Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El clan por FiorelaN

[Reviews - 7]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Capítulo XII: "Funeral"

Narración en tercera persona

Bajaron las escaleras con la inquietud de saber si Itachi habría oído algo, si, al verlos con calor, y a Naruto tremendamente sonrojado, el Uchiha mayor se imaginaría algo de lo que había pasado entre esos dos jóvenes. Tenían la inquietud de saber qué era lo que pensaría ese hombre apenas los tuviese en frente.

La complicidad de ambos era enorme y se miraban mientras bajaban la escalera. Naruto traía consigo la inseguridad y la vergüenza tallada en su rostro, pero Sasuke traía solamente inquietud y el intento de hacer sentir seguro a su rubio.

—¿Todo en orden? —les preguntó Itachi al verlos bajar.

—Sí—respondió simplemente Sasuke con sus manos en los bolsillos.

Ambos se quedaron parados frente al mayor. Sasuke intentaba parecer lo más normal posible con su seriedad y despreocupación de siempre, mientras que Naruto se arrugaba la camisa por la parte de abajo con las manos en señal de nerviosismo.

—Naruto, ¿estás bien? —le preguntó con seriedad el mayor de todos al ver el color rojo en el rostro del rubio y su claro nerviosismo.

En ese momento, no se le había ocurrido otra cosa mejor para salvar a Naruto de un desmayo por no saber qué contestar, porque lo notó. El rubio estaba petrificado, como si los hubieran agarrado infraganti. Se notaba que Naruto jamás había hecho absolutamente nada, pero Sasuke pensó en qué decir. Además, iba a aprovechar para contarle a su hermano sobre su relación y para que Naruto lo escuchara para que ya no le quedara duda alguna sobre su amor por él, para que viera que con él iba más que en serio y no tenía problemas en contárselo al mundo entero. Quería demostrarle que él no era un juguete, ni un escudo, y mucho menos alguien para un rato. Naruto era su mundo y al único que deseaba para toda su vida.

—Naruto está bien. Solamente está algo nervioso por el anuncio que debemos hacerte—se adelantó a responder el Uchiha menor con total despreocupación.

—S-Sasuke…—susurró su nombre sin entender demasiado, pero, si era lo que pensaba, la vergüenza se le subiría increíblemente.

Sasuke se cruzó de brazos y miró directamente a los ojos de su hermano mayor.

—Los escucho—dijo Itachi sumamente serio cruzándose de brazos, al igual que su hermano.

—Naruto y yo queremos informarte que, a partir de ahora, somos una pareja—sonó serio y firme en sus palabras.

—Sasuke…—dijo entre dientes Naruto poniéndose doblemente nervioso, además de sorprendido por las acciones del azabache menor.

Itachi guardó silencio unos segundos inspeccionando a los jovencitos con la mirada, pero luego suspiró y dibujó una amable sonrisa, poco común, en su rostro.

—Bien. Me alegro por ustedes—respondió simplemente—. Veo que han podido arreglar sus diferencias también. Eso es bueno.

—Sí—respondió Sasuke simplemente.

—Bueno, Naruto. Bienvenido a la familia—le extendió la mano y el rubio se sonrojó aún más preso de la emoción y la sorpresa.

Se quedó mirando la mano de Itachi por unos segundos que fueron eternos para él mismo para luego empezar a mover la mano lentamente y con dudas. Finalmente, tomó la mano de Itachi, el cual tenía un fuerte agarre lleno de seguridad, y se sintió pequeño ante ese hombre que le estaba dando la bienvenida a su familia.

¿Familia? Qué palabra tan lejana y desconocida era para Naruto. Era cierto que Tsunade y Shizune se habían encargado de ser lo más cercano a una madre para él, pero no era lo mismo y su padrino poco había estado para él, pues era un escritor famoso y se la pasaba viajando por el mundo trabajando en sus novelas. Poco tiempo le quedaba para su ahijado. Y, en ese momento, Itachi le estaba dando la bienvenida a su familia. Entonces, la idea apresurada de formar una familia con Sasuke lo hizo avergonzarse y sonrojarse aún más. ¿Podría este hombre de fuerte porte y mirada segura ser su familia junto al chico que era dueño de su corazón? La idea lo hacía sentir tan seguro y reconfortado que casi soltó unas lágrimas por la emoción.

—Muchas gracias, señor Uchiha…—le dijo sumamente emocionado Naruto sonriendo mientras aguantaba las ganas de llorar.

—¿Señor Uchiha? —preguntó Sasuke pareciéndole divertido que llamaran a su hermano de esa forma y soltó una pequeña risa.

Itachi lo miró con algo de molestia y suspiró.

—Sasuke—lo mencionó para que dejara de burlarse de él en su interior—. Por favor, Naruto. Ya te he dicho que me llames Itachi—le dijo amablemente al rubio.

—Sí. Lo siento, Itachi—le respondió comenzando a soltar unas lágrimas mientras se cubría la cara con su brazo para limpiarlas—. Me siento tan feliz, dattebayo…

Itachi no pudo evitar sentirse bastante enternecido ante la reacción de ese jovencito y sonrió por impulso por el gusto que le daba ver feliz al hijo del mejor amigo de su padre, a quien se parecía cada vez más. Minato Namikaze era un hombre muy apreciado por Itachi y al cual respetaba enormemente.

Sasuke también logró sentir mucha ternura por Naruto. Él sabía cuánta importancia tenía para su chico el hecho de que lo hiciesen sentir en familia, porque era algo que tenían en común desgraciadamente: no tenían una familia. Juntos los tres, podían volver a experimentar lo que era tener una. Se sintieron completos por primera vez en mucho tiempo.

Itachi soltó la mano de Naruto, quien aún limpiaba sus lágrimas, y colocó su mano sobre el hombro del jovencito.

—Vamos, Naruto. Te llevaré de regreso—le anunció.

—Sí—respondió.

Itachi abrió la puerta de la casa para salir. Se adelantó a ir a encender el automóvil y, de paso, les daba espacio para que los dos jóvenes se despidieran.

—Sasuke…—susurró su nombre mientras lo miraba con un sonrojo en sus mejillas.

Sasuke no dijo absolutamente nada. Simplemente, llevó una de sus manos a la barbilla de Naruto y posó sus labios sobre los de su amado chico, haciendo que el sonrojo aumentara.

—Tendré que guardarte el chocolate en la nevera para mañana—le sonrió el azabache.

Naruto se sonrojó doblemente.

—¿Quieres decir que me estás invitando a venir a tu casa mañana? —preguntó tímidamente.

—Sí. Si es que quieres venir, pero te comes eso con una cuchara—le dijo seriamente.

—¿N-No te gustó… l-lo de hoy? —preguntó Naruto algo confuso.

—Sí, solamente que es nuevo para mí y me siento algo abrumado, y no me gustaría arruinar las cosas perdiendo el control contigo. ¿Me entiendes? —respondió mirando sus ojos con intensidad.

—Sí, pero… no creo que arruines nada, Sasuke—le dijo perdiéndose en sus ojos y volviendo a juntar sus labios en un breve beso.

—Anda, que mi hermano te está esperando.

—Nos vemos mañana—le sonrió cálidamente mientras le daba un beso extra en la mejilla para luego salir de la casa.

Sasuke se quedó parado en el umbral de la puerta observando cómo Naruto subía al automóvil de Itachi. Al empezar a dar marcha atrás el vehículo, Naruto saludó con su mano a Sasuke sonriéndole muy sonrojado y Sasuke sólo le hizo una señal con su cabeza que indicaba que correspondía a su saludo, porque estaba reticente a sacar sus manos de los bolsillos para saludar al rubio frente a su hermano.

—Hasta luego, dobe…—susurró mientras sonreía como un idiota sin darse cuenta, pero, cuando lo descubrió, se puso serio inmediatamente.

Un nuevo día se asomaba en Konoha y traía consigo una nueva noticia trágica, la cual no podía pasar desapercibida por la gente de aquella tranquila ciudad: habían encontrado el cuerpo de un hombre dentro de su automóvil en el gran lago de Konoha. El hombre parecía haberse despistado por una falla mecánica en los frenos del vehículo, cayendo por el puente en una mala maniobra para esquivar otro vehículo.

Por supuesto, esta noticia traía alivio al corazón de Itachi Uchiha, pues el asesino de uno de sus más confiables y preciados hombres había pagado por su crimen. Aunque era verdad que el autor intelectual de dicho crimen había sido Obito Uchiha, sabía que Kakuzu había cometido tal acto con todas sus ganas, pues le había traído un odio inmenso desde hacía tiempo al pobre Sasori.

Era cierto que Itachi lavaba un poco sus culpas al asesinar a Kakuzu, porque el mismo Itachi había colocado en la línea de fuego a Sasori y estaba muerto por haberlo llevado a ser su peón en ese juego de ajedrez mortal.

Ese fin de semana, nadie pudo divertirse ni salir a dispersarse, porque todos estaban conmocionados. Al parecer, a pesar de su humor poco agradable, de su carácter impaciente y de su atemorizante personalidad, Sasori era sumamente apreciado por todas las personas de la empresa de los Uchiha, pues ni uno solo de aquellos que habían conocido al pelirrojo faltó a su funeral.

Aunque parecía un poco salido de tono, para guardar las apariencias de inocencia, el mismo Obito asistió personalmente a ese triste funeral.

La presencia de Itachi era infaltable. Estaba allí firme como un soldado al lado de Deidara, que observaba cómo el cajón de su amado descendía lentamente hasta desaparecer de su vista en aquel oscuro y frío agujero. A cada segundo que veía cómo descendía el ataúd, sus sueños, esperanzas y su propio corazón también descendían a ese sepulcro. Sus lágrimas no paraban de salir, quemando sus mejillas, sin importarle quién lo viera llorar por el amor de su vida.

El joven Uchiha no podía dejar de observar a Obito, quien mostraba una cara seria, pero llena de pena, como si realmente le afectara la perdida de aquel a quien había enviado a ejecutar, pero decidió apartar la vista de esa persona a la cual deseaba hacerle pagar todos su crímenes y a quien estaba detestando doblemente por haber lastimado a Deidara, quien era su protegido y a quien le tenía un afecto muy grande.

Sus ojos fueron hacia una anciana que se había acercado al sepulcro para observar el ataúd que ya se encontraba tocando la tierra a dos metros de profundidad mientras sus lágrimas mojaban la tierra de ese cementerio. No pudo evitar abandonar la posición que tenía al lado de Deidara para ir a ver a esa mujer.

—Señora Chiyo, mis condolencias para usted y su familia—le dijo Itachi al estar al lado de aquella mujer.

—Gracias, jovencito…—respondió con la voz quebrada aquella pobre mujer.

—Está de más decir que cualquier cosa que se le ofrezca y necesite para usted y su familia, simplemente, puede pedírmelo y se lo daré encantado. Sasori era un gran chico, muy cumplidor y uno de mis mejores empleados. Estoy muy complacido con él por todo lo que nos brindó mientras estuvo trabajando con nosotros—le dijo con amabilidad y mirando a los ojos llenos de dolor de aquella anciana.

—Muchas gracias, jovencito. Usted siempre fue muy bueno con mi querido nieto. Él siempre hablaba muy bien de usted. Se ha portado muy generoso con nosotros al cubrir todos los gastos del funeral. Ya ha hecho demasiado. No quiero molestarlo más—le respondió bajando la mirada.

—No es molestia, señora Chiyo. Cuenta conmigo para lo que necesite. Sólo debe llamarme y yo la atenderé enseguida—le dijo sacando una tarjeta con su número telefónico del bolsillo de su chaqueta para entregársela a ella.

—Está bien—le respondió tomándola.

—Bueno. La veré luego, señora. Lo siento mucho de nuevo—se despidió de ella para volver a donde estaba Deidara, pero el rubio ya no se encontraba donde lo había dejado.

Itachi miró hacia el frente y pudo ver a Deidara al borde del sepulcro mientras sus lágrimas caían sobre el ataúd.

—Sasori…—lo oyó susurrar el nombre del pelirrojo con tanto dolor que se le estremeció el corazón.

—Deidara—lo mencionó preocupado y acercándose enseguida al lado del rubio para sujetar su cuerpo.

Parecía que iba a desmayarse en cualquier momento por tanto llorar, porque, desde que lo había ido a buscar al orfanato para ir al funeral, ya que el rubio le había insistido incesantemente para ver a su amado por última vez, no había dejado de llorar ni por un instante.

Estaba parado ahí, al borde del sepulcro, e Itachi temió que cayera al hueco sobre el ataúd. Por eso había ido a sujetarlo para, de paso, sacarlo de allí.

—Deidara, por favor, aléjate un poco—le pidió mientras lo llevaba unos pasos hacia atrás.

—Déjame…—susurró con su voz quebrada—Déjame, Itachi…

Quería soltarse del agarre del azabache, pero no tenía fuerzas ni para respirar. Dejaba escapar el aire y tardaba más de la cuenta en volver a inhalar más por las pocas ganas que tenía siquiera de seguir con esa tarea involuntaria del cuerpo.

—¿Que no ves que ya no me queda nada?…—le dijo e hizo que Itachi apartara la vista de su rostro, porque ya no soportaba ver el dolor estampado en su cara—Yo sólo quiero morirme, Itachi… Sólo quiero morirme, porque no tengo más nada… ¿Por qué no sólo me muero y ya? Lo único que he hecho desde el día en el que nací fue sufrir… Mis padres no me quisieron y me abandonaron. Me dejaron tirado en la calle hasta que un juez me metió en un orfanato y nadie se compadeció de mí jamás. Ninguna familia me deseó tener como hijo y jamás lo harán, porque casi tengo dieciocho años… Luego tú apareciste y creí que ibas a darme una familia, pero me metiste en otro orfanato y me dejaste ahí para utilizarme como un peón a tu antojo, robándome mi poder de decisión y haciéndole creer a Tsunade que me estabas cambiando la vida al hacerme tu “asistente” en la empresa. Y la única persona que me demostró algo de cariño sincero…—apretó los dientes, los ojos y los puños mientras el llanto se apoderaba de nuevo de él—…está en un maldito ataúd, porque al destino se le ocurrió que tuviese un estúpido accidente…

—Deidara, sé que estás sufriendo, pero debes calmarte. No puedes pensar de esa forma—dijo mientras estaba seriamente preocupado por el rubio, ya que estaba diciendo abiertamente que deseaba morir.

Se moría de ganas de decirle que Sasori no había sido el único que lo había apreciado, porque él, desde el primer día en el que había conocido al rubio, no había podido evitar sentir un inmenso afecto hacia él.

Pese a que siempre se habían llevado bastante mal por el rechazo que el rubio le tenía por haberlo llevado al orfanato que dirigía Tsunade y por utilizar ciertas habilidades que tenía para la fabricación de bombas de relojería y su impresionante manejo para cualquier tipo de explosivo, además de su inteligencia de saber usarlos, cómo, cuándo y dónde meterlos para dar increíbles sorpresas a quien Itachi decidiera, siempre le había tenido un profundo cariño y había sido su favorito entre los jóvenes que había ayudado en el orfanato.

Ese chico era un soldado perfecto, porque no solamente era increíblemente habilidoso para los explosivos y un experto en ellos, sino que también se le había hecho muy fácil aprender a utilizar cualquier tipo de arma y era bastante bueno en el combate, además de su otra increíble habilidad para la informática, la cual usaba para el hackeo. Era su pequeño gran soldado, perfecto para cualquier trabajo que le quisiera dar, pero Itachi no permitía que participara casi nunca en ningún operativo, porque temía que le hicieran daño o que se involucrase demasiado. Jamás había dejado que asesinara a ninguna persona, porque todavía era muy joven para malograrse la conciencia por culpa de él.

Deidara pensaba que Itachi le había arrebatado la libertad, porque, pese a que no era feliz en su antiguo orfanato, al menos, había estado tranquilo. Itachi había aparecido en su vida para alejarlo de aquello a lo que había estado acostumbrado para llevarlo a un lugar desconocido y meterlo en una banda de criminales que se hacían pasar por salvadores de la ciudad con la promesa de tener una mejor vida al darle una educación costosa y trabajo seguro en su empresa en un futuro, lo cual era verdad. Itachi no le había mentido, pero hasta él mismo sabía que se había aprovechado de la desesperanza de aquel rubio para convencerlo con la ilusión de un futuro brillante.

Itachi sabía que se había aprovechado de la ingenuidad de Deidara, de sus sueños de ser alguien importante en la vida, y no un simple huérfano que no tendría a dónde ir una vez que cumpliera la mayoría de edad, pero pensaba recompensar al rubio con más de lo que le había prometido por haberle dado más desgracias que dichas desde que lo había conocido.

Verlo llorar desgarradoramente lo hizo reflexionar si debía prescindir del trabajo que le había hecho hacer hasta ese momento, como encargarse de elegir los explosivos que debían comprarse en el mercado negro, hackear sistemas para la recolección de información importante sobre ciertos asuntos con respecto a la ciudad y sus criminales, de su tío Obito, y proteger sus computadoras y aparatos electrónicos de cualquier otro hacker o virus informático, principalmente, proteger toda computadora de la empresa. También trabajaba en la creación de bombas de relojería implantadas en sus esculturas, las cuales eran fáciles de meter a ciertos lugares que quería que explotaran, ya que podían pasar como un regalo.

Se estaba planteando seriamente el hecho de que siguiera con todo ese asunto, porque ya no soportaba que el rubio pensara que solamente lo estaba usando. Ni siquiera había sido así al principio, porque, realmente, deseaba ayudarlo además de obtener ciertos beneficios.

Realmente, deseaba darle una mejor vida y sabía que no podía tenerlo en su casa, porque jamás estaría en ella y no quería someter a alguien más a la misma soledad que sufría su hermano Sasuke. Ya le era demasiado duro hacerlo con su hermano. No iba a agregar a alguien más a la lista, pero quería que Deidara empezara a hacer lo que él le había dicho a Tsunade que hacía: ser un simple asistente.

Obito se acercó a ellos con su mejor cara de pena.

—Lamento la pérdida de tu empleado, querido sobrino—le dijo con angustia fingida.

Itachi lo miró con seriedad para no mirarlo con odio.

—Gracias, tío—le respondió simplemente.

—Deidara, supe que él era muy cercano a ti. Lamento tu perdida, chico—se dirigió hacia el rubio con pena fingida.

No recibió ninguna respuesta de parte de Deidara, porque estaba sumido en el dolor y arrugaba su camisa entre sus manos apretándola para ver si soportaba mejor el dolor de esa manera.

Luego del funeral, ambos jóvenes estaban dentro del automóvil de Itachi, que estaba estacionado fuera del cementerio.

Deidara estaba en completo silencio mientras sus lágrimas continuaban saliendo. Solamente tenía entre sus manos una de las rosas de aquel ramo que su novio había comprado para él. El resto de aquellas rosas las había dejado en la tumba de su amado.

—Deidara, sé que me odias—comenzó diciendo Itachi—, pero quiero que sepas que yo por ti no siento eso.

—¿De qué me sirve saber eso? No me sirve de nada saber que no me odias…—le respondió mirando por la ventana del auto en dirección a donde estaba la tumba de su novio—Quisiera estar ahí con él…

—No me dejas muy tranquilo diciendo esas cosas, ¿sabes? —le informó con preocupación que no expresaba en su rostro, pues sólo mostraba seriedad.

—¿Desde cuándo te preocupan tus juguetes? —le preguntó pasando a mirarlo con rabia directo a los ojos.

—Tú no eres un juguete y nunca lo has sido. Sí me he servido de tus conocimientos y habilidades para mi beneficio, pero jamás fue mi intención usarte. Te llevé de ese lugar porque iban a sacarte de allí de todas formas para meterte en un correccional de menores por fabricar explosivos caseros y decidí hacerme cargo de ti, ¿sabes? —le explicó siendo severo en su forma de hablar.

—¿Gracias? A cambio me hiciste tu esclavo, Uchiha—le reclamó.

—Pues ya no lo eres—le dijo y el rubio se sorprendió ante eso—. Eres libre de hacer lo que quieras a partir de ahora. Puedes seguir conmigo en la empresa si quieres, pero como un simple asistente.

—¿Qué? —estaba más que sorprendido.

—Ya no te quiero en Akatsuki. Puedo contratar a tres o cuatro personas que pueden hacer tu mismo trabajo. Te seguiré ayudando con tus estudios y tendrás todo lo que prometí darte—le dijo con seriedad sin dejar de mirar sus ojos.

—¿Por qué? —preguntó confundido—¿Acaso te di pena y te sentiste culpable por verme sufrir? —dedujo.

—Eso viene pasando desde antes de que le sucediera eso a Sasori. No es algo nuevo el que esté pensando en apartarte. De hecho, jamás debí meterte en todo esto. Debí darte sólo el puesto de asistente y nada más—miró hacia el frente observando cómo el cielo se nublaba—¿Ya ves? No eres un juguete. Solamente me serviste de ayuda un tiempo, pero no te descarto y tampoco fue la razón principal por la que te saqué de ese lugar.

—¿Entonces, por qué fue? —exigió con molestia.

—Conocía a tu familia—le confesó.

Deidara abrió sus ojos enormemente sorprendido por lo que acababa de escuchar. ¿Cómo era que conocía a su familia? ¿Por qué no se lo había dicho antes? ¿Qué era lo que estaba sucediendo?

—Explícate ahora mismo, Uchiha… ¿Cómo es que conocías a mi familia y no me dijiste nada? —se enfureció mientras derramaba más lágrimas.

—No conocí a tus padres, pero sí a tus tíos. Yo les tenía un gran aprecio y es lo menos que pude hacer por su sobrino—le contó pasando a mirarlo a los ojos nuevamente.

Ver esos ojos azul cielo derramar lágrimas le partía el corazón y no podía evitar que la verdad saliera de su boca.

Para Deidara, estaba siendo demasiada información todo lo que estaba recibiendo, más que nada por estar afectado por la muerte de su novio, pero Itachi había implantado la semilla de la curiosidad en su cabeza y quería saber cómo era que conocía a sus familiares. Quería saber quiénes eran y quiénes eran sus padres, la razón de haber sido abandonado y por qué sus tíos nunca habían ido a recogerlo de aquel orfanato o de la calle.

Simplemente, se quedó en silencio observando aquella rosa manchada con la sangre de Sasori.

—Tal vez quieras saber de tu familia y estoy dispuesto a contarte todo lo que quieras, pero con calma—dijo llevando una mano al rostro del rubio para hacer a un lado uno de esos mechones que caían sobre su rostro empapado de lágrimas.

No sabía por qué lo había hecho, pero había sido instintivo, como un impulso difícil de frenar. Apartó la mano rápidamente al ver la sorpresa del rubio por su accionar.

—¿No vas a decirme todo ahora? —preguntó Deidara mirándolo con molestia.

—Quiero que te quedes conmigo en la empresa, que aceptes eso al menos, porque sé que estás pensando en abandonar todo y volcarte a la nada. También estás pensando en quitarte la vida—le dijo y atinó en absolutamente todo.

Deidara lo único que deseaba era hundirse en un pozo profundo de soledad y jamás salir de allí, pero deseaba saber de su familia, aunque algo en su interior se negaba a saber la mínima cosa sobre aquellos que lo habían abandonado, pero solamente era su enojo hablando.

La condición para saber acerca de su pasado era quedarse con el Uchiha que tanto detestaba, pero, al parecer, no era tan malo, porque jamás había sido su prisionero, como había creído que lo había sido. Itachi le había hecho entender que él habría podido abandonar su labor criminal cuando se lo hubiese pedido y ser simplemente su asistente, pero su mala imagen hacia Itachi lo hacía ver como un tipo manipulador, soberbio, orgulloso y arrogante que pasaba por encima de todos sin importarle nadie, pero solamente porque no se había tomado el tiempo de conocerlo.

—Está bien…—respondió Deidara—¿Por qué nunca me dijiste que conocías a mis familiares?

—Responderé una de tus preguntas al día a partir de ahora. Solamente una al día y esta es la primera—le informó su decisión, ya que no quería abrumarlo con tanta información repentina y Deidara hizo una mueca de desagrado, pero se resignó.

—Bien, entonces, respóndela—le dijo sin dejar de mirar su rosa.

—No te dije nada nunca porque jamás te vi interesado en saber nada de ti. Tampoco me pareció necesario que supieras que yo era alguien cercano, aunque siempre tuvieras el misterio de por qué alguien como yo había ido a un orfanato a rescatar a un chico que se había metido en problemas porque sí. Supongo que tampoco tengo una razón concreta para darte de por qué nunca te dije nada y sé que no tengo justificación, porque tenías derecho a saberlo. Te pido disculpas por eso—lo miró a los ojos con una sinceridad inmensa en su mirada y con todo su arrepentimiento.

—Está bien, Uchiha. Te perdono, pero me sigues cayendo muy mal ¡Hump! —miró hacia la ventana del auto.

Itachi negó con su cabeza pensando que ese rubio no tenía remedio, pero le parecía muy curiosa su forma de ser desde siempre y siempre le había llamado la atención. Era increíblemente obstinado, orgulloso y bastante divertido en ocasiones. Solía enfurecerse con rapidez y era increíblemente impulsivo, lo cual le preocupaba por el hecho de haber estado mencionando el suicidio.

Se dispuso a encender el automóvil para ir rumbo al orfanato.

 

 

Deidara

Después de aquel insoportable funeral, solamente llegué a mi cuarto y me senté en mi cama. Ni siquiera me había importado cerrar la puerta del cuarto y me quedé mirando el suelo sin más.

El sentimiento de soledad nunca había sido más grande. Me abrazaba con fuerza, como si no quisiera soltarme jamás, y yo ni siquiera peleaba para liberarme de aquella agonía que me estaba consumiendo lentamente.

Solamente lo conocía desde hacía un año, pero, en ese año, había aprendido muchas cosas de él y me había enseñado tanto en lo que respectaba a la empresa. Había sido mi maestro, mi compañero y, aunque luego se había convertido en mi amante, siempre había sabido que lo quería, desde el primer momento en el que mis ojos se habían posado sobre su rostro observando detalladamente cada rasgo, descubriendo sus ojos café ceniza que habían parecido capturarme, su hermoso cabello sedoso, su extraña sonrisa y su forma de actuar tan fría, pero tan atrayente al mismo tiempo.

¿Cómo podría seguir después de esto? Durante un año entero, lo único que había hecho había sido estar a su lado mientras él me había estado enseñando y habíamos estado pasando largos momentos a solas en nuestra intimidad, pero una nueva etapa había comenzado y el destino no me había dejado disfrutarla. Una vez que había empezado a ser feliz, todo se había arruinado y lo había perdido. ¿Cómo podría seguir? ¿Quién estaría a mi lado ahora? Aunque alguien más ocupase su lugar en la empresa enseñándome como lo había hecho Sasori, no creía que pudiera tener algo remotamente parecido a lo que había tenido con mi chico. Ya nada sería igual…

Supe que alguien había entrado a la habitación. ¿Qué otra persona podía ser más que Hidan? Elevé la vista un momento para confirmarlo y ahí estaba, parado unos centímetros adentro de la habitación mirándome con sus manos puestas en sus bolsillos. No le presté atención y seguí sumergido en mi miseria.

—¿Todo en orden? —me preguntó.

No respondí nada, pero mi silencio le dijo algo. Era muy intuitivo con la conducta de los demás. Sabía qué era lo que querían decir con sólo observarlos.

Empezó a caminar hacia mí y se sentó a mi lado soltando un pesado suspiro. Lo miré de reojo sin expresión alguna en mi rostro, porque la verdad era que ya no tenía nada dentro que expresar. Estaba muerto en vida y anhelaba algo de calor, compañía y cualquier cosa que me regresara una pizca de alegría. Hidan podría solucionar eso, porque nunca me abandonaba, ni en los malos momentos.

Siempre nos habíamos llevado bastante mal Hidan y yo. De hecho, no hacía más de un par de años que nos habíamos empezado a tolerar y luego nos habíamos hecho amigos. Después habíamos sido mejores amigos. Las peleas nunca habían faltado, pero nos habíamos vuelto bastante unidos, aunque siempre habíamos negado agradarnos o no nos habíamos expresado afecto, a menos que hubiera sido un momento como este, donde habíamos cedido y habíamos dejado de comportarnos como dos tontos que fingían no quererse.

Al principio, no lo había soportado y hasta había pensado que lo que había sentido por él era un odio inmenso. Siempre se había estado burlando de mí, porque había dicho que me parecía a una chica y que era histérico como una. No había apreciado mi arte, había dicho que mis esculturas de arcilla eran una porquería o que eran una estupidez, que había cosas mejores a las que llamar arte y que lo mío era basura. Hasta habíamos llegado a golpearnos por ese tema, porque detestaba que se metiera con las cosas que yo apreciaba y no había podido evitar meterme con su estúpida religión, lo cual había terminado en más pelea. Todo eso había terminado un día, cuando habíamos crecido un poco más y habíamos empezado a madurar, aunque todavía, en ocasiones, seguía bromeando, a mí no me hacía ni un poco de gracia que bromeara con mi arte, pero ya no terminábamos peleando como antes.

Hidan se había convertido en mi confidente. A él le contaba absolutamente todo, desde lo que pensaba al despertarme hasta mi último pensamiento en la noche. Sabía que podía confiar en él y él solía contarme muchísimas cosas también. Me tenía tanta confianza como yo a él.

Sabía que el que le había dado la información sobre mí y Sasori había sido él, porque nadie más lo sabía, pero no me había enojado con Hidan. Sabía que lo había hecho por una buena razón. En realidad, más que nada no había tenido tiempo de enfadarme mucho por la noticia de la muerte de mi novio, pero tampoco podía enfadarme con Hidan por hacer lo que debía hacer. Si no era por un buen motivo, jamás me traicionaría de esa manera y, además, se fijaría a quién se lo decía y el Uchiha no era precisamente malvado. A pesar de que yo lo detestaba como no tenía idea, confiaba en él, porque era un hombre correcto y de palabra.

—¿Necesitas algo, Deidara? —me preguntó para romper el inmenso silencio que se había formado hacía más de quince minutos.

La verdad, necesitaba muchísimas cosas. Una de ellas era que mi novio resucitara, pero era imposible. Lo más posible que podía recibir era que me dejaran tranquilo sufriendo en silencio, aunque eso me destruyera, pero por alguna razón mi cuerpo pedía calor y compañía. Más que mi cuerpo, era mi corazón… Necesitaba un amigo, una mano que se posara sobre mi hombro y me dijera, que me prometiera, mejor dicho, que el maldito dolor iba a pasar y que, algún día, dejaría de sufrir como si me estuviesen torturando lentamente. Quería lo que había perdido, aunque sólo fuera un destello de aquello.

—¿Deidara? —insistió con evidente preocupación en su voz, preocupación que ya no se molestaba en ocultar.

—Yo…—empecé a decir, pero hice un breve silencio—…quiero que todo vuelva a ser como era antes—finalicé con una lágrima que amenazaba con salir mientras lo miraba a los ojos.

Él tragó saliva, como si lo que le había dicho lo hubiera dejado en jaque sin saber qué diablos responderme. Se detuvo a mirar mis ojos con miedo de abrir la boca.

—Lo siento…—me dijo finalmente apartando sus ojos de los míos.

La verdad era que no entendía demasiado qué era lo que había comenzado a sucederme en ese momento luego de que Hidan se lamentase, pero era algo que no podía controlar. Tal vez era la soledad que me estaba ahogando y había comenzado a ser tan tortuosa que no podía evitar pelear para escapar de ella o quizá era la necesidad infinita de calor, porque me sentía tan frío que no podía soportar sentirme así.

Como si mi cuerpo se moviera solo, al igual que mis ojos, comencé a acercarme a Hidan y mis ojos pasaron a observar sus labios con un hambre que no podía soportar. Mordí suavemente mi labio inferior como intentando resistirme, pero, sinceramente, no pude o… no quise. Lo necesitaba y lo necesitaba con urgencia.

Hidan se espantó un poco, se tensó por mi inesperada reacción y se alejó un poco, pero no me detuve y continué acercándome.

—Eh… Deidara—me dijo tratando de llamar mi atención, pero no le hice caso.

Había algo que yo sabía de Hidan de lo que él creía que jamás me iba a dar cuenta, y era que él me deseaba en secreto. Yo le gustaba, y mucho. No sabía si estaba enamorado de mí. No sabía si podía llamar amor a lo que él sentía, pero estaba seguro de que yo le gustaba, que no era lo mismo que amarme. Le gustaba mi forma física, esa de la cual tanto se había burlado. Sabía que la deseaba y se burlaba por no poder tenerla.

Sabía que no se resistiría por mucho a la oportunidad de besarme. Me sonrojé un poco y no pude evitarlo. Vi cómo me observó las mejillas e hizo esa expresión que me hacía dar cuenta de que le había provocado ternura, pero no se atrevía a cruzar la línea por miedo a que le reclamase más adelante o por el simple hecho de que veníamos del funeral de mi novio y estaba a punto de hacer algo por lo que podrían llamarme “zorra”, aunque fuese un chico.

En ese momento, ya no tuvo lugar a donde moverse y, en vez de levantarse e irse, simplemente se quedó quieto, dejando que yo posara mis labios sobre los suyos. Se sentían diferentes a los de Sasori, pero no necesariamente desagradables. Lamentablemente, no pude evitar imaginarme a mi amado pelirrojo y hasta llegué a creer que había regresado, que estaba probando de nuevo esos labios, pero estos eran labios que no me correspondían como lo habrían hecho los suyos.

Hidan estaba inmóvil, posiblemente, sin saber qué hacer y tal vez solamente se había quedado quieto para complacer mi incoherente capricho, como si no deseara contradecirme por pena, así que separé mi boca de la suya y lo miré a los ojos. Él me estaba mirando con preocupación y totalmente desconcertado, como si no pudiese entender cómo era que yo había profesado tanto amor por Sasori durante casi un año para después de su muerte venir a besar a otro. Entonces…, tuve mucho miedo de lo que pudiese estar pensando de mí y de que, en cualquier momento, se pusiera de pie para gritarme que era un maldito loco, una zorra sin corazón, y que no deseaba tener de amigo a alguien tan repugnante, pero no fue así… Él permaneció quieto, pero sin decirme absolutamente nada.

—Soy patético, ¿verdad? —le dije y bajé la mirada sintiendo vergüenza de lo que acababa de hacer.

—No sé… si patético sea la palabra para describirte en este momento—me dijo y sentí un nudo en el estómago.

Tal vez “zorra” habría sido una mejor palabra para mí en ese momento. Entonces, una pregunta invadió mi mente. ¿Estaba engañando a Sasori? Pero, si él estaba muerto, no podía ser posible estarlo engañando. Aun así, me sentía como si lo estuviese haciendo o me estaba engañando a mí mismo. En realidad, no sabía qué era lo que estaba haciendo ni por qué. Podía formular mil razones y mil excusas, pero ninguna daba una respuesta contundente a tal acto de traición a la memoria de mi chico y a mí mismo.

—Pero creo que estás mal y no sabes lo que haces. Tal vez intentas hacer menguar el dolor de esta forma—me explicó.

Las sesiones con el psicólogo asignado al orfanato sí que servían para dar respuesta a todos los problemas.

—Yo sé que te he gustado desde hace tiempo. Ya… no puedes engañarme. Me doy cuenta de las cosas—le dije ignorando lo que me había dicho anteriormente.

Él suspiró con pesadez después de sorprenderse por lo que yo le estaba diciendo.

—Sí, lo admito—me dijo con seriedad—, pero estás mal. Acabas de perder a tu novio y tú…—miró hacia otro lado intentando no decir nada que me ofendiese—. La verdad es que no sé qué intentas hacer. Sé que he deseado esto hace mucho, pero no lo quiero si es así…

Pude ver algo de tristeza en su mirada acompañada de la preocupación por mis actitudes.

—¿Así cómo? —pregunté haciéndome el que no sabía.

Yo entendía perfectamente sus palabras. Él no quería hacer nada conmigo para quitarme la pena o para que me olvidara de Sasori. No quería ser el objeto consolador de mis amarguras.

—Eres mi mejor amigo y hacer esto después de que perdiste a tu pareja, aunque hayas estado con él sólo un día, no sería correcto. Estuviste seis meses teniendo sexo con él y yo… no quiero ser tu consuelo, y tampoco haría esto con nadie después de perder a su pareja. Seré a veces un patán y a veces parece que no tengo corazón, pero no soy así y tú lo sabes—me dijo y se puso de pie.

—Hidan—lo llamé y volteó a verme—¿Piensas que soy… una maldita zorra? —pregunté con miedo a su respuesta.

Me miró por unos segundos, como buscando la respuesta que me ofendiera menos.

—No sé qué pretendías de mí. Tal vez sexo o tal vez sólo un beso que te hiciera pensar en tu novio muerto ¡No sé! —se alteró y llevó las manos a su cintura.

Logré ponerlo nervioso ante la situación y que se enfadara. Sabía que estaba preocupado, porque yo jamás había actuado de esta forma. Estaba ante un Deidara que no conocía, pero la verdad era que yo tampoco conocía esta parte oscura de mí.

—Lo siento…—me disculpé y vi cómo me miraba con pena—Lamento haberme comportado como una maldita zorra.

—Oye, no—me dijo y volvió a sentarse a mi lado—. Jamás pensé eso si es lo que te preocupa. Un estúpido tal vez, pero no eres una zorra. Sólo estás… muy triste y no piensas. Solamente eso—me dijo tomando mis manos, algo que jamás creí que haría alguien como él.

—Lamento haberte hecho creer que podía utilizarte. Yo no soy así…—le dije comenzando a sollozar y sintiéndome terriblemente mal.

—No importa. Yo sé que no eres así—suspiró con pesadez y esta vez tomó él la iniciativa de poner mi cabeza sobre su pecho— ¿Por qué no olvidamos esto y te relajas un poco? Tal vez deberías dormir un rato o no sé… Lo que sea para que ya no estés tan loco—me dijo tratando de bromear conmigo.

Posé mis manos sobre su pecho arrugando su camisa y mojándola con mis lágrimas de paso.

—¿Qué hubiese pasado si… me hubiese acostado contigo? Posiblemente, luego de eso, pensaría en suicidarme, porque no soportaría estar en mi cuerpo…—dije hundido en la tristeza.

—Dos cosas te diré… La primera es que no soy tan feo como para que pienses en suicidarte después de tener sexo conmigo y la segunda…—suspiró. Sabía que le costaba expresarse un poco, pero lo hacía, al menos conmigo—, jamás habría permitido que te acostaras conmigo en ese estado. Las personas que se acuestan conmigo deben estar felices de venir a hacerlo o no funcionaría, ¿sí? —me explicó a modo de broma y tratando de hacerme sentir menos basura de lo que me sentía.

Sabía que era sincero. Había verdades entre esas bromas. Él jamás se acostaría con alguien deprimido, y mucho menos si ese alguien era su mejor amigo.

 

Notas finales:

Notas de autor: ¡Hola! ¿Les está gustando? Espero que sí.

Estaré esperando sus comentarios ???? ¡DATTEBAYO!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).