aparatos.

—¿Qué piensas de spinning? A Mina no le importaría reservarte un sitio al frente, como mascota de la profesora —bromeó Eijiro, y Katsuki le lanzó un trozo de lechuga—. Sólo decía.

—Creo que pasaré por cada una de las clases antes de tomar una decisión —dijo Katsuki, incluso si ya tenía clara cuál iba a ser su elección final.

—Buena idea. Así fue como Mina me conoció, ¿sabes?

—Ugh, ¿es que no tienes otro tema de conversación que tu estúpida novia?

Pero incluso si se quejaba, Katsuki lo encontraba divertido. Aquel par estaba hecho el uno para el otro, los dos eran unos cabezahuecas, y se podía confiar en ellos para pasar un buen rato.

—¿Entonces ni hablar de salir los tres a beber esta noche?

Katsuki chasqueó la lengua. —Pensé que no ibas a tomar nada de alcohol antes de la próxima competencia.

—Ah, es hasta verano. Y un par de cervezas no van a arruinar el trabajo de meses —dijo Eijiro con orgullo al golpearse el pecho, donde sus voluminosos pectorales resaltaban en su camiseta de cuello ancho—. ¿Te apuntas?

—Ya qué.

Tras su fachada de desinterés, Katsuki no podía esperar a que llegara la noche.

 

El primer mes de Katsuki en plus ultra consistió en tantear el terreno, cerciorarse de que era justo el sitio en el que quería estar, y una vez que sus clases comenzaron y él tuvo que abrir dos grupos más para darse abasto con la demanda confirmó para sí que estaba justo donde le apetecía estar.

Su día comenzaba temprano, a eso de las cinco para estar a tiempo a su primera clase a las seis, que consistía en un grupo compacto de siete personas que pertenecían a la misma oficina y se habían anotado como parte de un reto. Todos sin falta eran hombres de camisa y corbata en sus cuarentas que estaban en pésima condición física, y Katsuki se había ensañado un poco con ellos en la primera sesión para hacerlos sudar la gota gorda y percatarse que las únicas limitaciones estaban en sus cuerpos. Apenas tenía con ellos cuatro semanas, pero los resultados eran asombrosos, y una buena parte de sus comentarios positivos provenían de ellos.

Repartidas en el día tenía Katsuki tres clases más que variaban según el día de la semana y el horario, además de dos personas que se habían anotado con él como entrenador personal porque se estaban preparando para una competencia, y a las que veía cuatro veces por semana en sesiones de dos horas.

Básicamente su día transcurría en Plus Ultra y le encantaba, incluso si a veces el cansancio podía con él y le recordaba sus propias limitaciones.

Justo como ocurrió aquel segundo lunes de abril, cuando después de finalizar con su primer grupo de la mañana y con una hora libre mientras empezaba su segunda clase, descubrió a una persona merodeando en la entrada de su sala.

El circuito de crossfit que él manejaba tenía un área de veinte por cincuenta metros, con áreas de obstáculos y otras de carrera, donde se combinaban toda clase de ejercicios. Katsuki mismo había diseñado el circuito para tres modalidades en distintos grados de intensidad según las capacidades de sus alumnos, y entre clases requería volver a poner todo en orden.

De buenas a primeras, Katsuki pensó que la persona que lo observaba enrollar los cables de veinte kilos con los que se realizaban algunos de los ejercicios era un curioso. Quizá alguien de una de las otras clases que venía a echar un vistazo y a considerar si se inscribía a la clase, aunque a esas alturas Katsuki ya se había familiarizado con un buen número de rostros, y aquel era por completo desconocido.

«Nada mal, sin duda», pensó Katsuki al apreciar el puñado de pecas que el desconocido tenía sobre las mejillas y que sólo fueron visibles una vez que él se acercó a saludar.

—Hey, si te interesa la clase, puedes anotarte en recepción —dijo Katsuki al recién llegado, y se levantó la camiseta para limpiarse el sudor que le perlaba la frente—. A menos que prefieras una demostración primero.

La persona frente a él sonrió, y Katsuki encontró encantadora e irritante a la vez la manera tímida en la que parecía querer ser amigable y se contenía.

—Yo... Uhm, ¿eres Katsuki Bakugou?

—Ajá, ¿y quién pregunta?

Un tanto interesado porque al parecer la persona frente a él al menos estaba enterada de su nombre, Katsuki se llevó su botella de agua y bebió largos tragos.

—Izuku Midoriya. Pasé a saludar —dijo, y con formalidad extendió su mano. Katsuki se la estrechó todavía con cautela, y no pasó por alto la rugosidad excesiva de sus dedos, que hablaba por sí misma de alguna actividad que los había puesto así—. Apenas volví, pero todo mundo no ha parado de hablar de ti.

—¿Quién es ‘todo el mundo’ exactamente?

—Ah, el resto del staff —dijo Izuku, y esta vez su sonrisa fue más natural—. Yo también trabajo aquí.

Katsuki frunció el ceño. —Imposible. Te habría visto antes durante las juntas de personal.

—Estuve fuera entrenando a un alumno mío —explicó Izuku con ligereza—. Apenas ayer regresé a Japón, y tengo todavía un par de días libres antes de volver a mis clases, pero quería pasar a saludar y entregar souvenirs.

Entrecerrando los ojos, Katsuki analizó todavía a más detalle a la persona frente a él. Vagamente recordaba haber escuchado mencionar a un tal Deku como uno de los miembros faltantes en Plus Ultra. Katsuki no había prestado atención, creía recordar que era Ochako Uraraka de las terapias físicas la que había hecho mención de ese nombre, pero también que estaba en el equipo de halterofilia, y el individuo frente a él y que se había presentado como Izuku no tenía ese nombre ni tampoco el físico. Sólo las manos rugosas, pero eso no implicaba nada.

En primer lugar, sus músculos no eran tan voluminosos ni tenían el aspecto de poder levantar gran cantidad de peso. Bastó un vistazo para que Katsuki dictaminara que quien tenía frente a él podía ser asiduo al ejercicio físico, pero nada extenuante. Por si acaso, preguntó:

—¿Exactamente qué clases impartes?

Izuku mostró otra vez su sonrisa tímida. —Yoga y pilates, pero también tengo unos cuantos alumnos que-...

—¿Yoga y pilates? —Lo interrumpió Katsuki, y una risotada cruel lo ahogó—. Ya veo.

—¿Qué?

—Nada.

—Sólo dilo.

Katsuki puso los ojos en blanco. —¿No son esas clases para ancianas y mujeres en medio de alguna especie de crisis emocional o la menopausia?

—También tengo algunos hombres en mis clases —refutó Izuku el sexo de sus alumnos, pero no las otras afirmaciones.

—Gays.

—Eso no es asunto mío —gruñó Izuku, por primera vez mostrándose verdaderamente enojado—. Y si tanto te molesta, entonces es buena hora de decirte que yo mismo lo soy. Así que si tienes un problema...

—¿Y? Gran cosa —refutó Katsuki, poniéndose serio—. Yo también lo soy. Pero no por eso estoy anotado en clases de yoga o pilates. Qué tontería...

—¿Ah no? —Escuché de Koji en recepción que todavía no has llenado tu cupo en clases de cortesía. Podría guardarte una estera justo a mi lado para que no te pierdas ninguno de los asanas básicos.

Con un gruñido desde lo hondo de su garganta, Katsuki rechazó la proposición. —Paso. Como si necesitara mejor mi elasticidad.

—El yoga no consiste sólo en-...

—Además —volvió a interrumpirlo Katsuki, y con su brazo señaló su aula—. Si uno de los dos tuviera que sacar partido de esas clases de cortesía, ese deberías de ser tú. A menos que el reto te apabulle.

Izuku dejó vagar su vista a través del circuito que ocupaba toda la sala. —Creo en la reciprocidad —dijo al cabo de un largo minuto en el que Katsuki había considerado que haría una huida al no considerarse capaz o en condición adecuada para aceptar el reto.

—¿De qué hablas? —Inquirió en respuesta.

—¿Te anotarás en mi clase de yoga si completo el circuito?

—Pf, si es que lo consigues... —Desdeñó Katsuki la idea, pero Izuku había dado el paso final dentro de la sala, y por su apostura parecía listo para hacer valer sus palabras.

—Veo que tienes tres niveles de dificultad, así que te propongo esto... —Dijo Izuku, estirando los brazos por encima de su cabeza y mostrando una franja de piel entre su camiseta de manga larga y los pantalones deportivos que vestía. A tiempo de contuvo Katsuki para humedecerse los labios cuando encontró un estómago torneado y en el que se podía apreciar la definición de sus músculos.

Ok. Así que aquel no era un simple maestro de yoga para ancianitas y mujeres con el climaterio en su apogeo, pero eso no implicaba que fuera un atleta capaz de cumplir su circuito más difícil. En sus grupos, la mayoría eran principiantes, y sólo sus alumnos de curso especial habían conseguido pasar invictos el nivel de dificultad máximo, y eso porque se estaban entrenando para un programa de televisión donde el premio tenía cinco ceros de premio.

—... pasaré el circuito tres —continuó Izuku, ajeno a los pensamientos de Katsuki—, y a cambio estarás tres meses conmigo en mis clases.

—Como si eso fuera a ocurrir...

—¿Pero aceptas el reto?

—¡Claro que acepto el reto! ¿Por quién me tomas? —Refunfuñó Katsuki, y accedió al apretón de manos que Izuku le ofrecía para sellar el trato.

Al contacto con su mano, Katsuki experimentó un hormigueó en los dedos, y retuvo el contacto un segundo más de lo necesario. Izuku tampoco parecía ajeno a aquella sensación, pero lo disimuló mejor al prepararse con un par de estiramientos y ejercicios de calentamiento antes de indicar que estaba listo.

Katsuki no le auguraba al maestro de yoga un final exitoso. Él mismo había probado aquel circuito en varias ocasiones, y de cinco, sólo había conseguido terminarlo tres sin que el corazón amenazara con salírsele del pecho. Era casi un reto suicida, y sólo aquellos en condición física óptima y dispuestos a jugárselo en todo o nada lo conseguían.

—No hay límite de tiempo, ¿correcto? —Preguntó Izuku al posicionarse al inicio del circuito, y Katsuki rió entre dientes.

—Si lo terminas en una pieza, con eso basta.

—Bien. —Cambiando su expresión inocente, ligeramente risueña que había conseguido mantener hasta ese momento, Izuku hizo crujir sus nudillos, y siguiendo una imaginaria campana de inicio se lanzó con todo.

Katsuki lo observó cruzar a través de la línea de obstáculos con una llanta sobre la espalda y esquivar todos los puntos peligrosos. Pese a que en ese punto más de la mitad que lo intentaban acababan en el piso aplastados o con un tobillo torcido, Izuku consiguió llegar al muro y empezar a escalarlo. La versión para el nivel tres incluía un salto para asirse de las primeras agarraderas a dos metros de elevación y sin cuerda, y Katsuki había dado por sentado que no lo conseguiría.

Con su metro setenta y poco, Katsuki podía saltar bastante a pesar del peso de sus músculos, pero Izuku era más bajo que él, no por mucho, y la tendría difícil para conseguirlo, excepto que se impulsó con un pie sobre el muro, y en un movimiento que a Katsuki le recordó a los que se podían ver en parkour se elevó mucho más allá de la primera agarradera y consiguió hacerlo de la tercera, a poco más de dos metros sobre el suelo.

—Tsk —chasqueó Katsuki la lengua, muy a su pesar con admiración. Bah, ¿y qué si el idiota del yoga tenía ligereza en sus saltos? Aquel circuito apenas estaba empezando.

Sin embargo, por espacio de quince minutos Izuku superó prueba tras prueba, escalando y arrastrándose según fuera necesario, cargando pesos y demostrando agilidad tal cual lo requería, impulsándose siempre más de lo que Katsuki le había atribuido en primer lugar y sin demostrar con ello que estuviera haciendo ninguna clase de esfuerzo especial.

Sólo hasta el final encontró Katsuki pruebas del cansancio de Izuku, cuando al tener que cruzar un puente colgante perdió impulso al soltarse con su mano derecha, y con una mueca de dolor quedar pendiendo en el aire por largos segundos.

—¿Te rindes? —Gritó Katsuki, no tanto para azuzarlo a que se soltara, sino para picar su orgullo y conseguir que no lo hiciera.

Izuku resopló, y con un esfuerzo máximo consiguió volver a sujetarse con ambas manos, y en un cambio de planes que Katsuki no habría adivinado de él, se valió de sus piernas para continuar los últimos metros que le separaban hasta la siguiente prueba.

A partir de ahí su rendimiento se vio disminuido, y Katsuki se vio tentado de proponerlo un alto total por la manera discreta pero evidente en que mantenía su brazo derecho sujeto a su costado y evitaba usarlo a partir de ese punto, pero una voz interna lo detuvo. En ese aspecto, sospechaba él, Izuku era como el mismo Katsuki cuando se trataba de proteger su orgullo, y cualquier oferta por detenerse lo ofendería, al punto en que para demostrarse que podía seguir adelante se arriesgaría a una lesión. O a empeorar cualquiera que ya estuviera sufriendo en esos momentos...

Siguiendo su progreso a través de la pista, Katsuki se mantuvo cerca de Izuku en todo momento, listo para atraparlo en el momento en que las fuerzas le fallaran, porque incluso si aquel idiota le estaba irritando con su terquedad por seguir adelante y ganar aquella apuesta, antes que nada era un instructor de Plus Ultra, y antes muerto que dejar que alguien a su cargo se lesionara.

Incluso otro instructor en Plus Ultra que por su necedad se lo hubiera buscado...

La última prueba del circuito consistió en un último esfuerzo con ambos brazos, en un descenso inclinado y valiéndose de ambos brazos y piernas a una altura de casi tres metros.

—¡Ah! —Jadeó Izuku, cuando a dos metros del suelo su brazo derecho se contrajo de manera dolorosa y tuvo que soltarse.

Pendido de piernas sobre el tubo y colgando de cabeza con los brazos laxos en paralelo sobre piso, Izuku le dedicó a Katsuki una media sonrisa.

—Dame un minuto —bromeó con ligereza—. No voy a soltarme todavía. No me rendiré hasta que-... ¡Oh!

En un acto que después Katsuki catalogaría de impulsivo e irresponsable de su parte (también de la de Izuku, porque se necesitan dos para bailar tango), éste se acercó hasta quedar frente al torso invertido de Izuku, y valiéndose de que la altura y el ángulo era el correcto, lo besó de lleno en la boca.

El primer contacto fue duro. Los dientes de Katsuki entrechocaron con los de Izuku, pero se repusieron con rapidez, y sus lenguas no tardaron en hacer colisión. Katsuki sujetó la cabeza de Izuku con una mano para evitar que se moviera, pero no fue necesario cuando éste se impulsó al frente y le demostró que estaba en ese beso tanto como él. Con la mente en blanco salvo por la aguda necesidad de más, Katsuki se llevó un chasco cuando el beso se vio interrumpido al separarse Izuku volteando ligeramente el rostro.

—Uhm —jadeó éste—, si pretendes distraerme para hacerme caer...

—Idiota —le soltó Katsuki del todo—. Incluso si no, para mi cuenta como si hubieras llegado a la meta.

—Pero...

—Ah, como sea —resopló Katsuki, y le dio la espalda.

Izuku todavía se demoró unos segundos más reuniendo fuerzas antes de conseguir volver a sujetarse a la barra, aunque lo hizo sólo con su mano izquierda, y se demoró el doble de tiempo usual para recorrer los últimos metros que le faltaban para llegar a la línea de meta y con una exhalación cansada declarar que lo había conseguido.

—Seguro que tú puedes hacer un mejor tiempo —dijo Izuku, sentado en el piso de colchonetas y recuperando el aliento.

—Ya.

—En fin... —Un tanto tembloroso por el esfuerzo realizado, Izuku se puso en pie y se sacudió un poco de polvo imaginario de la ropa—. Fue divertido.

Si hacía mención al circuito y a la apuesta, o al beso y que los dos parecían incapaces de abordarlo directamente, Izuku no lo aclaró. En su lugar se masajeó el hombro derecho y lo hizo rotar.

—Tsk, Ochako me va a regañar.

—¿Ochako Uraraka? —Ese nombre lo reconoció Katsuki en el acto, si acaso porque la mujer a la que pertenecía era amigable y no se había dejado amedrentar por la expresión ceñuda que era parte intrínseca de sus facciones. Según recordaba éste, Ochako daba terapias físicas—. ¿Qué asuntos tienes con e-...?

Pero antes de que Katsuki pudiera terminar su oración, la puerta de la sala se abrió de golpe, y ningún otro más que Kirishima encabezando una comitiva entró armando ruido y con exaltación gritando:

—¡Ahí estás, Deku!

«¿Deku?», pensó Katsuki con desagrado. «¿Qué clase de apodo estúpido es ese?» El error era comprensible. Izuku debía escribirse en kanjis de tal manera que Izu pudiera leerse también como De, aunque la connotación no era la misma. Deku era un insulto bastante burdo, algo que sólo un crío pequeño podría idear para fastidiar a alguien más, pero tampoco era como para adoptarlo en la vida adulta.

Ajeno a los pensamientos de Katsuki, Izuku levantó su brazo izquierdo para saludar, y un grupo de al menos media docena de personas entró a la sala. Katsuki se molestó por aquella obvia invasión de su espacio de trabajo, pero ya que estaba haciendo esfuerzos por llevarse bien con sus colegas mantener a raya su constante mal genio, mantuvo su ceño fruncido y expresión hosca al mínimo.

—¿Ya se conocían ustedes dos? —Preguntó Mina, que al igual que Eijiro nunca perdía tiempo en meterse en los asuntos de los demás.

—No —replicó Katsuki.

—Sólo pasé a saludar —dijo Izuku con un tono de voz más sosegado—. Vine a ver quién había sustituido a Mezo y... —Por segunda vez, Izuku se acarició el hombro derecho, y el gesto no le pasó desapercibido a Katsuki.

Y al parecer tampoco a Ochako. —¿Te pasa algo en el brazo?

—No es nada —desestimó Izuku la noción—. Quise probar el circuito de Katsuki y me he dado un tirón de nada en el brazo, pero ya pasará.

—Deberías venir conmigo —insistió Ochako, y con una familiaridad que hizo a Katsuki apretar los dientes, sujetó la mano derecha de Izuku entre las dos suyas—. Por favor. Sólo para cerciorarme que no es nada.

—Ochako...

—Así podré estar tranquila.

—Vale, vale...

Aquel intercambio quedó pronto en el olvido conforme Eijiro, Mina y otros de los instructores que de momento Katsuki no recordaba de nombre le preguntaban a Izuku de Estados Unidos y la competición a la que él y un tal Mirio Togata habían ido. Por lo que Katsuki dedujo de la conversación, había sido un evento grande de levantamiento de pesas en donde habían vuelto con varias medallas de oro, y eso despertó su interés al repasar a Izuku de pies a cabeza.

Pese a su corta estatura, Izuku no era ningún enclenque, aunque tampoco podía decirse que fuera una mole de músculos. Quizá en el pasado lo fuera, aunque ahora sólo tenía definición y se mantenía en buenas condiciones a juzgar por su desempeño de minutos atrás.

—Mirio volvió a casa pero prometió pasar de vuelta el fin de semana para celebrar su victoria —dijo Izuku, y a su alrededor los otros instructores vitorearon.

—Apuesto a que All Might paga las bebidas —dijo uno de los instructores cuyo nombre Katsuki no recordaba, aunque sí su apariencia de cabello rubio y actitud bobalicona. Creía recordar que su especialidad eran las terapias eléctricas, pero no podría jurarlo.

—¿No es el próximo lunes tu cumpleaños, Katsuki? —Inquirió Mina, atrayendo toda la atención sobre éste, y Katsuki se encogió de hombros.

—Sí, ¿y qué?

—¿Como que ‘¿y qué?’? —Lo remedó Eijiro, echándole un brazo encima y atrayéndolo en un medio abrazo—. Tenemos que celebrarlo como es debido. Y ahora que Izuku está de vuelta con Mirio y trajo a casa varias medallas, lo lógico sería organizar una fiesta como es debido.

—Bah —desdeñó Katsuki la noción, pero en cambio Izuku se mostró complacido por la idea.

—Seguro que será divertido —dijo con una sonrisa, que aunque honesta, no le pasó por alto a Katsuki que ocultaba algo detrás.

«Seguramente lo mismo que ese brazo que no deja de tocarse...»

 

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Notas finales:

En total el fic tiene 13 capítulos y actualizaré los viernes y martes. Si hay comentarios (en cualquiera de las 3 páginas donde lo subo) habrá otro capítulo al siguiente día de esa lista. Si no es el caso, nos veremos en una semana sin falta.
Graxie por leer~!


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