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EL PRÍNCIPE DEL INVIERNO por Madara-Nycteris

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El joven guardia seguía mudo de asombro, y sólo podía imaginar que estaba soñando, hasta que el silencio fue roto de la manera más bella.

 

-De entre todos los habitantes de Valnadell, nunca creí que fueses tú quien me recibiría, pero no hubiera querido que ningún otro lo hiciera. –Declaró una voz brillante y alegre. Era tal y como Brock la había imaginado por años.

 

-Bienvenido sea... ¿Qué hace aquí mi señor? –Cuestionó Brock, aún sin dar crédito a sus ojos.

 

-Descendí del barco y mi guardia venía muy cerca, pero temo que se han quedado atrás. –Aclaró el chico, señalando en dirección de los acantilados.

 

Eso no era posible; el Guerrero Tejón resopló, exasperado. Si él fuese el capitán de la Guardia Real azotaría sin dudar a cualquiera que abandonara al futuro rey a su suerte. Un instante después desechó la idea y en lugar de eso sonrió, sacudiendo la cabeza lentamente. Este chico le iba a dar muchos dolores de cabeza a más de uno.

 

-Su majestad debería ser más prudente. Ambos sabemos que estos bosques son hogar de criaturas peligrosas. –Dijo con el tono de quien comparte un secreto con su cómplice.

 

-No tengo motivos para angustiarme. Veo que portas la insignia de la Guardia Real; así que no podría estar más seguro con nadie en Valnadell. –Aquellos ojos se curvaron suavemente hacia arriba cuando el príncipe sonrió. Brock se dio cuenta de que había echado de menos aquel lindo gesto y le correspondió.

 

-Permítame acompañarlo hasta el palacio. Su guardia probablemente no conozca este sendero, Su Alteza. –Añadió, tratando de ser de utilidad.

 

-Será un honor montar en tu compañía, Brock, hijo de Frenk.

 

-¿Qué? –Brock era un peleador rápido e imaginativo, pero la frase se sintió como un golpe en la nuca mientras estaba distraído. Docenas de ideas que jamás había tenido revolotearon en su mente.

 

-¡Skadi, Nu!

 

Antes de que el joven guardia pudiera decir nada, el príncipe ya había tirado las riendas de su yegua color granizo y había desaparecido a toda velocidad en medio de una nube de agujas de pino. Brock nunca se había sentido más maravillado. Espoleó a Vigg y avanzó tras la montura del príncipe, sin poder alcanzarlo. El chico no sólo tenía una técnica impecable. Era endemoniadamente veloz.

 

El corazón de Brock trepidaba al ritmo de los cascos de su corcel, y por un instante tuvo la certeza de que se le saldría del pecho mientras perseguía al príncipe entre los árboles; la sensación de velocidad y libertad era embriagante; una pequeñísima parte de Brock deseó que se prolongara por siempre. Cuando las torres del palacio se volvieron visibles a la distancia, el príncipe detuvo su desenfrenada carrera, controlando a su yegua en un suave movimiento de las riendas y aguardó a Brock, quien aún iba a toda velocidad detrás de él.

 

-Hemos llegado a casa. –El chico suspiró, mirando al guardia con un dejo de inquietud en la mirada. –El castillo luce igual que cuando partí, pero temo que a pesar de las cartas que recibí asegurando lo mismo, mi hogar haya cambiado en mi ausencia.  Dime por favor ¿Mi pueblo se encuentra bien?

 

-Sí. Estos años han sido pacíficos y cada vez más prósperos para Valnadell. –Brock se deleitó cuando la sonrisa volvió al rostro del otro. Si me permite, yo seré su guía y lo llevaré hasta el palacio, mi príncipe.

 

-Por favor, llámame Jems.

 

Los ojos de ámbar de Brock se abrieron como platos. Aparentemente este muchacho no tenía idea de su posición como futuro monarca. ¿Qué clase de rey le diría eso a sus súbditos?

 

-Con el debido respeto, no pienso que sea lo más pertinente, Su Alteza. –Brock declaró, sin titubear.

 

-Está bien. Entonces te propongo algo. Cuando estemos acompañados, podremos acatar la etiqueta como se requiera, pero si no hay nadie alrededor, me llamarás como tú prefieras. Después de todo, te debo mi vida y nunca tuve la oportunidad de agradecerte o al menos explicarte lo mucho que hiciste por mí. Yo... -El príncipe pareció dudar. –Yo quisiera que fuéramos amigos, si así lo deseas.

 

Brock tuvo que aferrarse a las riendas de su caballo para evitar desplomarse de la impresión. El príncipe en persona había vuelto. Lo recordaba y le estaba pidiendo humildemente iniciar una amistad como lo haría cualquier chico de su pueblo... No. Claramente el bellísimo Jems I de Valnadell no era como ningún otro ser humano que Brock hubiera conocido, pero no pudo evitar sonreír ante la perspectiva.

 

-Será un placer. Jems.

 

En cuanto el príncipe y su caballero cruzaron las puertas de la fortaleza, la noticia corrió velozmente y todos en el palacio acudieron a rendir honores al joven heredero. Brock se sorprendió más de una vez durante el trayecto. La primera de ellas fue al observar la forma en la que su nuevo amigo se lanzó de su montura para arrojarse felizmente entre los brazos de Stepphen, quien fue lanzado sobre una pila de paja por el impacto y estalló en risas con el príncipe aún en brazos. Aquel rubio bobo, quien ahora era uno de los mejores guerreros del reino, aparentemente había sido su amigo desde que la madre de Jems arribó a Valnadell y los padres de Stepphen –antiguos nobles de los fiordos del sur- se volvieron cercanos a la bella y solitaria reina. Ambos pequeños habían nacido en la misma primavera y se habían criado juntos desde entonces.

 

La segunda sorpresa fue el recibimiento privado con el rey Alekzsander. Aunque Brock permaneció de pie muy lejos del trono, se dio cuenta de que el soberano no sentía ni un ápice de felicidad al ver a su primogénito. Sus ojos lucían fríos, pero de alguna manera no parecían faltos de interés. Había algo allí que Brock simplemente no podía descifrar. 

 

A pesar de la fría bienvenida de su padre, los pequeños príncipes, Ivar y Margret recibieron a su medio hermano con un entusiasmo asombroso, a pesar de que jamás se habían visto. El pequeño Ivar, de enormes ojos verdes y cabello rubio tendría unos 7 años y soñaba con ser como Jems, mientras que la princesa Magg estaría por cumplir los diez años y era la viva imagen de su madre. Vivaces ojos negros y largas trenzas del mismo color que el cabello de Jems. Los tres se llevaron de maravilla.

 

La fiesta por el retorno del heredero al trono no podía ser menos que fastuosa. Docenas de guerreros y nobles se presentaron ante el futuro rey y todas las doncellas de noble cuna fueron presentadas ante el príncipe, cuya belleza era la noticia más comentada del reino. Aquella noche, bañado por la luz de las antorchas y vestido con un atuendo del mismo color que el vino que bebía, el príncipe parecía brillar con luz propia. 

 

De pie desde uno de los portones del gran salón, Brock observó a su nuevo amigo sonreír y departir alegremente con sus invitados. Narró brevemente algunos detalles de su educación en las islas del sur y brindó por su padre el rey y por un futuro brillante para Valnadell. 

 

Llegado el momento, los asistentes elevaron sus copas a la salud del príncipe Jems I y entonces, a solicitud del propio príncipe los músicos comenzaron a tocar. No era una pieza cortesana tradicional, entonada con suaves acordes de arpa y flauta y diseñada para que sólo el rey y sus allegados bailaran, sino una melodía rápida y alegre, apuntalada por los tambores de cuero y cítaras, muy similar a las que escuchaba el pueblo común. El ritmo de las percusiones era vertiginoso y golpeaba el pecho de los allí presentes desde el interior, cada vez con más y más intensidad.

 

-¡Ea! ¡Ya era hora!, ¡Por fin algo para bailar!, -Gritó Lord Anton Stark, quien ya había bebido media docena de odres de cerveza. El rey frunció el ceño.

 

Antes de que nadie tuviera tiempo para escandalizarse, el príncipe se levantó de golpe de su asiento y secundó la idea, con un rápido "¡Ea!". Un gesto de alivio fue visible en los rostros de los acompañantes de Anton.

 

Inmediatamente, varios guerreros y doncellas se levantaron de sus asientos, palmeando rítmicamente al compás de la música. Jems tomó de la mano a Stepphen y Anton, quienes lo acompañaron al centro del salón, invitando a su vez a otros asistentes. Los demás se incorporaron formando un círculo de danza cada vez más grande. Nadie notó cuando el rey, visiblemente irritado se retiró a sus aposentos.

 

Brock miraba complacido la figura de su príncipe, quien se había despojado de su capa y bailaba grácilmente al ritmo de los tambores como todos los demás. Estaba tan concentrado en él que no se dio cuenta de que inconscientemente había comenzado a seguir la melodía con la punta de su bota. Y cuando escuchó el sonido proveniente del piso de madera, volteó a ver sus pies, avergonzado. ¿Qué clase de guardia era?. Ojalá nadie lo hubiera visto. Se irguió  y recuperó la postura perfecta, justo a tiempo para ser arrastrado a la pista por uno de los asistentes, quien tiró de él en un movimiento suave pero ineludible y lo dejó girando sobre su eje como si fuera un pequeñín y no un hombre adulto.

 

El guardia recuperó el equilibrio, sólo para darse cuenta de que había usado como apoyo para no caer a aquel hombre. Deseó que el piso se abriera y se lo tragara la tierra al imaginarse empujando a uno de esos nobles Rødger, o peor aún, a un maldito Stark. Se preparó para ofrecer sus disculpas y al levantar sus manos del suave talle al que estaba sujetándose escuchó la risa cristalina del príncipe Jems, quien lo sostenía entre sus brazos.

 

-Perdone, Su Alteza, yo no...

 

-¿Estás bien? –Aquellos preciosos ojos azules lucían genuinamente preocupados.

 

El Guerrero Tejón asintió con un movimiento alarmado y justo en ese momento le pareció escuchar algo así como "Perfecto", cuando el príncipe lo tomó de la mano una vez más y lo condujo al círculo de baile, para departir con el resto de los nobles, los guardias, los sirvientes y los cocineros.

 

Brock no soltó su mano durante el resto de la noche.


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