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JoJo's Bizarre Visual Adventure: Rebirth of the Ouroboros por metallikita666

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¿Cuántos años han pasado desde que el mundo es mundo? ¿Desde que el humano huella la sagrada tierra con su pisada miserable? ¿Desde que, absorto en su naturaleza que considera impresionante, se siente dueño de todo y de todos, impartiendo injusticia y odio como si esos fuesen los mayores dones que es capaz de dar?

A lo mejor, es porque sí lo son…

El tiempo corre, los ciclos se suceden. La criatura respira hasta que llega su hora, y cuando esta pasa no queda nada que pueda recordar su historia. La historia de la gente depende de quienes quedan, porque no hay recuerdo alguno que se puedan llevar consigo. La criatura humana es tan miserable, tan pequeña; ínfima e insignificante. Se la puede aplastar sin demasiado esfuerzo, y la conmoción de su llanto a causa del sufrimiento difícilmente se diferencia de la estúpida euforia que experimenta ante el placer y la alegría.

Aun así, su capacidad de morir, de dejar de ser, es lo más hermoso que tiene.

Somos unos los que dañamos, castigamos; mientras que otros han sido puestos para recibir el amargo peso de ese brazo. Nacen para soportar en sus hombros pecados propios y ajenos, y usualmente no son ni siquiera los más sorprendentes de sus congéneres. Eso solo sucedía antes, cuando los dioses se mezclaban con ellos. Pero desde hace unos cuantos eones, el Sacrificio es el bicho menos sospechado. La rata más inmunda.

Y eso no hace más que aumentar mi rabia.

Para colmo de males, suele rodearse de un séquito de Guardianes tan patéticos como él. Odiosos, por cuanto tampoco revelan en su exterior la imponencia de los héroes, sino que por lo general han sido abatidos por la vida repetidamente. Pero su principal defecto es que no aprenden la lección.

¿Por qué se levantan una y otra vez? ¿Por qué luchan; por qué siguen? La única respuesta posible es el hecho de que saben que alguna vez llegarán a morir. Que serán polvo, la nada misma, y que se unirán irresponsable e indolentemente con la energía del universo, sin tener que preocuparse nunca más por el mundo de la conciencia.

 

***

 

Junio 2017[1]

 

El vocalista pelinegro cerró la puerta de su departamento, soltó el bolso sobre la alfombra y se dejó caer por fin en el sillón, mientras se llevaba ambas manos al rostro. Se dedicaba con todo el corazón al proyecto paralelo que tenía a su banda de años, pero no podía negarse a sí mismo que –si bien se había tomado una pausa con Dir en Grey– todos esos meses de trabajo para el nuevo álbum de Sukekiyo le estaban pasando factura.

Cuando por fin retiró las palmas de sobre su faz, divisó en uno de los libreros una fotografía enmarcada que bien conocía, y que a pesar de que siempre estuvo ahí desde que el castaño se la regaló, sentía como si no la hubiese mirado en muchísimo tiempo. Se levantó del asiento y fue hasta ella, la tomó en su mano y fijó la vista en la imagen. Makoto sonreía a su lado con ese gesto suyo comedido, nunca demasiado eufórico, pero que no por eso dejaba de delatar la gran emoción del momento. Ese gesto que siempre estaba obligado a acomodarse al de Nishimura.

Pero… ¿dónde estaría Makoto en ese instante? ¿Qué le ocuparía la mente? Su última cita, o el último día en que se habían visto, como él prefería llamarle, aparecía borroso en su memoria. Evocaba los recuerdos de momentos mucho más anteriores con mayor facilidad, confundiendo un poco las cosas; pero, tras algunos instantes de ordenamiento de los hechos, recordó finalmente que esa última vez se habían visto con el objetivo de que el mayor previniera al vocalista de Merry sobre su enfrascamiento en la preparación del Adoratio. No obstante, y a diferencia de la manera en que había ocurrido en el pasado cuando un nuevo lanzamiento ocupaba la casi total atención del artista veterano, la reacción del menor durante la separación fue muy distinta esa vez. Desde entonces, Asada verdaderamente había dejado de comunicarse.

“Ya no te necesita…”

Nishimura inspiró con más fuerza de lo usual, paseando la mirada lentamente por los alrededores. Su semblante permanecía relajado: empero, y sin que se percatara del momento exacto, había contraído el puño derecho. La fotografía seguía en su mano contraria.

“Lo has educado bien; de eso no queda duda. Pero jamás entendió ese asunto de la exclusividad. O… ¿cómo decirlo? Se rebela. Al final, da la impresión de que no era una oveja tan blanca como parecía…”

Las intromisiones en sus pensamientos nunca fueron un asunto infrecuente, pero la particular impertinencia de aquella vocecita estaba logrando sacarlo de sus casillas con impresionante rapidez.

—¿Y a ti qué mierda te importa?— Espetó el cantante de Dir en Grey con molestia. —Yo tampoco quise casarme jamás. Mientras siga estando para mí, lo que haga por fuera no podría importarme menos. Así que cállate de una vez y no te metas donde no te llaman.—

Creyendo que con aquella reconvención sería suficiente, el artista oriundo de Kioto dejó el portarretrato en su lugar y fue a sentarse de nuevo en el sillón para desatarse los cordones de las botas. Una vez que lo hizo, se levantó con el objetivo de colocar el calzado en el mueble de la entrada.

“A decir verdad, te creía más inteligente, Nishimura. ¿Jamás se te ocurrió que a él podrías dejar de importarle? Hay muchísima gente más en este mundo; muchísimos otros hombres…”   

Las Dr. Martens color azul oscuro fueron a dar violentamente contra la pared, y a poco estuvo una de ellas de tirar el teléfono fijo de la mesita sobre la que se hallaba.

El dueño de la casa levantó la mirada hacia el cielorraso.

—¡Pero tu putísima madre!— Ladró, importándole muy poco la hora y la posible presencia de los vecinos en sus respectivos hogares. —¡No sé qué carajo seas! ¡Un espíritu, un demonio, un antepasado o mi propia mente, y la verdad es que me resbala! ¡Pero no voy a permitir que me sigas fastidiando!— Añadió el cantante después, dándose vuelta sobre el mismo punto por si percibía algún movimiento extraño en el aposento.

“Si te enojas tanto… es porque sabes que lo que digo es factible. Que es verosímil. Nunca antes, por más que le dijeras que no ibas a estar disponible y que necesitabas toda tu concentración para las grabaciones, había dejado de hacerte notar su existencia. Un mensaje en la contestadora, una llamada perdida… Una nota por debajo de la puerta...”

Kyo abrió la boca para responder, pero las palabras fueron incapaces de dejar su garganta. Su postura se dobló de manera involuntaria, como si le hubieran puesto un peso en la espalda, y una punzada de origen invisible se ensañó con su estómago.

—No seas imbécil…— Su tono, notablemente más bajo, se ahogó en la dificultad de su respiración.

“Es un poco irónico… que tenga que recordarte que, si bien es cierto que te aclaman como uno de los más respetados, no eres el único frontman con admiradores en este país. Y que la historia esa del roadie, del kouhai y el senpai… no solamente es la de ustedes dos. Hay que ver lo mal acostumbrado que estás a sentirte tan especial…”

El pelinegro cerró los ojos, aventurándose así a la posibilidad de que, una de dos: la claridad con que le hablaba aquel ente se disipara; o, por el contrario, que tal maniobra le proporcionara más información sobre la ajena existencia. El esfuerzo que llevaba a cabo en aras de articular era cada vez más notorio para él.

—No es mi asunto; ya te dije que no me importa.— Aseguró el hombre, advirtiendo sin embargo el nudo que se formaba en sus cuerdas.

Probablemente, habría sido más cómodo pensarlo que decirlo, pero le pareció que al oírse podría afirmar su creencia. Acto seguido, y todavía con los orbes velados, Nishimura esbozó una media sonrisa.

—Ha de ser que por fin aprendió, y piensa que ahora es su turno de imponérseles a otros. Lo cual, de ser así, no me molestaría en absoluto…—

“Hay que ver cómo no llegaste nunca a conocerlo…”

La oración fue dicha por completo, pero un abrupto e inexplicable corte obligó a Tooru a abrir los ojos de repente. Nada se escuchó, nada se movió: pero la sensación de que aquella presencia había decidido cortar la comunicación de golpe fue inequívoca.

El líder de Sukekiyo mantuvo el silencio unos instantes más por si acaso podía percibir algún otro movimiento, pero se dio cuenta de que lo único que se escuchaba era su propia respiración agitada.

Lo que sea que lo estuviera molestando se había ido, pero no así sus palabras y el efecto de estas: la incertidumbre que había sembrado en la mente del kiotense sobre las acciones y pensamientos de su kouhai.

Repentinamente, Kyo fue capaz de evocar por fin la totalidad de lo sucedido durante ese último encuentro. El semblante apesadumbrado que le había visto a Makoto aquella tarde lluviosa en el café, en diciembre anterior, cuando el más joven le dijo que comprendía la naturaleza de su arrebato creativo, pues le había visto someterse a él desde hacía muchos años. Pero que por más que lo intentaba, no podía entender por qué debían dejar de verse del todo.

“—Senpai, nosotros también vamos a lanzar un nuevo disco…—”  

Y la manera en que le había cobrado al menor lo desatinado y excesivo de semejantes palabras una vez que llegaron a casa; molesto por la irrespetuosa mención que hizo el otro sobre su propio trabajo, cual reclamo velado.

Sí, había pasado bastante tiempo desde la última vez que supo de él. Era hora de volver a contactarlo.  

 

***

 

Junio 2017

 

Los reservados del [KR] Cube –un bar en Tokio sin ninguna relación directa con Dir en Grey, pero que pagó una cuantiosa suma a los representantes de la banda por los derechos del nombre y el permiso de adaptar la estética cyberpunk del video– estaban todavía vacíos a esas horas. El sitio había sido elegido por el mayor a causa de la discreción de sus instalaciones y la conveniencia de los sillones circulares de la zona VIP, pues de entrada rechazó la idea de apersonarse en un café o restaurante para encontrarse con el castaño, tras el considerable tiempo transcurrido.

La contrariedad que sentía Nishimura por haber tenido que ser él quien llamara y propusiera la cita aún no se le pasaba. Como si eso fuera poco, y para terminar de llevar al mayor desde la contrariedad hasta el desconcierto, Gara se hallaba muy tranquilo, a diferencia de lo que había sido usual en el pasado en aquel tipo de situaciones.  

—Me alegra mucho que estén por finalizar con las grabaciones.— Comentó el vocalista de Merry, regresando su vaso de cerveza a la mesada. —Y también… me hace muy feliz verlo de nuevo.—

Ahí estaba otra vez esa mirada: la expectante y contenida. Detrás de su propio vaso, y a pesar de la cercanía, el mayor dirigía sus ojos hacia los ajenos, intentando escrutar el proceder del de Gunma hasta en lo aparentemente más insignificante.

Había algo inusitado en Makoto, si bien a grandes rasgos seguía siendo el de siempre. Le había contestado los mensajes y el teléfono de la misma manera diligente y esmerada; había aceptado sus negativas sobre el lugar de la cita con la misma paciencia, alegrándose cuando por fin pudieron convenir en un sitio. Asimismo, vestía con el estilo habitual y seguía siendo respetuoso.

Pero no era el mismo.

—Así es. Aunque todavía falta una parte importante: las versiones que contendrá este álbum. En las cuales te informo que tú también vas a participar.— 

Asada abrió los ojos ante la repentina noticia: definitivamente, aquello era algo que no se esperaba. Su corazón dio un par de retumbos y sus dedos se crisparon sobre la mesa, junto al vaso. De pronto, el hasta ese momento tranquilo y seguro músico se turbó, y no pudo hacer nada para impedir que sus reacciones fueran notorias.

¿Un dueto con su maestro, por fin? No importaba que no fuese con Dir en Grey: todo lo que había deseado durante años era poder cantar junto a él. A modo de reflejo mnémico, recordó el rostro de Jojo cuando se presentó en el estudio meses atrás, en febrero, tras recibir la invitación que le hizo Yuu a nombre de Merry. Ese instante en el que el de Hokkaido se acercó a saludarlo, a expresarle su gratitud por la oportunidad. Recordó los ojos del chico, iluminados por la emoción: sus agradecimientos reiterados, pronunciados con su simpático acento norteño, y esa manera jovial y despreocupada en que se desenvolvía, sin temor alguno de qué dirían los demás senpais.

El delgado vocalista se acordó de Joestar y sonrió, devolviendo la mirada hacia el frente.

—Claro que sí, Kyo-sama. Será un placer.—

La tensión que le produjo al kiotense semejante reacción fue aplacada en ese momento con un tabaco que sacó de su cajetilla, el cual encendió de inmediato. El hombre de más edad vestía enteramente de negro, con un sobretodo que remataba el atuendo; una cadena larga y plateada al cuello, y un sombrero de ala media a tono.

—Cuéntame, Makoto… ¿Qué ha sido de ti todo este tiempo?— La pregunta, con regusto a reproche, se asentó lentamente en los oídos de Asada. —¿Tienes… algún otro proyecto paralelo en mente?—

El pelinegro jamás hablaba en un solo sentido: eso lo sabía muy bien su kouhai. Un poeta como él nunca dejaría de sacarle partido a la polisemia que el lenguaje ponía a su disposición. “Proyecto”, porque no era lo principal; “paralelo”, porque no supondría el fin de su dedicación verdadera.

El castaño retornó a la sonrisa de hacía unos instantes, devolviendo su mirada a la bebida que tenía delante y curvando las comisuras.

—Musicalmente, no.— Respondió, levantando el cristal y meciendo un poco su contenido. —Para mí es suficiente con todo el trabajo que conlleva preparar los lanzamientos, grabarlos y después promocionarlos. Siempre lo he admirado mucho a usted por la capacidad que tiene para cumplir con todo eso, con más de una banda.—

Tras un sorbo grande, el de Gunma volvió a dejar el vaso, entonces vacío, sobre la mesa. Acto seguido, se apoyó contra el respaldar y cruzó la pierna.

—Respecto de lo personal… Las cosas han cambiado, sí.—

La réplica viajó hasta el centro de su entendimiento para decodificarse tormentosamente. Aquella maldita voz del otro día, cualquiera que hubiera sido su origen, se había presentado para alertarlo de algo que, debido a su estupidez y excesiva confianza, no se habría llegado a dar cuenta por sí mismo. Dejar al más joven y luego volver a él; o, mejor dicho, atender los llamados ajenos cuando por fin le daba la gana, había servido antes en todo momento. Antes, hasta ese día. 

Kyo se allegó al oído de su ex roadie tras liberar el humo de la primera calada.

—¿Han cambiado lo suficiente… como para que ahora no quieras pasar tiempo a solas con tu senpai?—

El parlamento fue acompañado de aquella mirada incisiva clavándosele en el cuerpo, mientras que la mano libre de Nishimura se colocó sobre la rodilla del menor. De ahí, los gruesos dedos tatuados viajaron por el muslo del cantante de Merry y escalaron por su vientre hasta llegar a la altura de su pecho; hasta asirse a las solapas de su chaqueta morada de cuero y tirar de ellas con demanda.

El castaño sintió que su respiración se cortaba, razón por la cual debió separar los labios levemente y así permitir la entrada de aire; en parte, por el cruento y repentino entendimiento de que sus reacciones ante la cercanía del líder de Sukekiyo jamás podrían ser distintas. Kyo se posesionaba de él, lo doblegaba y abatía sin siquiera tener que esforzarse demasiado. Todo lo que tenía que hacer era demandar, exigir… para ser complacido de inmediato.

Así le pidiera la piel, los huesos como escudo y se comiera sus sueños hasta arrebatárselos por completo. Y se fuera después, haciendo trizas las esperanzas de poder quedarse junto a él para ver pasar la tarde. De poder decirle lo mucho que significaba en su vida, cuánto le extrañaba y cómo se le hacía un castigo cada una de las veces que se alejaba de su lado. Pero ante todo, sus anhelos nunca cumplidos de escucharlo correspondiendo a sus sentimientos de una vez por todas.

—Eso, jamás.—

 

***

 

“El canario recuerda de nuevo su olvidada voz

El canario recuerda de nuevo su olvidada canción”

 

Volver a ese departamento amplio y alejado siempre era un evento. Entre otras cosas, porque por lo general implicaba que pudiera quedarse hasta el otro día; pero también, porque al cobijo de la privacidad y la lejanía… no había que cuidar tanto las apariencias.

Ni los ruidos.

Kyo abrió la puerta delante de él, entró y dejó que Gara hiciera lo propio. Tras cerrar, tomó al menor por la muñeca y lo estampó en la pared más cercana. Presionó su pequeño y firme cuerpo contra el de él, adelantando un muslo para colocarlo entre las piernas de Asada, y con la siniestra le tomó por la parte baja del rostro, aprovechando para colar un par de dedos en medio de los labios ajenos. El castaño jadeaba sin atreverse a mirarle de frente, al tiempo que sentía la mano contraria del kiotense en la espalda: por debajo de la camiseta, escalándole el lomo a arañazos.

El cantante de Dir en Grey se acercó al cuello del ex roadie para oler la fragancia natural de la piel del menor, mezclada con la de su sudor y feromonas, las cuales sin ninguna duda posible habían empezado a ser liberadas desde que los acercamientos comenzaran. Luego lamió aquella cerviz con brusquedad, arrancándole gemidos sonoros al otro, al conocer perfectamente el altísimo nivel de sensibilidad de la zona. A los lados de su trabajado muslo, las piernas de Makoto temblaban mientras que por esa atormentada espalda corrían escalofríos.

—Ahh, ¡nhhh!... Senpai…— Sollozó la Oveja, con un placer culposo que él mismo detestaba escuchar, pero que de ninguna manera posible era capaz de contener.

Sus dedos se crispaban sobre la fría pared, y a su mente, como un reflejo, vinieron aquellos innumerables recuerdos de las tantas veces que ambos habían unido sus pieles en exquisito retozo. De inmediato, su masculinidad dio un salto, el cual el otro percibió claramente.

—Hmm, sí, así… Es siempre así como debes estar… para mí.— Murmuró el mayor, encarando por fin al de Gunma, pero sin sacarle los dedos de la boca.

Clavó los ojos en los de él por unos tortuosos instantes, como si quisiera llegar hasta el fondo de su alma y lacerarla con las pupilas, en aras de extraer de ella la verdad.

—No me importa lo que hagas, no me importa con quién estés… Mientras entiendas que nunca nadie podrá ocupar mi puesto.—

Sin esperar ninguna clase de respuesta, Nishimura se apoderó de aquellos hermosos y temblorosos labios, y se abrió paso entre ellos con hambre y deseo. Su mano continuaba sujetando la mandíbula del más joven, por lo que una vez que le avasalló la boca hasta nublarle el entendimiento, salió de ella y volvió a torturarle el cuello. Esa vez, no obstante, dejó una cruda marca producto de la mordida que enmascaró con toqueteos sobre la entrepierna del más delgado.

Momentos después, luego de apaciguar un poco su voraz deseo con resuellos que se fueron atenuando, Kyo se retiró de sobre su kouhai al tiempo que le tomaba las manos: una primero y la otra después. Tiró de él con suavidad mientras daba unos pasos hacia atrás, hasta el centro de la sala, indicándole al castaño con la mirada que le siguiera. Cuando estuvieron en el sitio exacto, el más joven le echó los brazos al cuello y dejó que el pelinegro rodeara sus costados. Una vez así, Gara miró hacia el librero que contenía aquel portarretrato, sintiendo un alivio tremendo al comprobar que la fotografía seguía en su lugar, como siempre.

—Makoto… ¿Qué pasa contigo, que no eres el mismo?— Dijo el kiotense con una media sonrisa, una vez que Asada devolvió su mirada hacia él.

Luego, el mayor se acercó de nuevo al bonito y perfilado rostro del cantante de Merry, entrecerrando los ojos mientras rozaba los labios tierna y lentamente contra las mejillas de su amante.

—Esta vez no estuviste ahí para aliviar mi soledad, para hacer más corto el tiempo…— Decía, acompañando sus murmullos de suaves jadeos. El corazón del más joven latía con fuerza y cada vez más rapidez. —Makoto… Mi bello Makoto…—

Quería decirlo, quería replicar. Pero sentía que, de abrir la boca, el mágico momento terminaría. La voz de Kyo; su abrazo tan delicado. La manera en que instantes después usó sus manos para retirarle la chaqueta de los hombros y, una vez que esta cayó al suelo, volvió a asirse firmemente de él para besarlo de nuevo, pero con besos distintos. Mucho más labiales y cortos, tenues; con un ritmo pausado y dispuesto a compartir la batuta.

¿Qué clase de impío era él entonces, rebelándose así contra el que por tantos años no solamente le había transmitido su arte, sino que le había dado su tiempo y sus cuidados en todo sentido? Entreteniéndose, distrayéndose, buscando la felicidad en otros brazos… No tenía derecho siquiera de volver a saborearle, y claramente no era digno de tanta misericordia. En medio de los cálidos mimos que le prodigaba su maestro, los ojos se le llenaron de lágrimas, por lo que el sabor salado de una acabó colándose en medio de sus bocas.

—Kyo-sama… Perdóneme.—

 

“Dentro de una jaula bato mis brazos alrededor como si fuesen alas

Sueño con el día en que seré capaz de elevarme”

 

De pie en medio de la sala; colgando de ambas muñecas unidas en un grillete. Su cuerpo desnudo –a excepción del corsé–, siendo examinado por el mayor.

Cuánto agradeció en ese momento que sus juegos con los otros dos por lo general no dejaran marcas. No demasiado visibles; no para el grueso de la gente común.

Pero Tooru Nishimura no era gente común.

—Mi pequeña y obediente oveja…— Decía el pelinegro, mientras pasaba sus dedos por aquellos lomos, acercándose al oído del menor. —Cuánto extrañaba tu piel tersa y hermosa.— Susurró, y le lamió el lóbulo.

Segundos después, posó sus labios en el trapecio ajeno, el cual también recorrió con la lengua, para finalmente hincarle los dientes y morderlo. El castaño gimió de dolor ante la acción: se había percatado de que la fuerza aplicada a la mordida no era la usual.

—Kyo…sama…— Murmuró el de Gunma, suplicante.

Entonces, su maestro lo tomó del cabello, tirando de este hasta que el otro echó la cabeza hacia atrás.

—Silencio, Makoto. No te he dado permiso de hablar.—

Acto seguido, el kiotense se despegó de él y blandió el látigo. Los dos primeros azotes cayeron en el dorso del kouhai, haciéndole saltar un par de lágrimas en los ojos. No necesitó verlo para darse cuenta de que su amante había elegido un instrumento que jamás antes aplicó en sus encuentros.

Aquella no era una tralla común, sino un flagelo provisto de esferillas de metal.

No tenía derecho a resentir de nada ni a quejarse; para él era claro que merecía el castigo. Nishimura no necesitaba que le refiriera directamente los hechos, pues era un ser tan terriblemente perspicaz que podía darse cuenta de lo que pasaba con solo estudiar los cambios en su cuerpo, en su voz y en su talante. Que prácticamente podía adivinar las cosas. Asada creyó ser capaz de algo parecido con Jojo y con Rei, pero jamás pudo ponerlo en práctica con el mayor. Kyo se mimetizaba con las circunstancias hasta hacer desaparecer sus verdaderos pensamientos y emociones, impidiéndole adelantarse a sus acciones.

Dos, tres azotes más: con una precisión muy distinta a la de los que solo pretendían hacerle gemir y jadear. Los pequeños pesos, si bien no tenían puntas y no le abrirían la piel, dejaban un evidente hervor en ella, espoleando sus terminaciones nerviosas de una manera que no terminaba de ser placentera.

Lo merecía; claro que sí. Su senpai había notado su traición y le estaba dando el justo castigo por ello. No por el hecho de compartir su cuerpo con alguien más, sino por haberles dado su corazón. Ese corazón que desde hacía años solamente le pertenecía al músico oriundo de Kioto, junto con todas sus devociones y anhelos.

El pelinegro se acercó por detrás y tomó de las caderas al más joven, obligándolo a descender un poco hasta que el trasero del menor encajara a la perfección con su pelvis. Acto seguido, tiró del listón de cuero que mantenía el corsé de Asada unido por detrás, hasta que la compresión fuera dolorosa y su kouhai se lo hiciera saber mediante un agudo quejido. Una vez así, el amado verdugo escupió en su mano libre y la coló por el frente hasta tomarle el miembro al otro hombre, el cual comenzó a frotar lento al principio, pero con creciente ritmo cuando notó la pronta respuesta a sus caricias.

¿Cómo se había atrevido? ¿¡Cómo pudo ser tan sacrílego!? Estaba bien recurrir a otros cuando él se ocupaba; todos tenemos necesidades y eso se comprende. Pero jamás antes había osado cruzar la línea tácitamente marcada desde que, muchos otoños atrás, sus almas se encontraran tras haber acortado al máximo el hilo rojo.

Él era el único. Solamente él.

Los sollozos del delgado vocalista aumentaron, por cuanto se perdía entre los pensamientos y las sensaciones a las que lo sometía el mayor con sus siempre certeros estímulos y su cercanía enloquecedora. Era como si no se hubiera dado cuenta de cuánto los necesitó hasta ese momento: la entrepierna ajena totalmente dura, presionando contra sus nalgas y refregándose contra su piel para hacerle sentir el siempre indómito deseo, al tiempo que aquellas manos expertas gatillaban puntos de placer escondidos en su zona íntima. Pronto, muy pronto, sus ganas de liberarse fueron incontrolables, por más que el resto de su anatomía se contrajera en un esfuerzo inútil por prolongar el lúbrico martirio.

—Mío, mío… Solo mío. Tú… me perteneces.—

Con los ojos velados mientras los latigazos le caían sobre la espalda y los muslos, padecía aun los últimos espasmos del reciente clímax, enmarcados en el silencio absoluto que guardaba el mayor. Una última ráfaga de golpes, mucho más intensa, lo obligó a gritar y abrir los ojos al sentir que las piernas le temblaban y que no podría aguantar más en aquella postura.

Fue entonces cuando Kyo se detuvo y, tras volver a allegarse le asió del cabello: esa vez de frente. Finalmente, lo miró con desprecio antes de aflojarle la cadena para que cayera de rodillas al piso.

—Y ahora… piensa en lo que has hecho. A ti, a mí… A lo nuestro.—

 

“Las pesadillas me persiguen

Solo quiero volar lejos de aquí…

Los ángeles codician la voz del canario

El canario hace que hasta los ángeles envidien su voz de cristal”

 

El escozor en los muslos era demasiado como para permanecer sentado de cualquier manera, por lo que optó por echarse de costado en el piso. El salón se hallaba casi a oscuras, de no ser por la luz exterior de los faroles que se colaba tras la cortina. Todo en silencio: el único sonido perceptible, además del de sus sollozos, era el que hacía él mismo al tiritar. La temperatura no era tan baja, pero parecía como si aquellos azotes anteriores, acompañados del reciente orgasmo, no le hubieran logrado acalorar la piel, sino todo lo contrario.

¿Por qué lloraba, si no tenía ningún derecho de lamentarse? Inmediatamente, recordó los juegos en la sala de su casa, en los cuales a cada tanda de golpes seguían las esperadas caricias, pero jamás la soledad. Un círculo que llevaba de unos a otras ininterrumpidamente, y que le hacía desear con vehemencia cualquiera de las dos acciones por ser siempre preludio una de la otra; y porque sabía con certeza que durante todo el proceso estaría acompañado, si su voluntad no disponía otra cosa.

Evocó los rostros iluminados de sus jóvenes amantes: ahítos de embeleso, lujuriosos, enamorados. Con la mirada directa y la frente limpia; con el halago o el insulto en los labios dependiendo de la ocasión, no importaba. Porque su objetivo era siempre el mismo. Complacer.

El aterciopelado roce de sus cuerpos; el refugio en sus abrazos. La manera cómo insistían en no igualarse a él y no poder tratarle de tú fuera de las sábanas, así como la insaciable hambre, y la necesidad de verle y pasar tiempo a su lado. Sus conversaciones durante las tardes de descanso o las citas. La sensación de completitud que le daba la compañía de cada uno por separado a pesar de sus diferentes maneras de ser, aunado al no menos sorprendente hecho de que estar con ambos era siempre mucho más que la sola suma de sus presencias.

Las lágrimas volvieron a sobrevenirle, por lo que –con las muñecas todavía unidas mediante el grillete– se cubrió la cara con las palmas.

—Jojo… ¡Rei!…—

Le habían hecho pecar y faltar a lo más sagrado, pero a pesar de ello, ¿cómo aborrecerlos? ¿Cómo detestarlos, si sabía perfectamente acerca de la enorme batalla que libraron con tal de acercársele, de la tragedia de sus vidas?

Pero más importante aún: ¿cómo reprocharles su deseo de amarlo, y la eficacia con que todos los días conseguían su objetivo con la mayor naturalidad posible? Nunca, desde que estaba con ellos, había vuelto a sentir frío y desesperanza; nunca más, incertidumbre.

Cansado de llorar y tiritar, y sin poder hacer desaparecer la amarga sensación de herida abierta y sangrante en el pecho, sobre el corazón, cayó en un extraño letargo que le nubló la conciencia. Instantes después, y de entre un efímero humo de aroma fragante, la silueta de Nishimura brotó y se acercó cuando cesaron los gemidos.

Lo tomó en brazos y se dirigió con él a su recámara.

 

“¿Es que hay algún significado hasta en la soledad?

Mirando hacia afuera de la ventana, me quedo dormido

 

Los ángeles señalan mi canción olvidada

No la puedo ver aún, pero está aquí, ciertamente”

 

El lomo seguía palpitándole de cuando en cuando, pero sus sentidos le informaron que para entonces no yacía sobre una superficie dura. Asimismo, con el retorno de la conciencia tuvo la certeza de que no estaba solo.

Se hallaba sobre la amplia cama del mayor: desnudo del todo y cubierto hasta el pecho con el acolchado de satén. Sus piernas estaban separadas, y comprendió la razón apenas advirtió el tacto que le escalaba los miembros inferiores, así como la calidez del cuerpo ajeno deslizándose sobre el suyo. No pudo evitar mover sus manos, ya libres, y colocarlas sobre las de su maestro, quien le asía de los muslos al tiempo que besaba sus ingles. Después, recorrió los antebrazos de Nishimura hasta donde le fue posible, surcándole los musculosos hombros para terminar sobre la nuca ajena, justo en el momento en que el pequeño vocalista engullía su sexo.

—Ah-ahhhh…— El gemido se escuchó entre ahogado y sufrido, al caer en cuenta de lo tiesa y caliente que estaba su propia carne.

Se abochornó por reflejo, pues además advirtió la humedad que cubría no solamente el cuerpo de su órgano, sino el resto de su zona genital. Una de las manos del mayor se desplazó para colar el dedo medio en su ano con facilidad, evidenciando que ya había pasado tiempo dilatándole.

—Kyo… sama… S-senpai…—

—Shhh…— Musitó el otro, una vez que desocupó la boca. Acto seguido, empleó la extremidad contraria para sacudir la virilidad del más joven. —Mírate, estás a mi merced. Como desde que nos conocimos, como desde la primera vez… ¿No es así?—

El vocalista de Dir en Grey introdujo la lengua por en medio de los pliegues del prepucio ajeno, manteniéndolo arriba gracias al anillo que improvisó con índice y pulgar. De esa manera, su músculo del habla torturaba a un tiempo el glande parcialmente cubierto del más delgado, mientras que con los labios cercaba todo el grosor del falo. En medio de la cavidad rectal del de Gunma, índice y dedo corazón de su mano contraria se introducían una y otra vez.

—¡Uh! ¡Ahhh, ahhh!—

Las estocadas eran demasiado fuertes como para callárselas, aunado al hecho de que estaba siendo víctima de ellas por ambos lados. Los dedos de sus pies se contraían y sus talones marcaban surcos en la sábana interna con agónica desesperación.

—Ahhh, ¡ah! Sí, así es, senpai… A-así… siempre… ¡Ahhh, uhmm! S-sólo usted…Yo… debería…—

Al oírle, el kiotense se impulsó sobre los codos para emerger por debajo de la colcha, rozando su fibroso y marcado torso contra el de su kouhai en el proceso. Pronto estuvo a la altura del cuello del castaño, mientras que sus palpitantes masculinidades quedaron una al lado de la otra.

—Sólo yo… ¿qué?— Preguntó Tooru, lamiendo el filo de la mandíbula ajena sin dejar de refregar su deseosa pelvis contra las caderas del más joven.

A un tiempo, utilizó su rodilla derecha para apartarle la pierna a Asada y subírsela, tomándosela luego por el muslo hasta la corva, y así completar la acción.

—Me voy a hundir en ti… Voy a hacerte mío…—

Y diciendo y haciendo, se incorporó hasta generar el agarre suficiente para penetrarlo. El delicado cubrecama resbaló por su lomo tatuado, descubriendo aquel trasero firme cuya musculatura se contraía al embestirle. El pelinegro clavó su mirada en el rostro del de Gunma, intentando descifrar el gesto inextricable que transmitían sus ojos.

—¿Solo yo qué, Makoto?— Insistió, sin perder un segundo de sus reacciones. —¿Qué es lo que tú deberías…? ¿Qué es… ahhh, lo que no has hecho bien? ¡Dímelo!—

La última pregunta le salió de la garganta con regusto amargo, mientras los dedos de Gara viajaban hasta sus poderosos brazos para tener de qué asirse.

“Ten cuidado, porque muy probablemente va a mentirte. Cuídate de sus palabras.”

Nishimura resolló molesto, como quien se aparta un mosquito de la cara con un movimiento, pero no descuidó el objetivo. Continuaba escudriñando aquella hermosa faz en busca del mínimo desliz, pero los orbes del menor seguían siendo erráticos. En parte, a causa de las intensas sensaciones que le prodigaban los choques, las cuales eran mucho más gravosas en combinación con sus lastimaduras anteriores.

“Recuerda su sonrisa cuando le dijiste lo del dueto. De seguro se trata de otro músico.”

—Dime, maldita sea… ¿Quién demonios, nhhh… te está apartando de mí?—

El mayor jadeaba con deleite, advirtiendo la manera en que lo mucho que disfrutaba estar con su kouhai y gozar de aquel precioso cuerpo irónicamente aumentaba su rabia. Al verlo, no podía dejar de imaginárselo en otra cama, debajo de otro hombre.

—Habla, Makoto….—

Hincados en el alabastrino cuello de Asada, inmaculado de no ser por la seña que le dejara rato atrás con la mordida, era como si sus ojos se negaran tozudamente a la sugestión que le gritaba su mente: intentando por todos los medios convencerla de que lo único que veía era lo real. Pero al instante, casi con voluntad propia, sus gruesas manos se allegaron a la garganta del castaño y la rodearon.

—Nadie puede… apartarme de usted.— Respondió el menor, llevando la mirada al frente hasta encontrarla con la de su maestro. Era cálida, amorosa. —¿Cómo puede… ahh… dudar de mí… aun ahora?— Lentamente, Kyo fue descendiendo hasta colocar sus labios casi sobre los de Asada. —Lo amo, lo amo con locura y siempre lo amaré… Nhh… Y siempre se lo he dicho, ¿no es así? P-por más… que usted jamás me conteste…—

“Cuidado, Nishimura. No te dejes llevar…”

El kiotense colocó el índice sobre aquella apetitosa boca, deliciosamente hinchada a causa de la pasión. Al mismo tiempo, volvió a empujar su pelvis hasta el fondo.

—Dime… quién es.—

—No… es. Son.—

“Mátalo. Tienes que matarlo.”

Aturdido, Kyo besó de nuevo al menor por inercia, tirándole del labio inferior al separarse de él, y volvió a erguirse recargando el peso en las piernas. Makoto le había tomado por las caderas y gemía con las estocadas, dando a entender con su gesto que no deseaba que se acabaran.

“Mátalo, ahórcalo. Con tu fuerza basta y sobra.”

—No…—

En ese momento, la vista errática era la suya propia. Miraba al cuello del otro, después hacia su rostro, y luego a los alrededores. Miraba su propio torso, sus brazos, su cama.

“Hazlo, ¡imbécil! ¡Eres un maldito humano imbécil!”

Cuando supo que el clímax de su amante estaba próximo por la manera en que el más joven le apretaba, se aferró a él de vuelta y le devoró la boca con desesperación, hasta que los gritos incontenibles obligaron al menor a apartar los labios. Uno a uno, caían en los oídos del cantante de Dir en Grey, acelerando su propia descarga espesa y cálida, la cual bañó las entrañas del castaño cuando el mayor emitió un gruñido seguido de un intenso jadeo.

—Ellos… me recuerdan a mí mismo cuando lo conocí a usted… y las cosas que sigo esperando que me dé. Lo siento, pero no puedo odiarlos. Lo amo, senpai. Pero esta vez… me niego a obedecerle.—

Fue entonces cuando Kyo sucumbió a desear el mal con toda su alma. Cuando abrió por completo su ser y aceptó el pacto, producto del resentimiento y la soberbia.

“Contamínalo. Entra en él: destrúyelo. Y dame a mí el poder para acabarlo.”

 

“Los ángeles codician la voz del canario

El canario hace que hasta los ángeles envidien su voz, que se aleja…”[2]

 


[1] Recordemos que la primera parte de este relato comienza en julio de 2017; es decir, un mes después de los acontecimientos que se narran en este capítulo.

[2] Letra de Canary de Merry. Contenida en su sexto álbum Under-World, está probablemente inspirada en una canción de cuna japonesa llamada “El canario que olvidó su canción”. Esta última fue escrita como poema en 1918 y posteriormente convertida a canción, con un gran éxito durante los años posteriores.


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