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Siete días lejos del mar por mei yuuki

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Notas del capitulo:

Último capítulo al fin, ay. El siguiente es el epílogo; los publico ahora simultáneamente. (Disculpen si hay algún error, he estado corrigiéndolos toda la tarde pero siempre alguna cosa se me va).


Prompt: A través de los mares del tiempo.


 

     Liam le había dicho que vivir para siempre le supondría una maldición; un siglo más tarde seguía sin considerarla como tal.

     Con el añadido de que comenzó a visitarlo al menos una vez por semana, en aquella época continuó viviendo de la misma forma en que lo había hecho hasta antes de conocerle; mantuvo su trabajo como detective asesor, ocupándose de casos que eran de su interés, y al tiempo consiguió un compañero de cuarto. El doctor John H. Watson, de carácter honesto y actitud afable, se convirtió en su colaborador y amigo, lo cual hizo que sus días en Londres fueran menos solitarios. De aquella manera el tiempo comenzó a transcurrir, y ni siquiera se hubiese percatado si no fuese porque su amante procuraba comentárselo en cada ocasión.

     ―Has de tener cuidado. Pronto empezarán a notar que no estás envejeciendo. ¿Qué planeas hacer?

     Al momento de soltarle esta advertencia, Liam sujetaba su rostro entre sus manos largas y suaves. Descansaban en un rincón desolado de la costa, y para entonces habría pasado cerca de una década desde que estaban juntos. Sin embargo, el único cambio físico en su persona era que había dejado de atarse el cabello en una coleta para llevarlo suelto y largo alrededor de los hombros.  

     ―El día en que ya no pueda ocultarlo más, me mudaré cerca de aquí ―dijo, y recordaba haber ladeado la cabeza para presionar los labios contra su piel―. Todavía debo seguir trabajando en mi plan, pero será mejor que estar a una hora de distancia.

     ―¿No es eso suficiente? Aunque no vivamos en el mismo espacio, será en la misma ciudad. Podremos reunirnos a diario.

     ―Ya te lo prometí, ¿en serio creíste que me rendiría con el tiempo?

     ―Pensé que la realidad calaría en tu mente poco a poco cada vez que me vieras. ―Hizo un gesto hacia su cuerpo, hacia la cola sobre la arena cuyas escamas rojas resplandecían bajo los rayos de sol.

     ―Se me viene una infinidad de cosas a la mente cuando te veo, créeme, pero desistir no es una de ellas. ―Con aquello obtuvo una sonrisa sarcástica.

     ―No será fácil de ahora en más ―le advirtió después, cuando lo abrazaba con sentido afecto―. Aún han sido muy pocos años.

     Le podría haber parecido graciosa su fijación con el tema, si no fuera porque odiaba la forma en que seguía culpándose por lo que le pasó. Tras comenzar a salir con él tuvo que superar bastantes de sus barreras; debió demostrarle que sus sentimientos eran sinceros y no fruto de un simple capricho, que su apariencia le era indiferente y que jamás iba a traicionarle revelando su secreto al mundo, a pesar de que eso él ya lo sabía. Nada sirvió para erradicar del todo esa mancha de arrepentimiento, a pesar de que Sherlock decidiera tomar su nueva condición como una ventaja. Solo así tendría la oportunidad de dedicarse indefinidamente a las cosas que siempre le apasionaron y a compartir su vida con Liam.

     Finalmente no le quedó más opción que apartarse de su familia y amigos, o más bien permitir que ellos le dejaran atrás. Sus senderos se habían separado, y aunque podía echar mano de algunos trucos para que no sospecharan que un día se convertiría en un fósil eternamente joven, no veía propósito en prolongar la farsa cada día. Estaba seguro de que al menos su hermano lo habría averiguado; pero le dejó a su aire y nunca se lo preguntó, ni siquiera en su lecho de muerte, varias décadas después.

     Más tiempo pasó y el devenir de la sociedad trajo consigo dos guerras mundiales e increíbles progresos cuyas características no hubiese podido ni imaginar. Automóviles, energía eléctrica, e incluso algo tan quimérico como el nacimiento del internet. Dada su afición a las ciencias, el siglo XX le mantuvo en vilo durante cada decenio y Liam debió escucharle teorizar por horas. Fue una de las cosas que impidió que sucumbiera al embate del aburrimiento, y la soledad que lo golpeaba de vez en vez cuando no le tenía cerca.

     Aunque con algo más de cautela, él también seguía con interés los acontecimientos que se suscitaban a su alrededor; sobre todo en lo que referido a su hábitat:

     ―No me molesta que la gente le haya perdido el temor al mar y se dediqué a bucear los fines de semana, pero cada vez es más arriesgado asomarse a la superficie sin ser captado por algún lente ―le hizo saber un día tras el advenimiento de la luna nueva―. Creo que es hora de marcharnos a un lugar menos concurrido, Sherlock.

     Al ver su expresión cuidadosamente impasible, llegó a la conclusión de que tal vez una parte de él dudaba que su resolución se mantuviera intacta luego de un siglo. En cierta forma había estado esperando que se lo dijera: después de estudiar los terrenos de la costa sobre la superficie y también bajo esta gracias a los conocimientos de Liam, así como también los de otras ciudades aledañas, al fin dio con el lugar idóneo para poner en práctica una de las ideas en que trabajó por años. Los avances tecnológicos no fueron en vano, ni siquiera para un par de extemporáneos como ellos.

     La nueva propiedad se alzaba a una distancia prudente de los acantilados. A pesar de estar revestida por piedra y madera, lo que le otorgaba mayor solidez, desde fuera no era diferente de una cabaña anodina. Solía encontrarse a Liam sentado junto a los largos ventanales contemplando el océano, o simplemente dormido bajo la cálida luz de la tarde.

     Cuando le veía caer inconsciente en cualquier sitio a veces le asaltaba la preocupación de que al ocurrirle debajo de las aguas fuese arrastrado por una red de pesca; pero entonces recordaba que Louis, su hermano menor, con toda seguridad estaría acompañándolo y se encargaría de evitar cualquier tontería de esa índole. Aunque ese chico no le tenía en muy alta estima y pareció detestarlo cuando su amante los presentó, hace más de noventa años, podía confiar en que no fallaría en esa tarea ni a riesgo de su propia vida.

     Dejó la radio encendida mientras preparaba la cena y la música a medio volumen llenó el espacio que abarcaba la sala y la cocina. Preparar comida era una de las cosas que en el pasado no se le daban especialmente bien, pero que tras tanto tiempo sobrante para experimentar podía enorgullecerse de sus progresos. Incluso Liam, que acostumbraba a alimentarse con nada más que peces cuando vagaba por el mar y poseía un sentido del gusto bastante dudoso, debió reconocerlo al final.

     Luego de poner la lasaña dentro del horno echó un vistazo al celular sobre el costado de la encimera; ya casi era tiempo de que partiera a su encuentro. Se limpió las manos con un paño y fue al dormitorio para recoger la bata blanca que pendía del gancho la puerta. Poniéndosela debajo del brazo, dirigió sus pasos hacia el sótano. La trampilla que conducía a sus cavernosas entrañas permanecía oculta bajo un tapete con estampado de figuras geométricas, al extremo del pasillo, y nada más alzarla la brisa fría y salobre le acarició el rostro como cada vez que se internaba escaleras abajo.

     Tanteó el interruptor de la luz junto a la pared y el estrecho camino de escalones de piedra se iluminó. De contornos irregulares, el pasadizo cuya construcción les llevó más de cinco años desembocaba en una cueva subterránea más pequeña que el salón, y exceptuando la claridad que aportaban los últimos focos sobre el dintel, el lugar permanecía en una apacible semioscuridad. Justo en el medio, un estanque conectaba aquel refugio natural con el océano, y su débil fragor rebotaba contra las paredes combadas.

     Al llegar, halló la figura delgada de Liam sentada sobre el borde. Le daba la espalda y Sherlock vislumbró que sus piernas volvían a materializarse.

     ―Insisto en que debo iluminar más este lugar ―dijo en tanto se le aproximaba―. Pasar la noche aquí es algo deprimente, lo mires por donde lo mires.

     ―Ya hiciste bastante ―repuso él y se volvió para dirigirle una sonrisa reservada―. No es bueno intervenir el medioambiente más allá de esto. Y te recuerdo que eres tú el que prefiere quedarse aquí más tiempo del necesario cuando no puedo subir contigo.

     ―Tengo que cumplir mi promesa, ¿no? Dije que te vería cada vez que quisiera.

     ―Estoy seguro de que esas no fueron tus palabras exactas.

     ―El fondo importa más que los detalles. ―Alargó la mano para ayudarlo a incorporarse sobre la superficie resbaladiza.

     Liam se irguió despacio, la mirada penetrante sin desviarse de sus ojos. Se quedaron en silencio unos segundos, observándose el uno al otro con una fijeza rebosante de afecto, hasta que Sherlock reaccionó y le extendió la bata de baño por encima de los hombros.

     ―Más te vale que no te hayas llenado ya con peces, porque la cena está esperando en el horno ―soltó, ante lo cual el otro meneó la cabeza. Un ápice de ironía se asomó a la curva de su boca.

     ―No me perdería tus experimentos culinarios, Sherly. ¿De qué se trata esta vez? ¿Comida asiática? He oído que están de moda los platillos vegetarianos.

     ―Termina de ponerte eso y ven a verlo tú mismo antes de que se queme ―dijo, y aguardó a que terminara de meter los brazos dentro de las mangas y ceñirse el cinturón. En el momento mismo en que levantó el rostro, sus labios bien dispuestos le besaron―. Bienvenido a casa de nuevo, Liam.

     ―Me alegra estar de vuelta ―susurró, presionando su boca con la suya de regreso una última vez.

Buscó el agarre de su mano, y Sherlock descartó en su mente el comentario previo: sus ojos escarlata, que relucían en la penumbra, eran toda la luz que hacía falta en aquel sitio.


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