Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Percepción por rmone77

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

—Homecoming—

Advertencia: Este capítulo podría describir escenas delicadas.


 


 


Pasadas las 2 de la mañana Kim recién cruzaba el umbral de la sala. Con las yemas refregaba sus ojos y bostezaba descuidado, desvistiéndose a medida que sus pasos alcanzaban la habitación. Do estaba tendido sobre la cama, apenas cubierto con el edredón. La imagen a través de la oscuridad enterneció sus ojos y no dudó en acercarse y besar su frente. Al instante, casi de forma inmediata, el chico lo abrazó con tanta fuerza que pasó de la felicidad por hallarlo despierto, a sentirse asustando por si algo había sucedido en su ausencia.


—   ¿Pasó algo?


Acarició su espalda, acurrucando su cuerpo casi desnudo muy cerca, rozando la punta de su nariz sobre la piel cerúlea e inmaculada. Repitió la pregunta una vez más, en un tono meloso, con el sueño rondándole las pestañas, atolondrado por su calor. Se abrazó a su cintura, revolviendo los aromas en su cuello. Jugueteaba esperando algún tipo de respuesta trivial, sin imaginar el huracán silencioso de emociones que empezaba a tomar forma en los oscuros ojos de Do.


Kim percibió un ligero aroma femenino alrededor de él, cuestionándose si es que era correcto tener celos por ese tipo de situaciones. Presionó los dedos en torno a la cintura aún pequeña, lamentando todavía el débil estado en que se encontraba. Parecía como si no pudiese volver a ser ese chiquillo indiferente con un semblante férreo.


Mientras acaricia su cabello, apretando su debilucho cuerpo contra sí, Do murmuró un par de frases que al inicio no quiso entender bien. ¿SooJung? ¿terapias? ¿regresiones? Entonces inició un relato que lo hizo incorporarse de a poco, como si estuviese escuchando un terrible secreto. Aunque en realidad, así era.


 


Do KyungSoo en sus tiernos diez años aparentaba mucha menos edad de la que tenía. Era muy pequeño, con las rodillas levemente inclinadas hacia dentro, pies torpes, pero muy revoltoso, le gustaba esconderse y encontrar tesoros en los amplios jardines de su casa. Siempre estaba buscando insectos y distintas flores para su abuelo, el cual lo felicitaba por cada pequeño logro que llegaba a conseguir. A pesar de lo disperso de su mente, nunca tenía problemas en sus calificaciones, ya que era su abuelo el que en el hogar lo estimulaba a aprender de distintos temas, contando también con los innumerables tutores privados que tenía. En ocasiones sus padres, más su madre, le enseñaba acerca de valores y protocolos que debía cumplir al pie de la letra. Siempre repetía sobre algo acerca de ser el heredero indiscutible de su familia y las mil expectativas que tenía en él.


El niño por su parte soñaba con ser fotógrafo. De su cuello colgaba una versión muy antigua de una cámara polaroid, regalo de su abuelo. Aunque no funcionaba, él fingía ser el mejor fotógrafo del mundo… de insectos. Cargaba consigo un cuadernillo que había robado del escritorio de su padre junto a una pluma carísima a la que no lograba darle un buen uso. Dibujaba insectos y se los enseñaba a todo el mundo en casa, explicándoles que aquello era una bella fotografía de su cámara.


Hasta ese punto todo era consentido por su abuelo, que impedía que interrumpieran la burbuja de felicidad en la que vivía su único nieto. Se interponía firmemente entre la educación bárbara que quería darle el padre e intercedía en cada acto que le parecía dañino. Y no había error alguno en ello, sólo el hecho de que aquello no podría ser perpetuado.


La evolución de su enfermedad fue tan rápida que los sucesivos controles médicos no pudieron dilucidar que se trataba de algo progresivo y que afectaría profundamente la vida de todas las personas en esa casa, incluidos hasta la servidumbre.


Todo comenzó con los cambios de humor y personalidad, siendo estos mucho menos agresivos con su nieto, con el que el inmenso cariño que se profesaban lograba superar el proceso de la enfermedad. Pero bastaron unas quejas de los empleados para que el padre de KyungSoo tomara cartas en el asunto con la excusa de que aquel hombre podría ser un peligro para su pequeño hijo, aún inocente: el abuelo había golpeado a uno de los empleados.


Lo sacaron de la casa lo más rápido que pudieron. Los reproches y llantos del niño eran tantos que en un inicio las visitas eran muy frecuentes, casi cada día hasta caer el sol. Sin embargo, a medida que más avanzaba la enfermedad, la madre se unió al capricho de su esposo y les impidieron por completo verse.


No había ningún tutor que pudiera contra los arrebatos agresivos que tenía el pequeño. No lograba comunicarse con ninguno y su falta de habilidades sociables se acentuaron más que nunca, explotando la inteligencia que desde siempre lo había caracterizado.


Los padres colapsaron al no saber qué hacer con su hijo y su “enfermedad”, que nunca se había manifestado como ahora y que en el pasado el único que pudo calmarlo fue el anciano. Volver a llevarlo a la casa no era viable, ya que se había filtrado una noticia sobre la desaparición del ex presidente de una importante compañía y la mala manera en que su actual presidenta estaba llevando la compañía.


La última tutora del niño, con unas habilidades comunicacionales increíbles, no había logrado compenetrarse con él, siendo ella misma la que sugiriera la búsqueda de algún tipo de terapia médica para el muchacho. Alegaba que la enfermedad del hombre mayor había traumado por completo al chiquillo y que, independiente de la experiencia de otro profesor privado, no iban a conseguir nada.


Por supuesto que todo eso cambió al contratar a JuWon. Parecía completamente inexperto. Un universitario de veinticinco años que estaba cursando su tesis doctoral. Brillantísimo. Había logrado adelantarse en sus estudios pedagógicos, pero lucía una figura demasiado despreocupada para el padre. Fue la madre, la que una vez más, quiso darle una oportunidad. Había sido una mujer fácilmente influenciada por la cantidad de logros académicos y confiaba en que la inteligencia lo era todo para una persona, a pesar de que ella destacara más por su estupidez y malas decisiones.


La primera semana JuWon sólo les pidió tiempo. Necesitaba conocerlo y analizar el grado en que se encontraba su asperger. Comprender la forma en que se relacionaba y por sobre todo cómo pensaba. Ese tipo de charlas rebuscadas convencieron aún más a la mujer, que concedió cada una de las solicitudes que el universitario le pidió.


Fue exactamente en el décimo día que ambos empezaron a relacionarse mejor. El muchacho había logrado controlar sus ataques de agresividad y seguía absolutamente cada una de las órdenes que le daba su nuevo tutor.


Se había vuelto muy callado y ya no revelaba sus pensamientos sin algún tipo de filtro. Es más, ni siquiera hablaba si su tutor no se lo pedía.


El cambio había sido rotundo y los padres estaban más que impresionados y conformes. Nunca accedieron a algún tipo de tratamiento médico o psicológico para el chiquillo, pero aceptaban con gusto cada una de las sugerencias que les daba el universitario, a pesar de ser sólo un pedagogo en formación.


JuWon les pidió que permitieran nuevamente las visitas del chico a su abuelo, alegando que era una recompensa que se había ganado.


Cuando pudo asistir al hogar de reposo en donde se encontraba el anciano, KyungSoo sonrió después de mucho tiempo, pero el hombre no lo reconoció de inmediato. Habían pasado cerca de dos años de no haberlo visto y costó un par de semanas para que volvieran a hablar.


—   Yo tengo un nieto que es muy parecido a ti.


El muchachito se sorprendió y abrió todavía más sus ojos, pero siguió mostrándose ameno con su abuelo. Se sentó a su lado y apoyó la cabeza en sus piernas.


—   Hagamos un trato. Como me parezco tanto a tu nieto, puedo ser él. Y usted, como se parece tanto a mi abuelo, puede ser el mío también.


Las visitas eran muy esporádicas, y aún el poco tiempo parecía ser suficiente para que KyungSoo mantuviera la cordura con la que no había nacido, sin embargo, su personalidad se volvía más retraída a medida que transcurrían los meses y albergaba un secreto que lo carcomía por dentro y que poco a poco comenzaba a ser imposible de guardar.


A sus catorce años recién cumplidos el único regalo que pidió fue una visita durante todo el día al hospital donde se encontraba su abuelo. Ya se había deteriorado tanto al punto de necesitar asistencia las veinticuatro horas del día, pero él fue cuidadoso y acordó varias actividades en conjunto con las enfermeras, las cuales culminaron con un paseo a través del pequeño jardín trasero que se cultivaba en el hospital.


Su abuelo hablaba sobre muchas cosas, más de alguna relacionada a sus hazañas pasadas, lo aconsejaba y hacía reír también, ya que algunas de las frases eran incoherentes unas entre otras o cambiaba de temas muy rápido. A su corta edad, se enternecía cuando el anciano le hablaba maravillas sobre su querido nieto sin saber que era él mismo quien empujaba la silla de ruedas.


Llegaron a una pequeña banca en donde el muchacho tomó asiento después de colocar la silla de ruedas a un costado, quedando uno al lado del otro. El anciano, en un momento de lucidez extraordinaria le preguntó si es que sucedía algo. Fue sólo una pequeña pausa, un par de segundos antes de que empezara a relatar cada uno de los momentos en que había sido abusado por JuWon. El detalle de las palabras y la excelente memoria con la que retrataba cada uno de esos momentos era escalofriante. Sin darse cuenta se le vinieron las emociones al rostro y un sollozo ligero se hizo espacio a través de sus ojos. Apoyó de nuevo la mejilla en las piernas de su abuelo, siendo reconfortado por esas manos viejas y temblorosas.


KyungSoo, aún en su inocencia, no lograba comprender todo ello a lo que estaba siendo expuesto, las supuestas “muestras de cariño” que recibía de su tutor, como él mismo las había nombrado. Habían pactado que sería un secreto sólo entre los dos, con la condicionante de que de esa manera podría visitar a su abuelo. Por supuesto que con su alma de niño iba a acceder ante aquel pacto tan cruel y perverso.


—   JuWon dice que debo hacer esto para poder verte, abuelo…


Le relató también sobre sus emociones, siempre tan incomprensibles. El miedo y una interminable sensación de culpa que cargaba sobre sus hombros, volviéndolo más frágil y más a merced de JuWon. El carácter sexual de cada acercamiento y cómo a través de ello recibía todo tipo de recompensas, todo por ser un “buen niño”.


El abuelo continuó acariciando su mejilla aún abultada, sin decir una palabra mientras el chiquillo continuaba hablando. Fue como abrir una llave que había permanecido tanto tiempo cerrada. No podía detenerse.


Pasó poco más de una hora para que el sol empezara a descender. Ninguno de los dos decía nada y las lágrimas se habían secado en el rostro de KyungSoo. Todavía permanecía abrazado a las piernas del hombre, acurrucado en esa pequeña banca.


—   Cada cosa que me has contado hoy, olvídala. Olvida todo ello. Sólo debes saber que eso no está bien, así que intenta seguir adelante y huir lo más pronto que puedas de esa casa.


Aquellas palabras que fueron dichas desde el dolor e incomprensión de un viejo hombre se transformaron en un hechizo en la mente del pequeño niño, que hizo literal en su cerebro y en su vida aquello de “olvidar”.


No pasó mucho tiempo para que la personalidad del chico se transformara aún más, volviéndose un muchacho con muchas espinas a su alrededor, indiferente. Aquello terminó por hostigar a JuWon quien comenzó a violentarlo cada vez más y con mayor desmedida, marcando atrozmente su cuerpo. Fue una de las empleadas quien advirtió un día de la mala condición del chico, llevándolo al hospital para que pudieran tratar sus lesiones. Los padres, aunque distantes, quisieron hacerse cargo de la situación al ver el mal estado en que había quedado su hijo, pero el muchacho universitario desapareció con tanta facilidad que ni con todo el dinero que tenían pudieron encontrarlo.


Un par de años después, el mismo día de su titulación, tomó una pequeña maleta en donde guardó más que nada los recuerdos de su abuelo, un par de prendas y abandonó esa casa, en contra de las caras estupefactas de toda la servidumbre y de los gritos de su padre, amenazándolo con desheredarlo. Sin embargo, nada de eso tenía sentido para él. Todavía mantenía en sus pupilas el hechizo que había lanzado su abuelo sobre él: olvidar y huir, nada más.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).