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Hades' Lover [Pausado] por Blacky_Swann

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—Solo lo dices para alegrarme.


—Solo digo la verdad —YoonGi volvió a enderezarse, con aquella sonrisa ladeada en el rostro. —No tengo razones para mentirte, ¿no lo crees?


YoonGi se apartó hasta volver a recargarse contra la columna; sus ojos oscuros no se apartaban de la delgada figura de Jimin, como si quisiera grabarse en la mente su imagen. El castaño comenzó a jugar con las mangas de su camisa, sin atreverse a mirar a su repentino compañero; unas enormes ganas de acercarse a él y abrazarlo, se apoderaron del chico, avergonzándolo más de lo que ya estaba. En menos de 5 segundos, se había convencido a sí mismo, de haberse vuelto completamente loco, y enamorarse de un hombre de quien solo conocía el nombre.


Espera un momento.


—Eres muy lindo, ¿te lo habían dicho antes? —Jimin alzó la mirada, encontrándose con los bellos ojos de YoonGi; y juraba que hasta sus orejas se habían encendido como luces de navidad ante las palabras del moreno. —Y muy sincero. Tus expresiones te delatan al instante —volvió a reír, cerrando los ojos y agachando la cabeza.


— ¡Ah! ¿Pero qué cosas dices? —escuchó la melodiosa voz algo ahogada, y mirando por el rabillo del ojo, notó a Jimin acuclillado en el suelo, con el rostro escondido entre sus brazos. Sus hombros temblaban un poco, y podía escuchar un sonidito proveniente de aquel cuerpo ovillado a su lado. —Nunca había conocido a alguien tan directo como tú —añadió el castaño, alzando la cabeza, dejándole ver a YoonGi, la sonrisa más bella del mundo.


— ¿Y eso te agrada?


—Mmmmm... no lo sé. ¿Me gustará? —recostó su cabeza sobre los brazos, sonriendo ladino; el moreno captó el tono coqueto del chico, invitándolo a sentarse frente a él, con las piernas cruzadas. Se quedaron en silencio, mirándose fijamente, con pequeñas sonrisas por parte de Jimin. — ¿En serio crees que soy lindo?


—Lo creo... incluso creo que lindo es algo demasiado soso para describirte.


Jimin empezó a reír, bajando la cabeza y rascando su nuca, sin saber muy bien cómo reaccionar a las palabras del moreno. Pero la sensación de familiaridad no se apartaba de su pecho; cada vez que miraba a YoonGi a los ojos, tenía la sensación de haberle conocido antes. Quizá en la escuela primaria, algún viaje familiar en las vacaciones. No. Era algo más... profundo. Ni siquiera la frialdad de la mano de YoonGi contra su mejilla, lo sacó de sus pensamientos. Al contrario. Sentía como si su lugar, fuera entre los brazos de aquel extraño hombre; su piel ardía, de la misma forma en que se extraña el calor del ser amado. Un pensamiento que lo tomó desprevenido, provocando que se apartara bruscamente.


—Lo siento.


— ¡N-no! Yo...


—No tienes por qué excusarme. Fue demasiado atrevimiento de mi parte.


Y por primera vez, notó un deje de desilusión en las facciones del moreno. Dudoso, tomó entre sus manos, la ajena, entrelazando los dedos, sorprendido de la familiaridad del toque. Un suave movimiento, y antes de notarlo, en el dorso de su mano descansaban los rosáceos y fríos labios del mayor. Un beso tan efímero como el aleteo de una mariposa, pero con la sensación de años de nostalgia. Intentó hablar, notando un nudo en su garganta.


—Dime... ¿me permitirías observar tu recital? —la voz de YoonGi volvió a resonar entre las paredes de piedra, despertando de su ensoñación al castaño.


—Mi... ¿mi recital? —el moreno asintió en silencio, de vuelta con aquella seria expresión. — ¿Por qué?


—Deseo ver más de tu actuación... y ensayar lejos de todo lo que te frustra, te hará bien —Jimin mordió su labio, dudando de la respuesta que daría. — ¿Por favor? —YoonGi hizo una especie de puchero, intentando mostrarse adorable frente al bello bailarín, quien no aguantó más, comenzando a reír con ganas, como necesitaba desde hace tanto tiempo.


— ¡Está bien! Está bien... tú ganas, ¡pero nada de burlarse!


El castaño se puso de pie, sacudiendo de sus ropas el polvo acumulado en el suelo y los escombros. YoonGi le siguió casi al instante, pasando al lado del menor, apretando suavemente su mano a modo de ánimo, antes de soltarlo como quien no quiere dejar ir al tesoro más grande del mundo. Tranquilamente, tomó asiento entre la suave hierba, mirando fijamente hacia el menor, con el fantasma de una sonrisa en el rostro. Sus ojos desbordaban de expectación, jugando con la brizna de césped. Jimin, por su parte, caminó al centro del templo, dándole la espalda al moreno, respirando hondo una y otra vez, intentando controlar los nervios.


Su mente quedó en blanco; el sonido del viento y las hojas de los árboles, se fue apagando lentamente. El ritmo de la música inundó el lugar, como si realmente tuviera unas bocinas con él. Su cuerpo se meció delicadamente, como si el viento se convirtiera en su titiritero, y moviera sus extremidades a través de delgados hilos. Ni siquiera pensaba en el tiempo o el paso siguiente; su mente estaba concentrada en reproducir la música, y su cuerpo respondía al ritmo de la melodía por sí solo, hablando por su cuenta, y relatando a la perfección la historia. Su voz no tardó en aparecer en escena, cantándole a un personaje inexistente. Cada sentimiento podía sentirlo en carne propia; las lágrimas inundaban sus ojos, y estrangulaban su garganta; más de una vez cayó al suelo entre sonoras carcajadas; y en varias ocasiones, estuvo a punto de romperse la mano al intentar golpear las columnas, en arranques de ira.


YoonGi solo permanecía en silencio, deleitándose con los movimientos del castaño, sonriendo y mirando de a ratos el suelo. No se había equivocado, Park Jimin seguía siendo la imagen de la perfección, en todo sentido. La silueta de su cuerpo, la tersura de su piel, el brillo de sus ojos, la suavidad de su voz, la delicadeza de sus movimientos. Pero lo que más resplandecía en ese bello joven, era la pureza de su corazón. La inocencia se negaba a dejar aquel menudo cuerpo, con el único pecado de ser demasiado consciente de las palabras de la gente. Una de sus manos sacó una cajita de su bolsillo, acariciando con el pulgar la tapa de la misma, sin apartar la mirada del moreno. Una vez más, aquella joya volvería a su dueño.


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