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Carpe diem por RLangdon

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El sudor mezclado con la sangre le resbalaba por la frente y le escocía en los ojos. Un cansancio extremo se había apoderado de cada fibra de su ser. Tenía los músculos de los brazos agarrotados y, sus piernas semejaban dos barras de hierro, pesadas e inmóviles. Su mente se debatía en un constante tira y afloja. Tenía cortes en diferentes partes del cuerpo. Uno diminuto encima de la ceja izquierda, uno más profundo en el costado, muy cerca de las costillas, y otro más atravesandole la mejilla derecha hasta la altura del pómulo. Podía sentir la sangre fluyendo por las heridas, caliente y espesa, manando en un goteo intermitente que hacía eco en sus oídos. 
 
Y sin embargo, a pesar del dolor lacerante y de la corrosiva incertidumbre quemandole las entrañas, Will experimentó nuevamente aquella sensación que tantas veces había censurado para si mismo en el pasado. 
 
Sintió de golpe una oleada electrizante en su interior. Abrasadora y gélida. Potente y estrepitosa. 
 
Era adrenalina, una euforia placentera estallando en su interior. Asi debía sentirse llegar al final de la metamorfosis. Cuando el contenedor inútil del cuerpo cede para dejar emerger el nuevo de la crisalida.
 
Aquella era la transformación definitiva. Pero no la del dragón, sino la suya. 
 
Un amago de sonrisa se dibujó en sus labios, desvaneciendose cuando el agotamiento oprimió con más fuerza sus extremidades. Y habría caído irremediablemente si Hannibal no hubiera estado a tan solo unos pies de distancia. Lo suficiente para acudir en su auxilio, tan presto como el mismo Will lo había sido minutos antes, sin ser apenas consciente de lo que hacía. 
 
Minutos atrás había estado observando a Bedelia, luego había mirado a Walter siendo amenazado con aquel objeto punzocortante, y después...después había escuchado el estropicio de la cocina. La cristalería rompiendose, los muebles siendo volcados. Entonces Bedelia había murmurado la que sería la sentencia de todos los allí presentes. 
 
Ella había dicho "ayudalo"
 
Y aunque la prioridad de Will seguía siendo Walter, pese a que pudo haber librado una pelea corta y decisiva con la psiquiatra de Hannibal, había dado media vuelta para tomar el grueso trozo de vidrio sobre la mesa. A partir de aquel punto, su mente se había desconectado a medias. 
 
Recordaba vagamente haber atacado al dragón junto con Hannibal. Primero golpes por separado, que habían sido devueltos con mayor brutalidad por aquel ser de psique resquebrajada que se veía a si mismo omnipotente, poderoso y majestuoso. La mente era tan poderosa que, aquella fortaleza ficticia, parecía haberse materializado, dotando a Francis Dolarhyde de una fuerza casi sobrehumana. 
 
Por separado, no eran rivales para el dragón, y ambos lo habían corroborado tras varios intentos de abatirlo individualmente. Luego, cuando la energía de los dos había menguado, cuando el dolor punzante de las heridas clamaba por hacerlos sucumbir, se habían visto a los ojos. 
 
Un simple intercambio de miradas, una idea silente y sus cuerpos se movieron de manera  sincronizada, como si fueran un mismo ser, como si pensaran y actuaran exactamente iguales. Como si la dualidad que los unía y los parámetros que les hacían independientes se hubieran difuminado para siempre, rompiendo las barreras que uno y otro habían ido creando tras la mutua y repetitiva traición hacia el contrario
 
Con los pies golpeando la inestable tierra fangosa y los músculos tensos, habían corrido de vuelta hacia su
objetivo, hacia el enemigo mutuo. Moviendo rítmicamente los brazos y asiendo firmemente sus afiladas armas habían asestado los dos golpes letales en la arteria carotida.
 
Habían atacado como si fueran uno solo.
 
Metamorfosis en su máxima expresión. 
 
Había sido, no obstante, Will, quien acababa de renunciar al último vestigio de humanidad que conservaba, todo ello para convertirse en lo que tanto había temido y aborrecido en otros ayeres. Aquello que durante años había perfilado, adentrandose en su mentalidad para diseñar el mismo escenario sangriento vez tras vez, a cuyas escasas pistas y muestras de ADN debía cernirse para resolver casos.
 
Un asesino. 
 
Sabiendose fuertemente asido por los brazos de Hannibal, con la respiración acompasada de ambos y las manos manchadas de sangre, Will tuvo un último destello de lúcidez. 
 
Sujeto a los hombros de Hannibal y el rostro ensangrentado rozandose con el ajeno. Con sus labios acariciandose en cada difícil exhalación, Will pensó en suicidarse. Se vio a si mismo empujando a Hannibal y cayendo junto a él más allá de los abetos, hacia el vacío. Ya no había angustia en su corazón, ya no había consciencia. Daba lo mismo vivir o morir siendo un criminal, pero Will habría elegido lo segundo, de no ser porque, al empezar a avanzar para guiar a Hannibal hacia una redención mutua y perpetua, Walter salió de la cabaña, corriendo y gritando que se detuviera, que todo estaba bien, que todo estaría bien.
 
Y Will se desmoronó, cayendo de rodillas sobre la hierba, cegado por lágrimas que no derramaría, constreñido su pecho al ver como su destino era cruelmente decidido de esa manera, pues acababa de convertirse en lo que Hannibal siempre quiso que fuera.
 
Y lo supo. Como lo supo al comienzo.
 
El ganador siempre sería Hannibal. 
*
 
Abrió los ojos cuando el ardor de su mejilla se intensificó, arrancandole de forma abrupta de su estado de inconsciencia y sopor. Entonces vio a Hannibal a su lado, oprimiendo en una de sus heridas faciales un trozo de algodón humedecido en alcohol. Will intentó apartarle la mano, pero carecía de energía incluso para oponer resistencia, asi que al final se decantó por dejarlo y echó un fugaz vistazo a su alrededor. Estaban en una habitación, pero debido a la escases de objetos y la rareza de los ángulos, no pudo determinar si se trataba de un sótano o un ático. 
 
Arriba o abajo. 
 
En ambos casos habría una escalera, pero Will no logró ubicar ninguna cuando repasó la estancia a consciencia y con mayor detenimiento que antes. 
 
—Wal...ter— musitó a duras penas, resintiendo el dolor corporal que había acudido tras recobrar el conocimiento. 
 
Al igual que él, Hannibal lucía varios hematomas en el rostro. Llevaba una gasa en el cuello y tenía vendado el brazo. Al no obtener respuesta, Will contuvo un bufido y trató de incorporarse. 
 
Decenas de alfilerazos le recorrieron el costado, obligandole a devolverse en el acto sobre el diván. Hannibal le extendió un vaso con agua y un par de píldoras que Will no quiso tomar. En cambio, repitió forzosamente el mismo nombre de antaño. La frente de Hannibal evidenció un par de tenues arrugas momentos antes de insistir con el medicamento. 
 
Will deseó poder levantarse para golpearlo, amenazarlo y exigirle que le dijera en dónde estaba su hijo adoptivo, pero no hizo falta nada de aquello. La puerta lateral de la estancia se abrió y el niño entró vistiendo un inmaculado traje en tono marino, bien acicalado e incluso sonriendo. 
 
A Will se le tensaron los músculos faciales al reconocer en aquellos pasos y porte altivo, los mismos movimientos calculadores de Hannibal Lecter. 
 

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