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Siete días lejos del mar por mei yuuki

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Notas del capitulo:

Prompt: Hundido y atrapado.

 

La escena del principio está inspirada en la letra de la canción “Bathub Mermaid” de Mili.

 

 

     Deslizarse hacia la muerte le causó vívidas alucinaciones. Liam estaba allí, delante de su rostro, sosteniendo una daga afilada que dirigió después contra su propio pecho. La enterró en la carne pálida hasta realizar un tajo profundo, y mientras la sangre le fluía como cascada sobre las piernas, introdujo la mano para arrancarse el corazón. La determinación endurecía sus delicadas facciones.

     Tomando el músculo con ambas, lo empujó contra su boca entreabierta. Sherlock lo mordió, incapaz de resistir el aura de apremio que lo rodeaba, y desprendió un trozó sanguinolento. Palpitaba como si continuara vivo, y la vibración no cesó cuando lo masticó y lo pasó a través de su garganta. La intensidad del sonido fue en aumento, expandiéndose en su mente, hasta que resultó ensordecedor y le condujo de regreso a las penumbras.

     En un momento dado se encontró con los ojos abiertos. No hubiese notado diferencia entre aquello y el interior de sus párpados si no fuera porque en el cielo se elevaba en ciernes un nublado amanecer. Inspiró lentamente, creyéndose muerto, y un semblante lívido se asomó a su campo de visión.

     ―Sherlock, ¿me reconoces? ¿Puedes escuchar mi voz? ―le oyó preguntar a aquel individuo desde el lado, y necesitó unos segundos para procesar que se trataba del desaparecido Liam.

     ―Lo hago…, aunque no entiendo qué demonios está pasando ―respondió, arrugando la boca al notar el regusto salado sobre su lengua áspera como lija. Intentó incorporarse pero él le detuvo.

     ―No te muevas todavía ―dijo con rapidez, y solo entonces Sherlock notó su expresión mortificada―, hay un par de cosas que debo comentarte primero.

     ―Si te vas a disculpar por dejarme esperando, ahórratelo.

     ―Está relacionado, pero eso no es importante ahora ―repuso, notoriamente tenso―. ¿Recuerdas lo que te sucedió?

     Por supuesto que lo hacía. Conforme se le aclaraba la mente, los eventos pasados se materializaron para golpearle en certeras ráfagas de información. Había sido arrojado al océano en calidad de cadáver tras ser apuñalado dos veces, y su racionalidad no le brindó explicación lógica para el hecho de que seguía respirando. Muchísimo menos para la ausencia casi total de dolor.

     Luchó por erguirse, ignorando la orden del otro. Un pesado mareo amenazó con hacerle caer de bruces, pero acabó por sentarse sobre la arena seca. Se llevó la mano a la espalda descubierta. En el lugar en que deberían estado las dos heridas, profundas y sangrantes, encontró una capa de piel fina e hipersensible al tacto. Atónito, no alcanzó a dirigir la vista hacia el otro hombre en busca de respuestas; este asió su mandíbula con dedos de hierro y le impidió mirar otra cosa que no fuese su propio rostro.

     ―No han sanado por completo aún ―señaló―. Pienso que tus órganos internos necesitarán al menos un día para estar en las mismas condiciones de antes.

     Entre tantas cosas absurdas, todavía llegó a sorprenderse de que Liam se aproximara y lo tocase con tanto ímpetu. Perdió el habla por unos instantes.

     ―Explícate ―consiguió decir, entornando los ojos en los suyos―. Si no creeré que sigo soñando o que estoy muerto.

     ―Te saqué de la corriente y te traje aquí, aunque no estaba seguro de que siguieras con vida.

     ―Esa respuesta no me dice nada sobre esta recuperación milagrosa. Esos bandidos se aseguraron de que no me volviera a levantar.

     ―Lo sé. ―Bajó la mirada, inclinando la cabeza rubia. Sherlock jamás le había visto tan inseguro; y aunque permaneció callado un momento para permitirle que decidiera el mejor curso para sus ideas, al comprender que no proseguiría, tomó sus manos frías y suavemente las desenganchó de su quijada. Liam no intentó evitarlo, y sus brazos cayeron.

     A diferencia de la alucinación que tuvo, al observarlo no halló en su torso incisión alguna; descendió por su abdomen y frenó de modo abrupto al llegar a la pelvis. Parpadeó deprisa, escéptico de su propia visión, pero la imagen no dio indicios de desvanecerse.

     En sus caderas, la piel lisa dejaba paso a lo que identificó como escamas, las cuales eran rojas y brillaban a la débil luz matinal como si hubiesen sido pulidas. Estaban engarzadas unas con otras y recubrían una larga cola que, terminada en dos aletas de tonalidad más oscura, ocupaba el sitio en el que solían estar sus extremidades. En aquellos instantes la mantenía doblada y recogida sobre sí misma, como haría con sus antiguas piernas, permitiéndole erigirse en una posición sentada a un costado de Sherlock. Detectó otro detalle igual de sorprendente: dos branquias, ovaladas y carmines, se hendían como medias lunas encima de cada clavícula.

     Podría suponer que se trataba de otro delirio de moribundo, sino fuera porque de repente todos los fragmentos que recogió en días anteriores se ensamblaron para revelarle la misma verdad que tenía entonces a centímetros. Su presumible talento para el nado, la apatía que demostró frente a los estanques, y el motivo que lo empujaba a marcharse.

     Súbitamente emocionado, la boca se le ensanchó en una sonrisa desmesurada.

     ―¡Sabía que estabas escondiendo algo increíble! No podía ser una insignificancia tratándose de ti, aunque esto supera todas mis hipótesis ―exclamó atropelladamente―. Barajé las posibilidades de que fueras un aristócrata, un criminal o un agente de inteligencia, pero no llegué a pensar que… ―Enmudeció al reparar en su brazo derecho, el que estaba bañado en sangre seca por debajo del codo. Tomó su muñeca para examinarlo antes de que lo ocultara detrás de la espalda, como pareció ser su intención.  

     ―Creo que ya lo entiendo ―susurró, contrayendo las cejas. Un gran pedazo de carne había sido arrancado de la parte interna, y pese a que ya no sangraba y lucía en proceso de cicatrización, los músculos continuaban expuestos―. Debemos hacer algo con esto, ¿dónde estaba mi camisa?

     Liam retiró la mano, sin parpadear.

     ―No es necesario. Se habrá regenerado antes del mediodía ―explicó, lacónico.

     ―Se ve terrible ―dijo, sin convencerse. Tanteó detrás y dio con la prenda ensangrentada. Desprendió un trozo y de dispuso a envolver con él su antebrazo herido.

     ―Sherlock, cree en mí cuando te digo que lo último que deberías hacer ahora es preocuparte por eso.

     ―¿Qué sandeces estás diciendo? Salvaste mi vida, no hay forma de que no me importe lo que te pase a ti.

     ―No ―espetó enseguida―. Todo lo que hice fue condenarte.

     Inició entonces el relato, mirándole por fin a los ojos, con una gravedad que no dejaba sitio a interrupciones. Comenzó por aclararle que la naturaleza de su especie estaba bajo la influencia de los ciclos de la luna, y que solo durante los días en que esta estaba en fase nueva, es decir, en el novilunio, era capaz de transformar su cuerpo y mezclarse entre los humanos. No obstante, ausentarse por demasiado tiempo debilitaba a los principiantes en la materia, y por ende no era muy común hacerlo por más de unas horas cada jornada.

     ―Te conocí el primer día del novilunio ―dijo―, y hoy es el último. Después de esta noche no podré salir del mar hasta el mes siguiente.

     Le confirmó después lo que se contaba en las leyendas: sirenas y tritones eran inmortales; pasada cierta edad, el envejecimiento se detenía y conservaban la misma apariencia por siempre. En relación a eso, no le había mentido respecto a la cantidad de años que tenía, aunque estos no significaban nada al ser una criatura eterna.

     Todo ello conducía a lo ocurrido la noche anterior; tras rescatarlo y comprobar que su corazón palpitaba, tuvo como única alternativa para garantizar su supervivencia el darle de comer su propia carne curadora. Le hizo escupir el agua, después le sostuvo y embutió en su boca por la fuerza los pequeños trozos que cercenó de su brazo con el cuchillo que, junto con algunos otros artículos, guardaba en ese extremo aislado de la costa. Utilizó su voz para mantenerle semiconsciente durante el procedimiento, el cual se alargó por horas; inclusive cuando dejó de agonizar, sus lesiones eran aún lo bastante graves para causarle la muerte más tarde si no se aseguraba.  

     En ese punto, la voz de Liam se apagó. Vacilante, desvió la vista hacia la venda improvisada con que Sherlock cubrió sus laceraciones en contra de su voluntad.

     ―Es cierto que impedí que murieras, pero no se trata solamente de haber sanado tus heridas. ―Le mostró una mueca agria y triste. Alcanzó a vislumbrar el filo inusitado que tenían sus dientes, y en particular los incisivos―: Las personas que consumen la carne de uno de los míos pierden su mortalidad. Es algo antinatural que jamás debe suceder. A partir de ahora no sufrirás enfermedades, pero tampoco envejecerás, Sherlock. Quizá te parezca que es algo bueno ahora, pero te aseguro que un día lo considerarás una maldición.

     Tras la sentencia fatídica, se quedó en silencio, aunque Sherlock todavía tenía preguntas sin responder. Observó los puños de Liam, que descansaban sobre el que sería su regazo, permitiendo que el alcance de tales afirmaciones calara en su cerebro. La vida que llevaba era la que había elegido por sí mismo y estaba conforme con ella; nunca anhelo algo tan imposible como la inmortalidad ni temía a la muerte. Estaba acostumbrado, de hecho, a tratar con ella en su trabajo, a analizarla desde distintas aristas, y no supo cómo sentirse al recibir la impresionante noticia de que ya no iba a experimentarla, que viviría sin atisbar un final.

     Cogió su mano y rozó sus hermosas escamas. Apreció que poseían la suavidad de una gema tallada, además de lucir como una.

     ―No hay manera de que te culpe por lo que has hecho ―dijo, con total convicción―. Me salvaste usándote a ti mismo cuando pudiste dejar que me pudriera en el fondo del mar, y en realidad me encanta la idea de saber tu secreto al fin. ―Se tomó una pausa para sonreírle de medio lado, sardónico―. Me engañaste por completo, ¿sabes? Nadie lo había logrado antes.

     Pretendía levantarle el ánimo, pero sus ojos se oscurecieron incluso más.

     ―Y eso hace de mí no menos que un demonio.


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