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JoJo's Bizarre Visual Adventure: Rebirth of the Ouroboros por metallikita666

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La dorada aurora asomaba por entre las nubes que se divisaban a través de las delgadas cortinas de tergal, prodigándoles su suave luz a las criaturas y a la tierra toda. Haces de rayos que, colándose por entre la tela, iluminaron la desnuda piel de la Oveja que yacía en brazos de su Cordero.

Rei ladeó un poco más la cabeza sobre la almohada, guardando silencio mientras advertía con detalle cómo las crueles marcas en el cuerpo de su maestro habían empezado a sanar. Su corazón sintió alivio, si bien sabía que la misión aún no estaba terminada y que, por ende, ninguno de ellos se hallaba totalmente fuera de peligro.

Aquellas eran marcas físicas, lo cual no las hacía menos espirituales. Tras levantar su mano derecha, el rubio llevó los dedos al suave cabello de Asada y lo acarició. Al tenerle boca abajo sobre él y poder ver el bonito y marcado dorso ajeno, el cuadro de inmediato lo remitió a la portada del Burst, ante lo cual sonrió con un dejo de amargura.

Igarashi evocó de nuevo no solamente la época en la que le fue imposible creer que alguna vez llegaría a estar con ese hombre, tal y como había insinuado su querida amiga y amante; sino también, aquellos días durante los cuales se obligó a negar del todo su deseo, a enterrarlo. Miró al mayor con detenimiento una vez más; con esa sensación constante de que jamás tendría suficiente de aquella sacra contemplación. De inmediato, y como si no tuviera a Asada entre sus brazos, surgió la ardorosa necesidad de verlo pronto: la misma que lo embargaba a cada momento que tenían que separarse.

Los ojos se le llenaron de lágrimas al considerar con toda la sinceridad de su alma, su corazón y su ser que para él había pocas cosas tan importantes en el mundo como tener a su senpai a su lado, al tiempo que una vez más intentaba comprender por qué le costaba tanto aceptarlo. Jojo también era hombre, pero las dudas que tanto lo sobrecogían a causa de Gara no aparecían a la hora de relacionarse con el de Hokkaido. Contrario a ello, había mucho de la forma de ser de Joestar que le alivianaba el escrúpulo de estar incurriendo en algo indebido, y tácitamente se lo agradecía. No obstante, cuando reflexionaba que echar en falta esos rasgos en el caso del castaño era como recriminarle algo, se sentía absolutamente odioso y malagradecido. Peor aún, cuando se daba cuenta de que con sus actitudes pasadas estaba despreciando la esencia de lo que al fin y al cabo su maestro era por completo.

Mientras besaba la sien de su adormilado acompañante, creyó poder escuchar a Joshua como aquel día en que, sutilmente, quiso saber si el más joven conocía a ciencia cierta la preferencia de su ídolo en común. Acto seguido, recordó su propia consternación ante la respectiva respuesta: siempre tan directa, como todo lo que salía de labios del pelifucsia. Que Jojo supiera, Asada –a diferencia de ellos dos– no guardaba historia con muchacha alguna.

 

—Rei… ¿es que eres tonto? ¡Lo único que te tiene que importar es gustarle tú; que quiera estar con nosotros! ¡Siéntete afortunado y deja de estarte preocupando por estupideces, hombre!—

 

Una sonrisilla boba se dibujó en su bonita y pequeña boca trapezoidal. Era la primera vez en que el recuerdo lo hacía reír.

—¿Rei?—

Ante el llamado, el rubio bajó la mirada de nueva cuenta, pues la había perdido hacia el frente durante la ensoñación. Cuando cruzó sus pupilas con las ajenas, su maestro ya se había incorporado levemente.

—Ah, cariño… ¡Qué hermoso es despertar junto a alguno de ustedes!…—

Concentrado en los preciosos labios ajenos que hacían tanto las delicias suyas como del cantante de The Gallo, Asada se apoyó en uno de sus codos y recorrió con la mano contraria el marcado pecho de Igarashi hasta llegar al mentón, el cual tomó con firmeza entre sus yemas. Se acercó para besarle la comisura, o eso dio la impresión que haría, pero en su lugar le lamió los labios con deseo.

Rei se estremeció de inmediato. La noche anterior, el mayor le había requerido de una manera más tierna y lenta, buscando ante todo sus caricias y palabras dulces, cosa que él mismo deseaba darle con desesperación desde que supo acerca de los maltratos sufridos por el castaño; pero con especial vehemencia, luego de la última batalla contra Uróboros. Así, después de que junto con Joshua tomaran la sangre divina y la rebajaran, Igarashi se ocupó de acercarse al mayor y sondear su estado, mientras Joestar descansaba para recuperarse de sus propias heridas. Asada estaba débil y lastimado, pero –por fin y después de tanto– parecía ser él nuevamente.

El rubio tomó la mano del de Gunma y depositó un beso en sus nudillos, mirando al otro hombre a los ojos.

—Todavía no puedo creer… que ya estés de vuelta con nosotros.— Le dijo, siguiendo su costumbre compartida con Jojo de tutear al cantante de Merry solamente en la alcoba. —Tuve, tuvimos… tanto miedo.—

Gara sonrió enternecido. La manera en que ambos kouhais no dudaban jamás en reiterarle una y otra vez cuán fuertes eran sus sentimientos por él lo llenaba de fortaleza y audacia; toda la que necesitara para seguir sorteando el obstáculo que fuera. Por fin, había encontrado para sí una fuente de energía y sentido que no dejaría ir por nada del mundo: nada ajeno a la voluntad de sus amantes, por supuesto. Porque, así como ellos se hacían presentes para él, estaría él para ellos; para auxiliarlos y guiarlos en su propio camino, como debería hacer cualquier buen mentor.

—He vuelto, por fin… Y no deseo irme. Ustedes me mantienen vivo, y no pienso desperdiciar ese don.— Respondió el delgado hombre. —He comprendido por fin y de la manera más dura que solo hay un camino correcto en esto.—

En sus ojos había deseo, así como un amor infinito.

—Estoy tan orgulloso… de ti y de Jojo. Y tan desesperadamente enamorado de los dos…—

Dicho aquello, el mayor de ambos besó al rubio al tiempo que se incorporaba todavía más, imponiendo el peso de su cuerpo sobre el otro para hacerlo yacer de espaldas. Acto seguido, y mientras todavía devoraba la boca ajena con inconmensurable ansia, apartó las almohadas para que ambos pudieran quedar de manera más horizontal. Aprovechando que ninguno de los dos vestía prenda alguna, deslizó su mano por debajo de la frazada y la sábana, y alcanzó finalmente la entrepierna de su pupilo.

Asada soltó un pequeño suspiro complacido al notar que el órgano del otro estaba más erguido de lo que había supuesto.

—Lo siento, amor mío. Anoche seguía un poco… cansado y adolorido.— Comentó el cantante de Merry, sin dejar de acariciar el sexo de su amante.

Para entonces, y debido a la dureza y humedad, le fue posible descorrer el prepucio ajeno con la yema del índice y mover el dedo suavemente, con lo que le arrancó un gemido al más chico.

—Por lo que, si quedaste insatisfecho, estoy dispuesto a remediar la falta inmediatamente…—

Igarashi comprendió las ansias del castaño, y supo que era el momento que había estado esperando para demostrarse por fin que él también podía despojarse de sus recelos infundados y ser un poco más como Jojo. Su gran amigo, quien le había mostrado el camino no solamente hacia su ídolo en común sino también hacia su propia liberación: a que, por fin, rompiera la atadura que le hacía envidiarlo secretamente por su forma descontracturada de ser y su natural aceptación de sí mismo.

Rei sabía bien que Gara, al igual que le pasaba con Jojo, lo amaba a él de la manera en que era y se percibía, y eso debía bastar para derribar todas las inseguridades. Porque, a fin de cuentas, él también amaba a su maestro y lo deseaba enormemente desde que tenía memoria. Amaba y ansiaba su arte, su talento, su presencia… pero también su cuerpo; y, desde que pudo conocerlo, su alma y su corazón. Amaba todo de él y era amado de vuelta, lo cual era suficiente para dejar el dolor en el pasado y entregarse de lleno a quien habría dado todo de sí para cuidarle, incluida su propia vida.

El rubio tomó la mano del mayor, se la llevó a los labios y dejó caer en los dedos ajenos una cuantiosa cantidad de saliva. Luego, la deslizó hasta en medio de sus piernas, haciendo que el senpai internara las húmedas yemas más allá de su perineo. Al hacerlo, no dejaba de mirar al otro con un gesto de enorme necesidad; especialmente, porque para entonces podía sentir el miembro de Gara rozándose contra su muslo.

—No existe manera de que pueda quedar satisfecho de ti… Por más que todos nuestros encuentros sean exquisitos siempre.—

Rei se recargó sobre un codo para encarar al otro más de cerca. Hablaba y suspiraba sobre los labios ajenos, conforme las caricias se hacían más profundas. La mano del mayor había llegado a su entrada, y el dedo medio jugueteaba con ella.

—No podría tenerte a mi lado y dejar de necesitar tu piel contra la mía un solo segundo, ahh… Pero ahora, lo que deseo con todas mis fuerzas… es que me reclames como tuyo.—

El mayor sintió su corazón latir a mil ante el explícito pedido, y tanto su mente como todos y cada uno de sus miembros, su anatomía completa, vibró con la pasión avasalladora de tomar al menor por fin de esa manera. Gara estaba al tanto de todo sin que el rubio tuviese que explicárselo, por lo que comprendía perfectamente la profundidad y el significado de aquella petición. Lo había notado desde el primer encuentro y así sucesivamente, gracias al lenguaje corporal de su kouhai y a cada uno de los pequeños detalles que no podrían pasar desapercibidos para un hombre con su experiencia.

El vocalista oriundo de Gunma sacó un momento su mano de entre las piernas del otro y tiró del cubrecama para desnudarlo por completo, quedando él desnudo también a consecuencia de la acción.

—Pues entonces se hará como tú deseas, que no hay nada que me pueda hacer más feliz que ver a mis chicos contentos.— Dijo la Oveja, y se colocó de inmediato entre las piernas del tokiota, separándoselas gentilmente.

Acto seguido, besó los muslos ajenos y le recorrió ambas extremidades con los dedos, poniendo especial énfasis en las zonas donde sabía que Igarashi tenía cosquillas que rápidamente se traducían en efectiva excitación: la cara trasera. El menor no tardó en gemir y asirse de las sábanas.

—Uhm, Rei-chan… Ahhh… Por dios; es que no tienes idea de lo mucho que me encantas…—

Asada se inclinó para alcanzar el erguido miembro de su amante, el cual tomó firmemente con la mano para retraerle la protectora piel, tras de lo cual colocó los labios sobre aquel delicado glande. Sus ojos se develaron y su mirada se clavó en la del otro vocalista, quien –como siempre pasaba– era incapaz de perderse un solo segundo de aquel voluptuoso espectáculo. Ver al adorado maestro en semejantes faenas lograba ponerlo al borde del clímax, y el esfuerzo de reprimir el instinto hasta que ya no le fuera posible se convertía en el principal deleite para el más joven.

Rei tuvo que agarrarse con todavía más fuerza de una almohada cercana, pues el castaño comenzó a succionarle con fuerza al tiempo que internaba el índice en su ano. Asimismo, de cuando en cuando descendía un poco más para acariciar el sensible esfínter con la punta de la lengua.

—A-ahhh, senpai… ¡Ahh, ugh! Ga-ra… sama…—

—Para ti soy “Makoto”, pedazo de tonto…— Bromeó el seductor vocalista, subiendo un poco para besar de nueva cuenta los apetitosos labios de su Cordero, al tiempo que introdujo de lleno el dedo medio en la cavidad ajena.

Su órgano, duro y húmedo, se rozaba contra el costado de la pelvis del menor.

—Anda, dilo… Ruégame, suplícame que te tome…—

De los hinchados labios ajenos, el castaño pasó a la oreja de su pupilo, la cual mordió un poco antes de susurrar aquellas ardientes palabras. Adicionalmente, coló un dedo más en el recto del pelicorto.

—Di: “Hazlo, Makoto, penétrame… ¡Tómame, que ya no lo aguanto más! Cambia esos dedos por tu verga ahora mismo…”—

Los jadeos desesperados del cantante de Marco se convirtieron casi en sollozos, conforme sentía que se quemaba por dentro a causa de violentas y abrumadoras ansias que le nublaban el entendimiento. Sí, apetecía con todas sus fuerzas ser tomado por ese hombre hermoso, con cuyo grácil y esbelto cuerpo tanto había soñado. Deseaba oírlo dejar salir palabras sucias que le transmitieran la más sincera reciprocidad a través de esos labios esculpidos por los dioses, con la encantadora voz que fácilmente superaba la más elaborada sinfonía posible. La idea de tener a ese anhelado ídolo enterrándole el duro miembro en medio de las entrañas: avasallándolo de lujuria trastornada y desfogándose contra su ser hasta hacerlo reventar, y reventar en él.

Su mente le estaba enturbiando tanto los sentidos que no se percató de que por la comisura le resbalaba un hilo de saliva, el cual su maestro recogió de inmediato con la lengua.

—Aaaahhh… ¡Ahhh! Sí, Makoto… Anda, tó…mame…— Balbució el rubio, perdido en la excitación.

A duras penas, y de manera más instintiva que consciente, se había llevado la diestra al miembro para rodeárselo en la base con pulgar y dedo corazón, en aras de retener el ímpetu de descargar.

—Haz…lo, por favor, que ya no puedo… más, ahhh… Cógeme, móntame… Húndela hasta el fondo…—

Instantes después, el castaño se acomodaba de frente a su amante, y con sendas manos le sujetaba de las piernas al tiempo que posicionaba su propio cuerpo. Una vez así, echó mano de la botellita de lubricante que había quedado sobre la mesita la noche anterior con un movimiento rápido: la abrió y vertió una generosa cantidad en la zona íntima, tanto propia como ajena.

La avidez y lubricación eran tantas que el órgano entró sin dificultad alguna, pero el mayor tuvo cuidado de introducirlo despacio, para poder disfrutar al máximo del apretado camino.

—Ahhh, por todos los dioses…— Masculló Asada, sintiendo cómo se hundía cada milímetro de su virilidad en la deliciosa cavidad ajena. —Estás… tan caliente…—

La sensación tan exquisita, aunada a la debilidad residual de la Oveja hicieron que se desestabilizara un poco, por lo cual tuvo que apoyarse en el colchón, con las manos a los costados de las caderas de su pupilo. Como ráfagas, algunos recuerdos le cruzaron la mente, al poder visualizarse en aquella postura con su maestro sobre él, y se dio cuenta no solamente de cuál era la diferencia entre el cantante de Dir en Grey y sus kouhais, sino también de la que se ponía de manifiesto en sí mismo cuando estaba con Kyo y cuando estaba con alguno de ellos dos.

—Ahhh, Rei-chan… Mírame.— Gimió, extasiado, adelantándose para tomar al otro por la mandíbula y clavar su mirada en la ajena, luego de lo cual le lamió los labios y le metió un dedo en la boca. —Quiero que sepas, ¡ahhh! Que me haces muy feliz… y que te amo. Que los amo, a ti y a Jojo… hmmm… más de lo que podría explicar… con palabras…—

Rei levantó las manos para sostener al de Gunma por el pecho, el cual recorrió con embeleso hasta llegar a los pequeños pezones, y los pellizcó de inmediato para deleite del castaño. Luego, sonrió ante las apasionadas palabras, sin poder dejar de gemir a causa de las lentas pero profundas estocadas.

—Y yo a ti, Makoto… Y a él… Y él a nosotros.—

Como pudo, se abrazó de su mentor al tiempo que enredaba la lengua con la de él. Los lujuriosos besos eran, mejor dicho, obscenos: perfectos para tan enloquecedor encuentro.

—Y jamás permitiré, ughhh… que poder alguno me los arrebate. Nunca, nada, ahh… que no sea producto de su voluntad. Justo como tú… nos enseñaste…—  

Asada comprendió entonces que los que hasta ese momento había creído sueños fueron hechos totalmente reales: visiones en las que sus amantes luchaban juntos por liberarle de las garras de una entidad maligna que le había estado enfermando y matando de a poco; y que, si bien dominó sus acciones y entendimiento, le había permitido atestiguarlo todo.

El castaño entendió también cuál había sido la vía de ingreso de semejante presencia, pues esa mañana, al inicio de su encuentro con Rei, experimentó pensamientos intrusivos que lo conminaron a tomar al menor con violencia no consentida; a ultrajarlo, justo como Nishimura había hecho con él tras su último periodo de separación, y luego continuamente durante cada encuentro, rematando siempre el atropello con terribles golpes. La diferencia fue que, en ese instante, los pensamientos habían sido solo eso; no así las veces en que aquella fuerza llegó incluso a controlar su lengua y sus movimientos.

Tooru Nishimura jamás fue el amante sincero que tanto deseó; y, de igual forma, al de Gunma le quedaba claro que Kyo había fallado enormemente como maestro. A pesar de eso, nunca durante todos esos años llegó a desear la muerte de Asada, fundamentalmente a raíz de que Makoto, luego de que lo conociera, no se había vuelto a relacionar con nadie a un nivel siquiera parecido al del vínculo que tenía con el cantante de Sukekiyo. La singular dinámica entre ambos, contrario a lo que pensó alguna vez el más joven, no había sido un indicio de intrínseca armonía, sino el espacio propicio para forjar un lazo enfermo lejos del escrutinio ajeno. Poco a poco y sin que el vocalista de Merry pudiera darse cuenta, su relación con el tatuado kiotense se había transformado en un espejo en el cual observar e identificar todo lo que como mentor le parecía inadmisible hacer, justamente para no repetirlo con aquellos a los que dejó entrar a su corazón cuando la herida, la insatisfacción y el desasosiego fueron demasiado abrumadores como para soportarlos en soledad.

Gara unió sus labios de nueva cuenta con los del rubio, dejando caer sobre las mejillas ajenas un par de lágrimas que asumió que el otro interpretaría como parte del enternecimiento del momento. Y sí que lo eran, pues conforme más atestiguaba la dulzura y entrega de sus kouhais, más se daba cuenta de sus errores pasados, y del peligro en que había puesto a los más jóvenes al no haber podido enfrentar a Nishimura.

—Hhmm, ¡ahh! Ahh, Rei-kun…—

Las lúbricas sensaciones se tornaban cada vez más fuertes, y el de Gunma sabía que su culmen estaba muy próximo. Con cada embestida, un escalofrío exquisito le recorría desde la pelvis hacia el resto del cuerpo, adormeciéndole los miembros ligeramente con una sensación de placer envolvente.

—Aah, tú… Hmmm, ¡ugh!—

Igarashi lucía desconcertantemente sensual, deseoso y entregado, lo cual hacía que la pasión del castaño se inflamara a un nivel no solamente corpóreo, sino también etéreo. No dejaba de pensar en la manera tan pura en que sus kouhais jamás habían temido daño alguno de su parte en momentos de total vulnerabilidad, ya fuese física o psicológica.

Si su relación con Kyo se había convertido en un espejo, la que mantenía con los menores era el reflejo dentro del cristal. Podía verse a sí mismo proyectado en ellos, siguiendo la sacra máxima de dar lo que se ansía recibir, y nunca el daño que por todos los medios posibles se evita cuando se sabe que no se ha cometido crimen alguno.

—Ahhh, ah, ¡Makoto… senpai! ¡Agh, ugh!—

—¡Agghh, sí! Me… ahhh… vengo…—

Una última estocada: deliciosa, profunda, infinita. Con las manos entrelazadas, ambos hombres gozaron del éxtasis a sus respectivos tiempos, dejando que los corazones enloquecidos palpitaran en sus pechos como si quisieran animarse uno al otro hasta el final.

Makoto salió de su amante con lentitud al tiempo que lo miraba con esa preciosa sonrisa suya, tan única, y de inmediato se acurrucó entre los fuertes y ligeramente tatuados brazos ajenos. Besó los labios del rubio, su frente y cada una de sus mejillas, cual bautizo de fuego y bendición previa a la última de las batallas.

Después, y mientras el más joven guardaba solemne y respetuoso silencio, Asada lloró amargamente por el pecado de su propio maestro. Rei le acariciaba la almendrada cabellera, sintiendo aquella expiatoria agua salina caer sobre su pecho.


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