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JoJo's Bizarre Visual Adventure: Rebirth of the Ouroboros por metallikita666

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Notas del capitulo:

5 de junio de 2020 (a esta hora en Japón ya): día de felicitar a Jojo en su cumpleaños y colgar capítulo nuevo :D

Hace diez años, yo tenía veintitrés y estaba huérfano. Como he dicho antes, tras salir de Sapporo me había instalado en Tokio con relativa comodidad, pero el destino que me figuré para esos días estaba un poco más al norte. Para ser exactos, a medio camino entre la convulsa capital y mi fría ciudad de origen.

Elegí otoño para cruzar aquellas tres prefecturas y arribar a la cuarta: mi objetivo era una vivienda que, antiguamente destinada a la habitación, se había convertido en residencia de descanso, tras el amplio reconocimiento del que se hizo merecedor su dueño, y que lo motivó a mudarse a la metrópoli principal. ¿Que cómo di con la dirección y las señas exactas? Nada, absolutamente nada en este mundo es obstáculo para un fanático de corazón. Más aún un detalle como ese: insignificante a la par de mi verdadero propósito de entonces.

Lo primero fue llegar al centro de la ciudad, hospedarme en las inmediaciones y revisar, una vez más, la ruta trazada en el mapa que me llevaría al ansiado destino final de mi peregrinación. Al otro día de haber comparecido (lo hice así para no despertar sospechas, además de que deseaba descansar un poco luego de tanto tren), me dirigí con todos mis aditamentos de turista a la puerta del hostal. Ahí, pedí nuevamente algunas indicaciones para arribar a un par de sitios emblemáticos que me fueron dadas con amabilidad y, luego de lo cual, la mujer a cargo del hospedaje ofreció llamarme un taxi. No obstante, de inmediato le dije que no se molestara, pues prefería viajar usando el transporte convencional.

Tras un par de autobuses, unas cuantas fotografías y algo de caminata, llegué por fin al portón de la casaquinta indicada. Bendije mi suerte al notar que nadie pasaba por ahí en ese momento, lo cual me permitió quitarme la mochila y sacar de ella… algunos utensilios.

¿Botella de agua, bloqueador solar, gorra y una muda de ropa extra? No. Mi morral de “turista” contenía, por el contrario, gancho, arnés, mono y palanca. El enterizo me lo subí rápidamente antes de hacer cualquier otra cosa, pues tenía que seguir contando con volver a mi apariencia de provinciano fascinado y excursionista en caso de que lograra salir de ahí… por mis propios medios, y no en una patrulla, por supuesto. Ahora bien, escalar la pared era diez veces más fácil que vérselas con esa jodida cerradura enorme y vieja, la cual no habría representado tanto problema de no ser porque estaba justo a la vista de todos en mitad del camino. Una cosa muy distinta sería la puerta principal de la casa.

Una vez dentro y mientras rezaba para que Araki-sensei no tuviera ningún tipo de animal guardián en su propiedad, me incorporé, enrollé la cuerda, recogí el gancho y miré hacia los alrededores. Se trataba de un amplio jardín; el cual, si bien no lucía demasiado cuidado, estaba aceptablemente compuesto. Al menos, la propiedad no daba la impresión de estar abandonada. Instantes después, constaté nuevamente que no hubiese nadie en las cercanías y me dirigí hacia la puerta.

Tenté la manija con suavidad para que, en caso de estar apenas apoyada o sin llave, pudiese abrir sin necesidad de esfuerzos excesivos. Empero, aquel llavín sí tenía puesto el doble paso.

—Muy bien…— Me dije, sacando mi querida y fiel palanca de entre las cosas que llevaba. —Aquí vamos…—   

Tras hacer como tantas veces en el pasado, la puerta cedió gentilmente y pude ingresar.

Como era natural y esperable, aunque aquella no fuese la primera vez en que entraba a una casa ajena tenía el corazón a mil, pues no se trataba de la vivienda de alguien conocido o de cuya ausencia estuviese seguro. Esa vez era diferente.

Mi objetivo era hurgar entre las pertenencias del maestro, pero estaba totalmente consciente de la posibilidad de que él se encontrara ahí mismo en ese momento. Él, o alguno de sus ancianos padres, si es que todavía vivían, y a los cuales lógicamente no pensaba hacerles daño alguno. Pero incluso cabía la posibilidad de que se encontrara ahí hasta con su mujer e hijas.

No negaré que me sentía un poco mal al estar haciendo todo aquello de semejante manera, pero tenía muy en claro que no hubiese habido ninguna otra forma posible. Solicitar una audiencia con el sensei era de por sí algo complicadísimo; todavía más impensable obtenerla para visitarle directamente en su domicilio de veraneo. Ni hablar de que yo no representaba a ningún medio o compañía; o de que, por mucho que en otro momento hubiese soñado despierto con poder verle para tener una plática casual y amena sobre su obra, no era esa la finalidad de mi visita.

Ese día, mi papel sería el de fanático loco, acosador y casi suicida. Porque, ¿qué me libraría de morir a tiros, en caso de que las habilidades de Hol Horse o Guido Mista[1] estuviesen directamente inspiradas en una afición secreta del sensei? No lo sabría hasta que no lo intentara, y la sola idea de que volviera a llegar la noche y el cansancio venciera mis párpados era más aterradora que cualquier otro escrúpulo.  

La casa estaba silenciosa: tanto, que llegó a darme la impresión de que estaría totalmente desierta. Revisé los tres aposentos principales de forma bastante nerviosa pero con el mayor sigilo posible, estando plenamente consciente de lo sospechosos que sin duda se verían todos y cada uno de mis movimientos. Abría las gavetas una tras otra, intentando abarcar la mayor porción de espacio con la vista en el menor tiempo posible, pero es que… ¿qué tamaño tendría? ¿De qué manera la habría guardado? Era de esperar que un objeto tan preciado estuviese bajo muchísimas llaves.

Después de entrar en la tercera recámara –que parecía ser la de las gemelas o la suya propia, por lo espaciosa– la vi por fin.

Sobre la antigua cómoda, en una caja de cristal.

—¿Quién eres tú y qué carajo estás haciendo aquí?—

 

***

 

Sentado sobre una de las camas de la habitación doble que lograron encontrar sin reservación previa, Igarashi no dejaba de mirar el famoso mapa de la prefectura de Miyagi, usado diez años atrás durante el extravagante periplo ajeno.

—Yo quisiera saber… por qué coño acabo cediendo siempre a tus ideas disparatadas.—

—¿Porque son grandiosas y tú también estás emocionado aunque lo niegues?— Contestó el menor con júbilo, al tiempo que terminaba de empacar su mochila.

Empero, al no escuchar réplica por parte del rubio, alzó la mirada.

—Oye… ¿ya lo tienes todo?—

Rei solamente se limitó a observarlo con fijeza y en silencio.

—¿Qué pasa?...— Inquirió el cantante de The Gallo. Posteriormente, se colocó las manos en la cintura y esbozó un puchero. —Creí que habíamos quedado en que no volverías a dudar más de mí…—

Entonces, el más bajo exhaló un suspiro, tras de lo cual se puso en pie y se dirigió hacia donde estaba el pelifucsia.

—No dudo de ti… sino de mí.— Respondió por fin, una vez que estuvo frente al otro. —Dime, Joshua: ¿tu stand tiene el poder de inmovilizar a los demás? Me has dicho que ella puede convertirse en otros, tomar su apariencia y destrezas, pero…—

—Sí puede.— Interrumpió Joestar, quien entendió a la perfección por dónde iba el asunto. Sabía que el rubio se explicaba la momentánea parálisis que había sufrido aquel día con base únicamente en su miedo de entonces. —Su poder en ese sentido es proporcional al temor que sienta la otra persona, pero sí es una de sus habilidades.—

Luego, y al notar que su interlocutor había subido la vista para encontrarla con la suya durante la respuesta, Jojo alzó las manos y tomó el rostro del mayor entre sus palmas.

—Rei-chan… ¿a qué le temes tanto?—

—Ya te lo dije. A no ser suficiente.— Contestó tajante el del tatuaje de la hannya, desviando la mirada.

Pero luego volvió a entornarla.

—Perdóname. Es que toda esta situación… todo este asunto, empezó de manera muy extraña. Me refiero incluso a la historia con ustedes dos. A veces siento que yo estoy de más, que en realidad no me necesitan. Temo estar estorbando, y no encontrarme ni medianamente a su altura…—

Jojo ladeó la cabeza con una pequeña sonrisita amarga en los labios. Posteriormente, buscó el semblante del mayor y extendió el mohín con dulzura.

—No te preocupes. No voy a recriminarte que te sientas así porque puedo comprenderlo bien.—

Aquellas palabras tomaron por sorpresa al pelicorto, quien instintivamente abrió más sus ojos castaños. ¿Jojo dándose por menos? ¿Es que eso era posible?

—Y tampoco voy a asegurarte que no tienes razón alguna para sentir eso. Nada de lo que yo diga te hará cambiar de opinión si tú no estás verdaderamente convencido.—

En ese punto, Jojo liberó el rostro de su amigo.

—Por lo cual, lo único que añadiré es que si lo deseas en verdad, debes tratar con todas tus fuerzas, porque así tendrás más probabilidades de conseguirlo. Al menos, eso fue lo que me sucedió a mí.—

Pasaron unos cuantos segundos en los que cada uno intentó mantenerse silenciosamente en su postura. Pero el rubio cedió por fin, con una risita contenida.

—De acuerdo, tonto. Como siempre, tú ganas.—

Acto seguido, tomó su morral y acabó de colocar sus pertenencias en el interior.

—Si ya llegamos hasta aquí, no es momento de echarnos para atrás, ¿no es así?— Ante la pregunta, aunque retórica, Joestar asintió sonriendo. —Lo que le suceda a Gara-sama… podría depender de esto.— Finalizó Igarashi con un dejo de amargura.

Cuarenta minutos después, ambos hombres se encontraban esperando el primero de los autobuses. Después de comer algo, habían pedido en el hospedaje las señas necesarias para visitar los puntos de interés más frecuentados, además de un par de recomendaciones de restaurantes donde poder almorzar y tiendas para conseguir recuerdos.

Definitivamente, hacer aquella peregrinación acompañado se sentía muy diferente y hasta le añadía credibilidad a la fachada. Una fachada que, con todo, terminó convirtiéndose en una bonita oportunidad para viajar juntos, y que de no ser por aquel motivo, posiblemente ninguno de los dos se hubiera planteado.

—¿Tú crees… que los poderes de ese sujeto sean comparables a los que tú adquiriste?— Preguntó Rei, reflexionando en torno de aquel tema que le tomaba su tiempo asimilar, debido a lo cual ambos amigos no habían discurrido acerca de él de forma exhaustiva. —Demonios, ¡qué calor que hace!—

El pelifucsia, por su parte, se acomodaba el cabello en un moño al tiempo que continuaba mirando los rótulos de los vehículos de transporte público que se acercaban.

—Sí… Mucho. Está fatal.— Asintió el de menor edad, atándose el rodete finalmente. —Pues la verdad… no tengo ni idea. No estoy seguro de su naturaleza. Pero como te comenté antes, hay una corazonada que me dice que lo más urgente es que nos apertrechemos lo mejor posible para enfrentar lo que sea que se presente. Ah, mira. Ahí viene el coche.—

Luego de parar el vehículo y subir, ambos viajeros tomaron asiento en sitios un poco separados a causa de la falta de lugar. La conversación tuvo que cortarse de momento; empero, Igarashi continuaba pensativo.

Joshua miró a su acompañante de soslayo, al tiempo que se fijaba en el mapa para asegurarse de elegir la parada más conveniente.

—¿Estás bien?—

La pregunta pareció sacar al rubio de sus cavilaciones.

—Ehh, sí… Es solo que estaba pensando…— Introdujo el pelicorto, pero después bajó la voz al recelar de la gente a su alrededor. —Se me ocurre de todo, ¿sabes? ¿Y qué si senpai también tiene alguna habilidad de ese tipo?—

No era algo inverosímil. Makoto nunca había intentado dañar a ninguno de sus kouhais, o al menos así había sido hasta donde Joestar sabía. Pero eso no negaba la posibilidad de que si Kyo tenía algún don sobrenatural, hubiera hecho partícipe para entonces a su ex roadie, en el caso de que fuera una capacidad transferible. Inevitablemente, los paralelismos con un antagonista como Dio[2] se le venían a la mente al menor: un enemigo capaz de crear su propio ejército.

—Creo que es aquí.— Dijo el de Hokkaido, levantándose de su asiento para tocar el timbre. Después, miró al rubio. —No nos conviene preocuparnos de más pensando en eso ahora. Lo importante es que hasta este momento… no hemos sufrido ningún ataque. Pero con todo el pesar del mundo, me parece que habrá que desconfiar hasta de él… de aquí en adelante…—

Ambos hombres descendieron del vehículo a una distancia prudente del punto en donde se suponía que abordarían el segundo autobús, el cual los acercaría todavía más a la casaquinta del mangaka.

—Por cierto que… al final no me contaste cómo fue tu encuentro con Araki-sensei.— Anotó el de Tokio, una vez que el autobús se hubo alejado. —Ha de haber sido una experiencia…—

—Totalmente única.— Completó el menor, sonriendo después.

Luego, tras mirar el mapa por última vez se lo guardó en uno de los bolsillos y devolvió la atención hacia su amigo.

—No lo había hecho porque estaba esperando que me lo preguntaras. Quiero que esas cosas salgan de ti, para no sentir ni que sientas que te abrumo con ellas. Pero bueno, ya que deseas saber, te contaré. Total, todavía nos resta perder un poco más de tiempo aquí, en fotografías y esas cosas.—

—Soy todo oídos.—

 

***

 

Me había quedado pasmado. Apenas escuché aquella voz, que tanto y tan bien conocía pero que nunca se había dirigido a mí, sentí una mezcla de emociones jamás experimentada. ¿Uno de mis más grandes ídolos reconociendo por fin mi existencia? Desde el principio, mis stage names habían estado relacionados con mi serie de culto, lo cual por supuesto no significaba que mi carrera llegaría a oídos suyos alguna vez, y que por ende tendría el honor de conocerlo. Pero estaba sucediendo, aunque por una razón muy diferente, y como era lógico se me hacía prácticamente imposible de asimilar.

—Por favor, sensei… Escúcheme.— Repliqué, de la manera más respetuosa posible, al tiempo que por instinto levantaba las manos para hacer patente mi condición inerme. —Se lo ruego. No he venido con malas intenciones, pero esto ha tenido que ser así porque… no me quedaba opción alguna.—

Cuando terminé de voltearme en la dirección en que había escuchado que provenía la voz, descubrí a aquel talentoso hombre en ropa casual pero abrigada, quien todavía sostenía la puerta con la mano y me miraba con total incredulidad y sorpresa, aunque sin enojo. No me había cubierto el rostro, porque si bien decidí usar un enterizo que me procurara comodidad, de ninguna manera deseaba emular la indumentaria de un forajido. Llevaba el cabello suelto (rubio, a como lo tenía en ese entonces) y muy poco maquillaje.

—¿Qué quieres?— Volvió a preguntar el mayor, quien entonces desplazó su vista hacia la pequeña urna que contenía la flecha[3], con la intención de que yo me percatara de ello. —¿A qué has venido?...—

—Me llamo… Joshua.— Introduje, bajando las manos al haber comprendido que el maestro no portaba arma alguna, y que la expresión en su rostro era de duda más que de irritación. —Soy un gran admirador de su trabajo y… en este momento, me encuentro en graves problemas.—

—Con que Joshua, eh.— Apuntó él, y pude notar un destello de agrado por la coincidencia que, me imagino, percibió como no tan azarosa. —Oh, problemas. ¿Qué clase de problemas, jovencito?—

Tras decir aquello, el artista se adelantó un par de pasos hasta introducirse en la habitación. Acto seguido, colocó sus manos detrás de su espalda y continuó mirándome.

—Mi madre… falleció hace algún tiempo.— Dije, sabiendo que no habría manera de no mencionar el asunto en semejantes circunstancias, aunque no por ello sin menos amargura.

Había bajado la mirada, por lo cual no supe qué expresión tomó el rostro de Araki en ese instante. Seguidamente, me preparé para poder articular por encima del nudo que para entonces oprimía mis cuerdas vocales.

—Y la verdad es que se me está haciendo muy duro continuar sin ella. Necesito verla aunque sea una vez más…—

Al terminar mi réplica, me acerqué casi que automáticamente a la caja y estaba por llevar mis manos a ella. Pero el dueño de la casa volvió a pronunciarse.

—Joshua, espera. No voy a advertirte de los peligros de ese instrumento, porque me parece que estarás totalmente al tanto. Y tampoco servirá que intente persuadirte sobre que su existencia es en realidad un mito, porque me queda muy claro que has venido a buscarla con total convencimiento. Pero no la toques aún.— Me dijo, y después se acercó por uno de los costados. —Siento lo de tu madre, en especial porque pareces muy joven todavía. Sin embargo, antes de permitirte hacer una locura tengo que saber qué es lo que pretendes.—

Mis ojos se habían preñado de lágrimas sin que pudiera controlarlo, a pesar de que durante todo ese rato me mantuve en silencio. Desde que la afirmación saliera de mis labios, el efecto se gatilló con total independencia de mi voluntad.

—Ya le dije, sensei.— Contesté, en un hilo de voz. —No puedo seguir sin ella. Cada noche, cada siesta larga es una tortura; como si tuviera un demonio siniestro y pesado apoyado sobre el pecho. Conoce el famoso cuadro, me imagino.[4]

En ese momento, lo vi morderse el labio inferior. Entonces, aproveché el instante para pasarme los dedos por debajo de los ojos ­­­­–en aras de recoger las lágrimas que se habían desbordado–, y recomponerme.

—Escuche, Araki-sama: vine desde Tokio dispuesto a perder hasta la vida con tal de hallar una manera de verla nuevamente. El objetivo es uno, muy simple y único: quiero ver qué clase de stand puedo desarrollar si logro sobrevivir. Tengo la esperanza de que sea uno que me permita comunicarme con ella de una manera que jamás podría experimentar sin ese poder. Y no, no me importa morir en caso de no ser digno… ¿Lo comprende ahora?—

El hombre permaneció en silencio pues sus labios no se separaron; empero, sus ojos se clavaron en mí con enorme asombro. Sí, estaba sorprendido, pero probablemente era mayor el sentimiento de pasmo y sobrecogimiento. Era como si hubiese estado pensando en decirme muchas cosas, todas las cuales se volvieron inútiles al escuchar mis razones y mi resolución.

—Maestro… Por favor…—

Con un gran suspiro, el pelinegro bajó el semblante.

—Está bien, muchacho.­— Concedió, por fin. —No puedo negarte lo que pides, pues ¿quién sería yo en realidad si aliento a chicos y chicas a través de mi obra, pero cuando está en mis manos ayudarles a construir sus alas, me ganan mis escrúpulos? En la vida siempre hay riesgos, no hay camino que no los tenga, y tú ya has tomado tu decisión. Así que lo haré, te ayudaré. Porque has confiado en mí.—

—Desde que era un niño.— Agregué, con un regusto dulce y agradecido, a pesar de que continuaba sintiendo aquel nudo producto del dolor y la expectativa.

Acto seguido, Araki-sama se acercó a la pequeña urna, la abrió y extrajo de ella la flecha dorada.

No pasó demasiado tiempo antes de que adoptara el ademán necesario para clavarla, momento en el cual volvió a hincar sus pupilas en mi rostro.

—Joshua-kun… ¿Estás listo?— Inquirió con una determinación casi marcial; la cual, al contrastar con su tono usual, reconocí como un recurso análogo a la colocación de un hachimaki[5]. Y antes de que yo pudiera contestar, el mangaka agregó: —Debes saber que si mueres, figurarás como desaparecido hasta el fin de los tiempos. Poseo una manera de disponer de tus restos mortales sin que ello me condene, a la vez que confío en que fuiste lo bastante cauto como para no contarle a nadie acerca de tu travesía. ¿O me equivoco?—

En aquel instante, pensé en mis amigos y en mis compañeros de banda; especialmente, en Andy, Wajow y Kaede. El hermano mayor y primer amor de adolescencia; y, en segundo lugar, ese que parecía más chico y que tanto me hacía reír con sus bromas e historias. Finalmente, en aquel gran músico de sesión que sin pregonarlo demasiado, se encargó de ver por cada uno de nosotros cuando decidimos por fin convertirnos en un acto estable.

Imaginé sus reacciones al leer los titulares en los diarios, su posible tristeza y el pesar con que tendrían que renunciar a sus sueños cifrados en The Gallo. En aquel momento, no existía nadie que me importara más que ellos, si bien era consciente de que resultaba terriblemente egoísta admitirlo, pues para entonces tenía algunos fans que sé que también me habrían echado de menos.

En todo caso, mantuve mi vista firme hacia el frente.

—No le conté a nadie, así que no se preocupe. Y en el camino hacia acá, también hice todo lo posible por despistar, en caso de que alguien me estuviese observando. Me encuentro totalmente en sus manos.—

 

***

 

A la vera de un frondoso árbol que cobijaba parte del parapeto divisorio entre el camino y la entrada al Monumento, Joestar e Igarashi se tomaban unos minutos para departir y refrescarse.

—Pienso que fue la mejor manera de decírselo.— Apuntó el más joven, al tiempo que con la cucharilla hacía lo posible para evitar que su helado se resbalara por los costados de la rebosante copa.

En aquel momento, se refería a la forma en que ambos vocalistas le comunicaron a su senpai que saldrían juntos de viaje, la cual consistió en hacerle una llamada desde casa del rubio, durante la cual los tres estuvieron a la línea.

—No quería que pensara que estaba resentido con él por lo de la otra noche, si bien tú sabes…—

—Que te afectó.— Completó Rei, llevándose a los labios un bocado de su postre. —Obvio, es lógico que haya sucedido. Yo también me habría sentido muy mal. Y me habría cabreado mucho.—

Entonces, Joshua sonrió de lado.

—¿Tú? Oh, pero no. ¡No te creo capaz!—

—Ya cállate, majadero.— Tras una pausa para reír entre dientes y tomar un poco más de helado, Igarashi miró al menor. —¿Te sientes… mejor ahora?—

El pelifucsia asintió con la cabeza.

—Y tú… ¿sigues molesto con Gara-san por lo que te conté?— Inquirió Joestar con precaución, pues sabía que aquel era un asunto delicado.

Entonces, el cantante de Marco dejó escapar un suspiro cansino.

—Jojo, tú sabes bien que no puedo enojarme con él. No me sale; no realmente. A veces incluso me pregunto si aquel día, de haber sido su voluntad, me habría dejado matar…—

Los ojos del mayor se dirigieron hacia el semblante del chico de los numerosos piercings faciales con un atisbo de culpa.

—Ya sabes… Si hubiese decidido cometer una barbaridad mientras me endulzaba el oído o me acariciaba… Pero en fin. La duda es conmigo, con mis reacciones y actitudes. Por el contrario, jamás habría dejado que te lastimara en serio.—

El de Hokkaido mantuvo sus ojos puestos en aquellos orbes almendrados. De igual manera que para el más bajo, aquel día en que ambos por fin se conocieron quedaría indeleble en su memoria, y aun en ese momento era para él como si casi no hubiera transcurrido tiempo desde que sucedió.

—Tú también… eres un Sacrificio.— Mencionó, sin reparar mucho en que lo dicho había sido un pensamiento en voz alta.

De inmediato, sin embargo, el pelifucsia sintió una punzada amarga, la cual lo obligó a desistir de aquella conclusión en su interior.

—Bah, ¿¡pero qué estás diciendo!?— Acotó de repente, subiendo el tono y tiñendo la voz de un dejo animado. —¡Makoto-san jamás me habría herido en verdad!—

Empero, Rei se mantuvo serio.

—No en sus cabales. Pero si llegara a perder el juicio… por alguna razón externa, me temo que no podríamos estar tan seguros.—

Después de un rato en el que ambos viajeros aprovecharon no solamente para terminar de degustar su helado, sino también para hacer las últimas fotografías del hermoso Osaki Hachimangu[6] y buscar un tocador, llegó la hora de abordar el segundo autobús.

Poco a poco, y conforme se acercaba el momento de visitar por segunda vez aquel peculiar tabernáculo de sus devociones, Joshua se sentía más y más intranquilo. Así fue que, en el momento preciso, el cantante venido del norte decidió bajarse junto con su amigo dos paradas antes de lo necesario.

—¿Estás seguro?— Preguntó el pelicorto aun después de descender del vehículo, con una ceja enarcada. —Me parece que el punto que vi señalado en el mapa quedaba un poco más adelante…—

—No. Lo que sucede es que se me había olvidado comentarte que antes de salir vi la indicación de un atajo. Así no tendremos que volver a aplicarnos bloqueador dentro de un rato, porque este maldito sol amenaza con derretirnos como si estuviéramos en Egipto…—

El tiempo transcurrido durante los siguientes seiscientos metros fue la gota que derramó el vaso para Igarashi. El mayor se percató de que Jojo no se había desviado del camino principal, sino que continuaban andando por exactamente la misma senda que el autobús también había seguido en su ruta acostumbrada.

—O te detienes y me dices qué carajo está pasando, o me pido un taxi y me largo.— Declaró el mayor, tajante.

Pero ante la falta de respuesta de su compañero, quien se había detenido de espaldas delante de él, Rei se allegó un par de pasos.

Joshua seguía inmóvil.

—Oye, no me asust…—

—Vete. — Pronunció el más joven, todavía sin voltearse.

El tokiota no pudo menos que abrir los ojos a causa de la extrañeza.

—Tienes toda la razón: deberías irte. Perdóname por haber insistido para que vinieras hasta aquí.—

Rei aseguraba odiar las bromas y la risa tonta del más chico, incluso después de desistir de sus supuestas desavenencias e incurrir de buen grado en aquella relación de naturaleza jamás antes experimentada, gracias a la cual compartían muchísimo de su tiempo. Pero lo cierto era que cada vez que Jojo se comportaba de manera distinta, una naciente preocupación se albergaba en el interior del mayor. Una disconformidad inquietante, especialmente tras haberlo visto legítimamente triste y vertiendo lágrimas aquella aciaga mañana en su departamento.

—Ni hablar.— Repuso el de menor estatura, llevando la diestra al hombro ajeno. —Si estás totalmente convencido de eso y es lo que quieres en realidad, te volteas en este instante y me lo dices a la cara.—   

Joestar se volteó lentamente, evidenciando con su movimiento lo mucho que le costaba abandonar su postura. Cuando por fin su semblante estuvo en dirección del de su interlocutor, el líder de Marco notó las lágrimas apiñadas en los orbes ajenos, y ese efecto rojizo en sus mejillas: señal inequívoca de su deseo de llorar.

—¿Qué pasa? — Insistió el mayor. —¿Por qué cambias de opinión tan de repente, después de haber hecho todos los esfuerzos para que viniéramos?—

En aquel momento, Igarashi moduló su tono para no sonar tan duro, pues evidenciaba lo mucho que un motivo en apariencia repentino y desconocido para él estaba afectando al más joven.

—Jo-chan…—

—Soy un imbécil y un egoísta.— Replicó el pelifucsia, reteniendo los pequeños resuellos que acompañan las lágrimas.

Nuevamente se hizo un silencio, durante el cual el rubio se dedicó a observar a su amigo en aras de hallar alguna otra pista sobre el comportamiento del más chico. Pero Jojo rehuía sus ojos, siendo incapaz de mirarle de frente y fijamente, como casi siempre lo hacía.

—Bueno, a lo primero definitivamente no hay mucho que hacerle.— Ante la chanza del mayor, ambos hombres sonrieron; el de Hokkaido, además, se llevó la mano a los labios para cubrir parcialmente el mohín. —Pero… no. No eres egoísta. Has estado compartiendo conmigo todo lo tuyo desde el primer momento. Así que lo siento, pero no puedo admitir que digas semejante cosa.—

Joshua entonces hizo ademán de cruzar los brazos, adoptando al final una postura que más bien era un abrazo a sí mismo, y que Rei identificó como pensativa y consoladora a la vez.

Después de unos segundos, el pelilargo habló por fin.

—Ahora mismo no sé si el deseo de apartarte del mal que tanto temo es o no egoísmo, pues quiero que vivas, y que por ningún motivo suceda como sucedió con ella. Pero al fin y al cabo, no puedo negar que no quiero que te pase nada porque, de ser así, yo te extrañaría… y me moriría de pena.—

Una atrevida lágrima resbaló por su mejilla, la cual el chico recogió rápidamente con el dorso de su dedo.

—Sin embargo, si te pido que te quedes y te sumes a mí en esto, me siento egoísta también porque es como si no pensara en tu bienestar…—

El rubio del tatuaje de la hannya sintió un pálpito muy fuerte en su pecho, al caer en cuenta completamente de la razón tras la preocupación de su amigo. Asimismo, resultaba muy claro para él que no era la primera vez en que la posibilidad de que las cosas salieran mal le saltaba a la cara, pero comprendía la responsabilidad que atormentaba al menor al ser el autor de la iniciativa no solo del viaje, sino del objetivo en sí que les había llevado hasta ese lugar.

—La primera razón por la que no eres egoísta es porque todos tememos que a nuestros seres queridos les ocurra algo por miedo a perderles, a dejar de tenerles en nuestra vida. No existe otra manera de amarles.— Dijo el de más edad con tranquilidad y total convencimiento. —Y la segunda, es que estoy aquí por mi propia voluntad y deseo. Me encuentro perfectamente al tanto de que puedo morir al ser herido por la flecha en el intento de generar un stand; o si sobrevivo a eso, de la posible batalla en que nos enfrentemos con lo que demonios sea Nishimura-san en realidad… Aun así, accedí a tomar el riesgo y venir. A no dejarte solo en este asunto.—

Durante todo el parlamento, el pelifucsia no había separado sus pupilas del semblante del mayor, escuchándole atentamente y captando cada uno de los gestos ajenos. Poco a poco, su abrazo se había deshecho y sus extremidades acabaron posicionándose con normalidad a los costados de su torso.

El mayor se acercó y tomó la diestra de Joestar para atraerlo hacia su cuerpo.

—Estoy convencido, Jojo. Como lo estuviste tú diez años atrás.—

Sabiéndose con la necesaria privacidad al estar solos en medio del camino en ese momento, el decidido rubio rodeó la cintura del más joven y –sin despegar la mirada del rostro del chico– hincó sus orbes una vez más en aquellas queridas ventanas que sin escrúpulo ni vergüenza le permitían ver hacia el interior con total libertad. Hacia esos ojos tan únicos como no había conocido jamás.

Acto seguido, allegó el semblante al del otro vocalista buscándole los labios, pero justo antes de unirlos con los suyos completamente, los rozó al tiempo que susurraba.

—Estamos haciendo esto por alguien que ambos amamos muchísimo.—

 


[1] Hol Horse es un antagonista menor del tercer arco de JJBA (Stardust Crusaders), mientras que Guido Mista tiene un rol coprotagónico con la mafia de Passione al mando de Bruno Buccellati, a lo largo del arco quinto (Vento Aureo). Ambos personajes poseen habilidades que implican pistolas, y de ahí el comentario de Joshua.

[2] Dio Brando, antagonista de los arcos primero (Phantom Blood) y tercero (Stardust Crusaders) de JJBA. Mencionado ya en la precuela Daitoua Mahoujin por Rei, al comparar el odioso carisma que para entonces percibía en Joshua con el del célebre personaje de Araki.

[3] El arco y la flecha, usualmente referidos solamente como “la flecha”, son objetos poderosos dentro del universo de JJBA. En resumidas cuentas, habría varias de ellas, las cuales fueron talladas in illo tempore a partir de rocas contaminadas de un virus alienígena, por un hombre que deseaba poderes sobrehumanos. Tal virus tendría la capacidad de despertar habilidades increíbles en criaturas vivientes que fuesen infectadas por él.

[4] Alusión a La pesadilla de Henry Fuseli, conocido también como El íncubo.

[5] Bandana o cinta que se colocan los japoneses en la frente cuando acometen una tarea, y que cumple con el objetivo de infundirles fuerza o valor, al ser un símbolo de esfuerzo y constancia.

[6] Santuario sintoísta en Aoba-ku, prefectura de Miyagi. Su edificio principal es Tesoro Nacional de Japón.


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