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Roto por Cottoncandysky

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Notas del capitulo:

doloroso de su vida: Acababa de ver cómo el hombre cruzaba la puerta, y lo dejaba ahí tirado en la cama, lleno de fluidos salivales y corporales, con un dolor punzante en la garganta y entre las piernas, y un montón de arañazos, mordidas y golpes en la piel.

Su llanto era tan fuerte que sus cuerdas vocales temblaban dolorosamente dentro de él. No entendía qué acababa de pasar, no sabía que acababan de abusar sexualmente de él, ni que estaba en esa habitación oscura porque lo habían secuestrado; lo único que sabía era que le dolía, que tenía miedo y que deseaba volver a ver a Nana porque sólo la conocía a ella, y aunque no fuera consciente, representaba maternidad y protección. En su cabecita no existía la posibilidad de que lo que acababa de vivir tenía consecuencias legales para el hombre y psicológicas para él; no entendía por qué le dolía tanto si ya no había nadie haciéndole daño, ni por qué se sentía tan mal si sólo le habían lastimado igual que el otro hombre lo hizo.

Se había sentido horrible, incómodo, nunca nadie lo había tocado tanto.

- ¿Hola? – Una vocecita aguda y curiosa; se escuchó fuerte, como si estuviera dentro de la habitación, con él.

Se apretó las rodillas al pecho y asomó la cabeza, esperando que la puerta se abriera.

Al ver que no pasaba, se decidió a hablar:

- ¿Nana? - Los ojos se le llenaron con lágrimas, deseando que entrara para poder pasar un poco de tiempo con ella, pero un sonidito contra la puerta apareció otra vez, y por ella no vio a nadie pasar.

Bajó de la cama para caminar hasta allí, con pasitos muy lentos, y poder saber si este sonido provenía de alguien que conocía, o quizás de alguien que estaba igual de asustado que él.

Volvió a sonar.

- ¿Hola? - Sonó mucho más fuerte, con más eco. Tom sentía que su barriga se le revolvía por el miedo, pero a pesar de ello, contestó, con una vocecita temblorosa y bajita.

- …Hola…

- ¿Quién eres? – Preguntó la otra voz, como alegre, inocente. Tom tenía miedo, por supuesto que no sabía diferenciar si aquella voz era igual o menos amenazante que las voces que ya había escuchado a lo largo de su estancia aquí.

Pero sí que se escuchaba diferente, mucho más flaquita, aguda.

- Hum… soy Tom… ¿eres Nana? – Se encontró cuestionando, aunque la voz de Nana no se parecía en nada a esta.

- No, soy Bill… ¿eres un fantasma?

- No… soy… soy un hombre…- Del otro lado escuchó una risita.

- Abre la puerta, no puedo ver…

- …Sí…- Como la luz era casi inexistente de este lado de la habitación, Tom tuvo que tocar la puerta con ambas manos para intentar abrirla, sin mucho éxito. – No se puede… no veo nada, es de noche…

- ¡Pues enciende la luz! – Se quejó, dándole golpecitos a la puerta. -, ¡abre!

- No veo…- Susurró.

- Salúdame por aquí…- Observó hacia arriba, esperando verlo, pero de nuevo sólo vio negro. Se quitó las lágrimas de los ojos, sorbió la nariz y se dispuso a hablar con más claridad.

- ¿En dónde?

- ¡Por aquí! - Echó un grito ahogado cuando por el hueco de la puerta pudo sentir unos deditos bailando; no dudó en tocarlos y en escuchar que al otro lado una risa escandalosa aparecía. - ¡No eres un fantasma!

- Fantasma…- Susurró.

- Ayer seguí a mi tío por aquí… no conocía esta parte de mi casa…- Se rió. – Pero se escuchó alguien gritando y creí que era un fantasma, pero eres tú.

- Soy yo. - Mencionó orgulloso.

Hubo un pequeño silencio; podía sentir cómo los dedos del otro niño le acariciaban las yemas de sus dedos, de arriba abajo. No le parecía raro el contacto, pero sí distinto, porque las manos que había visto o sentido antes eran mucho más grandes que las suyas; estas, por el contrario, eran mucho más pequeñas, y se sentían fríos.

- Oye, ¿por qué gritabas? - Tom se pasó su cabello detrás de las orejas, queriendo ver los dedos de Bill, pero fallando en el intento.

- Es que… me pegó…

- ¿Te pegó?... ¿mi tío? - Tom asintió, sin ser consciente de que el niño al otro lado no podía verlo si quiera. - ¿Por qué te pegó?

- …No sé…

- Ah, ya. A veces yo también lloro porque me pegan- Comentó; Tom se mordió los labios, fuerte, y suspiró. -… hum, ¿quieres salir para jugar?

Sonrió, asintiendo, levantándose del suelo, creyendo que el niño iba a abrirle la puerta; aunque esperó unos segundos y no vio la luz que veía siempre que abrían.

- Sí quiero…

- ¡Venga, sal de ahí! - La risa se escuchó más escandalosa, la mano entera de Bill pudo entrar por completo en el hueco de la puerta. - ¿Por qué no prendes la luz?, no puedo verte

- ¿Yo… no puedo verte? - Susurró, ahora hincándose en el suelo y tratando de observar por donde estaba la mano de Bill, pero apenas podía ver un bulto negro.

- ¡Sí, asómate por dónde está mi mano! - Pero Tom dejó de intentarlo, pues la luz que salía de esa habitación era tal que le daba miedo, así que sólo sacó la mano por el huequito, deseando desde el corazón que sus yemas tuvieran ojos y pudieran avisarle cómo era todo de ese lado. - ¿Ya le dijiste a tu mami que te deje salir a jugar conmigo?

- Estoy solo… susurró. - Con cuidado tocó los dedos del otro niño, se sentían tan reales; y sacó un pequeño bote cuando una manita le apretó todos sus dedos. Echó un grito ahogado, pero contuvo la respiración, esperando no hacer algo que a Bill no le gustara, y terminara por dejarlo solito ahí.

- ¡Venga, sal que ya quiero jugar!, ¡Venga, venga, ya sal! – Escuchaba sonidillos, propios de unos pies descalzos saltando. Empujó la puerta con las manos, deseando que se abriera, pero sólo logró hacerla crujir un poco.

- ¿Cómo abro? – Casi suplicaba. Al otro lado, escuchó un bufido.

- Niño, ¿quién no sabe abrir la puerta?... hum…- El pomo de la puerta se escuchó, y un gemidito agudo. – Buuah… tus padres le cierran bien aquí…

>> ¡Billy, a cenar! <<

- ¡Mi mami me llama!, ¡ya me voy!

- ¿Adónde? – Preguntó, Tom, con un dolorcito en el pecho. Por un segundo quiso suplicarle que no se fuera.

- ¡A cenar!, ¡hoy hay hot cakes!

- ¿Qué es eso? – Bill se escuchó gruñir, impacientándose por ir arriba a comer con su familia.

- …Te voy a guardar uno, ¿vale?, y te lo traigo.

- ¡Vale! – Sonrió ampliamente.

Luego sólo escuchó que Bill corría lejos.

Bill, que tenía la piel muy pálida, los ojitos grandes y el cabello azabache, corría escaleras arriba; había esperado que sus padres estuvieran en la cocina para poder aparecer en ella y que no se dieran cuenta de que había estado en el sótano, lugar al que no le tenían permitido entrar y que justo por eso, al ser un niño muy curioso, lo único en lo que pensaba cuando sus padres lo dejaban solo para irse a trabajar, era en ir allí y ver que no se perdía de mucho; sólo un montón de cajas, ropa y juguetes viejos.

Había sido hoy que se encontró con esa puerta, al haber escuchado esos gritos. Nunca la había visto, pero ahora que sabía que ahí vivía otro niño, lo único en lo que pensaba era que sólo se trataba de una casita vecina, no de un crimen que ambos padres tenían entre las manos, y a sus espaldas.

Se sentó a la mesa, no sin antes haber besado la mejilla de su padre y la de su madre, como bienvenida. Ellos se iban casi todo el día; Nana era quien pasaba por él al cole, y estaba con él durante la merienda, pero luego tenía que irse y lo dejaban completamente solo. Sus padres decían que era bueno que un niño aprendiera a estar solo a veces y que supiera cuidarse, pero era tan pequeño que muchas veces temía incluso salir de su habitación porque le aterraba que tocaran al timbre y se lo llevaran si abría.

- Auumm... mami, ¿hoy me puedo comer dos? - Preguntó al tiempo que la mujer le ponía su platito con un hot cake; ya tenía un pequeño cuadrito de mantequilla, y Bill tomó el cuchillo de plástico para untarlo con mucha delicadeza, ante los ojos de la mujer, que se sentaba a la mesa.

- Dos es mucho, amor, ¿y tú torta con tocino? - El menor echaba una cantidad enorme de maple sobre su comida; le gustaba casi empapado. Después se chupó los dedos y cogió la cucharita, para partirlo. - ¿Eh, Bill?

- Humm... también me lo como, ¿sí? - La miró a ella, después miró a su padre, quien, al cabo, tenía la decisión final de casi todo.

- Vas a despertar a mitad de la noche llorando por un dolor de barriga; te conocemos, William. - El aludido puso un morrito, molesto. Su mamá le acarició el cabello, sonriendo.

- No te enojes, Will...

- ...No me enojé...- Bramó. Después se puso a comer, lento, como le habían educado a hacer.

Sus padres hablaban sobre el trabajo, sobre los pendientes, haciendo a Bill a un lado, pero a quien no le importaba, porque su cabecita estaba pensando sólo en el niño; ¿cómo iba a hacer para llevarle un hot cake si sus padres no le habían dejado comer más?

De vez en cuando levantaba los ojos y pillaba a su padre o a su madre mirándolo. Sólo les sonreía, y platicaba sobre cómo deseaba poder hacer que Roby, su mejor amigo, viniera a dormir a casa; pero sus padres nunca le dejaban traer a nadie, a menos que fuera un día sin trabajo, para poder estar vigilando que nada se saliera de control.

Entendían que Bill estaba muy solito, pero su madre se había negado a darle un hermanito y su padre odiaba las mascotas. Aún así, siempre procuraban su salud, y, sobre todo, su felicidad.

- ¿Vas a beberte tu chocolatada en tu habitación? - Lo detuvo su madre, una vez vio a su hijo recoger los trastos y dirigirse a la salida con su vaso.

- Humjum. - Asintió.

- Vale, amor, ¿ya te duchaste?

- Sí, mamá...

- Bueno, en unos minutos subo para arroparte. - Bill simplemente asintió y subió a su recámara.

Ya se había terminado su chocolatada mientras miraba caricaturas sobre su cama aún hecha; después bajó de ella para dirigirse a su servicio y cepillarse sus pequeños dientecillos con la pasta dental que tenía sabor a chicle y que le encantaba. Su madre lo pilló ahí, subido a su pequeño banquito frente al lavamanos, que le permitía poder llegar hasta allí para cepillarse y lavarse las manos. Cuando se miraron, ambos se sonrieron, y Bill dio de saltitos fuera del baño para quedarse de pie frente a la cama.

- ¿Listo para dormir, mi amor? – Bill asintió. Ella deshizo las cobijas y le dio de golpecitos al colchón para que su hijo subiera allí. – A ver, inhala… Exhala…

Bill obedecía, pues era algo que hacían cada noche; su madre creía que así dormiría más tranquilo, y dejaría los pequeños problemas que tuviera en su cabecita. Lo repetían unas diez veces antes de que su hijo ya pareciera adormilado, y el simple acto de tocar su cara con la almohada, fuera suficiente para su sistema y se pusiera a descansar.

- Te amo mucho, Will. – El menor sonrió.

- Yo también te amo, mami. – Ella le besó la mejilla y puso las cobijas cuidadosamente sobre su pequeño cuerpo.

- Descansa. Nos vemos mañana. – Bill simplemente asintió, y cerró sus ojos antes de que su madre apagara el televisor, cogiera su vaso vacío y apagara la luz, cerrando la puerta detrás de ella.

~*~

- Tomy, ¿cómo estás, hermoso?

- Bien…- Susurró, aunque sus cejas empezaron a bailar y su cuerpo desnudo se tensó un poquito.

- ¿Qué haces ahí tirado, mi amor? - Se puso las manos entre las piernas, y su cara se deformó en dolor y vergüenza, por lo que tuvo que agacharla para dejar que sus lágrimas cayeran sin que Nana lo mirase, aunque ella por supuesto que ya sabía a lo que estaba siendo sometido, ya sabía que estaba siendo maltratado y abusado sexualmente. Por eso se sentía morir de sólo verlo así, tratando de ocultar que algo le dolía, tratando de ocultar que tenía miedo y unas ganas inmensas de ponerse a llorar más fuerte.

Se levantó de la cama y fue al suelo a tocarle los hombros, que al tacto se pusieron tensos.

- No te tragues las lágrimas, chiquito… aquí estoy contigo, ¿sí, mi amor? - Él asintió, dejando salir desde su garganta un gemidito de dolor. - …Tú no tienes la culpa de nada… de nada… -Se arrastró hasta estar muy cerquita de ella, y dejó que lo envolviera con sus brazos, que lo acariciara y le diera besos; apretó sus ojos, los labios le temblaron tanto por el esfuerzo de no llorar, que al final se dio por vencido y dejó que su cuerpo llorara tan fuerte, con el corazón adolorido, con el nudo en la garganta.

A pesar de no entender qué era lo que le había estado pasando estos últimos días, algo en su cabeza le hacía darse cuenta de que no estaba bien, porque le causaba miedo, dolor y confusión. Sabía que no estaba bien porque en aquellas miradas podía notar que lo que querían era hacerle daño. Había aprendido a avergonzarse de ello por los comentarios que esos hombres le hacían, por las amenazas y las burlas, pensaba que Nana iba a molestarse porque hacía estas cosas, pero ella se sentía peor porque un niño de seis años intentara hacerse el fuerte en una situación así, y porque un niño de seis años hubiese aprendido antes a eyacular que a dividir, a llorar que a divertirse, a estar muerto en vida que a sentirse lleno de ella.

- Te prometo que pronto te voy a sacar de aquí, mi amor… sólo dame un poquito de tiempo…

No obtuvo respuesta del menor, pero ya se lo esperaba, por eso sólo lo abrazó un poquito más fuerte, siendo paciente a que Tom dejara de llorar y sentirse tan roto. Sin ser consciente de ello había adoptado a Tom como su propio hijo, todas las noches, en su cama, pensaba cómo iba a hacerle para sacarlo de este infierno, no quería que creciera y se diera cuenta de que lo habían privado de ver la luz del sol, de jugar, de reírse, de ser un niño, quería sacarlo lo más pronto que pudiera, así no tendría que arrepentirse demasiado, y Tom podría retomar su vida como adolescente, como adulto, sin sentirse atrapado por esta experiencia tan jodida.

- ¿Por qué sigues aquí, mujer?- Tom se apretó a ella, asustado. No había notado cuánto tiempo había pasado, tampoco es que le importara mucho, lo único por lo que luchaba era por intentar dormir, aunque cada que lo hacía despertaba por las voces tan nítidas en sus recuerdos, pero luego sentía que Nana estaba ahí, y se calmaba casi enseguida.

- Lo estaba esperando a usted…- Susurró, con la voz apagada. El hombre se acercó un poco a ver cómo tenía al niño entre los brazos, como si lo quisiera mucho, como si no hubiera tenido suficiente con las advertencias que le había dado de no ser un ángel para él.

- ¿Qué pasó?

- El niño está muy lastimado, señor… lo revisé y… no se ve nada bien…

- Ugh…- Bufó molesto, y se sentó en donde pudo mirar desde arriba, que la espalda del niño estaba llena de rasguños propios de una fiera; se cubrió la cara con las manos, no queriendo ponerse a gritar de rabia. – Esos hijos de puta… por su culpa voy a tener que dejarlo descansar un par de días…

- ¿Un par de días?... señor, creo que debería traer a un médico o algo…

- ¡¿Un médico?!- Se descojonó de la risa. Tom sintió que el corazón le latía muy fuerte. – Para que sepan que tenemos a un puto niño secuestrado, ¿no?

- …Lo siento…

- Pues qué bueno que lo sientas. El niño está fuerte, solo se va a curar, así que ya déjalo ahí y lárgate o te despido. - Se levantó de la cama, haciéndose su camino por la oscuridad. Después se detuvo, antes de cerrar la puerta. – Que no se ponga el pijama, la va a manchar toda. - Ella no contestó, pero apretó los ojos y los labios para no contestarle algo que le costara no poder volver a ver a Tom. Una vez el hombre se fue, Nana cogió a Tom por las axilas y lo ayudó a subirse a la cama, obteniendo del menor quejiditos muy bajitos, quejiditos que quería amortiguar con los labios bien cerrados.

- ¿Tienes sueño, bebé?

- …Sí…

- Bueno, acuéstate, ¿sí?, mañana va a ser todo diferente. - Le cubrió el pequeño cuerpo con las sábanas y le acarició la mejilla. – Te quiero mucho, Tomy…

- Te quiero, Nani…

 

doloroso de su vida: Acababa de ver cómo el hombre cruzaba la puerta, y lo dejaba ahí tirado en la cama, lleno de fluidos salivales y corporales, con un dolor punzante en la garganta y entre las piernas, y un montón de arañazos, mordidas y golpes en la piel.

Su llanto era tan fuerte que sus cuerdas vocales temblaban dolorosamente dentro de él. No entendía qué acababa de pasar, no sabía que acababan de abusar sexualmente de él, ni que estaba en esa habitación oscura porque lo habían secuestrado; lo único que sabía era que le dolía, que tenía miedo y que deseaba volver a ver a Nana porque sólo la conocía a ella, y aunque no fuera consciente, representaba maternidad y protección. En su cabecita no existía la posibilidad de que lo que acababa de vivir tenía consecuencias legales para el hombre y psicológicas para él; no entendía por qué le dolía tanto si ya no había nadie haciéndole daño, ni por qué se sentía tan mal si sólo le habían lastimado igual que el otro hombre lo hizo.

Se había sentido horrible, incómodo, nunca nadie lo había tocado tanto.

- ¿Hola? – Una vocecita aguda y curiosa; se escuchó fuerte, como si estuviera dentro de la habitación, con él.

Se apretó las rodillas al pecho y asomó la cabeza, esperando que la puerta se abriera.

Al ver que no pasaba, se decidió a hablar:

- ¿Nana? - Los ojos se le llenaron con lágrimas, deseando que entrara para poder pasar un poco de tiempo con ella, pero un sonidito contra la puerta apareció otra vez, y por ella no vio a nadie pasar.

Bajó de la cama para caminar hasta allí, con pasitos muy lentos, y poder saber si este sonido provenía de alguien que conocía, o quizás de alguien que estaba igual de asustado que él.

Volvió a sonar.

- ¿Hola? - Sonó mucho más fuerte, con más eco. Tom sentía que su barriga se le revolvía por el miedo, pero a pesar de ello, contestó, con una vocecita temblorosa y bajita.

- …Hola…

- ¿Quién eres? – Preguntó la otra voz, como alegre, inocente. Tom tenía miedo, por supuesto que no sabía diferenciar si aquella voz era igual o menos amenazante que las voces que ya había escuchado a lo largo de su estancia aquí.

Pero sí que se escuchaba diferente, mucho más flaquita, aguda.

- Hum… soy Tom… ¿eres Nana? – Se encontró cuestionando, aunque la voz de Nana no se parecía en nada a esta.

- No, soy Bill… ¿eres un fantasma?

- No… soy… soy un hombre…- Del otro lado escuchó una risita.

- Abre la puerta, no puedo ver…

- …Sí…- Como la luz era casi inexistente de este lado de la habitación, Tom tuvo que tocar la puerta con ambas manos para intentar abrirla, sin mucho éxito. – No se puede… no veo nada, es de noche…

- ¡Pues enciende la luz! – Se quejó, dándole golpecitos a la puerta. -, ¡abre!

- No veo…- Susurró.

- Salúdame por aquí…- Observó hacia arriba, esperando verlo, pero de nuevo sólo vio negro. Se quitó las lágrimas de los ojos, sorbió la nariz y se dispuso a hablar con más claridad.

- ¿En dónde?

- ¡Por aquí! - Echó un grito ahogado cuando por el hueco de la puerta pudo sentir unos deditos bailando; no dudó en tocarlos y en escuchar que al otro lado una risa escandalosa aparecía. - ¡No eres un fantasma!

- Fantasma…- Susurró.

- Ayer seguí a mi tío por aquí… no conocía esta parte de mi casa…- Se rió. – Pero se escuchó alguien gritando y creí que era un fantasma, pero eres tú.

- Soy yo. - Mencionó orgulloso.

Hubo un pequeño silencio; podía sentir cómo los dedos del otro niño le acariciaban las yemas de sus dedos, de arriba abajo. No le parecía raro el contacto, pero sí distinto, porque las manos que había visto o sentido antes eran mucho más grandes que las suyas; estas, por el contrario, eran mucho más pequeñas, y se sentían fríos.

- Oye, ¿por qué gritabas? - Tom se pasó su cabello detrás de las orejas, queriendo ver los dedos de Bill, pero fallando en el intento.

- Es que… me pegó…

- ¿Te pegó?... ¿mi tío? - Tom asintió, sin ser consciente de que el niño al otro lado no podía verlo si quiera. - ¿Por qué te pegó?

- …No sé…

- Ah, ya. A veces yo también lloro porque me pegan- Comentó; Tom se mordió los labios, fuerte, y suspiró. -… hum, ¿quieres salir para jugar?

Sonrió, asintiendo, levantándose del suelo, creyendo que el niño iba a abrirle la puerta; aunque esperó unos segundos y no vio la luz que veía siempre que abrían.

- Sí quiero…

- ¡Venga, sal de ahí! - La risa se escuchó más escandalosa, la mano entera de Bill pudo entrar por completo en el hueco de la puerta. - ¿Por qué no prendes la luz?, no puedo verte

- ¿Yo… no puedo verte? - Susurró, ahora hincándose en el suelo y tratando de observar por donde estaba la mano de Bill, pero apenas podía ver un bulto negro.

- ¡Sí, asómate por dónde está mi mano! - Pero Tom dejó de intentarlo, pues la luz que salía de esa habitación era tal que le daba miedo, así que sólo sacó la mano por el huequito, deseando desde el corazón que sus yemas tuvieran ojos y pudieran avisarle cómo era todo de ese lado. - ¿Ya le dijiste a tu mami que te deje salir a jugar conmigo?

- Estoy solo… susurró. - Con cuidado tocó los dedos del otro niño, se sentían tan reales; y sacó un pequeño bote cuando una manita le apretó todos sus dedos. Echó un grito ahogado, pero contuvo la respiración, esperando no hacer algo que a Bill no le gustara, y terminara por dejarlo solito ahí.

- ¡Venga, sal que ya quiero jugar!, ¡Venga, venga, ya sal! – Escuchaba sonidillos, propios de unos pies descalzos saltando. Empujó la puerta con las manos, deseando que se abriera, pero sólo logró hacerla crujir un poco.

- ¿Cómo abro? – Casi suplicaba. Al otro lado, escuchó un bufido.

- Niño, ¿quién no sabe abrir la puerta?... hum…- El pomo de la puerta se escuchó, y un gemidito agudo. – Buuah… tus padres le cierran bien aquí…

>> ¡Billy, a cenar! <<

- ¡Mi mami me llama!, ¡ya me voy!

- ¿Adónde? – Preguntó, Tom, con un dolorcito en el pecho. Por un segundo quiso suplicarle que no se fuera.

- ¡A cenar!, ¡hoy hay hot cakes!

- ¿Qué es eso? – Bill se escuchó gruñir, impacientándose por ir arriba a comer con su familia.

- …Te voy a guardar uno, ¿vale?, y te lo traigo.

- ¡Vale! – Sonrió ampliamente.

Luego sólo escuchó que Bill corría lejos.

Bill, que tenía la piel muy pálida, los ojitos grandes y el cabello azabache, corría escaleras arriba; había esperado que sus padres estuvieran en la cocina para poder aparecer en ella y que no se dieran cuenta de que había estado en el sótano, lugar al que no le tenían permitido entrar y que justo por eso, al ser un niño muy curioso, lo único en lo que pensaba cuando sus padres lo dejaban solo para irse a trabajar, era en ir allí y ver que no se perdía de mucho; sólo un montón de cajas, ropa y juguetes viejos.

Había sido hoy que se encontró con esa puerta, al haber escuchado esos gritos. Nunca la había visto, pero ahora que sabía que ahí vivía otro niño, lo único en lo que pensaba era que sólo se trataba de una casita vecina, no de un crimen que ambos padres tenían entre las manos, y a sus espaldas.

Se sentó a la mesa, no sin antes haber besado la mejilla de su padre y la de su madre, como bienvenida. Ellos se iban casi todo el día; Nana era quien pasaba por él al cole, y estaba con él durante la merienda, pero luego tenía que irse y lo dejaban completamente solo. Sus padres decían que era bueno que un niño aprendiera a estar solo a veces y que supiera cuidarse, pero era tan pequeño que muchas veces temía incluso salir de su habitación porque le aterraba que tocaran al timbre y se lo llevaran si abría.

- Auumm... mami, ¿hoy me puedo comer dos? - Preguntó al tiempo que la mujer le ponía su platito con un hot cake; ya tenía un pequeño cuadrito de mantequilla, y Bill tomó el cuchillo de plástico para untarlo con mucha delicadeza, ante los ojos de la mujer, que se sentaba a la mesa.

- Dos es mucho, amor, ¿y tú torta con tocino? - El menor echaba una cantidad enorme de maple sobre su comida; le gustaba casi empapado. Después se chupó los dedos y cogió la cucharita, para partirlo. - ¿Eh, Bill?

- Humm... también me lo como, ¿sí? - La miró a ella, después miró a su padre, quien, al cabo, tenía la decisión final de casi todo.

- Vas a despertar a mitad de la noche llorando por un dolor de barriga; te conocemos, William. - El aludido puso un morrito, molesto. Su mamá le acarició el cabello, sonriendo.

- No te enojes, Will...

- ...No me enojé...- Bramó. Después se puso a comer, lento, como le habían educado a hacer.

Sus padres hablaban sobre el trabajo, sobre los pendientes, haciendo a Bill a un lado, pero a quien no le importaba, porque su cabecita estaba pensando sólo en el niño; ¿cómo iba a hacer para llevarle un hot cake si sus padres no le habían dejado comer más?

De vez en cuando levantaba los ojos y pillaba a su padre o a su madre mirándolo. Sólo les sonreía, y platicaba sobre cómo deseaba poder hacer que Roby, su mejor amigo, viniera a dormir a casa; pero sus padres nunca le dejaban traer a nadie, a menos que fuera un día sin trabajo, para poder estar vigilando que nada se saliera de control.

Entendían que Bill estaba muy solito, pero su madre se había negado a darle un hermanito y su padre odiaba las mascotas. Aún así, siempre procuraban su salud, y, sobre todo, su felicidad.

- ¿Vas a beberte tu chocolatada en tu habitación? - Lo detuvo su madre, una vez vio a su hijo recoger los trastos y dirigirse a la salida con su vaso.

- Humjum. - Asintió.

- Vale, amor, ¿ya te duchaste?

- Sí, mamá...

- Bueno, en unos minutos subo para arroparte. - Bill simplemente asintió y subió a su recámara.

Ya se había terminado su chocolatada mientras miraba caricaturas sobre su cama aún hecha; después bajó de ella para dirigirse a su servicio y cepillarse sus pequeños dientecillos con la pasta dental que tenía sabor a chicle y que le encantaba. Su madre lo pilló ahí, subido a su pequeño banquito frente al lavamanos, que le permitía poder llegar hasta allí para cepillarse y lavarse las manos. Cuando se miraron, ambos se sonrieron, y Bill dio de saltitos fuera del baño para quedarse de pie frente a la cama.

- ¿Listo para dormir, mi amor? – Bill asintió. Ella deshizo las cobijas y le dio de golpecitos al colchón para que su hijo subiera allí. – A ver, inhala… Exhala…

Bill obedecía, pues era algo que hacían cada noche; su madre creía que así dormiría más tranquilo, y dejaría los pequeños problemas que tuviera en su cabecita. Lo repetían unas diez veces antes de que su hijo ya pareciera adormilado, y el simple acto de tocar su cara con la almohada, fuera suficiente para su sistema y se pusiera a descansar.

- Te amo mucho, Will. – El menor sonrió.

- Yo también te amo, mami. – Ella le besó la mejilla y puso las cobijas cuidadosamente sobre su pequeño cuerpo.

- Descansa. Nos vemos mañana. – Bill simplemente asintió, y cerró sus ojos antes de que su madre apagara el televisor, cogiera su vaso vacío y apagara la luz, cerrando la puerta detrás de ella.

~*~

- Tomy, ¿cómo estás, hermoso?

- Bien…- Susurró, aunque sus cejas empezaron a bailar y su cuerpo desnudo se tensó un poquito.

- ¿Qué haces ahí tirado, mi amor? - Se puso las manos entre las piernas, y su cara se deformó en dolor y vergüenza, por lo que tuvo que agacharla para dejar que sus lágrimas cayeran sin que Nana lo mirase, aunque ella por supuesto que ya sabía a lo que estaba siendo sometido, ya sabía que estaba siendo maltratado y abusado sexualmente. Por eso se sentía morir de sólo verlo así, tratando de ocultar que algo le dolía, tratando de ocultar que tenía miedo y unas ganas inmensas de ponerse a llorar más fuerte.

Se levantó de la cama y fue al suelo a tocarle los hombros, que al tacto se pusieron tensos.

- No te tragues las lágrimas, chiquito… aquí estoy contigo, ¿sí, mi amor? - Él asintió, dejando salir desde su garganta un gemidito de dolor. - …Tú no tienes la culpa de nada… de nada… -Se arrastró hasta estar muy cerquita de ella, y dejó que lo envolviera con sus brazos, que lo acariciara y le diera besos; apretó sus ojos, los labios le temblaron tanto por el esfuerzo de no llorar, que al final se dio por vencido y dejó que su cuerpo llorara tan fuerte, con el corazón adolorido, con el nudo en la garganta.

A pesar de no entender qué era lo que le había estado pasando estos últimos días, algo en su cabeza le hacía darse cuenta de que no estaba bien, porque le causaba miedo, dolor y confusión. Sabía que no estaba bien porque en aquellas miradas podía notar que lo que querían era hacerle daño. Había aprendido a avergonzarse de ello por los comentarios que esos hombres le hacían, por las amenazas y las burlas, pensaba que Nana iba a molestarse porque hacía estas cosas, pero ella se sentía peor porque un niño de seis años intentara hacerse el fuerte en una situación así, y porque un niño de seis años hubiese aprendido antes a eyacular que a dividir, a llorar que a divertirse, a estar muerto en vida que a sentirse lleno de ella.

- Te prometo que pronto te voy a sacar de aquí, mi amor… sólo dame un poquito de tiempo…

No obtuvo respuesta del menor, pero ya se lo esperaba, por eso sólo lo abrazó un poquito más fuerte, siendo paciente a que Tom dejara de llorar y sentirse tan roto. Sin ser consciente de ello había adoptado a Tom como su propio hijo, todas las noches, en su cama, pensaba cómo iba a hacerle para sacarlo de este infierno, no quería que creciera y se diera cuenta de que lo habían privado de ver la luz del sol, de jugar, de reírse, de ser un niño, quería sacarlo lo más pronto que pudiera, así no tendría que arrepentirse demasiado, y Tom podría retomar su vida como adolescente, como adulto, sin sentirse atrapado por esta experiencia tan jodida.

- ¿Por qué sigues aquí, mujer?- Tom se apretó a ella, asustado. No había notado cuánto tiempo había pasado, tampoco es que le importara mucho, lo único por lo que luchaba era por intentar dormir, aunque cada que lo hacía despertaba por las voces tan nítidas en sus recuerdos, pero luego sentía que Nana estaba ahí, y se calmaba casi enseguida.

- Lo estaba esperando a usted…- Susurró, con la voz apagada. El hombre se acercó un poco a ver cómo tenía al niño entre los brazos, como si lo quisiera mucho, como si no hubiera tenido suficiente con las advertencias que le había dado de no ser un ángel para él.

- ¿Qué pasó?

- El niño está muy lastimado, señor… lo revisé y… no se ve nada bien…

- Ugh…- Bufó molesto, y se sentó en donde pudo mirar desde arriba, que la espalda del niño estaba llena de rasguños propios de una fiera; se cubrió la cara con las manos, no queriendo ponerse a gritar de rabia. – Esos hijos de puta… por su culpa voy a tener que dejarlo descansar un par de días…

- ¿Un par de días?... señor, creo que debería traer a un médico o algo…

- ¡¿Un médico?!- Se descojonó de la risa. Tom sintió que el corazón le latía muy fuerte. – Para que sepan que tenemos a un puto niño secuestrado, ¿no?

- …Lo siento…

- Pues qué bueno que lo sientas. El niño está fuerte, solo se va a curar, así que ya déjalo ahí y lárgate o te despido. - Se levantó de la cama, haciéndose su camino por la oscuridad. Después se detuvo, antes de cerrar la puerta. – Que no se ponga el pijama, la va a manchar toda. - Ella no contestó, pero apretó los ojos y los labios para no contestarle algo que le costara no poder volver a ver a Tom. Una vez el hombre se fue, Nana cogió a Tom por las axilas y lo ayudó a subirse a la cama, obteniendo del menor quejiditos muy bajitos, quejiditos que quería amortiguar con los labios bien cerrados.

- ¿Tienes sueño, bebé?

- …Sí…

- Bueno, acuéstate, ¿sí?, mañana va a ser todo diferente. - Le cubrió el pequeño cuerpo con las sábanas y le acarició la mejilla. – Te quiero mucho, Tomy…

- Te quiero, Nani…


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