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La Familia Dumá por Cat_Game

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Notas del capitulo:

¡Nuevo capítulo!

Espero que les guste, aunque hontestamente fue muy difícil de escribir. Fue difícil no tirar la lágrima cuando redactaba esto...pero el drama está empezando apenas. :)

Capítulo tres


Hablemos del amor


 


Sin importar que el sonido de la alarma sonara una y otra vez, yo no moví el cuerpo; estaba tendido sobre el colchón, con los ojos tan irritados por las lágrimas y la garganta muy seca. Toda la noche había trabajado en planes para soportar el día, había intentado responder mis dudas, hasta había releído algunos libros respecto a la familia Dumá; había buscado por una forma de calmar el dolor, la angustia y de salir de la confusión que robaba mi atención de la realidad.


Suspiré y cubrí mis ojos con el brazo derecho; estaba exhausto. Dejé a mi mente divagar en una especie de ilusión; mi cuerpo perdió energía, mis sentidos se nublaron y de poco a poco sentí que flotaba. La alarma del despertador se había opacado y ahora sentía que descansaba. Acepté que deseaba dormir.


Sin embargo, la puerta de la habitación fue tocada una y otra vez; sé que alguien me llamaba. Retiré el brazo de mi cara y abrí los ojos.


—Joven Dumá —llamó una voz masculina—, ¿Joven Dumá?, ¿me escucha?


No hice ningún movimiento. Otra vez el sujeto insistió y tocó la puerta.


—Joven Dumá, su padre le está esperando en la oficina; me ha enviado por usted para que asista y así comenzar la reunión matutina. ¿Joven Dumá?


Hice caso omiso del hombre y sentí a las lágrimas caer hacia los costados; di una vuelta hacia la pared y cubrí mi cuerpo con las sábanas y cobertores. Nuevamente el hombre insistió, aunque ahora dijo otras palabras. Concentré mi cabeza en la última conversación con mi padre; ¿realmente había sido un capricho haber expresado mi sentir? No, no; me convencía de que había sido necesario. ¿Era tan malo desear un poco de afecto por parte de él? ¿Por qué mi padre no podía comprenderlo? Cerré los ojos y sollocé con gemidos leves. Tampoco quería abandonar mi derecho como heredero, pues era muy interesante toda la historia que envolvía a mi familia, pero yo había fracasado. Había mostrado emociones de manera abierta, y, lo peor, lo había hecho frente a la persona más terrorífica de todas: Edme Dumá, mi padre.


No tengo idea en qué momento la voz del hombre había desaparecido, así como la insistencia en la puerta. Mi cerebro otra vez se adormeció y comencé a ver imágenes extrañas. Era como soñar, pero sin perder la percepción completa de todo lo que rodeaba a mi persona en ese instante. Creo que estaba en alguna especie de salón de fiestas elegante con candelabros, luego en una habitación oscura y al final junto a un árbol nevado. Por unos segundos hubo un tacto ajeno que tocaba mi cabeza. Sonreí y sé que lloré. ¿Era una ilusión del sueño?, ¿era la caricia de alguien?


—Gunther —una voz profunda apareció entre la fantasía y la realidad—, Gunther, despierta.


Reconocí esa voz. Ese timbre duro, frío y vacío era mi padre. No, no era posible. No abrí los ojos por terror a corroborar que era él. Empero, estaba seguro de que había un tacto sobre mi cabeza; era una mano cálida y que ofrecía un mimo.


—Despierta.


Me armé de valor y abrí los ojos. Sin previo aviso, la habitación se inundó de sonidos inusuales, como risas de niños pequeños, llantos, frases pronunciadas por una voz femenina y gritos ahogados. Moví mi cuerpo hacia el frente y creo que había una especie de atmósfera gaseosa que mostraba los alrededores borrosos. ¿Todavía soñaba? Puesto que percibía a otras personas a mi alrededor, como si fuera observado por muchas miradas. Hice un esfuerzo y creo que divisé siluetas de gente extraña, de mujeres y hombres; todos vestidos de formas peculiares. Había un par que usaban sombreros de tres picos, con pañoletas, chalecos largos y desaliñados; luego estaban unos con gabardinas elegantes y peluquines blancos con cabellos rizados como tubos, incluso encontré a unas mujeres que usaban vestidos de escote pronunciado, con corsés y faldas largas y muy anchas. ¿De dónde habían salido todos esos individuos?


—Gunther —la voz de mi padre se hizo presente de entre el sonido ahogado y cada persona desapareció.


Volví a cerrar los ojos y comprendí que estaba en una especie de alucinación causada por el cansancio. Respiré con profundidad para llevar oxígeno al cerebro y por fin abrí los ojos en la realidad. Mi padre estaba parado cerca del ventanal protegido por las cortinas color vino; su mano tocaba las cortinas y parecía contemplar hacia el exterior.


Me incorporé con cautela, pero sólo quedé sentado en la cama; sentía mi cuerpo cortado, mi cabeza palpitar en demasía y un calosfrío que pasaba de forma constante por mi espalda y pecho. No podía ni bostezar, únicamente tenía fuerzas para mantener mi postura en ese instante.


Los pasos de mi padre se acercaron a mí, y moví un poco la cabeza para mirarlo de frente. A continuación, mi padre me sorprendió. Su mano tocó mi frente, y yo me estremecí.


—Tienes un poco de temperatura —dijo mi padre—, estás muy débil. Otra vez estás descuidando tu alimentación, ¿verdad? Y puedo ver que no dormiste nada, justo como ayer, así que tus defensas están muy bajas.


Antes de que mi padre retirara su mano, toqué su brazo para evitar que se alejara. Fue un reflejo sin control, cargado del deseo infantil por sentir cualquier afecto de su parte. Mi padre quitó su mano; empero, se sentó en la cama. Su rostro quedó frente a mí y estoy seguro de que sus ojos arrojaban consternación.


—Voy a decirte algo importante, Gunther, y quiero que con esto nunca vuelvas a mencionar a esa traidora —expuso mi padre—, porque debes comprender que no podemos confiar en alguien así. Tu madre, Catherine Brisón, era hija del Capitán Brisón; un marino de la milicia de Cadenas. Al inicio no sospeché de ellos, y por casi seis años así fue; nuestra relación estaba bien cimentada y ella conoció todos los movimientos de la organización, hasta que tú naciste…ella cambió. Cuando naciste, tu madre te llevó con ella. Iban a matarte y a destruir a la familia Dumá. Ella era una espía entrenada para pretender amor, y sus padres llevarían toda la información recolectada hasta sus superiores para luego destrozar a nuestra familia. Al encontrarla, unas horas antes de que saliera del país, le disparé tres veces, porque estaba a punto de degollarte. Yo estaba en shock porque no lo podía creer. Era tu madre, ¿a caso no sentía ningún remordimiento por su hijo? Supuse que no, por eso le disparé. Te llevé conmigo y mandé matar al resto de la familia Brisón para asegurar que los secretos de los Dumá nunca cayeran en las manos equivocadas. Después de eso, borré todos los récords relacionados con ella, y la maldije aún más, porque tú estuviste internado casi un mes. No comías, ni llorabas lo suficiente, además de eso, los doctores creían que el rechazo que habías experimentado desde tu nacimiento causado por Catherine, había sido la razón de un estrés muy alto que sufrías; te enfermaste gravemente y creí que te perdería. Pero contraté al mejor pediatra de Cadenas y te mantuvimos en observación bajo los tratamientos adecuados. Comenzaste a comer, a llorar y saliste del peligro. Los doctores dijeron que serías un niño muy débil, que lo mejor sería protegerte del exterior, pero ellos se equivocaron, porque eres un Dumá. Olvídate de tu madre; esa mujer no merece ni tu tiempo y ni tu desgaste.


Agaché la mirada y cerré los ojos. ¿Por qué me decía eso?


—Duerme. Más tarde vendré a verte. Hoy tengo una llamada con el asesino y le ofreceré la cabeza de todos los allegados de Vega, justo como lo propusiste ayer. Además, hoy es la fiesta del hijo de los Harrington, y necesitas estar mejor para la noche. Te traerán comida, Gunther; pero por hoy dejaré que duermas.


Mi padre empujó mi cuerpo con suavidad y colocó las sábanas y cobertores sobre mí. Cerré los ojos y acepté sus palabras. La pesadez me invadió y sentí que mi padre tocó mi rostro con el frente de sus dedos. Esa fue la primera vez que comprendí que me amaba de verdad.


No puedo asegurar qué ocurrió después. Me quedé profundamente dormido. Ni siquiera recuerdo si soñé o no; pero sí puedo decir que descansé. Porque al despertar, noté que era de tarde, casi las cinco de la tarde. Habían dejado una charola con comida en el buró junto a la cama, y alguien se había encargado de bajar la temperatura de mi cuerpo, puesto que había un balde con agua y un paño blanco en el escritorio.


Al salir de la cama, me acerqué hasta el ventanal y abrí un poco la cortina. Las nubes estaban tan aglomeradas que parecía que llovería pronto; ignoré el estado del tiempo y regresé a la cama. Me senté y comí. Había una ensalada de frutas, unos emparedados deliciosos y una sopa de verduras frescas. Mi padre tenía razón; dos días seguidos no había dormido lo suficiente y tampoco había consumido bien mis alimentos. Tenía la tendencia de ignorar el hambre, y ahora suponía que era por aquello que había vivido durante mis primeros días de vida.


Cuando terminé los alimentos, fui hasta el escritorio y hojeé los libros con rapidez. Mi cabeza había mostrado la imagen de mis ancestros como una alucinación; y creía que había sido por mis investigaciones. Los primeros Dumá, del siglo XV y XVI, lucían como rufianes, piratas de mala muerte, con sus vestimentas desaliñadas y chalecos abiertos. Estaba seguro de que mi cerebro había generado esas imágenes por la falta de sueño y comida.


Me senté en la silla y recordé que hoy era el cumpleaños de Stephan. No había comprado nada y tampoco tenía deseos de ir a su casa después de lo ocurrido entre nosotros. Pasé la mirada por los libros del estante alto y recordé que cuando éramos niños habíamos gozado de juegos ridículos como buscar el tesoro o explorar ruinas. Tomé una enciclopedia de ruinas y civilizaciones antiguas y vi las representaciones de las construcciones. Stephan adoraba las torres inusuales, con detalles artísticos y llenas de misterios. Sonreí y decidí cuál sería un buen regalo.


A toda prisa, me puse la sudadera, el pantalón y los tenis. Salí de la habitación y pasé hacia la parte central de la mansión, crucé el balcón principal del interior, el que tenía muchas escaleras para guiar al centro, al recibidor, a las puertas secretas del cementerio privado de los Dumá, y a las alas de toda la construcción. Fui hacia el este, y por fin, después de dos corredores más, llegué al estudio privado que usaba para mí. Tenía un montón de libros en los estantes y sobre el escritorio curvado; pero había un trinchero enano que guardaba material de trabajo para proyectos manuales. Pasé casi una hora sumergido en el regalo de Stephan. Hice una torre de papel reforzado, con dibujos en el exterior y algunos sublimados extras que pinté con los plumones; en el interior agregué una historia mítica que hablaba del poder secreto de esa torre: la amistad. Al cuarto para las siete, terminé la torre y quedó lista como un modelo en tercera dimensión de veinte centímetros de alto. Usé una caja para regalo de reserva que tenía en los libreros y la guardé. Debía darme prisa para llegar a tiempo a la fiesta de Stephan.


Después de tomar una ducha y usar un atuendo más oscuro pero igual de holgado, me dirigí hasta la puerta principal de la mansión y encontré a uno de los choferes con su uniforme elegante y sus lentes que iban con su imagen formal.


—Gunther —la voz de mi padre se hizo presente al salir de una de las puertas de la derecha—, llévale esto a Stephan. Es un regalo de nuestra parte.


Mi padre ofreció una caja negra con un moño dorado. Tomé el objeto y no dije nada.


—Diviértete.


—¿Y el asesino? —pregunté al aire.


—Vendrá mañana. Arreglaremos los detalles en persona. Por eso quiero que estés presente.


—Sí, padre.


—Gunther.


—¿Qué pasa? —inquirí al notar que mi padre me contemplaba con intensidad.


—¿Comiste?


—Sí.


—¿Seguro? —insistió mi padre con seriedad.


Asentí con la cabeza.


—Bien. Come en la fiesta algo, y no bebas mucho. Mañana a las diez nos reuniremos con el asesino, y a las doce tenemos una comida con Alice. Llegará directo del aeropuerto para asegurar la información que tenemos.


—Sí, padre, no beberé.


—Cuídate y diviértete, Gunther.


Mi padre agarró su gabardina gruesa del perchero junto a una mesa de adorno del recibidor y salió acompañado de su escolta y chofer. No estaba presente el señor Harrington, y supuse que le había dado el día por lo del cumpleaños de Stephan.


—¿Joven Dumá, nos vamos? —la voz del otro chofer, el de lentes, me regresó al momento.


Afirmé, tomé la chamarra negra que usaba para las noches frías, caminé hacia la puerta y seguí al chofer hacia el exterior. Justo como lo había pensado, la lluvia ya caía con tranquilidad y silencio. En realidad era común, puesto que la ciudad costera de Biannko era fría casi todo el año; a veces salía el sol en verano, pero sólo por un par de semanas.


—Pase, por favor —dijo el hombre de la guardia privada que me escoltaría esa noche.


Entré al auto elegante color negro y coloqué los dos regalos en el asiento. El coche se movió y presté interés al panorama. Para salir de la propiedad de mi padre, debíamos cruzar el jardín externo que está repleto de árboles y caminos como pequeñas carreteras para llegar a las otras construcciones dentro de la finca. Aunque parecía una casa de gente muy rica, en realidad era la más módica que mi padre tenía, y la última herencia física de nuestra familia.


Durante el trayecto, noté los edificios elevados de colores blancos y grises; era una peculiaridad de nuestra ciudad, las construcciones debían seguir un estándar en colores y arquitectura para preservar la historia del poblado. Luego, mi mente abandonó el interés en la ciudad y me llevó hasta la última conversación con Stephan. No tenía idea de cómo iba a saludarlo o qué iba a decirle; tampoco había sido amable en mis respuestas, pero lo había hecho por el dolor y miedo. Quizás Stephan ya no deseaba ser mi amigo, o tal vez sólo prefería que fuéramos camaradas y nada más.


El choche se detuvo frente a una residencia de tamaño medio, con fachada café por los ladrillos y pilares blancos; tenía algunas paredes frontales hechas de cristal y el interior estaba iluminado. La casa de la familia Harrington estaba sobre una colina, por lo que el estilo iba con el resto de las casonas de la colonia. El pórtico principal se abrió y el chofer condujo hacia el adentro, por la calle angosta que rodeaba una fuente exterior y tenía un estacionamiento privado. Yo me bajé del auto al quedar parado frente a la entrada del domicilio. Había guardado el regalo personal en la chaqueta, pero el de mi padre lo sostuve para que fuera visible.


La madre de Stephan estaba a la puerta; recibía a los invitados y lucía un vestido blanco y sencillo junto a una torera afelpada de color negro. Nunca había visto a la señora Harrington tan femenina, ya que casi siempre portaba su uniforme tipo militar; ella era también parte de la organización y era parte del equipo de Alicia, del comercio de las armas. En esta ocasión su cabello negro caía por sus hombros y hacía ver su semblante más hermoso.


—Joven Dumá, es un placer que haya venido —dijo la señora Harrington con una sonrisa—, su padre informó que él no podría venir por asuntos referentes a las transacciones que tendremos pronto debido al problema en la frontera del este. Es una lástima, porque nos hubiera encantado tenerlo aquí.


—Mi padre envía este regalo para Stephan —dije con respeto.


—Muchas gracias. Pase, Joven Dumá —la señora Harrington aceptó el regalo de caja negra y me ofreció la entrada.


La casa en el interior tenía detalles de estructuras bizarras, cuadros en algunos muros blancos y una división elegante. La sala estaba hacia la izquierda y tenía dos paredes de vidrio que dejaban ver una terraza externa. A la derecha estaba la sala del antecomedor repleta de personas jóvenes.


Una parte de los invitados eran chicos que solían entrenar con nosotros, así que fue fácil entrar. Vi a Raúl junto a su hermana. Raúl y Lizbeth eran gemelos idénticos, los dos tenían los ojos de un tono miel, el cabello rubio muy claro y corto; eran blancos y atléticos. Raúl era unos centímetros más alto que su hermana, y sus facciones eran masculinas, mientras que Lizbeth era femenina y bonita. Los dos tenían dieciocho años y eran buenos amigos de Stephan.


—Hola —dije al acercarme a los gemelos.


—Joven Dumá, buenas noches —Raúl replicó al beber un trago de la botella de cerveza—, ¿cómo está?


—No seas irrespetuoso, Raúl —Lizbeth compuso—, Joven Dumá, ¿cómo le va?


Raúl y Lizbeth vestían una especie de gabardina elegante que hacía juego entre ambos; pero Lizbeth mostraba un vestido corto negro y Raúl un traje de gala negro. Era indiscutible el parentesco que había entre los dos.


—¿Está buscando a Stephan? —prosiguió Lizbeth—, creo que está con Hannah, la chica de su escuela.


No repliqué. Reconocí que estaba celoso. Era ridículo, pero imposible de omitir, y otra vez no podía controlar los deseos de tener una relación con Stephan.


—Oh, Joven Dumá, ¿quiere una cerveza? —Raúl preguntó.


—¡Ay! Raúl, de verdad que no sabes nada de etiqueta.


Antes de que los hermanos pudieran iniciar una discusión, Stephan llegó de entre la multitud. Estaba vestido con su imagen de chico rebelde, con su chaqueta de parches, pantalón de mezclilla oscuro, botas militares y playera negra. Su cabello estaba un poco despeinado, pero no pude evitar pensar en otra cosa más que en lo lindo que se veía.


—Viniste —Stephan pronunció al verme—, quieres… ¿Quieres algo de beber?


Negué con la cabeza. Estaba a punto de sacar el regalo que contenía la torre, pero una chica se acercó a nosotros; era castaña y muy guapa. Era delgada, de ojos verdes y tez morena; portaba un vestido rosa y corto. Ella tomó el brazo de Stephan.


—Stephan —la voz de la muchacha sonó alegre y armoniosa; sus ojos pasaron por mi imagen y sonrió—, ¿no nos conocemos? Soy Hannah, amiga de Stephan de la universidad.


Hannah ofreció su mano y yo acepté el gesto por educación al presentarme.


—Eh, oye, Gunther, ¿no quieres jugar? —Stephan habló con un tono casual—, estamos jugando beer-pong, Tú eres buenísimo para el ping-pong, así que esto será pan comido para ti.


—Está bien —dije sin reparo.


Caminé junto a Stephan y Hannah, salimos hacia la terraza que colindaba con la sala y el antecomedor y quedamos frente a una mesa de ping-pong que tenía vasos rojos acomodados.


—Por fin llegó el siguiente competidor —Stephan dijo con un tono alto para llamar la atención del resto de los muchachos—, y les puedo asegurar que no será vencido por nadie.


Di unos pasos para colocarme en el lugar correspondiente. Stephan ofreció una pelota de plástico y me ayudó a retirar la chamarra gruesa. En el otro extremo de la mesa se colocó un joven rubio de cuerpo musculoso y sonrisa fanfarrona; tal vez era un compañero de la universidad también, porque nunca lo había visto. Mi preocupación se quedó en el regalo que estaba en la chamarra, y en el plan para tener un momento a solas con Stephan.


—¡A jugar!


Lancé la pelota con facilidad hacia el lado contrario y cayó en el interior del primer vaso del frente. Los invitados que veían el juego gritaban de emoción y aplaudían. Otra vez el turno fue mío y conseguí echar la bola en uno de los vasos de atrás, los de bebidas más fuertes. La cara del contrincante lucía molesta. En menos de cinco minutos la partida terminó y yo no había tomado ni un sólo vaso; en la otra mano, el rubio estaba alcoholizado y ya había iniciado con balbuceos. Los siguientes contrincantes fueron otros chicos de la universidad de Stephan, pero perdieron. Luego Raúl compitió y no pudo ganar. Al final, jugué contra Hannah y nuevamente arrasé con la partida sin tomar una gota de alcohol. A comparación del ping-pong, este juego era en exceso fácil y absurdo.


—Les dije que nadie le ganaría —Stephan gritó con entusiasmo y la multitud replicó con aplausos y porras—, nunca le he ganado en el ping-pong…bueno, creo que en nada…en casi nada.


Me moví hacia la derecha y dejé que otros continuaron con la diversión; caminé hacia la baranda y contemplé la zona boscosa que era parte de la propiedad de la familia Harrington. No tenía idea de cómo interpretar las acciones de Stephan, pues parecía como si el beso y la discusión entre nosotros nunca hubieran pasado. Sabía que debía olvidarlo, lo sabía muy bien. Por mi propio bien.


—Hey, Gunther —la voz de Stephan sonó cercana—, tu chamarra. Hace frío.


Acepté la prenda, pero no la puse sobre mí. Por unos minutos no hubo más conversación. Los gritos, la música electrónica y las risas de los invitados opacaban la tranquilidad de la noche.


—Eh… —Stephan aclaró la garganta—, gracias por venir. La verdad creí que no vendrías…porque…pues tienes muchas cosas que resolver junto a tu padre y comprendo que éste no es un buen momento para la organización.


Ni siquiera pronunciaba alguna pista respecto a nuestros momentos de los días pasados. Podía sentir como si algo en mi interior se postrara en mi pecho e impidiera a mi respiración encontrar un ritmo; era como si algo fuera aplastado en todo mi ser. Había llegado el momento de romper nuestra amistad y alejarnos…por mi propio bien. Así que saqué el regalo, lo obsequié y Stephan lo aceptó.


—Feliz Cumpleaños, Stephan —hablé con un tono seco—, gracias por la invitación. Lamento lo que pasó entre nosotros los últimos dos días, pero no volverá a ocurrir. Me retiro.


Di una media vuelta y avancé por la multitud hacia la sala que ya estaba invadida por más adolescentes. Entré a la casa y caminé hacia la salida; empero, sentí que mi brazo fue sujetado con fuerza. Stephan me rodeó y se colocó frente a mí. Su rostro estaba serio, y sus mejillas un poco rosas por el frío y el alcohol en su sangre.


—¿Podemos hablar en privado? —Stephan me preguntó al acercar su boca a mi oído—, por favor.


Otra vez nuestras miradas se cruzaron. Yo no moví ningún músculo de mi rostro y sólo suspiré. Era peligroso aceptar su petición; del mismo modo, no había nada que decir. Yo había revelado mis sentimientos por él y había obtenido su respuesta. No deseaba escuchar excusas innecesarias o palabras de falsa amistad.


Antes de replicar, fuimos interrumpidos por Hannah; la chica se colocó junto a Stephan. Al mirarme sonrió de una manera poco agradable, y creí que deseaba un tiempo a solas con Stephan. Intenté proseguir, pero la mano de Stephan incrementó la fuerza sobre mi brazo.


—¿A dónde vas?


—Stephan —Hannah habló con un tono alto para ser escuchada por nosotros—, ¿estás ocupado? Quiero pedirte un favor.


—Ahora no, Hannah. Necesito hablar con Gunther.


Hannah arrojó una mirada de enojo hacia mí, pero no se fue.


—¿De verdad me vas a negar por un niño como él?


—No te atrevas a insultarlo, Hannah; no sabes frente a quién estás. Así que déjanos en paz.


Sin previo aviso, Stephan me jaló y me condujo hacia las escaleras que guiaban hacia la planta alta. Pasamos el balcón superior, luego un pasillo adornado con un abanico grande y por fin llegamos hasta su habitación. Stephan cerró la puerta con seguro y me miró. Yo quedé parado a un metro de él, junto a un escritorio de madera clara. Aunque no era la primera vez que visitaba su habitación, siempre me agradaba ver los pósters de animales mitológicos que Stephan coleccionaba.


—¿Puedo abrirlo? —Stephan mostró el regalo y yo asentí con la cabeza—. Gracias por venir, de verdad —Stephan abrió la caja y sonrió al ver la torre—. ¡Increíble! ¿Tú la hiciste? ¡Oh! Mira, se puede abrir —con cautela abrió la estructura y las palabras del interior quedaron expuestas.


Por mi cuenta no me moví. Observé a Stephan leer y me perdí en sus facciones. Sus ojos azules claros se movían de vez en cuando, su piel bronceada compaginaba con su cabello despeinado. Tuve un sinfín de impulsos, quería tocar su rostro, su boca, su cuello, su pecho y bajar más. Deseaba besarlo, sujetarlo de la cintura y dejar marcas por todo su ser.


—De verdad…es genial —la voz de Stephan sonó como un detonante que me hizo obedecer a mis deseos—, pero…creo que es mentira. Te has alejado de mí, y…no comprendo por qué actúas así.


—Es la última vez que hablamos en privado —repuse con sequedad—, porque yo no puedo ser tu amigo. Ya no.


—¿Y para qué me diste esto?


—Para que no olvides que alguna vez fuimos amigos.


—Gunther…¿de verdad vas a arruinar nuestra amistad? —Stephan dejó la torre en el escritorio y no midió su distancia conmigo.


—Es un sacrificio que debe ser.


—¿Un sacrificio? ¿Tan malo es ser mi amigo?


—No seas egoísta —reiteré con severidad—, no puedo ser amigo de alguien que me roba el sueño y nubla mis deseos.


—Gunther, ¡por dios! ¿Por qué me haces ver como el malo?


Evité a Stephan y caminé hacia la puerta, pero él se interpuso en el camino.


—Me gustas, ¿no es claro? —dije con enojo—, ¿cómo quieres que sobrelleve una amistad si me gustas demasiado? He intentado no sentir nada, pero no soy una máquina. Si mis sentimientos te incomodan, entonces es más que obvio que tú y yo no podemos estar juntos. Ni como amigos.


—¿Tu padre ya lo sabes?


—Sí. Ayer se lo dije, en la noche. Si vas a amenazarme, será mejor que uses otra excusa.


—Debe ser una confusión, Gunther. Hemos sido amigos desde muy pequeños —empero interrumpí.


—No lo es. Por eso evito tu presencia y tacto. Todo de ti…es…muy lindo. Eres muy lindo, Stephan. Y no puedo evitar este impulso de querer besarte. Lo lamento.


Regresé la atención a la puerta y Stephan forcejeó.


—No hemos terminado —dijo Stephan al empujar mi cuerpo hacia la pared de la izquierda. Por supuesto que sus actos me molestaron.


—¿Qué quieres que te diga? —indagué con seriedad.


No hubo respuesta.


—¿Qué es exactamente lo que no te queda claro? Ya te dije que soy gay, que me gustas…que quiero besarte. No tenemos nada más de qué hablar cuando las cosas son tan claras. Tú no sientes nada por mí, y yo ya no puedo ser tu amigo, Stephan. Duele, y mucho, y ya no quiero llorar.


—¿L-Llorar? —Stephan preguntó con sorpresa.


—Tengo que irme.


De pronto, Stephan soltó mi cuerpo y se hizo a un lado. Avancé hacia la puerta, retiré el seguro y salí. Me dirigí hasta las escaleras con rapidez, pero me encontré con el señor Harrington. Esa noche el señor Harrington usaba un traje elegante color azul marino.


—¿Joven Dumá?, ¿se encuentra bien? —dudó el señor Harrington con su voz usual—, ¿qué hace aquí? —luego dio unos pasos hacia mí y miró hacia el pasillo que conducía a las habitaciones—. ¿Dónde está Stephan?


—En su cuarto —revelé con un tono seco—, lo lamento, pero tengo que irme, señor Harrington. Hasta mañana.


No esperé más. Bajé las escaleras y busqué la salida. Evité a la señora Harrington y salí. El carro de mi escolta estaba aparcado al frente, cerca de la fuente; el guardia estaba junto al coche, con su rostro de pocos amigos. Me acerqué y abrí la puerta.


—¿Joven Dumá? —el guardia dio unos pasos hacia mí—, ¿ya desea volver a casa?


Asentí con la cabeza. El hombre cerró la puerta y subió al volante. Como el chofer ya había terminado su turno, ahora estaba con la escolta. El carro se movió y abandonamos la propiedad de la familia Harrington. Enfoqué la mirada en las luces nocturnas y despejé la mente; no había sido clara la actitud de Stephan, y no deseaba crear ilusiones otra vez en mi cabeza. Era suficiente.


Cuando arribé a casa, no encontré a mi padre, por lo que fui directo a mi habitación. A pesar de que había dormido por la tarde, tenía sueño. Además, recordé que no había comido nada más que los alimentos de la charola que habían llevado a mi habitación. En realidad ignoraba el deseo por el consumo de alimentos, así que fui a la cama y me di cuenta de que había olvidado la chamarra en casa de Stephan. Me desvestí y me metí debajo de las colchas. Acepté que estaba desorientado, así que llevé la atención a otro tipo de situaciones.


Primero pensé en el encuentro con el asesino, luego en Aram Vega, después en la próxima reunión con los asociados de mi padre y por último en Stephan. Su rostro aparecía como un cuadro rodeado de dolor; una imagen que debía desaparecer lo antes posible.


De manera inesperada mi mente arrojó la ilusión que menos deseaba ver; Stephan y yo nos encontrábamos juntos, en su habitación, pero en lugar de discutir, él me besaba. Yo tocaba su abdomen trabajado; para bajar hasta su ingle. Mis propias manos entraron debajo de mi ropa interior y toqué mi cuerpo. En la fantasía, yo acariciaba a Stephan y lo despojaba de sus ropas; la imagen falsa decía mi nombre y yo no me detenía. Abría sus piernas y conjuntaba nuestros cuerpos; el Stephan irreal mostraba un rostro erótico y yo lo besaba. Existía una sensación sublime que causaba contracciones en mi cuerpo y un espasmo en mi ingle.


Suspiré con pesadez y sentí mis manos llenas de mi propia eyaculación. Me molesté con mis actitudes; salí de la cama y entré al baño. Lavaba mis manos y evitaba mirarme en el espejo; pero fue imposible. Mi rostro estaba decaído y molesto, mis ojos permitían a la tristeza aparecer. Mientras más lo negaba, más dolía y más molesto me sentía. ¿Por qué?


Cuando regresé a la cama, respiré una y otra vez con profundidad y tranquilicé a mi mente y sus reclamos. Cerré los ojos y por fin concilié el sueño. Estoy seguro de que tuve una pesadilla, porque desperté con la respiración agitada, con las cobijas abajo y empapado de sudor. Me incorporé y vi el reloj despertador; ya eran las seis y quince. Tomé una ducha y me alisté con rapidez.


Abandoné la habitación y llegué hasta el corredor en forma de “T” invertida que conectaba con la oficina de mi padre. Contemplé el jardín exterior por la ventana y aguardé. Las nubes habían permitido a los rayos del sol aparecer un poco, así que había una belleza intrínseca en el paisaje.


Pasaron unos minutos y escuché una puerta cercana abrirse y cerrarse. Volteé hacia la izquierda y encontré a mi padre.


—¿Cómo te sientes hoy, Gunther? —preguntó mi padre.


Al contemplar a mi padre me percaté del enojo que había sentido el día anterior. Él sonreí con suavidad y yo evité su mirada; mi padre no hacía ninguna mención sobre mi sexualidad, como si ese detalle hubiera sido ignorado. No era correcto, pues parecía como si negara una parte de mí, una parte sumamente importante sobre mí.


—El asesino vendrá aquí —mi padre prosiguió—, así que lo veremos en el comedor. Pero, antes de eso, hoy hablaremos con Michael sobre su regreso y el último paquete de Harriet.


—¿Tanto deseas ignorar lo que dije? —arrojé la cuestionó con un tono nocivo.


Mi padre no respondió. Dio unos pasos hacia la puerta de la oficina y la abrió.


—Ven, entra.


Obedecí y los dos quedamos en el interior del cuarto. Mi padre se sentó en la silla café, luego sacó un puro de la cajita metálica y lo olió.


—Te seré honesto, Gunther, no me había percatado de que prefieres a los hombres —divulgó mi padre con su tono clásico de seriedad—, y por ello te pido una disculpa. No quiero que pienses que estoy ignorando tu sexualidad, porque es algo muy especial en la vida de las personas. No sé qué decirte, es todo. No sé qué clase de conversación debemos tener, porque, a decir verdad, te he dado muchas libertades. Siempre creí que ejercías tu sexualidad con alguna chica del colegio, porque era lo que yo hacía. Bueno, ahora supongo que lo haces con un chico, ¿o no?


Negué con la cabeza.


—¿Por qué? Eres libre de tener sexo y también de enamorarte.


—Nunca he tenido sexo. Me reprimía por…por miedo a que te sintieras decepcionado.


—Nunca me has decepcionado, Gunther. Te lo dije, te dije que eres mi hijo y por ese simple hecho estoy orgulloso de ti.


—¿Incluso…si me gusta una persona que no debiera?


—¿Quién?


—Stephan Harrington.


Mi padre suspiró. Cortó la cola del puro y lo encendió para fumar con plena tranquilidad.


—¿Te gusta el hijo de Louis y Marcela? —mi padre cuestionó con una sonrisa inusual en su rostro.


—Sí —aseguré.


—¿Y ya se lo dijiste?


Agaché el rostro y mantuve mi posición cercana a la puerta.


—Comprendo —continuó mi padre—; bueno, Gunther, si el chico no es gay, entonces no hay nada más que hacer. Hay muchos peces gordos en el mundo de la droga, como el hijo mayor del Dragón del Este. Sé que es gay como su padre. Del hijo del Alquimista no tengo detalles, pero también es buena opción. Pero hay otro que conozco, un muchacho de tu edad, el hijo de uno de los científicos más importantes que trabaja para Harriet, creo que es algo así como…¿cómo se dice? Ese tipo de gente que no ve el sexo y se enamora de la persona.


—¿Pansexual? —dije al levantar el rostro y acercarme a la silla que correspondía a mi lugar. No podía creer que mi padre hablaba sobre opciones conmigo tan a la ligera.


—Sí eso. Son excelentes opciones, ya que conseguiríamos una conexión directa con la élite más abominable del país y del mundo.


—¿De verdad quieres que me case con alguno de ellos?


—No. Quiero que eso lo decidas tú. Pero deberías dejar en claro que tu apellido será el que heredarán tus hijos, no el de la otra persona. Y tu futuro esposo deberá perder su apellido y adoptar el nuestro.


Sonreí con timidez. Mi padre era más cínico de lo que había creído, y también era bueno y cariñoso a su manera. Esa fue la segunda vez que comprendí que realmente me amaba. Respiré con calma y sentí una ligereza invadirme. Ya no estaba enojado ni con él ni con lo que había ocurrido con Stephan.


 


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