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Siete días lejos del mar por mei yuuki

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Notas del capitulo:

Epílogo

 

Prompt: El sexo en la playa es…

 

Advertencias: insinuaciones sexuales y toqueteos varios. 

 

(El prompt que me complicó la existencia hasta el infinito).

     Incluso estando debajo de la superficie, las escamas rojas de la cola de Liam lanzaron algunos destellos cuando se desplazó hasta el borde del peñasco. Si fuera la primera vez que lo viera desenvolverse en el mar, podría creer que poseer un físico tan vistoso sería para él una desventaja; pero Sherlock ya conocía de sobra la velocidad con que contaba para rehuir el peligro y depredar a sus presas marinas. Era comprensible que jamás nadie haya dado con un espécimen de sirena y se enorgullecía de ser él una excepción.

     Desde su lugar, a unos metros, lo observó tirar de la bolsa negra que había allí abandonada. Entonces se volvió y nadó de regresó hacia él, luciendo grácil a pesar de estar cargando con un pesado costal de basura. Le ayudó a sostenerlo y juntos se dispusieron a emerger.

     ―Dejémoslo por hoy ―le pidió, tras quitarse la boquilla del snorkel―. ¿Cuántas horas llevamos en esto, de cualquier manera?

     Liam, que acababa de dejar momentáneamente aquel bulto entre las rocas que tenían detrás, le miró con suspicacia.

     ―Solo han pasado dos; pero si estás muy cansado y te resulta una molestia, puedes adelantarte.

     ―No he dicho que lo sea ―gruñó, sacudiéndose el largo cabello mojado que le caía sobre las gafas de buceo―. Pero preferiría ir a otros sitios cuando puedes salir fuera del agua.

     ―Es lo que hacemos siempre, Sherly. Este tipo de trabajo, en cambio, hace un bien a la comunidad. A la tuya y a la mía ―dijo con una convicción resistente a sus quejas, y se volvió a zambullir antes de que Sherlock escupiera otra objeción.

     Chasqueando la lengua, se reacomodó el tubo y se lanzó detrás de él. Limpiar el desastre de otros era quizás su tarea menos favorita sobre la tierra, pero la preocupación y el desprecio de Liam por la contaminación de los mares tenía una larga data y no era tan desconsiderado para quedarse al margen mientras se pasaba los días arrastrando desperdicios. A cambio de que no se excediera, había llegado al acuerdo de que dedicaría algunos de sus ratos libres entre semanas para ayudarle cuando el clima fuera propicio. Y allí estaban, dando vueltas en aguas poco profundas mientras los rayos del sol decaían progresivamente.

     ―Vas a compensarme por esto ―exigió tras terminar, dándole golpecitos en la frente blanca con la punta del índice. Estaba de espaldas, encima de una toalla dispuesta sobre la arena húmeda de aquel recoveco junto a las rocas, y Liam se inclinaba sobre su rostro con una sonrisa sosegada―. El mundo puede esperar a que sea luna creciente para que lo salves.

     ―Creí que verme nadar te entretenía lo suficiente para compensarlo, ¿o es que acaso tantos años han acabado con tu curiosidad por mi especie?

     ―Tu especie y tú son cosas separadas ―replicó, sentándose. Bostezó de cansancio y dejó caer la cabeza sobre su hombro―, y no te saldrás con la tuya esta vez solo con eso.

     ―Debería ser al revés, pero con el tiempo te has vuelto más caprichoso ―observó él, con más indulgencia que reproche. Le rodeó con sus brazos y empezó a desenredarle los revueltos cabellos negros.

     ―Y tú tampoco eres menos implacable que antes.

     Suspiró; el movimiento sinuoso de esos dedos sobre su cuero cabelludo le hizo sentir aún más aletargado y su mente se deshizo en una maraña de divagaciones. En el siglo XXI había un sinfín de oportunidades a su haber que no quería desperdiciar: podían ir por allí de la mano, besarse en mitad de una multitud y no romperían ninguna ley en el proceso. Inclusive se les permitía contraer matrimonio igual que a las parejas heterosexuales, instancia que Sherlock no hubiese creído llegar a ver con sus propios ojos. Se preguntó si el mismo reconocimiento ocurriría en un futuro distante con las criaturas como Liam, si es que estas salían a la luz.

     Estrechó su cintura, impregnándose de la humedad de su cuerpo cálido. Entonces, recordando una conversación que tuvieron antes, eligió la más descabellada de las ocurrencias para interrumpir el silencio:

     ―Si las sirenas suelen aparearse durante la luna nueva, ¿crees que todavía lo hacen cerca de las costas?

     ―Sabía que un día iba a arrepentirme de habértelo confirmado ―fue su respuesta, luego de unos segundos de confusión. Tiró ligeramente de unos cuantos mechones oscuros―. Antes de que vayas más lejos, te aclaro que no comparto la fantasía exhibicionista.

     ―¿Es que tienes alguna otra? ―Levantó el rostro con una mueca llena de malicia; el comentario le significó otro tirón―. Bah, eso atraería menos la atención que la forma que tienes ahora. ―Liberó una mano y acarició el lugar en que estaría su muslo. Si se trataba del tacto suave de sus escamas, nunca se satisfacía.

     En los albores de su historia juntos, Liam solía mostrarse reticente y avergonzado cuando les dedicaba su atención y las salpicaba de besos; era como si le fuera inconcebible para él que se sintiera cómodo tocándolo. Ahora, no obstante, ni siquiera pretendió detenerle por estar lejos de la privacidad de su hogar. Posó la diestra encima de la suya y sus hombros se movieron hacia arriba y hacia abajo, como si lanzara un suspiro.

     La calidez comenzó a aumentar y pronto dio paso a la tersura inconfundible de la piel lozana. En lugar de echar un vistazo hacia abajo para descubrir lo evidente, Sherlock dirigió la mirada en dirección a esos labios silenciosos. Su palidez le despertó el apetito y se acercó para saciarse.

     Antes de que llegara a ellos, la mano rápida de su amante selló los suyos con las yemas.

     ―El roce de la arena mojada es incómodo si tienes piel ―dijo, entrecerrando los ojos ante su expresión ceñuda―. Apreciaría que hicieras algo al respecto.

     ―Solo deja de perder el tiempo y ven aquí antes de que oscurezca ―se rio y sujetó sus caderas para alzarle encima de su regazo.

     Nada más tenerlo allí comenzó a besarle; se entretuvo sorbiendo la luz del sol que se derramaba como miel sobre la curva de su cuello y hacía brillar su cabellera rubia. La respiración de Liam vaciló, espesándose contra la mejilla de Sherlock, y sus uñas le delinearon la espalda desnuda. Era dolorosamente consciente de que solo la tela negra y delgada de su traje de baño le impedía fundirse con su calor.

     ―¿No es una pena que no pueda mantenerme en esta forma, tu favorita, indefinidamente? ―apuntó con ironía, ciñendo los brazos alrededor de sus hombros―. Sería tu recompensa ideal.

     Dejó de lamer su mandíbula y le observó con una ceja en alto.

     ―¿Quién dice que tengo una favorita? ―repuso con seriedad― Sé lo que estás pensando, pero has metido demasiados libros de fantasía en esta cabeza tuya si crees que cambiaría algo de ti por conveniencia ―le dio un ligero toque en la sien para enfatizar. Liam hizo aquella expresión dubitativa de la que le gustaba burlarse borrándosela a besos.

     ―Entonces seríamos una pareja normal, no veo porque no iba a gustarte la idea.

     ―Tch. Ya somos eso y de una manera mucho más interesante ―aseguró, sosteniéndole el rostro con ambas manos para que viera cuán serias eran sus palabras―. Tanta charla me corta la inspiración, ¿es eso lo que buscas en realidad?

     ―Si es así, quizá desde el principio no estabas muy dispuesto ―soltó con un tonillo burlón, dejando atrás el tema.

     ―Estás deseando que te lo demuestre, ¿a qué no? Te gusta divertirte a mi costa. 

     La sonrisa provocadora que Liam le dio se mantuvo en sus labios mientras los besaba con ahínco. Respiró la sal que cubría aquel pecho, olvidándose de la frialdad de la brisa. Y cuando una mano delicada se sepultó en su entrepierna también desaparecieron el rumor del océano y la humedad.

     Al lavarse el cabello en la ducha descubrió que hasta detrás de las orejas tenía adheridos granos de arena.

     ―Te advertí que era mejor detenernos ―Liam no perdió la oportunidad de sacárselo en cara al oírle quejarse entre dientes―. ¿Quieres que te muestre algunos lugares lejos de la costa, la próxima vez? Aunque temo que necesitarás un tanque de oxígeno. ―Mientras hablaba, dejó de frotarse jabón en los brazos y se dio la vuelta para meter las manos entre sus cabellos negros.

     ―¿Para ayudarte a levantar basura? Esa trampa es predecible. ―Lanzó un resoplido pero dejó que sus dedos le relevaran.

     Masajeó con cuidado a través de la espuma del champú; Sherlock miró su rostro envuelto por el vapor que atestaba el cuarto de baño, sus cálidos ojos fijos en la tarea, y retornó a los pensamientos que le habían surgido aquella misma tarde. No imaginaba una vida más feliz o algo que pudiera desear; cumplió con lo prometido y podían estar el uno junto al otro a pesar de las diferencias entre especies. Ni el tiempo ni las ausencias hicieron mella en sus sentimientos, sino que los reforzaron. Aun así, no se les escapaba la melancolía remanente que a veces advertía en su mirada.

     Enseguida, soltó la propuesta pareciéndole una manera lógica de demostrarle su sentir:

     ―Ya que ahora es posible, quizás deberíamos casarnos. Las ceremonias me parecen innecesarias, pero puedes enmarcar el certificado al lado de esos artículos de matemáticas que tanto te gustan. ―Su amante continuó con lo que estaba haciendo durante dos segundos más. Entonces, al procesar lo que acababa de oír, se detuvo, bajó los brazos lentamente y dirigió sus agudas pupilas hacia su expresión resuelta.

     ―Dudo haber escuchado mal, pero aclárame: ¿me pediste matrimonio justo aquí y ahora?

     ―Las cosas románticas no van conmigo ―se defendió, volviendo el rostro. Tal escrutinio le hizo sentirse avergonzado―. ¿No querías que nos pareciéramos al resto de los mortales? Casarse es lo que suelen hacer ellos.

     ―Pero los índices nupciales han caído en los últimos años.

     ―Si no quieres solo dilo, deja los números fuera ―gruñó torciendo la boca―. No pienso arrastrarte ante el juez.

     Liam sonrió de la manera dulce que usaba para convertir su corazón en mantequilla y de inmediato abrió la llave del agua. La suave lluvia roció otra vez sobre sus cuerpos.

     ―Nunca querría negarme ―admitió, al tiempo que se encorvaba para presionar la frente contra su clavícula―. Has ido tan lejos por mí, por nosotros… y será un acontecimiento verte vestir de etiqueta.

     Sherlock echó la cabeza hacia atrás y prorrumpió en risas. Rodeó su espalda con el brazo y estuvieron cerca de resbalarse. Pese a que le advirtió que tuviera cuidado, al final Liam terminó por unirse a sus carcajadas mientras se agarraba de la cortina traslúcida.

     ―Será menos molesto que llevar un tanque a cuestas mientras te abrazo ―sentenció.


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