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Juntos por Liss83

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Cuando Seth quiso mirar, ya era demasiado tarde. Jacob había tomado a la cosa caliente y ensangrentada de los débiles brazos de Edward. El chico recorrió con la mirada la piel de su amigo, bañado en sangre: la de su propio vómito, la de la criatura, que había salido embadurnada, y la procedente de dos puntitos situados encima del pecho derecho; parecían mordiscos con forma de medialuna.

 

 

 

-          No, Elijah  —murmuró Jacob con un tono de voz que sonaba como si estuviera enseñando modales al monstruito.

 

 

 

No malgastó ni una mirada en ninguno de los dos. Sólo observaba a su amigo, su compañero de lucha cuando se le quedó la mirada extraviada y el corazón, tras una última contracción sin apenas fuerza, falló y se sumió en el silencio.

Era una estupidez, lo sabía, pero se puso a hacerle un masaje cardiaco. Fue llevando la cuenta de cabeza, intentando mantener constante el ritmo de compresión y relajación.

Uno. Dos. Tres. Cuatro.

Lo dejó durante un segundo y le practicó otra insuflación boca a boca. Fue incapaz de ver nada más, pues tenía la mirada borrosa por culpa de las lágrimas, pero estaba pendiente de los sonidos de la habitación: el latido de Jack, el latido de su propio corazón y otro más, vibrante, ligero, rápido, que fue incapaz de situar.

Se obligó a introducir más aire en la garganta de Edward.

 

 

 

-          ¿Qué estás esperando? — gritó mientras, ya sin aliento, reanudaba el masaje cardiaco.

 

 

 

Uno. Dos. Tres. Cuatro.

 

 

 

-          Vigila al niño — escucho decir a Jacob con tono apremiante.

 

 

 

“Tíralo por la ventana” pensó Seth “Uno. Dos. Tres. Cuatro.”

Alguien se unió a la conversación y dijo con boca pequeña:

 

 

 

-          Dámelo a mí.

 

 

 

Ambos morenos le gruñeron al mismo tiempo.

Uno. Dos. Tres. Cuatro.

 

 

 

-          Estoy bien —prometió Rosalie—. Dame al niño, Jack. Me encargaré de él hasta que Edward...

 

 

 

Seth le hizo respiración boca a boca al vampiro mientras Jacob le pasaba a su hijo. El aleteo del corazón se fue apagando: tump, tump, tump.en ese momento alguien más entro a la habitación

 

 

 

-          ¡Carlisle, ayúdame! - grito Jacob desesperado - ¡por piedad ayúdame!

-          Dame campo, Seth - ordeno el galeno

 

 

 

El chico levantó la vista de los ojos en blanco de Edward sin dejar de masajear su corazón y se encontró al recién llegado sosteniendo una jeringuilla enorme, toda de plata, como si estuviera hecha de metal.

 

 

 

-          ¿Qué es eso?

 

 

 

La mano de hierro del médico  apartó las del moreno. Se produjo un ligero chasquido cuando el manotazo le partió el meñique. Acto seguido, hundió la aguja en el corazón.

 

 

 

-          Mi ponzoña —respondió mientras impulsaba hacia abajo el émbolo de la jeringa—Sigue con el masaje —ordenó con voz helada y huera. Hablaba con fiereza y de forma impersonal, como si fuera una máquina.

 

 

 

Jacob obedeció sin pestañear. Carlisle mientras tanto parecía estar besándolo. Le rozó con los labios la garganta, las muñecas y el pliegue interior del codo.

Escuchó una y otra vez las obscenas perforaciones de los colmillos en la piel de Edward. El medico estaba inoculándole veneno en el cuerpo por el mayor número posible de puntos. Vio cómo le lamía los cortes sangrantes. Antes de que le dieran arcadas o enfureciera, Seth comprendió su propósito: sellar las heridas con saliva a fin de impedir la salida de la ponzoña.

 

 

 

Seth lo sabía. Todo había acabado. Se afanaban encima de un cadáver. No quedaba más del chico que su amigo había amado, salvo esos restos quebrantados, ensangrentados y desfigurados. No iban a lograr traerlo a la vida otra vez.

Supo que era demasiado tarde y no encontró razón para seguir junto al cuerpo. Sintió entonces un tirón, una atracción que lo empujaba en la dirección opuesta. Lo instaba a bajar las escaleras y salir por la puerta. Sintió el anhelo de marcharse de allí para siempre jamás, para no volver.

 

 

 

-          Vete, pues — grito Jacob adivinando sus pensamientos.

 

 

 

Volvió a apartarle las manos de un golpe para sustituirlo. Genial. Ahora tenía rotos tres dedos. Seth los estiró con una cierta torpeza sin importarle las punzadas de dolor.

 

 

 

-          Estará bien —gruñó Jacob—. Se va a recobrar.

 

 

 

Seth se dio la vuelta y se marchó por la puerta con paso lento, muy lento, pues no era capaz de arrastrar los pies más deprisa. El medico limpio y coció a conciencia con cuerdas delgadas de acero que tenía ya preparadas el cuerpo de su hijo. Mientras las lágrimas inundaban los ojos de Jacob Black a medida que tomaba conciencia de su perdida.

 

 

 

De pronto el cuerpo inerte del vampiro sobre la camilla comenzó a convulsionar. Los ojos de Jacob se abrieron de par en par. Era exactamente igual que cuando Elijah aún estaba en su interior

 

 

 

-          ¡No puede…! - susurró Carlisle

 

 

 

____________________

 

 

 

Durante el descenso de la escalera, Seth sufría una tiritona cada vez que oía el sonido procedente de detrás, el de un corazón quieto al que se le quería obligar a funcionar a golpes.

 

 

 

Qué no habría dado él por poder verter lejía en su cerebro hasta consumir todas las neuronas y quemar con ellas los minutos finales de Edward. Daría por buenas las lesiones cerebrales si conseguía librarse de esos recuerdos: los gritos, las hemorragias, los crujidos y los casqueos mientras el monstruo recién nacido lo desgarraba desde dentro para salir al exterior.

 

 

 

Su deseo habría sido salir lo más rápido posible, bajar los escalones de diez en diez y cruzar el umbral de esa casa como una bala, pero los pies le pesaban como si fueran de plomo y nunca había estado tan hecho polvo. Bajó la escalera arrastrando los pies, como un viejo tullido.

 

 

 

Se tomó un respiro en el último escalón, haciendo acopio de las últimas fuerzas para atravesar la puerta.

Rosalie estaba de espaldas a él, sentada en la esquina limpia del sofá blanco. Sostenía en brazos a la criatura, envuelta en una manta, al tiempo que la arrullaba y le hacía gestos con la cara. Debía de haber oído cómo Seth se paraba al pie de la escalera, pero optó por ignorarlo, entregada a los gozos de una maternidad robada. Tal vez fuera feliz ahora que tenía lo que quería y ni Jacob ni Edward jamás iban a acudir para quitarle al niño. Se preguntó si no sería eso lo que había estado esperando esa arpía rubia durante todo ese tiempo.

 

 

 

Sostenía algo oscuro en las manos además de al pequeño asesino, que profería unos sorbos ávidos.

Olisqueó el olor dulzón de sangre en el ambiente. Sangre humana. Rosalie lo estaba alimentando. El engendro ese deseaba sangre, ¿con qué otra cosa puede alimentarse a un monstruo capaz de mutilar brutalmente a su madre? Era como si estuviera bebiendo sangre del propio Edward.

 

 

 

Le volvieron las fuerzas cuando escuchó las succiones del pequeño ejecutor mientras se alimentaba.

Una oleada de fuerza, odio y calor, un calor rojo, cruzó la mente de Seth Clearwater, quemándolo todo y sin borrar ni un recuerdo. Las imágenes de la cabeza seguían, calentándolo al fuego vivo de aquel infierno, pero sin consumirlo. Los temblores lo hicieron estremecerse de la cabeza a los pies, y no hizo esfuerzo alguno para detenerlos.

 

 

 

Rosalie seguía ensimismada con el aborto ese, y sin prestarle atención. No iba a ser lo bastante rápida como para detenerlo con lo distraída que estaba.

Sam tenía razón. Esa cosa era una abominación y su existencia, un hecho antinatural. Era un demonio maligno y desalmado, un ser sin derecho a existir.

Algo que debía ser destruido.

Después de todo, parecía que esa pulsión, esa atracción, no lo había conducido hasta la puerta, pues ahora podía sentirla en su interior, animándolo, empujándolo a avanzar. Lo empujaba a acabar con aquello y depurar el mundo de aquella aberración.

 

 

 

Rosalie intentaría matarlo cuando la cosa hubiera muerto y él se defendería. No estaba muy seguro de que tuviera tiempo de aniquilarla antes de que los demás acudieran en su ayuda. Tal vez sí, tal vez no. No le importaba.

En cualquier caso, le daba igual si los lobos lo vengaban o si consideraban la reacción de los Cullen como una reacción justificada. Si se ganaba el odio de Jacob. Tal vez él también lo querría matar. Ahora, todo daba igual. Sólo le importaba la seguridad del pueblo y la reserva. Pensó en su madre y en Leah. No iba a dejar vivir ni un minuto más al responsable de la desaparición de Edward.

Él lo habría odiado por eso, es más, habría querido matarlo personalmente si hubiera sobrevivido. No le afectaba. Jacob y Carlisle estaban demasiado ocupados en ese momento ofuscados como locos y se negaban a aceptar esa muerte, intentando revivir a un cadáver.

 

 

 

Iba a ser una lucha contra Rosalie, Jasper y Alice, tres contra uno, y ni él apostaría a su favor. Tendría que matar a Jacob. Por compasión. Por hermandad. El pobre iba a enloquecer sin Edward. Quería liberarle del peso de sus actos. ¿No sería mucho más justo y satisfactorio asesinarlo? Bill lo entendería

Estaba tan lleno de odio que la simple posibilidad lo deprimió aún más. Se preguntó si podrían recomponer a la criatura cuando hubiera acabado con ella. Albergaba serias dudas. Había una parte de Jack en el engendro, por lo que debía haber heredado algo de su vulnerabilidad. Podía escuchar el redoble de su corazoncito.

 

 

 

Adoptó todas estas decisiones en apenas un segundo. Las sacudidas aumentaban en intensidad y rapidez. Tensó los tobillos y se encogió para saltar mejor sobre la vampira rubia y servirse de los dientes para arrebatarle de los brazos esa criatura asesina.

Rosalie volvió a hacerle arrullos al engendro tras dejar a un lado una botella de metal. La alzó en vilo para acariciarle la nariz con la mejilla.

 

 

 

Ni a pedir de boca. La nueva posición era perfecta para el golpe. Se inclinó hacia delante. Notó cómo el fuego empezaba a cambiarlo en el preciso momento en que la pulsión hacia el asesino crecía. Nunca había sentido la atracción con tanta fuerza, hasta el punto que le recordó al efecto de una orden impartida por un Alfa, como si fuera a aplastarlo si no obedecía el mandato.

En esta ocasión quería hacerlo.

El asesino miró por encima del hombro de Rosalie y clavó la vista en él. No había conocido a ningún recién nacido concentrar la mirada de esa forma. Tenía unos ojos verdes, del color del bosque. Eran iguales a los de que Carlisle le había contado que Edward tenía cuando era humano.

 

 

 

De pronto, se calmaron los temblores que sacudían su cuerpo. Lo inundó una nueva oleada de calor, más intenso que el de antes, pero era una nueva clase de fuego, uno que no quemaba.

Un destello.

Todo se vino al traste en su interior cuando contempló fijamente al bebé semihumano y semivampiro con rostro moreno. Vio cortadas de un único y veloz tajo todas las cuerdas que lo ataban a su existencia, y con la misma facilidad que si fueran los cordeles de un manojo de globos. Todo lo que lo había hecho ser como era, el amor por sus padres, la lealtad hacia su nueva manada, el amor hacia su hermana, el odio hacia sus enemigos, su casa, su vida, su cuerpo, desconectado en ese instante de sí mismo—, clac, clac, clac... se cortó y salió volando hacia el espacio.

 

 

 

Pero no flotaba a la deriva. No. Un nuevo cordel lo ataba a su posición. Y no uno solo, sino un millón, y no eran cordeles, sino cables de acero. Sí, un millón de cables de acero lo fijaban al mismísimo centro del universo.

Y podía ver perfectamente cómo el mundo entero giraba en torno a ese punto. Hasta el momento, nunca jamás había visto la simetría del cosmos, pero ahora le parecía evidente.

 

 

 

La gravedad de la Tierra ya no lo ataba al suelo que pisaba. Lo que ahora hacía que tuviera los pies en el suelo era el hermoso niño que estaba en brazos de la vampira rubia.

Elijah.

 

 

Un sonido nuevo llegó en ese momento interminable procedente del segundo piso.

Un golpeteo frenético, un latido alocado...

Un corazón naciendo.

 

 

 

 


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