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El clan por FiorelaN

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Capítulo XXIII: “Preparativos”. Parte II

 

Naruto

Había salido de la casa de Sasuke sin un rumbo fijo, a pesar de que había dicho que me iría al orfanato, pero mis pies me habían llevado a otro lado. No sabía por qué cada vez que me pasaba algo malo o bueno me iba siempre al mismo sitio: el puente de Konoha. Aquel puente del que me había querido lanzar hacía unos cuantos meses atrás. Volvía a ese sitio cada vez que sucedía algo importante. Era como si el paisaje y las aguas negras de aquel lago que veía desde arriba escuchasen cada uno de mis pensamientos, como si yo les estuviese contando lo que me estaba sucediendo. Muchas veces había querido que aquellas aguas negras me abrazasen y no me soltasen nunca más. Una vez casi lo hicieron, pero esa vez, a pesar de la enorme tristeza que invadía mi corazón completamente, no deseaba desaparecer.

Todo era por Sasuke. Él era la razón de mi existencia. Desde pequeños habíamos estado juntos y solamente por él era que nunca me había entristecido hasta el punto de arrojarme hacia el lago, excepto por una sola vez, cuando había pensado que lo había perdido para siempre. Sin darme cuenta, siempre había creído que el día en él que me faltase, ese sería el día en el que mi vida se iba a terminar, pero él estaba a mi lado con la promesa de jamás soltarme. Sonreí, a pesar de que mis lágrimas caían al vacío mezclándose con las aguas del lago.

¿Por qué hacía tanto frío? Nunca hacía tanto frío como cuando mi corazón se rompía. Mis padres… Ellos estaban muertos y no sabía por qué. El accidente había sido causado por alguien, seguramente. Aunque jamás pudieron resolverlo. Mi cabeza a veces no parecía procesar cierta información y me hacía quedar como un tonto, pero aquella vez no. No era casualidad que los padres de Deidara y mis padres hubiesen muerto de la misma forma, además de con poca diferencia de tiempo. Luego, los padres de Sasuke, quienes nos habían estado cuidando, también habían sido asesinados y en ninguno de los casos se había hallado al culpable. Todo parecía estar conectado.

¿Qué haría? ¿Por qué todo era tan extraño? La baranda de hierro del puente congelaba mis manos y la briza helada estremecía todo mi cuerpo. Deidara… Aquel chico que se había encargado de fastidiarme desde que lo habían trasladado al mismo orfanato en el que yo estaba. El mismo chico que se metía al cuarto que compartía con Sai y Gaara a husmear nuestras cosas, que molestaba a varios en la escuela, el que se burlaba de nosotros y al cual detestaba como no tenía idea… Él era…

Suspiré y apreté mis dientes. Mis manos apretaron con fuerza el barandal del puente. Estaba muy enojado y triste, pero aliviado al mismo tiempo. Era cierto que yo no quería tener nada que ver con ese chico, pero él había sufrido lo mismo que yo… ¿Podía entenderlo? Claro que podía entenderlo. Éramos lo mismo… Él y yo éramos iguales en ese aspecto. Tal vez canalizaba sus sentimientos molestando a otros, pero… ¿por qué? ¿Por qué teníamos que ser de la misma familia? ¿Por qué mis padres habían muerto? ¿Por qué había tenido que terminar todo así? ¿Tenía una empresa? ¿Al cumplir mi mayoría de edad, debía hacerme responsable junto con él? ¿Qué iba a hacer? ¿Qué iba a hacer? ¿Qué iba a hacer?

—¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? No quiero hacer todo esto… No quiero hacerlo… No quiero hacerlo… No quiero una empresa… No quiero soportarlo… No quiero esta vida… No quiero… No quiero… No quiero… ¡NO QUIERO! —mi voz se hizo eco en las aguas del lago.

Me invadía la impotencia y mis lagrimas salían cada vez más, enrojeciendo mis ojos y calentando mis mejillas. Pero, se había sentido tan bien gritar y llorar de esa forma. Era como la negación de la que hablaba la psicóloga del orfanato, pero después venía la aceptación. Deidara era mi primo y había sido un dolor de trasero por la falta de una familia. Yo tenía una empresa junto con él y al ser mayores de edad debíamos hacernos cargo, con la ayuda del señor Itachi, por supuesto.

Había sido todo demasiado, pero me alegraba que Itachi había decidido contarme la verdad y, así, poder conocer mi realidad. ¿Qué iba a hacer yo con una empresa…? Ni siquiera había pensado en qué demonios estudiar al acabar la secundaria… Podría firmar unos papeles y que Deidara se convirtiese en el dueño absoluto de todo. No… Sería huir del problema y cargarle a él toda la responsabilidad. Debía pensar el asunto detenidamente.

Caminé hasta el orfanato y, al llegar allí, le envié un mensaje a Sasuke diciéndole que me encontraba bien. Él me había ayudado a sentirme mejor antes, pero debía descargarme yo solo gritando un poco afuera. Ya me sentía mucho mejor y más despejado. Debía pensar y ordenar mi cabeza para poder entender mejor mi vida a partir de ese punto.

 

 

Deidara

Itachi me había llamado para invitarme a almorzar en su casa junto a su hermano y Naruto. Me había dicho que deseaba contarle la verdad a él también y yo debía estar presente para enterarme de algunas cosas más. Supuse que él no iba a poder librarse de mí tan fácilmente. Su conciencia se lo iba a demandar. Después de lo que había ocurrido en el hospital, no me había vuelto a contactar hasta ese día. Habían pasado unas dos semanas de ello. Al salir del hospital, tampoco se había puesto en contacto conmigo hasta que había tenido la idea de llamarme para invitarme; invitación que era obligada, ya que involucraba asuntos estrictamente de responsabilidad ciudadana.

 

Tiempo atrás…

Llevábamos dos semanas yendo a almorzar después de la escuela. No había un solo día que él no me recogiera y fuésemos a comer a algún lugar. Hablábamos de cómo me iba en la escuela, de todos mis problemas de adolescente y de la gente que detestaba, incluyendo a Naruto. Itachi me escuchaba como si lo que le dijese fuera lo más interesante del mundo. Me observaba como si estuviese viendo algo realmente importante y prestaba atención a todo lo que salía de mi boca. Me inspiraba tanta confianza que hasta le había confesado mi amor por la escultura y que me gustaría entrar a la universidad para estudiar artes plásticas, cosa que ni siquiera Hidan sabía. Ni siquiera me había dado cuenta de lo que había salido de mi boca y me sentí muy avergonzado luego de decirle aquello.

Cuando Naruto le dijo a Tsunade que Itachi había sido ingresado de urgencia al hospital, no había sabido cómo reaccionar y por poco había entrado en pánico. Sólo había podido correr hasta mi cuarto y encerrarme. Me había tumbado en la cama y había abrazado la almohada tan fuerte imaginando que era él, suplicando que no quería soltarlo mientras lloraba como un niño. No supe por qué había hecho eso.

Itachi y yo nos conocíamos desde hacía unos años, pero jamás habíamos tenido una relación tan cercana. Me apegué a él luego de la muerte de mi Sasori. Él había sido el que había sostenido mi mano en todo momento. Me sentía como si estuviese por perder de nuevo a alguien importante en mi vida. Aunque mi mente dijese que él no me importaba y que era un fastidioso que sólo me estaba ayudando por pena, mi corazón se había aferrado tanto a él que se me había estrujado cuando escuché a Tsunade decir que él estaba demasiado grave, porque tenía una enfermedad que podía llegar a causarle la muerte.

Jamás me había sentido tan acompañado, comprendido, escuchado y confortado en la vida como en esas dos semanas. Luego de haber estado todo el día llorando encerrado y con Hidan en silencio en su cama, comprendiendo que debía darme mi espacio, había podido retroceder el tiempo en mi mente y recordar que ese fastidioso hombre siempre había estado ahí para mí. Él me había rescatado de terminar en un reformatorio, me había llevado a un orfanato decente, me había dado muchas oportunidades de progresar y luego me había sacado de la vida delictiva de la que, en ningún momento, él había estado de acuerdo en que yo llevase. No sabía en qué momento, pero mi corazón había empezado a sentir mucha calidez cuando estaba con él y había experimentado nuevamente el frío de la soledad, el dolor y agonía cuando supe que su vida podía terminarse.

Le había contado a Hidan todo lo que me había estado sucediendo sin que me diese cuenta hasta el día en el que había pensado que podía llegar a perderlo. Él me había dicho que, si sentía que podía perder algo o alguien, era porque consideraba mío a ese algo o a ese alguien. Itachi Uchiha… ¿mío? ¿Desde cuándo? ¿Por qué? Hidan me dijo, entonces: “¿Para qué negarlo más tiempo? El Uchiha fue el único que logró hacer que dejases de llorar por Sasori y te olvidases que ya no estaba. Vuelves más alegre de almorzar con él cada día. El tipo se volvió tu confidente y le cuentas cosas que ni a mí me dices. Es como si fuese tu reflejo.”

Me había enamorado. ¿Cómo? No lo sabía. ¿Cuándo? Tal vez…, desde el primer día que había pasado separado de mi Sasori… ¿Tan pronto pude olvidar a mi amor peli rojo o quizá tú fuiste el que plantó la semilla del amor hacia ese hombre en mi corazón luego de morir para que no me sintiese tan solo? ¿Querías que lo amase tanto como a ti? No era casualidad que el aire se sintiese tan perfumado cuando él estaba cerca de mí. Era como estar percibiendo tu fragancia cuando estaba con él. Qué supersticiosos…, pero quizá era verdad. ¿Pusiste a Itachi delante de mis ojos apenas moriste para que me cerrara las heridas? Quería creer en eso.

—Te amo… No mueras tú también…—susurré entre lágrimas antes de quedarme dormido.

A la mañana siguiente no asistí a clase. Pese a todo lo que me dijese Tsunade en cuanto llegase al orfanato, quise ir a verlo. Corrí hasta el hospital y no tardé en ver a Kisame en la sala de espera.

—Kisame—lo llamé y él se volteó a verme.

Me senté a su lado en uno de los asientos de aquella sala.

—¿Qué haces aquí? Tienes que estar en la escuela a esta hora—me dijo algo sorprendido.

—No me importa lo que me digas. Vine a ver a Itachi, hump—le dije cruzándome de brazos.

—Qué obstinado eres… ¿Para qué quieres verlo? —me preguntó sin mirarme.

—Sólo quiero verlo. No es algo tan difícil de entender, ¿sabes? Hump.

—Está bien. Entra tú cuando sea la hora… —suspiró con pesadez—La verdad es que no puedo entenderte. ¿No se supone que no lo soportas y sólo lo llamas cuando necesitas algo?

—Las personas cambian. Él se portó bien conmigo y estoy devolviendo el favor. No es la gran cosa y tampoco es tu asunto, hump—me puse de pie al ver que la luz verde de la habitación de Itachi se encendió, dando a entender que las visitas podían entrar.

Entré en aquella habitación y cerré la puerta tras de mí con un seguro. Pude verlo acostado en aquella cama. Estaba tan indefenso, tan tranquilo, tan quieto… Ese no eras tú, Itachi. Tú eras un hombre ocupado y que siempre estaba dando sermones sobre responsabilidad y madurez.

—Idiota… ¿Por qué te enfermaste? Eres un descuidado…—susurré mientras me acercaba.

Me senté al borde de su cama y puse mi mano sobre su pecho. Había una vía colocada en su brazo y él parecía estar sedado. No podría escucharme ni sentirme. No me había sentido cuando le acaricié el rostro, cuando le susurré que se veía lindo a pesar de estar allí sin arreglarse y que su lenta respiración me generaba paz. No pude evitar empezar a derramar lágrimas y me acomodé a su lado poniendo mi cabeza sobre su pecho. El latido de su corazón me transportó a otro lugar; un sitio donde solamente deseaba estar con él.

—Lo siento… —susurré.

Siempre habías estado ahí para mí. Tu familia y tú se habían hecho cargo de este insignificante huérfano, pero yo me había comportado de mala manera durante mucho tiempo sin saber lo mucho que te habías estado preocupando por mí, al grado de enfermarte.

Luego de un rato, me levanté de aquella cama cuando la estúpida enfermera golpeó la puerta, diciéndome que el horario de visita había terminado.

Después de ese día, tal y como él iba a recogerme a la escuela para ir a almorzar, yo iba a verlo al hospital, aunque él no estaba despierto. Pasaba aquellas horas sentado a su lado o tumbado en su pecho contándole mi día, sabiendo que él no podía oírme, pero imaginaba aquel rostro interesado con el que siempre me miraba.

Pasaron unas cuantas semanas y continué asistiendo al hospital. Aquel día, llegué como siempre y había una enfermera en la habitación.

—Disculpa. ¿Este no es el horario de visita? —le pregunté extrañado.

—Así es, pero me retrasé un poco y no he terminado mi trabajo—me respondió y pude ver que estaba con un bote de agua tibia y un paño.

—¿Tienes que limpiarlo? —pregunté curioso.

—Sólo su sudor. Él está limpio, pero aún suda por el estrés de su cuerpo. Los calmantes están haciendo su trabajo de todos modos—me respondió.

—¿Puedo hacerlo yo? —le pregunté acercándome.

—¿Eres su familiar? Veo que vienes siempre.

—Él es mi tutor—respondí y no era mentira.

—Bueno. Te dejaré hacerlo. Pasaré a buscar esto más tarde—me dijo con una sonrisa y se retiró.

Me senté sobre la cama al lado de Itachi y pude observar que sudaba del rostro, su cuello y, seguramente, en otros lugares. No era demasiado, pero el sudor podía irritar su piel si se lo dejaba así. Tomé el paño y lo empapé con aquella agua, lo escurrí y comencé a pasarlo por toda su cara con delicadeza. Repetí el proceso por su cuello también y debía ir más abajo. Así que desabotoné la camisa de pijama que llevaba puesta y pude contemplar su perfección. Se parecía al David de Miguel Ángel. Guardé esa imagen en mi cabeza y tal vez un día podría usarla de modelo para alguna escultura.

Me perdí en su piel acanelada mientras contorneaba sus músculos con aquel paño tibio, removiendo aquel sudor que brillaba en su piel como el diamante. No me había dado cuenta de que casi me había lastimado el labio de tanto mordérmelo. Pasé el paño de nuevo por su barbilla, como si fuese una caricia.

—¿Deidara…? —escuché su voz y me espanté al encontrarme con sus ojos abiertos, mirándome confundido.

El corazón casi se me salía del pecho y el calor se me subió muy rápido. Quedé completamente rojo, temblando y sin saber qué hacer.

—Deidara… ¿Qué haces aquí? —me preguntó con algo de sorpresa.

Levantó su mano con dificultad para tomar la mía que no se apartaba.

—Estabas… sudando. La enfermera me dejó ayudar—respondí lo primero que se me vino a la cabeza.

Aparté mi mano rápidamente y dejé el paño en el agua, aparté el bote a otro lado y me quedé parado frente a él sin mirarlo, pero no pude evitar mirar de reojo cómo se observaba el cuerpo. Estaba medio desnudo por mi culpa.

—Te ayudo, hump—le dije acercándome rápidamente para abotonar su camisa con torpeza, porque me temblaban las manos.

—Me sorprende mucho… verte aquí—me dijo con dificultad.

Parecía que aún le costaba un poco hablar por el efecto de los sedantes.

—Ah, ¿sí? —dije mientras intentaba terminar de abotonar esa camisa.

—Cuando logro despertarme, tú… ya te has ido—me dijo y me quedé petrificado.

—¿Qué…? —pregunté completamente pálido y sintiendo como el frío comenzaba a devorarme.

—Tú… vienes todos los días a verme. Pasas todo el tiempo aquí…, ¿verdad? —me miró a los ojos con intensidad y el calor se apoderó de mí nuevamente.

Me aparté rápidamente habiendo terminado mi labor.

—¿Cómo sabes eso? Tú te la pasas drogado todo el tiempo. Debiste de haberlo soñado, hump—me crucé de brazos.

Él rio levemente.

—El sedante que me dan no me aleja de la realidad. Sigo consciente. Es sólo para relajarme y no para dormirme. No puedo abrir los ojos ni moverme mucho, pero puedo escuchar todo lo que sucede y sentirlo…—me dijo y abrí mis ojos en gran medida sintiendo un escalofrío—¿Cómo estuvo el día de hoy? ¿Me lo vas a contar?

Me había atrapado. Me mordí el labio y sentí unas enormes ganas de llorar ¡MALDITA SEA! Le había contado todo… Cómo me sentía, qué era lo que hacía y hasta el más profundo de mis pensamientos mientras creía que él estaba dormido. Había pasado horas sobre su pecho y acariciando su pelo, su cara y sus manos. Le había confesado todos mis sentimientos y él lo sabía, porque estaba consciente.

—No tengo nada qué decir, hump—dije dándome la vuelta para irme, pero sentí cómo tomaba débilmente el borde de mi camisa.

Me di la vuelta con temor, nervios y vergüenza. Estaba muy rojo y casi llorando. Mis ojos estaban húmedos. Me crucé de brazos y miré hacia otro lado esperando que me dijese algo más.

—Lamento haberte perturbado al decirte que pude oírte. ¿Debí guardar el secreto y esperar a que me quisieses contar todo estando despierto? —noté la preocupación en su voz.

Demonios, Uchiha… Eras tan considerado y amable.

—Puedes burlarte y hacer lo que quieras. No me importa en lo más mínimo, hump. Lo que tengas que decir, dilo y déjame en paz—le exigí mientras me limpiaba una lágrima para que no la viera.

—No tienes la culpa de sentirte como te sientes y no podría burlarme. Es algo involuntario… A todos nos ha pasado alguna vez—me miró con una calidez que perforó mi alma—Ven. Siéntate a mi lado como siempre. No voy a decirte nada.

Bajé la mirada y me acerqué a él. Parecía no importarle o no molestarle el hecho de saber que yo estaba enamorado de él. Parecía que él quería que todo siguiese como siempre, de la forma menos incómoda posible.

—¿Quieres contarme algo? Voy a escuchar todo lo que digas sin interrumpirte—me dijo mientras cerraba los ojos al sentirse relajado por los calmantes.

—¿Te parece ridículo? —pregunté relajándome un poco mientras miraba hacia la puerta.

—¿Qué cosa? —preguntó como si no entendiese.

—El que yo me haya enamorado de un idiota como tú, hump—le respondí fingiendo estar de mal humor.

—No—sonrió levemente—. ¿Te ayuda a no sentir dolor por Sasori? —me preguntó con su voz tan calma.

—Sí…—respondí casi en susurro.

—Sirvió como un buen escudo. Úsalo hasta que ya no te duela más.

—¿Y luego? —miré hacia el techo.

—Algún día, se pasará. Ya no estarás enamorado de mí y encontrarás a alguien que te quiera como Sasori lo hizo—me respondió con seriedad.

—Entonces, tú no me quieres. ¿Es tu forma de rechazar amablemente? —pregunté algo decepcionado, pero no del todo, porque era obvio que él jamás me amaría.

—No pienses que no te quiero…—me dijo casi en susurro y abrí mucho los ojos—Tienes la edad de Sasuke… y lo veo a él cada vez que estás frente a mí. Te le pareces un poco en lo impulsivo y desastroso que puedes resultar cuando te enfadas.

Me veía como su hermanito menor. Genial. Doble decepción, pero no tanto. Al menos me quería.

—Itachi…, yo no soy tu hermano—le dije sin perder las esperanzas.

—Ya lo sé—hizo el esfuerzo de abrir los ojos para mirar los míos y de elevar una mano a mi rostro para acariciar mi mejilla con delicadeza—. Vete a casa… —me dijo.

Sin decir nada más ni insistir mucho, me fui del hospital. Aunque lloré al entrar a mi cuarto por una decepción, me alivió saber que él me quería de alguna forma y que iba a tenerlo en mi vida en cuanto se recuperase.

Después de aquello, seguí yendo al hospital a verlo y, día a día, estaba mejor. Podía levantarse de la cama y hablar con menos dificultad. Charlábamos todas las tardes luego de que yo salía de la escuela, le contaba todo mi día y él disfrutaba escucharme como si se tratase de su hermano menor. Eso me amargaba un poco, pero podía vivir con ello. Recordé sus palabras sobre que, algún día, ese amor se borraría, pero, cada día, parecía enamorarme más de él hasta el punto de la desesperación.

Cada día se me hacía más difícil verlo, sobre todo cuando él actuaba de formas confusas, acariciando mi cabello o mi rostro. Su toque quemaba mi piel y ansiaba sentir sus manos por todo mi cuerpo. Me sentía hambriento de sus caricias e imaginaba sus besos, pero sólo podía soñar con eso. A veces, me miraba de una forma que parecía querer devorarme por completo, pero sus palabras decían otra cosa. Tal vez sólo era mi imaginación por las ganas de tenerlo sólo para mí.

Otro día había llegado y fui a verlo, como siempre, luego de las clases.

—Itachi—lo nombré al entrar a la habitación y él estaba sentado en su cama, con la espalda recargada en una almohada mientras leía un libro.

—Buenas tardes, Deidara. ¿Cómo te encuentras? —me preguntó amablemente mientras dejaba el libro sobre la mesa de luz.

Su amabilidad apretaba mi corazón sin piedad. ¿Por qué tenías que ser así cuando sabías que yo me moría por ti? No quería que fueses amable si no me amabas…

—Yo estoy bien. El enfermo eres tú, hump—le respondí sentándome a su lado como siempre y me sonrió.

—Yo estoy mucho mejor. El doctor dijo que, en dos semanas, puedo irme a casa—me comentó y me sentí muy aliviado.

—Eso es bueno. Podrás volver a combatir el mal por las noches y ser un aburrido empresario por las mañanas, hump—bromeé con él.

Le hablaba sin mirarlo. No quería tener demasiado contacto visual, porque había veces que no podía resistirme y podía llegar a suceder que no diferenciaría mis pensamientos de la realidad. Podría cometer el estúpido acto de besarlo.

—Supongo. ¿Cómo estuvo la escuela? —me preguntó.

—Aburrida, como tú y tu vida, hump—respondí.

—Estás más verborrágico que de costumbre—mencionó mientras me sonreía divertido.

—No lo sé, hump.

—¿Hay algo que te moleste? —tocó mi cabello, lo hizo a un lado poniendo los mechones que cubrían mi rostro, detrás de mi oreja.

Me sonrojé de inmediato, porque también lo miré a los ojos y me miraba con calidez, seriedad y, de nuevo, tuve la sensación de que me estaba examinando para devorarme. Me sentía como una presa y me parecía que se estaba conteniendo por alguna razón. ¿De nuevo mi imaginación?

—Todo está bien, hump—le respondí y aparté la mirada.

—¿Por qué evitas mirarme todos los días? —me preguntó tomando mi barbilla para hacer que lo mirase.

—¿No es obvio? —pregunté muy serio y harto—Tú me gustas y quieres que te mire, pero, si te miro…—me interrumpió.

—¿Qué sucede si me miras? —me preguntó como si me estuviese desafiando a que me atreviese a mostrarle lo que ocurriría.

No pude soportarlo y acerqué de repente mi rostro al suyo, atrapando sus labios mientras aún él tenía su mano en mi rostro. Mi corazón latía tan fuerte que creí que me daría un infarto. No podía explicar lo que sentía y él no me había apartado. Pude quedarme a apreciar la textura de sus labios, su dulzor y su calidez. El aire caliente que exhalaba golpeaba mi cara y mis manos apretaron su camisa con fuerza, aferrándome a él tanto como podía, sin querer que aquel segundo terminase. Solamente tenía mis labios sobre los suyos sin moverlos y sin pretender irrumpir dentro de su boca. Temía que, si me movía, él podría volver a su lucidez y apartarme.

De todas formas, eso sucedió. Finalmente, sentí su otra mano sobre mi hombro empujándome y movió su rostro a un costado. Su expresión era muy distinta a cualquiera que hubiese visto. Se llevó la mano que había estado en mi mejilla a su boca para taparse los labios. Tal vez queriendo impedir que volviera a besarlo o sin poder creer lo que había sucedido. Su cara era de mucha preocupación y sorpresa. Tenía el ceño fruncido. Quizá no se había esperado que algo así pudiese haber sucedido.

—¿Itachi? —sentí miedo, porque temía que él pudiese enfadarse y echarme con ira.

—No… vuelvas a hacer eso jamás, Deidara—me dijo casi en susurro y me aparté completamente de él.

Me quedé sentado a su lado con la mirada clavada en el suelo.

—No lo haré de nuevo—mi corazón dolía.

Lo había arruinado todo.

—Entiendo cómo te sientes, pero esto es inaceptable—me dijo y, cada vez, sentía más dolor, hasta el punto de querer llorar.

—Lo siento—dije y me mordí el labio inferior sintiendo que todo había terminado.

Qué idiota había sido. Pensando mejor, me había confundido porque él no me había apartado. El hombre aún no estaba del todo fuerte y yo, prácticamente, lo había acorralado. ¿Cómo podría haberme apartado estando débil? Apenas pudo poner una mano sobre mi hombro para empujarme un poco.

—No te preocupes… Vete a casa. Tienes que hacer tus cosas. Venir aquí sólo te quita tiempo que puedes dedicar a tus obligaciones. Además, yo ya estoy mejor—me dijo y supe que no quería que fuese más.

—¿Lo arruiné? ¿No quieres verme ya? —pregunté con una sonrisa amarga en mis labios.

—Todo está bien—puso su mano sobre mi hombro para que lo mirase—. No te preocupes, pero ya no tienes que venir a gastar tiempo en mí. Yo tengo que arreglar algunos asuntos ahora que me siento mejor y Kisame es el que debe ayudarme. Estaré con él hasta que salga de aquí—apartó su mano y sentí cómo el corazón se me estrujaba hasta dejarme sin aliento.

—Está bien, hump—dije para luego ponerme de pie—. Entonces…, ¿olvidarás el beso y seguirá todo como siempre? —pregunté para saber si iba a olvidar nuestro beso o, mejor dicho, mi beso, pero lo hice sonar como si estuviese preocupado de haber arruinado nuestra cercanía.

—Por supuesto. Ya está olvidado. Nada sucedió y todo como siempre—me dijo tranquilamente, acabando de romper mi corazón.

A él nada le sucedía conmigo. Yo me imaginaba cosas y terminaba metiendo la pata hasta el cuello. Al menos, no perdí su cercanía.

 

En la actualidad…

Luego de aquello, no volvimos a vernos hasta que me dijo que iríamos a hablar. Me estuvo explicando en aquella caminata por el bosque todo lo que iba a suceder en su casa y cómo iban a ser las cosas. Él no quería que yo lastimase los sentimientos de Naruto y actuara impulsivamente. Le prometí no hacerlo.

Mis últimas esperanzas se esfumaron por completo al verlo como si realmente jamás me hubiese confesado a él siquiera. Actuaba como antes de haberse enfermado; como las veces en las que íbamos a almorzar después de la escuela. Era amable, cálido, serio y confortante, tal como si fuese un hermano mayor. Me sentía frustrado.

Luego de haber ido a su casa, haber almorzado y contado todo a ese chico, nos quedamos solos. Sasuke había subido a su cuarto de mal humor, porque Naruto había salido de la casa sintiéndose muy mal, por supuesto. Aunque lo ocultase tras una estúpida sonrisa, se sentía como la mierda… Yo también me sentía igual, pero por otra razón.

—Te llevaré al orfanato—me dijo Itachi.

—Puedo ir sólo. Gracias, hump—soné indiferente.

—¿Estás bien? —me preguntó con tanta amabilidad y calidez que me irritó.

—¿Te importa? —pregunté mirándolo a los ojos con intensidad, tratando de atravesarlo.

Me sentía bastante molesto, porque habían pasado dos malditas semanas y él no había hecho contacto conmigo. ¿Le importaba saber cómo estaba? No le había importado por dos semanas.

—Está bien si no deseas contarme nada—me dijo simplemente.

—Así es. No quiero contarte nada, hump.

—¿Sigues mal por lo de la otra vez? —me preguntó.

Me molestaba que me tomara como si fuese un niño. Para él, lo que yo sentía solamente era un capricho adolescente que se pasaría pronto. Él creía que me sentía molesto por una decepción de amor de niño y que, cuando creciera un poco más, maduraría y perdería ese amor inocente para luego seguir con mi vida, recordar ese enamoramiento como algo con lo que bromear entre amigos en la adultez y reírnos de cuando me había enamorado de Itachi Uchiha, que tenía seis años más que yo. Yo tenía diecisiete y él tenía veintitrés.

—No estoy mal—respondí y me levanté para irme hacia la puerta.

—Deidara—me dijo y se puso de pie.

Me tomó del brazo y me sacó de la casa sin brusquedad, siendo tan delicado y paciente.

—¿Qué quieres, Itachi? —pregunté sin mirarlo.

—Entiende que tuve que tomar mi distancia por tu bien.

—¿Mi bien? —me molesté un poco más.

—No quiero que te sientas confundido ni que malinterpretes mis acciones. No quiero hacer que te ilusiones ni que salgas lastimado—me dijo mirándome a los ojos con preocupación.

—Tarde, pero no te preocupes. Tu no me ilusionaste. Yo malinterpreté todo, como dices, y me lastimé solo. No es tu asunto. Ya está superado de todos modos, hump—me quise hacer el fuerte.

—Está bien. Si dices que está superado y que estás bien, entonces, me alegro—me dijo tranquilamente y se fue hacia la puerta de su casa—. Que tengas buenas tardes, Deidara—me saludó y entró.

Supe que no me había creído, pero él no podía perder tiempo con un adolescente enamorado y encaprichado. Me estaba dejando sanar solo, tal y como yo lo pedía, pero, en el fondo, quería que se quedase a perder todo su tiempo conmigo y que me curase con su calidez de siempre. Yo lo había hartado tal vez o quizá simplemente me estaba dando mi espacio.


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