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Una nueva vida por JennVilla

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El desayuno la mañana siguiente fue apresurado y relativamente corto, puesto que los Potter despertaron tarde y con el tiempo justo para dirigirse a sus destinos. Lily y Harry tomaron juntos un pequeño lápiz que servía como Traslador, al tiempo que se despedían de James, quien entraba a tropezones en la chimenea.

Cuando madre e hijo arribaron al Callejón Diagon, Harry se quedó con la boca abierta mientras observaba todo a su alrededor.

Definitivamente todo estaba muy diferente a la última vez que él estuvo allí, e incluso a cuando fue por primera vez con Hagrid.

—Todo está muy diferente. —dijo Harry, contemplando una tienda de juguetes mágicos que se ofrecían a sí mismos.

— ¿A qué te refieres? —preguntó Lily aferrándolo de la mano para empezar a caminar.

—Bueno... la última vez que vine aquí, fue en tiempos de guerra. Todo parecía muy... desolado. Y cuando vine con Hagrid, todo era más alegre, sí. Pero no tanto como ahora.

Lily rio y acomodó su cabello en el reflejo de una ventana.

—Bueno, Harry, ¿no te parece mejor así?

—Oh, claro. Es sólo que no me acostumbro... pero supongo que ya debería empezar a hacerlo; es molesto recordar tantas cosas.

Lily se detuvo y se inclinó para estar a la altura de Harry.

—No quiero que pienses que diciéndonos todo eso nos fastidias, Harry. Siempre que quieras hablar sobre algo, puedes hacerlo, mi niño. Tu padre y yo queremos comprender más lo que pasó... lo que te pasó. No te límites por eso, Harry.

Harry asintió y dejó que Lily le besara en la frente.

—Está bien.

—Pero también sería grandioso que aceptaras todo esto nuevo que ves. —dijo Lily.

— ¡Claro que lo acepto, mamá! —Harry se apresuró a hablar.

—Lo sé, tesoro. Me refiero a que aprendas a vivir con ello, y que lo disfrutes. ¡No está Voldemort aquí y nos tienes a nosotros!

Harry rio y Lily levantó una ceja con curiosidad.

—Lo siento. Es que recordé que todos los magos y brujas sufrían de escalofríos, cada que la palabra Voldemort salía a discusión. La evitaban totalmente.

Lily alzó el mentón y dijo con voz orgullosa:

—Te aseguro que yo no habría sido una de ellos. Es absurdo temerle a un nombre.

Harry sonrió y al momento de hablar, fue interrumpido por una voz tras de ellos:

— ¡Lily Potter! ¿A esto le llamas puntualidad?

Harry dio vuelta y casi se cae de espaldas por la impresión. Una hermosa mujer rubia con una bonita túnica amarillo pálido venía hacia ellos con paso elegante.

— ¡Merlín! ¿Cómo pude olvidarlo? —Lily murmuró.

Harry observó nuevamente a la mujer, reconociéndola vagamente.

Un momento...

¿No era esa la madre de Malfoy? ¿Narcissa Malfoy?

Harry abrió la boca y miró a su madre aterrorizado. Lily no tuvo tiempo de explicarle, pues la mujer volvió a hablar:

—He estado esperando por ti, Lily. ¡Dijiste que ibas a llegar temprano! Oh... Hola Harry, ¿cómo estás?

Harry no respondió pues tenía la boca seca. Lily rio nerviosamente, tocándose el cabello y apretando la mano de Harry.

— ¡Cissa! —saludó en voz muy alta— ¿Cómo estás? Hoy no tuvimos un buen despertar, ¿sabes? James también ha llegado tarde al trabajo.

Narcissa levantó una ceja, pero sonrió.

—No importa. La tienda aún no ha abierto así que seguiremos siendo las primeras —Narcissa miró a Harry y se inclinó a su altura con un movimiento elegante—. Harry, pequeño, ¿sigues enojado conmigo?

Harry seguramente no podía abrir más la boca por la sorpresa. Él sabía que se estaba comportando como estúpido, pero nunca habría esperado que Narcissa Malfoy les hablara con tanta... amabilidad.

Lily volvió a reír y apretó imperceptiblemente la mano de Harry.

—Harry, despierta cariño. Cissa te está hablando.

Harry levantó la mirada para ver cómo su madre trataba de hacerle señas lo más disimuladamente posible.

—Eh... lo siento —tartamudeó Harry—. Buenos días señora Malfoy.

Narcissa rio y su pequeña nariz se arrugó graciosamente.

—No me digas que ahora eres todo un caballerito. Recuerda que tú me puedes llamar Cissa, pequeñín. Ahora dime... ¿Sigues enojado conmigo?

—Oh Cissa, no te preocupes-

—Deja que el niño hable, Lily. —dijo Narcissa, sin apartar sus ojos azules de Harry.

Harry se sentía en una verdadera encrucijada. No sabía de qué hablaba la señora Malfoy y no quería meter la pata de nuevo. Esa no era la idea.

—Bueno... no. Yo... yo ya estoy bien.

Narcissa sonrió y le acarició una mejilla.

—Me alegra mucho. Espero que comprendas que tuve que hacerlo, Harry. Los pavos albinos son sagrados para Lucius. ¿Te imaginas que él hubiese visto cómo los dejaron Draco y tú?

Harry evitó a tiempo el gesto de confusión en su rostro, y comprendió dos cosas: el asunto con los tales pavos albinos seguramente le había costado una regañina de la rubia, y… y al parecer, Harry y Malfoy eran... amigos.

—Lo siento mucho, señora Malfoy. No volverá a pasar.

Cissa —corrigió ella—. Y ya no te preocupes por ello; por lo menos Draco ya no lo hace y sigue feliz de la vida —agregó, con una mirada exasperada. Luego se incorporó y alisó una arruga en su túnica—. Lily, es mejor que nos vayamos ahora para que podamos comprar todo lo que queramos. Y no te preocupes por las compras; Lucius sabe qué es lo que necesitan los chicos y me ha prometido manejarse bien —sonrió y luego miró hacia el frente—. ¡Vamos!

Lily parpadeó y miró con culpabilidad a Harry.

—Harry, yo-

—Déjame a mí —interrumpió Narcissa y dirigiéndose a Harry, dijo: —. Harry, tu mamá y yo iremos a la nueva tienda para brujas que está en la esquina de allí, ¿la ves? —señaló discretamente con su barbilla hacia el frente, pero Harry no miró, todavía perdido en la familiaridad del trato dela mujer—. Un mago francés ha llegado con muchas colonias y tratamientos para la piel y el cabello, y Lily y yo queremos echar un vistazo. Tú, mientras tanto, puedes comprar tus útiles con Lucius y Draco, y luego nos reuniremos para continuar con las compras. Ellos están en Madame Malkin. ¿Por qué no vas con ellos? De seguro que te vas a divertir con Draco.

—Cissa, podemos ir otro día, ¿no? —intervino Lily— Es que Harry está un poco desubicado, como ya puedes ver. Tuve que sacarlo a rastras de la cama esta mañana y si no estoy pendiente, puede caer al suelo y-

Narcissa rio nuevamente.

— ¡Qué excusa tan tonta, mujer! No dejaré que te escapes de mí; prometiste acompañarme. Yo sé que Harry nos dejará el camino libre, ¿no es así, pequeño?

—Cissa- —insistió la pelirroja.

— ¡No! —exclamó Harry— No te preocupes, mamá. Yo no tengo problema en ir con el señor Malfoy y... Draco —Harry sonrió a Lily y trató de tranquilizarla—. Estaré bien, lo prometo. No me meteré en problemas.

Lily aún dudaba y Narcissa observó todo con atención.

— ¿Me he perdido de algo? —preguntó.

Lily suspiró y sin decir agua va, levantó el flequillo de Harry para mostrar su cicatriz. Harry trató de impedirlo, pero la mirada severa en los ojos verdes de su madre lo detuvo.

— ¿Ves esta cicatriz? —preguntó Lily a su amiga.

— ¡Circe! —exclamó Narcissa con gesto preocupado— ¿Qué le ha pasado?

—Anoche se ha caído por las escaleras —mintió Lily con naturalidad y Harry se obligó a cerrar la boca—, y no sé por qué pasó; gracias a James fue que no rodó todo el trayecto. Pienso llevarlo a San Mungo para comprobar si sufre de vértigo.

Narcissa observó fijamente la cicatriz desde su altura.

—Pero no parece reciente.

Harry trató de no perder el control y Lily apenas y se inmutó.

—Oh, bueno. Todo estuvo muy feo... y ya sabes, quise hacerle un hechizo sanador pero el tonto de James se metió y arruinó la cicatriz. Ya ves, tiene forma de rayo y es grande, pero por lo menos ya no sangra.

Narcissa frunció los labios con preocupación.

—Lo siento, Harry. De ahora en adelante debes tener más cuidado, ¿está bien? Puedes hacerte daño fácilmente.

Harry asintió y Lily retiró la mano de su frente.

—Entonces- —empezó ella.

—No te preocupes, mamá —interrumpió Harry nuevamente—. De verdad que no siento nada ahora. Estoy bien.

Narcissa, al parecer, decidió no insistir y esperó la respuesta de Lily.

—Está bien —dijo la pelirroja, suspirando—. Pórtate bien, Harry. Cuídate y no des problemas a Lucius, ¿está bien?

Harry asintió mansamente y Narcissa sonrió y se inclinó para besar la cabeza de Harry.

—Gracias, cariño. Y ahora haz caso a tu madre y a mí; no dejes que Draco te meta en problemas y sé paciente con Lucius, ¿eh? Dile lo que te pasó anoche para que él lo tenga en cuenta, ¿sí?

—Sí, señora Malfoy. —Harry volvió a asentir. Lily se inclinó hacia él también y sonrió.

—Dame un beso y vete directamente a la tienda de túnicas. Te quiero, Harry.

Harry besó la mejilla de su madre y le dio una pequeña sonrisa a Narcissa como despedida y se encaminó a la tienda sin mirar atrás.


Madame Malkin era ahora una tienda de túnicas y uniformes mucho más grande a como Harry la recordaba.

Al entrar, Harry pudo ver cómo varias brujas se afanaban por todo el lugar con telas de muchos colores siguiéndolas por el aire. Todo era un caos. También había varios niños -que Harry no reconoció- acompañados por sus padres frente a grandes espejos con las túnicas negras para Hogwarts.

Lucius Malfoy destacaba entre toda la multitud. Estaba elegantemente sentado en un pequeño sofá mientras leía una revista. Como su esposa, Lucius no vestía de negro. Llevaba una túnica gris y que, a pesar de parecer simple, se podía notar que era de la mejor calidad.

Harry se acercó a él con precaución.

—Buenos días, señor Malfoy.

Lucius bajó la revista y sonrió al ver a Harry.

—El chico Evans. ¿Cómo estás?

—Potter. —corrigió Harry estúpidamente. Lucius levantó una ceja.

—No conozco a ningún Potter —dijo con simpleza. Harry se asombró al notar que el tono de Lucius distaba de ser uno ofensivo. Parecía más bien como si estuviera... bromeando—. ¡Merlín, Harry! ¿Quién te ha peinado hoy? —Lucius pasó la mano por el cabello de Harry, tratando de organizarlo.

—No creo que sirva, señor —Harry sonrió—. Nunca he podido controlarlo y mamá dice que-

Harry se detuvo al ver cómo Lucius lo miraba atentamente.

— ¿Qué te pasó ahí? —preguntó el mayor.

—Caí por las escaleras. —dijo rápidamente, dándose cuenta de la pobre excusa que había inventado su madre.

Era obvio que Lucius no le creía, pero Harry se salvó de otra pregunta, irónicamente, por la voz de Malfoy.

— ¡Papá! —la voz infantil y chillona se dejó oír— Quiero que mi túnica me quedé ajustada. ¡Dile a esta señora que tome bien las medidas!

Lucius apartó la mirada de Harry y puso los ojos en blanco.

—La tendrás holgada o irás desnudo —dijo en voz alta—. No me importa.

— ¡No la quiero holgada! —gritó Malfoy. Al parecer, este estaba en otra habitación, a la izquierda de Harry.

—Deja de importunarme, Draco. —dijo Lucius tomando a Harry por un hombro.

— ¡Papá! —insistió el niño.

Lucius ignoró a su hijo y condujo a Harry hacia un gran mostrador.

—Madame... —dijo, con voz educada— Haga algo por el joven Evans; utilice lo mismo que con Draco.

La mujer dio vuelta y se sonrojó al mirar a Lucius.

—C-Claro que sí, señor Malfoy —tartamudeó—. A ver… ¡Oh! ¡Pero si es el retoño del apuesto Auror Potter! —exclamó la mujer, mirando con deleite a Harry—, ¿cómo estás cariño? Eres tan guapo como tu padre.

—Merlín lo libre. —murmuró Lucius. Harry sonrió.

—Buenos días, señora. —saludó.

—Eres todo un caballerito —dijo ella, pellizcándole una mejilla—. Ven conmigo, cariño. Tendré una bonita túnica para ti.

—Que sean tres, Madame. —dijo Lucius.

Harry se sonrojó.

—Eh, señor... Mamá me dio una lista, y ahí sólo dice una. Además, creo que ella sólo ha sacado el oro justo para pagarle y -

—Oh, Harry, no me hables de galeones tan temprano en la mañana. —se quejó el rubio.

—Pero señor-

—Madame, por favor. —interrumpió Lucius dando la vuelta y regresando al sofá.

—No te preocupes, cariño —dijo la bruja amablemente—. Sólo te tomaré unas medidas y tus túnicas llegaran más tarde por lechuza a tu casa.

La propietaria conjuró un espejo grande y con un pequeño listón, empezó a tomar medidas por todo el cuerpo de Harry.

Al instante, la puerta de la habitación donde estaba Malfoy se abrió con estrépito, y el niño rubio salió corriendo de allí.

— ¡Hola, Harry! —casi gritó— ¿Qué te ha dicho tu madre? ¿Te ha castigado?

— ¿Eh? —Harry, tomado por sorpresa por la efusividad de Draco, no comprendió lo que el chico le dijo.

Malfoy cubrió su boca inmediatamente y miró hacia atrás, donde estaba su padre.

—Casi meto la pata —susurró, en medio de risitas—. Mi papá aún no lo sabe; mamá me ha dicho que no se lo dirá, pero me ha decomisado mi colección de cromos de las ranas de chocolate. ¿Qué te ha hecho tu madre a ti?

Harry recordó el asunto de los pavos y comprendió.

—Bueno... ella me ha regañado y... no me dejó hablar más contigo.

Harry creyó que con eso se iba a librar de Malfoy, pero se arrepintió de inmediato al ver cómo los ojos grises del chico se humedecían lentamente.

—Pero si somos amigos... —se lamentó Malfoy en voz baja— Ella no puede hacernos eso.

Harry suspiró y se obligó a sí mismo a dejar de pensar en Malfoy como el chico molesto que había sido. Y ya era hora de que dejara de pensar en él como Malfoy, ¿no? Si es que quería acomodarse a su nueva vida con facilidad...

—Estaba bromeando, Draco. —dijo Harry, empujándole levemente con el hombro. Draco sonrió y le golpeó en la nuca.

— ¿Y entonces? —insistió.

— ¿Entonces qué?

— ¿Cómo te ha castigado? —Draco puso los ojos en blanco.

Harry no sabía qué inventarse. Sinceramente, tendría que haber hablado con sus padres sobre lo que podía encontrar en Callejón Diagon. Por ejemplo, la amistad con los Malfoy, le había dejado perdido, y sin saber cómo proceder.

—Me ha dicho que hoy le dirá a mi papá y que hablaremos los tres. —dijo, sabiendo que era lo mejor que podía decir por el momento. Al parecer, Draco se estaba tomando muy enserio el tema de su castigo, así que Harry tendría que hablar con Lily sobre ello.

Bueno, pensándolo bien, no. Sin importar que hubiese sido en otra vida, Harry había hecho travesuras. Y de verdad que no quería que su madre recordara el suceso.

—Oh... lo siento, Harry. —dijo Draco, palmeándole el hombro.

—Bueno, supongo que no pasará nada malo.

Draco se cruzó de brazos y sonrió.

—Claro que sí —dijo—. Deben quitarte la escoba de carreras.

—Pues eso no pasará —Harry también se cruzó de brazos y miró desafiante a Draco—. A fin de cuentas, fuiste tú el que me metiste en problemas.

—Pero no te obligué a nada, ¿o sí?

Harry obviamente no sabía qué había pasado con exactitud, así que decidió ignorar su pregunta y su presencia, con un mohín enojado.

La señora Malkin, al parecer, había terminado con él y con un último pellizco a su mejilla, lo liberó. Inmediatamente Draco se unió a él y pasó un brazo por sus hombros. Harry trató de no sentirse incómodo por eso.

—Hoy pienso pedirle a papá una nueva escoba de carreras —Draco canturreó—. Creo que le pediré una Saeta de Fuego.

—No creo que te la de. —Harry sonrió burlón, olvidando su incomodidad.

— ¿Por qué no? —inquirió Draco ofendido.

—Porque no podemos tener escobas en nuestro primer año. —explicó Harry con obviedad.

—Así es. Pero yo puedo meterla al castillo sin que nadie se dé cuenta.

—Pues a mí no me metas en eso. No quiero ningún problema en mi primer año.

Draco bufó; se separó de Harry para seguramente empujarle con un hombro, pero la mirada de Lucius lo detuvo.

— ¿Ya han terminado contigo, Harry? —preguntó el mayor, caminando hacia ellos.

—Sí señor.

— ¡Papá, vamos a comprar la escoba que me prometiste! —urgió Draco, pasando por delante de Harry para llamar la atención del rubio mayor.

—No te he prometido nada. —dijo Lucius.

—Pero-

Ahora —interrumpió Lucius con una mirada significativa a su hijo— vamos a ir por las varitas y los libros, y no quiero oír ni una queja más de tu parte, ¿entendido?

— ¡Pero yo necesito una escoba de carreras, papá! —insistió el niño.

Lucius levantó una ceja y luego, sin apartar la mirada de Draco, preguntó a Harry:

— ¿Eso es cierto, Harry? ¿Les han pedido escobas de carreras para este año?

—No. —dijo Harry, sintiendo un ligero regocijo infantil por dejar mal parado a Draco.

Lucius sonrió con burla, comprendiendo su intención y dio vuelta dirigiéndose a la salida de la tienda de túnicas mientras posaba levemente el bastón, con cada paso que daba. Pronto dejó a los dos chicos atrás.

— ¿Por qué dijiste eso, Harry? —Draco susurró furioso y le miró con odio.

—Porque si no me van a dar a mí, no tienen por qué darte a ti —razonó Harry con una sonrisa satisfecha—. Además, ¿qué le dirás a tu madre cuando te vea con una escoba nueva?

— ¡Pues que mi papá me la ha dado! —exclamó Draco.

—Y ella le contará lo de los pavos, para que él te la quite, ¿no crees? —Harry esquivó un golpe de un ofendido Draco— Tienes que agradecerme —rio—. Soy un buen amigo.

Draco, luego de desistir de ensañarse con Harry, pareció pensarlo mejor y no insistió en el tema. Aun así, no dejó de mirar mal a Harry.

—Está bien —dijo, cuando ya estaban fuera de la tienda—. ¡El último que alcance a papá, es popó de hipogrifo! —exclamó, sorprendiendo a Harry.

— ¿Qué?

Draco rio burlonamente y corrió para alcanzar a su padre mientras Harry asimilaba todo. Luego se dio cuenta del ridículo que estaba haciendo y se prometió no volver a caer.


Luego de haber salido de la tienda de Ollivander, con una nueva varita diferente a la que había tenido, Harry se sentía mucho más cómodo en compañía de los dos Malfoy. Lucius, aunque mortalmente serio, no escatimaba algunas sonrisas para Harry, y Draco, aunque decía que seguía molesto con él, continuamente estaba parloteando sobre escobas, jugadores de Quidditch y cromos de ranas de chocolate.

Harry quería pensar que su amistad con Draco podría ser un cambio realmente agradable en esta nueva vida. En realidad, se podría acostumbrar a ello.

Y también podría acostumbrarse a su nueva varita. Harry había quedado muy satisfecho con ella, puesto que era una varita común y corriente para un mago de once años. Una varita sin ningún tipo de relación escabrosa con ninguna otra. Esta tenía veintisiete centímetros de largo y estaba hecha de roble inglés; su núcleo tenía pelo de cola de unicornio y era medianamente flexible.

La varita de Draco había resultado ser de espino y con el mismo núcleo que la de Harry. Tenía veintiocho centímetros y era flexible. Draco había pedido a Lucius que le comprara algún accesorio para su varita, pero Ollivander había aconsejado que era mejor dejarla como estaba y que se conformara con los trazos que la varita tenía dibujados.

Y como era de esperar, la varita de Draco era ahora otro tema de conversación y Harry en realidad comprendía el fastidio de Lucius, quien trataba de caminar lo más alejado posible del "chiquillo desagradecido y estirado que decía ser su hijo" (según sus propias palabras).

—Papá, ¿podemos pasar a ver la Saeta de Fuego? ¿Vas a comprármela?

—La Saeta de Fuego ni siquiera la están vendiendo aquí, Draco. —dijo Harry con voz monótona.

— ¿Y tú qué sabes? ¡La Saeta de Fuego ya está a la venta!

—Pero no aquí.

—Pues puedo apostar a que sí. —terció Draco.

—Sinceramente no sé en qué estaba pensando cuando acepté hacer de niñera de ustedes —dijo Lucius con voz cansada—. Harry, muchacho, ten piedad y dime a qué hora sale Lily y la madre de este mocoso de ese cuchitril.

Harry rio al ver la cara de indignación de Draco.

— ¡Mi mamá es tu esposa, papá! —se ofendió Draco.

—Yo no te conozco a ti —desestimó Lucius con un gesto—. Te he encontrado en la calle y me he compadecido, pero ahora me arrepiento.

Draco se estaba tomando muy en serio las palabras de Lucius y Harry reía a carcajada limpia.

— ¡Narcissa Malfoy es tu esposa! —Draco casi gritó.

—No, porque ella me ha metido en este lío con dos mocosos que no soporto.

—Yo no he hecho nada, señor Malfoy. —dijo Harry con voz suave y mirando de soslayo a Draco.

—Y tienes suerte —dijo Lucius recogiendo su largo cabello en una coleta con un elegante broche negro—. Ahora iremos a por los libros. Y no se diga más.

—También necesito una mascota. —dijo Draco inmediatamente.

—Ya tienes a Ónix.

— ¡No quiero un halcón en Hogwarts, papá!

—Pues te aguantas.

—Señor Malfoy, yo necesito una lechuza. —dijo Harry mirando su lista, tratando de que esos dos dejaran de discutir.

Lucius suspiró.

—Bueno, entonces tendremos que ir.

—Quiero un helado, papá. —Draco volvió a hablar, después de que cruzaran la calle.

Harry de verdad que nunca olvidaría la cara de completo sufrimiento de Lucius Malfoy. Era hilarante.

—Harry, ¿quieres comer helado? —preguntó Lucius cortésmente.

—Di que sí, Harry. —exigió Draco.

—Draco, deja de ser molesto. —regañó Lucius.

Ahora que lo pensaba, a Harry se le apetecía un rico helado. El desayuno ya había pasado a la historia.

—Bueno, me gustaría uno, señor.

Draco casi deja caer la bolsa donde tenía su varita al saltar. Volvió a pasar un brazo por los hombros de Harry y olvidó el asunto de la escoba.

—Iremos a comer uno de chocolate. —declaró con alegría.

—El chocolate engorda. Aparte de fastidioso, serás una bola de grasa. No admitiré a un Malfoy así en mi casa. —dijo Lucius girando la esquina en dirección a Florean Fortescue.

—Los Malfoy no engordan. —dijo Draco alzando la barbilla orgullosamente.

Bueno... Al parecer algunas cosas no cambiarían, pensó Harry con una sonrisa, mientras era casi arrastrado por Draco, por todo el Callejón Diagon.


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