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Ignacio y Álvaro por TadaHamada

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Notas del capitulo:

UwU

Habría música clásica, platillos exquisitos, invitados vestidos de gala. Aquel jardín enorme de la hacienda de Raúl se veía bastante tropical con aquellas palmeras y flores exóticas como las campanillas de colores, abrojo, petunias, entre otras. La decoración sería ostentosa, con ramos de flores naturales de pétalos blancos con azucenas, jazmines y madreselvas que despedían perfumes muy agradables. Telas blancas y sedosas enmarcando el camino por el cual caminarían los novios hacia aquel altar diseñado para el evento.

Habría sombra para los asientos del selecto grupo de invitados de cada familia gracias a carpas construidas para el evento. Los peones seguían instalando aún las estructuras, pero estaría a tiempo para el día siguiente. Todo eso se lo había mostrado la planeadora de bodas a Raúl aquella mañana.

Raúl recibió a Ignacio, Álvaro y Emiliano en persona y les llevó a la sala, donde Enrique tomaba un poco de whisky. Habían llegado con anticipación para poder pasar un rato junto a Raúl y hacerle más amenas las horas previas a su enlace forzado.

—Tomen asiento — les pidió Raúl, con seriedad —. Haré que les atiendan en seguida, yo tengo qué ir a arreglar un par de asuntos y vuelvo — les dijo y se marchó a su estudio donde la planeadora le indicaría los últimos detalles.

—Bienvenidos, caballeros — les saludó Enrique e hizo un ademán para que se sentaran —. Nuestro querido Raúl ha estado algo ocupado y estresado, pero finalmente llegó el gran día — comentó mientras se inclinaba un poco para dejar su vaso en la mesita de centro. Tomó un puro de una pequeña caja metálica que había en la mesa y lo encendió con parsimonia —. Desgraciadamente... — dio una calada —... No pudimos hacerle una fiesta de despedida adecuada por la premura de la situación. Como estarán enterados, la fecha de la boda se adelantó debido al estado de salud de la abuela de la novia, la familia de ella pensó que quizá la anciana no lograría soportar lo suficiente para la fecha original. Incluso le tomó desprevenido a Raúl, pero sugiero hacer una celebración apropiada en la fecha en que él vuelva de su luna de miel — habló el mayor y miró a los presentes.

A pesar de las fricciones de los días anteriores con Raúl y Enrique, Ignacio se comportaba como si no hubiera ocurrido nada. Su máscara de caballero imperturbable era perfecta.

Ni siquiera los sucesos de los días anteriores en la hacienda de los Diener parecían haberle afectado. Sonreía tan galante y tan confiado como siempre.

—Haremos una fiesta apropiada, ya nos hace falta — alegó Ignacio, jovial.

Álvaro se mantuvo en silencio y sólo asintió. La manera en que Ignacio había dicho aquello sólo le hacía recordar cuál era su lugar. Ignacio sólo podía corresponder a sus sentimientos en sus fantasías, aquellos abrazos y actitudes extrañas sólo eran porque Ignacio era un excéntrico. Además, como su mejor amigo, tenía la confianza con él de poder hacer esas cosas.

Eso era lo que Álvaro se decía a sí mismo para poder mantener los pies en la tierra, tenía qué conformarse con eso. Miró de reojo a Emiliano y le sonrió, recibiendo una sonrisa como respuesta.

Un trío de mucamas llegó junto a otro trío de peones para llevar las maletas de los recién llegados hacia sus respectivas habitaciones.

—Sugiero que vayan a sus habitaciones y se preparen, tendremos una jornada algo larga — pronunció Enrique al ver a los sirvientes llegar.

Ignacio, Álvaro y Emiliano siguieron a los sirvientes para que les asignarán sus habitaciones. Emiliano fue el primero en quedarse. Dos habitaciones más adelante tocó el turno a Ignacio.

—Por aquí, amo Diener — le dijo la mucama y señaló una puerta casi al final del pasillo —. El amo Raúl le asignó ésta habitación — abrió la puerta con una llave plateada, la quitó y se la entregó e hizo una ligera inclinación al verle pasar y murmurar un “gracias”. La habitación tenía un balcón precioso que daba hacia el jardín y tenía una privilegiada vista hacia lo que parecía selva. Se veía a lo lejos, pero era una de las pocas habitaciones que la poseía.

El peón llevó la maleta al pie de la cama, junto al diván, y ambos se retiraron en silencio. El sonido de la puerta al cerrarse fue lo que le indicó que estaba solo, pues se había quedado absorto en el paisaje que le ofrecía aquel balcón.

Se acercó a la cama y se iba a recostar cuando notó algo. Un papel doblado encima de la cama. Lo abrió, preguntándose si tal vez estaría mal hacerlo porque quizá Raúl lo había olvidado ahí y era algo importante. Leyó el contenido escrito con fina y elegante caligrafía.

“¿Puedo verte en la fuente a las 11?”

Pensó de inmediato que sería de Ignacio y lo guardó en su bolsillo. Tal vez le había pedido a alguno de los sirvientes que le dejara el recado ahí. Sintió su corazón palpitar tan fuerte, emocionado, pero intentó calmarse. Seguro sería para comentar acerca de la boda de Raúl o sobre la despedida de soltero que le harían aún después de pasada la boda.

Se sentó frente al tocador y se miró al espejo. Suspiró… Seguía sin sentirse suficiente para Ignacio. Se sentía demasiado escuálido, poco masculino. Sabía que su complexión era esa, pues jamás había podido ganar demasiado peso. Así era su madre, así era su hermana. No habría sido problema si él fuese una mujer, pero resultaba que no lo era.

Fue hacia su maleta y sacó sus cosas para ponerlas en el armario. Eran pocas, pero no quería que su ropa se arrugara demasiado. Sacó aquel traje que había comprado para poder vestirlo en la boda de Raúl y lo colocó cuidadosamente. Sacó una caja donde venían los zapatos nuevos. Aquello que ocuparía para su estadía ocupaba poco espacio. Colocó sus objetos personales en el tocador y una vez que todo estuvo listo, salió de ahí para poder buscar a Emiliano e Ignacio, e ir al encuentro de Enrique y Raúl.

Probablemente tendrían alguna actividad preparada para la estadía, así que se apresuró. Justo iba saliendo Ignacio de su habitación y le sonrió.

—Mi habitación tiene un precioso árbol estorbando la vista — se quejó Ignacio.

—Los árboles son hermosos — negó con la cabeza Álvaro, divertido —. Apuesto que es más fresca sólo por eso.

—Cambiemos de habitación entonces — sugirió Ignacio.

—Ni lo sueñes — se rió Álvaro y le mostró la lengua —. Tengo una vista preciosa.

—No seas cruel, quiero ver qué hay en la tuya — replicó de manera quejumbrosa —. Me gustaría ver las estrellas antes de dormir.

—Trepa el árbol entonces — bromeó Álvaro.

—Bien, quizá lo haga, ¿quieres trepar el árbol conmigo? — le pasó el brazo por los hombros, fraternalmente — Será divertido.

—Quizá después de la fuente...

—¿Qué cosa? — inquirió Ignacio, extrañado.

Justo salió Emiliano de la habitación, antes de que Álvaro pudiera poner sus nudillos sobre la puerta.

—Oh, pensé que ya estarían abajo — dijo él y le sonrió a Álvaro.

—Vayamos a ver a Enrique, seguro que tiene alguna novedad — instó Ignacio, no queriendo pasar más tiempo cerca de Emiliano.

—Vamos — Emiliano asintió, mirando a Álvaro.

—Oí de mi padre que pagaste por uno de sus trabajadores — le comentó Álvaro a Emiliano. No le había preguntado nada en el tren porque Ignacio buscaba el más mínimo tema de conversación para tenerle ocupado y evitar que hablara con Emiliano.

Habían sido horas tensas y el cansancio del viaje les estaba cobrando factura.

—Sí, voy a llevarlo conmigo a la ciudad cuando regresemos. Me agrada mucho, estuvo ayudándome cuando tú estuviste cuidando de Ignacio — comentó, sonriente.

—Creo que lo he visto muchas veces en la hacienda, desde que era niño. Siempre pensé que el capataz era su padre o algo así...

—¿Habías notado que lo trata sumamente mal? Me preocupa lo que pase con él mientras no estoy ahí, pero le pedí al señor Diener que lo mantuviera lejos del capataz.

—¿En serio? — lo miró con preocupación genuina — No lo sabía…

—Probablemente frente a ustedes no lo hacía… — encogió los hombros —. El problema es que no sé si tu padre vendrá a la boda y no sé si el capataz obedecerá su orden de dejar en paz a Jerónimo — respiró hondo, preocupado.

—Deberías llamarle — sugirió —. Tengo el número en mi agenda.

—¿En serio? — sonrió, esperanzado — Le llamaré después de la comida.

Ignacio iba unos pasos más adelante, pero pendiente de la conversación, aunque no opinaba nada. ¿No era normal que a los peones se les tratara así? Pero ahí iba Emiliano, queriendo salvar al mundo, pensaba Ignacio. Quizá sólo quería impresionar a Álvaro, se dijo. Lo malo era que lo estaba logrando...

—Caballeros, la comida está dispuesta en la mesa. Después procederemos a descansar un poco y a las 4 de la tarde iremos a cabalgar por los alrededores, también podemos ir a los cenotes a relajarnos un poco, lleven ropa apropiada — ofreció Raúl y les guió hacia el comedor. Todo ahí era ostentoso y enorme. La casona era increíblemente espaciosa y con amplias ventanas que dejaban entrar la brisa tropical.

Álvaro había visto una pequeña iglesia, la cuadrilla donde habitaban los peones, la pequeña tienda de raya donde dichos peones iban y se endeudaban cada vez más a cambio de provisiones muy escasas. La enorme troj donde unas largas vías recorrían desde adentro hacia los campos llenos de henequén y peones que trabajaban de sol a sol cortándolo y llevándolo en plataformas sobre las vías.

Había miles de peones bajo el ardiente sol de Yucatán, la mayoría indígenas, gente pobre, presos políticos o personas que habían cometido una aberración como había ocurrido con Gerardo Navarrete. Álvaro había sentido que el abrasador clima le asfixiaba con sólo haber estado un momento ahí afuera. Dentro de la casa se sentía un poco más agradable, pero incluso había tenido qué quitarse el chaleco y se había doblado las mangas.

Una sirvienta les ofreció agua con hielo. Álvaro vio que no era el único muriendo de calor ahí. Enrique solía vestir completamente de etiqueta en cualquier lugar al que iba, pero ahí sólo llevaba su camisa con las mangas dobladas y su pantalón, perdiendo un poco el porte clásico que le caracterizaba, pero dándole un aire más relajado. Ignacio se abrió los botones más altos de la camisa, con la confianza de poder mostrar su cuerpo robusto. Unos cuantos vellos castaños se asomaban por la abertura de su camisa.

Emiliano guardó más la compostura, pero aún así se aflojó la corbata un poco. No hacía un calor exagerado, pero como estaban acostumbrados al clima frío de la capital, el clima de Yucatán les parecía muy asfixiante. Y eso que era otoño.

Conversaron acerca de muchos temas, pero no tocaron el de la despedida. Querían que fuese una sorpresa para Raúl y parecían haber hecho un acuerdo tácito de guardar el secreto.

La futura esposa de Raúl llegaría en la mañana, prácticamente lista para caminar por ese pasillo del brazo de su padre y desposar a Raúl.

Más tarde fueron a visitar el cenote más cercano, a unos kilómetros de ahí, disfrutaron del paisaje y las cristalinas aguas del lugar donde nadaron un poco para refrescarse.

Jugaron un poco, como si fueran unos adolescentes de nuevo. Ignacio era bueno nadando y buceando, así que compitió con Enrique por ver quién aguantaría más tiempo bajo el agua, ganándole y teniendo al fin una pequeña revancha por lo sucedido hacía unos días.

Raúl también era bueno nadando, era rápido y ganó por muy poco a Ignacio en aquella competencia.

—Vamos, Álvaro, compite — le instó Enrique.

—No, gracias… No soy tan rápido como ustedes — se rió nerviosamente. Temía que esos dos aprovecharan para burlarse de él o hacerle una broma pesada.

—Ven, vamos a nadar un poco — le instó Emiliano, separándose un poco de la orilla, donde habían permanecido como espectadores por buen rato.

—Claro — asintió y nadó suavemente hacia él. Justo estaba por llegar hasta él cuando sintió que lo jalaban hacia abajo por el pie y apenas tuvo oportunidad de tomar aire.

—¡Álvaro! — Emiliano se había asustado, pero recuperó el aliento cuando le vio salir de nuevo. Ignacio salió también y se rió un poco. Él había sido el que había hundido a Álvaro.

—¡Idiota! ¿En qué estabas pensando? — le salpicó agua en la cara a Ignacio — Casi me ahogo, eres de lo peor — se quejó mientras nadaba tras él para castigarlo por su travesura.

Emiliano supo que Ignacio sólo había querido apartarlo de él.

—Son unos niños…— negó con la cabeza Enrique, entornando los ojos, divertido.

Ignacio se detuvo y se giró hacia Álvaro, que apenas pudo detenerse para no golpearlo demasiado fuerte. Álvaro podía jurar que sintió las manos de Ignacio sujetarle la cintura y acercarlo un poco más, pero de inmediato lo había soltado. Ignacio no volvió a acercarse demasiado, se distrajo compitiendo contra Raúl y Enrique mientras que Álvaro se mantuvo con Emiliano.

Siguieron disfrutando de aquel lugar hasta que comenzó a oscurecer y tuvieron qué volver. Sus caballos estaban atados cerca, bebiendo un poco de agua y caminando todo lo que las cuerdas les permitían.

Estaban cansados, así que al llegar a la casona, procedieron a tomar una ducha y descansar un par de horas antes de reunirse de nuevo. Lo harían a las 12 am para jugar póker y beber.

A las 11 pm Álvaro se dirigió hacia la fuente de aquella hermosa hacienda. Estaba en uno de los patios pequeños, era un sitio bastante íntimo a su parecer. La había visto al entrar por uno de los corredores y se le había antojado un sitio muy lindo para pasar un rato con Emiliano o con… Ignacio...

Se preguntaba si sería Ignacio el que llegaría, puesto que se había mostrado extrañado al mencionarle la fuente. Se había distraído y no le había cuestionado, así que ahí estaba sentado en el borde de la fuente, esperando a ver quién llegaría.

—Álvaro…

Alzó la mirada, conocía esa voz. Era Raúl. Un montón de preguntas pasaron por su cabeza, ¿por qué le citaría ahí? ¿qué querría decirle? ¿Debía irse antes de que saliera con alguna de sus bromas pesadas?

—¿Qué sucede? ¿Esperabas a alguien más? — inquirió Raúl, algo irónico.

—Tú sabes que Ignacio y yo solemos reunirnos de esta manera… Pensé que la nota sería de él — respondió algo desconfiado y se puso en pie para poder acercarse a él —. En fin, ¿qué necesitas? — preguntó y rogó por que no fuese una estupidez.

—Bien… Decidí hacer esto porque quisiera… curar mi alma a cambio de la tuya — soltó y encogió los hombros.

—¿A qué te refieres? — enarcó una ceja. Algo iba mal y se puso a la defensiva internamente.

—He guardado un secreto por mucho tiempo… Mañana me casaré, pero no quisiera iniciar mi vida en matrimonio sin antes poder liberar mi alma de dicho secreto. Y qué mejor que confesarlo al culpable — avanzó lentamente hacia Álvaro, que fue reculando al mismo ritmo, temeroso de alguna jugarreta —. No me temas… En realidad no quiero hacerte daño… Bueno… Espero que no te haga el mismo daño que a mí esta pequeña confesión… — suspiró —. Desde hace tiempo, no sé precisar cuánto, siento algo prohibido hacia ti… Soy consciente de que no debo, así que decidí soltarlo de una vez, quizá eso logre que mi alma sea liberada y pueda tener una vida pacífica.

—¿P-Prohibido? ¿D-De qué hablas? — tragó saliva. Recordó las palabras de Gema, lo que le había dicho sobre Raúl...

—Eso que debería sentir hacia alguna mujer… Lo siento hacia ti… Sólo quisiera pedirte un par de favores — tomó aire —: Que no se lo digas a nadie… y que me regales…

Álvaro se topó con la orilla de la fuente y estuvo a punto de perder el equilibrio, pero Raúl lo sujetó del brazo a tiempo y aprovechó la oportunidad para acercarse más.

—Regálame un beso… uno solo… Para poder saberlo… Quizá sólo es curiosidad malsana… Quizá termine de condenarme. Permíteme conocer la respuesta a esa incógnita con tus labios… — pidió en voz baja, tanto por la cercanía como por el secreto que quería guardar.

Álvaro se quedó inmóvil, procesando aquello.

Raúl no esperó respuesta y pegó lenta y suavemente sus labios a los de Álvaro. Se separó de él así, sin decir más, y murmuró un “gracias”, para luego irse de ahí.

Álvaro se sentó al borde de la fuente. No lograba comprender lo ocurrido.

Ahí se quedó durante mucho tiempo, no supo cuánto exactamente, pero cuando escuchó la voz de Emiliano llamándolo para ir a reunirse con los demás, reaccionó.

—Te ves pálido, ¿sucede algo? — inquirió el médico, preocupado.

—N-No, no es nada — negó con la cabeza suavemente mientras ambos caminaban por aquel amplio corredor con rumbo al comedor, donde habían quedado de reunirse todos.

—Estás extraño desde hace rato… — volteó a todos lados, esperando que nadie estuviese observando. Se inclinó un poco y le besó la comisura de los labios —. Todo va a estar bien — le dijo, sonriente.

Álvaro sintió aquel ligero cosquilleo en el estómago que siempre sentía cuando Emiliano lo besaba. Con Raúl se había sentido similar, pero no quería aceptarlo.

Era tan contradictorio… Raúl usualmente era muy rudo con él y de repente venía y le decía que sentía algo así… Si bien Gema le había contado que en una de las ocasiones en que estuvo con él, éste había mencionado su nombre al estar en pleno acto sexual, no había querido aceptar que fuese precisamente él.

Pero ahí estaba… Aún podía recordar la sensación de sus labios.

Cuando llegaron al comedor, Raúl se sentó a la cabecera de la mesa. A su costado izquierdo se sentó Enrique, a su costado derecho se colocó Emiliano. Junto a Emiliano se sentó Álvaro y junto a Enrique se sentó Ignacio, quedando frente a Álvaro, como era su costumbre.

Era frecuente que, durante las veladas, Ignacio tocara con sus pies los pies de Álvaro para llamar su atención y viceversa. La complicidad que siempre tenían era así, con miradas se decían muchas cosas.

—Aún no tienen lista la mesa de juegos que ordené — se quejó Raúl con aquel puro entre los labios —. Así que por hoy será aquí, caballeros — les dijo y sacó una caja de madera con los juegos que solían llevar a sus reuniones.

—Espero hayas traído nuestros efectos personales, querido Emiliano, porque tendré mi revancha — habló Enrique mirando al médico, que estaba justo enfrente de él.

—Claro que sí — aseveró y sacó de su bolsillo una pequeña bolsita de terciopelo negro donde había colocado el preciado reloj de Enrique y el anillo de Raúl.

—Así que apostaron lo que más querían… Lástima que no puedo apostar a mi mejor amigo — Ignacio encogió los hombros y se rió bajito.

—Interesante propuesta — habló Enrique volteando a ver a Ignacio —. Pero imagino que Álvaro no está dispuesto a ser prenda.

—¡Por supuesto que no! — se quejó el mayor de los Diener, indignado. Sintió los ojos de Raúl sobre sí y desvió la mirada. No fue capaz de ver hacia esa dirección en toda la velada.

Después de varias horas de juego, de apuestas tanto de dinero como de artículos personales muy valiosos, decidieron retirarse de ahí para dormir un poco antes de la ceremonia. Ignacio había bebido bastante, al igual que Raúl y Enrique. Emiliano no había bebido casi nada porque no le gustaba demasiado y Álvaro se había contenido debido a que tomaba medicamentos.

Hasta que les había dicho eso, habían dejado de insistir en que bebiera.

—Vamos… — pasó su brazo por la espalda de Ignacio para ayudarle a andar. Raúl se había quedado reclinado sobre la mesa, dormido, y Enrique era ayudado por Emiliano.

Cuando llegaron frente a la habitación de Ignacio, Álvaro lo recargó en la pared.

—Dame la llave — le dijo en voz baja, no queriendo hacer escándalo por la hora que era.

Ignacio casi se cae al suelo de lo mareado que estaba. Había bebido demasiado y Álvaro lo sabía, no solía beber de esa manera.

—Dame la llave, Ignacio — volvió a pedir luego de ayudarle a enderezarse.

—No sé… — se rió bobamente mientras buscaba entre sus bolsillos.

—Por Dios, Ignacio — entornó los ojos y exhaló sonoramente —. Vamos, ya es tarde, tengo sueño — le instó.

—No la tengo — respondió, arrastrando las palabras.

—¿Cómo se supone que vas a entrar? — probó a ver si la puerta se abría sin llave pero fue inútil.

—Puedo dormir contigo — pronunció Ignacio aún arrastrando las palabras. Apenas podía coordinar un poco lo que decía —. Vamos… Quiero… ver... las estrellas — dio un paso para ir hacia allá pero perdió el equilibrio. Álvaro apenas lo pudo sostener a tiempo para que no cayera.

—Estás loco… No es hora de… — hizo un esfuerzo para que pudiera incorporarse mejor. ¿Debía dejarlo dormir en su habitación e irse? Por su mente cruzaban ideas muy malas… ¿Se aprovecharía de él mientras lo tenía en ese estado? ¿Sería capaz? Negó con la cabeza enérgicamente y decidió llevarlo. Regresaría a ver si Raúl seguía en el comedor y quizá ayudarlo, aunque la idea no le gustaba demasiado.

Podría dormir en la sala o… Podía irse donde Emiliano, dormir con él, dejar de pensar en esas cosas tan impropias sobre Ignacio… Sí, eso era lo más sano.

Buscó con dificultad la llave de su puerta y cuando la encontró, la mantuvo en su mano, lista para poder usarla cuando lograran llegar hasta ahí.

Escuchó los pasos dificultosos de Emiliano y Enrique subiendo, así que se apresuró lo más que pudo, no quería que Emiliano lo viera dejando a Ignacio en su habitación, quizá pensaría mal y no quería eso.

Cuando llegaron a la puerta, metió la llave y abrió. Instó a Ignacio a entrar y cerró. Se sintió aliviado, pues Emiliano aún no había conseguido llegar hasta el pasillo.

Llevó a Ignacio hacia la cama y lo empujó un poco para recostarlo, pero Ignacio se aferró a él, logrando que cayeran ambos sobre la cama. Álvaro se incorporó rápidamente, sintiendo que le faltaba al respeto a Ignacio al estar sobre él de esa manera.

Lo acomodó lo mejor que pudo, pues Ignacio parecía haberse quedado dormido y no pondría de su parte. Le sacó los zapatos y los dejó en un rincón para que no estorbaran. Sintió la imperiosa necesidad de besarle la frente antes de irse, pero se contuvo. No quería sentir que había hecho algo malo.

Fue hacia el balcón y abrió la ventana para que entrara aire fresco. Sentía que hacía calor, así que Ignacio de seguro se acaloraría si lo dejaba ahí encerrado. Miró el horizonte y se perdió en aquella imagen que le ofrecía el balcón: las estrellas brillaban tanto… No como en la ciudad, que apenas se podía ver… Brillaban y el cielo se veía tan limpio, de un azul tan profundo y oscuro… Algunas nubes paseaban tímidamente por el firmamento. La luna apenas se asomaba por el horizonte, se veía enorme.

Sintió pena por Ignacio, él habría querido ver eso, pensó. Se giró y dio un respingo al toparse de frente con el dueño de sus pensamientos. Ignacio se había puesto en pie tan silenciosamente que no lo había notado.

—Deberías de estar durmiendo — le regañó.

—Quería… ver las estrellas — se rió bajito —. Están… hermosas… — murmuró y lo abrazó. Apoyó su mentón en el hombro de Álvaro por un momento y cerró los ojos, sintiéndose relajado.

—V-Vamos, te ayudo a llegar a la cama — se sintió tan nervioso… Odiaba y amaba a la vez esos momentos en que Ignacio se ponía exageradamente cariñoso.

—Cuando… teníamos… 17 años… Estaba ebrio y… te besé… ¿verdad? — apenas si pudo hilar.

—¿Q-Qué? — se sonrojó violentamente — N-No sé de qué hablas, vete a dormir…— se quiso separar de él, pero Ignacio se resistió.

—¿Por qué… eres… tan… bonito…? — se separó sólo lo justo para tomarle el rostro y alzarlo — Tienes… pecas… — pasó el pulgar sobre la mejilla de Álvaro, donde estaban dichas marcas — Unas bonitas… pecas… Eres adorable… Estúpida Lorena… ¿Por qué… ella sí… se puede… casar… contigo? — soltó un hipido — Yo… también… quiero… ¿Me dejas… besarte?

—I-Ignacio… Estás demasiado ebrio… — los latidos de su corazón eran cada vez más fuertes y rápidos, no podía creer que Ignacio estuviese diciendo todo aquello, seguramente estaba alucinando.

—Tienes unos… labios… muy… delgados… como Esther… — pronunció dificultosamente.

Álvaro sintió aquello como un balde de agua fría… ¿Ignacio estaba intentando usarlo para tratar de acostumbrarse a la idea de que estaría unido a Esther en poco tiempo?

—Vete a dormir, en serio — aquella opresión en su pecho fue incrementando conforme Ignacio trataba de articular alguna frase. Lo apartó un poco, dolido.

—Vamos… duerme conmigo — pidió y le tomó de la muñeca.

—No, yo iré con… — se cubrió la boca con la mano antes de pronunciar algo más. Ignacio se giró con algo de dificultad, mareado. Álvaro pensó que lo vería con enojo o fastidio, pero en su rostro estaba plasmada una mueca de dolor.

—Dilo… — murmuró con una sonrisa triste, de repente parecía que estaba ligeramente más consciente.

—Con Raúl, él sigue abajo… También necesita ayuda para subir, se puso ebrio como tú —mintió en parte.

Ignacio se quedó callado y lo miró un par de segundos antes de irse a la cama y tirarse boca abajo pesadamente.

Álvaro respiró hondo en silencio y soltó el aire lentamente, cerró los ojos aliviado, pues creía que iba a hacerle una escena. Conocía suficiente Ignacio como para saber que, estando ebrio, le importaba poco hacer un escándalo por cualquier nimiedad.

Salió de ahí y bajó, pero cuando llegó al comedor, Raúl ya no estaba, cosa que le alivió. Se sentó y apoyó su frente en la mesa, tenía muchas ganas de llorar, pero no iría con Emiliano. No quería que Emiliano siempre fuera su paño de lágrimas, no quería que pensara que sólo acudía a él cuando estaba triste por alguna actitud de Ignacio.

Salió de ahí al corredor, a caminar un poco, el sueño se le había quitado y no quería que Emiliano lo encontrara o se pondría a llorar. Aunque Emiliano era bueno consolando, no quería que su relación se tratara sólo de eso.

La casona era enorme, así que pronto se perdió un poco y más porque las luces estaban apagadas en su mayoría. No sabía cómo regresar al comedor y se encontró frente a una puerta enorme. La abrió sigilosamente y miró adentro. La tenue luz de la luna le mostró que era un estudio. Había un librero enorme y repleto de libros gruesos justo al entrar. Abarcaba toda la pared, de extremo a extremo de esa habitación. Entró y cerró la puerta tras de sí, de manera sigilosa. Vio aquel escritorio sobre el cual estaba el teléfono y había un globo terráqueo de latón, color cobre. Se acercó a verlo, era una pieza cuidadosamente labrada, incluso tenía relieves de montañas importantes.

Se sentó en un diván que había ahí cerca y observó a su alrededor. La enorme ventana que había tras el escritorio estaba cerrada, así que fue a abrirla para dejar entrar un poco de aire fresco.

Se recostó en el diván y pensó largamente las palabras de Ignacio.

“Cuando… teníamos… 17 años… Estaba ebrio y… te besé… ¿verdad?”

“¿Por qué… eres… tan… bonito…?”

“Eres adorable… Estúpida Lorena… ¿Por qué… ella sí… se puede… casar… contigo?”

“Yo… también… quiero… ¿Me dejas… besarte?”

“Tienes unos… labios… muy… delgados… como Esther…”

¿Qué había sido todo eso? ¿Era como había dicho Raúl, “curiosidad malsana” únicamente? ¿Quería hacerse a la idea de tener qué estar con Esther el resto de su vida? ¿Y si lo hubiera besado?

Una parte de sí se arrepentía de no haber cedido, de haberlo apartado.

¿Qué habría pasado si hubiera dormido con él como se lo pidió?

Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas conforme pensaba en eso, pero también comenzaba a decirse a sí mismo que no debía hacerse ilusiones. Las confusiones de Ignacio o lo que fuera que él hacía sólo era un juego. Un juego del que no quería ser parte porque sería el único herido. Ignacio olvidaría felizmente cualquier situación, el pretexto sería su ebriedad y volvería a su comportamiento habitual mientras Álvaro se caía a pedazos al darse cuenta de que otra vez había caído en una maldita ilusión.

Justo como cuando tenían 17 años.

Recordó la maldita fiesta de XV años de Lorena y el anuncio del compromiso. Se había puesto a beber tanto que no recordaba claramente las cosas. Tenía tanto miedo de haberle dicho a alguien o al mismo Ignacio lo que sentía por él. Pero conforme habían pasado los días, nadie parecía saber su secreto.

En aquella noche habían ido al jardín de la casa de Lorena. Aquella casa era amplia, ostentosa, ubicada cerca de la mansión del mismísimo Porfirio Díaz, el presidente.

En ese entonces era ya normal para todos la escapada de Ignacio y Álvaro a contarse alguna novedad.

—Felicidades por tu compromiso… Me hubiera gustado saberlo antes — habló Ignacio mientras caminaban por aquel amplio jardín, uno a la par del otro. Ignacio metió las manos en los bolsillos, despreocupadamente. Ya era así de alto, así de guapo, así de necio.

—Pero si yo me acabo de enterar también — murmuró Álvaro, molesto. Había llevado en la mano una rama que había cortado de un árbol al salir y golpeaba con ella lo que se le atravesaba, buscando sacar su frustración. Sentía mucho enojo por la situación, pues había creído tontamente que podría hacer de su vida lo que él hubiera querido.

—¿Es en serio? — inquirió.

—Sí — agachó la mirada —. Aún faltan unos años para la boda, pero… Ya no voy a poder vivir en paz con esto a cuestas — suspiró.

—Lo siento… Vamos a beber — le pasó el brazo por sobre los hombros y lo pegó más a él, buscando confortarlo un poco y sabiendo que era muy difícil que lo lograra.

—Vamos — aceptó de inmediato, contrario a otras ocasiones en que se resistía mucho por el miedo a soltar la lengua más de lo que debía. Pero esa noche no había querido saber nada de lo que acababa de anunciarse.

Una vez que estuvieron en aquel enorme estudio del padre de Lorena, Ignacio cerró la puerta y atravesado un candelabro entre las manijas para que nadie más entrara. Había robado una botella de whisky de la reserva de los Villaseñor y un par de vasos de cristal.

Álvaro se había quedado en el diván, apoyado en uno de los reposabrazos, ensimismado. La tragedia que significaba para él perder su libertad era demasiado, pero no se había dado el lujo de llorar en ese momento, ni siquiera ante Ignacio.

—Toma — le tendió un vaso lleno de whisky y se había sentado a su lado —. Vas a estar bien — le dijo palmeándole la espalda cuando dejó aquella botella y el otro vaso vacío en el suelo.

—No pensé que anunciarían tal cosa… — se incorporó y tomó aquel vaso —. Gracias.

—A veces nuestros padres son tan insensatos — se quejó Ignacio. Había notado con asombro cómo Álvaro se terminó aquella bebida rápidamente.

—Hoy no tengo ganas de guardar la compostura — pronunció Álvaro, apenado en parte.

Ignacio sirvió un poco más y bebió del mismo vaso antes de pasárselo a Álvaro. Otra vez Álvaro bebió rápidamente, ansiando el efecto anestesiante del alcohol.

No supo cuándo fue que Ignacio se puso ebrio también. La botella estaba prácticamente vacía y ambos estaban ahí hombro con hombro, diciendo tonterías.

—Enrique dijo… que iremos el fin… el fin de semana a buscar mujerzuelas…— se rió bajito.

—No necesito una mujerzuelaTe necesito a ti… — no supo con certeza si lo había dicho o lo había pensado, de lo ebrio que estaba.

—Entonces… ¿qué necesitas? — inquirió Ignacio y giró el rostro hacia Álvaro. Lo vio ahí, cabizbajo, aún afectado por lo del anuncio de su compromiso.

A ti… idiota…— volteó a verlo, no se había dado cuenta de que Ignacio lo veía, así que sus rostros quedaron demasiado cerca.

Pero ninguno de los dos se movió por largos segundos. Álvaro miró a Ignacio con amor, sin proponérselo. Apartó la mirada un instante hasta que sintió los labios de Ignacio sobre los suyos.

Ignacio se inclinó sobre él hasta que quedó recostado, sin apartarse de sus labios, sujetando su rostro con suavidad. Se colocó a horcajadas sobre él y siguió besándolo.

Álvaro no recordaba nada más después de eso. No recordaba cómo se habían separado, cómo habían reaccionado, si se habían dicho algo. Asumió que aquello había sido un sueño… Sólo uno más de sus muchos sueños donde Ignacio correspondía a sus sentimientos.

Pero él lo había dicho en la habitación... ¿Por qué precisamente había recordado eso? ¿Lo recordaría estando sobrio? ¿Por qué nunca le había dicho nada?

Se quedó dormido en aquel diván sin darse cuenta.

Cuando despertó, se sorprendió de tener encima una manta. La mañana era muy fresca y la ventana ahora estaba cerrada. Se incorporó con dificultad y buscó alrededor, pensando que quien le había puesto la manta estaría por ahí. Quizá alguien del servicio, quizá Emiliano. No vio a nadie más ahí hasta que la puerta se abrió.

—Vaya, despertaste — habló Raúl —. Debiste pedir a alguien del servicio una manta. Estabas temblando — habló mientras se acercaba, como si nada. Como si el beso del día anterior nunca hubiera tenido lugar.

—Gracias — murmuró, apenado —. Me quedé dormido sin querer — se incorporó y comenzó a doblar la manta con cuidado.

—Te ves adorable mientras duermes… — murmuró Raúl tomando uno de los libros distraídamente.

Álvaro no fue capaz de articular una sola respuesta a eso, así que Raúl se rió bajito. Le gustaba mucho molestarlo.

—¿Qué hora es? — inquirió Álvaro, preocupado.

—Las 7:15 am. En unas horas será la ceremonia, deberías ir a desayunar y arreglarte — le instó, girándose a verlo.

—Sí… Gracias de nuevo… — esbozó una sonrisa y salió de ahí, dejando la manta en el diván sin darse cuenta.

Raúl dejó aquel libro de vuelta en su sitio y se fue a sentar al diván, justo donde Álvaro había estado. Tomó aquella manta y la pegó a su mejilla, sintiéndola cálida. Cerró los ojos y recordó cómo había llegado una hora antes, con la intención de hacer una llamada importante. Al ver a Álvaro ahí dormido, tiritando de frío, le había causado tanta ternura. Incluso pudo darse el lujo de tocar su mejilla sin que éste se despertara. Había ido de inmediato a tomar una manta para poder abrigarlo y permaneció ahí, sentado en el espacio que dejaba cerca de su abdomen, mirándolo. Álvaro estaba hecho un ovillo y había rastros de lágrimas en sus mejillas. Había pensado con ternura que era demasiado sensible. Seguramente Ignacio había hecho algo estúpido y lo había lastimado.

Curiosamente no podía odiar a Ignacio, pero sí le tenía mucha envidia de poder ser tan cercano a Álvaro.

Las mejillas de Álvaro estaban heladas cuando lo había encontrado ahí dormido. Después de abrigarlo ya no lo estaban.

—Si tú correspondieras a esto que siento, sin dudar dejaría todo para estar contigo…— había murmurado. Había depositado un suave beso sobre la sien de éste y se fue a seguir con sus deberes. Estaba desvelado, con resaca y fastidiado, pero tenía qué seguir adelante.

Había vuelto para ver si había despertado. Nunca podía evitar molestarlo, le encantaba cómo se veían sus mejillas rojas, le encantaban sus expresiones cuando se molestaba… Casi tanto como su sonrisa.

Tomó aquella manta y la llevó a su habitación. La guardó cuidadosamente en un cajón y salió para terminar con sus pendientes. No volvería a usar esa manta, la mantendría guardada ahí, quizá la abrazaría alguna vez recordando lo sucedido, pero nada más.

Cuando había besado a Álvaro en la fuente, se había dado cuenta de que era un caso perdido. Nunca podría tenerlo. Debía seguir adelante y pretender que todo seguía normal. Casarse, tener hijos, hacer crecer sus negocios… La vida normal de un hombre de negocios como él.

No había nada más qué hacer, se había resignado.

*—*

Álvaro fue a su habitación, rogando que Ignacio no estuviera ahí. No quería tener qué responder preguntas tan temprano.

Abrió la puerta cuidadosamente y cuando por fin entró y cerró, dio un respingo al oír que tocaban a la puerta.

—Álvaro… — era Emiliano —. ¿Puedo entrar? — inquirió, agachando la mirada.

—Sí, pasa — se quitó del medio para permitirle el acceso. Cerró la puerta con llave, para evitar cualquier interrupción de Ignacio.

—Anoche… vine y toqué a tu puerta. Ignacio abrió y dijo que estabas dormido… — desvió la mirada.

—¿De qué hablas? Ni siquiera dormí aquí — respondió y le tomó el rostro a Emiliano para alzarlo suavemente.

—...Está bien — asintió suavemente, con expresión dolida —. No tienes por qué mentirme…

—No te estoy mintiendo, sólo vine y lo dejé aquí porque no encontramos su llave. Yo dormí en el despacho de Raúl, puedes preguntarle. Incluso me llevó una manta al amanecer, supongo que entró y me vio ahí muerto de frío…

—No te preocupes… — lo abrazó y le besó tras la oreja —. Una parte de mí me decía que Ignacio estaba mintiendo. Sólo quiere alejarme de ti…

—¿Por qué mentiría con eso? — se apartó un poco de Emiliano para verlo a los ojos con miedo — ¿Él sabe que…? — no pudo completar la pregunta.

—Sólo le dije una vez que yo siento algo por ti… No sabe que tú… No tiene idea de que tenemos algo — ¿podía decir que aquello era mutuo? No dudaba del cariño de Álvaro, pero aún era muy pronto para decir que aquello era amor.

Álvaro no quiso decirle lo que había ocurrido con Ignacio, sus recuerdos. Ya era suficiente para ese fin de semana, no quería agregarle más decepción al menor.

—Deberíamos…—murmuró, pero se calló al sentir las manos de Emiliano colándose bajo su camisa.

—Sólo un momento… — besó tras su oreja de nueva cuenta, con suavidad, y comenzó a dejar pequeños besos mientras descendía. Álvaro no se quedó ahí inmóvil, sus manos comenzaron a acariciar el torso de Emiliano y buscaron a tientas los botones de su camisa para desabrocharlos.

Emiliano le mordió entre el cuello y el hombro, dejando una marca rojiza bastante notoria. Álvaro soltó un jadeo por el dolor y se apartó de él un poco, extrañado.

—Perdona…

Álvaro se llevó la mano al área afectada, preocupado. No podría abrirse la camisa si no quería que vieran aquello.

—Me dolió — se quejó.

—Lo siento, en serio… — tocó aquella marca roja que había dejado —. ¿Me perdonas? — pidió con su mejor expresión de culpabilidad —. Estoy celoso…—admitió cabizbajo.

—Lo siento…

—No te disculpes tú… Es sólo que yo… Me gustas tanto que he perdido la paciencia. Sé que no olvidarás a Ignacio de un día para otro… Es imposible — le tomó la mano con suavidad.

—Ojalá pudiera hacerlo…— respondió, melancólico.

—Lo vas a conseguir — le acarició la mejilla con la mano libre y sonrió, con cariño.

Se separaron al oír que golpeaban a la puerta y Álvaro fue a abrirla.

—¿Qué pasa? — no quiso abrirla por completo, sólo se asomó.

—¿Bajarás a desayunar? — inquirió Ignacio como si nada hubiera sucedido en las horas anteriores.

—Sí, en un momento iré… Gracias — no pudo ni mirarlo a los ojos.

—Oye, creo que olvidé algo… — empujó un poco la puerta y notó a Emiliano ahí dentro, como sospechaba —... Te veo más tarde — dijo y se retiró de ahí sin decir nada más.

—Me odia — dijo Emiliano en cuanto Álvaro cerró la puerta —. Lamento causarte problemas con él…

—Olvidemos eso, ¿sí? Vamos a desayunar, ya casi es la ceremonia.

El desayuno transcurrió normalmente y se dispusieron a arreglarse para la ceremonia.

Álvaro se miró al espejo. La marca que había dejado Emiliano era muy notoria, así que tuvo qué abrocharse hasta el último botón. Se puso los zapatos y salió de ahí, listo para la ceremonia. Había quedado de verse con Emiliano en el jardín, sentarse juntos. Quería estar con él durante el mayor tiempo posible para que no se pusiera más celoso ni triste. Con él sí tenía qué tener esa fidelidad porque tenían algo real.

Mientras tanto, Ignacio acababa de salir de tomar un baño relajante. Se miró al espejo de cuerpo entero, llevando solamente aquella toalla a la cintura. Sus cabellos aún estaban mojados y se pegaban a su frente. Las gotas de agua descendían rápidamente por su bien trabajado cuerpo. Se secó con una toalla y comenzó a vestirse con aquel traje que había adquirido para esa ocasión. No se pondría el saco, no quería morirse de calor. Se dejó la camisa con el cuello desabotonado, peinó sus cabellos hacia atrás, como solía hacerlo, y se puso sus zapatos nuevos.

Se volvió a mirar al espejo… Se sabía apuesto, no perdía la confianza en eso, pero…

Aún recordaba que había querido besar a Álvaro…

“Cuando… teníamos… 17 años… Estaba ebrio y… te besé… ¿verdad?”

“I-Ignacio… Estás demasiado ebrio…”

Había visto esas mejillas sonrojarse muchas veces, pero nunca como cuando le dijo aquello… ¿Por qué no lo había hecho simplemente, como cuando tenían 17 años?

Tenía miedo de ser rechazado…

En aquel entonces, aquel beso había sido largo y profundo… Hasta que sintió que Álvaro ya no lo correspondía. Se separó un poco de él, pensando que quizá ya se había arrepentido o que le reclamaría algo. Pero cuando lo miró, notó que se había quedado dormido. Estaba demasiado ebrio, sin duda.

Ignacio se había quedado ahí, sobre él, abrazándolo por un instante, aspirando el aroma de sus cabellos. No tenía idea de por qué Álvaro le provocaba esa sensación de querer tenerlo entre sus brazos y estando ebrio no razonaba claramente la respuesta.

Se apartó de él y le colocó su saco encima para que no fuese a tener frío en la madrugada. Lo habría llevado cargando a la habitación si él mismo no hubiera estado tan ebrio que apenas podía sostenerse en pie. Se sentó en la silla tras el escritorio y se reclinó. Ahí se quedó dormido hasta que alguien comenzó a tocar la puerta, queriendo entrar.

Dio un respingo y se llevó la mano a la cabeza, adolorido. Se levantó con mucha pereza, pero no dejaban de empujar la puerta, así que quitó el candelabro y abrió.

Creía que todo aquello había sido sólo un sueño hasta que vio a Álvaro ahí dormido con su saco encima y comenzó a dudarlo. Pero no quiso admitirlo, así que decidió que eso jamás había ocurrido y no pensaría más en ello.

En adelante, cada que Lorena tenía algún acercamiento hacia Álvaro, no podía evitar sentir molestia. No quería que ella lo tocara, que le mostrara cariño… Y menos toleraba cuando Álvaro intentaba mostrarle algo de afecto a ella, aunque sabía que él no sentía nada. Sólo lo hacía por amabilidad y porque en el futuro sería su esposa.

Tenía qué acostumbrarse, ¿no?

Él no podía hacer lo mismo con Esther… No le daba la gana, ella no le provocaba absolutamente nada, ni porque era muy hermosa. Al verla, sólo podía pensar en Álvaro, en lo opuestos que eran. Si Álvaro hubiera tenido el carácter de Esther, seguramente ni siquiera serían mejores amigos. Si lo meditaba, no era porque Álvaro había hecho todo lo que Ignacio quisiera... Muchísimas personas siempre estaban ahí a sus pies y hacían todo lo que él decía, amigas y amigos, desconocidos, gente de todo tipo… No… Álvaro era especial para él… Era el único que le importaba que estuviera ahí siempre...

Ni siquiera podía recordar la sensación de besarlo, habían pasado muchos años ya. Ansiaba sentirlo de nuevo, pero no tenía el valor de volver a hacerlo.

Tenía qué intentarlo.

Salió de la habitación y fue escaleras abajo para salir al jardín donde se llevaría a cabo la ceremonia. Todo se veía maravilloso, resplandeciente. La gente estaba ahí en el jardín, conversando en pequeños grupos mientras esperaban a que diera inicio la ceremonia. Vio a Álvaro bajo la sombra de un árbol, conversando con Emiliano y sintió de nuevo esa sensación en su estómago, la cual aumentó cuando Álvaro lo miró y le sonrió.

—Buenos días — saludó de manera parca por la presencia del médico.

—Buenos días — saludaron ambos.

—La prometida de Raúl es hermosa — mencionó Álvaro, queriendo saber la reacción de Ignacio, si reaccionaría como todos los caballeros heterosexuales presentes, que la devoraban con la mirada.

—¿Ah, sí?— respondió Ignacio sin interés.

—No he tenido oportunidad de verla — agregó Emiliano —. Espera aquí, iré a saludar a alguien, permiso — se disculpó al ver entrar al jardín a una persona que conocía, pero su actitud había sido bastante nerviosa. Álvaro lo notó, pero pensó en preguntarle más tarde si había algún problema.

—No sabía que ya había llegado la novia — habló Ignacio luego de que Emiliano se fue.

—Me la encontré en un pasillo con su madre hace un rato, iba a retocarse el peinado o algo así — apuntó —. Es más bajita que Lorena.

—¿Cómo sabes que es más bajita que Lorena? — inquirió Ignacio, curioso y a la vez fastidiado de oír aquel nombre.

—Cuando ella me abraza me llega un poco más arriba del hombro. La prometida de Raúl no — encogió los hombros.

—Vaya, te gusta andar abrazando a las personas entonces — soltó Ignacio fríamente.

—Mira quién lo dice, si cuando estás conmigo pareces una lapa — se rió bajito..

—Sólo me gusta abrazarte a ti — murmuró —. Lamento haber estado tan ebrio anoche — se acercó un poco más a Álvaro para poder hablar con él más íntimamente.

—La próxima vez te voy a dejar dormir en la mesa — frunció el entrecejo, fingiéndose ofendido.

—Ya, perdóname, ¿sí? — le sonrió, intentando convencerlo.

—Te va a costar caro — ladeó el rostro, aún fingiéndose indignado.

—¿Qué es esto? — inquirió Ignacio al ver aquella marca roja en su cuello, sintió que la sangre se le iba a los pies.

—¿Q-Qué cosa? — palideció. Lo había olvidado por completo y sólo atinó a acomodarse el cuello de la camisa.

—Ven conmigo… — le tomó de la muñeca con firmeza, pero no como para lastimarlo, y lo llevó hacia dentro de la casona. Subieron la escalinata y entraron a la habitación de Ignacio, en silencio —. Dime qué es esto — exigió luego de desabrocharle el cuello de la camisa.

—Me mordiste anoche — dijo, había pensado en esa respuesta mientras iban hacia allá —. ¿No lo recuerdas? — desvió la mirada.

Ignacio se quedó unos segundos en silencio, tratando de recordar.

—No, yo no hice eso… — recordaba casi todo lo sucedido y definitivamente él no había hecho eso.

—Estabas tan ebrio que no sabes absolutamente nada de lo que hiciste. Yo estaba sobrio, ¿sabes? — rogaba que Ignacio se creyera aquello —. Además...Dijiste que me parecía a Esther e intentaste besarme — le apartó la mano que aún estaba sosteniendo el cuello de la camisa para dejar descubierta la marca. Recordar ese detalle le había hecho sentir herido de nuevo.

—Yo…

—Métete esto en la cabeza, Ignacio — lo miró a los ojos con enojo —: Yo no soy Esther… Yo no soy tu prometida, no me puedes estar haciendo esta clase de teatritos en frente de todo el mundo. Somos mejores amigos, incluso algunas personas ven normal que seamos más cariñosos de lo normal, pero… Querer besarme sólo porque piensas en mi hermana ya es otro nivel, necesitas acomodar tus pensamientos…— estaba convencido de que era eso lo que sucedía a Ignacio —. No soy un sustituto de mi hermana, no soy tu muñeco de prácticas. Si quieres intentar ser más cercano a tu futura esposa, ve con ella e inténtalo. Vas a vivir el resto de tu vida con ella… Al menos intenta hacerla feliz o no tan miserable — agachó la mirada —. Me lo prometiste...

—Te juro que no sé qué es lo que me pasa — se cubrió la cara con ambas manos, frustrado.

—Necesitas hacerte a la idea… Yo sé que es difícil, yo tampoco lo he logrado, pero no voy por la vida intentando besar a Enrique sólo porque se parece a su hermana. ¿Te imaginas? — se rió amargamente.

—Lo sé… es sólo… No la quiero besar a ella… Te quiero besar a ti… — suspiró, otra vez no tenía valor para hablarlo ni hacerlo.

—Vamos a la ceremonia… Piensa mejor las cosas. No quisiera que más tarde la gente esté hablando de nosotros, tenemos una reputación que cuidar, tanto nuestra como la de nuestras futuras esposas — le instó Álvaro, no queriendo tenerlo en una situación tan complicada más tiempo. Podía ver en sus ojos la confusión y la frustración de no poder responderse a sí mismo ni a él nada.

—Álvaro… — lo llamó antes de que el menor abriera la puerta —. ¿Eso significa que ya no puedo abrazarte?

—Sólo… No hagas esas cosas, parece como si estuvieras celándome…— lo miró de reojo antes de abrir la puerta y salir.

—Pero sí estoy celoso… — murmuró tan bajo que Álvaro no fue capaz de oírlo —. Soy un maldito cobarde…— exhaló y se dispuso a seguirlo.



Notas finales:

Gracias por leer UwUr


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