En cuanto el sol se asomó por el horizonte, la puerta del cuarto que compartían el rubio y el castaño, fue abierta por Morgan. Y de inmediato, tanto Thomas como su padre, cumplieron con su parte del trato.
La despedida con el castaño
había constado en un simple beso, un roce casi inocente, sin palabras ni promesas. El castaño, permaneció inmutable frente al director y los guardias, pero ni bien Tom estuvo fuera de la habitación, el joven se dejó caer al suelo de rodillas, comenzando a llorar desconsolado.
El rubio fue trasladado, junto a su padre y dos guardias, al edificio de enfrente, mostrándose dócil y sumiso durante el corto trayecto que hicieron a pie. Y lo cierto era que, estaba abatido.
Una vez que lo registraron en su nuevo destino, se despidió de su padre, se le asignó un cuarto, se le dio ropa nueva y le trajeron el desayuno.
Las reglas de ese edificio eran muy distintas a las del Centro de Corrección.
Las habitaciones del “Hogar de Conversión” eran individuales y contaban con una cama, una mesa con dos sillas y un pequeño baño con un lavabo y un retrete. La rutina era estricta y monótona, siempre igual al día anterior. A primera hora de la mañana, los reclusos debían dirigirse a las duchas, y luego pasar por la cocina y retirar la comida para el resto del día.
Al principio, Tom, no halló grandes diferencias con el otro edificio, y casi se sintió a gusto, pero todo cambió cuando comenzaron las actividades del día.
Luego del almuerzo, los jóvenes tenían la primer terapia del día. Así que, los veintidós reclusos se dirigieron a un auditorio, en cuyo escenario había una cama matrimonial. En cuanto vio aquella escena, Thomas tuvo un mal presentimiento respecto a lo que sucedería a continuación, y al cabo de unos pocos minutos, lo confirmó.
Lo primero que les mostraron fue un joven de unos 18 años, el cual fue amarrado y violado brutalmente por un guardia que lo penetró con un palo de madera. El espectáculo duró media hora entre súplicas y alaridos de dolor, hasta que el joven se desmayó. Luego, apareció un hombre de sotana, y les explicó que el joven había sentido un terrible dolor debido a que el hombre no tenía orificios preparados para ser penetrados, a diferencia de la mujer, cuyo orificio se lubricaba naturalmente. Posteriormente, les dio una rudimentaria clase de anatomía, reproducción y religión.
Dicha terapia se extendió por cuatro largas horas.
Tom regresó a su habitación donde cenó una especie de pastel de carne frío e insípido. Aún faltaban unas tres horas para la medianoche, por lo que el rubio se recostó en su cama, dispuesto a dormir hasta que las campanas lo despertasen.
Ethan había seguido todas las indicaciones que le había dado el rubio. Y en cuanto oyó las campanas, encendió una vela y la acercó a la ventana. Había estudiado de memoria la clave Morse, y había estado toda la tarde escribiendo mensajes para el rubio.
Entonces vio un destello al otro lado del patio, lo que hizo que su corazón saltara. El castaño tomó lápiz y papel y aguardó por el mensaje. Puntos y líneas fluyeron bajo el trazo de Ethan, y, en cuanto las señales cesaron, el joven pudo interpretar lo que Tom quería decirle:
“Te quíero"
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