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Siete días lejos del mar por mei yuuki

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Notas del capitulo:

Prompt: Aguas dulces a corazón de sal.

     Le propuso al recién conocido William dar una caminata en tanto le contaba acerca del collar que estaba rastreando. A pesar de expresión suspicaz que le dirigió, con su rubia ceja en alto, no se negó y subieron los escalones rumbo al paseo marítimo atestado de gente. Que el sol estuviera cubierto por nubes aquella tarde no era impedimento para disfrutar de un día en la playa, al parecer.

     ―Comprendo la situación ―dijo él, rozándose la barbilla con los dedos en gesto reflexivo―. La delincuencia ha ido en aumento últimamente, de mano de la pobreza.

     ―No eres de aquí pero sabes muchísimo, ¿eh? ―observó Sherlock a su lado mientras luchaba por encender un fósforo contra la brisa marina para fumarse un cigarrillo.

     ―Me quedo en Brighton una semana al mes, pero no creo que eso ataña al caso, señor Holmes.

     ―¡Maldita sea! ―exclamó. La llama se le apagó antes de que pudiera traspasarla al tabaco. Lo lanzó al suelo y le miró, ceñudo― Y ya deja de llamarme así, ¿a qué viene tanta formalidad?

     ―Es usted el que es demasiado informal ―replicó, sin variar sus modales, y cruzó los brazos detrás de la espalda―. De cualquier forma, creo que puedo ayudarlo.  

     ―¿Ya tienes una idea acaso del paradero de los ladrones? Porque yo también la tengo. ―Se rio entre dientes. A cada minuto que pasaba junto a Liam (como decidió bautizarlo en su cabeza), su curiosidad crecía como la espuma tras el azote del oleaje contra las rocas que tenían a unos cuantos metros.

     ―No es que sea muy difícil dar con un objeto así en una ciudad pequeña si pregunta en los lugares correctos ―le sonrió.

     En los barrios bajos donde la muchedumbre proveniente de Londres procuraba no meter los pies, dio con un par de sujetos que comerciaban especies robadas. Fingiendo ser un cliente interesado, se las arregló para hurgar entre los productos y acabó por encontrar el dichoso collar. La esmeralda engastada entre las perlas coincidía con la fotografía que su clienta le mostró. Robárselo de vuelta no fue problema, aunque había un detalle en torno a la situación que le incomodaba.

     ―Si estás involucrado en esa clase de cosas, no fue muy buena idea que me ayudaras, ¿sabes? ―soltó a modo de advertencia al día siguiente. Le había propuesto a Liam encontrarse en el mismo sitio, en el paseo frente a la costa, para revelarle sus resultados. Lo cierto es que era más un pretexto para verlo nuevamente; no solía toparse con personas cuya perspicacia igualara a la suya y suponía que iba a arrepentirse si no hacía al menos un intento de pasar tiempo con él.

     ―No soy el único que conoce esa dirección ―se excusó, aunque no lucía alarmado en lo absoluto―. Ya se imaginará que de ser yo uno de esos criminales, le habría tendido una trampa.

     ―¿Quizá la trampa esté por venir? ―Inquirió con una media sonrisa, apoyándose de espaldas en la barandilla de hierro que daba a la costa―. Aun así, creo que te mereces la mitad del crédito, me habría tardado medio día más en encontrarlo de no ser por ti. Déjame invitarte a almorzar.

     ―Estoy algo ocupado el día de hoy por la tarde, así que debo pasar esta vez.

     ―Ah, vamos, ¿irás sin comer a dónde sea que debas ir? No va a quitarte mucho tiempo.

     ―Si tan aburrido está, quizá debería buscar su siguiente caso ―apuntó, viendo a través de él con una facilidad casi aterradora. Sherlock se sobrepuso enseguida a su sorpresa para contestarle, pero antes de que abriera la boca, le pareció verlo suspirar―. Aunque supongo que puedo permitirme una hora.

     ―No te vas a arrepentir.

     Le hizo un guiño al tiempo que presionaba el puño amistosamente contra su brazo. A diferencia de la jornada anterior, el sol brillaba ahora con intensidad sobre el océano turbulento. A Sherlock, sin embargo, le pareció más interesante la forma en que su luz penetró en la corriente escarlata de esos ojos que no llegaba a descifrar.

     No estaba seguro de qué le llevó a ceder. William estaba acostumbrado a recibir la amabilidad de la gente cuando brindaba su ayuda, pero en el caso de Sherlock Holmes, sintió que existía una notoria diferencia. Era un hombre curioso; además de infatigable cuando se abocaba a un asunto en particular. Pese a que se dedicó a evadir sus intentos por entrometerse en los intersticios de la escueta historia personal que le contó, su descaro consiguió hacerle sonreír en más de una oportunidad durante la comida.

     ―Con que eres una especie de consejero ―pronunció Sherlock con lentitud, juntando las manos sobre la mesa y apoyando en ellas el rostro―. Supongo que eso explica que tuvieras tan buena disposición para ayudarme antes, aunque no me pidieras ni una sola libra.

     ―No me cuesta nada compartir lo que sé con quienes me lo piden o parecen necesitarlo ―dijo, sin darle la menor importancia―. Supongo que usted lo comprende, ya que no parece dedicarse a su oficio por el dinero.

     ―Y no te equivocas, Liam. En lo que a mí respecta, no hay mayor placer que resolver un buen misterio. El resto es secundario.

     Mantuvo la vista sobre sus relumbrantes iris azules. Aquel discurso removió algo en lo profundo de su consciencia, una brisa a través de su corazón. En el pasado, William también se había interesado por cosas que estaban más allá de su alcance y entendimiento; y hasta podría decirse que por eso era que estaba en ese pueblo ahora. Misterios que para Sherlock Holmes serían insignificantes.

     ―Le agradezco la invitación, pero debo irme ya, o de lo contrario se me hará tarde ―le anunció luego, al tiempo que se levantaba.

     ―Oye, al menos dime dónde encontrarte, esto hay que repetirlo ―le pidió, apuntándole con el cigarro recién encendido desde su lugar―. O mándame un telegrama al hotel; ya te he dicho la dirección.  

     ―Me quedaré con la segunda alternativa, señor Holmes. ―Imitó su gesto previo de cerrarle un ojo y se volvió hacia la puerta.

     El mar gélido en la distancia lucía menos apetecible de lo que fue al entrar al restaurante.


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