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JoJo's Bizarre Visual Adventure: Rebirth of the Ouroboros por metallikita666

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“Desde el sueño

Desde el sueño hacia el sueño y sobre el camino de cristal

Desde el sueño

Despertando en este mundo desde el sueño

Hasta los recuerdos se vuelven sueños…

 

Esos deseos desperdigados arbitrariamente

Son solo reflejo de debilidad y nada más

 

Aquí, demonio, ven y atrápame

¿Me oyes aplaudiendo?

Porque una vez que te atrape

Cambiarás de puesto conmigo… ” Dir en grey / “Rinkaku”

 

El delgado músico oriundo de Gunma, luego de aliviar la vejiga y lavarse las manos, se dispuso a volver al área social de su departamento, en la cual permanecían sus dos kouhais tras haber acabado la cena. Cuando ingresó por la sala de estar y volteó hacia la mesada que hacía las veces de desayunador, se impactó enormemente al distinguir una única silueta sentada en una de las butacas. Dicha figura estaba cubierta desde la cabeza por un velo.

Extrañamente, estaba todo demasiado oscuro. Era como si la poca luz que iluminaba el extendido aposento proviniera de detrás de la silueta, y no de las lámparas.

Makoto vaciló un segundo, al no saber bien cómo aquella persona había ingresado en su hogar; o en todo caso, en dónde estaban los otros dos vocalistas que lo acompañaban hasta hacía unos momentos. No tendría nada de malo si el sujeto hubiese estado ahí a causa de ellos, aunque era extraño de cualquier manera, pues no le habían comunicado nada sobre un tercer invitado.

Asada se contrarió por lo repentino del asunto, pero cuando intentaba buscar las mejores palabras para interpelar a aquel individuo, éste se volteó ligeramente. A causa de la acción, el castaño titubeó cuando creyó reconocer las inconfundibles facciones del extraño, una vez que este hizo visible parte de su faz.

La persona se fue volteando todavía más sobre el asiento móvil de la butaca, hasta que quedó totalmente de perfil.

—¿Qué pasa, Makoto?— Inquirió una voz inconfundible, la cual tuvo un efecto inmediato en su interlocutor.

Más perplejo todavía, y con la piel erizada, Asada dio un paso atrás y frunció el ceño.

—¿Por qué me miras así, como si no me conocieras?—

No podía ser; no tenía sentido. ¿Qué estaría haciendo él ahí, a esas horas y cuando hasta hacía unos minutos el cantante de Merry se hallaba en compañía de sus pupilos? Si bien era obvio que ambos menores sabían perfectamente quién era ese hombre, nunca se habían dirigido a él de forma directa, hasta donde el castaño estaba enterado. Adicionalmente, y gracias a su intuición, el de Gunma se había dado cuenta de que entre sus tres amantes había dos bandos claros: los más jóvenes por un lado, amantes y amigos entre ellos; y por el otro, estaba él. El referente lejano y obligatorio por quien los otros dos no parecían sentir suficiente afinidad como para pedir conocerlo, si bien les sería imposible desestimar sus méritos y la tradición de su legado.

—¿Sen…pai?— Respondió la Oveja, por fin. —Kyo-sama, ¿es usted? Yo… Es que realmente no entiendo… qué podría estar haciendo aquí a estas horas, y sin avisar…—

La persona que el castaño identificó como su maestro se puso en pie y dejó caer el velo negro que le cubría, enrumbándose posteriormente hacia la sala, donde continuaba el de Gunma. La pequeña pero fornida figura iba ataviada con ropas completamente negras y no dejaba de mirar al dueño de piso. Este, de hecho, pudo notar que conforme el pelinegro se acercaba, iba ensanchando su tenue sonrisa.

—¿Por qué lo dices? ¿Estabas acompañado… acaso?—

La pregunta hizo que el menor de ambos diera un respingo. No obstante, el tono afable del kiotense al pronunciar esas palabras se le hizo extraño. Entre otras cosas, Makoto estaba enormemente nervioso al considerar que Rei y Jojo podrían salir de donde se hubiesen metido en cualquier momento, con lo cual la posibilidad de una escena totalmente incómoda entre los cuatro era inminente.

—Ven aquí, acércate…—

El pelinegro se allegó a su kouhai hasta tomarlo por las caderas, después de lo cual bajó una de sus manos a la retaguardia de Asada para toquetearlo ligeramente. El delgado músico se tensó todavía más, reconociendo aquellos contactos como demasiado apresurados para lo que solía ser el proceder normal de Nishimura. No obstante, se dio cuenta de que su cuerpo reaccionaba por sí solo buscando el contacto del cantante de Dir en Grey, por cuanto ya le había echado los brazos al cuello y sentía una inconfundible emoción en el pecho, la cual iba superando su escrúpulo de hacía un momento con una velocidad vertiginosa.

Extasiado y preocupado a un tiempo, Asada clavó su mirada en el rostro del mayor.

—Makoto hermoso, no sabes lo mucho que te extrañé.—

Las palabras salieron de labios de aquel hombre, halagando y lastimando a su interlocutor a un mismo tiempo. El más alto tuvo el reflejo de llevar su mano al rostro de Kyo; empero, este le detuvo por la muñeca, aunque sin ejercer demasiada presión.

—Te quiero sentir; quiero estar contigo… Aquí, ahora...—

Con la mente a mil, y creyendo en su propio fuero interno que a momentos era y no era él mismo, el dueño de piso negó con la cabeza, aunque dudando de si poner razones a su proceder. Si Kyo no se había enterado de la presencia de los otros dos para entonces, no tendría sentido arruinar el bello momento.

—¿A…ahora?— Susurró por fin el de dulce y lastimero trino, dándose cuenta de cómo un pequeño temblor empezaba a extenderse por su cuerpo desde su brazo, al no saber realmente qué hacer. —No, senpai… P-por favor, espere…—

La prisa que llevaba su maestro para incurrir en contactos carnales era totalmente atípica, y la sospecha ante dicha actitud se volvía insoportable. Pero esa persona se veía como Kyo; hablaba y se sentía como él. Todo lo cual se mezclaba sobrecogedoramente con el miedo que Asada percibía al fondo de su interior, y las vocecillas que poco a poco resonaban con más fuerza, amenazando con hacer sus palabras inteligibles. No era lo mismo escucharlas sin comprender lo que decían, que tenerlas martillándole la mente una y otra vez, con afirmaciones que por momentos se volvían hirientes e inaguantables.

Antes de que pudiera pensar en otra cosa y reaccionar, se dio cuenta de que el contrario había llevado las manos a la cremallera central de su abrigo con el objetivo de bajársela. Para entonces, el kiotense se hallaba separándole la prenda de los hombros, casi acabando de despojarle de ella. El de Gunma no portaba camiseta debajo del abrigo.

Cuando lo hubo logrado, desde el hombro derecho del más joven se apreciaba un enorme y marcado cardenal que bajaba por la cara externa de su brazo, lo cual hizo que Nishimura se detuviera repentinamente y titubeara.

Gara experimentó una corazonada.

—Makoto… ¿qué… te sucedió?—

Instintivamente, el castaño arrugó el entrecejo, como si la pregunta estuviera demasiado fuera de lugar: reacción que fue percibida por el pelinegro y de inmediato lo desconcertó.

—¿Qué, por qué…? ¿Por qué… no eres más cuidadoso?—

—¿De qué habla, senpai?...—

Por dentro, el más joven se debatía ante la tentación de reclamar finalmente por los ataques que habían producido aquellas marcas –por si aquello fuese un momento de sensibilidad de su mentor–, y que para entonces estaba obligado a esconder de todos en todo momento. Ataques acaecidos en los últimos encuentros con su maestro, que no solo habían sido físicos, sino fundamentalmente verbales y psicológicos.

—Usted, el otro día… ¿Recuerda?— Inquirió el más joven, luego de lo cual tomó la mano temblorosa de Nishimura y la colocó sobre su pecho, blanco e inmaculado.

Impoluto, claro está, de no ser por los moretones que continuaban distribuyéndose a lo largo de su delgado torso, y que el cantante de Sukekiyo miraba estupefacto conforme el abrigo de Asada acababa de resbalarse por su cuerpo y caía al piso.

—Pero está bien, porque yo lo merezco. Porque yo todavía no he logrado… ser así con ellos. Así… como es usted conmigo…—

 

—Ese maldito cabrón, hijo de puta… Ya no puedo con esto, Jojo. ¡No puedo, no soporto escuchar a senpai decir esas cosas!—

—¡No, Rei! ¡Espera!—

—¡Guru-guru-guru-guru-guru-guru!—

 

Un estruendo aterrador cayó en los oídos de Asada; el cual se sintió ilusorio porque, de haber sido real, le habría despedazado dolorosamente los tímpanos. Tanto a nivel sonoro como visual, era como si un millón de gruesos vidrios circundantes se quebraran a la vez, y que los añicos producto del golpe se disiparan en el entorno hasta convertirse en niebla.

El turbado castaño afianzó el agarre en el antebrazo de su senpai, al tiempo que –absolutamente espantado– clavaba la vista en la faz de este. No comprendía nada de lo que estaba presenciando, nada tenía sentido o lógica; por lo que el único pensamiento que pudo abrigar su mente conmocionada fue la duda de que estuviera teniendo una alucinación.

Por su parte, Jojo estaba desesperado. En ese instante, el delicado equilibrio de su habilidad radicaba en el escenario que Igarashi le proveía con la suya, pues casi el cien por ciento de la energía del pelifucsia estaba puesto en controlar la siempre rebelde voluntad de Succubus.

Sin la potestad sobre el entorno, ambos estarían a merced del ignoto enemigo que percibían cada vez más cerca.

 

—¡No lo hagas, Rei! ¡No cambies! ¡La sospecha será demasiada y lo que sea que haya en él se dará cuenta!—

“—Ya han sido demasiadas equivocaciones… Desgraciados…—”

 

El brazo cautivo entre los dedos de Asada empezó a transparentarse hasta tomar un color amarillento: un color de luz. Eran destellos lo que emitía aquella piel, la cual ya no parecía estar hecha de carne.

Fue cuando el rubio se dio cuenta de las implicaciones de su error. Para entonces era demasiado tarde: aunque lograra recomponer a Natsuyuki para continuar manteniéndoles ocultos y en el sitio, su amigo había perdido el dominio sobre su propio stand.

En vano trató de animarlo.

 

—¿P-pero…¡qué haces!? ¡No, tú no puedes dejarle ir ahora, Joshua! ¡Contenla, domínala!—

 

Makoto se echó sobre la silueta de su maestro y se abrazó a ella hasta acunar el rostro en el tatuado trapecio del mayor: ese que exhibía el hermoso fénix grabado en tinta blanca. Sin embargo, para entonces el pájaro era uno con los resplandores que salían de aquel cuerpo, y que lo iban haciendo más etéreo a cada instante.

—¡No, detente! ¡No te lo lleves!— Gritó el vocalista de Merry tras cerrar los ojos violentamente.

No solo el centelleo que comenzara a salir de Nishimura se había vuelto inaguantable para las pupilas del de Gunma, sino que tampoco podía soportar el efecto de carrusel en movimiento que se había apoderado del entorno. Por si tal cosa fuera poca, las malditas voces se unían al coro que trastornaba su cabeza. La sensación de centrífuga era perceptible aun con los ojos velados, pero resultaba mucho mejor cerrarlos que mantenerlos abiertos.

—¡No sé quién o qué seas! No sé si eres uno o varios… O si eres tú quien ha estado martirizándome desde adentro… Pero te ruego… ¡te lo suplico! ¡No te lo lleves!—

Enfermo, con el estómago revuelto y una presión anormal en las sienes, Gara perdió el balance momentáneamente. Se sostuvo del evanescente cuerpo con más fuerza todavía, pues desfallecía rápidamente a causa de no sentir las piernas. Había comenzado a llorar aun a través de sus párpados cerrados, y su voz tomó ese color amargo y lastimero que tanto adornaba sus composiciones más sentidas y profundas.

—Déjame… tenerle así, amoroso. Déjame que lo escuche una vez más diciéndome lo mucho que deseaba estar conmigo…—

Sus rodillas tocaron el suelo, pero entre sus brazos ya no había más que prófuga luz: poco a poco, iban rodeándose a sí mismos.

Herido de pena, el castaño cayó desmayado al piso.

 

***

 

Igarashi, con el torso desnudo y una hakama morada cubriéndole la parte baja, sostenía en brazos el cuerpo de su inconsciente senpai. La saya de su katana unida a su cintura, con el preciado regalo del maestro Araki a la espera de cualquier contingencia. Tenía el semblante cubierto por la hannya roja, y los miembros se le estremecían a causa de la reciente agitación.

—Sal de ahí… de una buena vez, quien quiera que seas.— Dijo el rubio en tono bajo pero firme, evitando que su mirada descendiera hasta toparse con el rostro inerte de Asada.

Era suficiente con los grandes moretones que le mancillaban la grácil anatomía, además del gesto angustiado y las marcas que los surcos de lágrimas le dejaron en las mejillas.

—Deja de esconderte, maldito cobarde. Que así estés en el fin del mundo, iremos a buscarte.—

—¿“Iremos”, dices?— Respondió una voz espantosa: una especie de estruendo compuesto por voces de múltiples tonos diferentes.

Además del eco, la contestación era horrísona por cuenta del inequívoco dejo burlón con que habían sido dichas aquellas palabras.

—No me hagas reír, Igarashi… ¿O es que acaso no has visto aún lo que tengo aquí?...—

El entorno era demasiado claro todavía, lo cual fue modificado por el tokiota a voluntad para poder distinguir mejor a su enemigo. Instantes después, su stand les había trasladado a un campo desierto, rodeado de alto pasto cubierto de nieve, pero sin un solo árbol.

Cuando terminó de modificar el brillo de la luz circundante, el pelicorto se quedó pasmado ante la espantosa escena que se le ofrecía.

Nishimura, ataviado con la apariencia de esqueleto viviente que empleara en el Ghoul Tour, permanecía de pie detrás de un Joshua arrodillado, cuyos torso y cuello apresaban gruesas cadenas. El kiotense utilizaba sus macizas manos para tirar de los eslabones finales, ahorcando al menor en el proceso, dado que las últimas vueltas eran las que le rodeaban la garganta. Jojo tenía la cabeza gacha, con los mechones negros y fucsias cubriéndole el rostro, y parecía estar inconsciente o demasiado débil como para erguirse y pronunciar palabra, pues solamente resoplaba por reflejo cuando el otro tiraba de las cadenas.

—Maldito…— Masculló el Cordero, sintiendo cómo la agitación volvía a sus miembros y la sangre se le agolpaba en las muñecas.

De inmediato, tuvo la certeza de que aquel ente maligno lo chantajearía para que le devolviera a Asada, con tal de dejar a Jojo libre.

—No lo lastimes… ¡No le toques ni un pelo, o juro que te vas a arrepentir!—

Esperablemente, la oscura presencia que se servía del aspecto del cantante de Dir en Grey prorrumpió en carcajadas.

—Eres tan patético… ¡Son tan patéticos ustedes, todos!— Dijo por fin el ente, atenuando sus burlas para cambiarlas por una odiosa prepotencia.

El siguiente parlamento exhibiría, además, hostil apatía.

—Y lo peor es que creen que pueden darles órdenes a los dioses. Mortales asquerosos.—

Al oírle, Rei no pudo evitar un pasmo repentino que le recorrió el espinazo en forma de escalofrío. De inmediato, vinieron a su memoria las palabras que Araki le respondió a Joestar cuando este le preguntó sobre la existencia de otras fuerzas sobrenaturales además de los stands; aquellas donde lo exhortaba a que, si alguna vez se topaba con un dios, le planteara la cuestión. De forma entendible, la anécdota se convirtió en una ominosa memoria.

Después de unos instantes, y tras considerar que –de haber estado alerta en aquel preciso momento– Jojo le habría pedido vehementemente a su compañero que tuviera paciencia, el rubio suspiró y bajó la mirada. Posó los ojos en el hermoso rostro desvanecido de su maestro.

—¿Qué quieres?— Dijo por fin, con tono contenido. —¿Qué es lo que buscas, y por qué nos atacas? Nosotros nunca hemos hecho nada para enemistarnos con ninguna deidad…—

De reojo, Rei observó que la enemiga presencia se había adelantado hasta quedar a un lado del cuerpo de Jojo. Una despreciable sonrisa se le había formado en los labios, la cual podía distinguirse a pesar del corpse paint.

—¿Por qué te metiste con él? ¿Por qué con Gara-sama…?—

—Ya basta; guarda silencio.— Lo interrumpió Nishimura, dejándole ver al rubio que había notado su repliegue.

El ente dio dos pasos más hacia adelante sin soltar la cadena, con lo cual acabó tirando del cuello de Joshua descuidadamente, hasta que lo hizo caer de bruces sobre el pasto.

Rei dio un respingo.

—Y quédate donde estás. Si lo haces, prometo no atacar. En cuanto a esta sabandija mediocre que ni siquiera pudo hacer una imitación decente… ¡Vergüenza debería darle! ¡Y todavía se considera a sí mismo parte del linaje Joestar!—

La aparición se volteó hacia el pelifucsia, quien –dado su lamentable estado– solamente alcanzó a ladear el rostro para no tenerlo directamente sobre el gélido pasto, mientras hacía esfuerzos por captar una bocanada de aire.

Entonces, el kiotense colocó una de sus pesadas botas sobre la cabeza del vocalista de The Gallo, obligándolo a soltar un quejido.

—Hijo de put…—

—¡He dicho que te calles, humano inmundo!—

El alarido deletéreo que salió de entre aquellas mandíbulas heló la piel del líder de Marco, quien se quedó totalmente inmóvil a causa del instinto de conservación de la vida, por encima de cualquier otro motivo. Dentro de sí, agradeció de inmediato la presencia de la careta sobre su rostro, para de esa manera no tener que darle a aquel monstruo el placer de observar la palidez y estupefacción con que el miedo teñía su semblante.

El cuerpo tibio de la Oveja, que continuaba en sus brazos, operó para él como un recordatorio de que debía hacer todo lo posible por no actuar de manera intempestiva en semejante trance.

—¡Cállate y escucha! ¡Ah, y agradece que no te hago poner de rodillas para escuchar mi sagrada voz, o que no te haya asesinado en el acto! A ti y a la porquería esta…—

El ser que usurpaba la apariencia de Tooru Nishimura continuó presionando la cabeza del de Hokkaido con su pie, en un acto de evidente provocación hacia el irascible rubio. Empero, como se diera cuenta de que la agresión no le estaba haciendo gran daño al más joven, Igarashi se mantuvo en su sitio.

—Sabes que no te tenemos miedo. Y que estamos decididos a morir si es necesario, antes que dejarte hacer a tu antojo.—

El rubio miró una vez más hacia la cara del hombre que sostenía cuidadosamente en sus brazos, buscando en esa visión la fuerza que necesitaba para tranquilizarse y resistir. Poco a poco, la estrategia hacía su efecto, pues no solamente se sentía más calmo, sino que incluso llegó a dulcificar su tono y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.

—Todo ataque debe de tener una razón detrás, y ahora yo te pido que digas cuál es tu motivo.—

En ese punto, Rei levantó la mirada y la clavó con firmeza en aquellas pupilas rodeadas de monstruosos iris blancos.

—¿Qué me vas a pedir a cambio de permitir que me lleve a Jojo?...—

A pesar de la aparente serenidad del rubio, frasear por fin aquella interrogante fue como dejar salir navajas por su garganta. Las palabras le quemaron la laringe al saberse prácticamente inmolando a Asada; entregándoselo en bandeja de plata a su enemigo. Era como si todo el esfuerzo que había hecho para no dejarlo ir durante la anterior debacle terminara siendo en vano. La energía y concentración aplicada en esa labor, que sin duda le impidió sustraer a Joestar del enorme poder que se cernió sobre él, el cual el cantante de Marco supo de inmediato que no podría contrarrestar sin el dominio completo de su amigo sobre su propio stand.

—No te pases de listo, preguntando algo para lo que de antemano conoces la respuesta.— Respondió el kiotense, pero con sorpresivo tono sosegado.

No obstante, al momento agregó una terrible noticia.

—Has de saber que tu enemigo es un ser muy poderoso: que está en este hombre que te habla ahora mismo, a quien identificas y que tanto desprecias. Pero que también está en el que sostienes, en sus amigos y compañeros, en este que he esclavizado… y hasta en ti.—

Rei desvió la mirada sin saber por qué lo hacía exactamente. Era probable que hubiese experimentado un súbito escrúpulo piadoso.

—Entrégame a Asada ahora mismo y yo te daré a Joestar. Luego de eso, utiliza tu poder para volver con él a tu casa, o a donde sea. Pero dejen a Makoto en paz: olvídense de él. Ahora Makoto es solamente mío: está contaminado por mi poder y dentro de poco me posesionaré totalmente de él. Recuerden lo que les digo y ríndanse de una vez, pues es obvio que no tienen posibilidades contra un dios.—

El rubio era incapaz de moverse. Se sentía atrapado en la paradójica situación de que, por más que aborreciera a su enemigo por lo que acababa de decir, solo le quedaba esperar de él un poco de paciencia ante su propia reacción, pues los miembros no le obedecían y su voluntad luchaba por no doblegarse.

Instantes después, y como si la información recibida hasta el momento hubiese sido poca cosa, la espantosa figura agregó un parlamento cuyo contenido el tokiota tampoco se esperaba, y que le estrujó el corazón una vez más.

—Para que termines de entender lo que te digo, también debes enterarte de que fui yo quien asesinó a la madre de Joshua.—

Alarmado, Rei volteó hacia Jojo, pero al ver que el menor no daba indicio alguno de haber escuchado la horrenda confesión, se contuvo de momento. No obstante, aquello automáticamente lo condenaba a la odiosa misión de tener que ser heraldo de aciagas nuevas cuando el pelifucsia por fin volviera en sí.

—Esa noche… La noche del concierto por el que tanto se culpa; por esa cita que tanto lamenta. Por la chica de cuyo recuerdo tanto huye.—

En silencio solemne y absoluto a causa de la opresiva maraña que había en su pecho, Igarashi se adelantó un par de pasos sin despegar la mirada del pasto nevado que había en el suelo. Se arrodilló con lentitud hasta quedar en una posición que le permitiera depositar delicadamente el maltratado cuerpo de la Oveja sobre aquella nívea capa, cuidando de no mirarlo demasiado para no arrepentirse de lo que estaba haciendo.

Seguidamente, se levantó y fue hacia donde estaba el pelifucsia. Liberó al desfallecido Gallo de las cadenas y lo montó sobre su espalda. Todo, sin mirar al usurpador del cuerpo de Nishimura ni siquiera de reojo; pues la tentación de utilizar el hermoso regalo del maestro de Sendai para por lo menos herir el receptáculo elegido por aquel ente era, a duras penas, aguantable.

Una vez de espaldas y tras unos cuantos pasos, el Cordero detuvo su andar para formular una última pregunta.

—¿Cómo te llamas?—

—Uno de mis nombres es Jörmundgander.—


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