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Ignacio y Álvaro por TadaHamada

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Notas del capitulo:

UuU

Hola, lamento la demora :'3 

En esta ocasión les traigo la imagen que elegí para mi bebé Gerardo UwU <3

Espero que les guste este capítulo. Estoy intentando que esta historia no sea muy larga, pero no coopera >:p

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Música de orquesta, un salón elegante, gente de su clase social por todos lados siendo atendida por gente de una clase menos afortunada. La mesa que les había sido asignada en aquella fiesta estaba cerca de la salida al jardín y entraba aquella brisa fresca de primavera.

Miró a Ignacio y le sonrió nerviosamente. Aquella fiesta de la prometida de Enrique era muy ostentosa, justo como se esperaba de la familia Castellanos.

Enrique bailaba en el centro de aquella pista con su prometida, Beatriz. La joven era hermosa y lucía un precioso vestido rosa pastel que le hacía lucir como una princesa. Parecía muy contenta de estar ahí con Enrique. Éste también se veía animado, pues solía llevarse muy bien con ella y su familia.

—Es Enrique, él tiene claro que su vida debe ser así. Ya lo dijo él aquella ocasión: Casarse con la mujer más hermosa posible que provenga de la familia más prestigiosa posible. Beatriz cumple con ambos requisitos. Son negocios — encogió los hombros Ignacio.

—El problema es que sus negocios nos están afectando a nosotros — Álvaro exhaló sonoramente —. Me duelen los pies — se quejó.

—Tendremos nuestros beneficios algún día — le palmeó el brazo, divertido —. Ahí viene otra vez la prima de Beatriz, de seguro quiere seguir bailando — dijo Ignacio mientras esbozaba una sonrisa para la chica de 15 años.

Sucedía que las primas de la prometida de Enrique eran muy especiales. Especialmente Luciana, que parecía haber estado obsesionada con Enrique a pesar de saber que era el prometido de Beatriz, hasta que en esa noche conoció a Ignacio.

Ya había intentado besarlo una ocasión, pero él se había escapado de la situación con la mayor caballerosidad posible. Adelaida, de 17 años, era la otra prima incómoda de Beatriz, pues solía ser bastante impertinente y metiche. Ella había quedado prendada de Álvaro al verlo, pero intentaba hacerse la desinteresada. Aún así, había insinuado que quería bailar al menos 7 veces esa noche y la mayoría Álvaro había tenido qué ceder.

Pero ella era pésima para bailar, a pesar de que la habían enviado a las mejores academias, parecía que tenía dos pies izquierdos y había terminado pisando a Álvaro casi todo el tiempo.

Ambas eran bonitas, pero Beatriz las opacaba totalmente siempre. Era la bonita de la familia, la que siempre llamaba la atención. Tenía una hermana llamada Felicitas, que era dos años mayor, quien aún no se casaba y no era tan bonita como ella. Felicitas prefería pasar el día leyendo y creando obras de arte.

Hacía 2 semanas que había sucedido lo de Emiliano, así que Álvaro quería irse temprano para hacerle compañía a Jerónimo, a quien había hospedado en su casa y ahora estaba ahí sin compañía. Le preocupaba que no bajara a cenar sólo porque no se sentía con derecho a estar en el mismo comedor que la familia.

Y habiendo pasado aquello con la prima de Beatriz, agradecía que podía excusarse perfectamente e irse más temprano.

—Vuelvo en un momento — dijo Ignacio, poniéndose en pie y yendo al encuentro de Luciana, que sonrió, absolutamente encantada.

—Claro — asintió Álvaro y apoyó la frente sobre la mesa. Rogaba que Adelaida no volviera pronto.

Dio un respingo al sentir que alguien tomaba asiento frente a él y temió que fuera ella, pero cuando alzó la mirada, sonrió totalmente sorprendido.

—Gema… —murmuró y ella se puso el índice sobre los labios, pidiéndole silencio y guiñándole el ojo.

—Flor Villanueva — murmuró ella —. De Castellanos — agregó y le mostró un anillo.

—¿Castellanos? ¿Eres algo de la familia de Beatriz? — preguntó Álvaro tomándole la mano donde lucía un precioso anillo de oro.

—Soy su madrastra — agregó, divertida —. Su padre era cliente frecuente y me pidió que nos casáramos. Obviamente nadie de su círculo sabe de mi pasado — murmuró, así que Álvaro tuvo qué inclinarse un poco para escucharla mejor.

—¿No lo sabe ni Beatriz? — inquirió Álvaro, sorprendido.

—No, así que te agradecería que me guardes el secreto, ¿de acuerdo? — le sonrió.

—Claro que si, no te preocupes — asintió, emocionado por verla de nuevo y apretó su mano a modo de saludo.

—Nunca me llamaste — se cruzó de brazos.

—Es que… — negó con la cabeza y entornó los ojos —. Saliendo de la fiesta Ignacio vio el papel y me lo quitó, dijo que no era bueno para mi reputación verte de nuevo y lo tiró por el camino… — encogió los hombros —. Me enojé mucho con él — agachó la mirada, apenado.

—Descuida. La vida nos ha vuelto a reunir — alargó su mano por sobre la mesa y tomó la de Álvaro —. Me da mucho gusto verte, ¿cómo van las cosas con él? — enarcó una ceja.

—Se va a casar en 2 semanas — sonrió con tristeza —. Pero… quiero pensar que me he empezado a resignar a que será así — suspiró —. Y por cierto — se inclinó nuevamente para hablar más bajo —. Raúl me confesó lo que sentía — se rió nerviosamente.

—No creí que lo haría — se cubrió la boca con una mano.

—Justo el día antes de su boda. Dijo que tenía qué hablarme en privado y me dijo lo que sentía y que no quería cargar con ello él sólo, que iba a repartir la culpa con el responsable… A pesar de que lo sabía porque me lo dijiste, me tomó por sorpresa. Incluso me besó — se sonrojó al decir aquello y agachó la mirada.

—Te lo dije — se rió bajito y agitó su abanico un poco, contenta —. Es que eres un joven muy apuesto y además muy lindo. Eres un sueño para cualquier mujer en edad casadera, tu prometida debe sentir que está en el paraíso — agregó.

—G-Gracias — murmuró, apenado.

Mientras mantenían aquella conversación, Ignacio miraba de cuando en cuando hacia la mesa, pendiente de Álvaro. Al ver llegar a esa mujer que no conocía y saludarlo tan amigablemente, al ver a Álvaro tomarle la mano, sonreír y sonrojarse de aquella manera, lo único que pudo pensar fue que esa era la mujer de la cual estaba enamorado.

Le vio levantarse y tomar a aquella mujer suavemente por el brazo para salir al jardín, mientras hablaban animadamente.

Ignacio se sintió de repente demasiado malhumorado. En cuanto terminó la pieza que estaba bailando con Luciana, fue hacia el salón de fumadores y pidió una bebida. Se sentó ahí por un buen rato a beber, a intentar calmar sus emociones negativas. Sólo había podido ver la espalda de aquella mujer, pero se la imaginaba hermosa, tanto como creía que Álvaro merecía.

Ver su sonrisa así de radiante, pero provocada por otra persona, le hacía sentir una punzada dolorosa en el pecho.

—Otro… — pidió Ignacio, dejando el vaso en la barra. Se pasó la mano por la cara con frustración y se quedó ensimismado. Ni siquiera se dio cuenta cuando el mesero le entregó el trago.

Celos…

Luciana le tomó el brazo a Ignacio por sorpresa, haciéndole dar un respingo. Se había quedado tan ensimismado que incluso la música y el ruido de la gente habían desaparecido para él.

—¿Seguimos bailando? — preguntó la chiquilla con los ojos brillantes, maravillada con la sola presencia de Ignacio. Él asintió. Después de todo, él estaba ahí para ayudar a Enrique, se lo había prometido. Salieron de aquella sala donde se suponía que esa chiquilla no tenía permiso de entrar porque estaba mal visto.

No conseguía olvidarse de esa imagen, Álvaro y esa mujer yendo hacia el jardín.

—Estás distraído — le dijo la jovencita al notar que Ignacio no seguía el ritmo de la música como antes.

—No me siento bien, es todo — respondió —. ¿Me disculpas? — se separó de ella sin recibir respuesta y fue a sentarse a aquella mesa que había compartido con Álvaro más temprano. Esperó eternos minutos hasta que éste apareció con aquella mujer del brazo.

La conocía…

Era esa mujer de la fiesta…

La prostituta…

Lo primero que pasó por su mente fue que ambos se habían escapado para tener sexo. Tenía sentido, ¿no? Ya lo habían hecho en aquella fiesta.

—Debo irme, querido Álvaro — le dijo ella y recibió un beso en la mejilla por parte de él. Flor notó el semblante descompuesto de Ignacio, pero no dijo nada.

—Me dio mucho gusto volver a verte — le sonrió —. Espero que podamos vernos más seguido.

—Claro que sí, querido Álvaro, mi casa es tu casa… Permiso — pronunció mirando de reojo a Ignacio, que sólo asintió sin siquiera verla.

—Qué hermosa mujer — murmuró Ignacio cuando Flor se había alejado lo suficiente.

—Sí… — se lo pensó un poco, ¿debería decirle quién era ella en realidad? — Es la madrastra de Beatriz — respondió.

—Ah, ¿en serio? Es muy joven — no podía mirarlo. Él sabía perfecto cuál era el semblante de un hombre satisfecho y no quería ver eso en el rostro de Álvaro.

—Sí… ¿verdad? — se calló. No debía cometer la indiscreción, Flor no se lo perdonaría. Si Ignacio se daba cuenta por sí mismo y decía algo, se lo aclararía sin dudarlo, pero mientras no lo hiciera, mejor.

Ignacio se quedó en silencio, de brazos cruzados.

—¿Te pasa algo? — inquirió Álvaro.

—No. Sólo estoy fastidiado — murmuró.

—¿Quieres salir al jardín a tomar aire fresco? — preguntó, sonriente.

Ignacio se puso en pie sin decir nada y se dirigió hacia allá. Tenía tantas ganas de recriminarle que estuviera con esa mujer, pero, ¿bajo qué argumento? Sólo eran amigos. Tampoco reclamarle como hacía en el pasado le parecía adecuado, pues no quería volver a tener los mismos roces con Álvaro y que éste se distanciara de nuevo.

Ambos caminaron a la par por aquel amplio jardín. Había un sendero empedrado y farolas cada cierta distancia, así que no estaba muy oscuro.

Ignacio al fin se animó a mirar de reojo a Álvaro, que parecía muy contento. Pero en su rostro no estaba ese semblante que tanto temía ver.

Es más, pensó, nunca lo había visto con ese semblante, ni en las fiestas clandestinas de Diego Castelli... ¿Acaso sus expresiones eran diferentes que la del resto? ¿O jamás se habría sentido tan satisfecho como para igualar esa conocida expresión?

—Álvaro… — lo llamó casi sin querer y éste volteó a verlo —. ¿Por qué estás tan contento? — decidió no dar más rodeos.

—Es que… Bueno, estuve conversando con Flor y…

—Es esa mujer que conociste en la última fiesta de Diego, ¿cierto? — observó su reacción, Álvaro se puso algo nervioso y terminó asintiendo — Estuviste con ella… Hoy… — pronunció.

—¿A qué te refieres? — inquirió Álvaro cuando captó el sentido que podría tener esa afirmación.

—Por eso saliste con ella al jardín, ¿no? Por eso regresaste tan contento, ¿verdad?

Álvaro lo miró, totalmente desencajado.

—Perdón… — musitó el mayor —. Es que…

—Ya lo sé, sólo quieres proteger mi reputación… Escucha, nadie aquí sabe de su pasado, así que te agradecería mucho que no mencionaras nunca más ese asunto. Ella logró por fin salir de ese mundo y su esposo la ama a pesar de que la conoció ahí. Nadie más sabe de dónde proviene, ¿de acuerdo? Ella es feliz al fin…— le suplicó.

—Claro… — suspiró —. Eso significa…

—No hice nada malo con ella, si es a lo que te refieres. Sólo salimos a conversar de eso y de… otras cosas. Ella es una buena amiga mía. Mi reputación está a salvo, exagerado — entornó los ojos.

Ignacio asintió, un poco más aliviado. Caminaron en silencio un momento más, en un ambiente menos tenso.

—Ya debería irme a casa — dijo Álvaro mirando su reloj de bolsillo —. Jerónimo debe seguir en su habitación y no creo que haya bajado a cenar con mi familia, debe darle mucha vergüenza aún — encogió los hombros.

—Me iré contigo.

—Descuida, estaré bien. Además, prometiste ayudar a Enrique — le recordó.

—Iré a decirle que nos vamos — pronunció Ignacio, como si no hubiera escuchado lo que había dicho Álvaro.

—E-Espera… — le vio ir hacia dentro del salón a paso rápido y negó con la cabeza, divertido.

Empezó a andar hacia el salón para esperarlo en la mesa que habían compartido. Con suerte no se aparecerían por ahí Adelaida o Luciana. Algo había dicho Adelaida de que tendrían una sesión fotográfica de la familia durante la fiesta.

Cuando salieron a buscar el auto de Álvaro, Ignacio subió al asiento del copiloto.

—¿Y tu auto? — inquirió Álvaro.

—Le dije a Enrique que se encargue — respondió —. Quiero ir a tu casa, ¿sí?

—Claro que sí — encendió el auto y comenzó a conducir hacia allá.

Al llegar a la mansión de los Diener, ambos saludaron rápidamente a los presentes y pasaron directamente hacia la planta alta. Álvaro fue a cerciorarse de que Jerónimo hubiera cenado apropiadamente. Al parecer alguien del servicio le había llevado algo ante su negativa de bajar y comer con la familia. No se sentía con derecho de compartir el comedor con ellos y el señor Diener lo sabía, así que dejó de insistirle para no agobiarlo más.

—Gracias, niño Álvaro, estése sin pendiente — le pidió Jerónimo.

—Bien, descansa, te veo mañana — le acarició la cabeza tal y como Emiliano lo haría.

Jerónimo aceptó aquella caricia, pero dentro de sí sabía que, a pesar de las buenas intenciones de Álvaro, no era lo mismo. No sentía aquel cosquilleo en el estómago que las manos de Emiliano le provocaban aún con el más breve y suave roce.

—Buenas noches, niño Álvaro — respondió éste.

Ignacio solo había saludado a Jerónimo y se había metido en la habitación de Álvaro diciendo que quería recostarse, así que Álvaro aprovechó para bajar a saludar a sus padres y su hermana más apropiadamente, pues seguían en la sala.

Ignacio se recostó en aquella cama boca abajo y aspiró el olor de Álvaro impregnado en esa almohada. Cerró los ojos, imaginando que era él, ansiando que lo fuera. Se sentía algo somnoliento, quizá por el alcohol, pero dio un respingo cuando Álvaro abrió la puerta.

—Perdón, no sabía que te habías quedado dormido — murmuró éste, acercándose al borde de la cama y encendiendo la luz de la mesita de noche para iluminar un poco aquella oscura habitación —. ¿Dormirás aquí? — preguntó, divertido.

—Tu cama es muy cómoda — respondió Ignacio —. Duerme conmigo — pidió, girándose para quedar hecho un ovillo en dirección a Álvaro, que se sentó en el espacio que dejó Ignacio.

—Estás ebrio…— se rió bajito y le palmeó la mejilla.

—Es buen momento para pedirte un beso… — se rió Ignacio.

—¿Para no perder la costumbre? — Álvaro secundó aquella risa y se inclinó hacia el mayor para depositar un beso en su sien, a modo de juego. Se apartó un poco y le sonrió —. Duerme, bebé grande — bromeó.

Pero antes de que pudiera incorporarse, Ignacio posó su mano en la nuca de éste y lo jaló hacia sí para lograr besar sus labios, dejándolo totalmente anonadado. Cuando lo soltó, ambos se miraron por unos cuantos segundos, con las mejillas rojas, incapaces de decir algo durante ese lapso.

—Álvaro… Yo…— murmuró cuando el otro por fin reaccionó y se alejó.

—Descansa — se puso en pie y rodeó la cama para recostarse en el otro lado, hecho un ovillo, intentando razonar lo que había sucedido. Su mente le decía que Ignacio sólo quería besarlo por lo parecido que era a Esther, e incluso pensó en que quizá esa mujer a la que Ignacio amaba podría parecerse un poco también y por eso hacía esas cosas.

Justificaba aquello con que Ignacio estaba algo ebrio. Cualquier razón lógica valía, excepto el hecho de que Ignacio pudiera sentir algo por él, porque para Álvaro eso sería lo último que pasaría en el mundo.

Y por su parte, Ignacio había confirmado todo aquello que aún una parte de sí negaba. Una pequeña parte de sí que se rehusaba a creer que se había enamorado de su mejor amigo.

Ahora tenía miedo. Álvaro había dicho aquella última palabra en un tono demasiado seco, demasiado cortante… Debía estar demasiado molesto, pensó Ignacio. ¿Cambiarían las cosas entre ellos por eso? ¿Lo odiaría? ¿Le daría asco? No logró dormir esa noche y más sabiendo que Álvaro estaba ahí, acostado junto a él, a un metro. No se había girado en toda la noche hacia él, así que asumió que realmente estaba enojado.

Por la mañana se sentía sumamente cansado y le dolía la cabeza, así que se levantó para ir a buscar algo de agua. Intentó hacer el menor ruido posible, pues no quería despertar a Álvaro. No sabía cuál sería la reacción que tendría este y quería retrasar lo más posible alguna discusión sobre el incidente.

¿Debía fingir que nada había sucedido? Podría excusarse como siempre diciendo que había bebido demasiado.

Cuando volvió a la habitación con una jarra de cristal y dos vasos, los colocó sobre la mesita de noche y bebió, sentado en el borde de la cama.

Se quedó en silencio, mirando de reojo a Álvaro. Parecía respirar acompasadamente bajo la sábana.

—Tienes… qué… decírselo…

Recordó la voz de Emiliano, que salía dificultosamente. Éste se había sobreesforzado para decirle aquello en el hospital. Al principio no había comprendido nada, pero conforme iba visitándolo, Emiliano soltaba palabras a pesar del dolor. No podía hablar y no debía por órdenes médicas, pero éste parecía no querer que Ignacio se fuera de ahí sin saber algo importante.

Quizá había sido sobre lo que le quería hablar aquella vez que lo había citado, pensó.

¿Por qué? Al principio pensó que quizá era con mala intención, para que Álvaro terminara alejándose de él. Pero Emiliano, aún estando en ese estado, intentaba hablarlo. No tenía sentido.

¿Álvaro podría corresponder sus sentimientos? ¿O sería acaso sólo porque ya se acercaba el fatídico día de su boda y tenía qué cerrar ese tema con Álvaro de alguna manera para poder iniciar su vida marital sin problemas? ¿Sería que era la única manera de liberarse de tal sentimiento? ¿Confesándolo?

Significaba que Emiliano se había dado cuenta ya de que Ignacio sentía algo más por Álvaro, pero a pesar de todo no le extrañaba mucho. Pensó que Emiliano tendría alguna capacidad sorprendente para saberlo, quizá un instinto sodomita del que Ignacio carecía. O quizá estaba siendo demasiado obvio para todos menos para Álvaro...

Sentía que tenía qué ir a verlo y aclarar todo, pero a la vez quería aclarar las cosas con Álvaro.

—Buenos días — saludó éste somnoliento.

—B-Buenos días — lo miró de reojo y esbozó una sonrisa —. ¿Qué tal dormiste?

—Bien… Aunque mi lado de la cama es ese donde dormiste tú y no estoy acostumbrado a este — se rió bajito —. Yo… Lo de anoche…— agachó la mirada.

Era el momento… Ignacio sintió aquel cosquilleo en el estómago mientras las palabras se agolpaban en su mente desordenadamente, queriendo encontrar el camino que pudiera ayudarles a salir…

Pero se quedó callado con ese “Te amo” atorado en la garganta y un “No me odies” pugnando por salir también. Estaba aterrado de las consecuencias...

—Tengo qué ir a ver a Jerónimo — murmuró Álvaro al no obtener una respuesta luego de un tiempo considerable y bajó de la cama —. Vuelvo enseguida — dijo antes de cruzar el umbral de la puerta.

Ignacio sintió una opresión en el pecho. Un montón de pensamientos recriminatorios para sí mismo amenazaban con hacerle perder el control y azotarse contra el muro más cercano. Se sentía un imbécil, un cobarde...

Y Álvaro, afuera, respiró hondo antes de tocar a la puerta de Jerónimo. Quería calmarse un poco, dejar de sentirse un juguete. Después de todo, lo era ¿no? Ignacio sólo jugaba con él… Pero no podía culparlo, él se había dejado usar todo ese tiempo así… Se prometió que la próxima vez le pondría un alto.

*—*

Catalina estaba triste desde que le habían dicho lo que sucedía con su hermano. La información oficial era que había intentado asesinar a un médico. Lo que ella sabía era que ese médico había sido amigo de Julio, ex compañero de universidad. No sabía qué problema habían tenido o qué había impulsado a su hermano a hacerlo.

Ella creía que los episodios de psicosis de Julio habían quedado en el pasado. Quizá había tenido algún percance con Emiliano y por eso se había manifestado nuevamente su enfermedad, pensó.

Había querido visitarlo al lugar al que lo habían llevado, pero había sido imposible. Ni con todo su dinero le habían permitido hacerlo, pues era peligroso. Sólo sabía que estaba en Tlalpan, a las afueras de la Ciudad de México aún.

Raúl se había opuesto tajantemente también, pues si bien no la amaba, tampoco quería que Julio le hiciera daño, pues no sabía en qué condiciones mentales estaba.

Gerardo permaneció en el corredor, sentado en la silla de ruedas. Esa mañana era fresca pero aún había sol. Sin embargo, algunas nubes de tormenta asomaban en el horizonte; parecía que la temporada de lluvias había empezado. Raúl había ido a contestar una llamada, pero volvería pronto.

—Buenos días — saludó Catalina alicaída.

—Buenos días — respondió Gerardo y esbozó una sonrisa. Sentía pena por ella, tanto por lo ocurrido con su hermano como por el hecho de quitarle toda la atención de Raúl.

—¿Cómo te has sentido? — inquirió ella, sentándose en la banca contigua a la silla.

—Mejor, muchas gracias — aseveró —. ¿Usted?

—Aún me siento algo triste. Nadie quiere que visite a mi hermano, ni siquiera mis padres — agachó la mirada.

—Lamento mucho oír eso — quiso consolarla pero no sabía cómo.

—Nadie lo entiende mejor que yo… Desde niños… Sé que siempre tuvo esos arranques, pero… Algo muy malo debió haber pasado para que reaccionara de esa manera — sollozó —. Siempre fue rechazado por eso. Cuando creció, parecía que todo había quedado olvidado. Se comportaba bien, fue un excelente estudiante… Quizá… Quizá nunca dejó de ser así, sólo aprendió a controlarse… y por fin perdió el control — se enjugó una lágrima delicadamente luego de quitarse un guante.

—Entiendo… Ojalá pronto haya noticias más amables sobre él — le deseó.

—Me han dicho que el sitio a donde lo llevaron es tranquilo. Pensé que lo tendrían en prisión, pero parece que lo pusieron en una institución para dementes — relató, compungida. Mencionó lo último con algo de pudor, pues en esa época tener un familiar en ese estado era algo de lo cual avergonzarse.

—Tal vez fue lo mejor. La prisión… No es algo muy agradable… — desvió la mirada. Ella no sabía que Gerardo le hablaba con conocimiento de causa.

—Tienes razón. Ahí debe estar descansando, quizá le den medicamentos para controlarse… Quizá pueda reflexionar sobre lo que hizo. Afortunadamente no mató a Emiliano, sino las cosas serían peores — suspiró nuevamente.

—¿Emiliano? — inquirió, sorprendido al escuchar ese nombre.

—Ese médico era su amigo. Fueron muy buenos amigos por años. Julio me dijo que tenía mucho tiempo sin verlo, hasta que en mi boda se reencontraron. Dijo que todo estaba bien entre ellos, por eso no comprendo qué sucedió — explicó ella.

—¿Emiliano? ¿Emiliano Landa? — inquirió, alarmado.

—Sí, creo que sí, ¿por qué? — le extrañó verlo así de mortificado.

—Él es… es mi amigo — sentía que aún no podía creerlo. Al ver regresar a Raúl lo miró a los ojos —. ¿Tú sabías lo que le sucedió a Emiliano? — indagó, dolido.

—No quería agobiarte — tomó una silla para sentarse al costado libre de Gerardo —. Tampoco es como que puedas hacer algo al respecto — respondió fríamente —. Pero te llevaré a verlo si quieres — posó su mano sobre el hombro de un muy turbado Gerardo.

Catalina observó aquello… Raúl no la había tocado de esa manera cuando se había enterado de lo sucedido, ni siquiera para consolarla un poco. ¿Por qué con Gerardo se desvivía en atenciones? A él sí quería llevarlo de inmediato a donde hiciera falta para ver a un amigo, pero ella, aunque le había suplicado que le permitiera ir sola a ver a su propio hermano, sólo había contestado con un rotundo “No”. Sabía que eran situaciones diferentes, pues ella quería visitar al que consideraban el criminal y Gerardo quería ver a la víctima, pero… Catalina comenzó a sentirse desplazada por Gerardo…

No lo odiaba. Gerardo le caía bien, lo admiraba porque sabía que había pasado cosas horribles —no sabía exactamente qué, pero se imaginaba — y había sobrevivido. Lo admiraba por su gran talento en el piano. Gerardo era amable con ella siempre, así que no tenía un solo motivo para ser grosera con él.

Pero comenzó a generarle mucha envidia… ¿Acaso Gerardo estaría toda la vida metido entre ella y Raúl? Comenzó a desear que se recuperara y se fuera de ahí lo más pronto posible...

*—*

Jerónimo entró a la habitación donde Emiliano se encontraba. Ya habían pasado más de 10 días de lo sucedido con Julio y la condición del médico seguía siendo bastante delicada. No podía moverse todavía, así que requería constante ayuda. Por tal motivo, Jerónimo le pidió al médico encargado el permiso para estar todo el día con Emiliano y ayudarle.

El médico aceptó, ante la insistencia de Jerónimo. Los primeros días que Emiliano permaneció en el hospital luego del ataque, generalmente estaba sedado. Después le administraban medicamentos menos fuertes y podía permanecer despierto. Cuando Jerónimo le hacía compañía, su ánimo mejoraba bastante. El médico lo sabía, así que le había parecido que serviría como parte de la terapia de recuperación.

—¿Qué tal te sientes hoy? Te he traído a Jerónimo. El médico me dijo que él puede permanecer aquí incluso de noche, haciéndote compañía. He pedido que traigan un sofá y mantas para que él pueda descansar también — Álvaro le habló mientras tomaba asiento a un costado de la cama y le tocaba la mejilla —. Espero que te sientas mucho mejor hoy.

Emiliano sonrió por respuesta. No podía proferir demasiadas palabras aún, pues su garganta estaba muy lastimada. Expresó un “gracias” sólo moviendo los labios. Tampoco podía hacer demasiados movimientos, pues su cuello le dolía aún. Aún no existían los collarines, así que su único soporte era un par de almohadas y una tablilla en la nuca, sujeta con una venda alrededor del cuello.

Su dieta era líquida, así que de momento no tenía qué preocuparse demasiado, solamente orinaba en un recipiente. Había bajado de peso considerablemente debido a eso.

Las enfermeras lo movían varias veces al día, cambiando su posición en un doloroso ritual, pero él sabía que era necesario para que no hubiera úlceras por decúbito, o al menos para que fueran las menos posibles. Podía sentir cómo las partes de su cuerpo que tocaban y hacían presión con la cama se adormecían. Sus talones, sus codos, su espalda baja, sus omóplatos, la parte trasera de su cabeza. Era peligroso porque de haber lesiones nuevas, podrían infectarse con facilidad y al no existir aún la penicilina, la situación empeoraría.

Por eso Jerónimo quería estar ahí todo el día, para cuidarlo siempre.

En un par de semanas podrían darle el alta si todo marchaba bien.

Álvaro lamentaba tanto verlo así, lamentaba no haber estado ahí. Pero Ignacio se lo había dicho y tenía razón: de haber estado ahí en lugar de Ignacio, Julio los habría matado.

Aún se preguntaba qué hacía Ignacio ese día ahí, pero éste no había podido aclarar el motivo porque simplemente ni él lo sabía. Sólo había acudido a hablar con él de algo importante porque Emiliano se lo había pedido y dicha conversación nunca había tenido lugar debido al incidente con Julio.

Agradecía que Ignacio hubiera estado ahí y hubiera actuado como lo había hecho.

Jerónimo se había sentido tan impotente porque, para empezar, se había dado cuenta solamente hasta que escuchó cómo Ignacio y Julio forcejeaban. Bajó lo más rápido que pudo y solamente ayudó a Ignacio a atar al inconsciente Arango para que no fuera a escapar cuando despertara.

—¿Sabes? La boda de Ignacio se acerca… Supongo que está muy nervioso o muy… confundido. Anoche se puso a beber un poco y quiso ir a mi casa — comenzó a contarle aprovechando que Jerónimo había salido a conseguir los alimentos de Emiliano —. Se estaba quedando dormido en mi cama mientras yo fui a ver si Jerónimo estaba bien y había cenado ya — agachó la mirada, con un ligero sonrojo en las mejillas —. Me besó… Sé que soy un estúpido por sentirme como me siento… Sé que sólo está jugando o que sólo busca acostumbrarse a mi hermana, o que quizá pensó que era ella o esa mujer de la que está enamorado… Soy un estúpido por estarte contando estas cosas también. Sé que tú y yo terminamos hace poco tiempo, pero… Eres la única persona que me entiende y… — se le llenaron los ojos de lágrimas.

Emiliano movió ligeramente su mano hasta tocar a Álvaro para que notara que tenía algo qué expresar. Álvaro alzó la mirada y Emiliano lo vio a los ojos, sonriéndole con cariño. Álvaro sujetó la mano de Emiliano y sonrió, agradecido. Depositó un suave beso en aquella mano y la sujetó el resto de la visita.

Las cosas entre ellos habían sido bonitas, pero Emiliano había comprendido que debía dejarlo libre porque notaba cómo Ignacio parecía aceptar cada vez más que de verdad sentía algo por Álvaro. No quería que un día Ignacio le declarara su amor y que Álvaro estuviera en un dilema por estar en una relación.

Quería que él fuera feliz, aunque no fuera con él…

*—*

Ignacio llegó al hospital a la hora de las visitas de la tarde y pasó, encontrándose con que Jerónimo estaba ahí. No veía a Álvaro desde la mañana; Ignacio se había despedido para ir a casa y darse una ducha, así que no habían aclarado nada respecto a lo sucedido ni estaba enterado de que Jerónimo acompañaría a Emiliano en adelante. Saludó y se acercó a sentarse junto a la cama. Jerónimo se disculpó y salió diciendo que iría por un café.

—Espero que estés mejor — pronunció Ignacio luego de estar en silencio mientras Jerónimo salía —. Necesito… Siento que…— suspiró —. No sé si te he malinterpretado… Las cosas que me has estado diciendo, ¿querías que le confesara a Álvaro lo que yo siento? Anoche hice una estupidez… Lo besé así, sin más... Creo que… me está evitando desde entonces — se pasó la mano por la cara, con frustración —. No sé qué hacer… Me preguntó esta mañana qué había sido eso de anoche… Y no pude responderle… Debo parecerte sumamente patético ahora — suspiró —. Antes te detestaba y ahora acudo a ti por consejo… — soltó con ironía.

—Dile… — esperó un instante a que el dolor se fuera —. Directamente — pronunció con dificultad. Ignacio tuvo qué inclinarse hacia Emiliano, casi hasta sus labios, para poder escucharlo.

—En el hipotético caso de que Álvaro siquiera correspondiera a mis sentimientos… —se calló y suspiró —. No, jamás…—soltó una risilla amarga —. Creo que él está enamorado de una mujer que conoció en una de esas fiestas, la primera a la que asististe con nosotros… —agachó la mirada —. Anoche estaba muy feliz con ella y me dolió mucho… Por eso fui un estúpido, por los malditos celos que sentí… —apretó los puños en su regazo —. Fui un total estúpido. Sé que quisieras decirme eso con todas las fuerzas de tu alma, no te culpo.

Emiliano sólo sonrió, divertido, y desvió la mirada. No podía reírse, eso significaría más dolor, sólo por eso se contuvo. La parte blanca de su ojo izquierdo ya había vuelto a la normalidad, incluso las marcas moradas en su cuello habían desaparecido casi por completo, pues sólo quedaban regiones algo amarillentas y con puntos aún morados.

Sus mejillas también se habían recuperado. Sólo su cuello seguía doliendo, aunque podía mover sus extremidades ligeramente, con algo de dolor.

—Dile — murmuró Emiliano casi sin voz. Por dentro sentía mucha impotencia de no poder hablar todo aquello que le hubiera gustado explicarle a Ignacio.

Si bien no se sentía con el derecho de revelar el secreto de Álvaro, le desesperaba por igual el hecho de que cada vez faltaba menos para la boda y lo veía más y más decaído. Sabía que jamás había tenido oportunidad alguna contra Ignacio, ahora lo reconocía. Por eso, habiéndose dado cuenta de que Ignacio estaba admitiendo para sí mismo lo que sentía, había querido hacer algo al respecto. Esos meses en que Ignacio parecía estar aceptándolo, Emiliano había creído tontamente que, siendo como era Ignacio de impertinente y que hacía lo que le venía en gana, no tendría problema para declararle su amor a Álvaro, aún a riesgo de una negativa.

Emiliano creía que Ignacio no tenía miedo, pero había descubierto que el terror más grande de éste era perder a Álvaro.

Por eso lo había citado aquel día, con la esperanza de hacerle entender que no debía temer. No sabía cómo debía explicarle sin tener qué revelarle que Álvaro lo amaba desde hacía mucho. Sólo quería empujarlo a declarar su amor y sabía que se sorprendería al encontrarse con que era plenamente correspondido.

Sin embargo, el problema también era que Álvaro tenía la fuerte convicción de que el compromiso de Ignacio y Esther era algo sagrado. Lo supo cuando hablaban del tema poco antes del ataque de Julio, ya no como pareja, sino como amigos.

¿Y si Ignacio te correspondiera? ¿Qué harías?

—... Nada… Él se va a casar con mi hermana…

—A ver, Álvaro… Supongamos… Supongamos que llega Ignacio a verte, te dice que te ama, que quiere estar contigo el resto de su vida…

Si eso siquiera llegara a ser posible en otra realidad... El honor de mi familia y la suya estaría en riesgo… No podría permitir que deje a mi hermana en el altar, sería una terrible humillación para ella y para mi familia. Además, yo voy a casarme también, implicaría humillar a Lorena, Enrique y su familia entera... Emiliano, sé que tú me entiendes mejor que nadie, pero… ¿De qué sirve imaginarme esas cosas a estas alturas? No quiero vivir de falsas ilusiones. Supongo que sólo me resignaré a que todo es así, que sigamos viéndonos en el trabajo el resto de nuestras vidas, a seguir amándolo en silencio como siempre. No le veo el caso. Además… él está enamorado de otra… Ni siquiera mi hermana tendrá la dicha de tener su amor algún día.

Sabía que no podía ir por el mundo resolviéndole la vida a los demás, pero sabía también que, como amigo de Álvaro, tenía qué intentar ayudarle. Algo en su corazón le impelía a hacerlo. Lo amaba lo suficiente como para querer hacerlo.

Él sabía que esos dos sentían algo y quedarse callado no era una opción. No se lo perdonaría a sí mismo jamás. Pero parecía que el destino no había querido que fuera así.

Después de lo sucedido con Julio, era normal que se sintiera temeroso y ansioso, pero con la compañía de Jerónimo se sentía más tranquilo y las visitas de Álvaro e Ignacio le entretenían un poco.

—Perdóname por agobiarte con mis tonterías… — pidió Ignacio y le vio esbozar una sonrisa —. Gracias por escucharme, sé que no tienes opción, pero gracias.

Emiliano sonrió. Después de que Ignacio lo salvara, sentía una nueva especie de respeto y estima hacia él, además del agradecimiento propio de quien ha sido salvado de una calamidad semejante.

—Tengo qué decírselo — murmuró Ignacio luego de quedarse en silencio un rato —. Tengo qué hacerlo…— vio a Emiliano mover los labios, ya sin voz. Emiliano repitió tres veces aquello e Ignacio prestó atención —. ¿Cómo?

*—*

Raúl leía documentos en su despacho en silencio. Sólo el sonido de su pluma al firmar, de los folios al pasarlos, de su respiración, lograban interrumpir aquella calma.

Oyó que tocaban a la puerta y sólo profirió un “Adelante” sin despegar la vista de su trabajo.

—Hermanito… — habló Manuel, quien acababa de llegar a la hacienda con su esposa.

—Ah, Manuel, hermano — dejó todo en el escritorio y se puso en pie para saludarlo —. Tanto tiempo sin verte — le sonrió y le palmeó la espalda luego del abrazo pertinente —. ¿Qué te trae por aquí? ¿Quieres whisky? — le hizo un ademán para que se sentara frente al escritorio.

—Gracias. Aquel día que regresaste de tu luna de miel tuve qué salir de urgencia y ya no pude verte, así que aquí estoy — explicó mientras sacaba del interior de su saco una cigarrera y le ofreció uno a Raúl.

—No te preocupes, ¿pasarán la noche aquí? — inquirió alegremente luego de tomar uno de los cigarros y buscar su encendedor favorito.

—Necesito preguntarle a Carmen — respondió, pensativo. Raúl le tendió el encendedor.

—Sabes que puedes pasar el tiempo que quieras aquí, sólo avísame para desocuparme de mis deberes un poco y poder atenderlos adecuadamente — pidió Raúl. Pensó de inmediato que eso significaría tener qué apartarse de Gerardo más tiempo, así que rogó internamente que no se quedaran mucho. Dio una calada al cigarro y expulsó el humo lentamente.

—Supongo que podemos permanecer hasta el lunes en la mañana — aseveró y dio una calada a su cigarro —. ¿Cómo te ha ido con los negocios? — se quitó aquel saco color blanco y lo colocó en el respaldo de la silla. Tenía mucho calor, poco acostumbrado al clima de ese sitio — ¿Ya te acostumbraste a este clima?

—No me he acostumbrado del todo, pero sucede que me lo paso casi todo el día en la habitación más fresca cuidando… — se calló, recordando que Gerardo no quería visitas —... de esta hacienda… Mandé instalar ventiladores de techo en cada habitación antier, así que las encontrarás bastante cómodas.

—Entiendo… Pero supongo que pronto volverás a la Ciudad de México y dejarás a algún administrador a cargo, ¿no?

—Sí, de hecho pensaba irme cuando sea la boda de Ignacio, y quedarnos allá definitivamente. Vendremos un par de veces al año a partir de entonces — aseveró Raúl —. Ya me familiaricé con la manera de trabajar de esta hacienda, así que todo irá bien.

—Ya falta poco — bebió un poco del whisky que le sirvió Raúl.

—Por eso estoy dándome prisa en terminar con todo esto. Por cierto, ¿has hablado con papá? — inquirió.

—No, al poco de que volviste se fue a España a atender sus negocios. Ya sabes que no le gusta enviar cartas, es algo paranoico — encogió los hombros —. Cuando estuve aquí con él me dijo que volvería a México quizá en Navidad.

—Entiendo… Entonces se perderá la boda de Ignacio, Álvaro y Enrique — bebió un trago de su whisky con parsimonia.

—Supongo que enviará algún regalo…— encogió los hombros —. Hablando de regalos… — miró a Raúl a los ojos —. ¿Papá no te dejó un regalo antes de irse? — observó detenidamente las expresiones de Raúl, buscando en ellas ver qué tanto sabía.

—¿Regalo? — enarcó una ceja. Dejó su whisky en el escritorio y negó con la cabeza — No que yo recuerde — respondió.

—Qué raro, creí que te había dejado un… pianista — fijó sus orbes color miel en su hermano menor, interesado en su respuesta.

—Ah… eso. Pensé más en un regalo material. Sí… me dijo que lo encontró en la troj, trabajando — seguramente Catalina le habría contado a Carmen, la esposa de Manuel, así que no valía la pena negarlo, pensó —. Me sorprendí mucho al darme cuenta de que era Gerardo Navarrete.

—Ya decía yo que se me hacía bastante familiar su cara… Se veía muy enfermo cuando estuve aquí, ¿cómo está? — inquirió con rostro preocupado.

—Mejor, pero no puede moverse mucho. La fiebre le duró mucho tiempo, casi muere… He estado con él todo este tiempo, cuidándolo — aseveró Raúl sin ser consciente de que Manuel no tenía buenas intenciones.

—Vaya… ¿En serio? — fingió sorpresa de una manera tan convincente que Raúl se lo creyó — No puedo creer que sea Gerardo, nuestro Gerardo... Quisiera verlo, ¿puedo? — miró a su hermano menor, suplicante.

—Lo siento, no recibe visitas aún. Sigue muy débil y duerme casi todo el día — mintió, siendo consciente de que Gerardo no se sentiría cómodo, aunque no sabía realmente el porqué.

—Es una pena…— agachó la mirada —. Pero me alegra tanto que te hayas dado cuenta de que era él. Debió pasar cosas espantosas — negó con la cabeza, como si aquello le pesara mucho.

—Lo sé… Está cargando con cosas horribles. Perdió toda la alegría que lo caracterizaba, tiene muchas pesadillas… Alguien le hizo algo horrible — murmuró esto último y apoyó ambos codos sobre el escritorio para entrelazar sus dedos a la altura de su barbilla —. Y el día que encuentre al malnacido que lo hizo, le causaré el doble de dolor — masculló, mirando hacia la nada.

Manuel lo miró, con curiosidad. Sabía que Raúl tenía un carácter muy taciturno, en cierto modo pacífico, pero que cuando se enojaba en serio podía reaccionar de las maneras más inesperadas. Tenía qué cerciorarse de que Gerardo no abriera la boca, pues tampoco quería perder su relación con su querido hermano menor.



Notas finales:

Gracias por leer UwUr<333333333333333


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