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El alfa del presidente por Aly White

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Darío reía en compañía de uno de los guardias, afuera del cuarto. Era una imagen que no esperaba, al verlo Dario se puso de pie mientras el guardia volvió a posición firme. Cada vez que el presidente imponía su presencia, el corazón de Dario aumentaba su ritmo cardiaco, le sudaban las manos y le daba mucho miedo. Miedo de no saber lo que sentía y los motivos ocultos detrás de eso.

--No saliste a visitar la capital.

Y el presidente usaba ese tono de voz que entraba hasta los huesos. Como si estuvieran haciendo cosas de adultos, todo era vergonzoso alrededor de esa persona. Tenía que pensar dos veces las cosas, incluso con verlo a los ojos, le robaba el aliento. Y no significaba nada, no lo conocía en nada. Solo era alguien muy lejano.

--Con que dinero—Dario se cruzó de brazos—No tengo familiares aquí.

--Acaso se necesita dinero para visitar.

--Usted tiene la vida ocupada, si uno quiere explorar, necesita dinero y aquí no soy dueño ni de la ropa que estoy usando.

La idea lo estaba volviendo literalmente loco. No era su ropa, estaba a la moda y él no era de usar cosas así. Camisas de ese material y pantalones jeans nuevos. Incluso los zapatos eran cómodos, nuevos y un signo de que el presidente usaba el poder en él.  

--Nadie lo está cobrando. Ven conmigo a cenar mientras tanto te enseñaré los lugares que puedes explorar en el palacio de gobierno.

--¿Necesito su permiso? —dijo con monotonía—Supongo que si porque es el presidente de la república.

--Que seas mi pareja no te da la llave para aparecerte en el salón de prensa o en pleno gabinete ministerial.

Dario se vio perturbado por eso. Solo pasó un día desde que lo sacaron de la celda, sin ningún rasguño. Caminaba junto al tipo del que no adivinaba cuanto era capaz de cambiar, a la hora de estar a solas, sin el peso de la nación encima. Alzó la vista, topándose con el cabello bien peinado del hombre, este le daba ordenes a Emilia y ella solo asentía.

Dario prefería quedarse en silencio. En las pocas horas que estaba en el lugar, se dio cuenta de la manera en que los capitalinos hablaban, el uso correcto de las palabras, que para sus oídos sonaba tan distinto a como hablaban en sus conocidos del pueblo. Su primera conversación con el presidente fue un fiasco, salió todo de control, sus palabras chocaban y la impresión en los rasgos del presidente era obvio. Por eso lo trató como a un campesino, recordaba la curiosidad malvada y un tanto burlona.

--Cuidado niño, casi te matas.

Se libró del potente agarre que prácticamente aprisionaba su brazo. Efectivamente, por andar pensando en idioteces, tropezó con un desnivel cercano al balcón que daba a los jardines interiores. Miró sorprendido, el rostro del presidente cuando este lo enderezó ante la falta de atención.

--Gracias—se frotó el brazo, enojado consigo mismo—Entonces, no me gusta ser metiche, así que no se preocupe. Déjeme ir a casa.

--Dime, tendré que escuchar el día entero la misma cosa. Ya dije que puedes recorrer la capital, con compañía de la vigilancia.

--Esa es otra cosa que tenemos que hablar. —el paseo por el pasillo se volvió más lento—No necesito niñeras, prefiero estar solo.

--Y yo preferiría que nunca hubieras nacido, no estoy en la edad para ocuparme de una pareja destinada, cuando ya tuve a una.

Ambos se detuvieron, el ambiente se puso pesado. El grupito de personas que perseguían al presidente en fila india también paró su andanza.

--Señor, no puede decir esas cosas a la ligera.

Dario por primera vez, estaba de acuerdo con Emilia. Un pájaro trinaba en el silencio incomodo donde la mayoría evitaba mirarse las caras, la energía rara que le recorría el cuerpo entero, lo hizo retroceder ante la pesada mirada del presidente. Dario era un alfa, pero nunca intentó algo con su naturaleza, a veces salían cosas sin que él lo quisiera de verdad.

--Aquí nadie se mete, esto es algo entre el niño y yo.

--¿De verdad? —alzó la voz—Entonces no hagas ese tipo de comentarios fuera de un lugar privado, si no deseas que la gente te diga que está mal.

--Me estas tuteando, niñito.

--Cruzaste un límite, puedo hacer lo mismo si me lo propongo.

Bajo los años de la cruda experiencia, Dario intentó protegerse ante un posible golpe. Encogido para disminuir el dolor que puede causar el inicio de una paliza, esperó a que el puño conectara en su cuerpo, pero además del horroroso silencio absoluto, no hubo nada. Abrió los ojos, y observó al presidente que le devolvía la mirada, completamente consternado.

--Todo el mundo desaparezca, pero YA—susurró el presidente.

Sin la compañía de los desconocidos, Dario lo escuchó decir.

--En este preciso instante, me vas a decir la maldita verdad.


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