Hacía frío, pero Draco sentía que estaba a punto de salir ardiendo.
Había bebido quizás un poco más de la cuenta, quizás un poco menos de lo necesario para lo que estaba a punto de hacer.
Era una locura, una locura de amor, un amor que se le iba entre los dedos y que nunca sería para él.
Pero necesitaba decirlo, necesitaba sacarlo de él y seguir con su vida.
Por él, por Theo, por Harry.
Quizás fuera el único acto de valentía que estaba dispuesto a hacer en su vida, o quizás solo fuera una esquina más de su cobardía.
Llamó al timbre de una puerta que conocía demasiado bien.
Una que casi nadie usaba, pero que sabía que Harry, y su estúpida manía de pedir comida muggle a domicilio le harían ir a abrirla.
Cuando se abrió, Harry aún sonreía a cualquier tontería que la habría dicho Theo. Le habría besado, porque a Theo le encantaba besar a Harry, dulcemente, llevándolo en un abrazo íntimo para susurrarle palabras de amor cursis y bobas, de las que le gustaban al ex Gryffindor.
Theodore Nott era su mejor amigo, Harry Potter su amor secreto, y ambos iban a casarse en pocas semanas.
Harry le miró sin comprender, pero Harry casi nunca entendía la manera de comportarse de Draco, y eso, debía reconocer que el principal culpable era el mismo Draco.
Le pidió silencio, le pidió paciencia, y de fondo escuchó la voz de su amigo.
Draco lanzó un hechizo musical, villancicos muggles, tan estúpido, y unos carteles encantados que le pedían que por favor le siguiera el juego.
—Solo son unos niños cantando villancicos, ahora voy.
Draco suspiró aliviado, para lo mal que solían llevarse, Harry estaba accediendo bastante bien.
Una idea que en aquel estúpido bar muggle a la vuelta de la esquina a Draco le pareció una gran y genial idea, una que no le haría hablar, solo mostrar.
Una serie de palabras que él era incapaz de decir en voz alta, una declaración, una disculpa, y sus mejores deseos.
"Te quiero, y siempre te querré" rezaba el último cartel.
Harry no había dicho nada, solo lo miraba con la boca abierta.
En un amago de conservar su dignidad, Draco añadió un último cartel flotante.
"Feliz Navidad"
Harry lo susurró entre sus labios.
—Feliz Navidad, Draco.
Ya lo había dicho, ya lo había confesado. Solo necesitaba hacerlo, decirlo, sacarse esa espina clavada de su corazón.
Dejarlo ir, dejarlos ir y que fueran felices para siempre, porque eran lo mínimo que ambos se merecían.
La música cesó, las cartulinas desaparecieron, y Draco solo sonrió inclinando su cabeza a modo de despedida.
La calle estaba desértica, el jardín en el centro de la calle les había dado una cierta intimidad.
Desandó el camino de vuelta, pero Harry salió corriendo llegando a su altura.
Siempre había tenido aquella bonita sonrisa, desde que le conoció, y los ojos brillantes llenos de sentimientos, de aventuras.
Harry le besó, le besó como Draco siempre había deseado que lo hiciera con él, no con su amigo.
Un beso que duró un segundo, pero que a Draco le pareció toda una vida.
Una sonrisa, y se separó.
Harry volvió a su casa, con su prometido.
Draco se dijo a sí mismo que era hora de acabar con eso, iba a seguir su vida, y iba a dejarlos ser felices.
Por ellos, por él.
FIN