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Resurgir de las cenizas de Herbay, primera parte - La rebelion por pilaf chan

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La pequeña ventana abierta ubicada en la esquina superior de la celda permitió que se filtrara algo de luz matutina, tras una noche oscura y resignada.

Aylin estaba muy adolorida. Los guardias habían cerrado las heridas causadas por los clavos, las mas profundas, con un clip y habían rociado polvo curativo tanto en su muslo derecho como en los cortes de la espalda, pero no le dieron nada para reducir el dolor. El surco de su encía, que había estado sangrando durante horas, martilleaba incesantemente en su cerebro. Los dedos cuyas uñas fueron arrancadas palpitaban sin parar. Además, tanto ella como Creek estaban desnudos, y las paredes metálicas no ofrecían ninguna protección contra los rigores de la noche.

La celda estaba equipada con un lavabo, un retrete y una pequeña cama, en la que los dos jóvenes habían estado las últimas horas consolándose mutuamente en silencio. Tenían la esperanza que Gideon no hubiera sucumbido al chantaje, que los guardias pronto vendrían a por ellos para continuar el interrogatorio y que, por fin, llegaría el sueño eterno, y con él el alivio del tormento.

Pero la esperanza duró poco. Cuando se abrió la puerta y reconocieron a la persona que había entrado, supieron que todo estaba perdido. Sin embargo, la alegría de volver a ver a su Maestro fue tan grande que rompieron en sollozos.

Aylin se levantó, cojeó hacia él y se le paró delante con los ojos hinchados de lágrimas. ‘¿Por qué viniste? ¡Hiciste su juego!' quería gritarle, no había soportado la tortura con la boca cerrada para que Gideon se entregara al enemigo por su propia voluntad, pero lo único que hizo fue abrir los brazos y apoyarse en su pecho.

El Blondie se sorprendió por el estado en que la encontraba. Las vendas que cubrían varias zonas de su cuerpo estaban empapadas de sangre y la expresión de su rostro era aterrorizada, pero era su niña y aún estaba viva. La abrazó, la besó en la frente y le acarició la espalda.

Creek se arrodilló a sus pies, la vergüenza y la pena que sentía eran tan grandes que no podía mirarlo a los ojos.

‘Siento haberte desobedecido. Siento que me hayan atrapado y que por nuestra culpa te atraparon a ti también. Siento no haber podido proteger a Aylin, ella está herida y yo no tengo nada. Siento mostrarme ante ti así, completamente desnudo'.

Tenía tantos motivos para pedir perdón que no sabía por dónde empezar.

Gideon levantó su cabeza, notó su nariz hinchada, oscura y ligeramente torcida, y acarició con ternura su mejilla. "Me alegro de verte sano y salvo, Creek".

El llanto del eunuco se hizo aún más fuerte. "¡Maestro Gideon, lo siento mucho! ¡Todo es mi culpa!"

La voz de Aylin, que se abría paso entre la fiebre y el dolor, sonó débil y delgada como un suspiro. "No, la culpa es mía. Los tres lo sabemos".

El rubio le tendió la mano a su mueble, invitándolo a levantarse, y los condujo a ambos a la cama, donde se sentó entre ellos. Aylin temblaba, en los dedos de su mano izquierda había gasas ensangrentadas y no se atrevía a imaginar lo que ocultaban las otras vendas, también manchadas de carmesí.

Gideon se quitó la chaqueta y la puso sobre sus hombros para calentarla. Era inútil preguntar qué le había pasado o quién la había reducido a ese estado, era tan obvio... En otras circunstancias habría buscado venganza, pero no ahora, no hoy. Estaban en el filo de la navaja y tenía que mantenerse lúcido y racional, si quería que todo saliera según lo planeado. Tenía tan poco tiempo y tanto que decir a sus seres queridos.

"Ahora escuchen con atención, no fue su culpa, no quiero que vuelvan a decir eso nunca más. ¡Ni siquiera deben pensarlo! Todo esto es mucho más grande que ustedes y no son responsables de lo que pasó. Si realmente queremos buscar un culpable, soy yo. Los insté a que crecieran y tuvieran sus propias experiencias, pero cuando empezaron a independizarse, no fui capaz de dejarlos ir. Sabía que los estaba perjudicando al encerrarlos en la tienda, pero la idea de Aylin con otro hombre o de tú, Creek, qua actuabas como su intermediario me resultaba intolerable. Los mantuve inconscientes del peligro y les di el empujón para huir. Soy yo quien les debe una disculpa".

Oír su Maestro hablar así era tan extraño. Los dos jóvenes no podían contener las lágrimas. "Ahora que todos somos prisioneros... ¿qué pasará?" Preguntó Creek entre sollozos.

El Elite respondió con calma. “Ustedes dos regresarán al campamento y yo me quedaré aquí".

Ojos llenos de incredulidad y pánico se posaron sobre él. Aylin y Creek nunca pensaron que saldrían vivos de la Torre de Júpiter.

"Júpiter me quiere a mí, no a ustedes", explicó Lord Lagat. "Cambié mi libertad por la suya".

“No puedes hablar en serio", jadeó el eunuco asombrado. Aylin agarró el brazo de su Maestro con fuerza. "¡Cómo puedes pedirnos que nos vayamos y te abandonemos aquí!"

Gideon le acarició el cabello mientras rodeaba la espalda de Creek con la otra mano.

"No deben temer por mi destino. Este es mi hogar y Júpiter no me matará, simplemente, cumpliré con mi destino y me someteré a la limpieza cerebral a la que fui condenado desde el comienzo de esta extraña aventura. Volveré a mi antiguo yo y a mis viejos hábitos. Mi papel ha terminado y la rebelión continuará sin mí. No tienen que estar triste y no se tienen que preocupar por el destino del ejército: no hay tortura o invasión mental que pueda hacerme hablar, tengo mis trucos bajo la manga".

Mueble y mascota lo miraron en estado de shock, moviendo la cabeza en un intento de negar la realidad y despertar de una mala pesadilla. En contraste con su agitación, el tono de voz del Blondie era tranquilo y pragmático.

"Ahora les diré algo importante: existe la posibilidad de que este sea nuestro último encuentro. Pronto se les instalará un microchip de identidad en la oreja y se convertirán en ciudadanos de Amoi. Serán libre y podrán vivir en cualquier lugar del planeta o fuera de él. Todas las puertas siempre las encontrarán abiertas y nadie podrá darles órdenes. Ustedes dos le dieron sentido y color a mi fría existencia androide y los momentos que pasé en su compañía fueron los mejores de mi vida. Todas mis posesiones, tanto las que dejé en Tanagura como las que traje conmigo a Nueva Ceres, quizás serán suyas algún día. Si eso llega a ocurrir, divídanlas en partes iguales. Son mi progenie, por lo tanto, son hermanos. Ámense siempre como tales".

Esto era absurdo, Aylin ni siquiera quería escuchar. "¡Debe haber otra manera!” Exclamó, con la voz quebrada por la tristeza. "¡Nos quedaremos a tu lado, así que después de la restauración cerebral seguiremos siendo tu mueble y tu mascota!"

"Eso no es posible". Creek, que había logrado entender la situación de manera más objetiva, la interrumpió inesperadamente. "Debemos irnos. Si no lo hacemos, el sacrificio del Maestro Gideon habrá sido en vano. Debemos ser libres para él".

"Así es", confirmó el Blondie, "ninguno de ustedes puede quedarse. Ahora mismo puede que les parezca triste, pero viví durante mucho tiempo; miles de días en los que he buscado situaciones excéntricas y objetos extravagantes para escapar del aburrimiento. Pensaba que había que proteger el sistema, pero desde que empecé a conocerlos todo ha cambiado. Su sinceridad, sus reacciones espontáneas, su aparente fragilidad, su capacidad para evolucionar y adaptarse a cualquier circunstancia que se les presentara, me intrigaron y poco a poco me succionaron en un vórtice. Eran la prueba viviente de que la raíz en torno a la cual se desarrollaba nuestro mundo era falible y errónea".

La mano de Gideon se detuvo cariñosamente en una barbilla afilada e incitó a los delgados ojos grises a posarse en él.

"Fuiste entrenado para ser una herramienta del hogar, Creek, obedecer eficientemente a todas las ordenes, no protestar y no mostrar emoción alguna. Sin embargo, sonreías, dudabas, te enojabas en secreto. Realizabas pequeños actos de rebeldía. Tu estado de ánimo era cambiante y pasabas con suma facilidad de la alegría a la tristeza. Cumplías las órdenes mostrando claramente tu descontento, si no estabas de acuerdo, o tu agradecimiento. Cometías tantos errores que me hacías enojar y al mismo tiempo alegrabas mis días con tu torpeza".

Lord Lagat se dio la vuelta, grandes iris púrpura lo miraban suplicantes y desesperados.

“Fuiste creada en un laboratorio para ser una muñeca sexual, Aylin, pero preferías dibujar y pintar antes que cuidar tu aspecto físico. Aprendiste a leer y escribir a escondidas. No soportabas que las otras mascotas se burlaran de los muebles y por ese motivo constantemente buscabas peleas. Interpretabas los roles sexuales que te imponían no para los demás, sino sólo para ti. En el escenario, te refugiabas en tu mundo de fantasía y te daba igual que hubiera dos, diez o cien personas mirándote: eras tan pura y sincera en tus reacciones que hechizabas a cualquier espectador. No había nada falso, mecánico o construido en tu forma de darte placer. Eres generosa y llena de valor y no hiciste más que demostrármelo cada día desde que dejamos Eos".

¿Era esa realmente una despedida? El dolor que Aylin y Creek sentían en sus corazones era tan grande que les quitaba el aliento y las ganas de vivir.

"Sé que la tristeza los oprime en este momento y creen que no podrán afrontarlo", continuó Gideon, quien por primera vez en su vida había aprendido a amar sin esperar nada a cambio, "pero ya no me necesitan. En los últimos meses supieron sacar una fuerza y una determinación que me dejó sorprendido. Estoy muy orgulloso de los dos y estoy seguro que, tarde o temprano, incluso este dolor se hará tolerable, permitiéndoles encontrar nuevas razones para ser feliz".

Mueble y mascota apoyaron sus cabezas en el pecho de su Maestro. Parecía el fin de todo. La sola idea de seguir adelante sin Gideon era intolerable y la posibilidad de ser feliz completamente imposible.

"Si realmente estás enamorada de Sid, tienes mi bendición, quédate con él", le dijo el Blondie a Aylin, "y tú, Creek, nunca niegues tu naturaleza. Eres un hombre y eres un eunuco. Sé las dos cosas a la vez sin ocultarlo ni tener vergüenza. Vive orgulloso de ti mismo".

"Te lo prometo", aceptó el joven con tristeza.

Aylin no podía hablar. Todos los sueños de amor y revolución que habían alimentado su alegría durante el entrenamiento en Guardián parecían tan insignificantes, ahora que no tenía más remedio que marcharse abandonando a Gideon a un destino inaceptable.

La armonía de la unión de los tres, el corazón artificial del androide latiendo al unísono con el de las dos criaturas de piel y sangre que amaba, formaba un ritmo constante y relajado, en el lecho desnudo de la celda.

Pasaron los minutos y el tiempo acordado llegó a su fin. Un guardia entró y les dio a Aylin y Creek sus prendas, las mismas que llevaban antes de su captura. Las fichas de identificación y los documentos que los reconocían como ciudadanos de Amoi les fueron entregados en un estuche de cuero. Sus nombres estaban escritos en cursiva con filigrana de oro.

LORD CREEK LAGAT

LADY AYLIN LAGAT

Se perforaron los lóbulos de sus orejas y se introdujeron las fichas.

Aylin necesitó ayuda para vestirse, ya que, debido a sus heridas, su movilidad estaba reducida y su mano izquierda era casi inutilizable. Ponerse las botas fue doloroso y caminar aún más. Como su camisa se había hecho jirones durante el registro, Gideon la instó a quedarse con su chaqueta, que además de protegerla del frío, evitaría que los soldados notaran sus curvas femeninas.

"Ahora deben irse", el Blondie les besó la cabeza y los abrazó por última vez. "Vuelvan al campamento. No duden. No miren atrás".

Los dos se aferraron a él, no podían dejarlo y salir sin más. Pero, al buscar las palabras adecuadas - Adiós? Te amo? Gracias por todo? Te vamos a extrañar? - entendieron que cualquier cosa sería poco.

Entonces, en silencio soltaron la ropa mojada de lágrimas de su amo y cumplieron su voluntad. Siguieron al guardia fuera de la habitación, bajaron las escaleras de la torre y atravesaron la gran puerta. Luego, con las palabras de Gideon en sus corazones, caminaron por el sendero que los llevaría al campamento militar.

***

Gideon no temía la ira de Júpiter. No se preocupaba por la limpieza mental, ahora que sabía que Aylin y Creek estarían libres y a salvo. No temía la tortura ni el dolor físico, podía soportarlos.

El problema era otro. Gideon era un Blondie de acción, no fue creado para sobresalir en microcirugía y no era el vástago dorado de Júpiter. En pocas palabras, no tenía las habilidades mentales de Iason, Orphe o Raoul. No iba a ser capaz de crear un escudo protector capaz de ocultar sus pensamientos a la IA, y lo sabía.

Él había mentido.

Por esta razón, en caso de ser capturado algún día, había encargado a un químico del mercado negro para que creara el preciado frasco que ahora ocultaba en el bolsillo derecho de su pantalón. Un líquido letal que, de ser ingerido, detendría inmediatamente el corazón de un Elite.

No tenía remordimientos. Sus últimos años de vida estaban teñidos de matices de arco iris y los meses que llevaba como comandante Noa del ejército mestizo fueron intensos y emocionantes. Sólo quedaba un problema: convencer a Saurus de que lo dejara solo el tiempo suficiente para poner en práctica su plan.

Sin saberlo, Aylin con su martirio le había ofrecido la solución. Saurus dañó lo que Gideon más quería y el código de honor no escrito entre Elites era claro: le debía algo.

Cuando los dos jóvenes estuvieron a salvo, lejos de la torre, el Onyx le ordenó que lo siguiera hasta la cúpula. Gideon expresó el odio que sentía hacia él de forma tan clara e irrefutable a través de sus lentes oscuras que, por un momento, le infundió una sensación de miedo.

"¿Hay algún problema, Lord Lagat? Cumplí con mi parte del trato, ahora le toca a usted", siseó el Capitán al Comandante.

"Tanta rabia contra una niña, ¿tal vez revela un antiguo resentimiento no expresado hacia mí, Saurus?"

El Onyx apretó la mandíbula con fuerza y frunció las cejas. Odiaba tener que dirigirse a un rebelde, un prisionero y un enemigo, formalmente dándole el apelativo de Lord, mientras que a él lo llamaban por su nombre como un simple androide de bajo nivel. ¿Por qué tenía que rendir respeto a un traidor sólo por su rango? Saurus despreciaba a los Blondies, los consideraba androides ególatras y megalómanos que se creían superiores a los demás sólo por el llamativo color de su pelo. Por este motivo, se había complacido especialmente en hacer gritar de dolor a la mascota de Gideon Lagat y en ver cómo se retorcía y lloraba el torturado Raoul Am.

"Nada personal, simple práctica para interrogar a los prisioneros".

"¡Aylin era de mi propiedad y lo sabías!" reiteró el Blondie. "¡Estoy dispuesto a apostar que no tenías el permiso de Júpiter para maltratarla así!"

Las normas eran claras: nadie, ni siquiera un guardia, tenía autoridad para poner sus manos sobre el mueble y la mascota de un Maestro sin una orden de arriba. Obviamente, desde que Tanagura fue atacada, ya nadie prestaba atención a ciertas formalidades y Saurus estaba bastante seguro de que Júpiter habría accedido a esta pequeña llave en el tejado, si se lo hubiera pedido. Pero se saltó ese paso y ahora el pequeño chantaje de Gideon podría dejarlo en una mala posición a los ojos de la IA.

Saurus vivía para el favor y la benevolencia de Júpiter. Lo que más quería era complacerlo. La mera idea de decepcionarlo o disgustarlo era inconcebible.

"¿Qué más quiere, Lord Lagat? Ya fui demasiado complaciente, al conceder sus inusuales demandas".

"Permíteme estar solo durante unos minutos, para que pueda prepararme mentalmente para el interrogatorio, y estaremos a la mano. No le diré nada a Júpiter sobre tus iniciativas hacia Aylin".

Saurus gruñó, odiaba ser sometido a tales amenazas, pero era una condición muy aceptable y no había razón para rechazarla. Diez minutos más o menos no harían ninguna diferencia. Le ordenó a Gideon que lo siguiera, lo llevó a los pisos superiores de la torre y le señaló una habitación vacía. "Estaré de guardia fuera. Vendré a llamarle en unos minutos".

Por fin solo, con la puerta cerrada, Gideon se sentó poniendo la espalda contra la pared. Rompió la boquilla del vial y, sin la menor vacilación, dejó que el espeso líquido se deslizara por su garganta. Cerró los ojos y se durmió.

Antes de que los latidos de su corazón se detuvieran para siempre, soñó con sus muchachos. No sólo Aylin y Creek, también vio los rostros de todos los soldados que, desde el primer día, habían confiado en él siguiéndolo con dedicación. Chicos turbulentos y desorganizados que derramaron sangre y sudor en honor a un ideal común.

Con el alma llena de orgullo y una sonrisa en sus labios, Lord Gideon Lagat, Blondie de Tanagura y comandante Noa del ejército de Ceres, tomó su último aliento.

Cuando Saurus se dio cuenta, se puso blanco como una sabana e intentó en vano de reanimarlo. Ya era demasiado tarde. Dio la alarma y ayudado por un puñado de guardias lo llevó con urgencia a la clínica, pero ni siquiera los muebles expertos en medicinas pudieron hacer nada.

Creados por Júpiter a partir de un cerebro orgánico, los Blondies son la obra maestra entre los Elites, la apoteosis de la excelencia. Poseen un cuerpo artificial perfecto que, al tiempo que reproduce la anatomía humana con fiel detalle, tiene capacidades físicas, sensoriales e intelectuales mejoradas. Cada átomo de su organismo, si es necesario puede ser fácilmente reparado y reconstruido por su Creador, lo que les garantiza una existencia prácticamente ilimitada.

Los cuerpos de los Blondies son inmortales, pero si el corazón deja de latir, el núcleo cerebral orgánico se ve privado temporalmente del oxígeno necesario para su sustento y perece. La chispa de la vida se apaga y ni siquiera el poderoso Lambda 3000 tiene el poder de devolverla.

A Saurus sólo le quedó llevar mortificado los restos sin vida de Gideon a la cúpula. Si su objetivo era no perder nunca la benevolencia de Júpiter, había fracasado. La ira y la decepción de la Inteligencia Artificial por no haber previsto que Gideon podría realizar un acto tan irreparable y haberse dejado engañar fueron inconmensurables. Con frialdad, le ordenó que lo dejara en el suelo y desapareciera de su vista.

Júpiter desmaterializó su forma humanoide, como un ser de energía pura rodeó los restos de su hijo en un abrazo de luz, y lo acunó suavemente a través del espacio etéreo del santuario de cristal. Era la segunda vez que perdía un hijo, y con el primero no tuvo la oportunidad de despedirse.

Después de muchas horas, llamó a los guardias y les ordenó que montaran una pira funeraria frente a la torre. Para la ocasión, haría una tregua con el enemigo para darle la oportunidad al ejército mestizo de rendir homenaje a su Comandante.

Algunos mensajeros fueron enviados a Midas para advertir a los otros Blondies. Júpiter entregó una parte de su preciosa energía vital para abrir la puerta de Eos, de modo que Orphe y Raoul también pudieran salir y darle el último adiós a su hermano.

Esa noche, todas las luces de Midas y Ceres se quedaron apagadas. Cada habitante de Amoi dejó durante un rato de hacer lo que estaba haciendo y miró al cielo en dirección a la torre de Júpiter. Delante de ella, se alzaba una alta hoguera, en cuyo humo se reflejaba la luz de las lunas gemelas haciéndolo visible desde las más remotas zonas del planeta.

En primera fila estaban los once Blondies, cogidos de la mano y con túnicas ceremoniales. No muy lejos, consternados por la desesperación, se encontraban una figura alta con el pelo turquesa y otra más baja, con ropa de mujer y el pelo violeta peinado en dos largas trenzas, tal y como siempre le había gustado a su Maestro.

Detrás de ellos y a su alrededor, se expandía el ejército de Ceres. Cada soldado tenía la cabeza inclinada y la mano cerrada sobre su corazón en señal de respeto y admiración por su comandante. En medio de ellos, un mestizo de pelo oscuro y un Blondie de incógnito contemplaban las llamas.

Todos los muebles, mascotas y androides de bajo nivel que habían quedado en los palacios de Eos y Parthea observaban la escena desde las ventanas, manteniendo en el mismo, estricto silencio. Sólo se oía el crepitar de la leña y el susurro de las llamas, cuyas lenguas ardientes danzaban, magnéticas y hechizantes en la oscuridad.

Desde lo alto de su cúpula, Lambda 3000 sabía que había perdido. Le quedaban menos de 48 horas de autonomía y ya no tenía nada a que aferrarse.

Se concentró en la anónima, insignificante multitud humana que lo rodeaba, miles de mestizos que se habían reunido para presentar sus últimos respetos a su hijo marginado. En la sinceridad de sus rostros apasionados, había afecto verdadero.

¿Por qué tantos humanos estaban llorando por un Blondie?

Por segunda vez, el dios de Amoi consideró la posibilidad de que, las reglas que habían sostenido a su sociedad durante siglos, fueran a ser revolucionadas, y comenzó a reflexionar sobre las demandas del ejército rebelde.


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