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JoJo's Bizarre Visual Adventure: Rebirth of the Ouroboros por metallikita666

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“Quiero felicidad perfecta

Al sostener al dios de la muerte en mi boca, sé lo que significa estar enamorado

Sobre la cama, bajo un cielo estrellado, escupo las palabras mágicas

Te amo

 

Con las rutilantes estrellas del cielo del norte

Dibujo un cuadrado mágico.” The Gallo / “Vitch”

 

El castaño abrió los ojos a causa de la insistencia de su timbre de alarma, pero la verdad era que continuaba exhausto y adolorido. Las molestias en su cuerpo eran cada vez más notorias cuando intentaba darse vuelta y asumía una nueva postura para poder descansar. Incluso, había ocasiones en las que algunas sillas o sofás resultaban insoportables.

Esa tarde, tenía agendada la grabación de los coros de su dueto con Nishimura, pero había algo en él que no podía experimentar la misma emoción que sintió cuando el kiotense le dio la noticia. Estaba harto de cubrirse la piel hasta más arriba del cuello y de no poder arremangarse en presencia de nadie, con lo cual se veía obligado a portar un atuendo sospechosamente recargado para ser otoño. Por lo que, con desgano, se levantó de su amplia cama tras apagar el despertador y fue hacia el espejo de pie para observarse, pues estaba seguro de que su cuerpo tenía muchos más moretones y heridas que en los días anteriores.

Aunado a aquellas molestias físicas y emocionales que sentía, no podía dejar de pensar en los retazos de recuerdos que le quedaron después de la última noche con sus pupilos, días atrás. En especial, por el hecho de todo había sido demasiado confuso.

Podía asegurar que, esa tarde, los otros vocalistas lo esperaron en su casa y hasta prepararon la cena, pero lo que sucedió después no lo recordaba en su totalidad, y lo poco que lograba evocar era demasiado descabellado como para creerlo cierto. Estaba seguro de no haber ingerido ninguna droga que le hubiera provocado efectos de ese tipo, por lo cual comenzaba a sospechar sobre su propia cordura.

Pero… ¿es que estaría cuerdo alguien que permitía que otro ser humano le infligiera un daño semejante al que veía en el espejo? Al pasarse las yemas de los dedos por brazos y costados, daba pequeños respingos a causa del dolor bajo las marcas. Dolor que no recordaba tan punzante al momento en que cada una de aquellas magulladuras había sido perpetrada.

Apesadumbrado, el vocalista de Merry volvió a sentarse al pie de su cama. Se tomó la cabeza con las manos y agachó la mirada, con lo cual sin querer terminó observándose con mucho más detalle los moretones que también tenía en las piernas. Alarmado, dejó salir un resuello ahogado de entre sus labios.

—Dios mío… ¿qué estoy haciendo? ¿Qué pasa… conmigo?—

Sólo le quedaba darle crédito a la hipótesis de la locura: un escenario tremendamente lúgubre y pesaroso. Él no había fundado una familia que dependiera de su estabilidad y salud, pero ciertamente tenía una vida, familiares de otro tipo, amigos queridos, compañeros de banda, fanáticos… Y dos chicos a los que amaba con toda el alma, y en los que había encontrado un inigualable refugio. Dos seres que, desde que llegaron, le daban muchísimo más sentido a su vida.

El reloj de pared de la habitación exhibía la hora con odiosa exactitud. El tiempo estaba medido para que acabara de alistarse y saliera con rumbo a las instalaciones de la Firewall Division.

El de Gunma, en absoluto silencio, terminó de colocarse el pantalón y estaba por elegir alguna camisa, cuando en eso sonó el teléfono de casa.

—¿Hola?— Atendió, con una mezcla de extrañeza y molestia.

Empero, de inmediato se oyó una voz jovial del otro lado, con un simpático e inconfundible acento que le sacó una sonrisa.  

—¡Senpai! ¡Hola! ¿Cómo está?—

El más joven, sin embargo, no dio demasiado tiempo para que el otro contestara aquella pregunta.

—¿Qué hace ahora mismo? ¡Tengo unas ganas locas de verlo, que no se imagina!...—

Y el castaño también. Pero lo cierto era que no podía de ninguna manera permitir que su kouhai menor lo viera con aquellas horribles marcas, porque resultaba claro que las notaría. Jojo era demasiado ávido e insaciable como para abstenerse de hacer avances, de no ser por alguna incomodidad evidente o expresa por parte de alguno de sus amantes. Además, todavía estaban muy frescos los amargos recuerdos de su última cita a solas con él, en los que se vio obligado a rechazarlo en contra de su propia voluntad y por la misma razón.

Sabía que no podría seguir dándole largas al asunto para siempre, y que alguna vez volvería a estar a solas con el chico. Pero, probablemente, continuaba albergando la inconsciente esperanza de que aquel extraño estado fuese temporal y acabara pasándosele, para poder volver a sentirse como sí mismo nuevamente.

—Hola, Jojo.— Saludó, sin mucha emoción.

Él mismo continuaba sorprendiéndose por lo frío que podía llegar a sonar, y una punzada constriñó su corazón.

—Estoy por salir camino a la Firewall, pues hoy son las grabaciones de…—

—¡No se diga más!— Interrumpió Joestar, como si el cantante de Merry recién le hubiese prometido la mejor de las citas. —¡En unos minutos estaré por allá! ¡Nos vemos!—

—Jojo, ¡pero qué demon…?—

El sonido de la línea colgada fue la única réplica que obtuvo.  

Inmediatamente después de que depositara el auricular del teléfono sobre la base, el de Gunma pudo sentir cómo empezaba a gestarse dentro de él una atropellada ansiedad que no podía controlar. Pronto, los síntomas incluyeron una taquicardia súbita que lo obligó a asirse de los muebles, ante el temor de caer víctima de alguna clase de síncope. Al mismo tiempo, comenzó a escuchar las odiosas voces una vez más, y notó que conforme las escuchaba más de cerca y claramente, menos podía gobernar sus propias acciones y sensaciones.

—A-ahh… ¡Agh! Basta, aléjate… ¡Quienquiera que seas!— Sollozó en un hilo de voz, cuando pudo percibir que el ataque de ansiedad rápidamente se transformaba en uno de pánico, al sentir que la garganta se le cerraría en cualquier momento. —Sé que eres algo… o alguien… que ha estado siguiéndome. Y si bien no tengo… ni idea de qué demonios seas en realidad… no voy a permitir que me utilices… para lastimar a nadie más...—

Doblegado, Asada se hallaba para entonces en el suelo. A pesar de que se había tomado del respaldo del sillón para poder resistir un poco más, poco a poco fue desvaneciéndose hasta quedar hincado; pero en ese instante, ni las palmas eran suficientes para apoyarse en el piso. Los moretones palpitaban y escocían como si los golpes que los produjeron fueran no solo recientes sino redoblados; y por dentro, las entrañas le ardían cual si hubiese bebido alguna sustancia venenosa. Instintivamente, se llevó los brazos alrededor del vientre.

—¡Sal, aléjate!— Gritó, con rabia. Tenía lágrimas en los ojos y jadeaba de dolor. —¡Fuera de mí, que no le he hecho mal a nadie! Y que no seré… el vehículo de tu odio, ¡o lo que sea que te domine!—

A pesar de estar abrumado por el dolor y echado en el piso, el de Gunma volteó hacia su bolso, el cual colgaba de la percha de pie que estaba en la esquina más próxima de la pieza. En esa dirección, miraba fijamente el compartimiento externo de la mochila, en el cual portaba siempre, y por seguridad, una navaja suiza.

—Porque prefiero quitarme la vida si es necesario… con tal de no herir a ninguna otra persona…—

Durante todos esos días y de forma progresiva, había sucedido una considerable cantidad de episodios lo suficientemente extraños como para que Makoto concediera la posibilidad de que tuvieran un origen sobrenatural, a pesar de que él no era alguien especialmente adepto a esas cosas. Y en todo caso, bien podría estar aleccionando a su propia locura: intentando afianzarse en su seso con desesperación mediante la amenaza de utilizar su última pizca de sensatez para acabar con absolutamente todo.

Sea cual fuere el motivo, el delgado vocalista advirtió que los horribles dolores comenzaron a disminuir instantes después, pese a haber estado a punto del ahogo. Resollaba con menor esfuerzo, y sus pulmones por fin sintieron que en efecto albergaban el deseado aire, haciendo así que su corazón empezara a calmarse y estabilizarse.

Instintivamente, el castaño comenzó a llorar: a un tiempo de agradecimiento y alivio, pero también de angustia. Dicha señal parecía confirmarle sus sospechas, y si bien se le hacía difícil de procesar porque el tema de la invasión por parte de un ente de otra naturaleza no resulta una situación como que muy convencional, por lo menos le ofrecía la posibilidad de idear nuevas maneras de relacionarse con aquella fuerza para encontrar una salida.

No iba a permitir que ese ser se posesionara por completo de su persona hasta dejarlo sin por lo menos la conciencia de sus actos, o la energía y dignidad mínimas para tomar una decisión tajante que reflejara su última voluntad.

Le daría pelea.

Minutos después, el vocalista del angustioso trino pudo ponerse en pie, por lo que lentamente fue hasta su armario para terminar de vestirse. No sabía si la llamada de Joshua había sido una broma o en el peor de los casos hasta su imaginación; o si, en el entendido de que hubiese sido verdad, le fuera a dar tiempo de encontrarlo en casa. De todas maneras, terminó de vestirse, se calzó, se aplicó una base compacta y fue hacia el escritorio para tomar unos papeles y ponerlos en su bolso. Finalmente, se dirigió hacia la sala en dirección de la puerta.

Cuando iba a meter la llave en la cerradura, el pomo dio vuelta por sí solo, ante lo cual el cantante de Merry experimentó unos rápidos latidos, pero se quedó estupefacto.

—Ah, ¡Gara-sama!—

La puerta se abrió y detrás de ella estaba el de Hokkaido.

Al verlo, el espíritu de Makoto se regocijó, pero la reacción no pudo ser transmitida por su cuerpo con transparencia, en tanto la enemiga fuerza le refrenaba.

Joestar iba vestido con un sencillo chándal negro, el cabello atado en una coleta baja, y en su mano libre traía una bolsa de papel de McDonald’s, cuyo contenido de seguro sería alguna de las hamburguesas favoritas del de Gunma.

—¡Qué bueno que todavía no se había ido!—

El mayor seguía mostrándose confundido, pero por dentro se hallaba totalmente alerta para advertir hasta el mínimo cambio en su propio ser, así como cada acción contraria a su voluntad. Entre ellas, por ejemplo, las respuestas que salían de su boca sin quererlo en realidad, y que habían estado afectando su relación con los más jóvenes desde hacía días.

—Sí… Pero ya estaba por salir, Jojo. Tengo una grabación importante.—

El menor directamente enfrentó la evasiva.

—Ajá, y me imagino que no querrá dejar a Kyo-san esperando, ¿no?—

Semejante acotación era absolutamente atípica viniendo del chico norteño, quien a pesar de su talante animado y espontáneo se comportaba siempre respetuoso con Asada. Pero el de los numerosos piercings no se replegó: continuaba con su vivaz sonrisa en el rostro, por más que el semblante del castaño tuviera un gesto de pasmo casi ofendido.

—Pues bien, senpai. Siempre hay una primera vez para todo, y nunca es tarde para que suceda.—

Joestar dejó la bolsa de comida en la mesita de centro, y de inmediato volvió hacia donde estaba el mayor. Se colocó frente a él y se mordió el labio sin dejar de sonreír, clavando sus falsos ojos claros en aquel rostro de hermosas facciones. Notando, con un dolor que supo disimular muy bien, cómo los últimos sufrimientos estaban haciendo mella en la belleza ajena.

—¡Jojo…!— Exclamó el otro, claramente abrumado por los últimos intercambios.

Pero el intruso en su interior fue refrenado por Asada, quien le impidió soltar una injuria sin más. No le permitiría insultar a su amado pupilo.

—¿Qué te pasa? Tú nunca eres tan impertinente…—

—Y usted jamás ha sido tan frío.— Contestó el pelifucsia, aun sonriente pero con un dejo amargo en la voz. —Es como si no fuera usted. No me llama, no me escribe… No quiere verme. Y más doloroso todavía…. No me corresponde.—

El más joven se adelantó hasta alcanzar los labios de Asada, y depositó en ellos un beso suave pero húmedo, al tiempo que entrecerraba los ojos. El castaño no se movió, pero tampoco fue recíproco ante los mimos, aunque sus ojos también se velaron levemente.

Joshua percibió un aura de ansia y anhelo.

—¿Ya no le gusto? ¿Ya no me desea?...—

Lentamente, el más joven subió la mano derecha para acariciarle la mejilla a su maestro, pero luego le tomó del mentón con suavidad.

—Gara-sama, mi precioso senpai… Y yo aquí muriéndome por verlo. Soñando con enredarme en su cuerpo. Oh, dios… No sabe cuánto he pensado en usted…—

De inmediato, la siniestra del chico rodeó el costado del castaño, y con la palma abierta bajó de su espalda a su trasero y lo apretó con deseo. El mayor dio un respingo al evocar certeramente cuándo y dónde había experimentado un contacto demasiado parecido a ese hacía pocos días.

—Quiero sentirlo como aquella vez luego de la grabación en la que por fin nos conocimos. En ese camerino…—

Kyo. El Tooru amoroso que le habló de lo mucho que lo había extrañado, y que se preocupó por sus marcas. El que se escandalizó ante la visión de las terribles llagas, y que fue demasiado tierno como para ser real.

Gara empujó al menor para sacárselo de encima y dio dos pasos hacia atrás.

—¡Te dije que es suficiente, Joshua! No insistas; ¡tengo que irme!—

El de Gunma clavó su atisbo en el otro con la cara desencajada, pero las lágrimas en sus ojos y su mirada de desesperación contrastaban demasiado con las palabras que habían escapado de sus labios.

—Tal vez… si me lo dijera con total y absoluto convencimiento, podría creerle.— Espetó el pelifucsia, evidentemente zaherido por la negativa, si bien estaba al tanto de que debía esperársela.

Empero, la angustia real del momento iba encaminándose al hecho de que Jojo sabía que terminaría forzando a su maestro de una manera que en ninguna otra circunstancia habría llevado a cabo.

—Si no percibiera las respuestas de su cuerpo, su corazón latiendo con fuerza cuando estoy a su lado… Y esos ojos que me gritan que me aman, de la misma manera desesperada y absoluta en que yo lo amo a usted.—

Los orbes del menor también se habían cristalizado: lo peor estaba por sobrevenir.

—Perdóneme, por favor… Por lo que estoy a punto de hacer.—

Sin agregar una palabra más, Joestar se allegó al mayor y –tras quitarle la bufanda de unos cuantos tirones– atrapó las muñecas ajenas. Lo abrazó por detrás de la espalda para inmovilizarle las extremidades superiores, luego de lo cual empujó al cantante de Merry hacia el sillón, obligándolo a caer sentado sobre el mueble. Le apresó ambas manos con una sola de las suyas, cosa que pudiera liberar la restante para tomar al otro hombre por la bonita melena color almendra, con el objetivo de retirársela de sobre la nuca. Una vez ahí, Jojo mordió la zona con la debida presión y después la lamió ardorosamente.

Asada, quien era extremadamente sensible en ese punto, fue incapaz de reprimir un sonoro gemido, el cual fue recibido por el más joven como un consuelo momentáneo. Casi todos sus movimientos previos le habían arrancado quejidos al mayor, los cuales Joestar tuvo que ignorar para continuar con lo que hacía, aunque supo de inmediato que tendrían que deberse a las lastimaduras que para ese momento serían casi insoportables. Con solo la porción del cuello ajeno que había descubierto tras quitarle la bufanda y retirarle el cabello, pudo avistar parte de un moretón y un brutal arañazo.

—¡A-ahh, n-no… ¡Jojo! ¿Qué carajos… ¡haces!?—

El mayor se tensaba entre los brazos del otro, al tiempo que el intruso dentro de él se percataba de que la estratagema consistía en avivar el espíritu de Asada no solamente mediante sus sentimientos compartidos, sino también a través del contacto con las zonas anatómicas más fuertemente vinculadas a su unión.

—Suél…tame, ¡agh!... ¡Suéltame, maldito!—

Era horrible tener que escucharle a través de la voz de su adorado mentor, pero Joestar no se detendría.

—Sal de ahí, Serpiente…— Susurró en el oído ajeno, al tiempo que pasaba en torno de él su lengua perforada, rozándola de la manera más lasciva posible.

Posteriormente, subió la mano y se asió de una de las solapas de la camisa que llevaba el cantante de Merry, para luego tirar de ella hasta que los broches cedieron y le descubrió parte del pecho.

—Da la cara y dime por qué me persigues… nhh… desde hace tanto tiempo. Y te empeñas en hacerme sufrir…—

—¡Déjame en paz, imbécil! ¿¡O es que pretendes violar a tu maestro!?—

La modulación que salía de la garganta del de Gunma comenzaba a tornarse distinta: con ese eco monstruoso de mezcla de tonos sobre el cual Rei le había contado a su amigo, y que describió como la voz del dios. Y si bien tal cosa era realmente aterradora, el sobrecogimiento experimentado por el más joven se atenuaba por causa de la rabia que esas provocadoras e irreverentes palabras generaban en él a un mismo tiempo.

—¡Aaagh, ugh! ¡Ya… basta, sucio mortal! ¡Detente de una vez!—

Jojo redobló el agarre mientras miraba el lastimado pecho ajeno.

—No sería muy distinto de lo que has hecho tú, bestia desalmada… O de lo que hizo él, ¡ese miserable de Nishimura! Porque ya no sé, agh… si son la misma porquería, o si él también es otra de tus víctimas…—

La presión que el alma de Gara generaba dentro de sí estaba a punto de sacar al dios de su cuerpo. Jojo advirtió cómo el aura cálida de Asada le empujaba fuera, al tiempo que la fría energía del ente se materializaba en un patrón zigzagueante.

El menor sentía al de Gunma cada vez más cerca, y en cierto momento creyó poder escucharle.

 

—¡Jojo! ¡Jo-chan! ¡Anda, bésale! ¡No pierdas la oportunidad!—

 

No tenía tiempo como para detenerse a pensar en si aquella voz era enemiga o aliada, pero lo cierto fue que lo que sugería resultaba casi tan tentador como peligroso. El cuerpo de Gara convulsionaba entre sus brazos, si bien los alaridos y gruñidos pertenecían al oscuro ser que lo ocupaba.

Desde el principio, Joestar deseó firmemente librar de todo mal a su maestro, y fue por ello que emprendió por segunda ocasión el viaje a Sendai, esa vez junto a su gran amigo. Es decir, que no solo había tenido la osadía de evitar su propio suicidio en el pasado, sino también el coraje de esquivar la posibilidad latente de un homicidio culposo.

Quedaba claro para él. En esa ocasión, estaba prohibido fallar.

Tras llevar la mano a la mandíbula de Asada para sujetarle, Jojo colocó sus labios sobre los del otro hombre y absorbió por completo a la Serpiente.

 

I

“En Roma, conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y multiplicar el número de sus muertes.” Borges, El Inmortal: I

 

Al momento de recuperar la conciencia, se dio cuenta de que, contrario a lo esperado, el cuerpo de Asada no se encontraba inerte a su lado. Ni siquiera se hallaba en la casa del mayor, a la que se había apresurado a llegar minutos antes para encontrarse por fin con el ente enemigo que martirizó sus días desde el principio.

Lo segundo que notó fue que no era humano. Quiso levantar los brazos, y en su lugar batió las alas. Quiso dar voces, y de su garganta salió un canto.

Era un espléndido gallo negro de robusta contextura, lo cual pudo advertir apenas el escenario tomó forma y le ubicó en un campo provisto de un arroyo cristalino como un espejo. La mutación, no obstante, fue recibida por el chico con amargura, al considerar que en aquel cuerpo le sería imposible articular palabra.

Pero no fue así.

—Joestar.— Lo llamó una voz conocida, aunque no por ello menos aborrecible, a la cual siguió un escalofriante siseo. —Dime qué vas a hacer ahora que he poseído tu cuerpo, efímero mortal…—

Una impresionante cobra real se erguía frente a él, y la mirada del animal le paralizó como suele sucederles a los humanos, si bien en ese momento él no era estrictamente uno. A pesar de su hermosura y elegancia, una pacífica ave doméstica no sería rival para el ofidio que basa su dieta en devorar a otras serpientes, y eso le quedaba lo suficientemente claro.

Empero, y a pesar de la desventajosa situación, las palabras de Rei acerca de la confesión del dios volvieron a su mente, recordándole cuál era el objetivo de haber arriesgado tanto al presentarse solo a la batalla.

—Lo mismo que haría con cualquier forma que tuviera. Preguntarte, de una vez por todas y de frente, por qué me buscas y me persigues. Y por qué me has hecho sufrir… desde hace tanto tiempo.—

El de Hokkaido se sorprendió al oírse articulando lenguaje humano, aunque cabía la posibilidad de que no lo fuera y se debiera todo a su imaginación. En cualquier caso, percibió que el ente enemigo le escuchaba, a pesar de su postura de autosuficiencia.

—Al principio, creí que nuestra lucha solamente estaba relacionada con el daño que Nishimura le estaba haciendo a Gara-sama, pero ahora me he dado cuenta de que tu desprecio hacia mí tiene muchos años. Y no logro comprender la razón.—

El reptil delante de él pareció reír, al tiempo que serpenteaba un poco hacia los lados, todavía en su imponente postura.

—He estado contigo desde mucho tiempo atrás, Jojo. Desde antes de que pudieras percatarte. Contigo, con Rei, con Makoto y hasta con Tooru… E incluso con todos los que les precedieron a ustedes. Con todos los asquerosos humanos que han pisado la tierra.—

El Gallo experimentó un enojo tremendo ante tan jactanciosas declaraciones; especialmente, después de haberse permitido detectar cierta empatía ajena durante el inicio del parlamento. Empero, comprendió que, aunque enfadosas, debía grabarse aquellas palabras a fuego en la memoria.

—Soy una realidad que nada ni nadie puede esquivar; ni siquiera yo mismo. Estuve aquí desde el principio y nunca dejaré de estar. Aun así, tú piensas que puedes alzar contra mí tu miserable voz, y hasta osas cuestionarme. Me juzgas y me odias con todas las fuerzas de tu alma por lo que le dije a Igarashi que he hecho en tu insignificante vida. Pero… ¿es que acaso sabes algo tú de mí? ¿Por ventura conoces mi nombre y quién soy en realidad; de dónde vengo y hacia dónde voy? Mira bien y con detenimiento, engreído Ayam Cemani[1], y fíjate si no eres capaz de convertirte en algo todavía más insignificante que un miserable gallo de corral…—

El pavor se apoderó del vocalista cuando advirtió que la serpiente le rodeaba, pues sabía que las espuelas de sus patas y aun su fuerte pico serían totalmente fútiles frente al musculoso cuerpo y los mortíferos colmillos rebosantes de veneno de su enemiga. Su garganta se cerró a las palabras y de nuevo fue capaz únicamente de cacarear, emitiendo sonidos desesperados al ver los anillos de la Serpiente cerrarse en torno de él.

—¡Muere de una vez, maldito impío! ¡Y comprende que no eres rival para los dioses!

La presión era demasiado auténtica como para intentar ignorar el surrealista episodio, pero si de algo estaba seguro Joshua era de que su final no podría ser ese. No ahí; no de esa manera. No sin que la oscura deidad que le atacaba hubiese respondido sus preguntas. Le había permitido al maligno ente tomar su cuerpo para sacarlo del de su maestro, así que, en teoría, se hallaban en su territorio. Además, sus propias habilidades estaban íntima e irónicamente conectadas con esa porción de la psique por culpa de la cual su vida misma se había visto en un extremo peligro.

Sintiendo aquella fuerza y determinación sobrehumana que había logrado desarrollar desde que visitara a su sensei la primera vez, se abrió paso a través de su pico mudo de ave y gritó con todas sus fuerzas.

—¡No lo lograrás, porque yo no me resignaré! ¡Saldré de aquí a como dé lugar!—

 

—¡Banzai! ¡Banzai! ¡Banzai! ¡Banzai!—

—¡Guru-guru-guru-guru-guru-guru!—

 

II

“Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal.” Borges, El Inmortal (IV)

 

Cuando por segunda vez recuperó la capacidad de aprehender a través de lo que él interpretaba como sus sentidos y percepción cognitiva, develó los párpados y vio que era humano de nuevo. No obstante, era muy pequeño.

Era un niño, estaba desnudo y no se encontraba solo.

—Jojo, mírate. Ahora eres un sucio cachorro de humano.—

La Serpiente, la cual ya no tenía aspecto de cobra sino de inmensa anaconda, le rodeaba pero no le constreñía. Para ese momento, no se encontraban en un pastizal sino en una jungla, y el dios hacía ondular las oscuras manchas de su cuero por entre los gruesos y musgosos árboles.

El de Hokkaido intentó comprender el significado de su nueva forma, pero al no lograrlo se angustió. Sintió que su antagonista aumentaba en fuerza y robustez a través de las diferentes encarnaciones, mientras que daba la impresión de que él estaba condenado a aparecer cada vez más frágil e ínfimo.

—Ya detente, deja tu truco…— Masculló, visiblemente afligido.

Descorazonado. Estaba sentado en el suelo y se abrazaba las rodillas, como si quisiera protegerse.

—Insistes en hacerme ver como un ser cada vez más pequeño e impotente: quieres humillarme. No contento con el dolor en que me has sumido desde que tengo memoria, pretendes tomar mi vida en medio de la amargura.—

El descomunal ofidio, que parecía todavía más enorme en comparación con el crío, empezó a cerrar su vuelta alrededor de él. El siseo del animal podía sentirse cada vez más amenazante.

—La imagen que tú tomas no es a causa de mi deseo, criatura. ¿Qué acaso no era ese tu poder?—

La réplica cayó en los oídos del pequeño como un balde de agua fría, a lo que éste sólo atinó a cubrírselos. Quiso cerrar los ojos también, pero el movimiento incesante del enorme animal atrapó su mirada cual péndulo. Las marcas del cuero ajeno se sucedían hasta convertirse en rayas, y pronto Joshua notó que el círculo daba la impresión de no acabarse jamás.

No podía creer lo bien que el despiadado dios lograba su cometido, haciéndolo sentir absolutamente inofensivo y débil, no solamente por fuera, sino también por dentro. Inocuo, enclenque; incapaz.

De pronto, se percató de que el frío cuero del enorme animal le abrazaba la piel para entonces, y tuvo miedo.

—Dime por qué. Al menos responde a mi pregunta antes de matarme.—

De nuevo, aquella presión aterradora. Se había librado una vez del mortífero abrazo del animal, ¿pero lo lograría una segunda? Así de derrotado, no podría pelear. No con ese cuerpo; no sin la compañera que tanto se empecinaba en rebelarse contra él.

—¿Por qué me persigues? ¿Por qué… me acosas?... ¡Qué no eres un dios omnipotente y omnipresente? ¿¡Qué podrías querer de un simple humano como yo!?—

—¿Y todavía te parece poco, miserable?— Exclamó la enemiga. Sin embargo, un instante después, sus palabras parecieron cambiar de destinatario. —¿¡Qué demonios!? ¿¡Cómo puede ser que haya llegado hasta aquí!?—

La voz fantasmagórica de la Serpiente elevó su tono, dejando ver el enojo imprevisto que le había poseído. Joestar no lo podía creer: el ofidio parecía intentar esquivar algo, una especie de amenaza invisible, pues al cabo de unos segundos de forcejeo se materializó una luz entre los cuerpos de ambos, la cual hizo que el abrazo del reptil fuera más distante.

Entonces, una sensación suave y cálida envolvió la piel del niño, quien pudo ver que el objeto que le separaba de su atacante era un vellón de color dorado.

—Ni siquiera era un mortal iniciado hasta hace poco… ¡y ahora es capaz de darte su protección! Ese hombre, que en el lenguaje de los dioses se llama Sacrificio... ¡Y que como tal, es a mí a quien pertenece!—

Jojo estaba estupefacto, pues las palabras del dios eran la confirmación final acerca de lo conjeturado semanas atrás, durante las últimas conversaciones que habían tenido él y Rei con el maestro Araki.

El pelifucsia comprendió que la intuición de tales términos estuvo siempre dentro de su ser, sin que su humanidad fuese impedimento. Después de todo, no habían sido solo sueños tontos o menciones sueltas sin sentido alguno. El lenguaje arcano le pertenecía también, y así como su antagonista lo había perseguido desde las sombras, antes incluso de que pudiera caer en cuenta de ello, era como si su espíritu ya se hubiera percatado del acecho. El encuentro con aquellas personas tan significativas tampoco había sido coincidencia, ni nada de todo lo inusual que contenía su vida.

Entonces, su ánimo empezó a reponerse y sintió la fuerza que le transmitía su castaño maestro, tras de lo cual encaró al ofidio.

La enorme anaconda abrió las fauces de par en par, pretendiendo adelantar con su engullida lo que su espectacular musculatura era incapaz de concretar gracias al poder protector del vellón. Empero, el monstruo fue cegado por un objeto que se interpuso rápidamente: atada a su cara por delgadas pero irrompibles cuerdas, la hannya de Rei –entonces regia, blanca– lo cegaba.

—¡Agh! ¡Maldito, y mil veces maldito!—

El furibundo dios daba espantosos alaridos, con lo cual el coro demoníaco que componía su voz prácticamente chillaba. Semejante espectáculo era tan horroroso de ver como de oír, y Joshua sintió que se le paralizaban todos y cada uno de los músculos del cuerpo.

—Despreciable y ridículo mortal que no debería tener derecho a nada… ¡tú, y también el otro! ¿¡Cómo se atreven!? ¡Su sangre, su alma, su martirio y su dolor son mi ofrenda! ¡Son para mí, son míos!—

En ese instante, la poderosa katana del rubio cortó el aire y también la cabeza de la Serpiente, así como el resto de su cuerpo hacia abajo, de manera transversal. Los trozos se desperdigaron por el aire; no obstante, apenas tocaron el suelo volvieron a recomponerse en un nuevo ofidio que, con la cola dentro del hocico, comenzó a girar nuevamente.

—Ahora lo comprendo todo.— Musitó Joestar, levantándose de donde estaba convertido en adulto, y con la poderosa piel dorada arropándolo. —Tú eres Uróboros: la serpiente que no tiene final.—

 

III

“Pensé en un mundo sin memoria, sin tiempo, consideré la posibilidad de un lenguaje que ignorara los sustantivos, un lenguaje de verbos impersonales o de indeclinables epítetos. Así fueron muriendo los días y con los días los años, pero algo parecido a la felicidad ocurrió una mañana. Llovió, con lentitud poderosa.” Borges, El Inmortal (III)

 

—Despierta, Serpiente. Abre los ojos y mira a tu alrededor. Hemos salido del ensueño de mi mente, en donde pretendiste acorralarme. Lo que ves aquí y ahora es, por el contrario, absolutamente real.—

El dios, personificado nuevamente en el cuerpo de Nishimura, escuchó la lejana voz y develó sus orbes. De reojo advirtió que el aposento que les albergaba era apenas visible gracias a algo parecido a una lámpara, proveniente de una de las esquinas de la estancia. Empero, de lo primero que el inmortal cayó en cuenta fue de que estaba recostado sobre una amplia cama, en algún lugar demasiado parecido a otros muchos como para poder identificarlo. Demasiado común, sin nada particular que señalar. Un cuarto con un amplio lecho, mesas de noche, una cómoda, una ventana y una puerta.

Demasiado ordinario para cualquiera que no hubiese vivido en él una de las experiencias más fuertes de su vida, claro está.

El Kyo de ese momento iba vestido con una falda larga, negra y tableada como única prenda. El resto de su aspecto correspondía al que el artista portara en el Arche Tour: elaborado maquillaje que imitaba dos ojos extra por encima de sus párpados superiores, y un velo fijado a su cabeza en una especie de mantilla.

—¿Dónde estamos, humano?—

Al subir la mirada, Uróboros notó que lo que hasta ese momento había creído lámpara no era otra cosa que Succubus, materializada en bola de luz: cautiva en la jaula que pendía de la mano de su usuario. Joshua llevaba el vellón dorado sobre los hombros y la hannya de su amigo hacia un lado de su cabeza.

—¿De verdad no lo recuerdas?— Contestó el vocalista, bajando la jaula para que el resplandor no le impidiera al otro ver su semblante con detalle.

En ese instante, enarcaba una ceja con bizarría; en un gesto que por supuesto que molestó a la deidad.

—Aunque no sé ni para qué pregunto, si no me sorprende. Es algo que yo recordaré toda la vida; pero que tú, que tanto te solazaste en mi desesperación desde ese día, has olvidado por completo. ¡Ea, Rei! ¡Échame una mano, porque este dios parece tener esos cuatro ojos de adorno, y una memoria muy corta!—

De inmediato, el cuarto se iluminó como si el fulgor de diez rayos hubiese irrumpido en él; acompañado de un trueno muy a tono. El inmortal notó que la cama estaba revuelta, como si hubiese sido usada hacía poco; mientras que el ambiente se tornó lujuriosamente pesado, delicioso, con ese aroma inequívoco a sudor y sexo. Una fragancia dulzona fue la cereza del pastel: se trataba de velas aromáticas comestibles.

—¡Agh, insolente! ¡No sé qué sucedió aquí, ni deseo recordarlo!— Exclamó Nishimura, quien se contrarió de inmediato apenas cayó en cuenta de que la esencia del acto ahí consumado no obedeció a razones viles ni métodos cruentos, sino todo lo contrario.

Evidentemente, había comprendido a lo que se refería el vocalista.

—Es suficiente, ¡no pretendas impresionarme! ¡Que esta batalla estuvo decidida desde su comienzo!—

Uróboros buscó auxilio en su velo, al notar que el incómodo fulgor circundante lo desesperaba a una velocidad creciente. Pero en ese instante, Jojo volvió a enarbolar la jaula, y fue su stand quien tomó la palabra.

—No estés tan seguro: tú, que eres un dios tan vanidoso… ¡y tan cobarde! ¡Anda, mírame!— Se burló Vivi, notando que el enemigo intentaba desviar la mirada aunque sin éxito, pues le era imposible separarla de ella.

Ante esto, el stand aumentó su brillo, hiriéndole las pupilas.

—Qué irónico, ¿no? Que ahora estés tú a merced de un pobre ermitaño que se esfuerza por hallar un hombre justo, con un candil a plena luz del día…[2]

—Escúchame, Uróboros.— Se adelantó el pelifucsia, viendo al inmortal inmovilizado y rabioso ante el atrevimiento de que usara sus poderes contra él.

El vocalista continuó firme, y su tono fue subiendo hasta llegar a la exclamación.

—Este es el cuarto de hotel en que estuve esa noche con aquella chica, aquella maravillosa muchacha… que tú me obligaste a odiar desde entonces. ¡Quiero que tú y el Universo entero sepan que no le guardo rencor y que no me duele su recuerdo, pues he comprendido que ella no tuvo la culpa de nada, y que fui yo quien se equivocó con sus sentimientos! Yo... que me atreví a juzgarla tras haberla abandonado.—

Llegado a ese punto, Joestar abrió la pequeña puerta de la jaula, en un osado movimiento que dejó estupefacto al dios.

—Succubus está aquí para sanarme, porque se generó a partir de mí para liberarme por fin… Minako, Vivi, Akane, o como quiera que la llame: ella es todas y cada una, y todas están representadas en ella.—

Dicho aquello, el stand detuvo por fin su fulgor y se convirtió en muñeca, tras de lo cual salió por la puertecilla de la jaula. Apenas estuvo libre del encierro, alargó su figura hasta tomar la forma de la hermosa chica de cabello negro con vetas moradas a la que Joshua acababa de referirse.

En lo que ella acabó de mutar su forma, Jojo dejó la jaula en el suelo y puso sobre los hombros de la joven el dorado vellón. Después, tomó la hannya y se la colocó sobre el rostro, para posteriormente fundirse con el aire y desaparecer delante del dios.

—No me impresionas, mortal.— Replicó la Serpiente, clavando sus ojos en la figura de la bella chica, quien iba desnuda y se acercaba a la cama. Había comenzado a desearla con ardoroso fuego. —Puedes tomar la forma que quieras, inventar cualquier cosa. Pero la diferencia fundamental siempre se mantendrá. Tú mueres; eres efímero, reemplazable. Mientras que yo…—

—Tú no puedes morir, y ese es tu principal dolor. Tu mayor sufrimiento en lo que sea que lleves de existencia.—

Uróboros se quedó pasmado ante la respuesta: no solo por las palabras dichas, sino porque la voz de la joven no era otra que la de Jojo mismo. Sus atributos de ser andrógino fascinaron al dios todavía más, quien entonces deseó tomarle también como Sacrificio. En parte, debido a la secreta desesperación de verse acorralado.

Así pues, aprovechando el embeleso ajeno y la restricción que producía la máscara, la chica se subió a la cama y se montó a horcajadas sobre Nishimura. Este le tomó por las caderas y hundió en ellas sus uñas: arrastrando los dedos unos cuantos centímetros a través de los estupendos muslos que se le ofrecían. Observaba con lascivia la manera en que el color de los surcos contrastaba con el tono de la suave dermis ajena; todo lo cual, aunado a la cercanía de la húmeda entrepierna femenina, estaba nublando su entendimiento.

—Puedo darte la inmortalidad. Tú y yo juntos, hasta el final de los tiempos…—

La chica tiró de la piel de carnero que cubría su dorso, dejándola caer sobre el pecho del vocalista de Sukekiyo. El suave vellón levantó humo apenas tocó aquella tatuada piel, y el dios dio un alarido de dolor. Sin embargo, cuando el inmortal quiso defenderse, Joestar hizo aparecer la katana entre sus manos y la llevó en posición horizontal hasta el cuello de Nishimura.

—Es natural que a quien consideras tu despreciable enemigo le desees el peor de los suplicios… ¿no es así?— Respondió, empujando el filo de la espada contra la garganta ajena. —Gracias, pero no. Es ahora cuando morirás tu primera muerte, Uróboros; esa que tanto has deseado. La cual no puede ser sino a manos de una mujer… Género al que tanto resentimiento le guardas por no haberte parido jamás.—

Y cambiando la hoja por su mano izquierda, apretó con todas sus fuerzas la tráquea del dios, mientras que con la otra le hundía la katana en el pecho, por encima y a través del dorado vellón.

El melífero icor fue derramado, volviéndose poco a poco de un tono escarlata que tiñó las sagradas hebras.

 

“La maldición

Se intercambia con un beso

Monto a horcajadas al dios de la muerte y balanceo mis caderas

Y sobre la cama, bajo un cielo estrellado, escupo las palabras mágicas

 

Las palabras mágicas

Te amo.”The Gallo / “Vitch”

 


[1] Raza indonesia de gallinas cuya particularidad es ser totalmente de color negro, incluso en su interior. Esta característica obedece a un gen dominante que causa hiperpigmentación (fibromelanosis).

[2] Hay una anécdota sobre Diógenes de Sinope, el filósofo cínico, que dice que éste caminaba de día con una lámpara en medio de la ciudad anunciando tal cometido. También, es la pose clásica del anciano de la Carta del Ermitaño, que en el mundo de JJBA remite directamente al segundo de los Joestar. En todo caso, se trata aquí de la oposición de un dios contra un supuesto simple mortal…


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