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Disforia por Daena Blackfyre

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La última vez que Ace había visto a Sabo fue después de su cumpleaños. Ambos ya tenían doce años. El tiempo había pasado volando mientras hacían tonterías como pescar en el río y terminar su casa en el árbol. Quedó muy bien después que trabajaron en ella muchísimo tiempo, pero Ace no solía ir cuando estaba solo. Sabía que los papás de Sabo lo habían llevado a algún lugar por su cumpleaños, pero casi pasaron dos semanas de eso y Ace se sentía aburrido.


Se acostumbró a la presencia del otro niño demasiado rápido. Sabo se convirtió en su amigo y su compañero de aventuras sin que Ace se lo propusiera. ¿Cómo fue que lo permitió? No sabía, pero tampoco se quejaba.


Ace seguía llevándose mal con sus compañeros de la escuela y peor aún con los profesores. Sabo tenía mucha suerte de estudiar en casa. El pueblo donde vivían era muy pequeño y sólo contaba con una escuela, había muy pocos alumnos por curso. Desde que Ace pisó ese lugar se encontró con problemas. El principal fue quizá que las maestras se empeñaban en llamarlo de una forma que él no prefería, con ese maldito nombre que aparecía en sus documentos de identidad, pero así no era como se reconocía.


¿Por qué a esa gente le costaba pronunciar su nombre? Si él quería ser llamado Ace, ¿por qué le repetían que estaba mal? Dadan, Garp y los demás le decían así. Con ellos jamás sintió que estaba mal ser como era, pero en la escuela sí y por eso la odiaba.


Los continuos comentarios de sus profesoras también fomentaron que otros niños lo molestaran y Ace no tuvo las mejores reacciones hacia ellos. A esta altura, después de años teniendo que ir a esa estúpida escuela, se había creado una fama de rebelde o problemático, además de raro y otras palabras que usaban para insultarlo. Prefería que la gente no se le acercara, porque los que lo hacían sólo buscaban juzgarlo o decirle que lo que sentía, como se sentía, estaba mal.


Tal vez por eso le agradaba Sabo, porque en ningún momento lo hizo sentir así y siempre lo aceptó como fuera. Aunque, sospechaba, que no se había dado cuenta de cómo era en realidad. Ace tampoco pensaba decirle porque no lo creía necesario.


Ambos eran iguales. Eran dos niños y amigos. ¿Qué más importaba?


¿Será que Sabo lo veía diferente? Ace no se sentía así con él, pero tenía la duda dentro de su mente.


Cuando su amigo volvió se sintió muy feliz y le propuso algo para hacer, porque no habían podido festejar el cumpleaños de Sabo. Así que se dirigieron al centro, a un edificio particular.


Este momento era crítico y Ace lo sabía. Requería de toda su precisión y astucia. Respiró en silencio mientras comenzaba a caminar con cuidado entre la gente para que nadie lo note y miró por encima de su hombro a Sabo, quien lo seguía igual de atento. Esto le sacó una sonrisa, era muy audaz y valiente, por lo que sabía que podía confiar en él para hacer alguna que otra que locura. No sería la primera ni la última vez.


Aunque no sabía si meterse en el cine sin pagar era algo demasiado loco, pero sí podrían tener algunos problemas si los descubrían, dudaba que eso pasara. Antes ya lo habían hecho y todo estuvo bien.


El edificio era bastante antiguo y quedaba justo en el centro del pueblo. Es lugar era demasiado pequeño, tanto que con un par de vueltas ya podían recorrerlo entero. Caminaron por las calles de tierra hasta encontrarse con la parte trasera donde Ace había descubierto una ventana oculta por cajas viejas y basura. Necesitó la ayuda de Sabo para poder escalar y abrirla, era mucho más fácil hacerlo con alguien que trepando solo un montón de basura endeble. Cuando ya estuvo seguro, estiró la mano para que el otro niño pudiera trepar hasta la ventana y finalmente estuvieron adentro.


¿Comprar entradas? Sí, claro. Como si Ace fuese a gastar dinero en eso... aunque tampoco lo tenía. Además, así era más emocionante.


Se escabulleron entre los pasillos oscuros y encontraron la entrada a la sala donde proyectaban las películas. Fueron lo suficientemente sigilosos para que nadie los viera y se sentaron en unas butacas bien atrás. En la pequeña sala antigua y casi cayéndose a pedazos había muy poca gente. La película que pasaban seguramente había estado hacía meses de estreno en los grandes cines de la ciudad, pero ahí todo llegaba un poco más tarde.


Ace miraba películas en la televisión. Tenía varias favoritas, pero vio pocas en el cine porque siempre se dormía en ese ambiente tan oscuro. Sin embargo, esa película de zombies que estaban pasando le pareció graciosa y entretenida, quizá podría estar despierto.


—¿Ese no es el de Ghostbusters? —preguntó señalando a uno de los actores y Sabo se encogió de hombros demostrando que no tenía idea.


A pesar de parecerle entretenida, repentinamente cayó dormido y Sabo lo miró con una sonrisa resignada. Había sido idea de Ace escabullirse al cine, pero su amigo se estaba perdiendo la mitad de la película durmiendo en su hombro. No le molestó ni tampoco intentó despertarlo, ya había aprendido que pronto lo haría solo.


Por más que no habían llegado a ver los primeros minutos, entendió todo el argumento y después tuvo que explicárselo a Ace cuando salieron. Se frotó el rostro lleno de pecas mientras bostezaba y Sabo pensó que parecía algo tierno, cosa extraña considerando cómo era la personalidad combativa de Ace.


—Tengo hambre —declaró luego de salir del cine y bostezar—. Vayamos con Makino.


Sabo estuvo de acuerdo con esa idea, también tenía hambre, así que se dirigieron a un bar donde una mujer joven y muy bonita los recibió con una sonrisa.


Una de las paradas favoritas de Ace era el bar de Makino. Ella siempre era amable y les daba buena comida, por más que no tuviera mucho dinero. No le molestaba pagar por su comida, a diferencia del cine.


Les sirvió dos platos grandes de arroz con verduras y carne. Su estómago rugió sólo por el olor y devoró la comida muy rápido. Ambos se habían sentado en la barra, en el lugar había mucha gente. Makino tenía una posada donde los viajeros descansaban, así que siempre había personas difentes además de los clásicos rostros que deambulaban todos los días.


—Los niños no deben beber alcohol —dijo ella hacia un borracho que les había dicho que ya tenían edad para tomar.


—Si voy a quedar como él no quiero beber nada —murmuró Sabo en el oído de Ace y éste se rió.


El hombre no los escuchó y siguió hablando de sus viajes. Dijo que iba por todos lados, pero que nunca había probado una cerveza como la que vendía Makino. Fue bastante gracioso.


Makino les regaló algo de chocolate cuando se fueron. Resultó un buen festejo atrasado del cumpleaños de Sabo.


—¿Será que todos los viajeros son ebrios? —preguntó Sabo pensando al respecto.


—No todos los ebrios son viajeros, así que lo dudo —contestó Ace mientras caminaban—. ¿Por qué? ¿Quieres comenzar a beber?


—Una vez probé vino en una fiesta y no me gustó —recordó con una mueca de asco—. No me interesa.


—No creo que sea tan malo.


—Creo que eres tú quien quiere beber —Su risa se perdió entre las calles donde pasaban diferentes personas, pero no muchas. Ya era de noche—. Tendré que cuidarte si vas a estar borracho en nuestros viajes.


—¡Oye! —se quejó Ace—. No necesito que me cuides, seguro yo tendré que fijarme que no te olvides las cosas en ningún lado.


Otra vez se rieron porque Sabo era bastante distraído, así que no podía negar la afirmación de Ace. Un par de veces habían fantaseado con viajar algún lugar juntos y la idea les parecía excitante. Siempre estaban planeado o proponiendo ideas. Incluso habían comenzado a juntar dinero —robado en su mayoría, pero nadie lo sabía—.


Le hacía mucha ilusión irse de allí. Pensar en que podía dejar de depender de Dadan o Garp, abandonar la escuela que tanto lo atormentaba, y ser libre le llenaba de emoción. Quería ser libre como quien realmente era, como la persona que elegía ser y no como los demás le imponían.


Ace se preguntó varias veces por qué le pasaba esto. ¿Por qué personas ajenas a él imponían cómo debía sentirse? No lo entendía. Si él decía que era un niño, ¿por qué otros se empeñaban a decir lo contrario? Sólo porque sabían ciertas cosas sobre él, como el ridículo nombre en su documento u otros detalles.


Si le comentaba esas cosas a Sabo, ¿también pensaría que era raro?


Llegaron al parque caminando. No tenía nada, sólo era un espacio verde sin árboles, pero con unos troncos caídos donde podían sentarse y comer el chocolate que Makino les dio.


—Sabo —dijo provocando que el otro lo mire—. ¿Piensas que soy raro?


No se atrevió a mirar la confusión que ese niño debía tener en su mueca. Un poco de temor le causaba oír qué tenía para decirle. Cuando las personas opinaban sobre él no le importaba. En general, Ace solía golpear e insultar a quienes se metieran donde no les incumbía, pero Sabo era distinto.


A Ace le importaba la opinión de Sabo porque eran amigos y compañeros de aventura. Iban a viajar por el mundo juntos, ¿no? ¿Cómo no iba a importarle lo que pensaba? Ya se había convertido en parte del reducido círculo de personas significativas en su vida.


—Bueno, tú siempre dices que soy raro porque me gusta leer —contestó—. Así que todos somos un poco raros.


Esa respuesta se le hizo graciosa. Sabo siempre estaba obligándolo a leer y Ace se había enganchado con algunos libros, pero eso no era lo que quería decir.


—No me refiero a eso —masculló con dificultad porque no sabía qué palabras usar para expresarse—. Digo si piensas que soy... diferente... A ti o a los demás.


Sabo frunció el ceño al oírlo y pareció pensar antes de contestar. Los nervios le apretaron el pecho mientras esperaba.


—Un poco —contestó finalmente y Ace lo miró con una expresión entre sorprendida y molesta—. Me refiero a que nunca conocí a alguien como tú —aclaró—. Eres divertido y agradable, me gusta pasar el tiempo contigo. La mayoría de personas que conocí dicen cosas horribles o son muy aburridos. Pero si me preguntas por tu apariencia... Tus ojos son llamativos, así grises, y tus pecas... Creo que te quedan bien.


Tragó saliva ante toda esa explicación y se mordió los labios sintiendo calor en el rostro. No esperaba que le dijera algo así.


—Así que sí, eres diferente —concluyó Sabo—, y eso es genial.


Una sonrisa se le escapó al oírlo y se sintió demasiado tranquilo. La presión que sentía en el pecho se desvaneció y ya no se sintió más preocupado. Sabo parecía tan honesto cuando hablaba y le sonreía que no pudo dudar de él.


Tendió la mano con el paquete donde todavía tenía la mitad de su chocolate.


—Quédatelo —Le dijo a Sabo y éste lo miró confundido. Era su forma de decir gracias, compartir su comida, pero su amigo negó.


—Comamos juntos.


Ambos se rieron y estuvieron de acuerdo. Compartieron los últimos trozos y fue un momento muy agradable. Si el mundo se detenía y tenía que pasar toda la eternidad allí congelado no le molestaría.


Su mirada se cruzó con la de Sabo y éste le sonrió de nuevo. Estuvieron en silencio unos instantes y Ace sintió que su corazón se apretaba de gusto. Qué ridículo sentirse así con un amigo, pero jamás tuvo uno como para saber qué se siente. Más allá de todo, le gustaba estar con Sabo, reírse, hacer tonterías o fantasear con su futuro lleno de aventuras.


Un escalofrío le recorrió la columna cuando lo sintió acercarse a él y no entendió qué estaba pasando. Su mandíbula tembló, pero antes que pudiera hacer cualquier cosa, alguien habló.


—Con que aquí estabas —dijo una persona y Ace se volteó dándose cuenta que se trataba de un niño, quien iba acompañado con un hombre de traje y lentes oscuros. Parecía sacado de alguna de las películas de Men in Black—. Nuestros padres están muy preocupados.


No entendió nada de lo que dijo, pero oyó a Sabo suspirar y levantarse.


—Yo puedo volver solo —aseguró enojado—. No hacía falta que vinieras aquí, Stelly.


Eso le confundió aún más. Aparentemente Sabo conocía a ese niño y el ambiente se tornó hostil mientras hablaban. Ace también se levantó a su lado.


—¿Quién es este, Sabo? —preguntó Ace de mala forma sin preocuparse de lo que los demás dijeran.


—Eso debería decir yo —espetó ese chico. Era un mocoso que apenas le llegaba al hombro y Ace sintió ganas de golpearle la cara—. ¿Con este es con quien siempre te escapas? A nuestros padres no les gustará saberlo.


No iba a soportar que un enano como ese viniera a insultarlo. Sus ojos brillaron enojados, dio un paso para enfretarlo y romperle la cara como se merecía, pero Sabo lo detuvo poniendo una mano sobre su hombro.


—No te gastes con él, Ace —dijo con molestia en la voz—. Te aseguro que no vale la pena perder energía en personas así.


—¿Así hablas de tu hermano? —mencionó Stelly ofendido pero al instante se rió—. Deberías dejar de juntarte con esta gente, Sabo. Te está pegando lo vulgar.


¿Esa basura era hermano de Sabo? Debía ser una broma. No se parecía ni en lo blanco del ojo y menos en su forma de ser.


De repente recordó todas las veces que Sabo hablaba sobre su familia y lo incómodo o inconforme que parecía. Si este era su hermano, ni siquiera se quería imaginar cómo eran los padres. Sintió un poco de pena por él en ese momento y quiso decir algo, pero el Hombre de Negro se acercó a ellos diciéndole que tenían que irse. Prácticamente sintió que lo estaba obligando y eso no le gustó.


—Lo siento, Ace —dijo Sabo suspirando y le sonrió—. Luego nos vemos, ¿sí?


No dijo nada ante eso. Sólo asintió y lo vio marcharse. Una gran desazón se afianzó en su pecho y se sintió frustrado. Quizá debería haber impedido que se vaya, porque era evidente que Sabo no quería marcharse, pero ¿realmente podía hacer algo? Tal vez no ahora, pero cuando fuese mayor. Podrían irse de allí y vivir como quisieran, sin que nadie los molestara.


Ace regresó a su casa solo y no volvió a saber de Sabo en días, pero regresó antes que se decidiera ir hasta su casa a buscarlo. Siempre se reencontraban y no dudaba que así seguiría siendo toda la vida.


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