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Ignacio y Álvaro por TadaHamada

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Notas del capitulo:

UwU

Hola, gentecita hermosa, les traigo esta imagen que elegí para mi bb Emiliano UwUr <3

 

Espero que disfruten el capítulo ;3

 

Cuando abrió los ojos, se encontró con un rostro familiar… Demasiado familiar…

Quiso incorporarse de golpe, pero el otro no se lo permitió.

—Todavía tienes un poco de fiebre — le advirtió, preocupado. Suavemente lo recostó en aquella mullida cama y tomó la toalla húmeda que se le había caído con el movimiento. La sumergió en aquel balde de agua con hielo y volvió a ponerla cuidadosamente sobre la frente de Gerardo.

—¿Por qué…? — cerró los ojos, más por la somnolencia que le causaba la fiebre que por la vergüenza.

—¿Qué cosa? — Raúl se quedó ahí sentado, en el borde de la cama, mirándolo.

—¿Por qué simplemente no me dejas morir? — murmuró Gerardo y exhaló. Podía sentir aún su cuerpo caliente, pero ya no como aquel día que había tocado el piano.

—Eres mi amigo — respondió, convencido.

—¿Tú no sabes lo que yo hice? — abrió ligeramente los ojos, pero sin tener el valor de voltear a verlo.

Raúl se quedó callado un instante, pero finalmente le respondió con la verdad.

—Sí, lo sé… — agachó la mirada, sintiendo que no era nadie para juzgarlo como aquella mañana en que había proferido tan inadmisibles palabras.

—Deberías repudiarme, como todos. Si alguien se entera de que estoy aquí, sólo te traeré problemas — le quiso aconsejar, pero Raúl simplemente negó con la cabeza.

—Si hubiera sabido lo que te harían…

—¿Qué habrías hecho si hubieras estado ahí esa noche? Si me hubieras visto ahí, si hubieras sido llamado para responder por mí, ¿lo habrías hecho? — se incorporó un poco para decir aquello y la toalla húmeda volvió a resbalar de su frente. Raúl la tomó y la volvió a poner en el agua helada para luego exprimirla un poco, pacientemente.

—Recuéstate… Suponer las cosas a estas alturas no resolverá nada — le regañó —. Descansa mejor. Aún estás muy lastimado — desvió la mirada. ¿Debería decirle todo lo que dijo el doctor? ¿Se sentiría avergonzado si se enteraba de que Raúl ya sabía qué le había sucedido?

—No merezco que me cuides — se mantuvo sentado. Le dolían aún esas heridas en su esfínter, pero no quería dar indicios de ello.

—¡Deja la maldita conmiseración! ¡Te voy a cuidar porque se me da la gana! ¡No me importa lo que hayas hecho, lo importante es que estás vivo, que estás aquí, que estás conmigo y estás a salvo! — le regañó. Gerardo se encogió un poco y puso sus brazos frente a su rostro, en posición defensiva. Raúl supo que lo había asustado, que esa posición en la que estaba era porque creía que le iba a pegar.

Suspiró, sintiéndose un verdadero imbécil. Tomó los brazos de Gerardo suavemente y los apartó, descubriendo aquella expresión llena de temor.

—No te voy a golpear — le aseguró —. Deja de cuestionar mis razones y ya. Si no me quieres creer, allá tú, pero deja que te cuide como debe de ser o harás esto más difícil… — suspiró —. El médico me dijo… —tragó saliva —. Me dijo que algo muy horrible te sucedió y tus heridas se infectaron… Yo no te voy a preguntar cómo sucedió, no necesito saberlo, sólo… Soy el único aquí que puede cuidarte apropiadamente, ¿de acuerdo? — debía dejar las cosas en claro desde ese momento, para que Gerardo no fuese a tener inconvenientes más adelante.

Gerardo lo comprendió todo. Raúl ya sabía y se encargaría de todo. ¿Sólo aceptaría así, sin más? ¿No le causaba asco?

Ya no pudo replicar nada. No era como que tuviera mejores opciones. Era eso o permitir que la infección agravara y morir y, aunque le resultaba una idea atractiva debido a que quería poder olvidarse de todo lo que en esos pocos meses había ocurrido, no quería agregarle aún más dolor a su lastimado cuerpo. Si tan solo la fiebre lo matara instantáneamente no habría problema, pero sería una agonía larga y lo sabía.

Quizá junto a Raúl las cosas serían diferentes. Quizá podría hacer lo que el padre de éste había comentado y servirles en casa… Quizá podría llevar una vida tranquila después de todo… ¡Cuánto había añorado tener un momento de paz mientras estuvo en aquella celda! ¡Cuánto había añorado tener comida y agua cuando estuvo las largas horas en esos campos, trabajando como esclavo!

Los días pasaban y, aunque aún le daba vergüenza tener qué desnudarse ante Raúl para que pudiera curar sus heridas, se aguantaba lo mejor que podía. Al menos no tenía qué verlo a la cara mientras éste seguía las instrucciones del médico y le ponía aquellos remedios. No existía aún la penicilina como para aliviar más pronto el cuerpo infectado de Gerardo, así que sólo los remedios podían ayudarle. Lentamente y con el paso del tiempo las fiebres disminuían. Su cuerpo se fortalecía con la comida y el agua y podía combatir aquella infección por su cuenta.

Ganó un poco de peso, su rostro adquirió más lozanía. Sus ojos ya no lucían tan apagados como aquel día en que Raúl lo volvió a ver.

Raúl le llevaba libros para que se distrajera un poco cuando aún no podía ni ponerse en pie. Después, intentaron caminar un poco por la habitación.

—Me tiemblan las rodillas — su brazo izquierdo estaba alrededor del cuello de Raúl.

—Tranquilo, yo te sostengo, no te voy a dejar caer — le dijo. Sabía que Raúl era muy bromista cuando Enrique estaba alrededor, así que esa faceta seria era un poco nueva para él. ¿Dónde había quedado ese muchacho cuyos comentarios siempre iban cargados de ironía? Quizá se había amargado un poco debido al matrimonio, pensó Gerardo.

La mano de Raúl asió su cintura suavemente y Gerardo dio un par de dificultosos pasos antes de sentir que sus rodillas cedían.

Pero Raúl cumplió su promesa y lo sostuvo. Lo cargó entre sus brazos con pasmosa facilidad y lo depositó de nueva cuenta en la cama con suavidad.

—Lo siento…

—Mañana podemos intentarlo de nuevo — respondió Raúl, tranquilo. Esbozó una sonrisa para calmar al otro.

—Tú deberías estar con tu esposa y mírate, estás aquí conmigo perdiendo el tiempo. Ella debe sentirse muy sola — no fue capaz de mirar a los ojos a Raúl.

—No importa.

—Pero ella…

—Dije que no importa. Ella se ocupará de sus asuntos — se sentó al borde de la cama —. Lo importante es que te recuperes — se puso en pie y tomó el libro que Gerardo ya había terminado de leer esa mañana —. Te traeré uno nuevo — salió de la habitación sin decir más.

Gerardo cerró los ojos. Lo que menos quería era ser una molestia y menos para la esposa de su amigo. No la había visto en días, el único que pasaba casi todo el día ahí con él era Raúl, a pesar de que Gerardo ya le había dicho que no era necesario.

Minutos después volvió y le tendió un libro grueso de pastas guinda.

—Iremos a la ciudad a comprar más libros en cuanto puedas caminar — aseveró, sentándose en el borde de la cama —. Todos los libros que hay aquí son sobre Historia.

—No importa, me gusta leerlos — abrió aquel libro cuidadosamente.

Raúl pudo notar las cicatrices en las manos de Gerardo. La mayoría habían sido pequeñas cortadas al estar sujetando el henequén espinoso. Había otras más grandes, producto de las ampollas que se habían formado al estar haciendo un trabajo al que no estaba acostumbrado. Su rostro tenía también cicatrices, algunas bastante notorias, otras más visibles solamente de cerca. Las más grandes estaban en su espalda, torso y piernas, según había visto, pero también tenía en la planta de los pies, pues probablemente había tenido qué andar descalzo por ahí, caminar largos trechos y cargar mucho peso.

Por más curiosidad que sentía, no creía ser capaz de preguntarle a Gerardo cómo había sido su vida esos meses. No quería verlo triste o asustado de nuevo. Suficiente con las pesadillas que tenía.

¿Cuántas veces había tenido qué tranquilizarlo mientras estaba febril y despertaba tras una pesadilla horrible? Lo había tenido qué abrazar, hablarle suavemente, prometerle que ya todo estaba bien, sólo para verle volver a dormir por aquella fiebre incontrolable de la que pensaba que quizá no saldría.

Y ahí estaba, después de días de muchos cuidados, recostado, leyendo tranquilamente.

Una ligera sonrisilla se formaba en su rostro al leer, lo había notado desde la primera vez que le había prestado un libro. Sabía que a Gerardo le encantaba leer desde la infancia.

Oyeron que tocaban a la puerta y Raúl se puso en pie para ir a abrir.

Raúl volvió hacia Gerardo luego de que una de sus doncellas le comunicara algo.

—Llegó lo que encargué — le dijo, sonriente.

—¿Qué cosa? — preguntó Gerardo, cerrando el libro y dejándolo a un costado con cuidado.

—Te voy a mostrar — se sentó al borde de la cama —. Pasa tus brazos alrededor de mi cuello — le pidió mientras pasaba su brazo izquierdo bajo las rodillas de Gerardo. Lo cargó con relativa facilidad y lo llevó hacia afuera. Había dejado la puerta abierta luego de que la mucama se fuera, así que no había sido difícil sortear ese obstáculo. El verdadero obstáculo serían las escaleras —. Sujétate fuerte — le pidió mientras bajaba peldaño a peldaño, con sumo cuidado.

Cuando estuvieron en la sala, dejó a Gerardo en un sofá y se fue de ahí un instante para volver con aquella silla de ruedas hecha de madera fina, que asemejaba más a un sillón con ruedas grandes y una base para poner los pies.

—¿Te gusta? — inquirió Raúl, animado — Servirá para llevarte al jardín mientras recuperas la fuerza para caminar.

—No tenías qué comprar esto sólo por mí — murmuró, apenado.

—Tonterías… Necesitas salir de ahí, distraerte en algo más. No creo que verme todos los días a todas horas sea muy grato, pero no tienes otra opción. Al menos hay qué cambiar de ambiente — palmeó el asiento de aquella silla, se sentía blando y esponjoso.

—Gracias — murmuró Gerardo con una sonrisa y las mejillas sonrosadas.

—Ven — lo sujetó para ayudarle a pasar a la silla y lo depositó en ella suavemente —. ¿Mejor? — preguntó mientras rodeaba y empujaba suavemente la silla hacia el jardín.

Hacía cada vez más calor, pero la sombra de los árboles refrescaba un poco el ambiente. Fueron hacia una banca bajo un frondoso árbol y Raúl se sentó luego de acomodar la silla cerca.

—¿Qué va a pasar conmigo después de que me recupere? — se animó a preguntar Gerardo, mirando al horizonte. El jardín era muy amplio, podía ver un árbol a lo lejos con un columpio.

—Te vas a quedar aquí, conmigo — respondió Raúl, como si fuera lo más natural del mundo.

—Sé tocar el piano, la flauta transversal, no soy muy bueno para la guitarra como Emiliano, pero puedo seguir practicando. Puedo aprender lo que sea — comenzó a hablar Gerardo, pero Raúl lo miró con seriedad.

—No vas a hacer nada de lo que mi padre dijo. Sólo te quedarás aquí y ya. No tendrás porqué hacer nada. Si un día quieres irte, podrás hacerlo… Siempre y cuando estés completamente recuperado… ¿Te irás? — soltó esa pregunta más contra su voluntad. Su mirada buscó la respuesta en el rostro de Gerardo.

—No me sentiría bien si no te retribuyo todo lo que has hecho por mí. Supongo que a tu esposa tampoco le parecería que me salves la vida y nada más así me vaya… No es correcto. Por eso… quisiera poder servirte de algo… Pagar por lo que has hecho… — su mirada se cruzó con la de Raúl y la desvió.

—Pensaré en algo apropiado — fue la escueta respuesta del mayor.

—Gracias — le aliviaba saberlo, en cierto modo. Pagaría su deuda y podría irse algún día, hacer una nueva vida, aunque le costaría mucho trabajo sin tener ni en qué caerse muerto, pero lo haría, se prometió.

*—*

Eran frecuentes las ocasiones en que, estando ambos en ese escritorio, uno frente al otro, alzaran la mirada y se encontraran con la de su mejor amigo. Se sonreían y volvían a lo suyo, que era revisar documentos, escribir, compartir opiniones sobre los casos, etc.

Álvaro se sentía muy a gusto de esa manera. Estar cerca de Ignacio le hacía sentir que los últimos meses que le quedaban de soltería al mayor estaban siendo bien aprovechados, amistosamente hablando.

—Me aburro horrores — bufó Ignacio apoyando el mentón sobre el escritorio —. ¿Podemos irnos ya? Son casi las 5 — se incorporó y se estiró un poco, sintiendo cómo su espalda crujía un poco.

—Quizá — Álvaro miró su reloj de bolsillo —. Podemos dejar esto para mañana — cerró la carpeta y la dejó a un lado —. Podríamos ir a algún lado — sugirió Álvaro y se puso en pie. Acomodó las cosas sobre el escritorio para no dejar desorden, al menos de su lado, y tomó su saco.

—Sí, vayamos a beber algo, ¿quieres? — se levantó de su sitio y dejó todo como estaba. Álvaro negó con la cabeza, divertido, al ver que Ignacio seguía siendo muy desordenado.

—Deberías de dejar en orden todo antes de irte, en la mañana serás un dolor de cabeza cuando no encuentres los archivos y estés revolviéndolo todo — le palmeó la espalda.

—Sí, mamá — puso los ojos en blanco y volvió para acomodar.

Álvaro lo observó todo el tiempo, con nostalgia. La fecha de la boda se acercaba cada vez más. De alguna manera, el saber que Ignacio ya tenía a alguien a quién amar en su vida había sido un golpe duro, pero sentía que sabiendo eso ya no se aferraría a él con una esperanza estúpida de que éste lo llegara a ver de otro modo. Era la realidad golpeándole la mejilla con su guante blanco y agradecía haberlo sabido en ese momento, pues le había hecho reafirmar su decisión de seguir su vida así como estaba planeada por sus padres. Casarse con Lorena, tener hijos, trabajar junto a su padre hasta que éste se retirara...

La idea de convertirse en amante de Emiliano aún estando casado con Lorena cada vez le parecía más posible, pues sabía que no podría simplemente dejar de ser quien era y resignarse a ser un esposo perfecto. No habiendo probado ya su verdadera naturaleza, pues ya le había quedado más que claro que su amor por Ignacio no era simple admiración únicamente hacia él, sino que sí le agradaban los hombres de esa manera.

No sabía si la relación con Emiliano tenía algún futuro más allá, pero al menos se tendrían el uno al otro para darse un poco de cariño y seguirse conociendo. Ya el tiempo diría si de verdad tendrían algo más profundo o si sólo serían buenos amigos el resto de sus vidas.

Sentía un peso menos encima, a decir verdad. Sí, sentía la tristeza propia de quien se da cuenta de que su amor de toda la vida ama a alguien más, pero no podía hacer absolutamente nada para remediarlo, así que se estaba dando por vencido y esperaba pronto dejar de lado esa tonta fidelidad hacia Ignacio.

—¿Listo? — le sonrió a Ignacio en cuanto éste volvió hasta él, habiendo dejado en orden todo en el escritorio — ¿Ves que no cuesta tanto? Vamos — le apresuró.

Era viernes, así que podrían ir a beber, pasar la noche conversando, quizá ir al club y encontrarse con Enrique. Éste parecía muy aburrido últimamente, debido a que su mejor amigo estaba lejos.

—Enrique — le saludó Álvaro al verle en dicho lugar —. No me digas que estás solo aquí — observó a su alrededor, buscando a sus amigos habituales, pero no había ninguno cerca.

—Desearía estarlo — murmuró —. Caballeros, qué interesante novedad el verles aquí después de tanto tiempo — les hizo un ademán para invitarles a sentarse.

Aquella mesa para 4 tenía solo dos vasos de whisky, así que Álvaro supo que era cierto que estaba acompañado, pero se preguntaba por qué Enrique no parecía contento con esa compañía.

Sin embargo, supo la razón cuando aquella persona llegó hasta la mesa.

—Ya he dejado a mi hermana con tu madre — le avisó —. Oh, qué sorpresa…

—Caballeros, supongo que recuerdan a Julio Arango — se puso en pie, siendo secundado por Álvaro e Ignacio —. Julio, te presento a Ignacio Lascuráin y Álvaro Diener con la formalidad que ello merece — apuntó Enrique.

—Mucho gusto — saludó Álvaro y estrechó la mano de Julio.

—El placer es todo mío — respondió Arango, sonriente. Miró de reojo a Ignacio y se dirigió a saludarlo a él —. Lamento los roces que tuvimos en aquella ocasión. Son sólo confusiones.

—Mucho gusto — respondió Ignacio por mera cortesía. El tipo tenía algo que no terminaba de gustarle, pero no sabía qué era. Era como un mal presentimiento.

—Bien, caballeros, ¿gustan acompañarnos a beber un poco? — Enrique se volvió a sentar.

—Claro — asintió Ignacio —. A eso veníamos, de hecho. ¿Alguna novedad? — se quitó el saco, acalorado.

—La más reciente parece ser la visita inesperada de nuestro estimado Julio y su hermana, Catalina, esposa de Raúl. Pero le estaba diciendo que no tengo la menor idea de dónde está Emiliano. Justo su madre está aquí en el club. Ella y mi madre se reunieron por esa razón, pues no sabe de él desde hace unas semanas y está preocupada. Catalina estará con ellas, irán de compras o algo así escuché. Por lo demás, desconozco cualquier información relacionada a nuestro querido amigo — les informó Enrique y encendió un puro —. ¿Tú sabes algo al respecto, querido Álvaro? Ustedes son más cercanos.

—Yo…— sabía que no debía decir nada. Sabía que Julio sólo buscaba a Emiliano para hacerle daño, tenía qué guiarlo hacia otro lugar, lo más lejos posible de Emiliano —. La última vez que hablé con él me dijo algo sobre un viaje a Europa, pero no estoy seguro a dónde sería — mintió.

Ignacio lo vio de reojo, él sabía que mentía, pero se quedó callado.

—Entiendo… — habló Julio y esbozó una sonrisa triste —. Supongo que tengo qué seguir buscándolo. Quizá volvió a París.

—Sí, lamento no poder darte una pista clara. He estado trabajando la mayor parte del día, así que no lo he visto en persona hace mucho y no sé si ya partió — esperaba que le creyera. Tan solo la tarde anterior lo había ido a visitar a esa pequeña y acogedora casa que el médico había comprado a las afueras de la ciudad. Ahí había puesto un pequeño consultorio para poder estar al pendiente de Jerónimo más tiempo.

Emiliano le había contado la manera en que su madre había reaccionado cuando llevó a Jerónimo a casa. Ya sin el enojo inicial, entendía que había hecho mal al no consultarle antes de llevarlo, pero sentía que debía aprovechar la oportunidad para alejarse y ser independiente.

Aún así, seguía lo suficientemente molesto con ella como para no decirle dónde vivirían. Aunque sí había tenido la delicadeza de llamarle y decirle que estarían bien y que no se preocupara, pero que no volvería. Los chantajes de la mujer no habían servido de nada al final y ahora salía con sus amigas para desahogarse un poco, distraerse y no estar sola en casa.

Ella estaba molesta más que nada con Jerónimo, pues para ella él era el culpable de todo.

Emiliano tenía suficiente dinero como para realizar todo. Compró aquella casa pequeña de dos habitaciones, un estudio que usaba como consultorio, sala, comedor, cocina, baño completo, con un lindo jardín. Equipó su consultorio y atendía a la gente de los alrededores, gente de clase media, pero también de clase baja que no tenía para costearse una consulta. Cobraba según la situación de las personas y procuraba no cobrar nada a aquellos que sabía que no tenían los medios.

Aún así, la gente llegaba y le dejaba cosas como frutas, comida, incluso animales de granja. La mayoría de las veces había rechazado todo eso amablemente, no queriendo quitarles lo poco que tenían, pero Jerónimo le hizo ver que ellos se esforzaban por agradecerle de la mejor manera que podían.

No pasó mucho tiempo cuando en aquella pequeña casa Jerónimo construyó un pequeño corral para gallinas. Cuidaba además dos perros y una cabra que también les habían regalado.

Cuando las gallinas comenzaron a poner huevos, Emiliano decidió que podría regalar eso a la gente que lo necesitara.

Veía con mucha alegría que Jerónimo era feliz cuidando esos animales, manteniendo el jardín bien cuidado y haciendo los quehaceres. Pero no por ello se había olvidado de instruirlo académicamente. Le estaba enseñando a leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir. Había desistido de contratar una sirvienta cuando Jerónimo le había insistido en que no sería necesario, que él se encargaría de todo ahí como parte de su agradecimiento. Tampoco hacía falta un mayordomo porque la casa era pequeña, así que vivían los dos solos ahí.

Álvaro los había visitado en un par de ocasiones y se había maravillado por los logros que había tenido Jerónimo en tan poco tiempo gracias a la ayuda de Emiliano, quien no paraba de elogiar lo inteligente que era Jerónimo.

Le agradaba ver así de contento a Emiliano. Contento y libre.

—No te preocupes — le dijo Julio tranquilamente —. Supongo que era tiempo de que Emiliano cortara ese lazo con su madre — aseveró. Parecía que conocía a Emiliano más de lo que cualquiera ahí lo hacía.

Después de un par de horas de jugar póker y beber un poco, Julio se retiró de ahí, pues Catalina había vuelto junto a la madre de Enrique. La madre de Emiliano se había ido a casa ya.

—La esposa de Raúl es agradable — opinó Álvaro cuando se despidieron de ellos. La madre de Enrique subió a ver a algunas amigas para llevarles los últimos chismes.

—Quisiera decir lo mismo de Julio — agregó Enrique en voz baja.

—Tú también sientes que hay algo extraño con él, ¿no? — preguntó Ignacio con el mismo tono, mirando a los ojos a Enrique. Éste asintió, serio.

—Desde el día de la boda, cuando tuvieron ese extraño incidente él y Emiliano — apuntó, manteniendo volumen bajo, por si Julio seguía cerca —. Hay algo en él…

Álvaro miró a ambos, no entendiendo qué era ese “algo” a lo que se referían, pero él también se había sentido incómodo con la presencia de Julio, sin embargo había pensado que era sólo porque él sí conocía las razones de Julio para buscar a Emiliano y sabía lo mucho que lo había lastimado, tanto física como emocionalmente.

—Él no busca a nuestro querido Emiliano con buenas intenciones — soltó al fin Enrique, a riesgo de que los otros dos lo consideraran un paranoico. Se sorprendió de ver sus cabezas asentir mudamente. No era sólo su paranoia, había algo mal ahí.

—Pensé que era el único que opinaba eso — soltó Ignacio, sorprendido —. Aquel día de la boda, la mirada que le dirigía a Emiliano era muy extraña. No sé cómo describirla...

—Por esa razón lo defendiste, ¿cierto? — preguntó Álvaro, algo sorprendido.

—Te lo dije, soy un caballero. Nuestras desavenencias no me impedirán evitar que alguien le haga daño si es que puedo — se encogió de hombros y sonrió, ladino.

—Pues hemos hecho lo propio, mis queridos amigos, espero que Arango se vaya de vuelta a su casa y deje de buscarlo — agregó Enrique —. Igualmente, considero que debemos alertar a Emiliano, ¿sabes cómo localizarlo, querido Álvaro?

—Sí, sé dónde está. Me pidió que no se lo dijera a nadie más de momento por cuestiones personales.

—Mejor si no tenemos esa información por ahora. Caballeros, dejemos este tema de lado, pues. Sigamos con nuestra pequeña juerga — alzó su vaso con whisky para brindar con ellos.

—Salud — Ignacio alzó su vaso. Álvaro le secundó.

*—*

—Así que sólo tú sabes dónde localizarlo — habló Ignacio mientras caminaban hacia el auto de éste. Era algo tarde, pero no habían bebido demasiado. Enrique les había acompañado durante todo el tiempo y habían ido a dejarlo a casa, pues parecía estar demasiado mareado para conducir. Su madre se había retirado más temprano, llevándose el auto consigo.

—Sí… — se rió nerviosamente —. Enrique no suele beber de esa manera, ¿no crees? — quiso cambiar el tema a propósito.

—¿Quieres caminar un poco? — le vio asentir y comenzaron a andar por aquella calle empedrada, iluminada tenuemente por unas farolas — Debe estar afectado porque Raúl no está por aquí… Lo entiendo muy bien, pues si tú te fueras tan lejos, yo también te extrañaría mucho — agachó la mirada.

—Me fui por años a otro país, igual que tú — lo miró, curioso.

—Lo sé, pero… Una cosa es que te vayas y saber que volverás… Y otra muy distinta es saber que te irás a vivir a otro lado y estarás atado a una persona por toda la vida. Las cosas ya no son las mismas… Daría lo que fuera por volver a la adolescencia y aprovechar mejor el tiempo — se metió las manos a los bolsillos.

—¿Sabes? Yo también… — sonrió con nostalgia, cabizbajo.

—Podríamos ir a donde quisiéramos… juntos… como siempre…

—Sería maravilloso — alzó la mirada hacia Ignacio y vio en sus ojos una tristeza inmensa —. ¿Estás bien? — le tocó el brazo, preocupado.

—Descuida, el alcohol me puso melancólico — negó con la cabeza suavemente.

—Generalmente te pone impertinente — bromeó, pero Ignacio sólo respondió con una sonrisa cargada de dolor.

—Tal vez no fue la dosis adecuada.

—Tal vez no deberías beber más. Evadir tus emociones no te hará bien — le aconsejó, pero se sintió hipócrita por decir aquello, ¿no era eso lo que solía hacer él cuando iban a esas fiestas de prostitutas? Ponerse ebrio hasta poder hacerlo con una de esas mujeres, pensando en él.

—No sé cómo hacerlo… No sé cómo enfrentar esto. Se supone que sólo lo haga y ya… No sé cómo hizo Raúl para estar ahí de pie, frente a su esposa, sin mostrar el miedo que sentía, la frustración, la desesperación… Pensé que sería algo fácil, pero verlo tan de cerca fue… demasiado abrumador... ¿Cómo se supone que me pare en ese altar y sólo diga “acepto” a una mujer que no amo? Pensé que no creía en el amor hasta que me di cuenta de mis sentimientos, pensé que era inmune a eso, que todo estaría bien con sólo cumplir un requisito social. Pero no quiero hacerlo. No es ya por mi libertad de ir a donde quiera, de acostarme con otras mujeres, de beber cuando quiera, de salir con mis amigos… Es porque ya no tendré la libertad de amar… — se hizo el silencio unos segundos y luego soltó una risa irónica —. En realidad nunca tendría esa libertad aunque no fuera a casarme… Es estúpido que me esté sintiendo así.

—No lo es… — tragó saliva, sintiendo aquel nudo denso en la garganta. Era exactamente cómo se sentía él y no podía evitar empatizar con él.

—¿Cómo hago para quitarme estos sentimientos? — sujetó a Álvaro por los hombros, pero no fue capaz de verlo a la cara.

—Habla… O llora… Yo no voy a juzgarte. Yo voy a estar para ti siempre, no quiero que lo olvides, ¿entendido? — estiró su mano hacia la mejilla de Ignacio, donde una lágrima había resbalado tan rápidamente que no le había dado oportunidad a su dueño de contenerla. La enjugó con total delicadeza, con todo el amor que aún sentía por él.

Fue la primera vez que Ignacio lloró como un niño. Ya no le importaba si estaban en la calle. Sólo abrazó a Álvaro fuerte, pero no lo suficiente como para lastimarlo. Álvaro pasó sus brazos alrededor de Ignacio y lo consoló. Se permitió derramar algunas lágrimas también… ¿Eso le hacía sentir esa persona que amaba? Le envidiaba muchísimo…

Ojalá hubiera sabido que era él mismo…

Ojalá Ignacio le hubiera dicho todo, ojalá no hubiera tenido tanto miedo. Sólo pudo llorar.

Ignacio se calmó un poco más tarde, pero no era capaz de despegarse de Álvaro. Sus labios estaban tan cerca de su cuello, podía sentir el olor de sus cabellos, de su piel. Podía sentir los latidos de su corazón contra su pecho.

¿Y si depositaba un beso tras su oreja? Se obligó a quedarse quieto, a no hacer nada extraño. Lo último que quería era perderlo… Se conformaría con seguir siendo su mejor amigo el resto de sus vidas, se dijo.

Cuando se separaron, Álvaro le tocó la mejilla cariñosamente y le sonrió.

—Vas a estar bien… Vamos a estarlo — quiso convencerle —. Vayamos a casa — le instó. Fueron de regreso hacia el auto, a un par de cuadras de ahí.

—Lamento molestarte con esto — se disculpó Ignacio.

—Ya te lo dije, yo voy a estar para ti siempre. Cuando necesites desahogarte sólo dímelo — le pidió.

—Igual tú… Si un día sientes que esto te rebasa… Sé que nunca he sido demasiado comprensivo… Sólo he sabido darte una palmada en la espalda cuando has estado mal… No sabía que un abrazo como esos reconfortaba tanto — se sentía extraño de ser ahora él quien se volviera tan sensible, cuando hacía relativamente poco tiempo Álvaro era el que lloraba con suma facilidad.

—Para llenar el alma de felicidad, hay qué vaciar la tristeza primero — le dijo aquellas palabras que un día Emiliano le había dicho.

—Necesito aprender más de ti…— le acarició la nuca.

*—*

Álvaro le había llamado aquella mañana para decirle que Julio Arango había estado ahí en la ciudad preguntando por él. Un denso nudo se formó en su garganta de sólo escuchar ese nombre, pero no quiso preocuparlo.

¿Puedo ir a tu casa a mediodía? — le preguntó el mayor de los Diener.

—Claro, está bien.

Se sintió intranquilo toda la mañana, pero pretendía mostrarse normal ante Jerónimo. No quería preocuparlo también, aunque el indígena lo notó casi de inmediato.

—Un té di tila, niño Emiliano — entró al consultorio y le tendió aquella taza de porcelana con cuidado.

—Gracias — le sonrió con cariño —. Siéntate a beber té conmigo — le pidió.

—Tantito más vuelvo, niño.

Emiliano lo siguió con la mirada, sonriente. Jerónimo era una persona sumamente servicial, amable. Si tan solo pudiera sonreír…

Al menos las pesadillas parecían haber parado. Seguían durmiendo juntos, cosa que para ambos parecía no resultar rara ni incómoda. Ya se habían acostumbrado a ello. En esa casa no habría nadie que juzgara, nadie que quisiera opinar que eso estaba mal.

Si con eso podía detener las pesadillas de Jerónimo y darle una sensación de seguridad, estaba feliz de hacerlo. Y bien, también se sentía cómodo de esa manera. Jerónimo despertaba en él ese instinto protector, pero quería que también Jerónimo un día fuera fuerte, lo suficiente como para protegerse él solo, estuviera o no con él.

Cuando Jerónimo volvió con aquella tetera y una taza extra, se sentó frente a la mesa y sirvió un poco.

—¿Para qué sirve la tila? — le preguntó luego de dar el primer sorbo.

—Pa’ los nervios… — le contestó, no sabiendo muy bien cómo explicarlo —. Niño, usté ta’ priocupado por algo. Li va’yudar.

—Gracias… perdóname, pensé que no lo notarías — agachó la mirada.

—No mi gusta verlo triste — agachó la mirada.

—Gracias por cuidarme… Se supone que el que cuida al otro aquí soy yo — se rió amargamente.

—Yo lo voy a cuidar, niño. Yo voy’hacer todo lo qui pueda por usté…— aseveró, mirándolo —. Usté ha sido reti bueno conmigo y yo lo quiero retiharto — volvió a agachar la mirada.

—Yo también te quiero mucho — alargó su mano hasta la mejilla de Jerónimo y la acarició —. Has cambiado mi vida completamente, me siento muy feliz de que estés conmigo — confesó. Jerónimo cerró los ojos al sentir esa caricia, las manos de Emiliano eran muy suaves y le gustaba sentirlas.

Emiliano vio las mejillas de Jerónimo ponerse rojas y podría jurar que vio una ligerísima sonrisa en él, cosa que le hizo sentir mucha emoción.

Todo lo que le hacía falta a Jerónimo era cariño, seguridad, protección… Estaba feliz de poder darle todo eso él mismo y confiaba que, con el tiempo, pudiera sonreír. Nunca le había preguntado si había alguna razón, pero él mismo pensaba que, si hubiera pasado por todo lo que Jerónimo había vivido, tampoco le quedarían ánimos de sonreír de nuevo.

Más tarde, cuando Álvaro llegó, Jerónimo le abrió la puerta.

—Buenas tardes, Jerónimo — le saludó, amablemente.

—Buenas tardes, niño Álvaro — respondió.

A Álvaro aún le costaba acostumbrarse al rostro siempre carente de expresión de Jerónimo, pero sabía que no lo hacía a propósito.

—Álvaro, qué gusto verte por acá de nuevo — salió Emiliano luego de llevar la tetera y las tazas a la cocina. Se sentía más relajado gracias al té.

—¿Tanto me has extrañado? — bromeó Álvaro y dio un abrazo fraternal a Emiliano.

Jerónimo se retiró de ahí en silencio. Le gustaba ver a Emiliano sonreír, pero sabía que la sonrisa de éste se volvía particularmente más radiante al ver a Álvaro. Sabía que sus ojos adquirían otro brillo y le envidiaba un poco por eso.

Se acercó al fregadero y comenzó a lavar la tetera y las tazas, no quería que se acumularan los trastes sucios, quería mantener todo en orden para que Emiliano no tuviera preocupaciones ni disgustos.

Cuando terminó, salió de la cocina. No les vio cerca, así que decidió ir a echar un vistazo a los animales y regar las flores. Tenía rosales, dalias, margaritas, lavanda, geranios, algunas hierbas medicinales que conocía como la tila, sábila, etc.

Sabía que a Emiliano le gustaba pasar un rato en el jardín, admirando todo aquello que Jerónimo había plantado, así que mantenía el lugar lo más cuidado posible.

Mientras tanto, dentro de la habitación de huéspedes, Emiliano y Álvaro dedicaban unos minutos a estar juntos. Los labios de Emiliano besaban cada palmo de piel que Álvaro le permitía, descendiendo desde sus labios hacia su cuello, pasando por el pecho, el abdomen, yendo hacia el vientre donde las únicas prendas que quedaban eran el pantalón y su ropa interior.

Álvaro se dejaba hacer y su mente no podía evitar traer la imagen de Ignacio, pero se rehusaba cada vez más a hacerlo. No quería. No si ya Ignacio tenía a alguien a quién amar, debía respetarlo, se dijo, así que se forzó a pensar únicamente en Emiliano.

Estaba consiguiendo excitarse con sólo verlo, con su solo tacto. Cuando la lengua de Emiliano tocó el glande, la mente de Álvaro quedó en blanco un momento. Sólo podía sentir ese placer, sólo podía mirarlo a él mientras engullía su miembro rígido.

Pero aún no se sentía capaz de entregarse por completo a él, por eso, cuando terminó en su boca, le devolvió aquel favor a Emiliano y ahí quedó todo. Ambos lo sabían, irían despacio hasta que Álvaro se sintiera listo y eso parecía que no sería pronto.

Se limpiaron apropiadamente en el baño y se arreglaron las ropas con calma. Conversaron un momento acerca de la razón por la cual Álvaro había acudido.

—No estoy seguro de que se haya marchado de la ciudad, así que deberías permanecer aquí hasta que pueda confirmarlo — le aconsejó Álvaro.

—Entiendo… — suspiró —. No pensé que vendría tan pronto…

—Tranquilo, estás con Jerónimo, no creo que se atreva a hacer algo estando él presente, ¿o sí? — miró al médico y le vio esa expresión de duda.

—Estaremos bien — le dijo, pero ni él mismo se creía eso.

Salieron hacia el jardín donde se encontraron con el indígena, que cortaba algunas flores para ponerlas en un florero dentro de la casa.

—Hola, Jerónimo… — se acercó Álvaro —. ¿Podrías enseñarme a cultivar flores? — pidió, sonriente.

—Sí, niño Álvaro… Venga — le instó a seguirle hacia donde tenía geranios color rojo —. Mire… — se arrodilló y le señaló una parte de la planta —. Estos son los coditos… —señaló los nódulos de las ramas de aquella planta —. Se cortan así — tomó entre sus dedos una de las ramitas y la rompió un poco más abajo del nódulo. La rama tenía unos 10 cm de largo —. Se puede poner en otra macetita o en la tierra — le explicó mientras llevaba aquel pedacito de planta hacia un espacio donde había tierra algo suelta. Le quitó las hojas excedentes para poder enterrar un poco más profundamente la ramita y luego la colocó en un agujerito en la tierra —. Son las más fáciles di sembrar y tan re chulas. Al niño Emiliano le gustan mucho — apuntó y le señaló una rama del geranio —. Córtelo usté, niño — le instó.

—¿Así? — tomó aquella rama de más o menos la misma longitud que la que había cortado Jerónimo y cuidó de cortarla bajo el nódulo que le había indicado. Era fácil de trozar según observó.

—Sí, niño. La lleva a su casa y la pone en la tierra… Hay qui tiner la plantita al sol, porqui sino si muere. Hay qui rigarla, pero no mucho porqui se pudre la raíz — le explicó mientras le ayudaba a envolver aquella ramita en un pañuelo que Álvaro le había tendido.

—Entiendo… Si tengo alguna duda, llamaré, ¿está bien? — le sonrió ampliamente, agradecido.

—Sí, mi niño. Lo qui usté necesite miavisa — hizo una leve reverencia.

—Es muy hábil para muchas cosas. Puede no saber escribir aún, pero sabe muchas más cosas que las personas letradas que conozco… Me ofreció un té de tila para calmarme esta mañana — vio a Álvaro sentarse en aquella banquita, junto a él.

—Es realmente una persona muy noble — sostuvo con delicadeza aquel pañuelo con la ramita envuelta —. Debería irme para poder poner esto en la tierra, no quiero que vaya a echarse a perder.

—Bien, te agradezco mucho que hayas venido de nuevo hasta aquí… Te llamaré más tarde, ¿de acuerdo?

—Claro — le dedicó una sonrisa, aunque habría querido besarlo, pero la presencia de Jerónimo le impidió hacerlo —. Nos vemos después, Jerónimo. Gracias por la planta — le dijo desde su sitio. Jerónimo agitó su mano en el aire como despedida.

—Te acompaño a la salida — le dijo Emiliano en cuanto le vio ponerse en pie. Ya estando dentro de la casa, pudieron despedirse con aquel beso que ambos ansiaban —. Ve con cuidado.

—Gracias…

Emiliano cerró la puerta hasta que vio a Álvaro subir a su auto e irse. Luego volvió hacia el pequeño consultorio y puso un poco de orden antes de que se presentara algún paciente.

Jerónimo comenzó a escarbar la tierra con sus manos. Le resultaba más cómodo hacerlo así. Puso otra pequeña rama para hacer florecer más geranios. Desde que había visto cuánto le gustaban a Emiliano, se había propuesto conseguir la mayor cantidad de colores posible. Tenía rojos, blancos, rosados, anaranjados. Embellecían la jardinera que estaba bajo la ventana de la sala. Ventana por la cual, sin querer, había visto como Emiliano besaba a Álvaro y era plenamente correspondido por éste.

No pudo evitar sentir una punzada de dolor en su pecho, pero no tenía idea de por qué. ¿Era porque el hecho de que Emiliano estuviera con un hombre de esa manera le daba miedo debido a las cosas horribles que le había hecho el capataz por años? ¿O era porque sencillamente tenía un sentimiento que aún no había logrado descifrar hacia Emiliano? No sabía si era sólo agradecimiento o si lo quería de aquella forma.

Pero fuera como fuera, no quería albergar esperanzas de nada. Era mejor así. Él sólo era un indio, no podía aspirar a nada en la vida y todo lo que Emiliano le daba era ya suficiente. Por eso continuó con su labor sin decir nada. No mencionaría lo que había visto. Después de todo, Emiliano era libre de hacer lo que quisiera.



Notas finales:

Gracias por leer UwU<3333333333333333


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