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JoJo's Bizarre Visual Adventure: Rebirth of the Ouroboros por metallikita666

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“El columpio balanceándose, los niños riendo

Los cantos agudos de las cigarras traen recuerdos

Y tu sonrisa trae de vuelta lágrimas

Siempre alargo mi mano hacia ti en mis sueños

 

¡Aquí, demonio! ¡Donde resuenan las manos!

¡Aquí, demonio, atrápame!

¡Aquí, demonio! ¡Donde resuenan las manos!

¡Aquí, demonio! Mátame.” Marco / “Natsuyuki” [1]

 

Al otro día, todos los huéspedes de la residencia de veraneo de los Araki se levantaron a media mañana para disfrutar de un nutrido desayuno en la terraza, aprovechando el cálido y soleado clima. Transcurrida la comida, el mangaka habló con su familia para pedirles que no los interrumpieran a él y sus invitados, pues estarían en el salón contiguo tratando asuntos muy importantes.

Los tres hombres vestían hakamas[2] acompañadas de kimonos ligeros. Los de Jojo y Rei eran informales; mientras que el que llevaba Hirohiko, a rayas negras y blancas.

Cuando estuvieron sentados en seiza frente a frente y con la cajita de cristal que resguardaba la poderosa arma en medio de ellos, el anfitrión suspiró antes de levantar la mirada y colocarla en las de sus interlocutores.

—Bien, muchachos… Ha llegado el momento.—

Acto seguido, abrió la urna y tomó la flecha con ambas manos, poniéndose en pie instantes después. Los más jóvenes le imitaron tras haber asentido silenciosamente con sus semblantes.

El pelinegro caminó un par de pasos hacia donde estaba Igarashi, pero se detuvo para corregir la ubicación de Joshua, quien continuaba al lado del rubio.

—Detrás de él, Jojo-kun, y coloca una mano en su hombro. Tu deber será sostenerlo cuando se desvanezca.—

Antes de obedecer, los vocalistas cruzaron miradas por última vez. Si bien los ojos de Jojo gritaban por él su consternación e incertidumbre, el arrojado gesto del tokiota –decidido y estoico, pero no por ello menos profundamente conmocionado– le prohibió articular una sola palabra. De la misma manera, fue sin voz y con los labios que el cantante de Marco prometió solemnemente regresar.

Cuando Jojo colocó la mano sobre el hombro ajeno, sus dedos temblaron dos o tres veces. A la cuarta tregua que diera el conocido reflejo, Araki perforó con el puntiagudo filo el pectoral izquierdo de Rei.

El esperable grito de dolor fue reprimido con bravura y cubierto por un resuello violento, luego de lo cual los ojos del rubio se velaron a causa del sobrenatural resplandor y el aturdimiento. El cuerpo del vocalista fue recibido por su amigo, quien –aunque también un poco enceguecido– descendió lenta y gravosamente hasta arrodillarse, para así acoger al mayor en el regazo.

 

El músico del tatuaje de la hannya despertó en un cuarto de hotel. De esos en los que tantas veces le había tocado pasar las noches, ya fuera por trabajo o por andanzas bohemias de variada índole. Modesto, suficiente; con una cama de dos plazas y una mesa de noche a cada costado.

De lo primero que se percató fue de que se le hacía difícil captar todo el paisaje a la redonda, pues tenía algo sobre el rostro. Al llevarse las manos hacia este, notó gracias a las yemas de sus dedos que se trataba de una careta. No obstante, cuando intentó sacársela, se asustó al advertir que aquello no era posible, pues parecía como si la máscara estuviese integrada a su propia faz.

Nervioso –aunque esforzándose por mantener la calma debido al compromiso consigo mismo de hacer lo posible por controlar sus emociones–, viró hacia los lados para ganar una mayor perspectiva del aposento que ocupaba; tanto como se lo permitiesen los restringidos agujeros que antecedían sus ojos. Luego de unos cuantos segundos de estudio, determinó por fin que en una de las esquinas del cuarto había un espejo de pie, apto para reflejar el cuerpo completo de una persona.

Ayudándose con su sentido del tacto se incorporó rápidamente, puso los pies sobre el suelo y fue hasta donde se hallaba el cristal. Una vez ahí, le impactó atestiguar que la careta que tenía delante del rostro no era otra que una hannya. Empero, tras llevar la vista a su torso desnudo y fijarla en su hombro derecho, lo que verdaderamente le produjo un tremendo desconcierto fue notar que el tatuaje que tenía con aquel motivo había desaparecido. La enredadera con espinas[3] ubicada debajo de donde debía estar la máscara continuaba allí, pero la tradicional careta estaba ausente.

Era como si la máscara hubiese desaparecido de su hombro para hacerse real y calzar en su cara, adoptando además un color rojo. La momentánea explicación, si bien alivió un poco la incertidumbre del instante, no fue suficiente para apaciguarle del todo.

¿Por qué se encontraba en aquel cuarto? ¿Con quién había ido hasta allí? ¿Se trataba de Jojo; de Gara-senpai, acaso? ¿O tal vez, de sus compañeros de banda?

Una voz a lo lejos lo sacó de su nervioso ensimismamiento.

—Rei… Rei-kun.—

Era ella, no cabía duda.

—¡Saori! ¡Sao-chan! ¿Dónde estás?—

El vocalista se volteó de espaldas al espejo y movió tanto el cuerpo como la cabeza en busca de algún indicio en el aposento, fastidiado por el objeto que molestaba su visión.

—¡Saori, por favor, responde! ¿Dónde estás? ¡Háblame de nuevo!—

No hubo más manifestaciones, pero apenas paseó la vista por el suelo alfombrado del cuarto, el rubio notó que había ropa tirada. Ropa que parecía ser suya, la que le faltaba en el torso; pero también, ropa de mujer, tanto externa como interior.

Igarashi se allegó hacia donde estaban las prendas; se agachó y tomó las que parecían ser de chica. Las miró cuanto pudo y las acercó a su nariz. No había duda, era el aroma de su compañera de sello; aún lo recordaba perfectamente.

—Nena, por favor… ¡Dime dónde estás! Esto me está asustando… ¿Qué fue lo que sucedió?— Decía el vocalista, complementando las preguntas con pensamientos en voz alta. —¿Estás bien? ¿Pasó… algo?—

Mientras esperaba réplica, volvió a llevarse la blusa hacia los agujeros de la máscara que cubrían sus fosas nasales, y así aspirar de nuevo aquel suave y natural perfume femenino. Empero, en ese momento se percató de que la prenda no estaba seca. Había algo frío y mojado sobre ella.

Horrorizado, cayó en cuenta de que se trataba de sangre.

—¡No!... ¡No, no, no! ¡Dios mío, no!— Exclamó el hombre maquinalmente, sintiendo el rostro caliente. —¿¡Qué… demonios fue lo que hice!? ¡Qué carajos pasó aquí!—

El de Tokio se volteó entonces hacia la cama, sin tener claro por qué lo hacía, pero con la instintiva certeza de que ahí hallaría respuestas.

El lecho que había estado perfectamente tendido cuando él despertó se hallaba todo revuelto en ese momento; y peor aún, manchado también de violento rojo.

Inesperadamente, la voz de la bajista volvió a escucharse.

—¿Qué es lo que temes… Rei? ¿Por qué te asustas?—

—¡Dime, por dios! ¿Fui yo que te hice daño?—

Si bien había perdido toda esperanza de que la chica se volviera a comunicar, respondió por instinto, levantándose de donde estaba. De nuevo, movió la vista hacia todos lados. La maldita careta era insoportable.

—¡No recuerdo nada de lo que sucedió, pero necesito saber que no cometí ninguna estupidez!—

—No… No es a mí a quien has hecho daño. No es a mí a quien lastimaste.—

Por un instante, y aunque la situación seguía sin estar del todo clara, el vocalista de Marco suspiró aliviado.

—Esa ropa no me pertenece… Mírala bien de nuevo.—

El tokiota clavó sus ojos de nueva cuenta en la que estaba seguro que era una blusa blanca de seda para mujer. Pero sin que pudiera decir cómo o a partir de cuándo, advirtió que lo que sostenía entre sus dedos era un bóxer a rayas, ligeramente holgado, el cual también estaba manchado de sangre.

Una prenda interior de hombre. De Joshua no podía ser, pues siempre utilizaba femenina y de la más pequeña. Suya, tampoco; sus preferidos eran los shorts ajustados. Solo restaba que perteneciera a…

Senpai.—

Sus labios se movieron solos antes de que su cerebro pudiera procesarlo. Segundos después, el nerviosismo era desesperación.

—¡Gara-sama! ¡Gara-senpai, no!—

Rei se levantó de donde estaba y recorrió la pieza, verificando cada una de las esquinas y rincones. Solo le faltaba revisar el maldito baño, el cual había dejado de lado muy a propósito desde sus primeras sospechas, al temerse un espantoso espectáculo en la bañera. Pero ya no podía más.

Corrió hacia aquella puerta y se aprestó a abrirla con furia, jadeando y con los ojos envueltos en lágrimas: las cuales, para colmo de males, la condenada careta le impedía retirar. Tomó el pomo con la mano y giró la muñeca con fuerza.

Pero de pronto, la puerta que habría jurado que era la del baño resultó que daba al pasillo, y detrás de ella estaban Akira y Shunsuke. El guitarrista todavía conservaba la mano levantada y el puño formado, en claro ademán de haber estado a punto de golpear la madera.

Ambos le miraron atónitos. Observaron su semblante y después dirigieron la vista a la prenda interior que continuaba en su mano izquierda.

—Rei, ¿qué te pasa?— Inquirió Shunsuke, observándolo fijamente al rostro.

Igarashi creyó que a continuación el bajista le preguntaría por el accesorio que portaba sobre la cara, pero la siguiente interrogante le confirmó que la máscara era invisible para ellos.

—¿Por qué estás… llorando?—

Akira intervino de inmediato, impidiendo la respuesta del rubio.

—¿Qué es eso que tienes ahí?—

El cuestionamiento rompió el contacto visual entre Rei y Shunsuke; quienes, dada su mutua afinidad, muchas veces lograban comunicarse mejor sin palabras.

—Rei, tú… ¿Te acostaste con un hombre?—

El cantante sintió un escalofrío que le cruzó la columna. Los ojos de Akira se clavaron en él como dura sentencia, haciéndolo titubear.

Entonces, el guitarrista bajó un par de veces la mirada hacia la prenda que continuaba en posesión de su compañero. Otras tantas, miró hacia la cama deshecha.

—N-no… No, claro que no.— Igarashi dio un paso hacia atrás, como si la presencia de los otros dos representara una amenaza. —¡Por supuesto que no!—

—Pero todo esto… Oh, y llevas encerrado desde ayer.— Anotó Shunsuke. Si bien de una manera más suave y comprensiva, igual de indignante para el tokiota en aquellos instantes. —Y los ruidos…—

—¡Que no, joder! ¡He dicho que no! ¿¡Qué acaso no lo entienden!?—

“Perro maldito. ¿Cómo te atreves a negar a senpai?”

Lo que le faltaba. Que encima de todo, una vocecita en su mente se pusiera a jorobarlo. ¿Sería Jojo, acaso? ¿O era su propia conciencia la que escuchaba? A esas alturas, resultaba demasiado difícil saberlo con certeza.

“¡Díselo! ¡Diles que se trata de Gara-sama! ¡Hombre, cualquiera podría entenderlo!”

La cara le ardía, y los dientes por poco le castañeteaban. Deseando entonces que la máscara fuera visible, el rubio se apuró a contrarrestar semejante calumnia.

—Está bien, ¡sí, estuve con alguien!— Exclamó, apretujando la tela que continuaba en su poder. —¡Pero obvio que no se trata de un tipo!—

Entonces, Akira sonrió con burla y autosuficiencia.

—Oh, ya veo… Eres de los que gustan de las “aventureras”.— Las dos últimas palabras dolieron más que cuchillas. —Gente que no sabe ni qué es, y que va de un lado hacia el otro… ¿no? Aun así, eso no explica la sangre. ¿¡Qué le hiciste?!—

Por supuesto que no cabía duda de por qué ella se había ido con él. A la luz estaba quién sabía diferenciar perfectamente una cosa de la otra: lo correcto y lo inaceptable. Iluso de sí mismo que creyó que alguna vez volvería a ser la elección de alguien. Que alguna vez, de pronto, alguien podría tomárselo en serio. Al final de cuentas, no era en nada diferente a aquellas chicas chillonas y exasperantes; e incluso peor, porque él ni siquiera era capaz de aceptar su devoción.

—Rei-kun, ¡entiéndelo! ¡Nos preocupa!— La voz del bajista de Marco se oía a lo lejos. —¡Cuando tú te descontrolas, pierdes la noción de lo que haces!—

Deseando con todas las fuerzas de su alma que la careta pudiese también estorbar su audición, el vocalista cayó de rodillas. Liberó su mano, sin importarle ya la naturaleza de aquella prenda o si estaba manchada de sangre, y se cubrió los oídos.

Sus lágrimas brotaban dolorosas e incontenibles.

—Ya basta… ¡ya no puedo más! ¡Cambia, por favor! No quiero estar aquí… ¡Sácame de este lugar!—

 

—Joshua, hijo… ¿De verdad estás bien?—

Hirohiko, si bien recordaba algunos de los tics nerviosos del chico, comenzó a preocuparse al verlo tan inquieto. Parecía como si los segundos se le hicieran minutos; y los minutos, horas. Como fuese, el de Hokkaido no se había separado de su compañero y continuaba atento a la intensidad de todas las señales en el cuerpo ajeno: los movimientos de manos y dedos, la tensión en la frente, su respiración. Y hasta el vaivén de los globos oculares bajo los párpados.

—Sí, sensei. No se preocupe…— Contestó el pelifucsia, aunque por supuesto, no sonó demasiado convincente. —Yo nunca había presenciado algo así, por lo que se imaginará que no tengo idea de cuánto pueda llegar a tomar, o cómo es que se presenta el desenlace. No sé si asumir que ya ha pasado demasiado; o si, como me sucedió a mí, creer que todavía falta tiempo. En todo caso, me cuesta armarme de paciencia y relajarme, dado que no soy yo el involucrado. Sinceramente, no sé si pueda resistir todo lo que sea que falte…—

Araki suspiró. No obstante, antes de pronunciar palabra alguna, se dirigió a una de las esquinas para tomar un almohadón, con el cual se acercó a ambos visitantes.

—Ven, ayúdame a recostar aquí a Rei, porque si sigues en esa postura te vas a fatigar sin ningún sentido.— Dijo, y luego fue asistido por el cantante de The Gallo para llevar a cabo lo propuesto.

Jojo se separó por fin de su amigo, pero continuó con la diestra ajena entre sus manos.

—No sé qué idea te hayas hecho mediante el manga y tus propios recuerdos… Pero si bien la duración del proceso es particular en cada caso, nunca toma demasiado. Con lo cual te quiero pedir que te calmes, porque tu amigo todavía se encuentra dentro del tiempo esperable.—

A pesar de sentir un gran alivio gracias a las palabras del artista, Joestar se quedó atónito. Según lo que recordaba, podría jurar que el desarrollo de su propio stand le había tomado mucho más que tortuosos y largos minutos. Al recuerdo de la ensoñación que conservaba indeleble, le sumaba un oscuro período de inconciencia letárgica; un sopor que –si bien era diferente de la postración desesperada que ocasionaba la parálisis del sueño– estaba casi seguro que significó un rato considerable. Pero que, en todo caso, resultaba imposible de calcular.

El pelifucsia soltó la mano del cantante de Marco para unir las suyas e intentar cesar un poco el movimiento involuntario de sus dedos. Al mismo tiempo, continuaba reflexionando en torno de las palabras del mayor.

—Pero dígame, sensei… ¿Cómo puede ser eso? ¿Cómo puede ser que una experiencia que parece tan prolongada tenga lugar tan rápidamente… en el plano físico? Una experiencia que se siente… tan real…—

Después de un solemne instante de silencio, evidentemente motivado por su propio recuerdo, el más joven alzó la mirada.

—Aunque ahora que lo pienso, es verdad… Usted nunca dijo nada sobre la experiencia interna de quien transita ese paso; lo que ve, lo que oye. Es un desafío al espíritu, pero no hay manera de imaginar lo que cada uno percibe durante esos instantes.—

Hirohiko no pudo evitar sonreír enternecido. Diez años habían pasado, pero si bien ni siquiera en aquel entonces lo había conocido de pequeñito, había algo en Jojo que siempre le recordaba a un niño maravillado por sus historias; las cuales, esperablemente, no comprende del todo a esa edad. Aquel era un hombre crecido, de eso no cabía duda, pero el alma infantil que poseía continuaba intacta en muchos sentidos. A falta de descendencia masculina, el chico le hacía pensar en el hijo varón que nunca tuvo; e incluso, le recordaba mucho a sí mismo cuando era un crío.

—Bueno, verás.— Empezó el anfitrión, acomodándose de nueva cuenta en el suelo frente a Joshua. —Probablemente, la mejor manera de entenderlo sea compararlo con un sueño. En ellos, vemos situaciones que en la vida real tomarían más tiempo del que nos parece a nosotros que estuvimos dormidos. Ahora bien, respecto de lo otro que mencionas…—

El tono del mangaka se tornó un tanto dubitativo, lo cual no evitó que se le escapara una risita. No deseaba sonar como un mentiroso y menos en una circunstancia como esa, pero la sola idea de que estuviera cuidando sus palabras con un seguidor ya grandecito no dejaba de hacerle gracia.

—Los autores nos tomamos licencias, lo cual no significa que todo lo que haya dicho en el manga sea inexacto. Es decir, recordemos que tú, yo, y esperemos con toda convicción que Rei-kun también, somos de los escasos privilegiados que han llegado a conocimiento de este prodigio.—

Poco a poco, la voz del mayor se tornaba firme, efecto que fue haciendo caer en cuenta al pelifucsia de que no había razón alguna para perder las esperanzas.

—Así pues, nadie tendría razones para discutir que este lapso sea más o menos acertado. Nos guste o no, solamente existen dos bandos: el de los que lo hemos resistido, y el de los que no vivieron para contarlo. En cuanto a Rei-kun, tú lo trajiste hasta acá, Joshua. Tú eres quien conoce su alma.—

—Y sé que resistirá. Estoy seguro de que volverá. Si hay alguien terco en este mundo… es él.—

Araki asintió con un movimiento de cabeza.

—Ganar esta batalla es solo el principio; lo sabes tú mejor que nadie. Después, resta alcanzar la armonía para ponerte en paz con tu propio espíritu, hasta ser verdaderamente Uno.—

 

Una suave caricia rozó su hombro derecho cual gentil llamada a la vigilia. La conciencia poco a poco se fue asentando, como un reloj de arena que, pacientemente y grano a grano, forma su duna. Las terminaciones nerviosas de su piel le informaron que la temperatura era agradable; y su sentido de la ubicación, que estaba sentado.

Pero la superficie no parecía estable. Gracias al apoyo de sus pies sobre el suelo notó que se encontraba en un columpio, y que por inercia había empezado a mecerse. Lo último fue develar los ojos y mirar a su alrededor.

Aquel lugar era un parque para niños; empero, se hallaba completamente solo. El día estaba soleado pero, oh prodigio, el objeto con textura de pluma que acarició su piel al inicio no había sido otra cosa que un copo de nieve. Uno de los muchos que cubrían el césped del parque, las ramas de los árboles y los juegos infantiles. Uno de esos que también se habían posado sobre su cabello, en el hakama que vestía y sobre su torso desnudo.

Era nieve, pero no hacía frío.

¿Cómo podía ser? Según sus recuerdos más recientes estaban en verano, pero aquella sensación de ensueño parecía demasiado atemporal como para fiarse de lo que su memoria le reportaba. La ubicación del parque mismo le era difícil de determinar, pues lucía demasiado genérico como para reconocerlo con exactitud: los juegos de siempre, el césped convencional; edificios que se encuentran en todos lados. De pronto, y gracias a la inspección visual, se percató de que una silueta había aparecido a lo lejos.

El corazón del rubio dio un vuelco cuando por fin le fue posible reconocer a quién pertenecía la figura. Saori Takahashi se dirigía hacia él envuelta en un gabán de invierno.

De inmediato, Igarashi se levantó del columpio y dio unos pasos en la dirección en que venía ella. El repentino movimiento sobre los geta que poco acostumbraba usar se tornó inestable, pero lo que más le apenó fue no tener con qué cubrirse la parte superior del cuerpo.

—Rei-kun. Hola.—

—¡Sao-chan!— Exclamó él, acercándose luego de que la joven se detuviera a cierta distancia. Necesitaba verla de cerca. —¡Qué alegría… ver que estás bien! Dios, tuve tanto miedo…—

La chica sonrió reposadamente mientras miraba al vocalista a la cara.

—¿Miedo? ¿Por qué?—

De repente, el cantante de Marco dudó de si esa representación de su amiga tendría conexión alguna con las percepciones anteriores que había tenido de ella, y con las cuales había interactuado. No obstante, fueron sus siguientes palabras las que le hicieron caer en cuenta de que estaba todavía más vinculada de lo que él había creído en un principio.

—Mírate: tienes el rostro libre. Oh, y fíjate también en tu hombro.—

Era cierto. Ya no tenía careta alguna que le estorbara la visión. Habían pasado escasos instantes, pero era como si en tan poco tiempo se hubiese acostumbrado a la restricción que los agujeros de la máscara le imponían; tanto, como para no notar que al fin era libre. Su asombro aumentó cuando advirtió que el tatuaje de su hombro derecho estaba completo y que era el mismo de siempre.

—No sé… ¡No lo sé! ¡Todavía no entiendo lo que sucedió!— Repuso él, refiriéndose a la interrogación que le hiciera la dibujante momentos antes.

El lugar y el paisaje le habían ayudado a relajarse momentáneamente, pero poco a poco comenzó a recordar la escena en el cuarto de hotel.

—Sao, soy un monstruo… Un ser despreciable. Negué a senpai repetidas veces, e incluso dejé que Akira se burlara indirectamente de Jojo… No valgo nada.—

La chica se adelantó hasta quedar totalmente de frente al tokiota. Entre otros motivos, para entrar en el rango de visión ajeno luego de que él agachara la cabeza. Una vez que la miró, la muchacha volvió a sonreír amablemente, llevando su mano hacia el hombro desnudo del mayor, para posteriormente deslizar el dorso de sus finos dedos sobre aquel brazo. La agradable caricia le provocó al cantante un pequeño escalofrío.

—Linda… ¿por qué vas abrigada? Si no hace frío.— Inquirió Igarashi, cayendo en cuenta de aquel extraño contraste. —A pesar… de esta nieve. Esta extraña nieve de verano.—

Ella ensanchó su sonrisa, sin dejar de observar lo que hacía su mano.

—Rei-kun… ¿Sabes qué es esta nieve?—

De pronto, la pregunta sonó extraña. ¿Qué era la nieve, si no eso mismo? ¿Agua condensada? El rubio, confundido, frunció ligeramente el entrecejo.

—Ella representa la gélida pared que has construido para distanciarte de tus verdaderos sentimientos y deseos. Ahora mismo, se desvanece poco a poco y cae. Pero a pesar de eso, aún nos hace sentir muchísimo frío a todos.—

El vocalista estaba estupefacto. La bonita muchacha decía tales cosas, tan penosas y lacerantes, como si estuviera tratando el asunto más sencillo y casual del mundo. Como si ella misma, a pesar de su sinceridad y pesadumbre, se viera apaciguada por la firme creencia de que esa pared acabaría cayendo.

—Jojo-kun, Gara-sama, Rutta, Wajow, Shunsuke-kun y hasta Akira. Sí, Rei; a Akira lo has subestimado. O mejor dicho, te has convencido de algo de lo que ni siquiera tienes fundamento…—

Los ojos del mayor estaban preñados de lágrimas para entonces. Las terminaciones nerviosas de su dermis eran incapaces de transmitirle ese frío penetrante del que hablaba la chica, y tal hecho le provocaba muchísima impotencia. ¿Cómo era que había permitido semejante cosa? ¿Cómo no se había dado cuenta? Pero no, no podía ser. La gente a su alrededor había tomado decisiones que hablaban por ellos. Las palabras no eran necesarias para interpretar esas acciones. Todo estaba muy claro.  

—Si me he equivocado en eso, dime entonces… Dime, por favor, ¿por qué lo elegiste a él?— Preguntó el cantante por fin, tomando con suavidad la pequeña mano de ella entre los dedos de su siniestra. —De no haber sido por esa razón, nosotros…—     

—Rei, ¿qué acaso no eres feliz con quienes estas ahora?—

Aquella réplica fue el golpe más duro que Saori le asestara jamás. De inmediato, el rubio se sintió sumamente avergonzado por lo mezquina que de hecho había sonado su pregunta.

Pero ella no estaba molesta. La bajista continuaba mirándolo con tono benevolente.

—Dudo mucho que la relación entre ustedes tres se hubiese podido dar si te hubieras quedado conmigo. Y yo contigo.—

Los dedos del más alto liberaron la mano de la chica, no sin que antes la acercara a su cuerpo y, finalmente, le rodeara la cintura. Ella respondió al contacto colocando los brazos alrededor del cuello de su colega, y tras unos instantes de profundas miradas y fuertes latidos, unieron sus labios en un beso.

El corazón de Rei dio un agradable vuelco al experimentar nuevamente la dulzura y el detalle de una pequeña boca femenina: el arte de acariciarla con cuidado, para lo cual puso todo su empeño y concentración.

Como sus ojos siguieron velados, le tomó un poco de tiempo darse cuenta de que su amiga de pronto no era tan bajita, y que la tela del gabán que vestía había dejado de ser tan gruesa. Sus yemas rozaban lo que parecía ser encaje de malla, y la turgente sensación de los pechos de ella contra el suyo había desaparecido. Su lengua, a la vez que seguía rozándose contra otra, advertía la constante presencia de un objeto metálico: tacto demasiado conocido para entonces.  

—Jo-chan…—

Al abrir los ojos confirmó la sospecha, pues el vocalista oriundo de Hokkaido lo miraba con ternura. Y mientras lo volvía a conquistar una vez más con sus hermosos ojos, Joestar internó la diestra en el cabello del más bajo por la parte trasera de la cabeza, acercándolo de nuevo a sus carnosos labios con ademán necesitado.

—Rei… Rei-chan, mi vida… Entiéndelo.— Susurró el de las numerosas perforaciones faciales, acariciando con su dulce aliento chocolatoso el olfato de su amante. —Es tu propio frenesí el que te abruma y acalora.—

Por segunda vez volvió a consumarse el tan deseado beso, pero en ese momento Igarashi se aferró al cuerpo de Jojo con desesperación. Con ambos brazos estrechó las marcadas caderas hasta que le tuvo totalmente unido a su cuerpo, como si deseara fusionar la anatomía ajena con la propia. Más vivamente que nunca le devoraba los labios, pero de nuevo volvió a cesar la percepción de los costados ajenos cautivos en ajustadas ropas, y de las puntas de los largos mechones del pelifucsia sobre su espalda.

El torso que abrazaba estaba cubierto entonces por una camiseta holgada de algodón; debajo de la cual, no obstante, se adivinaba al tacto la superficie rígida de un accesorio ortopédico. Posteriormente, los dedos del cantante de Marco tuvieron que subir hasta los hombros de su pareja para encontrar por fin el sedoso cabello castaño.

Los orbes del rubio se develaron de golpe y por instinto, y la taquicardia fue inevitable. Las lágrimas que se habían reabsorbido casi por completo desde que el rostro de tersas mejillas de Saori se acercara al suyo volvieron a empañarle la visión.

—Rei-kun.—

Delante de él, entre sus brazos, estaba su adorado maestro. El talentoso músico tenía un aparente vacío en la mirada. Sin embargo, al observar esos ojos bellamente rasgados con más detenimiento, Igarashi pudo notar el brillo que los adornaba, y conforme el líquido salino que había en los suyos se lo iba permitiendo, completó por fin el cuadro del ajeno semblante.

Expectante, el cantante de Merry lo miraba de esa manera tan especial en que solía hacerlo desde que comenzaron a frecuentarse: con el regocijo y el agradecimiento de quien comprende que el encuentro no ha sido fortuito. Del que espera, pero no presiona; y sobre todo, de quien sabe que el día es uno, aquí y ahora.

Rei adelantó la faz, pero el dueño de las finas facciones se desvaneció antes de que pudiera alcanzarlo. Las lágrimas no fueron impedimento para que el cantante del tatuaje de la hannya notara por fin que los suyos no eran los únicos ojos envueltos en llanto.

 

—Gara-sama… ¡Senpai! ¡Gara-senpai, por favor: perdóneme! ¡Perdóneme!—

Los gritos, como era de esperar, atrajeron inmediatamente la atención de Joshua y de Hirohiko, quienes entonces rodearon al rubio. Al verlo estremeciéndose sobre el tatami, su amigo lo tomó por los hombros para zarandearlo un poco.

—¡Rei, abre los ojos! ¿Me escuchas? ¡Abre los ojos!—

La alegría en la voz del vocalista venido del norte era notoria, si bien dentro de sí albergó una preocupación acerca del significado de aquellas palabras con las que el mayor había vuelto a la conciencia.

—¡Estás aquí, con nosotros! ¡En Sendai!—

Finalmente, Igarashi develó sus orbes y se topó con que los otros dos hombres lo miraban con expresión de alborozo y alivio. Su cuerpo, aunque todavía agitado por las sacudidas y la turbación, volvía a sentirse totalmente real. Lo visto y vivido recientemente estaba muy fresco aún, pero no le impidió recuperar la noción de los recuerdos anteriores a eso. Los días de viaje y previos a este, así como los momentos y conversaciones a solas con Jojo recobraron notable claridad en su memoria.

Sus cuerdas vocales se habían cerrado en esos instantes. Por lo que, una vez que logró incorporarse hasta quedar sentado, se echó en brazos de su amigo y le rodeó el cuello con absoluta seguridad y decisión.

Aquel Demonio tendría que acabar con ellos dos primero. Antes de siquiera pensar en arrebatar a Makoto Asada de este mundo.



[1] Esta última estrofa, que en realidad es el estribillo de la canción, hace alusión al onigokko, un juego infantil japonés de persecución. Tiene distintas variantes, pero en esencia consiste en que la persona que debe descubrir a los demás o “contagiarles su mácula” es designada como oni (demonio, ogro). En los últimos versos, el yo lírico llama a ese demonio con el sonido de sus palmas, como si quisiera atraerse la desgracia sobre sí… ¿para salvar a alguien más?

[2] Pantalón japonés tradicional con pliegues, el cual ha sido usado como símbolo de estatus a través de la historia. En la actualidad se emplea para ocasiones especiales, y por los practicantes de ciertas artes marciales como iaido, kendo o aikido.

[3] No estoy muy segura de si el resto del tatuaje que acompaña la hannya en el brazo de Rei es una enredadera o un tribal, pero por el hecho de que también tiene un tribal más identificable en el otro brazo prefiero diferenciarlos de esa manera.

 

Notas finales:

Créditos de la traducción al inglés de "Natsuyuki" para Iratxe :)


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