Lucius se había acostumbrado a las dinámicas de aquella cárcel con pinta de residencia tenebrosa, y comparado con Azkaban y con lo que había sido su propia casa, no estaba tan mal.
Allí al menos no le pedían que matara a nadie ni tenía que jugar a ver quién era el mortífago más duro o desquiciado.
Tampoco había estado nunca con tantas personas que supieran lo que él y Draco eran.
¿Quizás fuera un poco liberador? Quizás.
Pero que aquello también era algo temporal, y que les pedirían hacer su parte, también sucedería, más tarde o más temprano.
La casa siempre estaba llena de gente, sobre todo de gente pelirroja y sin un par de knut en los bolsillos.
Y luego estaba Lupin, que le miraba, le miraba muchísimo. Y mal que le pesara, a él le gustaba que le mirara.
O quizás su veela se ponía muy tonto cuando tenía su atención. No es que sus miradas fueran muy agradables o apreciativas, sino más bien insistentes como si quisiera desentrañar un rompecabezas.
Lucius siempre había sido alguien coqueto, su larga melena volvía a ser lo que era antes de aquellos meses en Azkaban, brillante y sedoso. Su orgullo, y sabía las miradas que atraía con él del lobo.
Había descubierto gracias a un desliz de Severus casi a la mitad del séptimo año en Hogwarts que Lupin era un hombre lobo, un maldito hombre lobo. Era un cúmulo de equivocaciones una detrás de otra, y su veela lloraba y brillaba desconsolado. ¿Por qué tenía que tener esa parte activada? No quería ser un veela, no quería que algo dentro de él le tirara hacia un don nadie. Quería su vida como se le había organizado desde hacía años.
Pero no, tenía que estar toda esa cosa de hacer el imbécil delante de él, de que cualquiera se acercara menos él, de que tuviera que escuchar al maldito veela llorarle y contarle una infinidad de tonterías románticas sobre unión, enlace, almas y no sabía qué más.
Pero incluso así todo era más o menos soportable, solo era un año, unos meses en realidad. Luego no le volvería a ver. Nunca más.
Buen plan. Era un buen plan.
El problema fue cuando después de un nuevo incidente en la clase de pociones de Slughorn solo quedaron ellos dos, aquello parecía más un castigo que la petición de ayuda de su profesor.
No recordaba haber estado con él a solas nunca, y sus ojos le quemaban por todo el cuerpo. Que le miraba lo hacía, eso lo sabía, pero nunca se acercaba.
E hizo una completa estupidez.
Dejó salir su encanto veela, suaves ondas que sabía que le estaban llegando. Y no pasó malditamente nada. Nada.
¿Era porque era un lobo? Jamás las había dirigido hacia una sola persona, y aún así caían como moscas a su alrededor, y ese Lupin ni se inmutaba.
Nunca jamás había dejado de obtener lo que había querido, eso no existía en la genética Malfoy.
El ambiente era tan malditamente espeso, tan abrumador incluso para él, que por un momento se sintió débil, derribó un caldero y sintió sus manos en su cintura. ¡¡Quemaba!!
No esperaba que su toque se sintiera así. Tampoco que estuviera tan cerca. Ni que se sintiera tan débil por ello.
Sus ojos eran del color del ámbar, eran tan bonitos como una mañana de otoño, eso y que su veela estaba hiperventilado como un idiota.
El momento fue roto por Sirius Black, por un gilipollas Sirius Black que se colgó de su destinado como si fuera suyo y se lo llevó del aula de pociones lanzándole una maldita sonrisa de victoria.
Ahora en Grimmauld Place ya no estaba Sirius Black, y por un momento estuvo tentando de dejar salir su encanto.
Pero ya no tenía 17 años, sino una esposa y un hijo, y un futuro muy complicado por delante.