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Siete días lejos del mar por mei yuuki

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Notas del capitulo:

Prompt: Mi amor es tan profundo como el océano.

     Al ser el único lugar confirmado por él mismo donde solía recalar, Sherlock regresó a ese sector de la playa durante los días siguientes. Saber que le sería imposible dejar el mar sobre sus dos piernas no le empujó a desistir; creía que tarde o temprano se asomaría a la superficie, como era su costumbre, en algún rincón resguardado de miradas intrusas. Averiguó también cuáles fueron los sitios en que se habían registrado avistamientos de criaturas extrañas y visitó uno detrás de otro. Aunque no tuviera éxito sabía que Liam estaba allí, buceando en algún punto de esa inmensa masa de agua, y solo tenía que aguardar o forzarlo a salir a flote.

     Le dio poca importancia al hecho de que no fuese humano. No sería mentira afirmar que al verlo se había sentido tan deslumbrado por su apariencia que podría haberse convencido de que fue un sueño o de que su mente exageró sus características, pero en ningún caso le produjo rechazo o inquietud. Seguía siendo la persona más fascinante que tuvo la fortuna de conocer, y cuando se miraba en el espejo de la habitación y no hallaba en su espalda cicatriz alguna, terminaba recordando la expresión plácida que sus ojos adquirían al sonreírle; la tristeza que demostró en el muelle al decirle que lamentaba tener que marcharse. Comparado con las vivencias que compartieron, su naturaleza era intrascendente.

     Decidió darse unos días para reflexionar antes de proseguir con la búsqueda; debía averiguar ciertas cosas respecto a sí mismo y ya era tiempo de que regresara a Londres a regularizar sus asuntos. De lo contrario, temía que su casera acabara por lanzar sus cosas a la calle.

     A veces al dormir se veía deambulando por los sombríos pasillos del acuario de Brighton. Liam posaba la mano en su hombro y se inclinaba para hacerle un comentario respecto del pez mariposa o sobre los hábitos de las tortugas; su voz suave le resultaba más nítida que en sus recuerdos. Sin embargo, la siguiente vez que Sherlock parpadeaba ya no estaba junto a él. Los alrededores estaban en silencio, los estanques, vacíos. Recorría el camino de regreso, asolado por la confusión, y finalmente le encontraba al dar la vuelta a una gruesa columna.

     Permanecía cautivo en un recipiente que abarcaba toda la vista, flotando cerca del cristal con los ojos cerrados. Aunque el corazón le ardiera en deseos de liberarlo, siempre se detenía, quedándose de piedra como otro de los pilares, cuando estaba a punto de azotar el muro transparente con el puño. Liam había elevado los parpados y el sueño se diluía en torno a su mirada impasible.

     Superada la angustia, si alguna conclusión extrajo de tales pesadillas fue que, en vez esperar a que él fuera a tierra firme, le sería más sencillo internarse en su mundo.

     Reparó en las aguas en calma desde la altura del West Pier, inclinándose sobre la barandilla. A diferencia de la noche en que cayó herido de muerte, la luna a medio llenar irradiaba su luz sobre la costa. El recuerdo era tan vívido que por un instante le pareció sentir una punzada de dolor clavándosele en la espalda. Sin reparar más en aquello, se desató los cordones de los zapatos, y tras quitárselos y dejarlos al borde de la plataforma, puso un pie sobre la primera barra de metal. Con la adrenalina bulléndole en las venas, tomó una larga y profunda respiración. Entonces de un salto se precipitó hacia el océano gélido.

     Tras caer no opuso resistencia contra el inclemente oleaje; no era solo que le buscara, sino que también estaba deseando poner a prueba sus propios límites. Durante su estancia en la capital, realizó algunos experimentos en sí mismo para medir el alcance de su resistencia. Liam especificó que el paso del tiempo no le dejaría huellas, así como tampoco sería vulnerable a enfermedades; pero todavía le restaba develar cómo reaccionaría su sistema ante otras amenazas. Se infligió cortes con un escalpelo en la mano y en el brazo, con lo que descubrió que las heridas pequeñas y medianas desaparecían por completo en el intervalo de treinta minutos. Las marcas hechas por una jeringa lo hicieron en tan solo dos, y en el caso de las quemaduras producidas por fuego o ácido, el tiempo de curación no excedió las tres horas. Con estas evidencias podía suponer que pocas cosas le significarían un verdadero peligro.

     Se preguntaba de qué forma actuaría esa regeneración tan extraordinaria si se le llenaban de líquido los pulmones. ¿Le mantendría consciente hasta que lo expulsara todo? ¿Lo absorbería como si de una esponja se tratase? También debía considerar el factor probable de la hipotermia. Estaba preparado para seguir elucubrando hipótesis, a la par que se le agotaba el oxígeno, cuando una fuerza imperiosa tiró del cuello de su chaqueta desde atrás y le arrastró en línea recta y después hacia arriba, a toda velocidad.

     Salió a la superficie, como si las entrañas del mar lo escupieran. Tosió contra el cielo estrellado. Al sacudirse, rozó una superficie sólida y cayó en cuenta de que se hallaba cerca de las rocas.

     ―No debería haberte rescatado la primera vez si tu deseo era morir ―pronunció la voz que había estado esperando escuchar de nuevo.

     Se volvió a su derecha y encontró a Liam observándole con severidad. El cabello empapado se le adhería a las mejillas.

     ―Aunque lo fuera, ahora ya sé que no me sería tan fácil ―dijo, sonriendo satisfecho por haberle invocado con tal rapidez―. Tengo suerte de que el único tritón que conozco no encaje con las historias que se cuentan y venga en mi ayuda.

     ―Ya que has prestado atención a esos mitos, no deberías olvidar que los humanos formaban parte de la dieta de mis ancestros ―repuso, cortante.

     ―No me vas a espantar con eso, Liam, y menos lograrás que te repudie. ―Comenzó a acercarse a él, salvando la corta distancia en tanto apretaba la mandíbula y se estremecía de frío―. Estas malditas aguas congeladas…, si fuera como tú buscaría un lugar más agradable para retozar sobre una roca.

     Liam retrocedió hacia la oscuridad.

     ―Estuve mintiéndote y eché una maldición sobre ti ―alegó, manteniéndose firme en su postura―. Ambos son buenos motivos para hacerlo.

     ―Te estoy diciendo que nada de eso me importa, ¿cuánto tengo que repetirlo?

     ―No te importa porque no quieres comprender lo que significa, a pesar de tu intelecto. ―El par de ojos escarlata emitió un destello furioso, como una llamarada en medio del mar―. Cuando los siglos pasen y no puedas llenar el vacío de tu existencia, recordarás lo que te dije y desearás no haberme conocido nunca. Y entonces quizá vengas a vengarte.

     ―¿Por qué me salvaste entonces, si se supone que esto es peor que estar muerto? ―inquirió, apartándose los mechones mojados de la frente. La exasperación empezaba a inundarle el juicio. A excepción de la idea absurda de tomar represalias, ninguna de aquellas cosas se escapaba de su imaginación. No fue mucho, pero tuvo el tiempo suficiente para esclarecer sus sentimientos por él, así que no aceptaría semejantes argumentos―. ¿Qué fue lo que te impulsó a hacerlo en realidad? Quiero que me lo digas.

     En vista de lo evasivo que podía llegar a ser, se alzó con osadía y le sujetó por el mentón. No era el primero en invadir el espacio personal del otro, se dijo, al advertir el grado de sorpresa y consternación que se reflejó en su semblante.

     ―No merecías morir así ―arguyó, evitando su mirada―, y si no me hubieses esperado, nada te habría ocurrido.

     ―Esas cosas suceden; podría haber tenido un accidente en el ferrocarril o en algún trabajo. No pudo ser solo por eso. Aclárame también qué fue lo que te llevó a pasar tiempo conmigo a pesar del riesgo de exponerte.

     Movió la cabeza hacia un lado para desprenderse de su toque. Cerró los ojos un instante y la tensión en su rostro dio paso a la resignación.

     ―Ahora conoces la clase de criatura que soy; estás viendo las diferencias que hay entre nosotros. Lo que haya sentido no es excusa para…

     ―Me basta con quien eres y con eso que también sentías ―le interrumpió, levantando la voz―. Te he estado viendo en mi mente todo este tiempo desde que nos separamos, y no puedo dejar de hacerlo. Y no lo digo porque que seas mitad pez, eso me importa una mierda. ―Enmudeció y sus labios se fruncieron. Expresarlo verbalmente era quizá la parte más difícil de todo el asunto, pero si no pasaba por ese bochorno se arriesgaba a perderle―. De hecho, decidí que muchas cosas me daban igual en el momento en que me di cuenta de lo que eres para mí, Liam. Decir que te veo como un amigo… ya no me parece acertado. ―Alargó la diestra y rozó su hombro desnudo, el gesto completando su mensaje como si este no fuera evidente. Liam tuvo que mirarle de regreso al fin, y lo hizo con una expresión de sorpresa rayana en la incredulidad.

     ―Es una pésima idea ―suspiró al recomponerse. Tomó delicadamente su mano fría y la sostuvo cerca de su pecho―. Amarme solo te traerá sufrimiento.

     ―Seré más miserable si te sigues escondiendo de mí, y sé que tú también lo serás. Que nos sobre el tiempo no es razón para desperdiciarlo.

     ―No puedo vivir en tu mundo y tú no puedes hacerlo en el mío, ¿qué es lo que esperas? Acabarás decepcionándote ―Inclinó el rostro hacia el suyo de manera inquisitiva. La frustración ensombrecía sus facciones. Sherlock no se inmutó frente a su desesperanza, pasó el brazo libre detrás de su cintura y le empujó contra su propio cuerpo. Sintió su cola agitarse bajo el agua.

     ―Has vivido una doble vida por ¿cinco, o quizá diez años? Será suficiente con que me sume a ella.

     Frente sobre frente, se abrazaron en silencio, moviéndose apenas por el suave vaivén de las olas. Podría estar temblando, pero no le habría soltado ni aunque le significara hundirse. Liam no lo hizo cuando él estuvo a punto de fallecer; y si no se rindió entonces, Sherlock tampoco se rendiría ahora.

     ―¿Y qué será después? ―preguntó luego, con la vista baja― ¿Planeas extender este simulacro por el resto de la eternidad?

     ―Tengo mejores ideas ―dijo, esbozando una sonrisa presumida―. Te aseguro que encontraré la forma de estar cerca de ti en cualquier momento, y ya no te sentirás solo en este páramo. Tómalo como una promesa.

     Al oírlo, él ladeó el rostro para lanzar una risita.

     ―No creo que nadie jamás le prometiera algo tan imposible a un miembro de mi especie. Por si lo dudas, no te saldrán branquias por haber comido mi carne.

     ―Tampoco las voy a necesitar, y menos aún para besarte. ―Riéndose también, acunó su cara y atacó sus labios esquivos. Considerando que su experiencia empírica en temas de índole amorosa era prácticamente nula y que actuaba en base a un impulso, aquel beso con sabor a sal fue torpe y descuidado. Liam se movió a su ritmo, y la bocanada cálida de su aliento le desentumeció la boca.

     ―Esperaré a verlo, sin importar cuanto tiempo tardes ―dijo al recuperar la distancia, y su sonrisa iluminaba más que las tímidas estrellas, ocultas detrás de las nubes―. Esa será mi promesa hacia ti, Sherly.

Notas finales:

Se me olvidó agregar en el capítulo anterior que el concepto de la inmortalidad, que aunque está presente en muchas versiones, este lo tomé de la leyenda japonesa de las sirenas, las ningyo, de las que se decía que comer su carne la transmitía.


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