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Haku's Moving Castle por Bo_Pendragon

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Gusto

—Cierra los ojos.

Nunca ha sentido nada igual. No sabe si es por haberse convertido en un ser físico que necesita comer o porque en los baños termales de Yubaba la comida no sabe tan bien, pero nunca ha sentido nada igual. Los sabores le invaden, entrando por la boca y recorriendo cada centímetro de su cuerpo.

—¿Está bueno?

No sabe qué contestar. No hay palabras para describirlo. Asiente con su formalidad habitual. Cuando abre los ojos todo vuelve a cobrar forma y color alrededor suyo, pero sigue sumergido en los sabores. Howl parece leerlo en su cara.

—La próxima vez que intentes volar, piensa en esta sensación.

 

Olfato

—Mandarina.

—Correcto.

Haku abre los ojos y lee la palabra escrita sobre el tarro. Efectivamente. Lo deja en su sitio y esta vez es Howl quien coge uno sin mirar. Lo huele.

—Cardamomo.

—Exacto.

Antes de que vuelva a depositarlo en su sitio, Haku le quita el tarrito de las manos a su maestro (con educación, por supuesto) y lo huele. Cardamomo. Jamás se le hubiera ocurrido que existiera tal cosa como un “Museo del perfume”. Les han explicado cómo se destila en unos artefactos enormes de vidrio y metal, les han dado a oler diferentes perfumes de mujer y de hombre y ahora están jugando a adivinar los olores encerrados dentro de esos tarros. De nuevo, su maestro le dice cierra los ojos y cuando lo hace es como si la energía que su cuerpo usa para analizar lo que ve, fuera reconducida para analizar lo que huele. Se le potencia el sentido del olfato, como pasó antes con la comida. La voz de la joven que les guía por el museo le saca de su ensimismamiento.

—Pasamos ahora a la siguiente habitación donde veremos el proceso final de embotellado.

 

Tacto

Haku se encoge nada más meter un pie en el agua. Está helada. Literalmente. Por la superficie flotan cubitos de hielo. Howl se ríe de él, sumergido hasta la cintura. Le tira agua.

—¡Ah! —Haku intenta cubrirse el cuerpo con los brazos. En vano. Sonríe un poco. Cuenta hasta tres mentalmente y salta a la piscina. El gélido abrazo del agua parece activar todo su cuerpo. No sabe explicarlo, pero es como si cada uno de sus poros se cerrase. Una sensación punzante que no resulta desagradable del todo. Abre los ojos y le duelen. Puede ver el cuerpo borroso de su maestro delante suya.

—No está nada mal —le dice cuando al fin saca la cabeza. Lo que a Howl le llega por la cintura para él supone estar sumergido casi hasta el pecho. Su maestro le mira, triunfante. Como si fuera él mismo quien ha sido capaz de meterse entero a la primera. Haku piensa que las aguas termales de ese mundo no son tan diferentes de las del suyo.

Esta vez ya no hace falta que le diga nada. Haku inspira con fuerza y se sumerge de nuevo, esta vez con los ojos cerrados. Va soltando el aire, hundiéndose lentamente hasta quedar sentado en el fondo de la piscina. De nuevo se hace consciente de la sensación, potenciada, de frío. Contrasta infinitamente con el agua caliente de la piscina anterior. La sensación de irrealidad que le acompañaba desde los primeros días fuera de su mundo se va disolviendo conforme sus sentidos se vuelven nítidos. Siente como si estuviera despertando, y quizás así es. Durante los primeros segundos en los que no necesita respirar, es al mismo tiempo el agua y el aire.

 

Vista

El cielo se extiende ante sus ojos. Naranja, rosa, violáceo. La Luna llena ya puede verse en el horizonte. El Sol se ha ocultado hace unos instantes. Haku siempre se levanta antes del atardecer para atender asuntos pendientes de la noche anterior o para preparar alguna cosa en las termas. Sin embargo siente que esa es la primera vez que lo ve, el cielo pasando por todos esos colores antes de oscurecerse.

Mira por un momento a su maestro. Él también tiene la mirada perdida en algún punto del paisaje. Por algún motivo que no alcanza a comprender, ese hombre le transmite mucha paz. Están en un mirador y la ciudad entera se extiende bajo sus pies. Las luces de las calles se van encendiendo poco a poco. No tendría sentido cerrar los ojos para potenciar el sentido de la vista, por lo que se concentra en anular los demás. Poco a poco deja de oír, de oler y deja de sentir el aire contra la piel. No dura mucho, apenas unos instantes, pero la imagen que consigue es tan intensa que sabe que nunca la olvidará:  La expresión soñadora de Howl contemplando el horizonte, con todos los colores del atardecer reflejados en la mirada.

 

Oído

La música en Arbia es alegre e intensa. Humana. Se le mete por las venas como si fuera parte de su sangre. Ha bailado antes, pero esa vez es distinto. No es una coreografía ensayada hasta la saciedad con los demás bailarines de las termas. No hay movimientos reverenciales dedicados a ningún dios. La pandereta no se toca en momentos precisos, sino cuando le dé la gana. Cuando la música y el cuerpo se lo pidan. Es a eso último, el cuerpo, a lo que va dedicado ese baile. Haku disfruta de cada movimiento, de cada salto. Siente cada músculo moviéndose bajo su piel. Pero sin embargo lo más intenso en ese momento es el sonido. Está oyendo con el cuerpo, se dice. Y aunque no tiene sentido, lo entiende. Sí tiene sentido.

Una vuelta y otra más. Howl le toma de las manos y gira con él. Le suelta. Al cabo de un rato se vuelven a encontrar. Sin haberlo planeado. Nada está calculado en ese baile, sin embargo todo encaja a la perfección. A veces mira a los músicos y aunque algunos instrumentos le resultan familiares, otros son tan extraños que jamás habría imaginado que existen. La percusión le retumba en el pecho.

 

Parásito

Aquello le resulta tan tierno que no puede evitar sonreír. Es justamente lo que venía buscando con aquel pequeño viaje, que Haku se divirtiera. No es normal que un niño sea así de frío, por más que sea un Dios. Yubaba le había comido la cabeza hasta el punto de hacerle creer realmente que divertirse está mal. Pero ese pensamiento deja paso a otro aún peor cuando, al cabo de unos minutos bailando, ve que al chico yendo hacia él con el rostro pálido y sujetándose el estómago. Le ayuda a salir de la multitud y en un claro donde crece césped, Haku vomita. Al principio Howl piensa que se le habrá revuelto el estómago de tanto dar saltos, pero no tarda en darse cuenta de que no es vómito normal sino una plasta oscura. Frunce el ceño. El niño le mira sonriente. “Estoy bien”, dice, y echa a andar de vuelta hacia la multitud danzante. Howl mira de nuevo al suelo y de aquella masa negra emerge lo que parece un pequeño gusano de ojos saltones. Se agacha y lo mira fijamente. El gusano empieza a reptar alejándose de él lentamente, pero con un gesto de la mano el mago le hace estallar como si fuera un fuego artificial en miniatura.

 Una mezcla de alivio y miedo se arremolinan en su pecho. Miedo porque conoce perfectamente aquel tipo de “criaturas” y es evidente que Yubaba se la ha introducido al chico para controlarle. Y alivio porque ya no lo tiene dentro. Vuelve al círculo de gente que baila y busca a Haku con la mirada. Se infiltra entre la multitud y le toma de la mano, arrastrándole fuera de allí.

—¿Cómo te encuentras?

—Si lo dice por lo de antes, maestro Howl, estoy bien. El estómago me ha molestado todo el día, supongo que algo me sentó mal. Pero ahora me encuentro muy bien —el chico parece darse cuenta de que está sonriendo e inmediatamente torna su expresión a una más seria. Pero algo en su mirada ha cambiado, ya no está vacía.

—Me alegro, joven Haku —le toma de los hombros y se agacha hasta quedar cara a cara con él—. Quiero que hagas una cosa: intenta volar ahora. ¿Crees que podrás hacerlo?

El chico le mira, sorprendido, pero echa un vistazo alrededor, respira profundamente y cierra los ojos.

—Piensa en lo que sientes cuando saltas al ritmo de la música. En lo que sentiste al comer, al beber, al meterte en el agua helada. Piensa en el atardecer.

Los pies del chico dejan de tocar el suelo casi instantáneamente. Howl le mira elevarse, boquiabierto.

 —Mantén los ojos cerrados. No pierdas la concentración.

.

No pierdas la concentración, dice el maestro Howl. Haku ya no siente el suelo bajo los pies. Hay algo muy fuerte en su pecho que tira de él hacia arriba. Relaja las manos, que habían estado en puños, y siente que sube más rápido. Por supuesto no es la primera vez que vuela, pero nunca lo había hecho en su forma humana. La música de la fiesta va quedando cada vez más abajo y el aire se va volviendo más frío. No abras los ojos todavía. Obediente, sigue elevándose. El aire mueve suavemente su pelo. La voz del maestro suena a su lado. Para. Siente unas manos apoyarse sobre sus hombros y voltearle en aire. Mira.

 Al abrir los ojos se estremece. La Luna reposa, inmensa, ante él. La ciudad se extiende bajo sus pies. Están muy alto. Permanece callado unos minutos. Siente como si le hubieran liberado de algo, pero no sabría decir de qué. Se da la vuelta en el aire y mira a Howl. El hombre le mira con expresión de orgullo. El viento también mueve su pelo rubio y la luz de la luna le baña el rostro. De pronto siente una extrema gratitud hacia él. Le abrazaría, pero tiene que ser profesional. Después de todo no sólo es su maestro sino uno de los magos más poderosos en esos tiempos. Gracias, dice en voz tenue. Howl le coloca una mano sobre los hombros amistosamente y le acerca a sí. Pocos minutos después, cuando empiezan a tener frío, el maestro le indica que volverán a la posada volando.

Son muy cuidadosos al bajar para que nadie les vea. El dueño de la posada les recibe con una sonrisa cordial y les sigue con la mirada mientras suben las escaleras hacia la última planta. Haku está exhausto. Lleva tan sólo cuatro días fuera de las termas, pero han sido muy intensos. Sobre todo este último. Se desviste para dormir y se mete en su cama improvisada en el sofá. Al cabo de pocos minutos, se queda dormido.

Cuando Howl sale del baño se encuentra al niño ya dormido. Va despacio hasta la cama y apaga la luz, no sin antes echar una última mirada al sofá. No deja de pensar en el hechizo que Haku ha vomitado. Apenas parece haberle dado importancia y se pregunta qué diría si supiera lo que era. Algo realmente grave. También está impresionado por  lo fácil que le ha resultado a Haku volar una vez tuvo al parásito fuera. Su potencial es muy fuerte, eso está claro. La luz de la Luna entra por la ventana ilumina la pandereta, que descansa sobre una silla. Se queda dormido mirándola. Esa noche, como de costumbre, desfilan por sus sueños fragmentos de lo vivido durante el día: los bordados de la pandereta que brotan convirtiéndose en flores aromáticas, el atardecer fundiéndose a lo lejos y los ojos de Haku, indescifrables, que le miran recortados sobre la silueta de la Luna.

Secretos

La mañana siguiente amanece lluviosa. De todas formas, ya tienen que volver al castillo. Haku está mucho más calmado, pero aun así se puede notar algo distinto en él y Howl se da cuenta de que hasta la noche anterior su mirada había tenido un deje artificial. Sigue siendo muy correcto y educado; se despide de Assed con una reverencia, tal y como se presentó dos días antes, y al llegar al castillo hace lo mismo con Cálcifer. El demonio parece que va a decir algo, pero Howl le lanza una mirada seria y manda al chico a su habitación.

—Tenía un parásito. Yubaba se lo puso.

El demonio abre la boca exageradamente.

—No sé de qué te sorprendes, Howl. A ti estuvo a punto de ponértelo. ¿Pensabas que había cambiado? Algunas personas no tienen remedio.

—No le he dicho nada al chico. ¿Crees que debería?

—¿Para qué? ¿Para que no quiera volver? —Howl refunfuña, pero Cálcifer sigue hablando— Hiciste un juramento. Sabes lo que pasará si el chico no vuelve a las termas, ¿verdad?

Howl baja la mirada al suelo.

—Tienes razón. Lo mejor es no decirle nada.

Notas finales:

¡Gracis por leer! Espero que os haya gustado, hasta la próxima ^^


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