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Un lugar como el hogar por Marbius

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4.- “Tu nombre no aparece en el koseki. Eri es Midoriya.”

 

La paranoia hace pensar a Izuku que su comportamiento es similar al de un stalker. ¿Cómo si no justifica ese viaje a Tokyo contando mentiras a su familia y amigos, con equipaje para una noche y un boleto que le permitirá ver a Class A en concierto?

La noticia de que aquella noche de Año Nuevo Class A se presentaría junto a otras bandas amateur en un concurso para determinar quién se lleva un contrato con un reconocido sello discográfico llegó a oídos de Izuku por medio de Inko, que a su vez lo escuchó de los Bakugou. Izuku habría preferido que los padres de Katsuki lo hablaran con él en lugar de utilizar a su madre de intermediaria, pero en parte es un alivio porque así puede fingir desconocimiento y abordar el tren sin levantar demasiadas sospechas a su alrededor.

La única persona que está enterada (y a medias) de su plan es Ochako. Ella está en Tokyo, de visita con unos amigos, e Izuku aceptó su oferta de visitarla por esa noche. A pesar del voluminoso vientre de seis meses que le abulta bajo la parka de invierno, Izuku está decidido a primero hacer una escala en la sala de conciertos y después mentir para justificar su tardanza.

La nieve que esa noche empieza a caer con fuerza en Tokyo sirve a su propósito. La bufanda y el gorro que se cala hasta ocultar una buena porción de su rostro son un excelente camuflaje cuando presenta su boleto a la entrada y se mantiene en la parte más alejada del escenario.

Izuku compra un refresco y le da sorbitos mientras las primeras cuatro bandas suben al escenario. La quinta es Class A, e Izuku contiene el aliento cuando los miembros suben al escenario y él reconoce a Katsuki tras la batería.

Tokyo ha cambiado poco de su aspecto físico (aunque Izuku podría jurar que sus brazos son ahora más musculosos), pero al parecer sí de su personalidad, cuando sonríe a sus compañeros de banda y marca con sus baquetas el comienzo de su primera canción.

Por la duración completa del show, 30 minutos y 7 canciones que reverberan en el interior de Izuku, éste se mantiene quieto y con la vista al frente mientras la multitud a su alrededor baila, corea y se vuelve loca con la música de Class A.

No es ninguna sorpresa cuando al final de la noche Class A gana por mayoría de votos el contrato con el sello discográfico y en la sala reinan las celebraciones, pero hay una persona a la que le cuesta sonreír, y ese es Izuku, oculto entre las sombras mientras observa a los miembros de la banda (a Katsuki en especial) dirigirse a la barra y pedir bebidas. Katsuki es el único menor de edad y pasa de la ronda de cervezas en la que sus compañeros de banda se enfrascan para celebrar.

Izuku todavía se demora unos minutos más. Está aturdido, y no sabe bien cómo sentirse. ¿Feliz porque Katsuki y Class A ganaron el contrato? ¿Contrariado por esas mismas razones? Izuku no había ido a Tokyo con intenciones de hacer cumplir a Katsuki su promesa de volver a Musutafu al finalizar el año si es que su asunto con la banda ‘no funciona’ como había expresado él. Incluso de no haber ganado el concurso, era obvio que su carrera estaba por despegar, e Izuku se odiaría seguro tanto como Katsuki con él si se atrevía a ponerle un final.

Ya fuera porque lo echaba de menos, o porque en su vientre crecía un bebé de los dos.

Con ojos en extremo secos (bien, de momento prefería guardarse el llorar para cuando estuviera a solas), Izuku aprovechó pedirle a una mesera que se movía entre el público para pagar una bebida a Katsuki. Dejando el pago, e instrucciones precisas del jugo de arándano por el cual éste tenía predilección, Izuku miró una última vez a Katsuki a través de la muchedumbre e hizo una retirada silenciosa.

Y si volteó sobre su hombro infinidad de veces esperando que Katsuki notara su presencia y les otorgara un final de cuento de hadas, eso Izuku se lo llevaría hasta la tumba como su mejor guardado secreto.

 

—Recuerdo el jugo.

—No bromees.

—En serio —dijo Katsuki al escuchar aquella parte de la historia—. No había vuelto a beber jugo de arándano en Tokyo. No había encontrado de la marca que me gustaba así que no lo bebí más, y pensé tantas veces esa noche que era un augurio de éxito, pero... No podría haber estado más equivocado, ¿eh?

—No digas eso. Cumpliste lo que habías dicho: Lo conseguiste en grande con la banda antes de finalizar el año y-...

—¿Pero a qué precio? —Gruñó Katsuki—. Y no me hizo feliz...

—Quizá volver a Musutafu tampoco lo habría hecho —murmuró Izuku, balanceando las piernas en la banca igual que hacía Eri desde el columpio—. Ciertamente no fue divertido para mí, y no lo digo para hacerte sentir culpable. Sólo no lo fue.

—Pero habríamos estado juntos —insistió Katsuki, girando el torso para enfrentarse a Izuku—. Podríamos haber hecho que lo nuestro funcionara.

Izuku exhaló. —Creo que estás demasiado acostumbrado a salirte con la tuya como para aceptar que a veces el fracaso es una opción válida. Lo nuestro no funcionó, y la prueba es lo sencillo que resultó rompernos. Bastaron 3 meses en Tokyo, y luego 6 años más.

Con un chasquido de lengua que denotaba su irritación, Katsuki lo contradijo. —Y ni un segundo de todos esos años que estuve lejos dejé de pensar en ti, ¿contento?

—Kacchan...

En el pasado, Katsuki no habría tenido dudas acerca de cómo proceder. Habría bastado acercarse a Izuku y besarlo, prometer con cada toque de su mano que llegarían a un acuerdo que los satisficiera a ambos, pero esas eran promesas que había hecho durante su adolescencia, y que ahora venían a echarle en cara cuán impotente podía llegar a ser para asegurar la felicidad de Izuku.

En su lugar optó por una versión reducida, casi casta, al extender su mano y con los dedos rozar los nudillos de Izuku y primero cerciorarse de ser bien recibido.

No lo fue, e Izuku se cruzó de brazos.

—¿A qué has vuelto exactamente a Musutafu? —Preguntó Izuku con una voz fría que no dejaba lugar a dudas a la posición en la que dejaba a Katsuki: Apartado, sin esperanza.

—No lo sé... —Y era la verdad. No conseguía descifrarlo del todo. Katsuki se había sentido vacío por todos aquellos años en Tokyo, y las costuras de su alma que contenían aquella nada habían acabado por desgastarse y empezar a mostrar áreas rotas. Katsuki sólo había querido volver a Musutafu y remendarse, otorgándole a Izuku esa función sin antes considerar el tiempo que habían estado separados—. Todavía intento descifrarlo.

Con un suspiro, Izuku volvió a su afabilidad de siempre. —Y está bien. Pero... No soy quién para ordenártelo, así que haré una petición que espero puedas cumplir y no sólo por mi bien: Mientras decides, por favor mantente alejado de Eri.

—Deku... —Dos podían jugar al mismo juego, y Katsuki iba a sacar su artillería, pero Izuku lo cortó de seco con argumentos contundentes.

—Es tu hija, ¿vale? Lamento lo que dije ayer. Pero debes de verlo desde mi posición, porque he intentado por todos los medios darle la familia que merece al no alejarla de su abuela Mitsuki y su abuelo Masaru, pero no puedo hacer lo mismo por ti si sin más aviso tomas otro tren a Tokyo y desapareces otros 6 años de su vida apenas te viene en gana. Eri merece más que eso de ti.

—Lo haces parecer como si fuera mi decisión, cuando en realidad-...

—Lo sé —le interrumpió Izuku—, y lo siento tanto... Reconozco mi error, y lo lamento tanto, Kacchan —murmuró Izuku, elevando la vista y forzándose a no llorar—. Pero no es justo que vuelvas después de todo este tiempo y decidas sin más que lo que hice estuvo mal. Salí adelante con lo que tenía a mano y la ayuda de las personas que me prestaron la suya. Sé que al menos debí informarte cuando Eri nació que habías sido padre, ¿pero qué sentido tendría? Ya vivías en Tokyo, y podía ver tu rostro en televisión cuando salías en esos programas de amenidades. Ya estabas en las revistas de la tienda de conveniencia cuando Eri empezó a caminar, y ganando premios por esa canción que se volvió el opening de ese anime de superhéroes y que Eri aprendió a cantar sin problemas cuando tenía 3 años.

Katsuki de pronto recordó algo. —Ella... Eri me llamó Kacchan.

—Ah, eso —se sorbió Izuku la nariz y con discreción se limpió el borde de los ojos—. Así es como te llamo frente a ella. No tenía sentido ocultarle la verdad si en casa de tus padres ellos le hablaban de ti. Pensé que Kacchan era más simple que Katsuki, o... papá.

—Y ella... ¿Cómo lo lleva?

Izuku encogió un hombro. —Bien dentro de lo que cabe. Se mostró bastante sorprendida cuando entendió que técnicamente yo era su mamá, pero nunca consiguió llamarme de esa manera. Ochako lo fue un tiempo, recién cuando nos mudamos juntos, pero de pronto un día Eri decidió llamarla tía Ochako y ahí terminó.

—¿Así que ahora vives con Ochako?

—Ajá.

—¿Y ustedes dos...?

—¡¿Qué?! ¡No! —Replicó Izuku, en partes iguales incrédulo y abochornado—. Vivimos juntos por conveniencia. El departamento de mamá era demasiado pequeño con sus dos habitaciones para nosotros tres, y hace justo tres años que se volvió casi imposible dormir con Eri en mi cama individual desde que ella rechazó la cuna. Al final resultó que Ochako también quería su propio espacio, y ahora rentamos una vieja casa a partes iguales. No es céntrica la ubicación, pero al menos Eri tiene su propio cuarto y un jardín donde jugar a sus anchas.

—Oh, entonces... Ustedes dos están bien, ¿correcto?

—No nos falta nada, si es lo que te preguntas —respondió Izuku con cautela, y ante el ceño fruncido de Katsuki se apresuró a tranquilizarlo—. Estamos bien. Eri puede no tener ropa nueva y de marca siempre, pero no pasa frío. Ni hambre. Y no le falta amor.

—Yo podría-...

—No. Gracias, pero no —dijo Izuku de vuelta—. No estás forzado a ello.

—Pero quiero hacerlo —insistió Katsuki—. Tengo dinero suficiente para... Muchas cosas en realidad. 6 años de manutención retrasada pagarían lo que sea que quieran comprar...

—Oficialmente no eres el padre, Katsuki —le recordó Izuku—. Tu nombre no aparece en el koseki. Eri es Midoriya, como seguro ya te habrán informado tus padres. No sería honesto pedirte dinero atrasado cuando ni siquiera estabas enterado de que eras padre.

—Ya. ¿Y si yo quisiera dártelo de igual manera?

Izuku colocó las manos en sus rodillas y se apretó con fuerza las rótulas mientras se inclinaba al frente.

—¿Y después? —Una pausa—. ¿A qué precio recibiría ese dinero?

—Izuku, yo-...

—Sólo una vez fue necesario tener esta plática con tus padres —dijo Izuku con frialdad e ira contenida—. Nadie, y debes escucharme bien, nadie me quitará a Eri. Si recibir dinero de ti o los Bakugou implica que sus derechos sobre Eri sobrepasarán a los de una familia normal, entonces mi respuesta es no. Eri es mi hija, y si creen que no pelearía por ella con uñas y dientes para impedir que me la arrebaten-...

—¡Woah! —Le puso Katsuki la mano en el brazo—. Esa no era mi intención.

—¿No?

—No. En lo absoluto.

Izuku suspiró con alivio, y la tensión que se había ido acumulando en su rostro con la forma de cejas rectas y el labio superior ligeramente elevado se desvaneció en el acto.

—Bien.

—Pero me gustaría conocerla —dijo Katsuki, y la comisura en la boca de Izuku se jaló hacia abajo—. Puede ser lo que tú prefieras. Incluso hoy en el parque es una buena oportunidad para-...

—¿Cuándo vuelves a Tokyo?

—Te lo dije. No lo tengo claro porque-... —Gruñó Katsuki por tener que repetirse, pero Izuku no le dio oportunidad de más.

—Eri te echará de menos —dijo Izuku, girándose por completo hacia Katsuki y sosteniendo su mirada—. Siempre pregunta por ti, y en tus últimos cumpleaños ha pedido un pastel para celebrarlo. Si entras ahora en su vida y luego te marchas por otros 6 años...

—¡Pues no lo habría hecho de saber que era padre! —Estalló Katsuki, pero a diferencia del pasado, cuando Izuku se retraía dentro de sí mismo para no ser víctima de su enojo, esta vez Izuku se mantuvo firme e inamovible.

Suponía Katsuki que era la fortaleza que su descubierta paternidad le había forzado a asumir. Él lo entendía, porque dentro de sí bullía ahora un deseo por hacer lo mismo.

—Tómate tu tiempo y después haz tu decisión, Kacchan —dijo Izuku, que a pesar de todo conseguía mantener la cabeza fría—. Cualquiera que sea tu resolución final, la aceptaré. Pero no será nada que digas en estos días cuando todavía estás en shock.

—No estoy en shock, carajo.

—¿No? Porque hablas de conocer a Eri, pero Ochako me contó cómo te comportaste alrededor de ella. Y puedo comprobarlo por mí mismo: Aceptas cuando ella viene a ti, pero tú no acudes a ella.

—No es cierto, yo-...

—Ni una sola vez desde que nos hemos sentado aquí has volteado a verla— dijo Izuku, y se mordisqueó un poco el labio inferior.

—Es difícil —masculló Katsuki—. Se parece tanto a mí a esa edad.

—Pero es su propia persona. Tiene mucho de los dos, pero no es tú o yo a esa edad. Lo sabrías si la conocieras.

—Eso haré —dijo Katsuki, dispuesto a demostrar su valía.

—Kacchan...

—No, dije que lo haré y así será —gruñó éste, que poniéndose en pie y dándose unos golpecitos en el rostro se descubrió mucho más nervioso de dar el primer paso para conocer a su hija que de lo que alguna vez se había sentido al salir al escenario y tocar su música para miles de fans.

En su opinión, había mucho más en juego con la sangre de su sangre que en comparación de todos esos extras que lo admiraban por tocar la batería, así que sus nervios estaban justificados.

—Sé tú mismo —le aconsejó Izuku, y Katsuki tragó saliva.

Sería él mismo, y sólo esperaba que esa versión de su persona resultara apropiada para Eri.

Y lo fue.

 

Después de una hora en el parque (una hora en la que Katsuki se sentó con Eri en la caja de arena y levantaron un burdo castillo en silencio), Izuku puso fin a su estancia porque el clima se estaba tornando cada vez más frío y todavía debían pasar a hacer la compra.

Katsuki se ofreció a acompañarlos, y aunque Izuku hesitó acerca de cuán apropiado podía ser eso, accedió cuando Eri tomó sus manos y les instó a apresurarse.

A ojos de terceros, seguro que habrían podido ser la perfecta estampa de unión familiar. Dos padres jóvenes con su pequeña en medio y parloteando de sus cosas como sólo los críos de esa edad saben hacer. Pero Katsuki no quería hacerse ilusiones, y seguro Izuku tampoco si con nerviosismo consultaba su reloj cada dos por tres.

Las compras consistieron en verdura y carne para la cena, y tras escuchar a Eri pedirle a Katsuki que se les uniera y éste acceder tras corroborar que su estancia sería bienvenida, Izuku ajustó las porciones de manera adecuada.

En la caja, Katsuki pagó no sin muchas protestas de Izuku, y éste sólo accedió a guardarse de vuelta el dinero con el que quería saldar esa cuenta cuando le recordó que se estaba inmiscuyendo en sus planes de cena y que lo justo era que cooperara un poco.

—Pagarlo todo no es ‘un poco’ —dijo Izuku al sujetar una bolsa con su mano libre—. Si acaso sólo la cuarta parte del costo total es la que te corresponde.

—Es mi manera de decir ‘gracias por la comida’, ¿ok? —Dijo Katsuki a su vez, levantando la otra bolsa.

—¡Oden, oden, me gusta mucho el oden! —Canturreó Eri, ajena a las tensiones entre los adultos, y feliz porque esa noche cenarían su plato favorito.

Katsuki simplemente se dejó guiar por la diminuta manita que sujetaba la suya, y pronto llegaron a una casa no demasiado lejos de la de los Bakugou pero que no estaba en óptimas condiciones. Tampoco era un basurero amenazando con venirse abajo al menor soplo de viento, pero bien podría recibir mantenimiento.

—Sé lo que piensas, y agradecería que te lo guardaras para ti —murmuró Izuku cuando Eri entró por delante a la casa para saludar a la tía Ochako que había llegado antes que ellos—. Es nuestro hogar, y no toleraré que lo critiques.

—Tsk, no sería tan insensible de comentarlo —masculló Katsuki, deteniéndose con Izuku en el genkan para sacarse los zapatos y colgar los abrigos.

A pesar de que afuera la casa se veía vieja y con necesidad de una mano de pintura, por dentro era cálida y olía bien. Estaba bien iluminada, y los pisos de tatami aunque desgastados estaban limpios y sin traza de polvo. No había marcas de humedad, y los muros tenían un tono blanco y limpio. Era en verdad un hogar, y Katsuki se detuvo unos segundos a apreciar un par de fotografías en el muro.

En una, Izuku sostenía a un bebé que a juzgar por su tamaño no podía tener más que un par de días. En progresión, las fotografías mostraban su crecimiento hasta convertirse en la misma Eri que en esos momentos hablaba en la cocina con Ochako y le explicaba que tenían un invitado especial para cenar, y también el de Izuku, que había sido demasiado joven al tenerla y ahora mostraba esos cambios en su fisonomía.

—Esa última foto se la tomé el primer día de clases de este curso —explicó Izuku al descubrir hacia dónde se había desviado la atención de Katsuki.

En la fotografía, él y Eri posaban frente a la entrada de la escuela y sonreían. Por el ángulo, seguro la había tomado Ochako, y Katsuki experimentó un pinchazo en el pecho al descubrir que lucían perfectos. No había un espacio faltante para él, porque su ausencia estaba tan engranada en sus vidas que no había sido necesario.

—Ven —tiró Izuku de él por su mano libre—. Hay que empezar con la cena.

Sabedora de quién era la visita que esa noche honoraba su casa, Ochako tuvo para Katsuki un saludo cortés pero seco, e instrucciones de ayudar con el cuchillo para ir preparando los vegetales del oden.

—Sigues siendo tan bueno en la cocina como recordaba —comentó Izuku en un momento en que Ochako se disculpó para atender una llamada telefónica y coincidió con que Eri fuera al baño.

—Nunca dejé de cocinar en Tokyo. No tanto como solía hacerlo, pero lo que bien se aprende jamás se olvida.

—Cualquiera diría que con tu vida de celebridad...

—¿Qué, dejaría de hacer hasta lo más básico por mí? Además —agregó Katsuki con la vista fija en la enorme pieza de daikon que iba desapareciendo bajo el filo—, no es para tanto.

—¿Cocinar?

—No, la fama.

—Oh, yo no diría eso —murmuró Izuku—. Por aquí eres toda una leyenda. La frase ‘el hijo de los Bakugou’ suena más por estos lugares de lo que te das crédito.

—Bah.

Ochako puso fin a su charla al volver a la cocina y ayudar a Izuku con los preparativos del caldo, y luego Eri hizo lo mismo con Katsuki aunque éste se cuidó bien de mantenerla lejos del cuchillo con el que trabajaba y darle como tarea algo simple como pelar unas cuantas zanahorias.

No tardaron los cuatro en tener lista la cena y sentarse a comerla, ocasionando un momento de incomodidad cuando a la hora de posicionarse alrededor de su mesa Izuku enrojeció al tener a Katsuki a un lado.

—Mmm, huele delicioso —comentó Eri cuando Ochako le ayudó a servirse un poco de carne y verduras en su plato.

—Eso es cortesía de Kac-... Katsuki —se corrigió Izuku de último momento—. Fue él quien me aconsejó agregar una salsa diferente.

La cena transcurrió sin muchos inconvenientes, con Ochako supliendo la mayor parte de la conversación y versando de tópicos que en apariencia eran inofensivos, pero que a ratos los ponían en apuros. Como cuando Ochako mencionó que Eri estaba por entrar a la primaria y que más valía empezar a comprar poco a poco sus útiles escolares y el uniforme.

—Yo podría... —Sugirió Katsuki, pero Izuku lo cortó de golpe.

—No. —Y luego con más suavidad—. No será necesario.

Sin discutir ni una vez frente a Eri consiguieron vaciar sus platos y agradecer por la comida, pero entonces llegó otro momento de tensión cuando la hora indicó a Katsuki que era momento de retirarse y éste se hizo el remolón consigo mismo.

—Se está haciendo tarde —comentó Izuku como por azar, y Katsuki captó la indirecta.

—Yo limpiaré aquí —dijo Ochako, escabulléndose rápido.

—Eri, ayuda a tu tía —ordenó Izuku. La niña pareció estar a punto de quejarse, pero bastó una mirada de su progenitor para que sus protestas murieron.

Con todo, al pasar al lado de Katsuki le tiró de la manga de su camiseta y murmuró algo que sonó como “¿nos volveremos a ver, verdad?” antes de escabullirse a la cocina con Ochako.

—Ven. Te acompañaré a la puerta —dijo Izuku.

Arrastrando los pies y luego moviéndose a paso de tortuga en el genkan para calzarse de vuelta los zapatos y el abrigo, Katsuki se debatió consigo mismo acerca de qué palabras utilizar para ganarse un subsecuente encuentro con Izuku, pero éste se lo facilitó, sólo que no de la manera en que él hubiera preferido.

—Mañana pasaré después del colegio a casa de tus padres para dejar a Eri. ¿Crees estar todavía en Musutafu?

—No tengo planes de marcharme —fue la seca contestación de Katsuki al ponerse la bufanda y enrollarla alrededor de su cuello—. Erm, supe que te estás preparando para ser policía.

—Detective de policía —le corrigió Izuku.

—¿No es lo mismo?

—No. Trabajaría en un despacho resolviendo casos, no en las calles y patrullando.

—Oh. —Una pausa—. ¿No es un trabajo peligroso?

—Si lo comparas con ser maestro de kindergarten, claro. Pero la paga es mucho mejor, y las prestaciones igual. Y no, antes de que lo digas —se apresuró Izuku a agregar cuando Katsuki abrió grande la boca para externar su opinión—, también hago esto porque me interesa y me gusta. Es una especie de sueño mío que me alegra mucho poder cumplir.

—Lo sé —murmuró Katsuki—. Lo recuerdo de cuando jugábamos de pequeños y llorabas si en policías y ladrones te tocaba ser el ladrón.

—Ah, no puedo creer que recuerdes eso —se lamentó Izuku cubriéndose el rostro con ambas manos, pero ya era demasiado tarde. Su cuello y las orejas delataban el tono sonrosado que le cubría la piel.

—Hey, no dejes que nadie arruine tu sueño. Ni siquiera yo —dijo Katsuki, y extendiendo una mano tocó a Izuku en el dorso de una de las suyas hasta que la movió y por un resquicio pudo ver sus ojos verdes cargados de mortificación—. Eso que haces para conseguirlo debería llenarte de orgullo.

—Kacchan... —Balbuceó Izuku.

Presa del momento, Katsuki aprovechó para posar su mano en la mejilla de Izuku cuando éste dejó de cubrirse el rostro, y cometiendo una falta al pisar el tatami con sus zapatos ya puestos, lo acorraló contra el muro sin parpadear una vez y romper la conexión visual que los unía. Izuku tenía las pupilas dilatadas mientras lo veía, y no hizo movimiento alguno cuando Katsuki redujo la distancia de ambos al mínimo al acercar sus rostros. De hecho, fue Izuku quien en el último instante se posicionó de puntas y le plantó un beso rápido y seco en los labios.

Luego se apartó, y como si de pronto recobrara la consciencia del peso de sus acciones, volteó la cabeza y se mordió el labio inferior.

—Deberías irte...

—Deku...

—Lo digo en serio. Ha sido agradable, y seguro que Eri no tendrá esta noche otro tema de conversación que no seas tú, pero tienes que marcharte.

Que si lo decía para que se fuera a casa de sus padres o a Tokyo, Katsuki no consiguió descifrarlo por completo. En su lugar dio un paso atrás, y confirmó con Izuku los planes del día siguiente.

—Si mañana piensas dejar a Eri en casa de mis padres, ¿puedo ir por ustedes de vuelta al kindergarten?

—No será necesario.

—Pero quiero hacerlo.

—Uhm, ok —accedió Izuku—. ¿A las 2 igual que hoy?

—Será una cita —confirmó Katsuki, que encontró esa segunda dosis de rubor en el rostro de Izuku de lo más adorable.

—Basta —gruñó Izuku al empujarlo fuera del genkan y directo al jardín, pero era juguetón, y se asemejaba bastante a lo que habían sido años atrás y que quizá no había desaparecido del todo.

—Nos vemos mañana. Descansa, Deku.

—Igualmente, Kacchan.

Y así se despidieron por esa noche.

 

Resultó que Tokoyami se tomó muy en serio el límite de 48 horas, o tal vez Shouto llevó a cabo aquella decisión por su cuenta al saber ya el paradero de Katsuki, porque éste se llevó una sorpresa mayúscula cuando aquella mañana de viernes, a las 7 en punto, su madre lo despertó no al grito de guerra de “el desayuno está listo, baja de una vez, maldito mocoso” sino “tienes visita, ¡lávate los dientes y peina un poco tu cabello antes de bajar!” que primero le hizo pensar que se trataba de Izuku, pero que resultó ser incluso mucho más confuso de lo que podría siquiera imaginar.

Porque no sólo estaba Shouto sentado en la sala de su casa y bebiendo como si nada el té que Masaru había preparado, sino que no se encontraba solo. El resto de los miembros de Class A también estaban ahí, y lucían encantados de hacer una visita a su baterista.

—¡Katsuki, hey! —Saludó Denki con su efervescencia habitual.

—Gracias por recibirnos —dijo Momo con corrección, sosteniendo su taza de té con delicadeza y el meñique levantado.

—Esperamos no ser una molestia —se disculpó en cambio Kyoka, siempre aprensiva cuando no se encontraba sobre el escenario.

Tokoyami no tuvo palabras para Katsuki. Sólo asintió una vez en señal de reconocimiento, y éste le correspondió el gesto de la misma manera.

El último fue Shouto, y plantado en su papel de manager agradeció a la familia de Bakugou por su hospitalidad antes de dirigirse a éste y regañarlo.

—Fue necesario cancelar varios compromisos que teníamos desde hace meses en la agenda.

—¡Maldito mocoso, no preocupes a los demás! —Le riñó Mitsuki, y quizá en el pasado Katsuki se habría enfrascado con ella en una discusión a gratis acerca de cómo él no tenía la razón, pero... Lejos estaban ya esos días, y Katsuki podía reconocer que en efecto la había cagado, y lo mejor era no embarrarla más de lo que ya estaba.

—Lo siento, tenía asuntos por resolver, aunque se hicieron mucho más grandes con mi llegada.

—Cariño —tiró Masaru de Mitsuki—. Dejemos a los chicos conversar en paz. Nosotros tenemos que ir a trabajar —se excusó frente al grupo, y tras reiterar que se quedaban en su casa y que Katsuki podría fungir de anfitrión, se llevó a su reticente esposa a la puerta principal y salió con ella casi a rastras.

Los cuatro miembros de Class A y Shouto habían guardado silencio tras las palabras de Katsuki, y aguardaron a que éste tomara asiento en uno de los sofás antes de revelarle algo que éste ni siquiera esperaba oír en un millón de años, mucho menos esa mañana.

—Mira, no tiene sentido darle vueltas —empezó Shouto—. Las noticias vuelan rápido y sabemos que eres padre. Justo lo discutimos en el tren de camino a Musutafu.

Katsuki abrió grandes los ojos. —Pero... ¡¿CÓMO?!

—Olvidas que yo también soy de Musutafu.

—No. —Vale, la verdad es que sí.

Cada tantos meses Shouto hacía algún comentario de su hermana o hermano mayores a los que su padre había considerado inadecuados para continuar con el negocio familiar y que vivían sus propias vidas en el hogar de la familia. En más de una ocasión había mencionado Shouto estar de visita en Musutafu porque justo ahí habían crecido todos ellos, aunque él en realidad había abandonado su hogar a los 15 años para mudarse a Tokyo y estudiar en una prestigiosa escuela de negocios.

A Katsuki aquella información no le podía tener más sin cuidado. En primera porque Shouto era su manager y no quería ninguna otra relación con él. En segunda, porque la diferencia de edad hacía que no lo recordara en Musutafu. Y en tercera, porque él mismo había intentado borrar su ciudad natal de la memoria al marcharse de ella tantos años atrás.

El que ahora Shouto hiciera hincapié en esa información y que además declarara estar al tanto de su paternidad no parecía ser tan rebuscado una vez que Katsuki tenía un minuto para digerirlo, pero continuaba provocando en él todo tipo de reacciones viscerales.

—¿El padre es aquel novio que dejaste atrás cuando te mudaste a Tokyo? —Preguntó Denki.

—Más te vale pagar pensión, Katsuki. Es lo decente  —le amonestó Kyoka.

—Esto me recuerda a una novela que leí hace poco —fue el comentario un tanto frívolo de Momo.

—En todo caso, tus razones para volver a Musutafu son válidas —dijo Tokoyami, que fue el único que se mostró razonable a oídos de Katsuki.

—No habrá más remedio que hablar con los Midoriya y averiguar cuáles son sus peticiones —dijo Shouto, actuando como el frío manager que les había conseguido el éxito a fuerza de esfuerzo duro y mucha tenacidad—. Si conseguimos que la pensión no sobrepase el millón de yenes y que se mantengan alejados de la prensa podremos considerar que las negociaciones fueron un éxito y-...

—Alto —interrumpió Katsuki la perorata de su manager. Shouto se paró en seco, y el resto de los miembros de Class se giraron en dirección a Katsuki, porque todos sabían que él era de pocas palabras, pero cuando se decidía a hablar, más valía estar atentos—. Todo esto es asunto mío y como tal lo manejaré así.

—No digas tonterías —refutó Shouto—. El abogado-...

—El abogado puede irse al infierno —gruñó Katsuki, dispuesto a luchar para establecer su punto—. De hecho, todos y cada uno de ustedes pueden seguir la misma ruta si pretenden llevarme de Musutafu antes de conseguir que arregle todo por aquí.

Shouto volvió a abrir la boca, pero fue Momo la que le ganó el don de la palabra. —Y con precisión, ¿a qué te refieres con ‘arreglar’? Porque eso podría significar varias cosas...

—Tengo una hija de la que pienso hacerme responsable y... —¿Y qué? ¿Un ex con el que quería hacer las paces? Porque entre enterrar el hacha de la guerra y volver a ser los que eran antes había un largo trecho de tiempo que abarcaba casi los 7 años que tenían de no verse. Katsuki torció la boca en una expresiva mueca de desagrado por sus pensamientos, y fue Kyoka quien adivinó el resto.

—Ya veo, tus asuntos con la madre siguen inconclusos.

—No se trata de una mujer —gruñó Katsuki—, pero seh... Izuku-...

—¡Espera! —Interrumpió Denki—. ¿Izuku como en Deku? Porque el kanji podría leerse así también.

—¿El Deku de las historias de Katsuki? —Corroboró Momo, llevándose una mano al pecho con gesto de emoción—. Eso es tan romántico.

—Romántico o no, es imposible —volvió Shouto a ser la voz de la razón—. Tenemos compromisos por atender, una agenda llena hasta el final del año, y no podemos pausarlo todo sólo porque el baterista decidió revisar en las cenizas de su pasado buscando rescoldos.

Katsuki le enseñó los dientes a Shouto. —Una palabra más y te saco de mi casa a patadas.

La amenaza estaba hecha, y Shouto no era quién para dar marcha atrás. Durante la trayectoria de su tiempo juntos, los dos habían tenido un par de encontronazos que marcaban su a veces tensa relación. Con toda honestidad podía admitir Katsuki que los primeros años era él un cabroncete cualquiera dispuesto a desafiar la autoridad por el simple placer de hacerlo, expresándose con grosería y actuando como delincuente, pero su actitud había mejorado con el tiempo y la madurez que sólo los años de vida en ese planeta podían otorgarle. Shouto también tenía su dosis de culpa, porque tendía a lidiar con Katsuki de manera diferente al resto de los miembros de la banda. Para todos en Class A tenía Shouto una relación de iguales y respetaba sus decisiones, pero a Katsuki solía tratarlo como el hijo menor y rebelde con el que tenía que esforzarse el doble para obtener resultados.

En una memorable ocasión, la banda completa había sentado a Katsuki y a Shouto a charlar luego de que una de sus discusiones estuviera a punto de cruzar la línea de los gritos y llegara a las manos, sólo para hacerles entender que no eran tan diferentes como creían. Después de todo, Shouto también era el hijo más pequeño de su familia y se esperaban de él cosas grandiosas, y esa misma presión era la que él había colocado en Katsuki al identificarse con su persona y exigirle más que al resto.

Pero Katsuki ya no era el mismo crío de entonces, y tanto él como Shouto estaban al tanto de ello.

—Vale —resopló Shouto al cabo de largos minutos cargados de tirantez entre ellos dos—. ¿Tienes un plan?

—¿Un... plan?

—No pensarás sólo forzar tu decisión en alguien y ya está, ¿o sí? —Intervino Kyoka.

—Sí, ¿cómo planeas conquistar a Deku? —Preguntó Denki, y la mente de Katsuki se volvió un panorama blanco y limpio de ideas.

Estaba jodido.

 

A un año de su partida, Katsuki echa de menos a Izuku.

A 2 años de no poner un pie en Musutafu, Katsuki echa de menos a Izuku.

A 3 años de no ver a sus padres cara a cara, Katsuki echa de menos a Izuku.

A 4 años de vivir por su cuenta como el adulto que se espera que sea, Katsuki echa de menos a Izuku.

A 5 años de cargar con una añoranza insostenible por carecer de un sitio al cual llamar hogar, Katsuki echa de menos a Izuku.

A 6 años de contar las carencias de su vida, Katsuki echa de menos a Izuku y descubre que no puede continuar así ni un minuto más.

Antes de cumplir 7 años, Katsuki hace su elección y decide que ya no puede echar más de menos a Izuku o corre el riesgo de perderse a sí mismo.

 

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