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JoJo's Bizarre Visual Adventure: Rebirth of the Ouroboros por metallikita666

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“La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Estos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegíaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales.” Borges, El Inmortal (IV)

 

La hannya regia de Igarashi voló desde la faz del adverso dios hasta posicionarse sobre la nuca de su usuario, colgando de su cuello, lo cual finalmente le permitió a un aturdido Kyo percatarse de la posición de sus contrincantes.

Cuando lo logró, el pelinegro hizo amago de enarbolar su largo látigo una vez más contra los otros vocalistas, pero fue detenido por la segura voz del mayor de ellos.

—¡Basta, Nishimura-san! ¡Deténgase!— Rei conminó al kiotense, pues estaba seguro de que el hombre aún podía escucharlos. —¡Si seguimos lastimando nuestros cuerpos, solamente estaríamos contribuyendo con el objetivo de exterminio que tiene el dios para todos nosotros! Ahora mismo no estoy muy seguro de si usted pueda comprender esto, ¡pero por más herido y acreedor de una deuda que se sienta, tiene que saber que no habrá Sacrificios para ninguno de ustedes dos!—

El usuario de Natsuyuki, a quien se le hizo extraño que su adversario guardara silencio por tanto tiempo, tuvo una corazonada acerca de los alcances de su propio stand al momento de emplear el poder en forma de la máscara. Era la primera vez que usaba la hannya contra Nishimura, pues la anterior había sido para estorbar la onírica faz del dios, y su intuición le decía que la portentosa careta podría tener un efecto adicional al de funcionar como una mera molestia visual. Tenía sentido pensar en que la hannya regia concentrara su habilidad delante de los ojos del enemigo para mostrarle escenas presentes en el inconsciente ajeno, debido a que era evidente para él que algo en el semblante de Kyo había cambiado diametralmente.  

—¡No sin que nosotros, que somos los Guardianes de Gara-sama, hagamos todo lo posible por evitarlo! Nosotros aparecimos en su camino para mantenerlo vivo, para apartar la amenaza de muerte prematura que se cernía sobre él por culpa del sufrimiento que usted le produce. ¡Ha sido suficiente ya! Elija ser para él un motivo de alegría y no de tristeza. ¡Entienda que el amor solo con amor se paga!—

Inmediatamente, el pelifucsia secundó a su amigo y elevó la posición de su stand sobre su mano, logrando con ello que la bola de luz aumentara el incómodo fulgor y ambos pudieran usar el resplandor como escudo.

—¡No permitiremos que tomen la vida de senpai, y mucho menos por un motivo tan perverso como castigarlo por no poder ser tan monstruoso como usted querría! Gara-senpai representa la unión en este mundo, ¡y si resistió sus horribles maltratos hasta ahora es porque confía en que usted acabará despertando!—

El de Hokkaido hizo una pausa cuando advirtió una importante implicación de lo que acababa de decir. Luego, volvió a elevar la voz.

—¿Te das cuenta, Rei? Tanto Kyo-san como ese jodido dios del averno están obsesionados con la debilidad… porque jamás pudieron darse el lujo de experimentarla. ¡Nishimura-senpai, se lo pediré una última vez! ¡Abandone su empecinamiento, porque si usted entrega a Gara-sama como Sacrificio, Uróboros no tendrá piedad de ninguna entidad efímera!—

El pelinegro, si bien continuaba con el látigo en la mano y a juzgar por su postura no había renunciado a la intención de usarlo en contra de los más jóvenes, se quedó mirándolos con los ojos abiertos como platos, totalmente inmóvil. Sus contrincantes notaron entonces que el fornido hombre pareció estar a punto de articular algo; no obstante, repentina e inesperadamente fue herido por un aura escarlata que cayó sobre él como un relámpago. Su terrible y tortuosa posesión fue totalmente explícita, por cuanto se sacudía y retorcía violentamente, y en cierto momento hasta pareció forcejear con su usurpador, pues le vieron llevar sus gruesas manos hasta la base de su propio cuello con ademán desesperado, entre jadeos y resuellos.

Rei y Jojo se miraron uno al otro con estupor absoluto, como intentando buscar explicación para lo que acababan de presenciar. Pero, en eso, su atención volvió a ser captada por un kiotense que se había revigorizado sobrenaturalmente, tenía pupilas de fuego y hablaba con el espantoso tono de Uróboros.

—Vaya, vaya. En verdad que me subestimas. Me subestiman; ustedes, los dos. Y siguen sin entender su lugar…—

El oscuro letrista, luego de recrudecer su tono y espetar aquel parlamento, observó detenidamente a ambos vocalistas y dejó caer su largo látigo al suelo, el cual se convirtió en un ofidio real que reptó durante unos instantes antes de desaparecer. Sus antagonistas estaban profundamente desconcertados; sin embargo, intentaban mantenerse en sus puestos ya que, en ese punto, cualquier movimiento en falso podría ser fatal. Solo les quedaba esperar y estar atentos ante un posible indicio de debilidad por parte de su rival, pero no podían confiarse y debían mantenerse firmes.

El líder de Sukekiyo se acercó unos cuantos pasos más y comenzó a rodearlos con una lentitud parsimoniosa que resultaba desesperante. Rei continuaba empuñando la katana y le seguía a cada milímetro en sus movimientos, totalmente dubitativo sobre si el recién aparecido enemigo sería más fiero que el propio Tooru; en especial, al notar aquella postura imprevista de sospechosa calma que le daba pésima espina.

Instantes después, el dios hincó sus ojos en el de Hokkaido y notó que, aunadas a las recientemente infligidas, las heridas del último combate continuaban mortificando el cuerpo ajeno. Las marcas de los sitios donde le había constreñido peligrosamente con su lacerante abrazo.

—A ver, Joestar… ¿Nunca se te ocurrió pensar que a pesar de que tú crees que has sufrido muchísimo por lo que sucedió en el pasado debido a mi intervención… puedo ser incluso más cruel que eso?—

El cantante de Dir en Grey notó que Jojo no se movió un ápice. El chico solo continuaba intentando controlar su respiración y estar atento a los movimientos ajenos para secundar a Rei en la guardia.

—Es decir… Que tal vez lo más horrible no sea perder a tu querida madre. Tal vez, y solo quizá… lo más espantoso sea volver a su útero con tu conciencia actual, encarnada en el débil e inútil cuerpo de un feto…—

—¡No te atrevas, maldito!— Gritó Rei, quien cada vez encontraba más complicado apegarse a su decisión y no hundir por fin el filo de su espada en el vientre del veterano cantante.

Para el rubio era desesperante atestiguar la manera en que, ya fuera Nishimura mismo o la odiosa deidad en su interior, se empeñaban en hacerles enfurecer a como diera lugar. Querían apartarles de su plan a toda costa, con los recursos más ruines y perversos de los que pudieran echar mano.

—No puedes ser tan insoportablemente infame. ¡Hasta la vileza de un ser tan despreciable como tú tiene que tener un límite, joder! Juro que si no fuera porque precisamente tomaste ese cuerpo, yo…—

Pero de manera totalmente inesperada, Jojo se volteó hacia donde estaba el pelicorto y se colocó hombro a hombro junto a él. Después, le cubrió las manos con las suyas propias, reforzando el agarre en la empuñadura de la katana.

—Calma, Rei. Este, más que despreciable es un ser herido. Y sus ladridos son su canto lastimero.—

—Humano necio… ¡Asqueroso y prepotente!—

La voz múltiple e infernal de Uróboros retumbó por toda la estancia, y el dios proyectó su ánima en forma de serpiente roja y espectral detrás del cuerpo de Nishimura. Las ventanas se abrieron violentamente y el viento ingresó con fuerza, haciendo que las cortinas se levantaran por los aires y unos cuantos objetos cayeran de los estantes. Entre ellos, aquel portarretrato que estaba en el librero, cuyo vidrio protector se rompió en mil pedazos.

—¡Aquí el único necio eres tú, Uróboros! ¡Porque pretendes asustarnos con una condición que es incluso mejor que el infierno que tú vives, y que has vivido siempre! ¡Ah, pero eso no lo vas a reconocer jamás!— Replicó el pelifucsia, al tiempo que sus manos y las del rubio eran iluminadas por la presencia de su pequeño stand. —¡Ya ha llegado el momento de que entiendas que tu intención es perversa, y que convertirse en verdugo a causa de haber sido torturado nunca es la solución, porque no rompe el ciclo y solo perpetúa las cosas! ¡Que lo comprendan los dos: tú y ese hombre a quien tanto le envenenaste el alma y cuyo cuerpo robaste! ¡Así que vamos; Rei, Succubus, Natsuyuki! ¡Acabemos con esto de una vez por todas!—

—¡Guru-guru-guru-guru-guru-guru!—

—¡Banzai! ¡Banzai! ¡Banzai! ¡Banzai!—

Un terremoto sacudió el sitio: tan fuerte e inmisericorde, que el techo comenzó a agrietarse y desmoronarse, lo mismo que las paredes y el suelo. El aura divina mantenía el cuerpo de Kyo a salvo, pero la deidad, al perder de vista a sus rivales, empezó a desesperarse. Por la experiencia en las batallas pasadas sabía que el poder del rubio le permitía fundirse con el entorno, pero la zozobra de no saber dónde le transportarían esa vez, aunado al hecho de haber perdido de vista a Joshua, lo estaban exasperando. La catastrófica visión del desproporcionado sismo parecía tardar demasiado, por lo que el dios tuvo el impulso de elevar la horrísona voz.

—¡Cobardes! ¡Ya dejen de esconderse, que no podrán huir por siempre! ¡No me importa cuáles y cuántas habilidades hayan alcanzado, porque yo siempre estaré por encima de ustedes!—

—Yo que tú no estaría tan seguro…—

Conforme las paredes, suelo y techo se caían a pedazos, surgía un nuevo entorno: el lujoso piso mutaba en asfalto, y las paredes se derrumbaban para convertirse en los muros del túnel de un paso a desnivel. De pronto, las sirenas de una ambulancia y de la policía; el suelo cubierto de vidrios de coche rotos, los pasos apresurados de los paramédicos.

La fría carretera en Hokkaido.

Nishimura estaba en medio de la escena, pero se dio cuenta de que las personas que había en ella no le veían. Cruzaban por en medio de su silueta como si estuviera hecha de humo: de ese mismo humo incorpóreo que salía del habano que fumaba el oscuro poeta minutos antes. Asimismo, y a pesar de la ansiedad que lo embargaba, el dios se percató pronto de que las personas tampoco tenían rostros, y de que sus siluetas parecían ser únicamente negativos, casi fundidas con la oscuridad de la noche.

—Joestar… ¿qué es esto?— El tono de la deidad se oyó, por primera vez desde que interactuaran, genuinamente atemorizado. —Este lugar, esos sonidos… ¿¡Qué demonios crees que haces!?—

—¿Te sorprende que te hayamos transportado hacia el escenario en donde murió mi madre?—

El vocalista de The Gallo hablaba a través del tono femenino y demoníaco de su stand. A pesar de todo, y por más inverosímil que pudiera parecer, aquella era una voz gentil.

—Ha sido una larga senda para mí, en la cual prevalecieron durante mucho tiempo la negación, el agorafóbico dolor y las lágrimas. Pero desde que por fin pude ver que en mi vida no dejaron de suceder cosas maravillosas que encajaban unas con las otras, me di cuenta de que nunca estuve solo. No solamente por el paradójico hecho de que tú, a la vez que me perseguías me hacías compañía, sino también porque el amor y el espíritu de protección de mi madre jamás me abandonaron, incluso cuando ella no pudo estar más a mi lado físicamente.—

El más joven hizo una pausa, pues la novedad de sus palabras era tal incluso para él. Nunca, antes de aquel momento, había enunciado esas cuestiones en voz alta, y el significado e implicaciones profundas de sus reflexiones eran a un tiempo tranquilizadoras y pasmosas.  

—En mi camino aparecieron personas maravillosas… que no representan otra cosa que la prolongación de ese deseo de que yo continúe viviendo, aunque sepa de antemano que, como cualquier otro mortal, estoy destinado a perecer. En resumidas cuentas, Serpiente… que por fin lo he comprendido y voy camino a superarlo. Y que por ende… me he fortalecido.—

Las respuestas azoraron más aun al pelinegro, quien además pudo ver cómo la combinación de los stands de ambos vocalistas cobraba un realismo todavía más palpable, lo que significaba que sus almas habían logrado alinearse al máximo para llevar a cabo su misión de sagrado resguardo. En la vivencia que circundaba a la deidad, los paramédicos atendían a las personas accidentadas, al tiempo que se escuchaba el murmullo lejano de los oficiales de policía que intentaban determinar las identidades de los afectados. Todo era apabullantemente cercano, auténtico.

Cuando quiso estudiarlo detenidamente, el adverso dios se percató de que, poco a poco, las siluetas ennegrecidas portaban colores en sus ropas, y de que sus facciones comenzaban a adivinarse.

—No, ¡no puede ser! ¡No puede ser; no puede estar pasando! Tú jamás has podido siquiera hablar de esto… ¡mucho menos te atreverías a dibujarlo tan certeramente!—

El pelinegro miró hacia los lados repetidamente, como tratando de hallar una salida: algún portal que no apareciera lo suficientemente cubierto, algún retazo de realidad que no se correspondiera con aquel escenario. Sin embargo, no pudo hallar ninguno.

—Esto es un sueño, ¡un maldito sueño! Volviste a usar tu estúpido poder para meterte en mi mente y le pediste a Igarashi que lo empeorara todo, ¡así que sácame de este sueño inmediatamente!—

Joestar rio por la acotación ajena. Gracias a la reacción del dios pudo darse cuenta de que sus presentimientos y los de su compañero iban por el lado correcto, por lo que decidieron jugarse la última carta a disposición y tomar el riesgo de continuar con el resto de su plan. Poco a poco, los recursos disponibles habían ido acabándose para la acorralada deidad, quien parecía transportar a sus adversarios con ella hacia el centro de la espiral. A la forma que por fin pudiera cerrar su devenir infinito.

—También soy bueno en eso, pero no: no es así. Temo decepcionarte, pero lo que ves ahora mismo no es un sueño. He tomado el toro por los cuernos… ¿o debería decir, “la serpiente por los colmillos”? Gracias a tu sádica y malintencionada intervención, fui hacia lo que me aterrorizaba y decidí encararlo. Justo como lo has hecho tú, dios suicida…—

En ese instante, Jojo se materializó delante de Uróboros con la apariencia de Gara. Su hermoso maestro, sin marcas en la piel; ataviado totalmente de blanco con una camisa larga cual vestido, desprovista de mangas. Espléndido, perfecto. Con el castaño cabello flanqueando sus facciones preciosas y el tono rosa natural de sus labios. Descalzo y sin corsé.

La Oveja caminó hasta donde estaba el dios y le sonrió. El kiotense, como era de esperar, lucía estupefacto.

—Tu problema, por otro lado, es que todavía no aprendiste a pedir ayuda, y en su lugar apostaste por la manera más egoísta de hallar la muerte. Oh, y sí… aún puedo sorprenderte más, y lo haré. Pues sabemos que te has debilitado, y que ya no controlas a Kyo-sama completamente.—

El aura escarlata de la deidad palideció, y con las finas botas sobre el asfalto, en medio de la escena de emergencia que continuaba sucediéndose, Nishimura dio dos pasos atrás. Tenía el rostro desencajado.

—¿Y crees… ¡que tomando la apariencia de Asada le harás sucumbir!?— La furia en la voz del adverso inmortal era ingente. Al momento, el hombre empezó a jadear, como si el solo hecho de articular cada una de las palabras le demandara un esfuerzo enorme. —¡No pueden ser… tan estúpidos como para no darse cuenta de que me lo están sirviendo en bandeja de plata!—

Asada se acercó aún más al mayor, y como respuesta el dios rehuyó de él varios pasos, durante los cuales trastabilló notoriamente. La escena que Uróboros supuso que a continuación tendría lugar, en la que se creyó dominando y aterrorizando al delgado hombre para consumir el fuego de su vida a modo de escarmiento –aunque aquella fuera una mera imagen–, estaba sucediendo, pero de manera totalmente opuesta. Era como si la sola presencia de Gara le significara el terror más grande; como si la Serpiente tuviera en frente a su mayor depredador, y no a su predilecta y tan ansiada víctima.

Entonces, el castaño endureció su semblante una vez que se detuvo tras presenciar el triste espectáculo.

—Si es mentira lo que digo, ¡entonces permítele ser él totalmente y no lo controles! ¡No le digas qué hacer, no restrinjas sus movimientos, no domines sus palabras!— Joshua, a través de la apariencia de su maestro pero con su propia voz, amonestaba a la deidad dura y enérgicamente. —Está sucediendo exactamente lo que pasó con Gara-sama aquel día: ¡lo recuerdo a la perfección! ¡Kyo no quiere la muerte de senpai ni la suya, y por añadidura, tampoco está dispuesto a cargar con la nuestra! ¡Se ha dado cuenta de tu engaño, así que déjalo en paz y ríndete de una vez!—

Para ese momento, no había conexión alguna entre el lenguaje corporal del cantante de Dir en Grey y las palabras que salían de entre sus labios: era un ser totalmente dividido. La Serpiente continuaba hablando a través de su garganta, pero era patente que el cuerpo del kiotense no se sometía a su voluntad.

—Estúpido mortal, ¡ya verás!... ¡Te demostraré tu error… y ni siquiera tendré que usar mi poder divino para ello!— Las contorsiones y los resuellos del pelinegro eran cada vez más violentos. —Kyo… ¡Tooru estuvo a punto de matar a ese hombre muchísimas veces!—

El cantante de Sukekiyo apagó su aura sobrenatural del todo y levantó las poderosas manos como si las fuese a llevar al cuello ajeno. Ese blanco e inocente cuello que, en efecto, Tooru Nishimura había maltratado muchísimas veces en el pasado, jugando a estrangularle ya fuese por diversión o por venganza. No obstante, tras desplazarse un par de pasos hacia el frente a duras penas, la Serpiente fue incapaz de dar crédito a lo que sus ajenos y usurpados sentidos le reportaban: a pesar de que tenía a Makoto delante, no podía rodearle más allá de cierta distancia. Los dedos del kiotense estaban tensos, engarrotados, y los antebrazos le pesaban como si fuesen de hierro.

—N-no… puede ser… ¿¡Qué carajo…!? No, ¡no tú ahora, Nishimura!—

Las extremidades del veterano artista, otrora como de hierro, parecieron entonces de plomo, obligando a aquel fornido cuerpo a encorvarse. El pelinegro se miraba los brazos como si tuviera en ellos la peste, evidenciando su estado absolutamente escindido. Se doblegó hasta que por fin le fue imposible sostenerse sobre las piernas, y tuvo que arrodillarse.

—Ese hombre pecó, sí. Pero a diferencia de ti, sigue siendo humano.— Replicó Joestar, a través de los labios de Asada.

Posteriormente, se oyó un metal desenvainarse, luego de lo cual el tono de voz del castaño mutó drásticamente del de Joshua al de Rei.

—Su error, su horrible delito no nos pasa desapercibido, y para nosotros será muy difícil perdonarlo alguna vez, o creer que su corazón sea capaz de albergar amor y entrega semejantes a las que ha recibido.— El solemne tono del rubio se oyó entrecortado. —Pero en todo caso, a él lo ha salvado el amor de mi maestro… y sus lágrimas puras.—

Makoto colocó el filo de la katana sobre la nuca doblegada de Nishimura, y a partir de ese instante articuló por primera vez con el tono propio del de Gunma.

—¡Kyo-sama, Tooru-senpai! ¡Por favor se lo pido: ya no permita que ese Ente lo posea! ¡Sáquelo de su cuerpo, láncelo fuera! Usted, un ser dotado de enorme fuerza tanto de cuerpo como de espíritu… ¡no puede seguir tolerando semejante ultraje!—

Aterrorizado, Nishimura levantó la mirada y la clavó en el castaño: ninguna imitación posible, por mejor que fuera, podría ser tan convincente. Ninguna impostura podría replicar su aura de poderoso Sacrificio: esa que, inmediatamente y junto con la voluntad del propio Tooru, estaban arrancando a Uróboros de aquel cuerpo cual si fuese azotado por un violento huracán. El vocalista de Dir en Grey fue elevado del suelo por la divina energía mientras se retorcía en cruento forcejeo interno y arrebatado paroxismo; hasta que la roja Serpiente cedió por fin y saltó fuera de él en un espantoso y ensordecedor estruendo de voces, gritos y chillidos.

El Universo se quedó en absoluto silencio cuando el devenir se separó en tres acontecimientos claves. Durante el mismo instante, pero en diferentes planos, el forense cubrió el cadáver de Minako con una sábana y el Makoto real recogió del suelo el cuerpo desfallecido de su maestro, abrazándose después a él. Momento análogo a cuando el falso Gara blandió la katana para cortar nuevamente a Uróboros en trozos, los cuales se desperdigaron por el aire, lentamente, hasta desaparecer.


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